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miércoles, 13 de marzo de 2019

Marussia Bakunin: historia de la emancipación de una mujer con apellido embarazoso


Nº 367 / febrero 2019

Una intensa existencia la de María, llamada cariñosamente Marussia, tercera hija de Mijaíl Bakunin, reconocida por sus contemporáneos por sus altas cualidades científicas y morales. Tras su muerte, acaecida en 1960, su nombre permanecerá en la sombra y será olvidado, sobre todo a causa de la fuerte presencia de figuras masculinas —colegas e intelectuales—, comprendido su amadísimo sobrino Renato Caccioppoli, gran genio de las matemáticas.

Nacida en Siberia en 1873, tras la muerte de su padre en Berna se traslada a Nápoles con la familia, acogida por el abogado socialista Carlo Gambuzzi, amigo íntimo de Bakunin que proveerá todas las necesidades de la familia, casándose a continuación con la viuda de Bakunin. El mismo Malatesta le había definido como uno de los primeros socialistas italianos.

Y es en la Nápoles hambrienta y en constante ebullición de los años precedentes a la Primera Guerra Mundial donde crecen «los tres niños Bakunin»: Carlo, Sofía y Marussia.

La casa de Gambuzzi era un cenáculo cultural y político.

Entre los ideales de libertad, de estímulos individuales, la generosidad y el afecto del abogado, Marussia y sus hermanos pudieron ir a las mejores escuelas de la ciudad.

María se licencia jovencísima en Química pura con un trabajo sobre la isometría geométrica, concepto incomprensible para muchos de nosotros, pero que para ella era como el pan cotidiano.

Implicada constantemente en el laboratorio de química entre teoría y experimentación de campo, obtendrá la cátedra de Química orgánica y el título de profesora emérita.

Se casará con su profesor, Agostino Oglialoro, director del Instituto; no tendrán hijos.


Una foto emblemática de 1896 la inmortaliza con una amplia falda larga, mantilla y sombrero en medio de un numeroso grupo de licenciados; es la única mujer.

Ciertamente Marussia llevaba un apellido embarazoso y si bien parece que nunca se definió anarquista, indiscutiblemente tenía un carácter fuerte y generoso y un gran sentido de la justicia, cualidades humanas y coraje a raudales que manifestó siempre coherentemente. Algunas anécdotas de su vida abonan tales presupuestos.

Paseando en calesa por Vía Toledo de Nápoles tuvo que domar al caballo embravecido. En otra ocasión salvó a la hermana caída en un pozo descolgándose con una cuerda y agarrándola por el pelo.

Durante el fascismo se negó a tener un hijo, presentándose a los exámenes de química vestida de militar, a pesar del decreto de las autoridades que ordenaba tener hijos a todos los militares. Definió el episodio como una bufonada, una patética puesta en escena, y se salvó sólo gracias a la providencial intervención de su marido.

Se cuenta que cuando los alemanes quemaron las bibliotecas universitarias, María se sentó cerca de las llamas con los brazos cruzados. El comandante alemán, sorprendido por el gesto, dio la orden de retirarse y los daños fueron limitados. Por este gesto, Benedetto Croce quiso en 1944 que presidiera la Academia Pontiana, una asociación cultural de antigua creación que había sido suprimida por el gobierno fascista.

En mayo de 1938, su sobrino Renato, con ocasión de la visita a Nápoles de Hitler, contrató a una orquestina para que tocara La Marsellesa. Gracias a su intervención, Marussia convenció a las enfurecidas autoridades, que lo querían encarcelar, sobre la incapacidad del sobrino de entender y querer, y le mandaron a un manicomio una temporada.

Efectivamente, María es recordada sobre todo como la tía de Renato Caccioppoli, hijo de su hermana Sofía, cuya actividad antifascista se manifestó incluso con actos sarcásticos con los que tomaba el pelo al régimen. Durante el fascismo, después de la prohibición a los hombres de pasear perros de talla pequeña (para salvaguardar su virilidad), Caccioppoli acostumbraba pasear, por las calles de Nápoles, como forma de contestación, con un gallo con collar y correa.

En 1914 el ministro Nitti la encargó ir a estudiar las escuelas profesionales de Bélgica y Suiza, consideradas en la época como la vanguardia en métodos de enseñanza. Marussia constató con amargura la existencia de enseñanza distinta para los varones y las mujeres. Para resolver el problema de la escolarización italiana afirmó con determinación que tocaba a los ricos, mediante tasas, el honor de pagar la educación de los pobres.


«Ni votos ni mil plegarias» es una famosa afirmación suya.

No hay que recordar más que su casa de Vía Mezzocannone, con sus innumerables gatos que, durante muchísimos años, hasta el final, fue lugar de encuentro y acogida de los exponentes del mundo cultural, de los perseguidos y de los refugiados.

En Nápoles, de su memoria queda una placa en la puerta de la Facultad de Química y un paseo en la periferia.

Saltamontes

martes, 19 de agosto de 2014

Una curiosidad: 'Spaghetti alla Bakunin'


Agosto 2014

El pintor siciliano Vella, entusiasta bakuninista, quiso dedicar al gran revolucionario este plato de pasta donde no podían faltar las sardinas —utilizadísimas en Sicilia— ni el tomate, empleado con profusión en el sur de Italia y que da al guiso el color rojo de la rebelión.

Ofrecemos la receta para cuatro comensales:

  Dorar en la sartén, con 3 cucharadas de aceite de oliva, 2 dientes de ajo, que hay que quitar en cuanto tomen color.
  En este aceite aromatizado meter 4 filetes de sardina salados y troceados; añadir 1 kg de tomates picados, 1 cucharadita de pimentón picante, sal y pimienta.
  Cocer a fuego medio durante 10 minutos y después espolvorear orégano en abundancia. 
  Añadir esta salsa a 700 gramos de espaguetis cocidos al dente.

(Receta de Antonio Cardella publicada en el libro de Rino de Michele et al., Ricette anarchiche, La Fiaccola y ApARTe, Noto - Mestre 2008)
 

sábado, 9 de agosto de 2014

'El patriotismo' (Extracto)


Por MIJAIL BAKUNIN

«En el fondo de toda guerra no hay más que un interés: la apropiación de trabajo ajeno»


¿Los hombres están condenados, por su naturaleza, a devorarse entre sí para vivir, como lo hacen los animales de otras especies?

Desgraciadamente encontramos en la cuna de la civilización humana la antropofagia, al mismo tiempo y en seguida las guerras de exterminio, la guerra de razas y de pueblos; guerras de conquista, guerras de equilibrio, guerras políticas y guerras religiosas; guerras por las grandes ideas como las que hace Francia dirigida por su actual emperador, y guerras patrióticas para la gran unidad nacional, como las que meditan, por una parte, el ministro pangermanista de Berlín y, por otra, el zar paneslavista de San Petersburgo.

Y en el fondo de todo esto, a través de todas las frases hipócritas de que se hace uso para darse una apariencia de humanidad, y de derecho, ¿qué encontramos?

Siempre la misma cuestión económica, la tendencia de los unos a vivir y prosperar a expensas de los otros.

Todo lo demás es una bola. Los ignorantes, los tontos se dejan coger en ellar; pero los hombres fuertes que dirigen los destinos de los Estados saben muy bien que en el fondo de todas las guerras no hay más que un sólo interés: el pillaje, la conquista de las riquezas del otro y la apropiación de trabajo ajeno.

Tal es la realidad a la vez cruel y brutal que los dioses de todas las religiones, los dioses de las batallas, no han dejado nunca de bendecir. Empezando por Jehová, el Dios de los judíos, el Padre Eterno de Nuestro Señor Jesucristo, que mandó a su pueblo escogido a asesinar a todos los habitantes de la Tierra prometida, y concluyendo por el Dios católico, representado por los papas, que en recompensa del asesinato de los paganos, de los mahometanos y de los herejes, dieron la tierra de esos desgraciados a sus asesinos llenos de sangre. A las víctimas, el infierno; a los verdugos, suos despojos, los bienes de la tierra.

Ese es, no otro, el objeto de las guerras más santas, de las guerras religiosas.

Es evidente que, hasta la fecha al menos, la humanidad no ha procurado excepción a la ley general de la animalidad que condena a todos los seres vivos a devorarse unos a otros para subsistir.

El socialismo, poniendo en lugar de la justicia política, jurídica y divina, la justicia humana, reemplazando el patriotismo por la solidaridad universal de los hombres, y la competencia económica por la organización internacional de una sociedad fundada en el trabajo, será el único que pueda acabar con estas manifestaciones brutales de la animalidad humana, con la guerra.

Pero hasta que haya triunfado en el mundo, todos los congresos burgueses por la paz y por la libertad protestarán en vano, y todos los Víctor Hugo del universo los presidirán en balde; los hombres continuarán devorándose unos a otros como las fieras.

Está bien demostrado que la historia humana, como la de todas las otras especies animales, comenzó por la guerra.

Esa guerra, que no tuvo ni tiene más objeto que conquistar los medios de vida, ha pasado por diferentes fases de desarrollo, paralelas a las distintas fases de la civilización, es decir, del desarrollo de las necesidades del hombre y de los medios de satisfacerlas.

Así, animal omnívoro, el hombre ha vivido primero como todos los otros animales, de frutas y de plantas, de caza y de pesca. Durante muchos siglos, sin duda, el hombre cazó y pescó cual hoy aún lo hacen los animales, sin ayuda de más instrumentos que los que la naturaleza le había dado.

La primera vez que se sirvió del arma más grosera, de una estaca o de una piedra, hizo acto de reflexión, se afirmó, sin sospecharlo indudablemente, como un animal pensante, como hombre; porque la más primitiva de las armas debiendo necesariamente adaptarse al fin que el hombre se propone alcanzar, supone cierto cálculo, cálculo que distingue esencialmente al animal hombre de todos los animales de la Tierra. Gracias a esa facultad de reflexionar, de pensar, de inventar, el hombre perfeccionó sus armas, muy lentamente, es cierto, a través de muchos siglos, y se transformó por ello mismo en cazador o en bestia feroz armada.

Llegados a este primer grado de civilización, los pequeños grupos humanos tuvieron naturalmente más facilidad para alimentarse matando a los seres vivos, sin exceptuar a los hombres, que habían servirles de alimento, que las bestias privadas de estos elementos de caza o de guerra; y como la multiplicación de todas las especies animales está siempre en proporción directa con los medios de subsistencia, es evidente que el número de hombres debía aumentar en una proporción más fuerte que el de los animales de las otras especies, y que, por último, debía llegar a un momento en que la naturaleza inculta no podría ya bastar para alimentar a todo el mundo.

(Del periódico ginebrino Le Progrès, de septiembre de 1869).

domingo, 15 de junio de 2014

Bakunin: El espíritu destructor

 

Por GEORGE WOODCOCK

Entre todos los anarquistas, Mijail Bakunin fue el que, de manera más coherente, vivió y comprendió su papel. En los casos de Godwin, Stirner y Proudhon siempre parece haber una divisoria entre los extremos lógicos o apasionados del pensamiento y las realidades de la vida diaria. Estos hombres terroríficos, tal como les veían sus contemporáneos, sacados de sus estudios se transformarían en el ex-clérigo pedante, en el ceñudo preceptor de señoritas y en el antiguo artesano —orgulloso de su elegante tipografía— que resulta ser un padre de familia modelo. Esto no significa que ninguno de ellos fuera, fundamentalmente incoherente. Tanto Godwin como Proudhon mostraron un valor ejemplar al desafiar a la autoridad cuando así lo ordenaban sus conciencias. Pero su impulso a la rebelión parecía realizarse, por completo, mediante su actividad literaria. Y en el terreno de la acción su falta de convencionalismo raramente pasaba de los más tibios grados de excentricidad.

Bakunin, por el contrario, fue monumentalmente excéntrico, un rebelde que en casi todas sus acciones parecía expresar los aspectos más violentos de la anarquía. Fue el primero de una larga serie de aristócratas que se unieron a la causa anarquista. Jamás perdió una gracia natural, que combinaba con una expansiva bonhomie rusa y con una desconfianza instintiva para con todas las convenciones burguesas. Físicamente era un gigante, y su estampa maciza desmelenadas podía impresionar al auditorio mucho antes de que empezara a conquistar su simpatía con su convincente oratoria. Todos sus apetitos —con la única excepción del sexual— fueron enormes. Hablaba durante noches enteras; era un lector omnívoro; bebía brandy como si fuera vino- En un solo mes de encarcelamiento en Sajonia se fumó 1.600 cigarros y comía de manera tan voraz que el director de la cárcel, un austríaco comprensivo, se sintió movido a concederle ración doble. Virtualmente carecía del sentido de la propiedad o de la seguridad material. Durante una generación vivió de los regalos y prestamos de amigos y admiradores, daba con la misma generosidad con que recibía y, literalmente, no se preocupaba en absoluto del mañana. Era inteligente y culto, pero ingenuo. Espontáneo y afable, pero astuto. Leal hasta el último extremo, pero tan imprudente que exponía constantemente a sus amigos a peligros innecesarios. Como insurrecto y conspirador, como organizador y propagandista, era un energúmeno de entusiasmo revolucionario. Podía inspirar libremente sus ideales a otros hombres y conducirles por su propia voluntad a la acción en las barricadas o en la sala de conferencias.

Pero había veces, en que toda esta actividad enorme e incansable cobraba la apariencia de un gran juego de una infancia prolongada. Y en ocasiones los extremismos de palabra y de obra de Bakunin produjeron pasajes de pura comedia que le convirtieron en la caricatura y no en el ejemplo del anarquista. Le vemos paseando por las calles de una ciudad suiza disfrazado, poco convincentemente, de pastor anglicano. O enviando, ingenuamente, cartas cifradas con la clave escrita en el sobre. O fanfarroneando ante conocidos ocasionales con historias acerca de los enormes, y totalmente imaginarios, ejércitos secretos que tenía a sus órdenes. Es difícil negar la justicia del retrato que con tanta ironía trazó E. H. Carr en la única biografía inglesa de Bakunin.

Pero Bakunin sigue siendo una figura demasiado sólida para descalificarla como un mero excéntrico. Si fue un necio, fue uno de esos necios de Blake, que alcanzan la sabiduría persistiendo en la necedad. Y tuvo la suficiente grandeza —y se acomodó lo bastante adecuadamente a su propia época— para convertirse en uno de los hombres más influyentes en la tradición general revolucionaria y en la historia particular del anarquismo. Y así ha sido, tanto por sus fracasos, como por sus triunfos, y sus fracasos fueron muchos.

El Anarquismo

sábado, 31 de mayo de 2014

A 200 años del nacimiento de Bakunin

Una de las pocos fotos de Bakunin que se conservan,
la de NADAR a principios de los años 60 del siglo XIX.

LA OVEJA NEGRA
7 de mayo de 2014

Los destellos de Mijail Alexandrovich Bakunin (30 de mayo de 1814 – 1 de julio de 1876) y de la I Internacional aparecen en la región argentina desde la década de 1870. En 1874, se crea en Córdoba la primera organización comunista aunque de carácter secreto, y en 1876 aparece en Buenos Aires el Centro de Propaganda Obrera que tres años después edita el folleto Una Idea sobre los argumentos de Bakunin. Dios y El Estado será comentado en el periódico La Liberté también de Bs. As. en 1894. En las primeras décadas del siglo xx circulará una edición española a cargo de B. Fueyo con traducción de Eusebio Heras, prólogo de Carlo Cafiero y Eliseo Reclus y apéndice biográfico de Anselmo Lorenzo. En 1928 finalmente, La Protesta editará sus obras completas con traducción de Diego Abad de Santillán.

Sin embargo, para adentrarse en la obra de este revolucionario es importante tener en cuenta lo que expuso Ángel Cappelletti en su artículo La evolución del pensamiento filosófico y político de Bakunin, donde se explica que este pensador y hombre de acción sufrió una larga evolución, tanto en lo filosófico–religioso como en lo socio–político donde se pueden reconocer tres etapas bien definidas: la etapa idealista–metafísica (1834 a 1841), la etapa idealista–dialéctica (1842 a 1864) y finalmente la etapa materialista que comprende desde 1864 hasta su muerte en 1876.

Y añade: «Fácil es advertir que esta evolución de Bakunin tiene un sentido inverso a la que se suele dar en la mayoría de los pensadores y militantes sociales o políticos. Mientras la mayor parte de los que cambian y evolucionan suelen pasar de la izquierda a la derecha, del culto a la revolución (o, por lo menos, del reformismo) a la reacción y al conservadurismo, al pasar de la juventud a la edad madura y la vejez, Bakunin pasa, precisamente al revés, desde el conformismo tradicional de su adolescencia hacia el anarquismo revolucionario de sus últimos años, del idealismo metafísico al materialismo ateo o antiteo».

Fue uno de los grandes impulsores de la I Internacional, creada en 1864, de la cual expresó que «el principal objetivo era unir ante todo a las masas obreras del mundo civilizado en una acción común». Sus debates con Marx constituyen hoy uno de los grandes acerbos del proletariado para la lucha. Más allá de sus diferencias y escapando a todo ideologicismo, creemos que en su discusión hay aportes fundamentales.

A 200 años de su nacimiento leemos aún sus pensamientos y sus acciones, indivisibles entre sí, a lo largo de su vida. Leemos textos que, como Dios y el Estado, quedaron sin terminar ni ordenar. En una vida de constantes enfrentamientos con el enemigo no hay tiempo para todo… «mi vida es un fragmento» respondía a los que criticaban lo inacabado de algunas de sus obras. Su vida era un fragmento, pero un fragmento de algo enorme, un fragmento de la totalidad, de una lucha inacabada, no un ser fragmentado. Hay pocos casos en la historia en los que una obra editada en su totalidad de forma póstuma adquiere una importancia tan grande para, nada menos, la imposición de un proyecto revolucionario.

A 200 años del nacimiento de Mijail Bakunin, el gran destructor, seguimos sosteniendo que para vivir en armonía y comenzar una historia verdaderamente humana debemos destruir toda la organización social actual, sus gobiernos y sus dioses, su Estado y su dinero, sus naciones y sus leyes.

«No puede haber verdadera revolución sin una destrucción arrolladora y apasionada, una destrucción beneficiosa y fecunda, pues sólo de ella nacen y surgen mundos nuevos. Pero nadie puede proponerse destruir sin tener al menos una concepción remota —ya sea verdadera o equivocada— de un nuevo orden que suceda al existente. Cuanto más vívidamente se visualiza el futuro más poderosa es la fuerza de destrucción. Y cuanto más se aproxima esa visión a la verdad, es decir, cuanto más se adecua al desarrollo necesario del mundo social actual, más beneficiosos y útiles resultan los efectos de la acción destructiva. Pues la acción destructiva está siempre determinada —no sólo en su esencia y grado de intensidad sino también en los medios que emplea—, por el ideal concreto, que es su inspiración inicial, su alma.» (Bakunin, Tácticas revolucionarias).

Priamujino, casa natal de Bakunin
(fotografía antigua, hoy poco queda en pie).

viernes, 30 de mayo de 2014

El control del poder

 

M. Bakunin

«Los mejores hombres son fácilmente corruptibles, sobre todo cuando el mismo medio provoca la corrupción de los individuos por la ausencia de control serio y de oposición permanente. En la Internacional, no puede tratarse de la corrupción venal, por ser aún demasiado pobre la asociación para dar ingresos o incluso justas retribuciones a ninguno de sus jefes. Al contrario de lo que se da en el mundo burgués, los cálculos interesados y las malversaciones son muy pocos y sólo ocurren como excepción. Pero existe otro tipo de corrupción a la que infelizmente la alianza internacional no es ajena: es la de la vanidad y de la ambición». (PA, p. 15)

«[…] Existe en todos los hombres un instinto natural de mando que se origina en esa ley fundamental de la vida, que ningún individuo puede asegurar su existencia y hacer valer sus derechos sino por la lucha... Esa lucha entre les hombres empezó por la antropología». (PA, p. 15)

«[…] Se ve que el instinto de mando, en su esencia primitiva, es un instinto carnívoro, del todo bestial y salvaje. Bajo la influencia del desarrollo intelectual de los hombres, se idealiza en cierto modo, adorna sus formas, presentándose como el órgano de la inteligencia y como el servidor entregado de esa abstracción o de esa ficción política que llaman el bien público. Pero en el fondo, el instinto de mando permanece tan importante, incluso más, a medida que con la ayuda de las aplicaciones de la ciencia se extiende más y potencia su acción. Si hay un diablo en toda la historia humana, es este principio del mando. Sólo él, con la estupidez y la ignorancia de las masas, sobre las que por lo demás se funda siempre y sin las cuales no podría existir por sí solo, produjo todas las desgracias, todos los crímenes y todas las vergüenzas de la historia. Y fatalmente ese principio maldito se encuentra como instinto natural en cada hombre, sin exceptuar los mejores». (PA, p. 17)

Del libro de Frank Mintz Bakunin, Crítica y Acción (p.p. 78-79) , 2006.

jueves, 29 de mayo de 2014

Bakunin, anarquista, 200 años


El Grupo Anarquista Albatros (FAI), nos presenta un documental de su propia cosecha para celebrar el bicentenario de Miguel Bakunin. Construido de manera sencilla y apoyado en las entrevistas de Ana Siguenza y Julian Vadillo, que nos acercan de manera didactica y rigurosa a Bakunin, libertario y librepensador. Con una mesa redonda abierta y conformada por Paco Salamanca, Juan Pablo Calero y Javier Antón, nos mantienen con decisión y aplomo, a través de sus acertadas intervenciones, muy atentos durante la narración que realizan y que impregna de actualidad todos los conceptos, ideas y pensamientos de Miguel Bakunin. ¡Salud!

ProximaTVcom / Canal de TV online


miércoles, 28 de mayo de 2014

Bakunin y Blanqui: El «Elitismo»


Por VÍCTOR GARCÍA

Bakunin arremetió despiadadamente contra Blanqui al referirse al papel interpretado por éste en las jornadas revolucionarias de 1848. De todo el andamiaje blanquista no quiso dejar nada en pie, calificando de infantil el revolucionismo de Blanqui, absurdo su culto a la violencia, ingenua su seguridad en que bastarían cuatro cañonazos para hacer la revolución.

Esto condujo, por el contrario, al advenimiento de Luis Bonaparte, el genio representante de la burguesía derrotada pero vuelta al poder a través del gobierno provisional.

Si cotejáramos las tácticas revolucionarias de Bakunin y de Blanqui veríamos bastantes puntos coincidentes por el predominio en ambos de un sentimiento conspirativo muy desarrollado. Estos puntos coincidentes, sin embargo, terminan desde el mismo momento en que se declara la revolución, ya que mientras Blanqui la quiere llevar a cabo sólo y exclusivamente con la intervención de la élite; Bakunin insiste en que sólo la amplia participación de las masas en el levantamiento revolucionario puede permitir el afianzamiento de la revolución. Bakunin no admite que la organización o sociedad secreta, por sí sola, como es axiomático en Blanqui, consolidar la gesta revolucionaria. Basarse sólo en ella es suicida y de allí arranca su crítica tan agresiva a los planteamientos de Blanqui.

El planteamiento de Blanqui es escalonado: la élite hace la revolución, luego hace que el pueblo tenga acceso a la cultura y a la instrucción y, una vez éste instruido, se pasa al comunismo que no tiene que ser, necesariamente, estatal. Hasta se permite programar la transición en el sentido que se dejarán muchos puestos claves de la sociedad capitalista y burguesa en función a fin de evitar el caos, tanto económico como social. Es decir, la revolución entrañará una toma del poder por parte de la élite, la remoción de aquellos cargos innecesarios, pero el mantenimiento de los que la sociedad precisa a fin de no quedar estancada. Una vez afianzada la revolución, siempre según el pensar blanquista, se impartirá la educación a las masas, fase definitiva del blanquismo, ya que para Blanqui educación es sinónimo de sociedad justa e igualitaria.

El anarquismo ha desechado, como iluso, este planteamiento. La biología nos enseña que ningún organismo se autodestruye a sí mismo y que el Estado, si queda en pie, en lugar de autodestruirse tenderá a fortalecerse cada día más.

En el siglo pasado tales afirmaciones no gozaban de ninguna experiencia y cuando Bakunin y los anarquistas en general advertían a los revolucionarios del peligro que entrañaba toda presencia de un Estado, fuera éste a título provisional, en la acción revolucionaria, aquellos se basaban en el conocimiento de los hombres y en el estudio de todo ser vivo. En base a ello afirmaban que ningún órgano se destruye a sí mismo.

En la actualidad los revolucionarios disponemos, por desgracia, de múltiples experiencias. El globo terráqueo está salpicado de países que han hecho su revolución en base al derrocamiento de un Estado que ha sido suplantado por otro. Aquel Estado incipiente creado en el comienzo y necesitando del apoyo de lo más florido de las fuerzas revolucionarias generadoras de la revolución fue fortaleciéndose, solidificándose para convertirse, finalmente, en el único rector de los destinos de todos los habitantes del país.

Esta parte, pues, de la estrategia revolucionaria de Blanqui se ha evidenciado como falsa sin que se pueda citar un solo caso que, a título de excepción, permitiera pensar que la dictadura revolucionaria es posible como vehículo para alcanzar la abolición del Estado.

Otro de los errores de Blanqui es el de considerar el saber como base de la igualdad —«el comunismo es la única organización posible de una sociedad extremadamente culta y, por ello, violentamente igualitaria»— y si este parecer era permisible en 1830, en 1848 y en 1870 hoy ya resulta descartado, y ello siempre en base a las experiencias que el siglo actual arroja en no importa qué régimen, del mosaico de ellos, que existen en el mundo. El segundo conducirá a una dictadura de la inteligencia en la acepción más plausible que pueda plantearse, pero puede conducirnos, posiblemente, a la destrucción de la humanidad, con lo que se alcanzaría, por la parte más inesperada: la muerte, la igualdad proclamada por Blanqui.

El saber, la instrucción, es una necesidad del ser humano y el hombre alcanza mayor plenitud cuantos más conocimientos domina. Pero el saber no es, intrínsecamente en sí, más que un instrumento que los hombres pueden usar indistintamente para el bien y para el mal. El cuchillo es un instrumento magnífico para la cocinera, pero es un arma mortal para el asesino. Mil codos más arriba tenemos la fisión del átomo que si tomo por el camino del progreso del hombre, pero que, si por el contrario, se le desvía por la pendiente negativa puede sellar el fin de todos y de todo.

Esto tampoco podía verlo Blanqui, porque él vivió en el comienzo de la era industrial, cuando, parafraseando a Oppenheimer, el 90 por ciento de los sabios y científicos de todas las edades de la humanidad, reagrupados y vivos en esta década, todavía no se había manifestado.

El blanquismo se ha hecho presente en toda índole de organización revolucionaria. En el seno del anarquismo también se han destacado atisbos blanquistas, siendo uno de los más connotados el de la Plataforma que los anarquistas rusos, especialmente los ucranianos, propusieron, al resto de los movimientos libertarios del mundo. En España, donde el anarquismo químicamente puro no resultaba fácil de hallar por la arrolladora influencia del movimiento anarcosindicalista de la Confederación Nacional del Trabajo, también han existido partidarios del blanquismo, y la teoría de la toma del poder fue polémica obligada entre los libertarios encarcelados, en las conferencias de los ateneos y en las redacciones de los periódicos ácratas. También en Corea, terminada, en 1945, la guerra Mundial, se planteó, en el seno del movimiento anarquista coreano, reputado como fuerte y cuantioso, la cuestión del plataformismo y de la toma del poder.

Sabemos que hay mucha osadía en esta comparación, forzada, es cierto, que hacemos de blanquismo y plataformismo pero es innegable que la idea del elitismo conduce al acercamiento y acoplamiento de los dos ismos, y hay que otorgarle a Blanqui, a pesar de sus enfoques discutibles, la paternidad, dentro del revolucionarismo moderno, de la élite-ariete que, según su estrategia, debe permitir la penetración en el seno de la fortaleza enemiga del Instrumento de la revolución que la hará posible.

En este aspecto hay más honestidad en Blanqui que en el marxismo, ya que éste, todo y utilizando de hecho sus élites, siempre se pertrecha detrás de la demagógica expresión del partido de masas significando algo que es totalmente incierto: la participación del pueblo.

Blanqui no tenía ningún interés, de su lado, es ser mascarón de proa del marxismo ni del anarquismo y hasta llegó a exteriorizarlo muy gráficamente:

«El comunismo y el proudhonianismo se empeñan en permanecer en la orilla de un río discutiendo si lo que se cultiva del otro lado del mismo es maíz o trigo. Basta con atravesar el río y cerciorarse».

Confucio dice que en el justo medio está la virtud, y esto lo ratifica Aristóteles. Blanqui pareciera, con las reservas del caso, hallarse equidistante del anarquismo y del marxismo, ya que con el anarquismo comparte la tesis de que sólo el pueblo puede crear una sociedad justa al margen del Estado y del partido, mientras que con el marxismo va del brazo cuando afirma que el primer paso de la revolución es la instauración de una dictadura.

Con todo, cuando el historiador y el sociólogo habrán terminado la vivisección de las teorías blanquistas, para ensalzarlas o para desecharlas, todavía quedará en pie, para admiración de todos, una vida de integridad revolucionaria, de un luchador nato, huésped de todas las cárceles francesas y soldado de todas las barricadas de la insurrección.

domingo, 25 de mayo de 2014

El principio de autoridad según Bakunin


En materia de zapatos yo consulto la autoridad del zapatero; en todo lo concerniente a edificios, canales o vías férreas, solicito la del arquitecto o la del ingeniero. Para cada ciencia especial, yo me dirijo a tal o cual sabio. Pero no consiento que ni el zapatero, ni el arquitecto, ni el sabio, me impongan su autoridad. Los acepto libremente y con todo el respeto a que son acreedores por su inteligencia, por su carácter, por sus conocimientos, pero reservándome siempre el incontestable derecho de crítica y censura. Yo no consulto en cualquier materia una sola autoridad, sino varias; comparo sus opiniones y, finalmente, escojo la que me parece más justa. Por esto mismo, no reconozco, aun en cuestiones especiales, autoridad alguna infalible; cualquier respeto que pueda tener a la autoridad y honradez de tal o cual individuo no me induce a tener una fe absoluta en él. Semejante fe sería fatal a mi razón, a mi libertad y aun al desenvolvimiento de mis ideas; me convertiría inmediatamente de un esclavo estúpido, en un simple instrumento de la voluntad y de los intereses de los demás.

Si me inclino ante la autoridad ajena en un asunto dado y acato en cierto modo y en tanto cuanto me parecen necesarias sus indicaciones, y aun su dirección, es porque tal autoridad no me es impuesta por nadie, ni por Dios ni por los hombres. De otro modo yo la repelería con horror, dando al diablo sus consejos, su dirección y sus servicios, seguro de que tendría que pagar con la pérdida de mi libertad y de mi propio respeto tantos restos de verdad, envueltos en una multitud de falsedades como pudieran darme.

Acato la autoridad externa en materias determinadas, porque no me viene impuesta más que por mi propia razón y porque tengo conciencia de mi incapacidad para poseer, en todos sus detalles, en todo su desenvolvimiento positivo, una gran parte de los conocimientos humanos. La más grande inteligencia individual no puede igualarse a la inteligencia de todos a la razón colectiva. De aquí resulta para la ciencia, tanto como para la industria, la necesidad de la división y de la asociación del trabajo. Dar y recibir, tal es la vida humana. Cada uno dirige y es dirigido a su vez. Por esto no hay autoridad fija y constante, sino un cambio continuo de autoridad y subordinación mutua, temporal y sobre todo voluntaria.

Esta misma razón me prohíbe reconocer una autoridad fija, constante y universal, porque no hay hombre alguno universal, capaz de abarcar en toda la riqueza de detalles, sin los que la aplicación de la ciencia a la vida es imposible, todas las ciencias, todas las ramas de la vida social. Y, si éste, prevaliéndose de ello, quisiera imponer su autoridad al resto de los hombres, sería necesario arrojar del mundo social a semejante ser, porque su autoridad reduciría inevitablemente a sus semejantes a la esclavitud y a la imbecilidad. Yo no creo que la sociedad deba maltratar a los hombres de talento, como precisamente sucede en nuestra época; pero tampoco creo que deba llevar tan lejos su complacencia con ellos, y menos aún que les conceda privilegios o derechos exclusivos cualesquiera que sean, y esto por tres razones: primera, porque frecuentemente podría tomarse a un charlatán por un hombre de genio; segunda, porque, con tal sistema de privilegios, podría convertirse en charlatán un verdadero sabio, y tercera, porque esto valdría tanto como darse la sociedad a sí misma un amo...

Mas, si bien rechazamos la autoridad absoluta, universal e infalible de los hombres de ciencia, nos inclinamos voluntariamente ante la autoridad respetable, aunque relativa, temporal y limitada, de los representantes de las ciencias especiales, pues nada mejor que consultarlos alternativamente agradeciendo mucho los preciosos informes que nos faciliten, a condición de que ellos reciban los nuestros voluntariamente en todas las ocasiones y en todas las materias en las que nosotros seamos más competentes que ellos. En general, no hay nada mejor que ver a los hombres dotados de grandes conocimientos, gran experiencia, gran inteligencia y, sobre todo, de gran corazón, ejerciendo sobre nosotros una influencia legítima y natural, libremente aceptada y nunca impuesta en nombre de una autoridad cualquiera, ya sea divina o humana. Nosotros aceptamos todas las autoridades naturales y todas las influencias del hecho, pero ninguna de derecho; toda autoridad, o influencia, de derecho oficialmente impuesta se convierte de un modo directo en opresión, en falsedad, llevándonos inevitablemente, como creo haber demostrado, a la esclavitud y al absurdo.

En una palabra: nosotros rechazamos toda legislación, toda autoridad y toda influencia privilegiada, oficial y legal, aun cuando provenga del sufragio, convencidos de que nunca podrá aprovechar más que a una minoría dominante y explotadora, en detrimento de los intereses de la inmensa mayoría a ella sujeta.

Tal es el sentido en que nosotros somos realmente anarquistas.

MIJAIL BAKUNIN

domingo, 27 de abril de 2014

Bakunin y los límites de la ciencia

 


Aunque la masa de escritos de Bakunin haya seguido siendo fragmentaria, los numerosos manuscritos que dejó y que se imprimieron sólo bastantes años después contienen muchas ideas originales y sagazmente desarrolladas sobre una gran variedad de problemas intelectuales, políticos y sociales. Y estas ideas mantienen en gran medida su importancia y pueden inspirar también a las generaciones futuras. Entre ellas están las observaciones profundas e ingeniosas sobre la naturaleza de la ciencia y su relación con la vida real y los cambios sociales de la historia. Deberíamos recordar que estas espléndidas disertaciones se escribieron cuando la vida intelectual solía estar bajo la influencia del resurgir de las ciencias naturales. En esa época se asignaban a la ciencia funciones y tareas que jamás podría cumplir, y muchos de sus representantes se veían llevados por ello a conclusiones que justificaban cualquier forma de reacción.

Los propugnadores del llamado darwinismo social hicieron de la supervivencia del más fuerte la ley básica de existencia para todos los organismos sociales, e increpaban a cualquiera que osase negar esta revelación científica definitiva. Económicamente burgueses e incluso socialistas, arrastrados por el ansia de proporcionar un fundamento científico a sus propios tratados, malentendieron tanto el valor del trabajo humano que lo consideraron equivalente a un bien intercambiable por cualquier otro. Y en sus intentos por reducir a fórmulas válidas el valor de uso y el valor de cambio olvidaron el factor más vital, el valor ético del trabajo humano, verdadero creador de toda vida cultural.

Bakunin fue uno de los primeros en percibir claramente que los fenómenos de la vida social no podían adaptarse a fórmulas de laboratorio, y que los esfuerzos en esa dirección conducirían inevitablemente a una tiranía odiosa. En modo alguno se equivocó en cuanto a la importancia de la ciencia, y jamás pretendió negarle su puesto; pero recomendó cautela antes de atribuir un papel excesivamente grande al conocimiento científico y a sus resultados prácticos. Estaba en contra de que la ciencia se convirtiese en el árbitro final de la vida personal y el destino social de la humanidad, pues era agudamente consciente de las desastrosas posibilidades de tal camino. Hasta qué punto estaba en lo cierto lo comprendemos ahora mejor que sus propios contemporáneos. Hoy en la era de la bomba atómica, se hace obvio hasta qué punto no hemos visto extraviados por el predominio de un pensamiento exclusivamente científico cuando no se ve influido por consideración humana alguna y sólo tiene en cuenta los resultados inmediatos prescindiendo de las consecuencias finales, aunque puedan llevar al exterminio de la vida humana.

Introducción a Escritos de filosofía política
1952

lunes, 3 de marzo de 2014

La evolución del pensamiento ético y filosófico de Bakunin


Ángel. J. Cappelletti

Bakunin, a diferencia de Kropotkin, en cuyo pensamiento no hubo cambios bruscos y radicales (si se exceptúa su alejamiento de la concepción tradicional del mundo y su ruptura con la fe cristiana), Bakunin sufrió una larga evolución, tanto en lo filosófico-religioso como en lo socio-político.

En ella se pueden reconocer tres etapas bien definidas:

1. La etapa idealista-metafísica, que va desde 1834 a 1841.
2. La etapa idealista-dialéctica, que se extiende desde 1842 a 1864.
3. La etapa materialista, que comprende de 1864 hasta la muerte en 1876.

Si se prescinde de los años de la niñez y la adolescencia, en los cuales Bakunin, aunque hijo de un aristócrata relativamente liberal, educado en universidades de occidente, recibe la educación propia de todo educando de la nobleza de la época, y acepta la doctrina cristiana tal como la interpreta la Iglesia ortodoxa (lo cual implica el reconocimiento del sagrado derecho del zar a gobernar su imperio), puede decirse que su pensamiento se despierta, hacia 1834, esto es, cuando tiene veinte años, gracias al contacto con la filosofía idealista alemana.

Nicolás Stankevich, poeta y filósofo malogrado, lo inicia en la ardua lectura de Kant. A través de una bastante nutrida correspondencia, cuyos destinatarios principales son sus propias hermanas, el joven Miguel demuestra un entusiasmo casi sin límites por la filosofía trascendental. Puede decirse que dentro de la primera etapa idealista, el kantismo constituye la primera subetapa. Ésta se inicia con la visita a Priemujino de Stankevich, en octubre de 1835. Bakunin estudia la Crítica de la razón pura. Al año siguiente (1836), el entusiasmo metafísico, que alcanza ribetes místicos, según lo demuestran las cartas de la época, se desplaza hacia Fichte. Es la exaltación de la eticidad absoluta, del yo como creador del mundo espiritual. He aquí la segunda subetapa. Lee la Guía de la vida feliz y traduce el tratado Sobre el destino del sabio. Conviene advertir que en Fichte, para el cual ninguna acción puede considerarse moral si responde a un imperativo ajeno al Yo, pudo encontrar ya el joven Bakunin un germen de su afirmación anarquista de la personalidad como valor supremo.

Por una evolución bastante lógica y hasta, si se quiere, necesaria, de Fichte pasa pronto a Hegel (1837). La actitud de euforia metafísica y entusiasmo místico continúa y aún, si cabe, se hace más ardiente. Se trata de un Hegel romántico, en el cual la laboriosa trama dialéctica importa menos que el ímpetu ontológico, de un Hegel hecho a la medida para quien desea revolucionar todo el pensamiento sin cambiar nada de la realidad social y política. Este es, sin duda, un Hegel bastante diferente todavía del que cultivan los jóvenes hegelianos; el Hegel de la derecha hegeliana, el Hegel quizás del propio Hegel, aun cuando intelectualmente diluido y minimizado. Es la tercera subetapa. Lee la Fenomenología, la Enciclopedia y la Filosofía de la Religión. Traduce fragmentos de Hegel, de Marheincke, de Goschel (Jeanne-Marie, Michel Bakounine, Une vie d’homme, Geneve, 1976, p. 33).

El hegelianismo sirve en aquel momento (la década de los 30) en Rusia como nuevo y adecuado instrumento intelectual para justificar la autocracia zarista. El principio de la racionalidad de lo real concluye sustentando la racionalidad del Estado y del Estado absoluto.

No hay duda en el Bakunin de estos años, según lo que puede inferirse de su correspondencia, el más ligero asomo de crítica social o política, sino más bien una adhesión por lo menos tácita al statu quo. Todo su entusiasmo está reservado para la metafísica, lo único que le interesa es la espiritualidad trascendente y la infinitud interior. Más aún, según anota en sus cuadernos hegelianos (citado por Carr), cree que: «No existe el mal; el Bien está en todas partes. Lo único malo es la limitación del ojo espiritual. Toda existencia es vida del Espíritu; todo está penetrado del Espíritu; nada existe más allá del Espíritu; el Espíritu es el conocimiento absoluto, la libertad absoluta, el amor absoluto y, en consecuencia, la felicidad absoluta».

La segunda etapa o época de la evolución del pensamiento de Bakunin se inicia con su viaje a Berlín, para seguir allí los cursos universitarios de filosofía, o, por mejor decir, con su alejamiento de Berlín en 1842.

En 1840, el joven aristócrata, que ha tenido serios conflictos con su padre y ha renunciado a su carrera militar, prefiriendo ser soldado raso de la filosofía alemana antes que oficial de la artillería rusa, inicia un contacto directo con figuras importantes del idealismo. No llega a ser discípulo de Hegel, quien ya no enseña en Berlín, pero escucha las clases de Schelling, otro de los tres grandes de la filosofía poskantiana. Algunos historiadores han sugerido la posibilidad que en el aula de Schelling se encontraran juntos en un momento dado, Bakunin, Stirner y Kierkegaard.

La enseñanza del viejo filósofo, cada vez más inclinado a la mitología y a la teosofía, parece haber defraudado las expectativas del ardiente ruso. Después de un año y medio aproximadamente, se cansa y decide desertar de los cursos universitarios. Aunque su propósito inicial, al dirigirse a Berlín, había sido completar allí sus estudios hasta doctorarse y retornar luego a la patria para enseñar filosofía en la universidad de Moscú, tal propósito está ya enteramente olvidado.

Dice E.H. Carr (Bakunin, Barcelona, 1970, p. 120): «El proceso de la metamorfosis de la rebelión doméstica en rebelión política que se operó en Bakunin en la Alemania de 1842 puede ser descrito en los simples términos de la literatura y la filosofía germánicas. Bakunin, junto con la mayor parte de sus compatriotas contemporáneos, había estado sujeto –antes de su traslado a Alemania– a dos importantes influencias teutonas: el romanticismo germánico y la filosofía de Hegel. Cuando llegó a Berlín, en el año 1840, esas influencias seguían todavía disfrutando del mayor favor por parte de los alemanes, y el ambiente intelectual que encontró en Alemania no era en esencia diferente (aunque, tal vez, de nivel más elevado) del que había dejado en Rusia. El primer año de su permanencia en Berlín representó el final de su periodo ruso más bien que el principio de su período europeo».

En el año 1842, después de su viaje a Dresde, se inicia, pues, en rigor la segunda etapa de la evolución del pensamiento de Bakunin.

Así como el iniciador de la primera etapa fue Stankevich, el de la segunda fue Ruge.

Este, que había de ejercer también fuerte influencia sobre el joven Marx, era algo así como el portavoz de la izquierda hegeliana a través de su periódico Hallische Jahrbücher.

En realidad, los llamados «jóvenes hegelianos» eran radicales, dedicados sobre todo a la crítica de la cultura y de la religión, para lo cual se valían del método dialéctico de Hegel, desestimando su sistema metafísico. No negaban que todo lo real es racional, pero insistían en subrayar la idea de que lo más real es el devenir (que se produce de acuerdo a un ritmo dialéctico), por lo cual la realidad (y, por ende, la racionalidad) debe ser concebida como una perpetua transformación y nada hay menos real que el estancamiento y la perpetuación del status. De esta manera, convertían al Hegel histórico que, por lo menos en sus últimos años, se demostró un pensador altamente conservador y aun reaccionario, en un verdadero filósofo de la revolución. La dialéctica, en manos de los jóvenes hegelianos, se constituye así en un ariete contra la tradición, la monarquía, la Iglesia, el feudalismo, el Estado.

Bajo el seudónimo de Jules Elysard, publica el joven ruso su primer ensayo importante, La reacción en Alemania, típico ejemplo de la literatura de la izquierda hegeliana, y según Carr, «el escrito más conveniente y más sólidamente razonado que salió de la pluma de Bakunin».

Con esta obra concluye la primera subetapa del segundo período del pensamiento de Bakunin, es decir, la época en que es un miembro de la izquierda hegeliana stricto sensu. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que en sentido general sigue siendo un dialéctico durante todo el segundo período, es decir durante veinte años más, aun cuando las referencias explícitas a Hegel y a la dialéctica sean cada vez más raras. Feuerbach, desde aquí, no deja nunca de estar presente.

Así como la primera etapa juvenil, metafísica, que se desarrolló en Rusia, puede denominarse la etapa conservadora, desde el punto de vista político-social (aun cuando se tratara más bien de un conservadurismo implícito) así la segunda etapa entera (ya en Alemania, ya en Francia, ya de nuevo en las prisiones rusas o en el destierro siberiano), que en lo filosófico se caracteriza por una dialéctica básicamente idealista, debería llamarse en el aspecto político-social, el período demócrata-socialista.

La segunda subetapa de este segundo período se inicia con la lectura del libro de Stein, El socialismo y el comunismo en la Francia contemporánea, a través del cual se pone en contacto con las ideas de Saint-Simon, Leroux, Fourier y Proudhon. Casi al mismo tiempo conoce al poeta Herwegh, quien lo relaciona, a su vez, con el movimiento de «La joven Alemania» y le presenta a George Sand. Es, en verdad, el momento del descubrimiento de la cultura y el espíritu francés para Bakunin. Durante su permanencia en Suiza conoce, sin embargo, la obra, el pensamiento y, más tarde, la persona misma de G. Weitling, sastre, hijo natural de un soldado francés y una doncella alemana que en cierta manera representa la síntesis de las dos naciones que sucesivamente más admiró Bakunin: Alemania y Francia. El libro de Weitling, titulado Garantías de la armonía y de la libertad (1842), defendía un comunismo que casi podía llamarse «anárquico», puesto que, según él, en la sociedad ideal el gobierno es sustituido por la administración y la ley por la obligación moral. En París, en 1844, conoce a Lamennais, a Leroux, a Considerant, a Cabet, a Blanc, esto es, a la plana mayor del socialismo utópico. Pero conoce, sobre todo, a los dos hombres que más han de influir en la formación de su pensamiento definitivo y maduro, Karl Marx y Pierre-Joseph Proudhon (un alemán y un francés, vale la pena recordarlo); el primero como el polo negativo; el segundo como el positivo de su actividad intelectual.

De todas maneras, pese a todo lo que de ambos aprende y a la admiración que manifiesta por ellos, no se puede decir que Bakunin sea en estos años marxista ni proudhoniano. Su ideología, un tanto difusa, corresponde más bien al ambiente romántico demócrata-socialista que precede a la revolución de 1848 y, en términos muy generales, a un idealismo ético-social cada vez más alejado en la forma y en el lenguaje del idealismo de los jóvenes hegelianos, aunque no enteramente ajeno a él en el fondo. No sin cierta razón, su amigo el escritor ruso Belinski escribe sobre él en este momento: «Es un místico nato y morirá siendo místico, idealista y romántico, porque el haber renunciado a la filosofía no significa que haya cambiado de genio» (citado por Carr).

La tercera subetapa del segundo período, que se inicia con su viaje a Alemania y su asistencia al Congreso Eslavo celebrado en Praga, en junio de 1848, se caracteriza por la aparición (o, quizás sería mejor decir, por el afloramiento) del nacionalismo eslavo y del paneslavismo. Las posiciones filosóficas siguen siendo las mismas, aunque cada vez resultan más implícitas, y tampoco se niegan los ideales democráticos y socialistas.

A diferencia de muchos de los líderes políticos de los pueblos eslavos sujetos a Turquía, que ven en el Imperio ruso la única fuerza capaz de liberarlos del yugo musulmán y que, por consiguiente, no tienen objeciones contra la autocracia zarista, Bakunin insiste, como los miembros de la Joven Alemania y como casi todos los nacionalistas de la época, en vincular el nacionalismo con la democracia. La pugna esencial y la contradicción básica se produce, según Bakunin y esta mayoría de demócratas nacionalistas, entre dinastía y patria, entre Rey y nación, entre soberanía del monarca y soberanía del pueblo. En términos políticos es la lucha de un individuo (el monarca) y una pequeña minoría (los nobles) contra una inmensa mayoría (el pueblo). En términos éticos es nada menos que la pelea entre el vil egoísmo y la generosa amplitud. «Patria» es no sólo libertad sino también igualdad y fraternidad. Por otra parte, en este momento, después del fracaso de la Revolución de 1848, se define ya claramente su actitud antiburguesa. Como se ve en Llamamiento a los eslavos, la burguesía constituye para él una clase esencialmente contraria a la revolución, mientras los llamados a realizarla son los campesinos (clase sin duda ampliamente mayoritaria no sólo en Rusia y los países eslavos sino en toda Europa).

Desde mayo de 1849 hasta agosto de 1861 permanece primero preso en Sajonia, después en Austria, luego en Rusia y, por fin, confinado en Siberia. Su actividad literaria (si se exceptúa la Confesión al Zar) es prácticamente nula durante toda esta época. Podemos inferir, sin embargo, que al llegar a Londres en 1861 trae las mismas ideas y propósitos que cuando es aprehendido en 1849, puesto que casi inmediatamente se pone a conspirar en pro de la libertad de Polonia y trabaja en la preparación de una expedición a este país. Parece como si, durante doce años, su pensamiento hubiera estado congelado, hecho que no resulta difícil de explicar cuando se tiene en cuenta que la mente de Bakunin necesita el estímulo de los hechos sociales para funcionar y para cambiar en realidad, un cambio importante –de hecho, el más importante de todos, puesto que lo conduce hacia su forma última y más característica– sólo se da cuando, fracasada la expedición a Polonia, Bakunin, desilusionado de los nacionalistas polacos, se aleja también de todo nacionalismo, aunque no sin antes haber pagado todavía un tributo de admiración a Garibaldi, libertador de Italia, visitándolo en Caprera, a comienzos de 1864.

La tercera y última etapa de su evolución intelectual se inicia poco después, en Florencia, donde se establece. Ella se caracteriza por el materialismo y el ateísmo en lo filosófico, por el colectivismo en lo económico; por el anarquismo en lo político.

Fácil es advertir que esta evolución de Bakunin tiene un sentido inverso a la que se suele dar en la mayoría de los pensadores y militantes sociales o políticos. Mientras la mayor parte de los que cambian y evolucionan suelen pasar de la izquierda a la derecha, del culto a la revolución (o, por lo menos, del reformismo) a la reacción y al conservadurismo, al pasar de la juventud a la edad madura y la vejez, Bakunin pasa, precisamente al revés, desde el conformismo tradicional de su adolescencia hacia el anarquismo revolucionario de sus últimos años, del idealismo metafísico al materialismo ateo o antiteo.

La tercera y última etapa de la evolución del pensamiento bakuninista podría subdividirse, como las dos anteriores, en tres subetapas:

1. La florentina (1864-1865).
2. La napolitana (1865-1867).
3. La suiza (1867-1876).

Aquí se hace sentir, por una parte, la influencia de Proudhon y Marx; por la otra, la del cientifismo materialista de la época. La primera subetapa puede considerarse aún como un momento de transición. El ateísmo o, por mejor decir, el antiteísmo es ya claro. Escribe por entonces: «Dios existe; por consiguiente, el hombre es su esclavo. El hombre es libre; por lo tanto no hay Dios» (cit. por Carr).

No es difícil notar, por lo demás, que el ateísmo y el materialismo de todo el último período no están libres de la influencia de la dialéctica hegeliana. La sombra de ésta persiste en Bakunin hasta el fin. Y su materialismo, que por su contraposición al de Marx y Engels, suele denominarse «mecanicista», no deja de ser también, en alguna medida dialéctico. Igualmente, en el terreno político, durante la primera subetapa florentina, persisten algunas ideas y posturas nacionalistas. Dice E.H. Carr: «El entusiasmo que por el nacionalismo italiano sentía pareció por un momento que iba a compensarle de la desilusión sufrida por las aspiraciones polacas. Pero pronto hubo de darse cuenta de lo falso de la compensación. La victoria del nacionalismo, lejos de traer tras sí la victoria de la revolución, no había ni rozado siquiera la cuestión social. Una vez liberada, en lugar de superar a las demás naciones en "prosperidad y grandeza", Italia las superó solamente en pordiosería. Los principales dirigentes políticos italianos fueron perdiendo su tinte revolucionario… Ni Garibaldi ni Mazzini tenían nada de revolucionarios. En su persecución de un ideal se estaban conduciendo de la manera más irresponsable, lo mismo uno que el otro bando. Se estaba acercando la hora en que los revolucionarios de todos los países se verían obligados a defender sus postulados ante la retórica patriótica-burguesa "de aquellos figurines"».

En realidad, como añade el citado historiador, «el Catecismo revolucionario es el primer documento en el que se proclama el renunciamiento del nacionalismo como factor revolucionario y en el que aparece perfilado con toda claridad el credo anarquista de Bakunin». Pero ni siquiera aquí saca todas las consecuencias lógicas de este credo. Todavía no hay una radical negación del Estado ni un rechazo categórico del parlamentarismo.

En Florencia funda Bakunin una fraternidad que, según Woodcock, «ha pasado a la historia como una organización nebulosa», concebida «como una orden de militantes disciplinados, entregados a la propagación de la revolución».

La subetapa napolitana se refleja en el citado Catecismo revolucionario, que Bakunin escribe para los miembros de otra organización, más sólida y más definitivamente anarquista por su programa: la Fraternidad Internacional. Esta es partidaria del federalismo y de la autonomía comunal en lo político, del socialismo o colectivismo en lo económico-social y declara imposible la revolución sin el uso de la fuerza, aunque en su organización interna revela una estructura jerárquica y, como anota Woodcock, pone «un énfasis nada libertario en la disciplina interna».

Si la subetapa florentina puede considerarse como la transición entre nacionalismo y anarquismo, la segunda, napolitana, debe caracterizarse como la del federalismo colectivista o socialismo anárquico incipiente, no enteramente ajena a ideas que, desde un punto de vista lógico, son incompatibles con el anarquismo; no totalmente desprovista de contradicciones y vacilaciones.

Al final de este período, la intervención personal de Bakunin en el Congreso por la Paz y la Libertad, de Ginebra, donde al principio es calurosamente acogido por Garibaldi y por la flor y nata del liberalismo europeo, sirve para demostrar a esta misma élite intelectual y a Europa entera, que el luchador ruso se encuentra ya más allá del liberalismo y de la democracia y se ha pasado definitivamente al campo de la revolución social.

La tercera subetapa, que transcurre en su mayor parte en la Confederación Helvética, y se extiende desde este Congreso, en 1867, hasta la muerte en 1876, puede tenerse por la época de la consolidación final del materialismo ateo, del colectivismo y del federalismo, esto es, de la concepción anarquista de Bakunin.

A este período corresponde la fundación de la Alianza Internacional de la Democracia Socialista, cuyo programa, como anota Woodcock, es más explícitamente anarquista que el de la Fraternidad Internacional napolitana, y muestra la influencia de la Asociación Internacional de Trabajadores. Al comienzo de esta última subetapa de su evolución ideológica y de su vida, Bakunin escribe una de sus obras más orgánicas y representativas: Federalismo, socialismo y antiteologismo. En ella el mismo título revela el programa y sintetiza el pensamiento de su autor:

En lo político, abolición del Estado unitario y centralizado, que ha de ser reemplazado por una federación de comunas libres y libremente federadas entre sí.

En lo económico, socialización de la tierra y de los medios de producción, que han de pasar de los terratenientes y capitalistas a las comunidades de trabajadores (no al Estado).

En lo filosófico, materialismo basado en las ciencias de la naturaleza y negación de toda divinidad personal y de toda religión positiva.

La primera tesis va dirigida contra toda ideología de gobierno propiamente dicho, pero especialmente contra el nacionalismo, que pretende una república unitaria, con Mazzini. La segunda ataca en general a la sociedad burguesa y capitalista, pero de un modo particular a los ideólogos que se conforman con la independencia nacional y la democracia política, olvidando la desigualdad social, la miseria del pueblo, la explotación de los trabajadores. La tercera impugna toda cosmovisión teísta y espiritualista, pero quiere refutar de un modo directo las ideas religiosas de Mazzini y de la «Falanga Sacra».

Entre los tres principios, federalismo, socialismo y antiteologismo, encuentra Bakunin un vínculo de interna solidaridad. No se trata, para él, como para Marx, de señalar una estructura y una superestructura en la sociedad. No se trata de acabar primero con el capitalismo, para que al fin se derrumben también el Estado y la religión. Se trata, más bien, de enfrentar a un único enemigo que tiene tres caras (tres horrendas caras por cierto, según él las ve): la propiedad privada (que es la sin razón y la prepotencia económica), el Estado (que es la sin razón y la prepotencia política) y la religión (que es la sin razón y la prepotencia espiritual). La vinculación entre lo dos últimos se hace particularmente clara en otro escrito editado con el título de Dios y el Estado, después de la muerte de su autor, «Es la lucha contra Dios lo que condiciona todos los combates contra el poder político: resulta imposible abatir el poder temporal sin demoler al propio tiempo la religión. Toda la violencia del ateísmo de Bakunin deriva de esta razón dirimente» (H. Arvon, Bakunin, Absoluto y Revolución, Barcelona, 1975, p. 55). Este ateísmo está bajo el signo de Feuerbach y de Proudhon, autores cuya influencia sobre Bakunin se remonta, como vimos, a la etapa anterior.

Período idealista metafísico (1835-1841):
Idealismo trascendental (kantiano) – 1835
Idealismo absoluto (fichteano) – 1836
Idealismo absoluto (hegeliano) – 1837-1841

Período idealista dialéctico (1842-1864)
Izquierda hegeliana – 1842
Democracia socialista – 1842-1848
Nacionalismo democrático (paneslavismo) – 1848-1864

Período materialista (1864-1876)
Transición del nacionalismo al anarquismo – 1864-1865
Inicios del anarquismo y del materialismo – 1865-1867
Anarquismo colectivista y ateo – 1867-1876


Polémica, n.º 7, abril de 1983