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lunes, 15 de enero de 2018

La tragedia en un pueblo llamado Casas Viejas


A 85 años de la masacre de Casas Viejas, recuperamos la historia del trágico final de aquellos campesinos que murieron pidiendo pan, tierra y libertad.

Por JULIÁN VADILLO

Decía Francisco Giner de los Ríos que España era el drama de «un pueblo empecinado en convertir la utopía en realidad, lo absoluto en relativo y el más allá en aquí y ahora». Y esta frase del fundador de la Institución Libre de Enseñanza en 1876 es un buen resumen para abordar lo que sucedió algunos años después en una pequeña aldea de la provincia de Cádiz, cuando la II República se estaba desarrollando en España. Esa pequeña aldea se llamaba Casas Viejas.

Sin embargo, sería muy fácil despachar rápido el tema de los sucesos de Casas Viejas de enero de 1933 diciendo que fue obra de unos radicales anarquistas que se levantaron contra las estructuras de la República y que fueron fatalmente aplastados por las fuerzas de orden público. Resumir así el acontecimiento sería no ser justos con la verdad y perder la perspectiva de lo que realmente se estaba moviendo en la España de la década de 1930 y la complejidad del movimiento libertario español.

Las causas

Un primer paso sería determinar algunas de las causas que provocaron que un grupo de campesinos adscritos a las ideas libertarias promovieran la proclamación del comunismo libertario en aquella pequeña aldea.

Muy difícil sería entenderlo si no tenemos en cuenta la estructura de la propiedad que imperaba entonces en España. Un problema enquistado en la sociedad desde siglos atrás y que la política de desamortización efectuada durante el siglo XIX no había contribuido a corregir sino que, muy por el contrario, ahondó en los problemas y en las desigualdades sociales. La herencia del modelo de propiedad de la tierra, que provenía de la Edad Media, había generado en Andalucía y Extremadura una estructura latifundista de propiedad donde unos pocos propietarios detentaban la inmensa mayoría de la tierra frente a masas jornaleras que se veían privadas de ella.

A pesar de ello, desde el propio siglo XIX, los trabajadores del campo buscaron una solución a sus problemas, incluso llegando a protagonizar motines o movimientos campesinos como los de 1866 en Loja. Incluso durante la I República española, el presidente Francisco Pi i Margall promovió de forma teórica el reparto de la tierra entre los campesinos, completando así una reforma agraria real que las desamortizaciones no habían conseguido.

El fracaso de la experiencia republicana no fue óbice para que muchas de esas masas campesinas considerasen que República era sinónimo de Reforma Agraria, aunque muchos de sus efectivos ya se estaban encuadrando en las organizaciones obreras adscritas al socialismo y, sobre todo, al anarquismo, muy influyente y hegemónico en campo andaluz. Las lecturas de los movimientos socialistas iban más allá de un cambio de forma de Estado y promovían la ocupación y toma de la tierra de forma directa.

Por ello, estos campesinos protagonizaron a finales del siglo XIX movimientos como los de Jerez en 1892, donde las masas campesinas hambrientas tomaron la ciudad reclamando justicia y la tierra. No eran movimientos exclusivos de la zona de Andalucía, pues en otros lugares de Europa también se dieron. Los anarquistas fueron protagonistas del mismo y utilizados como chivos expiatorios para reprimir a los movimientos campesinos, tal como sucedió en casos como La Mano Negra.

La proclamación de la II República en 1931 trajo consigo la esperanza de cerrar el capítulo de la reforma agraria y promover un reparto justo y equitativo de las tierras entre los campesinos. La promulgación de la Ley de Bases de la Reforma Agraria en 1932 encabezada por el ministro Marcelino Domingo parecía que ponía fin a estas cuestiones. Más teniendo en cuenta que la propia República se había enfrentado ya a levantamientos de campesinos en Castilblanco en diciembre de 1931 y en Arnedo en enero de 1932. Motines del hambre donde los campesinos reclamaban mayor prisa en la cuestión agraria y que terminó en enfrentamientos con las fuerzas de orden público y con víctimas.

Sin embargo la Ley de Bases tuvo un doble problema. Por una parte los políticos reformistas republicanos vendieron su aplicación a muy largo plazo mientras la premura de las necesidades era inmediata. Por otra parte, el propio boicoteo de los terratenientes a las leyes de la República. El famoso «¿No queríais República? Pues comed República» fue utilizado por muchos de ellos, que tampoco cumplieron leyes como las del laboreo forzoso o se aplicaron de forma dudosa en muchos lugares la Ley de Términos Municipales.

A todos estos problemas se venía a unir el paulatino distanciamiento que la República estaba teniendo con uno de los movimientos obreros más importantes en el país: el anarcosindicalismo de la CNT. El movimiento libertario había apoyado de buen grado la proclamación de la República en abril de 1931, pero advertía su editorial en Solidaridad Obrera que si la República quería consolidarse tenía que contar con la clase obrera. De no hacerlo, perecería. Y a pesar de que la Constitución republicana se había definido como «República de trabajadores de toda clase», para el anarcosindicalismo no se contó con la clase obrera. Ello llevó a las huelgas y enfrentamientos que terminaron con víctimas tanto en Sevilla en los sucesos del Parque de María Luisa como en Madrid en la Huelga de la Telefónica.

Igualmente, dentro del movimiento libertario se estaba dando un importante debate, entre aquellos que consideraban que la posibilidad revolucionaria en España se tenía que estructurar a medio/largo plazo por medio de una concienciación paulatina de los trabajadores y tendiendo a la unión de las fuerzas obreras, y aquellos que consideraban que había que aprovechar las ansias revolucionarias del pueblo español y poner término al capitalismo en un enfrentamiento, prácticamente directo, con la República.

Aunque a nivel historiográfico se ha mantenido el falso mito de la llamada «gimnasia revolucionaria» y de los ciclos insurreccionales, lo cierto es que el movimiento libertario se dividió en ambas visiones. La CNT estructuró a partir del verano de 1932 los llamados Comités de Defensa Confederal como arma efectiva de la acción directa anarcosindicalista, y haciendo llamamientos a algunas insurrecciones como la de enero de 1933, que se tornó en un auténtico fracaso.

Los sucesos de Casas Viejas

El movimiento que se había iniciado en enero de 1933 fue un fracaso por un cúmulo de descoordinaciones entre el Comité Nacional de la CNT y los Comités de Defensa Confederales, lo que llevó a la suspensión del movimiento que pretendía proclamar el comunismo libertario en toda España, tal como se había realizado en las cuencas mineras de Cardoner y en Figols un año antes.

Sin embargo, por el corte de comunicaciones, esa suspensión no llegó hasta los integrantes libertarios del pueblo gaditano de Casas Viejas donde, aunque no todos los cenetistas estuvieron de acuerdo, se proclamó el comunismo libertario, se quemó el registro de la propiedad, se compraron los productos de la tienda del pueblo al dueño, se ocupó el Ayuntamiento y hubo un enfrentamiento con las fuerzas de la Guardia Civil con el resultado de varios campesinos muertos y un Guardia Civil herido que acabó falleciendo. La bandera tricolor republicana fue sustituida por la rojinegra de los anarquistas. El esquema seguido por los anarquistas de Casas Viejas fue el clásico del verdadero significado de la llamada «propaganda por el hecho», que ya Malatesta había puesto en práctica en el Benevento italiano en 1876. Mínima violencia (excepto el enfrentamiento con la Guardia Civil) y ocupación de los centros de poder.

Sin embargo, el fracaso del levantamiento anarquista en Jerez hizo que se desplazasen unidades de fuerzas de orden pública a Casas Viejas con la finalidad de acabar con el movimiento. Al llegar las fuerzas de Guardias Civiles de Alcalá de los Gazules, el movimiento por el comunismo libertario había fracasado. Sin embargo, desde Madrid se estaban desplazando unidades de la Guardia de Asalto a cuya cabeza se situó Manuel Rojas Feijespán, personaje de reconocida ideología derechista.

La llegada de Rojas Feijespán significó la represión indiscriminada contra los campesinos. Fueron fusilados de forma arbitraria muchos de ellos, algunos ancianos, y se cercó la casa de Francisco Cruz Gutiérrez, alias Seisdedos, que fue incendiada con sus ocupantes dentro, ametrallando la puerta para que nadie pudiese salir. De la catástrofe, María Silva Cruz «La Libertaria», nieta de Seisdedos, pudo escapar.

La matanza culminó con 26 muertos, lo que provocó una autentica consternación en la sociedad española por la brutalidad empleada contra unos campesinos que solo reclaman tierra y pan y que, a excepción de la refriega con la Guardia Civil, no había tenido episodios de violencia.

Tras los sucesos vino la búsqueda de responsabilidades por lo sucedido. Los responsables directos fueron claros: Manuel Rojas Feijespán, Bartolomé Barba, Arturo Menéndez y el delegado del gobierno de Cádiz, Fernando de Arrigunaga. Cargos de la Guardia de Asalto, de la Guardia Civil y políticos. A pesar de los años de cárcel, Rojas Feijespán y Barba participaron en julio de 1936 de la sublevación contra la República, mientras Arturo Menéndez fue leal a la misma y murió fusilado por los sublevados.

A la zona del suceso se desplazó una comisión parlamentaria que emitiría un informe sobre los sucesos. Con ellos se desplazaron periodistas que vieron y hablaron de primera mano con algunos de los habitantes de la aldea. Entre ellos cabe destacar las plumas de Ramón J. Sender, que escribió el texto Viaje a la aldea del crimen: Documental de Casas Viejas, y Eduardo de Guzmán, que publicó una serie de artículos en el diario republicano La Tierra.

Sin embargo las responsabilidades se pedían más arriba. Aunque como bien ha demostrado Tano Ramos en su obra El caso Casas Viejas: crónica de una insidia, no hubo una orden directa por parte del Gobierno de la República de represión contra los campesinos anarquistas, y sí una extralimitación de unas fuerzas de orden público dudosamente depuradas y que se cobró una contribución de sangre y odio contra el anarquismo en la zona, lo cierto fue que la gestión del acontecimiento fue deficiente por parte del Gobierno de Manuel Azaña, que sufrió un revés y un desgaste de su gestión.

De forma indirecta, el Gobierno fue responsable de los sucesos. Los socialistas se fueron separando paulatinamente del Gobierno, hasta salir de él en septiembre de 1933, dejando a los republicanos de izquierda en minoría. La derecha, para nada amiga de los anarquistas a los que detestaba, aprovechó el acontecimiento para desgastar al Gobierno y preparar a conciencia las elecciones de noviembre de 1933 que le dio la victoria.

Para los anarquistas el acontecimiento también fue devastador, porque fue la ejemplificación del fracaso de una estrategia. Ello le valió en el futuro para replantearse estas estrategias, llegando a considerar a partir de 1934 que el objetivo era la unidad obrera con la UGT. En el congreso de Zaragoza de mayo de 1936, la CNT hizo un repaso al primer bienio republicano, considerando que la estrategia seguida no fue la correcta y que era inviable un enfrentamiento directo de la central libertaria contra el capitalismo sin la participación del resto del movimiento obrero.

Sin embargo, Casas Viejas siempre estuvo en el imaginario colectivo del movimiento obrero y libertario. La fuerza de su recuerdo llevó al franquismo a cambiar de nombre al pueblo, rebautizado como Benalup, recuperando su nombre hace pocos años.

Hoy el acontecimiento se recuerda con la señalización de lugares de la memoria y con numerosas obras históricas (Jerome R. Mintz, Tano Ramos, José Luis Gutierrez Molina, etc.), donde plantean lo que sucedió en una pequeña localidad y el fin cruel de unos campesinos que pidieron tierra, pan y libertad.

EL SALTO
11 enero 2018

sábado, 13 de junio de 2015

El estallido revolucionario de diciembre de 1933


TRAS LAS ELECCIONES DE NOVIEMBRE

El viernes 8 de diciembre de 1933 celebra su sesión inaugural el Parlamento designado en las elecciones legislativas del 19 de noviembre anterior, cuya segunda vuelta tuvo lugar quince días después. Se trata de las primeras Cortes ordinarias de la Segunda República, ya que las disueltas en el pasado mes de octubre —elegidas a su vez el 28 de junio de 1931— tenían rango y carácter de constituyentes. Existen abismales diferencias en la composición de ambos parlamentos republicanos. Mientras en el primero predominan fuerzas liberales y progresivas —radical-socialistas, Acción Republicana, Esquerra de Cataluña, federales y socialistas—, en el segundo los partidos conservadores —radicales, Lliga Regionalista, agrarios, CEDA y TYRE— ocupan una mayoría de escaños. Aunque los elementos derechistas discrepan en casi todos los puntos esencialmente en la forma de gobierno que debe regir en España —coinciden en una aspiración concreta: deshacer toda la obra positiva, avanzada y socializante, del primer bienio republicano.


En la noche del mismo viernes 8 de diciembre estalla en diversos puntos de la geografía peninsular un amplio movimiento insurreccional desencadenado por la Confederación Nacional del Trabajo. Pese a que las autoridades están advertidas, han declarado el estado de alarma y tomado todas las medidas de precaución que juzgan convenientes, la violencia revolucionaria rebasa sus cálculos. Durante una semana se lucha con extraordinario encarnizamiento en Aragón y la Rioja, así como en lugares aislados de Levante, Cataluña, León, Extremadura y Andalucía. La intentona subversiva guarda estrecha y directa relación con el reciente resultado electoral. Al propugnar la completa abstención proletaria de los comicios, la CNT ha dicho que de triunfar la reacción los trabajadores deben recurrir a la acción revolucionaria. El movimiento que se inicia a las pocas horas de reunirse las segundas Cortes republicanas demuestra que la organización confederal cumple al pie de la letra compromisos, promesas y amenazas. Demuestra también —y es una clara advertencia para todos— que el proletariado español no está dispuesto a consentir cruzado de brazos que el fascismo triunfe sin lucha en nuestro país como ha triunfado ya en Italia y Alemania.

VENTAJAS DERECHISTAS

Cuando en la primera decena de octubre disuelve Alcalá Zamora las Cortes Constituyentes y encarga a Martínez Barrio la convocatoria de nuevas elecciones para el 19 de noviembre, las derechas tradicionales reciben alborozadas la decisión porque creen tener en sus manos todas las bazas de triunfo. No les faltan razones para pensarlo así. En los treinta meses transcurridos desde la caída de la Monarquía, no sólo no se resuelven los muchos problemas pendientes, sino que se agravan. La crisis financiera internacional, iniciada en 1929, con el hundimiento bursátil de Wall Street, repercute con mayor fuerza cada día en la situación interior. Por otro lado, la evasión masiva de capitales, que los gobernantes republicanos no han sabido impedir, y las maniobras reaccionarias paralizando industrias y abandonando cultivos para hacer imposible la vida del nuevo régimen, están a punto de dar los frutos apetecidos por sus patrocinadores.

En dos años y medio se ha hecho poco prácticamente para elevar el nivel de vida de los trabajadores y satisfacer sus más apremiantes necesidades. Tanto en el campo como en las ciudades, el paro forzoso sigue una marcha ininterrumpidamente ascendente y si son ya cerca de setecientos mil los obreros sin trabajo, es muy de temer que pasen del millón en la primavera próxima. La tan prometida reforma agraria —necesidad inaplazable de España al terminar el primer tercio del siglo— continúa siendo un sueño para los campesinos tan hambrientos de pan como de tierras. El excesivo respeto a la juridicidad del gobierno provisional y de los que le siguen —con su lamentable consecuencia de que la conjunción republicano-socialista trate de legalizar la revolución antes de realizarla— ha dejado en pie las estructuras sociales, financieras e incluso administrativas de la Restauración con general desencanto y no escasa indignación por parte de las masas trabajadoras.

Aparte del desgaste sufrido por su permanencia en el poder en una época de ingentes dificultades, los partidos de izquierda cometen el imperdonable error de acudir a las elecciones desunidos e incluso enfrentados. Los socialistas, que al colaborar con los republicanos han tenido que apoyar leyes y medidas que disgustan profundamente a los trabajadores de la UGT, dan por terminada la colaboración y presentan candidaturas propias en casi todas las circunscripciones. Por motivos personales. los radical-socialistas están divididos en múltiples grupos y capillitas; Acción Republicana, los federales y la ORGA carecen de masas de seguidores y de una sólida organización y la Esquerra ha perdido buena parte de la aureola que le permitió triunfar arrolladoramente en Cataluña en 1931. Para colmo de males, la intensa campaña de abstención electoral desencadenada por la CNT restará a todos ellos varios cientos de millares de votos.

Entenebreciendo más aún el panorama, los republicanos conservadores de Maura, los reformistas de Melquiades y los radicales de Lerroux —que son mayoría en el gobierno de Martínez Barrio que preside las elecciones— están violentamente enfrentados con los socialistas y muchos más próximos a la Lliga, los agrarios e incluso a la CEDA que a sus antiguos aliados antidinásticos. En caso de necesidad se aliarán antes con Gil Robles que con Largo Caballero. (En efecto, en varias provincias .se establecen acuerdos secretos entre las huestes lerrouxistas y los candidatos de extrema derecha).

A diferencia de sus adversarios tradicionales, carlistas, monárquicos, agrarios y católicos, establecen una sólida unidad, saltando por encima de sus rencillas y rivalidades. Desde el comienzo mismo de la campaña forman un comité electoral presidido por Martínez de Velasco al que secundan Cid, Royo Villanova, Gil Robles, Sainz Rodríguez, Casanueva y Lamamié de Clairac. Están seguros del apoyo entusiasta de aristócratas, terratenientes, clericales, las oligarquías financieras preponderantes en el país y una masa considerable de la pequeña burguesía. Cuentan con recursos financieros incomparablemente superiores a los izquierdistas, con una organización electoral, basada en el caciquismo rural y con la mayoría de los diarios nacionales o regionales de mayor circulación. Y, como arma decisiva, con el voto femenino que los diputados constituyentes cometieron la ingenuidad de aprobar. Si las mujeres son en todas partes más conservadoras que los hombres, los seis millones de sufragios de las españolas —sobre las que la Iglesia ejerce tan avasalladora influencia— bastarán para alzar un dique insuperable a todas las aspiraciones liberales y revolucionarias.


TRES ACONTECIMIENTOS

En las breves semanas que dura la campaña electoral de 1933, se producen tres acontecimientos de distinta índole que habrán de tener influencia considerable en el futuro inmediato de la política española. Cronológicamente el primero de estos hechos es el acto fundacional de Falange Española, que si no es el partido fascista más antiguo de España; sí será el que alcance mayor importancia en años sucesivos. Se trata de un mitin celebrado en el Teatro de la Comedia de Madrid el domingo 29 de octubre, en el que hablan José Antonio Primo de Rivera, Julio Ruiz de Alda y el profesor García Valdecasas, y en que el primero de ellos hace la exaltación de «la dialéctica de los puños y las pistolas».

Cinco días más tarde, el 3 de noviembre, se fuga de la cárcel de Alcalá de Henares, donde se encuentra recluido, el famoso millonario mallorquín Juan March y Ordinas. Tan célebre por sus caudales, como por la índole especial de sus actividades y las leyendas forjadas en su torno, March es una figura discutible y polémica. Diputado republicano por Baleares, afecto al Partido Radical, las Constituyentes le expulsan de su seno, declarando públicamente su incompatibilidad moral con el conocido hombre de negocios. Procesado por motivos que no se explican suficientemente, lleva vente meses preso cuando abandona su encierro con la complicidad de algunos oficiales de prisiones. Sospechando que su fuga haya sido facilitada por determinados políticos lerrouxistas, el ministro de Justicia, Botella Asensi, presenta la dimisión y sólo a ruegos de Martínez Barrio consiente en continuar en el cargo hasta después del día 19. (Con su habilidad y su dinero, March es un elemento peligroso. En una ocasión Jaime Carner, ministro de Hacienda en el segundo gobierno de Azaña, ha dicho que «o la República termina con March, o March termina con la República». Como la República no termina con él, será March dentro de unos años —1936— quien contribuya en no escasa medida a la muerte de la República).

Cuarenta y ocho horas después, el domingo 5 de noviembre de 1933, se aprueba por aplastante mayoría el anteproyecto de Estatuto vasco. El artículo 12 de la Constitución de 1931 dispone en su apartado B) que una vez propuesto el Estatuto por la mayoría de los ayuntamientos de una región «lo acepten, por los procedimientos que señala la Ley Electoral, por lo menos las dos terceras partes de los electores inscritos en el censo de la región». El trámite se cumple satisfactoriamente en las provincias de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, donde los votos favorables superan con creces el tanto por ciento exigido. El éxito se celebra con grandes manifestaciones de alegría en todas las poblaciones importantes de Euskadi. Hablando a una de estas manifestaciones, el presidente de la diputación de Vizcaya dice entre otras cosas:

—El País Vasco; haciendo honor a sus tradiciones y a su historia, ha colocado su potente política en un plano de libertad y justicia que hará imperecedera la República. Álava, Vizcaya y Guipúzcoa se han fundido en un abrazo perpetuo con la España republicana. Pronto vendrá a unirse con nosotros la hermana Navarra, estimulada por el triunfo que representa el actual plebiscito.

(Al Estatuto, plebiscitariamente aprobado el 5 de noviembre de 1933, niegan su conformidad las Cortes del segundo bienio republicano. Esa negativa, contraria a los deseos de la mayoría de su población, influirá decisivamente en la determinación vasca de colocarse en julio del 36 al lado de la República y luchar por su supervivencia. Sancionado por el tercer Parlamento republicano en su reunión del 1 de octubre de 1936 en Madrid y abolido por el franquismo en 1937, luego de su conquista de Bilbao, seguirá siendo factor determinante en la política y la vida vascongadas cuarenta años después).

LA DERROTA DE LAS IZQUIERDAS

La jornada electoral del 19 de noviembre transcurre con absoluta tranquilidad en todo el país, igual que sucedió el 12 de abril y el 28 de junio de 1931, y lo mismo que ocurrirá el 16 de febrero de 1936 e incluso el 15 de junio de 1977. (Por encendidas que estén las pasiones y trascendental que sea la decisión que se espera de las urnas, el pueblo español mantiene una impresionante serenidad el día mismo de los comicios, que siempre transcurren en España sin alborotos, pendencias ni graves desórdenes). La gente, que acude en gran número a los colegios ante los que forma extensas colas, espera con calma a depositar su voto y regresa tranquilamente a su domicilio. Las mujeres, que ejercen por vez primera su derecho al sufragio, votan en proporción muy similar a los hombres.

Como se esperaba de antemano, el escrutinio señala un considerable desplazamiento hacia la derecha del sufragio. La tendencia que ya denuncian los primeros resultados, se consolida y acentúa a medida que avanza la noche del domingo y en la mañana del lunes la impresión es desoladora para las fuerzas izquierdistas. Las derechas vencen en una mayoría de provincias y circunscripciones, duplicando, triplicando e incluso cuadruplicando los escaños que ocupaban en las Constituyentes. Con excepción de la Esquerra catalana —que conserva 24 diputados de los 36 que tuvo en el anterior Congreso— los partidos republicanos de izquierda desaparecen prácticamente, mientras los socialistas ven reducida a la mitad su representación parlamentaria. Aunque mejoran ligeramente sus posiciones los radicales de Lerroux y los conservadores de Miguel Maura, sus ganancias no admiten comparación con las conseguidas por la CEDA —que será la minoría más numerosa en las nuevas Cortes— los agrarios, la Lliga, los carlistas y Renovación Española.

Aunque en la primera vuelta quedan sin dilucidar 95 escaños que habrán de ser cubiertos en la segunda, sus resultados no pueden hacer en ningún caso que las izquierdas alcancen la mayoría. De los 307 diputados elegidos el 19 de noviembre, 149 corresponden a las derechas, 101 al centro y sólo 57 a la izquierda; Pese a no existir desproporción apreciable entre los votos de unos y otros —los 8.711.160 sufragios emitidos se reparten entre 3.500.000 para la derecha, otros 3.500.000 para la izquierda y 1.700.000 para el centro— la multiplicación de candidaturas de izquierdistas —en Madrid, concretamente, frente a la del bloque unido contrarrevolucionario se presentan una de radicales, otra de republicanos de izquierda, una tercera socialista y una cuarta comunista—, hacen que se desaprovechen gran cantidad de votos y desnivelen la balanza en favor de las fuerzas reaccionarias. Más equilibrados son los resultados de la segunda vuelta, celebrada el 3 de diciembre, que señala un renacer del espíritu republicano con el triunfo de 31 diputados izquierdistas y 30 del centro frente a sólo 33 de derechas.

Con todo, los 465 escaños del Congreso se reparten en forma harto desigual entre los tres bloques o tendencias políticas de la nación: 217 para .la derecha, 156 para el centro y 99 para la izquierda. Para poder gobernar con desembarazo en un régimen parlamentario se necesitan la mitad más uno de los diputados que integran la Cámara. Como nadie alcanza los 233 votos precisos en las primeras Cortes ordinarias de la República, habrá que buscar la coalición entre dos de los tres bloques en que se dividen los representantes populares o recurrir a un gobierno minoritario que cuente con el apoyo condicionado y transitorio de una mayoría. Pero las coaliciones entre grupos que discrepan en todo lo fundamental son tan inestables como los gobiernos minoritarios que se sostienen en pie gracias a la tolerancia de sus adversarios. Esto basta por sí solo para explicar la larga serie de ministerios que se suceden durante el segundo bienio republicano y su completa esterilidad.


«FRENTE A LAS URNAS, LA REVOLUCION»

Aunque en las elecciones de noviembre de 1933 acuden a las urnas más de ocho millones de votantes, quedan otros cuatro millones de personas .que por las razones que sean no ejercen su derecho al voto. Está abstención que se cifra en el 32,6 por 100 de los inscritos en el censo, es superior a la del 28 de junio de 1931 y muy superior a la del 16 de febrero de 1936. Examinando las provincias y circunscripciones en que la abstención alcanza sus cotas más altas —Cádiz, 62,73 por 100; Sevilla, 50,16; Málaga, 49,37 e incluso Barcelona, 39,85— que son precisamente aquellas en que mayor influencia ejerce la Confederación Nacional del Trabajo, no cabe dudar que los sufragios no emitidos hubieran sido en su mayoría para las izquierdas y que su alejamiento de las urnas se debe en buena parte a la campaña abstencionista desarrollada durante el período electoral por la organización confederal.

De perfecto acuerdo con sus postulados doctrinales, el anarcosindicalismo español no ha presentado jamás un solo candidato en las elecciones municipales, provinciales o legislativas. Tanto en su Congreso constitutivo celebrado en Barcelona en 1910, como en los de la Comedia en 1919 o el del Conservatorio en 1931, la CNT afirma en todo momento que la emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos y no regalo generoso y paternalista de ningún político profesional llámese como se llame. El movimiento libertario hispano, igual que la totalidad del socialismo antiautoritario desde los tiempos de la Primera Internacional, considera que la acción directa es el medio más adecuado para la consecución de sus ideales y no cree que los diputados obreros que se sientan en los parlamentos burgueses puedan redimir a los trabajadores —cosa que no ha sucedido hasta ahora en ningún país— y estima mucho más fácil —conforme ha sucedido en muchos lugares— que acaben dejándose ganar por el halago de las instituciones capitalistas que aspiran a destruir. La dolorosa experiencia de las persecuciones sufridas desde 1931, la ratifica en su postura abstencionista ante las elecciones de noviembre.

El 20 de octubre de 1933 se celebra en Madrid un pleno nacional de regionales para adoptar decisiones con respecto a la situación nacional. En dicho pleno se toma por unanimidad el acuerdo de intensificar la campaña antielectoral por todos los medios a su alcance, con plena responsabilidad de que «al emprender esta campaña abstencionista contraemos una tremenda responsabilidad ante el proletariado español», añadiendo que «si triunfasen las derechas fascistas y por esa u otras razones el pueblo se revela, la Confederación Nacional del Trabajo tiene el deber de impulsar este deseo popular en ordena forjar de verdad su objetivo de comunismo libertario. Bastará que una regional desencadene la acción para que toda la organización tome parte en ella; esto quiere decir que en cuanto una regional se levante, inmediatamente, sin esperar más órdenes, las demás deben secundarla».

De conformidad con este acuerdo del Pleno de Regionales en las cuatro semanas siguientes la CNT desarrolla en periódicos, conferencias, asambleas y mítines una intensa campaña, interna y externa recomendando a los trabajadores que no acudan a las urnas. Culminación de la campaña es un gigantesco mitin en la plaza de toros Monumental de Barcelona en el que hablan Benito Pabón, Domingo Germinal, Buenaventura Durruti y Valeriano Orobón Fernández, que ante más de 100.000 trabajadores que llenan el coso y se agolpan en las calles vecinas glosan la consigna «Frente a las urnas, la revolución social ». Sabiendo de sobra cuál será la respuesta de sus oyentes, Durruti pregunta:

—Trabajadores, la última vez habéis votado a la República. ¿La hubieseis votado de saber que esa misma República encarcelaría en poco más de dos años a nueve mil obreros?

—La revolución de los republicanos ha fracasado —dice por su parte Orobón Fernández— y ahora tenemos en puerta una contrarrevolución fascista. ¿Recordáis lo que sucedió en Alemania? Socialistas y comunistas sabían lo que Hitler se proponía, pero pensaron que podrían detenerle sólo con las urnas. Se limitaron a votar y esa fue su sentencia de muerte. ¿Qué está pasando ahora mismo en Austria, orgullo de la socialdemocracia? Allí los socialdemócratas tenían el 45 por 100 de los votos; esperaban lograr un 6 por ciento más en las últimas elecciones, seguro de que eso les conduciría al poder. Pero se olvidaron de un hecho fundamental: que aun saliéndoles bien las cuentas, al día siguiente del triunfo electoral, tendrían que salir a la calle a combatir en defensa de su victoria, porque ni en Austria ni en ningún sitio el capitalismo se deja quitar el poder de una manera pacífica.

La campaña abstencionista de la CNT tiene un éxito completo. Más de un millón de sus afiliados o simpatizantes que votaron en 1931 ilusionados y esperanzados por la República y que volverán a hacerlo en 1936 para conseguir una amnistía que ponga en la calle a los treinta mil obreros encerrados por los gobernantes del bienio negro, no participan en los comicios. Su abstención facilita el triunfo reaccionario en buen número de circunscripciones. Aunque la derrota izquierdista no puede serles imputada exclusivamente —a ella contribuyen poderosamente la suicida división de republicanos y socialistas, la concesión del voto a la mujer y la política represiva de Maura y Casares desde el Ministerio de la Gobernación— la organización confederal se cree obligada a poner de su parte cuanto pueda para cerrar el paso al avance de la reacción y del fascismo. Considera que ha contraído un grave compromiso con los trabajadores a los que aconsejó la abstención y quiere hacer honor inmediatamente a la palabra empeñada.

El 26 de noviembre se celebra en Madrid un nuevo pleno de regionales de la Confederación. En el pleno se discute tanto la necesidad de desencadenar un movimiento insurreccional como sus posibilidades de éxito. Si en lo primero, en que la violencia revolucionaria es el único medio de combatir el fascismo, están conformes todos los reunidos, hay ligeras discrepancias acerca del momento en que debe comenzar y los preparativos que hay que realizar antes de lanzarse a la lucha armada. No faltan optimistas que estiman que dado el triunfo derechista en las elecciones y el tono resuelto adoptado en la propaganda electoral por Largo Caballero y el ala izquierda del socialismo, los trabajadores de la UGT se sumarán en masa y sin vacilaciones a la proyectada intentona; otros niegan esta posibilidad y, como la regional asturiana, abogan por una preparación más larga y cuidadosa. Aunque Andalucía alega que dada la represión que sufre a lo largo de todo el año, con sus locales cerrados y sus militantes presos, no podrá prestar gran ayuda al movimiento en perspectiva, Aragón, Levante, Galicia y Centro, regionales a las que con ciertas reservas y divisiones entre sus delegados se suma Cataluña, consiguen imponer su criterio de emprender sin tardanza una acción que impida y corte el avance fascista.

Inmediatamente se nombra un Comité Revolucionario que habrá de fijar su residencia en Zaragoza, en el que forman entre otros Cipriano Mera, Buenaventura Durruti, Antonio Ejarque y el doctor Isaac Puente, que ultima con toda rapidez los preparativos de un alzamiento que tendrá que iniciarse tan sólo catorce días después.


EL MOVIMIENTO DE DICIEMBRE

Apenas terminada la sesión de Cortes en que es elegido presidente del Congreso el ex ministro monárquico don Santiago Alba, el Gobierno Martínez Barrio —que días atrás ha declarado el Estado de Prevención— declara en toda España el Estado de Alarma. Casi simultáneamente se producen los primeros chispazos del movimiento insurreccional más intenso y extenso de cuantos hasta estos momentos ha conocido nuestro país. De acuerdo con los proyectos del Comité Revolucionario el peso principal de la lucha ha de recaer sobre la regional de Aragón, Rioja y Navarra —que es la que se considera mejor preparada— secundada por una huelga general en el resto del país, con corte de comunicaciones y dominio de las poblaciones en que sea posible. Antes de medianoche del 8 de diciembre se producen en diversos puntos de la geografía peninsular voladuras de líneas férreas, telefónicas y telegráficas, ataques a los cuarteles de la guardia civil e intensos tiroteos en distintas ciudades.

Aunque en Barcelona se lucha con encarnizamiento durante toda la noche en la barriada de Coll Blanch, los trabajadores llegan a adueñarse de Hospitalet y el Prat de Llobregat y al día siguiente paran todas las industrias y se suceden las acciones violentas por espacio de una semana; pese a que en Levante los trabajadores revolucionarios se apoderan de una docena de pueblos; a que en Madrid hay varios muertos en enfrentamientos con la fuerza pública y que se producen numerosos paros; a que hay numerosas huelgas en Galicia, Asturias, León y Andalucía, el foco principal de la contienda se centra en Aragón y La Rioja.

Tanto en las provincias de Zaragoza, Huesca y Teruel como en la de Logroño, los revolucionarios se adueñan de extensas zonas en las que proclaman el comunismo libertario. Entre otros pueblos los campesinos dominan por espacio de varios días en Briones, Fuenmayor, Ceniceros, Arnedo, La Bastida y San Asensio en La Rioja, y en Valderrobles, Mas de las Matas, Beceite, Calanda, Alcoriza, Alcalá de Gurrea, Daroca, Albalate del Cinca y Alcampel en Aragón.


Como consecuencia, la voladura de líneas férreas para interceptar las comunicaciones, se producen dos descarrilamientos, uno en Aragón y otro en Valencia, este último con numerosas víctimas. Aparte de Aragón, Rioja y Levante, se originan hechos de gravedad en diferentes comarcas y regiones. En febrero, en la cuenca minera leonesa, los obreros son dueños de la situación hasta que fuerzas del ejército les obligan a refugiarse en las montañas. En Bujalance, en la provincia de Córdoba, se lucha durante toda una jornada, produciéndose después una dura represión. En Villanueva de la Serena, Badajoz, el sargento Pío Sopena, al frente de una docena de hombres se adueña de la caja de reclutamiento de la localidad y resiste durante dos días todas las intimidaciones de rendición, muriendo al cabo en unión de sus compañeros al ser destruido el edificio por un bombardeo de cañones y morteros.

Finalmente, el movimiento insurreccional fracasa, como han fracasado en España la totalidad de las intentonas revolucionarias de izquierdas y derechas, de monárquicos y republicanos. El de diciembre de 1933 falla por falta de armamento y preparación, por la premura y precipitación en lanzarse a la lucha sin contar con elementos suficientes para sostenerla, por no haberse escogido el momento adecuado y por no conseguir arrastrar al mismo como se esperaba a las organizaciones ugetistas. No obstante, reviste tales caracteres que el propio ministro de la Guerra, Iranzo, tiene que declarar el 13 de diciembre: «El movimiento ha sido duro e intenso en proporciones tales que da lugar a reflexionar porque no se comprende la cantidad de elementos destructores que se han reunido y el número y extensión de los hombres movilizados». La semana de lucha arroja un saldo doloroso de 87 muertos, unos centenares de heridos y más de un millar de detenidos, muchos de los cuales continuarán en prisión hasta la amnistía que sigue a la victoria del Frente Popular en el mes de febrero de 1936.

UN ARMA DE DOBLE FILO

El movimiento revolucionario de diciembre es consecuencia directa del triunfo derechista en las elecciones de noviembre del 33, debido en parte a la abstención electoral preconizada por la CNT. En meses y en años sucesivos se discutirá mucho en torno a la abstención y sus consecuencias. Para una mayoría se trata de un arma de doble filo, peligrosa de manejar en todo momento y sólo útil en determinados momentos. ¿Dio los frutos apetecidos por quiénes la defendieron en España a finales de 1933? Tres meses después, luego del aplastamiento en las calles de Viena de la socialdemocracia austriaca, escribía Orobón Fernández en un artículo publicado en La Tierra:

«Mucho se ha dicho y escrito, muy superficialmente por cierto, contra el abstencionismo electoral de la Confederación, cuya eficacia está resultando infinitamente superior a la elección de cien diputados obreros, ya que ha abierto un proceso revolucionario de grandes perspectivas para el proletariado español. Sin esta abstención denunciadora oportuna del volumen de la reacción y de la inanidad del sufragio para combatirla, el fascismo latente se nos hubiese colado un día de rondón por la puerta grande de la "legalidad democrática", bien pertrechado frente a una clase obrera sorprendida, fraccionada y en parte entretenida en hacer reclamaciones inocentes al censo electoral. De esta manera hemos atacado al fascio en su periodo de incubación. Y tras nuestra actitud, de sabotaje desintegrante en un terreno y de contundencia combativa en otro, se ha comprendido la gravedad de la situación, ha sonado la voz de alarma en todo el campo obrero y, lo que es más importante, se ha comenzado a hablar con seriedad de frente único, alianza o unidad revolucionarios.»

El mismo Valeriano Orobón Femández, una de las figuras revolucionarias de mayor rango intelectual, muerto desgraciadamente a comienzos de 1936, decía aquellos días de la primavera de 1934 hablando conmigo sobre este mismo tema:

—¿Te das cuenta ahora del acierto de nuestra postura de noviembre y sus resultados? De triunfar electoralmente las izquierdas burguesas, el Partido Socialista seguiría aliado con ellas, oponiéndose a las aspiraciones revolucionarías de los trabajadores. Como han vencido las derechas, tiene que unirse fatalmente al resto del proletariado en lucha contra el capitalismo, si no quiere sufrir la misma suerte que la socialdemocracia alemana o austriaca. Incluso es posible, probable mejor, que amplios sectores de la burguesía liberal, que desde el poder no acertaban a calibrar toda la gravedad de la amenaza fascista, la comprendan ahora y formen al lado de los obreros en vez de combatirlos a sangre y fuego, en defensa de una oligarquía que utiliza sus servicios cuando le conviene, pero que los paga con la cárcel o el paredón en el momento en que puede prescindir de ellos.

(Nº 37 / Diciembre 1977)

domingo, 14 de abril de 2013

Sobre algunas posiciones críticas de la CNT


Ya que es hoy 14 de Abril, pues recordemos algo escrito sobre el papel del anarcosindicalismo durante la II República, y la persecución al que fue sometido durante ese periodo democrático de nuestra historia (más un «poquito» de panfletarismo cenetista).

Extraido de La Protesta, nº 3 (CNT-Granada):

Algunos acusan a la CNT de haber debilitado y haber facilitado la caída de la II República, que, aunque se llamó a sí misma «República de Trabajadores», no lo fue en ningún caso. Aclaramos que la CNT, aun no comprometiéndose con ningún régimen político, dio a la II República por bien venida, si es que ella iba a favorecer las reivindicaciones obreras. La cosa no fue así. En menos de 5 años, esa República sacrificó a más cenetistas de lo que lo hicieron muchos años de monarquía. La Ley de Organización Sindical, la Ley de Fugas, la Ley de Vagos y Maleantes... fueron todas ellas leyes anticenetistas. La CNT luchó por los derechos de los trabajadores y la II República persiguió por ello a la CNT.

La conspiración contra la República por parte de la reacción española se pone en marcha desde el mismo 15 de abril de 1931 y se le va dando forma y estructura progresivamente en los ámbitos de Mussolini, desde esa misma fecha, y, a partir de 1934, con la subida de Hitler al poder, también en Alemania se van delineando las acciones coordinadas entre los dos Estados fascistas. Una vez producido el levantamiento de julio de 1936, sin la acción de la CNT, ya preparada contra él, la República hubiera durado dos días a lo sumo. La CNT salvó entonces a la República, pero la salvó para la Revolución y esto no lo quisieron ni los republicanos, ni los comunistas, ni los nacionalistas, ni los socialistas de Prieto, Zunzunegui o Besteiro. Que hicieron, todos ellos, lo que hicieron.


Hay, hoy, otros más «izquierdistas» críticos de la CNT por considerarla vieja, dinosauria, encorsetada y hasta burócrática. En este grupo de críticos, generalmente jóvenes, al menos en lo visible, donde reina una gran confusión y donde las contradicciones asoman, si no por todos, por muchos costados, su crítica parece fundamentarse en lo joven frente a lo viejo, en la oposición a lo antiguo por antiguo, pero sin recurrir a argumentos de razón que demuestren la debilidad de los fundamentos confederales. o bien ensalzando la historia de la CNT, pero a la vez declarándola concluida, sin argumentar en qué han dejado de ser válidos los fundamentos de la Confederación.

Están por un lado los que dicen hacer de la autonomía obrera el fuste ideológico de su actitud, picoteando en Marx, en Rosa Luxemburg o en Pannekoek, dicen también ser antipartido, lo cual encontramos muy correcto, y no parecen ser antiorganizativos, pero sí son radicalmente antisindicales, lo que parece llevarles a problemas de puro nominalismo, pues, si están por una organización que defienda la asamblea frente a reformismos partidistas y sindicatos sin finalismo, ¿por qué se empeñan en negar el anarcosindicalismo que, organizativa y prácticamente tiene esa misión de defender la asamblea contra toda clase de reformismo político y económico. En realidad, son marxistas rezagados que no se atreven a descubrir su juego doctrinal, lo que les obliga a saltimbanquear de un discurso a otro y a frecuentes falseamientos, con consecuencia de un confusionismo oscurantista por falta de clarificación en el qué, el cómo, el medio y el fin, así como a incursiones intermitentes en la pura metafísica idealista. La sustitución del principio de subordinación por el principio de coordinación es la espina dorsal del anarcosindicalismo, pero, sin la clarificación de los extremos a que aludimos, la marcha de consejo obrero en consejo obrero va a culminar, precisamente por no clarificar los pasos y modos intermedios, en un consejo último que tiene todas las papeletas para convertirse en un Consejo Central Subordinante. Por otro lado y aunque declaren, verbalmente, estar en contra los partidos, el hecho es, como ocurrió en el caso de Pannekoek, que, al dejar en oscuridad el campo administrativo, en realidad, lo que dejan es el campo abierto a entidades de carácter político que reservarían para sí la decisión decisiva por antonomasia, ncluso por encima del Consejo Obrero Central. Los fracasos y debilidades del sistema de consejos ensayado en Berlín, Munich o Turín debiera servir de factor clarificativo a los que están en esta línea.

En otro bando, están los del «no-compromiso», los individualistas antiorganizativos, que sin embargo se «organizan», los que no tienen ni medianamente planteada ni teóricamente justificada su posición anti-trabajo como vía de liberación personal, ni cómo desde ella se puede llegar a la revolución, ni cómo ha de ser el principio económico de ésta, ni cómo desde la absoluta ignorancia técnica del laborar se pueden alimentar 6.000 millones o más de personas sobre la Tierra, ni cómo, de la noche al día, se puede adquirir por ciencia infusa ese saber laborar, sin el que la pura subsistencia física se hace imposible. Contra el trabajo asalariado estamos todos y contra él luchamos, pero, por la vía del anti-trabajo o de las falsas soluciones individuales, no se lo puede superar, sino que se contribuye a perpetuarlo...

La CNT está y estará siempre con la juventud porque la juventud es la vida avanzando, pero la CNT es consciente de que la vida no tiene sólo dimensiones físicas y sabe que hay ideas milenarias que son perfectamente jóvenes, si están sustentadas en la razón, que siempre es joven cuando es razón. La dialéctica antiguo/moderno, o de lo viejo y lo joven, planteada desde el puro punto de vista temporal, es un sofisma, una falsa dialéctica. Muchas ideas limpias resultan desfiguradas en el tiempo por ser objeto de un manoseo interesado. Es contra este manoseo contra lo que hay que estar, pero no contra la idea original desfigurada por ese manoseo.

El impulso juvenil es grandioso, pero, si le acompaña la ceguera o la ligereza mental, puede estar dando ventajas a aquello que quiere combatir. La CNT es el único sindicato revolucionario de cuantos hay en escena; de su capacidad transformativa y de su oposición indeclinable al sistema establecido dio y sigue dando suficientes pruebas. Actuar, pues, planteándose otras cosas, pero, en realidad o principalmente, por puro anticenetismo irreflexivo, y contribuir con ello al debilitamiento de esta fuerza es hacer un flaco favor a la causa que apunta a la superación del sistema. Cuando uno se plantea en serio la transformación revolucionaria de a sociedad debe no sólo actuar, sino pensar en el alcance y las consecuencias de los propios actos.

Juan G.L. 
Mayo 2006  

lunes, 8 de octubre de 2012

El problema catalán

Estar en Cataluña, vivir en Cataluña, actuar en Cataluña y no sentir la emoción del problema catalán sería inconcebible, algo colocado fuera y a extramuros de la realidad.

Constituir un partido político en Cataluña, tener este partido una organización interna federativa y ser, por añadidura, un partido que quiere agrupar exclusivamente a la clase trabajadora en la más amplia acepción de la palabra y no tratar el problema catalán sería, más que absurdo, completamente inexplicable. Y no exageramos al emplear tales palabras.

Por lo mismo, el Partido Sindicalista, nacido y domiciliado en Cataluña, aunque tenga carácter nacional, empieza por reconocer el hecho regional, puesto que su organización interna federativa se lo permite con holgura. Sabemos que esta declaración nuestra no satisfará los furores catalanistas de los partidarios del tot o res (todo o nada), ni los sentimientos anticatalanistas de los centralistas rabiosos. Pero como no hablamos para las exageraciones ni para los dogmatismos fanáticos, sino para el sentido común de los hombres y para la lógica, nos basta con la afirmación de que acatamos y respetamos el problema catalán y la autonomía catalana.

Pero además de respetar esto, decimos que, así como nos parece exagerado, y extemporáneo, de que a estas alturas, se nos hable del hecho «diferencial» para hacer de un problema político, económico y social un problema de razas, creemos de razón que se respete la autonomía catalana, al igual que debe respetarse el régimen autonómico cuando otra región española lo consiga.

Defensores, pues, de las esencias y principios del régimen autonómico, nada nos obligaría a encerrarnos en él, cuando nuestro deseo es ir más allá; bastante más allá de lo que va la autonomía actual.

Empieza el Partido Sindicalista por establecer la plena personalidad municipal al declarar que el Municipio será la célula de la organización política del mañana. Y añade a continuación que las Comarcas y Regiones se formarán por la libre voluntad de los Municipios, y que el órgano superior, expresión suprema de todas las actividades e instituciones, será la Confederación de Municipios españoles. ¿Se puede pedir más? ¿Ir más lejos? No. Porque pedir más sería no pedir nada; puesto que nada se pide cuando lo que se pide esta más allá de lo que humanamente puede darse.

Afirmamos, pues, que el hecho catalán autónomo encontrará en nosotros sus más ardientes defensores, pero esto no cegará nuestra razón al extremo de olvidar que la economía catalana, y, por tanto, la suerte del obrero catalán, están íntimamente ligadas a la economía española y a la suerte del obrero de otras regiones del país. De esto deducimos, pues, que los avances que en materia económica obtenga el obrero catalán, habrán de estar forzosamente regulados y de acuerdo con los avances que obtenga el obrero de Castilla, de Levante, de Extremadura, de Andalucía, de Aragón o de Galicia. Esto podrán olvidarlo los partidos burgueses porque no se colocan en el plano en que forzosamente nos hemos de colocar nosotros, pero no puede olvidarlo el Partido Sindicalista, un Partido como el nuestro que, por tener raíces doctrinales en el sindicalismo, es un partido genuinamente de productores, de quienes se ganan la vida en el trabajo diario de cada hora.

Ratificamos, pues, nuestro propósito de respeto al problema catalán tal cual esta planteado; así como lo ratificamos también en el de superar la situación que el problema crea, convencidos de que aún puede irse mucho más allá en favor del pueblo productor catalán.

Confirmamos, además, estos propósitos declarando que la organización regional catalana del Partido Sindicalista tendrá siempre un margen de libertad en su actuación, compatible con las necesidades que la acción política del Estado Catalán le impongan. Y para terminar decimos que no nos interesa el separatismo, lo que nos interesa es que la personalidad catalana, como la personalidad andaluza, vasca o aragonesa, alcance su pleno desarrollo dentro de la unidad que han de formar las distintas variedades de la economía, de la política y de lo social españoles. Así lo vemos y así lo defenderemos.

jueves, 16 de agosto de 2012

Lo que fueron, para mí, los ateneos libertarios

Por ARTURO PARERA RODRÍGUEZ
Solidaridad Obrera, nº 312
(Septiembre-Octubre 2002)


Con la proclamación de la República en España empezó una nueva época de problemas sociales y económicos que los republicanos en el poder tampoco fueron capaces de dar soluciones justas y concretas, sirviéndose de una política verdaderamente de izquierdas, por lo menos para combatir a la principal y más grande dificultad: la Nobleza española, que contaba con más de un 50% de la superficie cultivable y dominaba las demás riquezas de la producción. El enfrentamiento pues de esta clase dominante y representativa de la explotación contra los eternos desheredados del derecho a la vida, tenía que continuar.

Situación política, social y económica difícil. Sí, muy difícil se hizo, no sólo para los anarcosindicalistas, en tal ocasión sindicalmente mayoritarios, sino también para todas las demás tendencias de izquierdas, ajustar el principio de ensayo democrático a la medida de todas las maneras de comprender la República y la Revolución.

Para nosotros, los jóvenes, la llegada de la República suponía una situación muy sana y muy justa, que los republicanos, con sus torpes maneras de gobernar, impidieron realizar. Por mi parte, víctima de una larga historia de miseria, y siempre sin haber podido ver ¡ni la más insignificante sombra de humanidad!, fue natural que terminara por manifestarme fuertemente ilusionado por las ideas anarquistas de mi padre. También fueron muchos los jóvenes que, ansiosos de satisfacer la sed de libertad y de emancipación, vieran en los ateneos libertarios el lugar cultural y revolucionario que se necesitaba para perseguir tan justa y sana finalidad.

La cultura que encontramos, tan altamente emancipadora en los ateneos libertarios, fue una realidad educativa a tener en cuenta siempre que se escriba la historia cultural de la juventud española. Los jóvenes libertarios nos agrupábamos para enriquecernos de poesía y demás románticas maneras de interpretar la libertad y la superación de la personalidad humana. Cosa bien contraria de lo que hoy, transcurridos ya más de 65 años, estoy pudiendo ver en ciertos ateneos, y también en los liceos y demás agrupaciones de la juventud, donde el alcohol, el tabaco, la droga, la degeneración del amor, del arte, de los deportes, está cotidianamente presente nos encontremos en no importa el lugar.

El arte de vivir, de vivir sano, libre, independiente de morales impuestas por la sociedad y sin dejar de aportar a la colectividad lo mejor de nuestras inteligencias, lo mejor de nuestros corazones y de nuestra rebeldía, fue una de las principales cualidades educativas que muy pronto me familiarizó con las juventudes libertarias.

La cultura, libre y revolucionaria, empezó a ser también para mi el valor principal de la Revolución. El ambiente revolucionario que estaba viviendo junto a mi padre me había permitido comprender que la cultura no podía continuar siendo la misión exclusiva del sistema educativo de una política ni de una religión, sino que un instrumento tan sumamente importante, como lo es la cultura, para aprender el arte de vivir, tenía que depender más pronto del razonamiento de los interesados que buscan la superación física y espiritual de los pueblos, y no como medio de eternizar las costumbres sin razón los indecentes sistemas de explotación, transmitidos a través de siglos y de culturas.

En los ateneos libertarios que yo empecé a militar, estudiábamos las mejores maneras de ser independientes y libres, pero sin que, física y espiritualmente se tuviera que lamentar los efectos negativos de la libertad. Tanto era el interés de combatir lo que la sociedad degenera, enferma y embrutece, que en muchas ocasiones no se podía evitar un puritanismo excesivo.

La libertad, para un libertario de mi época, se condicionaba a las exigencias naturales de nuestra condición racional y humana. Es decir, que respetar esta insuperable condición de nuestra humanidad era prioritario en la búsqueda de la libertad y del placer.

Combatíamos el alcoholismo, el tabaco y demás vicios perniciosos para nuestra salud y para nuestra intelectualidad, como también los deportes excesivamente materializados, y todo lo que pudiera atentar al progreso físico y espiritual de la humanidad. En esta labor, el programa libertario era amplio y constante, y sin que interviniera en las discusiones maneras de insistir absolutista, sino más pronto y muy corrientemente la tolerancia y el razonamiento.

Así, por ejemplo, el naturismo, como medio de enriquecer la salud colectiva; el libre acuerdo para organizar el hogar, sin otras leyes que las razones de ambos corazones, es decir, el amor libre, amor sometido y enteramente entregado a nuestra humanidad personal; la maternidad razonada y medida a la situación económica de los interesados y a las necesidades demográficas de la nación; liberar los deportes, la música, el arte, las ciencias, del materialismo nefasto, devastador y por consiguiente destructivo que produce el sistema político y cultural del capitalismo internacional, eran algunos puntos de vista y proposiciones del programa libertario en materia educativa. Proposiciones y puntos de vista que se debatían en los ateneos y también en los sindicatos de la CNT, y con una representatividad juvenil en ambas organizaciones no igualada por ningún movimiento cultural de nuestra actualidad.

Recuerdo, conservando la misma ilusión y el mismo entusiasmo de mi juventud, los ejemplos de superación, de emancipación que ofrecíamos a la sociedad, y en una abertura de espíritu digno de admirar. En las playas defendíamos la desnudez humana con nuestra propia desnudez, afirmando el derecho a entregarse libremente al agua, al aire, al sol, y sin ningún otro principio moral que el que nos aconsejaba la inteligencia, la experiencia y los sabios descubrimientos de la ciencia en materia de salud.

Todas estas definiciones de la moral las proclamábamos manifestándonos máximamente respetuosos con las demás maneras de interpretar las ideas, las religiones, y siempre, por descontado, con el ejemplo de nuestras filosóficas maneras de unirnos a la naturaleza.

En efecto, este extraordinario movimiento cultural libertario era una proyección cotidiana de alternativas para vivir y conscientes el amor, la sexualidad, la libertad: ¡Filosofía de vida aceptada por infinidad de jóvenes cada día en aumento por todos los ateneos!

Los grupos desnudistas imponiendo en las playas el respeto y la admiración a la belleza humana; las asociaciones naturistas proponiendo la regeneración física y espiritual; las escuelas racionalistas afirmando la necesidad de enriquecer la vida y la libertad con los incontestables valores de nuestra naturaleza racional y humana. ¡Interesantes alternativas!

Testigo de esta importante revolución cultural libertaria durante la Segunda República, son la novela Ideal, con 30 págs. que se editaba cada semana con más de 1.000 ejemplares. También la novela Libre, 60 págs., mensual, con un tiraje de 1.500 ejemplares. ¿Qué agrupación u organización cultural sería hoy capaz de publicar, semanal y mensualmente, tal cantidad de ejemplares año tras año?

Es pues vergonzoso, que esta digna revolución cultural libertaria, tan explosivamente propagada y vivida por una fuerte cantidad de jóvenes españoles y barrida más tarde con una espantosa violencia por la sublevación militar del fascismo español y del alemán, siga queriéndose ignorar, particularmente por parte de los historiadores españoles. Una cosa tan sumamente interesante como es la memoria de la humanidad en materia educativa, no se puede seguir dejándolo en la confusión, o lo que es peor, en el olvido, tal como está sucediendo siempre que se recuerda o comenta oficialmente la historia cultural de la juventud.

La sociedad no ha facilitado nunca, ni hoy tampoco facilita, el desarrollo de esta cultura emancipadora, tan sumamente necesaria para vivir libre e independiente como individuo, y máximamente servicial como colectivo. Y sin embargo, se quiera o no, esta moral LIBERTARIA, que infinidad de jóvenes españoles hemos vivido, que aconseja a la juventud vivir libremente según sus propios sentimientos y filosofías y que rompe radicalmente con los sistemas políticos y las creencias religiosas, hoy es cosa a la que ya infinidad de jóvenes se están aproximando, digo bien aproximando, sea en las relaciones sexuales o aceptando la unión libre, la maternidad razonada, o manifestando en las playas sus originales maneras de bañarse, de vestir, de comprender la libertad y el matrimonio. Y sin otro permiso y sin otra escuela que la que cada día nos aprende la experiencia y el curso natural de la evolución. Esta convivencia social y cultural, más libre, más justa, más racional y más humana: ¡Ensueño delirante de sociedad que animó a las juventudes libertarias de mi época, época de la Segunda República Española!