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domingo, 25 de febrero de 2024

La izquierda ha muerto

 

Por HELENO SAÑA

¿Es la izquierda española la 'más ultra' de Europa? Esto es exactamente lo que afirmó José María Aznar en una jornadas sobre Antonio Maura celebradas hace algunas semanas (en enero de 2008). ¿Es su enjuiciamiento correcto? La respuesta depende de lo que Ortega llamaba «perspectivismo», esto es, del punto de mira de cada respectivo observador. Desde su ubicación conservadora, es casi lógico que el expresidente del Gobierno llegue a su fulminante conclusión. Partiendo de mi personal punto de vista, me es difícil compartir su tesis, ya por el previo de que tanto en España como en los demás países europeos la izquierda ha dejado esencialmente de existir, aunque queden algunos restos de ella, como en nuestro país IU. De ahí que seguir utilizando este término es incurrir en pura fantasmagoría tanto conceptual como terminológica. Por lo demás, el señor Aznar no hace más que utilizar con fines polémicos un concepto del que sus rivales políticos se sirven para cubrirse de gloria. Lo que por inercia mental o por conveniencias logísticas sigue denominándose izquierda es una pseudo o falsa izquierda que no tiene nada o muy poco que ver con lo que esta cataloguización significó en el siglo XIX y parte del XX, que es la fase histórica en la que la izquierda adquiere carta de naturaleza e irrumpe en el escenario histórico con la decidida voluntad de plantar cara a la burguesía y sustituir el sistema capitalista por un sistema socialista, anarcosindicalista o comunista, según las preferencias ideológicas de cada bando. Y la primera prueba de que la izquierda ha pasado a mejor vida es que en Europa han terminado las luchas de clases, no porque las clases hayan desaparecido, sino porque ha desaparecido la voluntad de poner fin a ellas. Los problemas y conflictos sociales y laborales siguen estando al orden del día, pero el asalariado y sus organizaciones sindicales han dejado de defender sus intereses y derechos con el mismo ímpetu de otros tiempos. Esa tibieza reivindicativa explica la facilidad con que el capitalismo de casino ha podido imponer en las últimas décadas su hegemonía global, fenómeno que a la vez ha conducido a una reproletarización parcial de las clases trabajadoras, a la pérdida o estancamiento de su poder adquisitivo real, a un deterioro creciente de las condiciones de trabajo y a una multiplicación del empleo precario y mal retribuido. Si en España existiera la izquierda ultra a la que el ex hegemón del PP alude, es difícil creer que aceptaría con los brazos cruzados las injusticias socioeconómicas que acabo de señalar, a las que se podrían añadir otras muchas, entre ellas el misérrimo nivel millones de pensiones y salarios mínimos. Y si el PSOE fuera fiel a las siglas que todavía detenta, sería el primero en no tolerar este estado de cosas.

La despotenciación de la izquierda se inició ya en parte en el periodo de entreguerras, pues si en Rusia los bolcheviques se convertían en amos y señores de la nación, el proletariado italogermano no logró impedir el triunfo del nazifascismo. El descenso de la izquierda siguió su curso en las primeras décadas de la posguerra, y ello por dos motivos fundamentales. Primero, porque el totalitarismo brutal practicado por el estalinismo y el neoestalinismo en la Europa del Este puso fin a las ingenuas ilusiones que no pocos sectores obreros se habían hecho del marxismo-leninismo. El colapso moral (y material) de la Unión Soviética y sus satélites coincidió, además, con la rápida recuperación económica de la Europa occidental y el advenimiento de una época de relativa prosperidad y estabilidad social y laboral. Contentos y deslumbrados por lo que Galbraith llamó «sociedad de la abundancia» y Ludwig Erhard «bienestar para todos», las clases trabajadoras trocaron pronto sus antiguos sueños redencionales y revolucionarios por el consumismo y el materialismo.

La izquierda histórica ha perdido no sólo la batalla económica y política, sino también su identidad cultural, razón última de que haya renunciado a luchar por el advenimiento de un modelo de vida y de sociedad que responda a sus necesidades e ideales emancipativos. La clase dominante dicta las reglas de juego no sólo en los centros de producción, sino también a extramuros de ellos, esto es, en el ámbito del tiempo libre, del ocio y de los hábitos de vida. Con pocas excepciones, el obrero ha perdido la conciencia de sus propios valores y asumido miméticamente la ideología de 'pan y circo' difundida por los mass media; de ahí su conformismo y su escasa predisposición a liberarse de la condición subalterna y humillante a que el sistema le condena.

La Clave
Nº 363 – abril 2008

sábado, 10 de noviembre de 2018

Ni de izquierdas, ni de derechas


Por JUAN CÁSPAR

Cuando alguien asegura no ser de izquierdas ni de derechas, ya lo dijo el clásico, ya sabemos que es de derechas. Hay que recordar que esa denominación de un lado u otro del espectro polìtico tiene su origen en la Asamblea Constituyente después de la Revolución francesa; a la derecha del presidente, se aposentaron los partidarios del Antiguo Régimen y, a su izquierda, los del nuevo. En la actualidad, con una gran cantidad de personas que se consideran «de centro», sea lo que sea lo que significa eso, esas categorías simplistas parecen en franca decadencia. Diré en primer lugar que, efectivamente, calificarse de manera tibia como centrista esconde, según mi nada modesta opinión, una actitud ambigua más bien conservadora. Ya nos advierte la Biblia acerca de esto: «Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca». Y me remito a la experiencia personal, ya que uno tiende mucho a la regurgitación política. Es cierto que se ha abusado de manera maniquea y simplista de ambos términos, aunque si echamos un vistazo al lenguaje la cosa es aún peor: lo diestro alude a algo correcto y positivo, mientras que lo siniestro evoca lo perverso y diabólico. Eso sí, si lo correcto es la mediocridad imperante, hace que uno simpatice aún más con la izquierda, qué quieren que les diga.

Vamos a ver si concretamos un poquito más y dilucidamos qué coño se encuentra detrás de estas etiquetas políticas. Al hablar de 'izquierda', podemos referirnos a actitudes progresistas, a aquellos que desean los cambios sociales. Si nos referimos por lo contrario a la 'derecha', son los partidarios del orden establecido, los que se muestran conformes con las instituciones y la sociedad actuales. Aunque de esa manera hablemos de progresistas y conservadores, seguimos cayendo en una generalización excesiva, bastante insatisfactoria, por la habrá que seguir matizando. ¡Vaya lata! La gente de derechas no siempre se considera conservadora, ya que tienen cierta concepción del progreso y no hacen una defensa pertinaz de valores periclitados. Es posible que existan personas así, pero al menos en este país no tenemos noticias. Por otra parte, personas que se consideran progresistas, cuando gobiernan «los suyos», dan muestras de un papanatismo notable y se muestran terriblemente conformistas con lo que dictan los de arriba. Por supuesto, esto ocurre con todas las ideas políticas, pero digamos que en los conservadores sorprende menos. Llegamos así a un factor verdaderamente determinante y es la permanente crítica al poder establecido, sea del pelaje que sea, y tal vez sea esa la verdadera actitud progresista y no solo una pose ideológica. Como uno es un ácrata irredento, no le termina de satisfacer del todo esta explicación.

No me queda nada claro cómo se establece esa línea que va de izquierda a derecha, con diferentes grados de extremismo a gusto del consumidor. Hay gente que, con notables dosis de estulticia, aseguran estar a la izquierda de todo hijo de vecino. Por ejemplo, un comunista a priori parece escorarse más a la izquierda que un mero socialdemócrata; sin embargo, la praxis marxista, tal y como la entendía su profeta Lenin, ¿ha traído un verdadero progreso a la humanidad? A pesar de las numerosas distorsiones en torno a ciertas ideologías, y de los desmanes que provoca este sistema basado en la acumulación capitalista, la respuesta es dudosa. ¿Cómo diablos se establece el progreso social en esta civilización nuestra con tantos altibajos, por no decir disparates? ¿Engordar el Estado, es propio de la derechas o de las izquierdas? En la práctica, cuando hablamos de poder político de uno u otro pelaje, no parece haber mucha diferencia. Tal vez, la respuesta sea unas mayores cotas de libertad respecto a permanentes sociedades de dominación. El liberal, que al menos en esta país suele ser un eufemismo que viene a significar ser bastante de derechas, estaría de acuerdo con eso. Sin embargo, la libertad no es un concepto abstracto, propio de una filosofía política de baratillo, que hable en la teoría de derechos económicos para convertirse en la práctica en un privilegio de unos pocos (ya saben, yo tengo medios y te exploto a ti que no tienes nada). El progreso puede, entonces, definirse también por la constante liberación de la explotación, además de la dominación, por lo que entraríamos en un concepción amplia de libetad que se extiende al conjunto de la sociedad. Muy serios nos hemos puesto. Sea como fuere, no es posible dar un contenido definitivo a los términos, al menos no de la manera simplista como suele hacerse. En cualquier caso, si hay que precaverse de dogmatismos de uno u otro pelaje, tampoco sabemos muy bien qué hacer con los tibios que aseguran que, ni de un lado, ni del otro.

6 noviembre 2018

domingo, 10 de junio de 2018

José Luis Carretero Miramar sobre el nuevo Gobierno español


Quien esperase del PSOE un gobierno y una política de izquierdas era mucho más utópico que quien crea en el comunismo libertario para ya. El PSOE es lo que es, la Casa Común de personajes como Bono, Rodríguez Ibarra o Felipe González. El partido que le dio alas a Barrionuevo, a Corcuera y a Rafael Vera. Porque ahora sean más guapos no ha cambiado nada. Y porque haya una mayoría de mujeres en un gobierno social-liberal tampoco va a cambiar nada. El problema no es si hay mujeres u hombres en el gobierno, el problema es que haya gobierno, es decir, un poder por encima de la sociedad autoorganizada, dispuesto a operar la política de las élites capitalistas.

Creer en el izquierdismo del PSOE es creer en la utopía, en los elefantes rosas y en los chemtrails, todo al mismo tiempo. Y sobre todo, es creer en algo fundamental para todo gobierno de los menos: que los trabajadores son incapaces de dirigir su propio destino sin necesidad de politicastros, conseguidores y aventureros.

La resistencia a todo gobierno es la partera de toda democracia, no lo olvidemos.

José Luis Carretero Miramar

domingo, 13 de mayo de 2018

Soberanía, república y socialismo


Por OCTAVIO ALBEROLA

A diferencia de los procesos independentistas con un proyecto de transformación «socialista» de la sociedad, el ideal del «procés», la «Independència», no va más allá de proclamar en Cataluña una «República» y de promover con ella «un mayor bienestar del pueblo catalán». La ideología del «procés» obvia pues las diferencias sociales —de clase— para encarnar «un sol poble» que aspira a existir como Estado/Nación en el marco del proyecto neoliberal supranacional de la Unión Europea.

Para el «procés», la «autodeterminación» es el ejercicio del «derecho a decidir» del «poble català» de «eligir democráticamente» un gobierno para promover la secesión de Cataluña de España y constituirla en Estado/Nación, al mismo título que ésta última lo es hoy. El secesionismo es pues el medio por el cual el «poble català» intenta conseguir un Estado propio —como los demás Estados de la UE— para poder ejercer su soberanía... Es decir: ¡para conformarse —como lo hacen los demás pueblos de la UE— con votar cuando lo convoquen los que mandan!

Tal es pues el objetivo del «procés» promovido por las formaciones secesionistas catalanas, incluida la CUP; puesto que ésta, a pesar de pretenderse y proclamarse anticapitalista, lo ha apoyado sin sonrojarse demasiado hasta el día de hoy... Aunque, para marcar diferencias con las demás formaciones que promueven el «procés», intente disimular el abandono/aparcamiento de su anticapitalismo (socialismo) con un «radicalismo» (hiper)intransigente, demagógico y retórico en defensa de la República y de la «legitimidad» presidencial de Puigdemont…

Con un tal «independentismo» —cuya única validación política proviene del hecho de ser defendido por casi dos millones de «catalanes» y de ser reprimido por un Gobierno en manos de un partido heredero del franquismo y corrupto hasta la médula— no es de extrañar encontrarnos hoy con una República «interruptus» y a la espera de que los secesionistas se decidan a investir un «President de la Generalitat» compatible con el artículo 155 de la Constitución española o a la convocación de nuevas elecciones...

Es decir: que estamos ante un «procés» que, además de no avanzar y resignarse a que las instituciones catalanas sigan intervenidas, ya comienza a generar decepción… Y no solo por la incapacidad del secesionismo a salir del impasse y satisfacer las expectativas republicanas de sus seguidores sino también por ser cada vez más evidentes sus nefastas consecuencias: la exacerbación de las tensiones nacionalistas y la agudización de las divisiones en el seno de la clase trabajadora. Además, claro, del aparcamiento de la lucha contra los gobiernos de la burguesía en Cataluña y España. ¿Cómo, pues, no reconocer que una vez más los hechos confirman las enseñanzas del pasado sobre lo que se puede esperar del secesionismo nacionalista por muy «progresista» que se pretenda?

Un poco de historia

A pesar del irrefrenable optimismo de la fe en el progreso, la modernidad no ha conseguido impedir que la historia sea una larga y preocupante sucesión de decepciones. No obstante, sostenida por principios considerados ciertos e inamovibles, esa fe no ha cesado de proclamar «urbi et orbi» la primacía de la razón y la justicia para hacer posible —in fine— la soberanía y el bienestar del pueblo.

Desde 1789, con la Revolución francesa toma cuerpo la ilusión de un «pueblo, un país y la justicia». Un ideal que se encarna en la República y en su famosa y universal divisa: «libertad, igualdad, fraternidad». Pero rápidamente llega la decepción al hacerse evidente el carácter retórico, demagógico, de tal divisa. No solo porque detrás de la máscara de la «democracia» republicana hay unos ciudadanos más «iguales» y «libres» que otros, sino también por ser la «fraternidad» republicana un mito con el que se justifica la insolidaridad entre clases en las sociedades que solo las han abolido formalmente.

Desde entonces, todas las repúblicas pretenden ser «democracias»; pero, más allá del mito, la realidad es que todas son sociedades oligárquicas de explotación y dominación de clase, con un «demos» puramente simbólico. Y es así inclusive en las repúblicas surgidas como consecuencia del proceso de descolonización puesto en marcha al final de la Segunda Guerra Mundial, como también en aquellas que, siguiendo el modelo de la URSS, se proclaman «repúblicas populares socialistas»; pues también en estas repúblicas la burocracia y la «nomenclatura» del partido dirigente se han convertido en clase burguesa.

Ingenuidad o arribismo

Pese a una tal contradicción y a la «evolución» sin paliativos de estas repúblicas «socialistas» hacia el capitalismo, lo sorprendente es encontrar aún hoy entre los explotados y dominados a defensores de la República como ideal político para devolver al pueblo la soberanía, salir del capitalismo y llegar a una sociedad sin clases. Más grave aún, pretendiendo poder conseguirlo aliándose con sectores «soberanistas» de la burguesía devenidos secesionistas por los aleas de la lucha por el Poder.

Eso se ha producido en Cataluña y otros lugares como resultado de las infundadas perspectivas de «cambio» y de «ruptura» que algunos/as han creído abrirse con el «procès». Y no solo en la CUP, en la que el planteamiento soberanista presentado desde la «transversalidad» de la sociedad catalana actual, les ha llevado a olvidarse de su ideario «anticapitalista» (socialista) y a conformarse con reivindicar una República sin adjetivos, sino también en sectores de la extrema izquierda y de las organizaciones libertarias que apoyan tal reivindicación, reduciendo el derecho a decidir y la autodeterminación al voto… Además de justificar el replanteamiento de la «cuestión nacional» con la excusa de no abandonar el «retorno a la nación» a los populismos de derecha y con la ilusión de un hipotético «desbordo»


Ilusiones y realidades…

Tras todas las decepciones producidas por las ilusiones fallidas desde la puesta en marcha de la modernidad hasta las recientes desilusiones de «cambios» y «rupturas», ¿cómo negar la necesidad y urgencia de fundar nuestra lucha por un mundo mejor en la experiencia histórica y no solo en la ilusión?

Ante tantas decepciones provocadas por ilusionarnos con lo que sabemos no funciona, ¿cómo es posible olvidar, no tomar en cuenta lo que sabemos?

No olvidemos, pues, que sabemos en qué han quedado todas las ilusiones de «desbordo», de llegar al socialismo (la democratización de la economía y de la sociedad para hacer posible la justicia y el bien común) a través de la constitución de «naciones independientes» y de «Estados socialistas». Que sabemos, además, que ningún proyecto con una visión emancipadora real podrá llevarse a término mientras subsista el capitalismo. Y que sabemos también que el secesionismo («independentismo») catalán está anclado mayoritariamente en un soberanismo republicano opuesto a cambiar las estructuras económicas y sociales capitalistas.

¿Cómo, pues, soñar en llegar a un «país en común» con un tal independentismo? ¿Cómo creer posible adoptar posiciones rupturistas con JxCat, el PDeCat y ERC que defienden el orden neoliberal existente y nunca proclamarán una república socialista? ¡A lo sumo una socialdemócrata, al estilo de lo que propugna el PSOE y todos sus aliados de la Internacional Socialista!

No olvidemos que la única manera de rearticular la cuestión social y la cuestión nacional desde una perspectiva emancipadora es a través de la reactivación de la lucha de clases. Y que eso es válido para Cataluña y España.

La experiencia histórica muestra que el socialismo solo es posible con la desaparición del Capitalismo, de los Estados/Nación, el Patriarcado y todas las estructuras de Poder en el seno de la sociedad.

¡No lo olvidemos!

4 mayo 2018

sábado, 7 de noviembre de 2015

¿Somos lo suficientemente buenos?


Por PIOTR KROPOTKIN

Una de las objeciones más comunes al comunismo es, que los seres humanos no son lo suficientemente buenos como para vivir en una situación comunista. Que no se someterían a un comunismo obligatorio, y que aún no están maduros para el comunismo libre anarquista. Que siglos de educación individualista les ha vuelto demasiado egoístas. Que la esclavitud, la sumisión ante el fuerte, y el trabajo bajo el látigo de la necesidad, les ha vuelto inadecuados para una sociedad en la que todos fuesen libres y no supiesen de obligación excepto de la que resulta de un compromiso adoptado libremente para con los demás, y de la desaprobación si no cumpliese con tal compromiso. Por lo tanto, se nos dice, es necesario un estado intermedio de transición de la sociedad como un paso hacia el comunismo.

Viejas palabras en una forma nueva; palabras dichas y repetidas desde el primer intento de toda reforma, política o social, en toda sociedad humana. Palabras que oímos antes de la abolición de la esclavitud; palabras dichas veinte y cuarenta siglos atrás por quienes gustan demasiado de su propia quietud como para gustar de cambios rápidos, a quienes la osadía de pensamiento les aterra, ¡y quienes no han sufrido suficiente por las injusticias de la sociedad presente como para sentir la profunda necesidad de nuevas soluciones!

¿Los seres humanos no son lo suficientemente buenos como para el comunismo, pero lo son para el capitalismo? Si todos los seres humanos fuesen bondadosos de corazón, amables, y justos, nunca se explotarían los unos a los otros, aunque poseyeran los medios para hacerlo. Con seres humanos como tal la propiedad privada del capital no sería un peligro. El capitalista se apresuraría a compartir sus ganancias con los trabajadores, y los trabajadores mejor remunerados con aquellos que sufren por causas ocasionales. Si los seres humanos fuesen previsores no producirían terciopelo y artículos de lujo mientras se requiera alimento en los poblados: no construirían palacios mientras aún existan tugurios.

Si los seres humanos tuviesen un sentimiento de igualdad profundamente desarrollado no oprimirían a otros seres humanos. Los políticos no engañarían a sus electores; el Parlamento no sería una caja de parloteos y trampas, y los policías de Charles Warren se rehusarían a apalear a los oradores y auditores de la Plaza de Trafalgar. Y si los seres humanos fuesen corteses, respetuosos de sí mismos, y menos egoístas, incluso un mal capitalista no sería un peligro; los trabajadores pronto le habrían reducido al papel de un simple administrador-de-camaradas. Incluso un rey no sería peligroso, porque las personas le considerarían meramente como un semejante incapaz de hacer mejor trabajo, y por ende encomendado a firmar estúpidos papeles para enviarlos a otros excéntricos que se hacen llamar reyes. Pero los seres humanos no son tales prójimos libres de mente, independientes, previsores, amorosos y empáticos como nos gustaría verles. Y precisamente, por eso, no deben seguir viviendo bajo el sistema presente que les permite oprimir y explotar a otros. Tomemos, por ejemplo, a aquellos sastres sacudidos por la miseria que desfilaron el pasado Domingo en las calles, y supongamos que uno de ellos haya heredado cien libras de un tío en América. Con esas cien libras es seguro que no comenzará una asociación productiva para una docena de semejantes sastres abatidos por la misera e intentar mejorar su condición. Se volverá un explotador. Y, por lo tanto, decimos que en una sociedad donde los seres humanos son tan viles como este heredero es muy difícil para él rodearse de sastres sacudidos por la miseria. Tan pronto como pueda les explotará; mientras que si estos mismos sastres tuviesen un vivir asegurado, ninguno de ellos sudaría para enriquecer a su ex-camarada, y el joven explotador no se convertiría en la muy mala bestia en la que seguro se convertiría si sigue siendo un explotador.

Se nos dice que somos demasiado serviles, demasiado pretenciosos, como para situarnos bajo instituciones libres; pero nosotros decimos que ya que por cierto somos tan serviles ya no debemos seguir más bajo las instituciones presentes que favorecen el desarrollo del servilismo. Vemos que británicos, franceses, y americanos despliegan el más desagradable servilismo hacia Gladstone, Boulanger, o Gould. Y concluimos que en una humanidad ya dotada de tales instintos serviles es muy malo tener a las masas forzosamente privadas de una educación más elevada, y obligada a vivir bajo la presente injusticia en riqueza, educación, y conocimiento. Una instrucción más elevada y una igualdad de condiciones serían los únicos medios para destruir los instintos serviles heredados, y no podemos nosotros comprender cómo los instintos serviles pueden convertirse en argumento para mantener, incluso por un día más, la desigualdad de condiciones; para rechazar la igualdad de instrucción para todos los miembros de la comunidad. El espacio es limitado, pero sometamos al mismo análisis cualquiera de los aspectos de nuestra vida social, y verán que el presente sistema capitalista y autoritario es absolutamente inapropiado para una sociedad de seres humanos tan imprevisores, tan rapaces, tan egoístas, y tan serviles como lo son ahora. Por lo tanto, cuando oímos a personas diciendo que los anarquistas imaginan a los seres humanos mucho mejores de como realmente son, nos preguntamos simplemente cómo personas inteligentes pueden repetir aquel absurdo. ¿No decimos acaso continuamente que el único medio para volver a los seres humanos menos rapaces y egoístas, menos ambiciosos y menos serviles al mismo tiempo, es eliminar aquellas condiciones que favorecen el crecimiento del egoísmo y la rapacidad, del servilismo y la ambición? La única diferencia entre nosotros y aquellos que formulan la objeción anterior es esta: Nosotros no exageramos, como ellos, los instintos inferiores de las masas, y no cerramos nuestros ojos complacientemente a los mismos malos instintos en las clases altas. Mantenemos que ambos, dominadores y dominados se pudren con la autoridad; ambos, explotadores y explotados se malogran con la explotación; mientras nuestros oponentes parecen aceptar que existen unos panes de dios —los gobernantes, los empleadores, los líderes— quienes, con gusto, previenen que los seres humanos malos —los gobernados, los explotados, los conducidos— se vuelvan peores de lo que son.

Ahí está la diferencia, y es una muy importante. Nosotros admitimos las imperfecciones de la naturaleza humana, pero no hacemos excepciones para los dominadores. Ellos sí lo hacen, aunque a veces inconscientemente, y, debido a que nosotros no hacemos tal excepción, nos dicen ellos que somos soñadores, que somos 'poco prácticos'.

Una antigua disputa, aquella entre los 'prácticos' y los 'poco prácticos', los supuestamente utopistas: una disputa que se renueva ante cada cambio propuesto, y que siempre termina en la total derrota de quienes se autodenominan personas prácticas.

Muchos debemos recordar la disputa que se propagó en América antes de la abolición de la esclavitud. Cuando se defendió la completa emancipación de los negros, los prácticos solían decir que si a los negros ya no se les obligara a trabajar mediante el uso de los látigos de sus amos, no trabajarían en absoluto, y pronto se volverían una carga para la comunidad. Los látigos gruesos podían ser prohibidos, decían, y el grosor de los látigos podría ser reducido progresivamente por la ley a media pulgada primero y luego a una pequeñez de unas pocas décimas de pulgada; pero algún tipo de látigo debe mantenerse. Y cuando los abolicionistas dijeron —tal como decimos nosotros ahora— que el goce del producto de la propia labor sería un inductor mucho más poderoso para el trabajo que el más grueso de los látigos, 'tonterías, mi amigo', les dijeron, tal como se nos dice ahora. «¡No conoces la naturaleza humana! Años de esclavitud les ha vuelto imprevisores, flojos y serviles, y la naturaleza humana no puede cambiarse en un día. Estás impregnado, claro, con las mejores intenciones, pero estás siendo "poco práctico"».

Bueno, por un tiempo los prácticos tuvieron su propio modo de elaborar planes para la emancipación gradual de los negros. Pero, ¡ay!, los planes probaron ser bastante poco prácticos, y la guerra civil —la más sangrienta registrada— rompió. Pero la guerra resultó en la abolición de la esclavitud, sin ningún período de transición; y ya ven, ninguna de las terribles consecuencias previstas por los prácticos acaeció. Los negros trabajan, son industriosos y laboriosos, son previsores —demasiado previsores, de hecho— y el único arrepentimiento que se puede expresar es, que el plan defendido por el ala izquierda del campo poco práctico —la igualdad completa y la distribución de tierras— no se realizara: hubiese ahorrado muchos problemas.

Alrededor del mismo tiempo una disputa similar se propagó en Rusia, y su causa fue esta. Había en Rusia 20 millones de sirvientes. Por varias generaciones habían estado bajo la dominación, o mejor dicho, la vara, de sus amos. Eran azotados por arar mal sus suelos, azotados para que hicieran el aseo en sus hogares, azotados por la imperfección en el tejido de sus vestimentas, azotados por no casar antes a sus niños y niñas, azotados por todo. Servilismo, imprevisión, eran sus supuestas características.

Luego vinieron los utopistas y demandaron nada menos que lo siguiente: completa liberación de los sirvientes; abolición inmediata de toda obligación de los sirvientes hacia el señor. Más que eso: abolición inmediata de la jurisdicción del señor y su abandono de todos los asuntos sobre los que antes juzgaba, en tribunales campesinos elegidos por los campesinos y que juzgaba, no de acuerdo a la ley, que no conocen, sino a sus costumbres no escritas. Tal era el plan poco práctico del campo poco práctico. Fue tratado como mero desatino por los prácticos.

Pero felizmente había en esos tiempos en Rusia una buena cantidad de poca practicabilidad en los campesinos, quienes se sublevaron con palos contra las armas, y se rehusaron al sometimiento, no obstante las masacres, y por lo tanto reforzaron el estado mental poco práctico a un grado tal como para permitir que el campo poco práctico forzara al zar a firmar su plan, aún mutilado en algún grado.

Los más prácticos se apresuraron a abandonar Rusia, para que no les cortaran la garganta pocos días después de la promulgación de aquel plan poco práctico.

Pero todo continuó bastante bien, no obstante los diversos traspiés cometidos aún por los prácticos. Estos esclavos a los que se les reputaba como imprevisores, brutos egoístas, y demás, desplegaron tan buen sentido, tanta capacidad de organización como para superar las expectativas de incluso los más poco prácticos de los utopistas; y en tres años después de la emancipación la fisionomía general de los poblados había cambiado completamente. ¡Los esclavos se estaban convirtiendo en seres humanos!

Los utopistas ganaron la batalla. Probaron que ellos eran los realmente prácticos, y que quienes pretendían ser prácticos eran imbéciles. Y el único arrepentimiento expresado ahora por todos quienes conocen el campesinado ruso es, que demasiadas concesiones les fueron hechas a aquellos imbéciles prácticos y egoístas estrechos de mente: que el consejo del ala izquierda del campo poco práctico no haya sido seguido a cabalidad.

No podemos ya dar más ejemplos. Pero invitamos fervorosamente a quienes gustan de razonar por sí mismos a estudiar la historia de cualquiera de los grandes cambios sociales que han ocurrido en la humanidad desde el levantamiento de las comunas a la Reforma y a nuestros tiempos modernos. Verán que la historia no es más que una lucha entre dominadores y dominados, opresores y oprimidos, en la que el campo práctico siempre toma parte del lado de los dominadores y los opresores, mientras que el campo poco práctico toma parte del lado de los oprimidos; y verán que la lucha siempre termina en una derrota final del campo práctico luego de mucha sangre derramada y sufrimiento, debido a lo que llaman su 'buen sentido práctico'.

Si al decir que somos poco prácticos nuestros oponentes quieren decir que prevemos la marcha de los eventos mucho mejor que los cobardes prácticos cortos de vista, entonces tienen razón. Pero si quieren decir que ellos, los prácticos, tienen una mejor previsión de los eventos, entonces les enviamos a la historia y les pedimos que se dispongan a concordar con sus enseñanzas antes de realizar tan presuntuosa afirmación.

sábado, 18 de octubre de 2014

Villa pasó información de anarquistas y comunistas a la policía franquista


Gómez Fouz asegura que el exlíder del SOMA fue confidente de los torturadores Claudio Ramos y Pascual Honrado de la Fuente


En los turbulentos años setenta, cuando por las cuencas mineras se movían como hormigas comunistas y anarquistas intentando reorganizar sus organizaciones ante la agonía del régimen, José Ángel Fernández Villa, era considerado un «compañero» por los militantes clandestinos de la CNT de La Felguera, bastión del anarquismo asturiano junto con Gijón.

Villa era un hombre trabajador y muy inquieto políticamente y participó en algunas de las reuniones clandestinas que había convocado el profesor e histórico anarquista José Luis García Rúa, junto a otros compañeros como José Manuel Fernández Cabricano o el propio Aquilino Moral, supervivientes de la Revolución del 34. «A mí me lo presentaron compañeros de la CNT y me dijeron que era de los nuestros», explica Rúa, quien desconoce si era o no un «infiltrado» «porque tampoco le vi muchas veces».

Rúa, catedrático emérito de la Universidad de Granada y activo anarcosindicalista gijonés en los años de la Transición, puso en marcha a principios de 1969 las Comunas Revolucionarias de Acción Socialista (CRAS). A varias de las reuniones clandestinas acudió Fernández Villa pero, como dice el investigador José Ramón Gómez Fouz, exboxeador, hijo de un policía armada y amigo de los dos personajes más destacados de la Brigada Político-Social del Franquismo, Claudio Ramos y Pascual Honrado de la Fuente, «lo que no sabían es que Villa iba a sacar información».

Fouz escribió un libro en 1999 titulado Clandestinos en donde explica el papel de delator de Fernández Villa. Asegura que fue testigo de documentos y testimonios en los que se descubre al que fuera el hombre más poderoso del socialismo asturiano durante años facilitando información a la temida Brigada Político-Social de Asturias. Su principal enlace era Pascual Honrado de la Fuente, uno de los presuntos torturadores contra el que hay abierto un proceso en la llamada Querella Argentina por los crímenes del franquismo.

«Que Villa tenía mucho poder lo demuestra que hasta sus rivales políticos de la derechona le temían. Yo me encontré un día con García Cañal y otros dirigentes del PP, con los que solía tener trato y se alejaron de mí disculpándose porque no querían que les viese alguien conmigo. Fue poco después de escribir las delaciones de Villa».

Las fuentes de Gómez Fouz no se han puesto nunca en duda, pues la información la encontró en los archivos policiales a los que tuvo acceso precisamente por ser «hijo del cuerpo» y por su buena relación con Claudio Ramos (ya fallecido) y con Pascual Honrado (aún vivo). Con este último aún conserva la amistad. Ni siquiera el propio Villa desmintió lo publicado ni acudió a los tribunales para defenderse. «Lo que si me llegaron fueron muchas amenazas, aunque se preocupaban más por mi integridad física mis amigos que yo mismo», explica el exboxeador.

Según el resultado de su información y de las conversaciones que escuchó, Fernández Villa estaba infiltrado en reuniones de comunistas y anarquistas. Contribuyó a desmantelar el FRAP en Asturias (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota) y hasta llegó a chivarse a la brigada político social de los movimientos de los que luego serían sus compañeros, como Juan Luis Rodríguez-Vigil, Antón Saavedra y del sindicalista de CCOO Marino Artos.

Fouz es preciso hasta para recordar el periodo durante el cual Villa fue confidente: desde 1972 hasta octubre de 1976. Las primeras sospechas vinieron de sus propios compañeros: «Primero le echaron de Hunosa, luego de una mina y finalmente entra en Ensidesa en La Felguera y si te echaban de una empresa pública no te contrataban tan rápido en otra. Se empezó a correr el rumor de que era confidente».


Cómo se hace confidente

Fouz dice que el propio Ramos le contó cómo consiguió que Villa fuera confidente: «era un hombre inquieto políticamente y andaba por todas partes. Claudio Ramos era muy fino para buscar gente. Se dio cuenta de que había quedado en el paro y le buscó un trabajo en la mina Colladona, entre Sama y Aller, que era de un señor que se llamaba Efrén y que conocí. El mismo me dijo que a Villa se lo habían impuesto desde la Policía. A cambio, Villa tenía que pasar información a Claudio Ramos».

Según la investigación de Fouz, Villa se reunía algunas veces en Las Caldas, a las afueras de Oviedo, en un coche, con Pascual Honrado de la Fuente al que le facilitaba la información sobre sus reuniones con comunistas y anarquistas.

En la mina, Villa era un hombre muy trabajador y puntual, aunque su genio chocó pronto con su jefe y fue despedido. Villa no tenía preocupación, sabía que Claudio Ramos le buscaría un empleo. Un policía llamado Blázquez, que era amigo de algunos ingenieros de Hunosa, sirvió de enlace entre Ramos y los directivos y le buscaron un trabajo en Ensidesa, en La Felguera, aunque posteriormente regresaría a la mina.

Fouz asegura que en 1974 es cuando se acerca a las reuniones de CRAS, algo que confirma el propio García Rúa. Según Fouz su ingreso en el PSOE y en la UGT se produce por consejo del propio Ramos, que mantuvo sus cargos una vez muerto Franco. «Ramos apreciaba a Villa y veía que tenía inquietud política y le recomendó entrar en el PSOE porque era un partido más moderado». A los socialistas los policías de la Brigada «no les tocaban porque no eran una preocupación para el Régimen». Por su parte, Rúa califica de «muy extraño» el que Villa ingresase en el PSOE y en UGT «porque siempre había parecido más cercano a la CNT».

Lo que vino después, a diferencia de su etapa más oscura, es de sobra conocido. Para Gómez Fouz fueron 36 años de miedo alrededor de Villa «y eso que tiene su mérito tener a toda la gente acojonada. Yo no le temía, pues lo único que podía hacerme era matarme y eso no lo iba a hacer. Mandaba en todo y fue en esa época en la que escribí sobre su etapa de confidente. Ahora no lo haría porque está enfermo y acabado y no me gusta ir contra los débiles».

lunes, 13 de octubre de 2014

La Telepolítica de PODEMOS


Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión

Para muchos de los que como un servidor pensábamos que Podemos era un fracaso anunciado en la era post electoral del 15 M, tal y como se había demostrado con Partido X, Participa, Procés Constituent, etc., la realidad nos dejó en evidencia como nefastos analístas políticos.

La estrategia estaba previamente definida por el equipo de comunicación de la formación. Se trataba básicamente de entrar en el terreno de la telepolítica, con lo que conlleva; marketing, marcas políticas, espectáculo televisivo, preponderancia de las imagenes, personalidades, etc, imponiendo el ritmo de los sucesos políticos, con el fin de franquear el inmenso muro de los formadores de opinión.

Y esta vez acertaron. Crearon al personaje mediático, lo introducieron rápidamente en las trincheras de la conciencia social estructurada a través de los media, logrando colarse en la élite de las oligarquías políticas. Inaudito. Algo que ha llevado al bipartidismo contra las cuerdas, y a proponer una reforma electoral, que les garantice una mayor estabilidad política.

La Tuerka fue el espacio donde se empezo a experimentar en este aspecto, con un lenguaje directo y cotidiano que engarzaba con las problemáticas de muchos estratos sociales

Su primera intervención en medios de comunicación ajenos fue en Intereconomia con Alejo Vidal Cuadras, y Federico Jiménez Losantos.

A partir de ahí hemos visto apariciones en muchas otras cadenas de televisión codeándose con un sin fin de tertulianos profesionales.

Ha quedado en evidencia, los medios de comunicación son los espacios de socialización política donde la gente realmente milita. Esto es, la gente no milita en organizaciones políticas, milita a través de los formadores de opinión que proporcionan los medios. La gente es de La Sexta, la Cuatro, el ABC, o El País..., ni siquiera de Podemos o el PP.

Después de esa entrada relámpago en tan solo un año en los mass media, Podemos se llevo nada menos que 5 eurodiputados en las elecciones homónimas. Pero ese trabajo no se ha realizado solamente en los mass media sinó también en las redes sociales con canales de difusión muy potentes que han llegado a millones de personas.

En el caso del Estado Español los medios están en manos de las grandes corporaciones mediáticas y los bancos lo cual supone una censura indirecta y una forma de comunicación marcada por el beneficio privado, que emite en infracalidad, con una ideología difusa pero implícita en todo momento. Haber sorteado tal muro, con una aparente actitud transgresora, confiere a Podemos la característica de fenómeno político y social.

Habrá que ver si esa forma de telepolítica se traduce en una explosión militante y de base con la misma energía con la que ha emergido. Es ahí donde radica el dilema de Podemos. Si bien en muchas asambleas primeras, el número de participantes era de un volumen medio, con el paso de las asambleas la cantidad de participantes en ella va descendiendo. Al final puede ser que todo dependa del nivel de «radicalización» que los afiliados impriman a las diferentes luchas, haciéndolas permanentes en el tiempo. Todo está por decir.

Lo que sí parece claro, es que los que seguimos pegando carteles, adhesivos, y colgando pancartas, deberíamos hacernoslo mirar, o por lo menos reflexionar sobre las formas de comunicar.

Os pasamos a continuación un excelente artículo de Gustavo Martínez Pandiani escrito en el 2004 sobre el impacto de la televisión en la comunicación política moderna

Para visualizar el artículo clica aquí.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Bakunin y Blanqui: El «Elitismo»


Por VÍCTOR GARCÍA

Bakunin arremetió despiadadamente contra Blanqui al referirse al papel interpretado por éste en las jornadas revolucionarias de 1848. De todo el andamiaje blanquista no quiso dejar nada en pie, calificando de infantil el revolucionismo de Blanqui, absurdo su culto a la violencia, ingenua su seguridad en que bastarían cuatro cañonazos para hacer la revolución.

Esto condujo, por el contrario, al advenimiento de Luis Bonaparte, el genio representante de la burguesía derrotada pero vuelta al poder a través del gobierno provisional.

Si cotejáramos las tácticas revolucionarias de Bakunin y de Blanqui veríamos bastantes puntos coincidentes por el predominio en ambos de un sentimiento conspirativo muy desarrollado. Estos puntos coincidentes, sin embargo, terminan desde el mismo momento en que se declara la revolución, ya que mientras Blanqui la quiere llevar a cabo sólo y exclusivamente con la intervención de la élite; Bakunin insiste en que sólo la amplia participación de las masas en el levantamiento revolucionario puede permitir el afianzamiento de la revolución. Bakunin no admite que la organización o sociedad secreta, por sí sola, como es axiomático en Blanqui, consolidar la gesta revolucionaria. Basarse sólo en ella es suicida y de allí arranca su crítica tan agresiva a los planteamientos de Blanqui.

El planteamiento de Blanqui es escalonado: la élite hace la revolución, luego hace que el pueblo tenga acceso a la cultura y a la instrucción y, una vez éste instruido, se pasa al comunismo que no tiene que ser, necesariamente, estatal. Hasta se permite programar la transición en el sentido que se dejarán muchos puestos claves de la sociedad capitalista y burguesa en función a fin de evitar el caos, tanto económico como social. Es decir, la revolución entrañará una toma del poder por parte de la élite, la remoción de aquellos cargos innecesarios, pero el mantenimiento de los que la sociedad precisa a fin de no quedar estancada. Una vez afianzada la revolución, siempre según el pensar blanquista, se impartirá la educación a las masas, fase definitiva del blanquismo, ya que para Blanqui educación es sinónimo de sociedad justa e igualitaria.

El anarquismo ha desechado, como iluso, este planteamiento. La biología nos enseña que ningún organismo se autodestruye a sí mismo y que el Estado, si queda en pie, en lugar de autodestruirse tenderá a fortalecerse cada día más.

En el siglo pasado tales afirmaciones no gozaban de ninguna experiencia y cuando Bakunin y los anarquistas en general advertían a los revolucionarios del peligro que entrañaba toda presencia de un Estado, fuera éste a título provisional, en la acción revolucionaria, aquellos se basaban en el conocimiento de los hombres y en el estudio de todo ser vivo. En base a ello afirmaban que ningún órgano se destruye a sí mismo.

En la actualidad los revolucionarios disponemos, por desgracia, de múltiples experiencias. El globo terráqueo está salpicado de países que han hecho su revolución en base al derrocamiento de un Estado que ha sido suplantado por otro. Aquel Estado incipiente creado en el comienzo y necesitando del apoyo de lo más florido de las fuerzas revolucionarias generadoras de la revolución fue fortaleciéndose, solidificándose para convertirse, finalmente, en el único rector de los destinos de todos los habitantes del país.

Esta parte, pues, de la estrategia revolucionaria de Blanqui se ha evidenciado como falsa sin que se pueda citar un solo caso que, a título de excepción, permitiera pensar que la dictadura revolucionaria es posible como vehículo para alcanzar la abolición del Estado.

Otro de los errores de Blanqui es el de considerar el saber como base de la igualdad —«el comunismo es la única organización posible de una sociedad extremadamente culta y, por ello, violentamente igualitaria»— y si este parecer era permisible en 1830, en 1848 y en 1870 hoy ya resulta descartado, y ello siempre en base a las experiencias que el siglo actual arroja en no importa qué régimen, del mosaico de ellos, que existen en el mundo. El segundo conducirá a una dictadura de la inteligencia en la acepción más plausible que pueda plantearse, pero puede conducirnos, posiblemente, a la destrucción de la humanidad, con lo que se alcanzaría, por la parte más inesperada: la muerte, la igualdad proclamada por Blanqui.

El saber, la instrucción, es una necesidad del ser humano y el hombre alcanza mayor plenitud cuantos más conocimientos domina. Pero el saber no es, intrínsecamente en sí, más que un instrumento que los hombres pueden usar indistintamente para el bien y para el mal. El cuchillo es un instrumento magnífico para la cocinera, pero es un arma mortal para el asesino. Mil codos más arriba tenemos la fisión del átomo que si tomo por el camino del progreso del hombre, pero que, si por el contrario, se le desvía por la pendiente negativa puede sellar el fin de todos y de todo.

Esto tampoco podía verlo Blanqui, porque él vivió en el comienzo de la era industrial, cuando, parafraseando a Oppenheimer, el 90 por ciento de los sabios y científicos de todas las edades de la humanidad, reagrupados y vivos en esta década, todavía no se había manifestado.

El blanquismo se ha hecho presente en toda índole de organización revolucionaria. En el seno del anarquismo también se han destacado atisbos blanquistas, siendo uno de los más connotados el de la Plataforma que los anarquistas rusos, especialmente los ucranianos, propusieron, al resto de los movimientos libertarios del mundo. En España, donde el anarquismo químicamente puro no resultaba fácil de hallar por la arrolladora influencia del movimiento anarcosindicalista de la Confederación Nacional del Trabajo, también han existido partidarios del blanquismo, y la teoría de la toma del poder fue polémica obligada entre los libertarios encarcelados, en las conferencias de los ateneos y en las redacciones de los periódicos ácratas. También en Corea, terminada, en 1945, la guerra Mundial, se planteó, en el seno del movimiento anarquista coreano, reputado como fuerte y cuantioso, la cuestión del plataformismo y de la toma del poder.

Sabemos que hay mucha osadía en esta comparación, forzada, es cierto, que hacemos de blanquismo y plataformismo pero es innegable que la idea del elitismo conduce al acercamiento y acoplamiento de los dos ismos, y hay que otorgarle a Blanqui, a pesar de sus enfoques discutibles, la paternidad, dentro del revolucionarismo moderno, de la élite-ariete que, según su estrategia, debe permitir la penetración en el seno de la fortaleza enemiga del Instrumento de la revolución que la hará posible.

En este aspecto hay más honestidad en Blanqui que en el marxismo, ya que éste, todo y utilizando de hecho sus élites, siempre se pertrecha detrás de la demagógica expresión del partido de masas significando algo que es totalmente incierto: la participación del pueblo.

Blanqui no tenía ningún interés, de su lado, es ser mascarón de proa del marxismo ni del anarquismo y hasta llegó a exteriorizarlo muy gráficamente:

«El comunismo y el proudhonianismo se empeñan en permanecer en la orilla de un río discutiendo si lo que se cultiva del otro lado del mismo es maíz o trigo. Basta con atravesar el río y cerciorarse».

Confucio dice que en el justo medio está la virtud, y esto lo ratifica Aristóteles. Blanqui pareciera, con las reservas del caso, hallarse equidistante del anarquismo y del marxismo, ya que con el anarquismo comparte la tesis de que sólo el pueblo puede crear una sociedad justa al margen del Estado y del partido, mientras que con el marxismo va del brazo cuando afirma que el primer paso de la revolución es la instauración de una dictadura.

Con todo, cuando el historiador y el sociólogo habrán terminado la vivisección de las teorías blanquistas, para ensalzarlas o para desecharlas, todavía quedará en pie, para admiración de todos, una vida de integridad revolucionaria, de un luchador nato, huésped de todas las cárceles francesas y soldado de todas las barricadas de la insurrección.