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martes, 20 de noviembre de 2018

Centenario de la Revolución alemana


Por SEBASTIAN HAFFNER

Sobre ningún otro acontecimiento histórico se ha mentido tanto como sobre la Revolución alemana de 1918. En particular, hay tres leyendas que han aguantado el paso de los años y que han resultado imposibles de erradicar.

La primera de ellas se divulgó sobre todo —e incluso continúa hoy en día— entre la burguesía alemana y sencillamente consiste en la negación de la revolución. Aún se sigue oyendo a menudo que en Alemania, en 1918, no hubo una auténtica revolución. Lo más que ocurrió fue un derrumbamiento. La fragilidad momentánea de las fuerzas del orden en el instante de la derrota permitió que un amotinamiento de marineros pareciese una revolución.

La ceguera y la falsedad de todo esto pueden verse a simple vista al comparar el año 1918 con 1945. Naturalmente, en este último año sí que se produjo únicamente un derrumbamiento.

Cierto es que en 1918 un motín de marineros le proporcionó a la revolución el empujón que necesitaba; pero le proporcionó sólo eso, el empujón. Lo extraordinario fue precisamente que un mero motín de marineros durante la primera semana de noviembre de 1918 desencadenase un terremoto que sacudió toda Alemania; que hizo que se levantara todo el ejército, toda la clase obrera urbana y en Baviera además una parte de la población rural. Pero este levantamiento ya no era un simple motín, era una auténtica revolución. Ya no se trataba únicamente de un acto de insubordinación, como sucedió durante los días 29 y 30 de octubre en la Flota de Alta Mar en Schillig-Reede. Ahora se trataba del derrocamiento de la clase dirigente y de la reforma del Estado. ¿Y qué es una revolución sino exactamente esto?

Como toda revolución, ésta también derrocó el viejo orden y dio los primero pasos para instaurar uno nuevo. No sólo fue destructiva, sino también creadora: su creación fueron los consejos de trabajadores y soldados. Que no todo sucediera sin obstáculos y ordenadamente, que el nuevo orden no funcionara enseguida tan perfectamente como el derrocado, que se cometieran actos desagradables y ridículos, ¿en qué revolución hubiese sido de otra forma? Y que naturalmente la revolución pusiese de manifiesto de pronto la debilidad y los errores del viejo orden y que su victoria se debiera en parte a esta debilidad, no es más que una obviedad. En ninguna otra revolución de la Historia ha ocurrido de otro modo.

Por el contrario, debemos reconocer incluso como una hazaña de la Revolución alemana de noviembre de 1918 la autodisciplina, la bondad y la humanidad con la que se llevó a cabo, más remarcable aún si se tiene en cuenta que fue casi en todas partes la obra espontánea de las masas sin liderazgo. El verdadero héroe de esta revolución fueron las masas, el espíritu de la época ha dejado constancia de ello: no es casual que los puntos culminantes en las obras de teatro y cine alemanes de esos años muestren magníficas escenas de masas (...)


Los ríos de sangre que se vertieron durante la primera mitad de 1919 para aplastar la revolución dan fe de que ésta no fue ni una quimera ni una ilusión, sino una realidad viva y sólida.

No hay duda alguna sobre quién sofocó la revolución: la dirección del SPD, Ebert y sus hombres. Tampoco existe ninguna duda de que los líderes del SPD, para poder derrotarla, se pusieron primero a su cabeza y luego la traicionaron. En palabras del incorruptible y lúcido testigo Ernst Troeltsch, «esta revolución que los dirigentes socialdemócratas no habían hecho y que para ellos era una especie de aborto, fue adoptada para no perder su influencia sobre las masas, como si se tratase de la adopción de un niño largamente deseado».

En este punto hay que ser preciso, cada palabra resulta crucial. Es cierto que los dirigentes del SPD no habían hecho ni habían deseado la revolución. Pero Troeltsch es inexacto cuando afirma que solamente la «adoptaron». La revolución no fue únicamente «adoptada», sino que realmente fue su propio hijo, su hijo largamente esperado. La habían estado predicando y prometiendo durante cincuenta años. Aunque ahora «este hijo largamente esperado» ya no era deseado, no dejaba de ser suyo. El SPD era y siguió siendo su madre natural; y cuando lo asesinó, cometió un infanticidio.

Como cualquier infanticida, el SPD intentó excusarse ante su actuación. Y éste es el origen de la segunda gran leyenda acerca de la Revolución alemana: que no se trataba de la revolución proclamada durante los últimos cincuenta años por los socialdemócratas, sino de una revolución bolchevique, un producto de importación rusa, y que el SPD había protegido y salvado a Alemania del «caos bolchevique» (...)

Esta leyenda, inventada por los socialdemócratas, siempre ha sido apoyada, voluntaria o involuntariamente, por los comunistas, ya que otorgan todo el mérito de la revolución al KPD o a su predecesor, la Liga Espartaquista, y se vanaglorian de él, lo que los socialdemócratas utilizan para justificarse a sí mismos y para acusar a la revolución: la Revolución de noviembre de 1918 fue una revolución comunista (o «bolchevique»).

Y a pesar de que socialdemócratas y comunistas coincidan excepcionalmente en este punto, sigue siendo una falsedad. La Revolución de 1918 no fue un producto de importación rusa, fue un producto genuinamente alemán; y tampoco fue una revolución comunista, sino socialdemócrata: la misma revolución que el SPD había proclamado y exigido durante cincuenta años, para la que había preparado a sus millones de seguidores y a la que había consagrado su existencia.

Este punto resulta fácil de demostrar. La revolución no la hizo la Liga Espartaquista, un grupo con escasa capacidad organizativa y con pocos seguidores, sino millones de trabajadores y soldados socialdemócratas. El gobierno exigido por estos millones de personas —tanto en enero de 1919 como antes en noviembre de 1918— no era ni espartaquista ni comunista, sino un gobierno del partido socialdemócrata reunificado*. La constitución que anhelaban no era la de una dictadura del proletariado, sino la de una democracia proletaria: el proletariado, y no la burguesía, quería ser a partir de ahora la clase dirigente, pero quería gobernar democráticamente, no de forma dictatorial. Las clases derrocadas y sus partidos podían expresar su opinión mediante el parlamentarismo, más o menos como habían podido expresar su opinión los socialdemócratas durante el Reich guillermino.

También los métodos de la revolución eran completamente distintos a los métodos bolcheviques o leninistas, tal vez en perjuicio propio. Si observamos con atención, no eran ni siquiera marxistas, sino lassallianos: la palanca de poder decisiva que asieron trabajadores, marineros y soldados revolucionarios no fue, como hubiera correspondido a las teorías marxistas, la propiedad de los medios de producción, sino el poder estatal (...)


Y estos dirigentes, después de que la revolución les entregara el poder estatal, utilizaron dicho poder para aplastarla sangrientamente: a su propia revolución, a la revolución anhelada durante tanto tiempo y que por fin se había hecho realidad. Apuntaron los cañones y las ametralladoras hacia sus propios seguidores. Ebert también intentó desde el principio lo que el káiser había intentado inútilmente: lanzar contra los trabajadores revolucionarios al ejército que volvía del frente. Y como tampoco lo consiguió, no dudó en dar un paso más, que consistió en armar y movilizar contra sus inocentes seguidores a los adeptos más extremistas de la violenta contrarrevolución, a los enemigos de la democracia burguesa, esto es, a sus propios enemigos, a los precursores del fascismo en Alemania.

Así fueron los hechos: lo que el SPD aplastó y, si se quiere, aquello de lo que «protegió» o «salvó» a Alemania no fue una revolución comunista, sino socialdemócrata. La revolución socialdemócrata que tuvo lugar en Alemania en 1918, tal y como deseaba receloso el príncipe Max de Baden la semana anterior al 9 de noviembre, se «ahogó»; y se ahogó en su propia sangre. Pero no la ahogaron ni el príncipe ni los soberanos derrocados por ella, sino sus propios líderes, aquellos a quienes la revolución plenamente confiada había subido al poder. Fue aplastada con la violencia más extrema, más despiadada, y no mediante una lucha leal, cara a cara, sino por la espalda, a traición.

Da igual de qué parte estemos, o si lamentamos o celebramos el resultado final: se trata de un acontecimiento que asegura una inmortalidad ignominiosa a los nombres de Ebert y Noske. Dos sentencias pronunciadas en aquel entonces, marcadas por la muerte de los que las pronunciaron, siguen resonando a pesar del paso de las décadas: el veterano miembro del SPD e histórico del partido Franz Mehring dijo en enero de 1919, poco antes de morir con el corazón roto: «Ningún gobierno ha caído tan bajo»; y Gustav Landauer, antes de morir a manos —o más bien bajo las botas— de los Freikorps de Noske, escribió: «No conozco en todo el reino de la naturaleza a una criatura más repugnante que el partido socialdemócrata».

(2005)


    * Durante la guerra el partido se dividió entre los que la apoyaban, el SPD, y los que se oponían, el USPD (Nota de EL AULLIDO).

viernes, 14 de octubre de 2016

Anarquistas alemanes contra Hitler

 

TIERRA y LIBERTAD
Nº 339, octubre 2016

La historia de la resistencia anarquista alemana no es muy conocida. Trataré por ello de facilitar sistemáticamente una mínima orientación dentro de un tema tan poco estudiado.

Para comenzar, es necesario decir unas palabras sobre la historia del movimiento anarquista en Alemania. Max Nettlau ha identificado sus orígenes en aquel Círculo de los Libres de Berlín que se formó alrededor de 1848, del que formaban parte también Max Stirner, los hermanos Bauer y otros. En la segunda mitad del siglo XIX toma forma progresivamente un movimiento anarquista que se las tiene que ver con el partido socialdemócrata más fuerte de Europa, el SPD. El pequeño movimiento anarquista alemán vive un prometedor pero efímero auge en los años inmediatamente posteriores a la Primera Guerra Mundial, probablemente de la mano del antimilitarismo presente en la población, extenuada por el conflicto y por sus pesadas consecuencias sociales. La anarcosindicalista FAUD (Freie Arbeiter Union Deutschlands - Unión Libre de Trabajadores Alemanes), surgida en 1919 de las cenizas de una organización sindicalista revolucionaria de anteguerra, llega a alcanzar entre 1921 y 1922 la nada desdeñable cifra de 200.000 activistas, afirmándose como la principal organización anarquista (pero no la única) de Alemania. En 1923 se inicia una grave fase de decadencia que lleva a la FAUD en 1929 a contar con tan solo unos pocos miles de activistas. Es en estas condiciones cuando los anarquistas alemanes empiezan a afrontar el cada vez más brutal y preocupante ascenso del Partido Nazi de Adolf Hitler. De igual forma que la italiana, también la resistencia anarquista al nazismo es "larga". Comienza de hecho algunos años antes de la subida al poder de Hitler, como contraposición a un partido (el nazi) en lucha por el poder, para proseguir sucesivamente ampliándose muy por fuera de las fronteras alemanas.

Antes del régimen nazi

Los anarquistas enseguida se preocupan del ascenso del nazismo, tanto que en la prensa británica ya a finales de los años veinte se pueden leer artículos que advierten del peligro nazi. Pero el antinazismo de los anarquistas no se agota con la actividad propagandística. De las filas de la FAUD surge a finales de 1929 la experiencia de las Schwarze Scharen (algo así como «formaciones negras»), una de las expresiones más sorprendentes y rompedoras del antifascismo anarquista en los años precedentes al inicio del régimen nazi. Las Schwarze Sharen son una red de grupos repartidos por algunas zonas de Alemania (Alta Silesia, Berlín, Hesse, Turingia, Renania del Norte-Westfalia) que practican la autodefensa militante en clave antifascista, reconociéndose como organización integrada pero independiente de la FAUD y presentándose en público totalmente vestidos de negro. Estos grupos practican el antifascismo con la propaganda, con periódicos como Die Proletarische Front (El frente proletario) de Kassel, o Schwarze Horde (La horda negra), y con la acción militante. Las Schwarze Scharen, de hecho, entablan encuentros violentos con los nazis allá donde se presentan, y en particular con las SA (Sturmabteilung, «secciones de asalto»), incluso con las armas en la mano (pistolas, fusiles). De hecho, la policía descubre en 1932 un depósito clandestino de armas y explosivos escondido por la Schwarze Schare de Beuthen (hoy Polonia), en previsión de la toma del poder por parte de Hitler. Los militantes que animan las Schwarze Scharen, en su mayor parte jóvenes proletarios sin trabajo, son pocos; se habla incluso de solo algunos cientos de activistas repartidos por toda Alemania, pero en las zonas en que están presentes hacen sentir contundentemente su peso y buscan estimular la construcción de una suerte de frente unitario desde abajo, de todos los explotados, independientemente de su procedencia política, basado en la acción directa antifascista.


Contra el régimen nazi dentro y fuera de Alemania

La represión que se desencadena a partir de 1932 sobre las Schwarze Scharen y sobre el movimiento libertario alemán se intensifica en 1933, cuando Hitler asume el poder. De hecho, ya en 1932 la FAUD, reunida en congreso en Erfurt, había decidido prepararse para la clandestinidad. Desde ese momento, esquematizando al máximo se podrían identificar a grandes rasgos tres planos en la resistencia anarquista contra el nazismo.

Dentro de Alemania (de 1933 a 1937-38): Pocas horas después del incendio del Reichstag (27 de febrero de 1933), es detenido el poeta anarquista Erich Mühsam (será asesinado en el campo de concentración de Sachsenhausen al año siguiente), mientras que Rudolf Rocker y su compañera Milly consiguen refugiarse en Suiza: así son puestos fuera de juego dos importantes exponentes del movimiento anarquista alemán. Tras un primer momento de desbandada, los anarquistas consiguen organizar una red clandestina que cuenta también con algunos apoyos en el exterior (Ámsterdam, España). Ya en mayo de 1933 fueron difundidas en Alemania las primeras publicaciones anarquistas clandestinas. Entre ellas hay que mencionar Die Soziale Revolution (La Revolución Social) de Leipzig, periódico promovido por Ferdinand Götze, que se editará entre 1933 y 1935 (ocho números documentados), con una difusión de alrededor de doscientos ejemplares por número. Las actividades de resistencia cesan entre 1937 y 1938 a causa de la dura represión que se desata sobre las filas anarquistas, represión que reduce la resistencia a una dimensión «individual», si bien no cesan, por ejemplo, los sabotajes en los grandes puertos del Norte como Hamburgo. Entre estas actividades de resistencia, sin duda de dimensiones bastante reducidas pero en cualquier caso importantes e interesantes, hay que recordar la figura de Fritz Scherer, ya responsable del refugio de Bakunin en los años veinte (un refugio de montaña construido y gestionado por los anarquistas de Meiningen, pequeña ciudad de Turingia; ver artículo en Tierra y Libertad, 323, de junio de 2015). Durante el régimen nazi a Scherer lo dejó tranquilo la Gestapo (más o menos) por ser bombero en la capital alemana, y ayuda como puede a sus compañeros en dificultad y difunde material antifascista y libertario. Entre otras cosas, consigue salvar de la furia del Tercer Reich y de la destrucción de la Segunda Guerra Mundial muchos libros y folletos anarquistas, cambiándoles la cubierta por otras con títulos nada sospechosos políticamente. Los libros y folletos custodiados por Scherer serán leídos y reeditados por las nuevas generaciones de activistas anarquistas surgidos de la experiencia del 68 alemán.

Fuera de Alemania (1933-1945) en España, Francia, Polonia, etc.: La FAUD, desde los primerísimos años treinta, sigue con mucho interés el desarrollo del movimiento obrero español y de la CNT. En 1932, algunos militantes de las Schwarze Scharen, acosados por la policía, se refugian no por casualidad en España. Las filas del anarcosindicalismo alemán en el exilio se engrosan desde comienzos de 1933, tanto que en 1934 se funda en Barcelona el grupo DAS (Deutsche Anarcho-Syndikalisten - Anarcosindicalistas Alemanes), que se dota incluso de un periódico propio. El grupo participa en los combates de Barcelona en julio de 1936, tomando por asalto el Club Alemán, un importante punto de referencia del régimen nazi en la Ciudad Condal. Posteriormente encontraremos activistas anarquistas en varias experiencias de la Revolución española. Un grupo Erich Mühsam combate en Huesca, militantes alemanes forman parte de la Columna Durruti, y hay activistas como Etta Federn en Mujeres Libres y en las escuelas libertarias. Con la victoria franquista, los anarquistas alemanes se desperdigan: algunos inician un largo y doloroso periplo por los campos de concentración de media Europa (tanto los creados por el Gobierno francés para los excombatientes de España como, obviamente, los creados por los nazis), otros tomarán parte en la resistencia francesa, con el antiguo miembro de las Schwarze Scharen, Paul Czakon, o en la resistencia polaca, como Alfons Pilarski, fundador de la primera Schwarze Schere alemana (en Ratibor), que es gravemente herido en los combates del levantamiento de Varsovia en 1944.

Dentro de Alemania (finales de los años 30-alrededor de 1944): Este periodo es el de más difícil definición. Simplificando, se puede afirmar que son elementos de la juventud que, a pesar de ser adoctrinada y encuadrada por las instituciones del régimen nazi, como las Juventudes Hitlerianas, a finales de los años 30 se rebelan contra el régimen, llegando en algunos casos a la resistencia abierta. Quiero resaltar de modo particular a estos grupos salidos de un ambiente obrero, como los Edelweisspiraten (Los piratas de la Edelweiss) de Alemania Occidental (especialmente en ciudades como Colonia, Wuppertal, Essen, Fráncfort, etc.) y las Meuten (Turbas) de Lepzig. Dentro de estos grupos juveniles había una presencia anarquista: el grupo de los Edelweisspiraten de Wuppertal, por ejemplo, contaba entre sus miembros con un antiguo componente de las Schwarze Scheren como Hans Schmitz (que narrará su experiencia en el libro Umsoust is dat nie, así como en las Meuten ha sido recientemente descubierta presencia libertaria (primero el grupo había sido considerado de tendencia comunista), como por ejemplo Irma Götze, hermana de Ferdinand, que después irá a España.

La de los anarquistas alemanes es una resistencia larga y, sobre todo, sin fronteras. Como el mundo por el que luchamos.

David Bernardini

domingo, 26 de octubre de 2014

Farmacéuticas europeas usaron en ensayos a 14.000 alemanes del Este

Parte de los ensayos se realizaron en el
Hospital Universitario Charité de Berlín.

Las compañías realizaron 220 test clínicos. Los autores del estudio analizaron los archivos de la Stasi, la policía secreta del régimen

24 octubre 2014

Unas 70 farmacéuticas occidentales, entre las que están las actuales principales compañías del sector, realizaron ensayos clínicos de nuevos fármacos en la antigua Alemania comunista. Investigadores que han revisado incluso los archivos de la Stasi, la policía secreta del régimen, cifran en al menos 14.000 los alemanes que participaron en los test. No han encontrado pruebas de que fueran informados pero tampoco de que no se siguieran los protocolos de investigación.

Desde la reunificación alemana, en 1990, varios medios publicaron informaciones sobre estos experimentos. Pero no fue hasta 2012 que el asunto tuvo alcance internacional. Entonces, el semanario Der Spiegel inició una serie de artículos sobre lo que parecía un pacto contra natura: farmacéuticas de países capitalistas usando a ciudadanos de la Alemania comunista como cobayas bajo la supervisión de las autoridades del régimen. Y todo por unos cuantos marcos.

Así contado, la noticia provocó una gran alarma y escándalo. Ahora, para separar el trigo de la paja, tres investigadores independientes liderados por el doctor Rainer Erices, del Instituto para la Historia y la Ética de la Medicina de la Universidad Friedrich-Alexander de Erlangen-Núremberg,(Alemania) han buceado en los archivos oficiales del Sistema de Salud de la República Democrática Alemana (RDA) y en los de la Stasi.

Lo que encontraron fue un sofisticado y muy reglado sistema de autorizaciones y contratos ideado a comienzos de los años 80. Entonces, el Sistema de Salud, emblema de los logros del socialismo, estaba al borde de la bancarrota, una situación que, por otro lado, vivía toda la economía del Estado. Para generar divisas, la Oficina de Consultas para la Importación de Medicamentos y la compañía Berlinesa de Importación/Exportación firmaron una serie de contratos con compañías occidentales.

La mayoría de las 68 farmacéuticas que aparecen en los archivos son de la entonces Alemania Federal y Suiza, aunque también las hay estadounidenses, francesas, belgas, danesas o de Finlandia. La legislación de la RDA exigía que los ensayos clínicos en sus distintas fases de I a III sólo se podían hacer con el consentimiento informado de los participantes sobre el procedimiento, los efectos esperados y sus posibles riesgos.

«Entre 1983 y 1990, se realizaron al menos 220 ensayos clínicos usando fármacos fabricados por compañías occidentales», escriben los autores en los resultados de su investigación, publicados por el Journal of Medical Ethics. Aunque el número exacto de participantes se desconoce, en los archivos aparecen algo más de 14.000. Lo que no han encontrado los investigadores son pruebas de que fueran informados pero tampoco de lo contrario.

«Las regulaciones legales sobre los ensayos farmacéuticos eran comparables entre las dos Alemanias», dice el doctor Erices. «Todos los ensayos en la RDA tenían que ser autorizados por el Ministerio de Sanidad. El personal responsable en el Ministerio pidió repetidamente que los ensayos cumplieran con las regulaciones legales, como que sólo se podían hacer con el consentimiento informado de los pacientes. Los doctores que particparon en las pruebas sostienen que ellos, de hecho, obtuvieron el consentimiento», añade el investigador alemán. Pero, reconoce: «no hemos encontrado pruebas escritas de ello».

En cuanto al número real de germano orientales que participaron en los ensayos, Erices insiste en que su investigación arranca en 1983. «Hemos tenido acceso a los archivos de la Stasi de épocas anteriores, pero todavía no están sistematizados. Por lo tanto, sólo podemos especular sobre el número de pacientes. Sabemos con seguridad que años antes de 1983 ya se hacían ensayos clínicos pero el número era menor que en los años posteriores. Si lo que me pregunta es una cifra fiable obtenida en una investigación rigurosa, simplemente no la hay», explica Erices.

Aunque Der Spiegel hablaba de experimentos con sustancias dopantes suministradas a niños prematuros o uso de placebo en pacientes con enfermedades graves, los investigadores rebajan el tono. Entre los fármacos ensayados, algunos aún disponibles en las farmacias, había un poco de todo: agentes para la quimioterapia, antidepresivos, antialérgicos, anticoagulantes como la heparina, insulina y hasta pasta de dientes.

Por parte alemana, participaron casi un centenar de instituciones, pero la mayoría de los ensayos se realizaron en nueve facultades de medicina, encabezadas por la de la Universidad Humboldt de Berlín, la Academia de Ciencias de Dresde o el berlinés Hospital Universitario Charité.

Varias decenas de los participantes murieron durante los test pero los investigadores no han encontrado pruebas que indiquen que lo fueron por la administración de los fármacos. De hecho, para participar en un estudio de fase III, los sujetos han de tener la enfermedad para la que se ha diseñado el fármaco. Y, muchos, escriben los autores del estudio, «estaban seriamente enfermos».

Documento de la Stasi que recoge detalles del test con la RU-486,
la píldora abortiva, ensayada por una firma francesa.

Por unos millones de marcos

Los contratos analizados revelan que las compañías occidentales pagaron por los ensayos un total de 16,5 millones de marcos alemanes, unos 1.150 millones de pesetas de la época. Dada la perentoria necesidad de la economía de la Alemania del este, los pagos se hacían en divisas y sólo la mitad iban para el Sistema de Salud y, el resto, para los Ministerios de Sanidad y de Educación Superior. Los pacientes no recibieron nada.

Pero, ¿por qué?. Erices señala a una combinación de factores que explican estos ensayos. Por un lado, como demuestran algunos archivos de la Stasi, «los test eran más baratos, aunque las compañías occidentales lo niegan hoy», dice. Tampoco iba a haber protestas en un régimen tan controlado. Compartir idioma también ayudó. Además, recuerda el investigador alemán, esto podría abrir «nuevos mercados en el bloque del Este».

Para los autores lo peor de estos ensayos fue el oscurantismo. «La población de Alemania Oriental nunca fue informada de estas prácticas. La libertad de expresión no existía, así que no hubo debate público», comenta el doctor Erices. También crítica los intereses de las partes implicadas: «La RDA necesitaba las divisas y las firmas occidentales lo sabían. Además, el departmento secreto de Comercio Exterior, con fuertes lazos con la Stasi, tenía especial interés en esta serie de ensayos. Ellos contaban con gran influencia en el redactado de los contratos y recibieron la mitad de la remuneración, pagada en divisas».

Lista de las compañías
que realizaron los ensayos

M.Á.C

Los investigadores encontraron en los archivos del Sistema de Salud de la RDA y de la Stasi decenas de contratos entre las autoridades germano orientales y las farmacéuticas occidentales. La gran mayoría especificaban la cantidad a pagar por las segundas.

Esta es la lista de las 10 princiaples empresas por número de ensayos. Algunas ya no existen y otras cambiaron de nombre durante la oleada de fusiones en el sector en los años 90:

 
1.  Boehringer Manheim, 32 ensayos y 1,4 millones de marcos.
 2.  Sandoz, 18 test y 1,9 millones.
 3.  Schering, 18 ensayos y 0,8 millones.
 4.  Hoechst, 16 ensayos y 2,9 millones.
 5.  Bayer, 12 pruebas y 0,8 millones.
 6.  Ciba Geigy, 10 test y 0,4 millones.
 7.  Gödecke, 6 ensayos y 0,2 millones.
 8.  Braun Melsungen, 5 ensayos y 250.000 marcos.
 9.  Behringwerke, 5 ensayos y 0,2 millones.
10. Thiemann, 4 test y 0,7 millones.

Entre la cincuentena restante, la gran mayoría son de la entonces Alemania Federal. Con menos de cinco ensayos también aparecen compañías como Pfizer, DuPont, Merck, Roche o SmithKline.

sábado, 21 de abril de 2012

En donde las huelgas se prohíben, ¡no hay derecho a huelga!

AIT (5-marzo-2012)

Con este comunicado queremos solidarizarnos con los huelguistas del sindicato de controladores aéreos (GDF) del aeropuerto de Frankfurt.

La ilegalización de la huelga, dictaminada por el tribunal laboral de Frankfurt tras una demanda interpuesta por Fraport (empresa privada que gestiona el aeropuerto de Frankfurt) y Lufthansa, pone de manifiesto que no existe el derecho a la huelga en Alemania. Este supuesto derecho constitucional ha sido violado de forma sistemática por los tribunales laborales locales en pro de las empresas.

La ilegalización de esta huelga se ha llevado a cabo bajo pretextos meramente formales. Dos detalles de las reivindicaciones en este conflicto laboral no cumplían con la «paz social» recogida en un convenio colectivo anterior en Fraport. Este es el motivo por el que el GDF tuvo que desconvocar la huelga. Ayer el mismo juez prohibió una huelga de solidaridad de los controladores aéreos al considerarla «desproporcionada».

Es un hecho que la gente en Alemania no posee derechos humanos fundamentales, como el derecho a constituir sindicatos para defender sus propios intereses. ¿De qué sirve tener derecho a «organizarse» si en la práctica está prohibido ejercerlo?

Un portavoz de la patronal fue bastante claro a este respecto: «No se puede permitir que sindicatos pequeños y con fuerza consigan salarios más altos, porque entonces muchos afiliados de Verdi abandonarían su sindicato para luchar también por mejores sueldos que los suyos».

El asunto de la «unicidad de convenios colectivos» [Tarifeinheit], que implicaría que en una empresa sólo se aplique un único convenio (léase el firmado por el sindicato mayoritario), es una de las demandas políticas favoritas de las organizaciones empresariales. Ursula von der Leyen (CDU), ministra de Trabajo alemana, rápidamente reaccionó afirmando que iba a hacer todo lo posible para reducir el poder de los sindicatos pequeños. A éstos se les permitirá negociar, pero no podrán luchar por sus derechos.

La FAU-AIT temía desde hace tiempo más ataques al derecho a huelga, puesto que Alemania, con respecto a la libertad sindical, es un país en pañales, en el que los derechos básicos de los trabajadores, como los recogidos en los convenios 87 y 98 de la OIT y en la Carta Social Europea, son pisoteados constantemente.

Negarse a trabajar es parte de nuestra autodeterminación personal y, por tanto, un derecho humano, aunque sólo es efectivo si se aplica de forma colectiva. Este derecho no debería abarcar únicamente luchas económicas o convenios colectivos, sino también las llamadas «huelgas políticas». La FAU no sólo defiende la plena libertad sindical, sino también el completo y absoluto derecho a huelga para todos los trabajadores, estén o no estén organizados en un sindicato.

Grupo de trabajo sobre el derecho a huelga de la FAU

FAU-IAA Internationales Sekretariat
Mühlgasse 13
60486 Frankfurt/Main
Germany
is@fau.org
http://www.fau.org

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Historia del anarquismo en Alemania

Por George Woodcock
(Extraído de El Refractario)

«Rudolf Rocker... no entendía la militancia anarquista como adoctrinamiento ni como mera propaganda. Creía que elevar el nivel cultural de los obreros constituye de por sí una tarea revolucionaria; estaba convencido de que la belleza y la verdad son siempre factores de liberación humana.»
Ángel J. Cappelletti

Caricatura de Max Stirner, precursor
-a su manera- del anarquismo en Alemania

El anarquismo alemán se desarrolló siguiendo un proceso curiosamente paralelo al desarrollo nacional del país. En los años cuarenta del siglo XIX, cuando Alemania era un mosaico de reinos y principados, dominaba una tendencia individualista que tuvo su representante más radical en Max Stimer. A partir de 1870, el movimiento se orientó hacia el colectivismo, hasta que, en el siglo XX el anarcosindicalismo moderado, relativamente no violento en la práctica e inspirado en el respeto a la eficacia y al intelecto, se convirtió en la tendencia dominante.

Max Nettlau, gran historiador del anarquismo

El anarquismo surgió por primera vez en Alemania por influencia de Hegel y Proudhon; su desarrollo comenzó en los años 1840. Con las personalidades muy diversas de Max Stimer y Wilhelm Weitling. Stirner, como hemos visto, representaba el egoísmo ilimitado. Weitling se convirtió más tarde en un comunista muy influenciado por Fourier y Saint-Simon. Como los anarcocomunistas, rechazaba tanto el sistema de propiedad como el de los salarios, y en sus primeros escritos —por ejemplo, Garantien der Harmonie und Freiheit («Garantias de armonía y libertad», 1842)— trazaba el proyecto de una sociedad semejante en esencia al falansterio, en la que los deseos humanos liberados se armonizarían en la consecución del bien común. Aunque Weitling deseaba destruir el Estado tal como era en aquellos momentos, su visión de una sociedad comunista «armoniosa» contenía elementos de estricta organización utopista, que con el tiempo se vieron mitigados por la influencia de Proudhon.

Johan Most

Tras su traslado definitivo a los Estados Unidos en 1849, Weitling renunció a su comunismo y se vinculó aún más estrechamente al mutualismo proudhoniano. En Republik der Arbeiter («República del Trabajo»), revista mensual que publicó en Nueva York desde 1850 a 1854, criticaba las colonias utópicas experimentales, que eran todavía numerosas en los Estados Unidos, tachándolas de focos de diversión de las energías de los trabajadores, que en su opinión debían enfrentarse con el problema vital del crédito, creando un Banco de Intercambio. El Banco de Intercambio, nos dice en términos muy proudhonianos, «es el alma de todas las reformas, la base de todos los esfuerzos cooperativos». Crearía almacenes donde se vendiesen materias primas y productos elaborados para facilitar su intercambio. En relación estrecha con él, se crearía una asociación de trabajadores para la producción cooperativa, y los beneficios del intercambio permitirían al Banco allegar fondos para la educación, la creación de hospitales y el cuidado de los ancianos e incapacitados. De ese modo, y sin intervención del Estado ni eliminación del productor individual, el Banco destruiría el monopolio capitalista y crearía una estructura económica que haría innecesarias las instituciones políticas. Estas últimas ideas de Weitling ejercieron, sin duda, una influencia mucho mayor en el movimiento neoproudhoniano que se desarrolló en los Estados Unidos durante el siglo XIX que en Alemania.

Gustav Landauer


Otros teóricos sociales alemanes sufrieron también la influencia del anarquismo proudhoniano durante los años cuarenta. Karl Grün, que fue probablemente el converso más ardiente, conoció a Proudhon en París en 1844, y su Die Soziale Bewegung in Frankreich und Belgien («El movimiento social en Francia y Bélgica») fue la primera obra que dio a conocer las ideas de Proudhon al público alemán. Grün era un hombre de letras polifacético que, como Proudhon, ocupó durante un corto y decepcionante período un puesto de parlamentario —en la Asamblea Nacional Prusiana, en 1849— y pasó gran parte de su vida en el exilio, hasta su muerte en Viena en 1887. Fue durante su primera época cuando se sintió más atraído por la filosofía mutualista. Llegó incluso a aventurarse más allá, ya que criticó a Proudhon por no atacar el sistema salarial y señaló que la creciente complejidad de la industria hacía imposible determinar la producción de cada trabajador con precisión y justicia. Por ello, el consumo y la producción debían depender igualmente de la voluntad del individuo. «No debemos tener ningún derecho contra el derecho del individualista.».

Moses Hess, otro socialista alemán, que conoció a Proudhon y a Bakunin en París durante los años cuarenta, llegó a denominar «anarquía» a su filosofía social expuesta en 1843 en Die Philosophie der Tat («La filosofía de la acción»). Hess era una figura solitaria y bastante truculenta que se destacó entre los socialistas del Rin como el rival más importante de Marx. Nunca se encontró tan cerca de Proudhon como llegó a estar Grün, y sus relaciones con Bakunin terminaron más tarde en una disputa encarnizada; pero coincidía con ambos en rechazar el Estado y en repudiar la religión organizada como una forma de servidumbre mental. No obstante, su doctrina era curiosamente confusa. Estaba muy próximo a Stirner al declarar que todas las acciones libres deben surgir de los impulsos individuales, no contaminados por ninguna influencia externa. En el proyecto de un sistema social en el que los hombres trabajarían según sus inclinaciones y la sociedad satisfaría automáticamente las necesidades razonables de todos, anticipaba, en cambio, las concepciones de Kropotkin. Pero introducía en su sueño libertario algunos elementos, como el sufragio universal y los talleres nacionales, que no propugnaría ningún auténtico anarquista.


Rudolf Rocker en Londres

Ni el anarquismo de Stirner ni el de Proudhon tuvieron una influencia duradera en Alemania. Stirner no tuvo seguidores alemanes hasta después de popularizarse las obras de Nietzsche, y el interés por las ideas de Proudhon desapareció en medio de la reacción general que siguió al fracaso de los movimientos revolucionarios de 1848 y 1849. Transcurrió toda una generación antes de que reapareciese cualquier tendencia anarquista perceptible. En los años iniciales de la Primera Internacional, ni Bakunin ni Proudhon tuvieron seguidores alemanes, y los delegados partidarios de Lasalle que asistieron a un congreso de la Internacional de Saint-Imier sólo coincidían con los anarquistas en su deseo de estimular los experimentos cooperativos.

El periódico Arbaiterfreund
(El amigo del obrero)


Sin embargo, durante el último tercio del siglo comenzaron a surgir facciones anarquistas en el seno del Partido Socialdemócrata Alemán. En 1878, por ejemplo, el encuadernador Johann Most, que había sido anteriormente un vehemente miembro del Reichstag, se convirtió al anarquismo durante su exilio en Inglaterra. Junto con Wilheim Hasselman, otro converso anarquista, fue expulsado de la socialdemocracia en 1880, pero su periódico, Die Freiheit («La Libertad»), publicado primero en Londres en 1879 y después en Nueva York, siguió ejerciendo hasta finales de siglo cierta influencia sobre los socialistas más revolucionarios, tanto en Alemania como en el extranjero. En Berlín y en Hamburgo surgieron algunos pequeños grupos anarquistas influidos por él, aunque es dudoso que el número total de sus miembros en la década de 1880 superase en mucho los doscientos; el tipo especial de violencia predicado por Most correspondía más bien al grupo de conspiradores que al movimiento de masas. Uno de esos grupos, dirigidos por un impresor llamado Reinsdorf, decidió lanzar una bomba contra el Kaiser en 1883. No tuvo éxito, pero todos sus miembros fueron ejecutados. La influencia de Most se hizo sentir también en Austria, donde la poderosa facción radical del Partido Socialdemócrata era anarquista en todo salvo en el nombre. Las ideas libertarias penetraron también profundamente en los sindicatos de Austria, Bohemia y Hungría, y durante un breve período, de 1880 a 1884, el movimiento obrero austro-húngaro estuvo más impregnado de anarquismo que ningún otro movimiento europeo, salvo los de España e Italia. Aún mayor influencia que Most ejerció Joseph Peukert, que publicó en Viena un periódico de tendencia anarcocomunista llamado Zukunft («Futuro»). Cuando las autoridades austriacas comenzaron a prohibir los mítines y manifestaciones en 1882, los anarquistas y los radicales resistieron violentamente y numerosos policías resultaron muertos. Finalmente, en enero de 1884, las autoridades se sintieron tan inquietas por la difusión de la propaganda anarquista y por el aumento de los choques violentos entre la policía y los revolucionarios que declararon el estado de sitio en Viena y promulgaron decretos especiales contra los anarquistas y socialistas. Uno de los dirigentes anarquistas, Stellmacher, discípulo de Most, fue ejecutado, y los demás, incluido Peukert, huyeron del país. Desde aquel momento, el anarquismo dejó de ser un movimiento importante en el Imperio austríaco, aunque en años posteriores surgieron pequeños grupos de propaganda y un círculo literario libertario en Praga, que contó entre sus simpatizantes y visitantes ocasionales a Frank Kafka y a Jarolav Hasek, el autor de El buen soldado Schweik.

El periódico obrero Die Einigkeit

En años posteriores, Alemania produjo al menos tres intelectuales anarquistas destacados: Erich Meuhsam, Rudolf Rocker y Gustav Landauer. Meuhsam, uno de los principales poetas comprometidos de la República de Weimar, desempeñó un importante papel en el levantamiento soviético de Baviera en 1919, y murió finalmente de una paliza en un campo de concentración nazi. Rudolf Rocker vivió muchos años en Inglaterra; de esta etapa de su vida hablaré más adelante. Tras ser internado durante la Primera Guerra Mundial, volvió a Berlín y se convirtió en uno de los líderes del movimiento anarcosindicalista durante el período inmediatamente anterior a la dictadura nazi. Era un escritor hábil y prolífico y al menos una de sus obras Nationalism and Culture («Nacionalismo y Cultura»), constituye una exposición clásica de los argumentos anarquistas contra el culto del Estado nacional.


Erich Meuhsam, anarquista y poeta

Gustav Landauer, que se llamaba a sí mismo anarco-socialista, era uno de esos espíritus libres que nunca encuentran feliz acomodo en ningún movimiento organizado. En su juventud, durante los años noventa, se afilió al Partido Socialdemócrata y se convirtió en líder de un grupo de jóvenes rebeldes que finalmente fueron expulsados por sus tendencias anarquistas. Durante algunos años fue discípulo de Kropotkin y dirigió en Berlín Der Sozialist («El Socialista»), pero en 1900 tenía ya una postura mucho más cercana a Proudhon y a Tolstoi: defendía la resistencia pasiva en lugar de la violencia, y propugnaba la difusión de las empresas cooperativas como vía realmente constructiva de cambio social. Difería de la mayor parte de los anarquistas en que su llamamiento se dirigía especialmente a los intelectuales, cuyo papel en el cambio social consideraba sumamente importante. Esta actitud fue la causa del fracaso de Der Sozialist, que nunca llegó a tener una tirada masiva, e hizo surgir en él una creciente sensación de aislamiento. Hoy en día, las obras de Landauer —tanto sus comentarios políticos como sus ensayos de crítica literaria— resultan excesivamente románticas. Pero era uno de esos hombres totalmente íntegros y apasionadamente enamorados de la verdad que constituyen lo mejor del anarquismo, y más aún quizá debido a su aislamiento. Pese a su desconfianza hacia los movimientos políticos, Landauer se dejó arrastrar por la ola de excitación revolucionaria que invadió Alemania durante los años inmediatamente posteriores a la Primera Guerra Mundial y, como Meuhsam y Ernst Toller, se convirtió en uno de los dirigentes del Soviet bávaro. Murió a manos de los soldados enviados desde Berlín durante la represión que siguió a la caída del Soviet. «Le arrastraron al patio de la prisión —dice Ernst Toller—. Un oficial le golpeó en la cara. Los hombres gritaron: “¡Bolchevique asqueroso! ¡Acabemos con él!” Una lluvia de culatazos cayó sobre él. Le maltrataron hasta que murió.» El oficial responsable de su asesinato era un aristócrata junker, el mayor von Gagern. Nunca fue castigado, ni siquiera sometido a juicio.

El periódico Der Syndikalist

A principios del siglo actual, la tendencia anarcosindicalista superó rápidamente el nivel de los pequeños grupos de anarcocomunistas y de los círculos de individualistas partidarios de las ideas de Stirner y de John Henry Mackay*. El sindicalismo nació en Alemania con un grupo disidente autodenominado «Los Localistas», que a principios de la década de 1890 se opuso a las tendencias centralizadoras de los sindicatos socialdemócratas, escindiéndose en 1897 para formar una federación propia, la Freie Vereinigung Deutscher Gewerkschaften («Asociación Libre de Sindicatos Alemanes»). En los primeros tiempos de la organización, la mayoría de sus miembros seguían perteneciendo al ala izquierda del Partido Socialdemócrata, pero en los años inmediatamente anteriores a la Primera Guerra Mundial sufrieron la influencia de los sindicalistas franceses y adoptaron una actitud antiparlamentaria. En aquella época la FVDG era todavía una organización pequeña, que tenía unos 20.000 miembros, en su mayor parte en Berlín y Hamburgo. Después de la guerra, un congreso celebrado en Düsseldorf en 1919 reorganizó la federación siguiendo una línea anarcosindicalista y la rebautizó con el nombre de Freie Arbeiter Union («Unión Libre de Trabajadores», FAU). La organización reformada creció con rapidez en la atmósfera revolucionaria de comienzos de la década de 1920, y cuando se celebró el Congreso Sindicalista Internacional de Berlín en 1922 contaba con 120.000 miembros, número que siguió aumentando durante aquella década hasta llegar a un máximo de 200.000. Como todas las demás organizaciones de izquierda alemanas, la Freie Arbeiter Union cayó víctima de los nazis cuando éstos subieron al poder en 1933, y sus militantes huyeron al extranjero o fueron confinados en campos de concentración, donde sucumbieron de muerte violenta o debido a las privaciones.

El anarquismo. Una historia de las ideas y movimientos libertarios (1962).

domingo, 19 de diciembre de 2010

Nacionalismo y Cultura de Rudolf Rocker


¿Por qué Albert Einstein, Gabriel Zaid, Carlos Monsiváis, Thomas Mann, Bertrand Russell y Octavio Paz recomiendan, como puede verse en la más reciente edición de Nacionalismo y Cultura, la lectura de este libro? ¿Quién es Rudolf Rocker, su autor?

Encontramos una rápida biografía para ubicarlo: Rocker nació en Maguncia en 1873. Huérfano desde muy niño, vivió en un asilo y luego tuvo que aprender, para sobrevivir, un oficio manual. Pasó por grumete, zapatero, sastre, tonelero, talabartero, carpintero y hojalatero, antes de terminar en un taller de encuadernación. Trabajar con los libros pronto lo llevó a leer. Autodidacto disciplinado y crítico, Rocker se acercó al socialismo; primero, a través de organizaciones marxistas, luego opta por el anarquismo. Sus actividades políticas y la amenaza de prisión lo orillan a abandonar Alemania en el invierno de 1892. Con apenas 20 años de edad llega a París donde conocerá a figuras sobresalientes del pensamiento libertario como el geógrafo Elisée Reclus. Sólo dos años dura su permanencia en Francia: a principios de 1895 Rocker se ve obligado a emigrar a Inglaterra, lugar en el que radicará 20 años trabajando, escribiendo y trabando conocimiento con libertarios exiliados tan relevantes como Luisa Michel, Errico Malatesta, Pedro Gori, Max Nettlau, Gustavo Landauer y Pedro Kropotkin.

Tres años después de su llegada a Londres, Rocker se hace cargo de la redacción del periódico obrero judío Arbeitfreund que, posteriormente, derivará en el quincenario Germinal, «órgano de la concepción anarquista del mundo». Varios de los artículos escritos por Rocker en esta revista aparecerán como libro en 1925 con el título de Artistas y rebeldes. (Este libro, traducido al castellano por Salomón Resnick, será reeditado también próximamente en nuestro país bajo el mismo sello editorial que sacó Nacionalismo y cultura.)

En 1907 viaja Rocker, representando al movimiento obrero judío, a Ámsterdam, ciudad en la que será fundada la Internacional Anarquista. En 1909 en Francia, país al que había sido invitado a volver para dar una serie de conferencias, Rocker participa en un mitin de protesta por el proceso que en España se llevaba a cabo contra el pedagogo catalán, fundador de la Escuela Moderna, Francisco Ferrer. De nueva cuenta es expulsado del país.

Al comenzar la primera guerra mundial emprende una gira propagandística por Canadá y Estados Unidos. De regreso en Inglaterra, la miopía de las autoridades que pretendieron condenar como espía a Emma Goldman y expulsar a Errico Malatesta, en combinación con la histeria antigermánica, lleva a Rocker al campo de concentración acusado de «enemigo de guerra». Ahí permanecerá hasta su liberación en 1918, año en el que arriba a Holanda. Fracasa en su primer intento por volver a Alemania, pero finalmente en noviembre es admitido junto con su mujer, Milly Witkop, y su hijo.

De nueva cuenta en 1920 es encarcelado por ser «propagandista principal del movimiento sindicalista en Alemania». Seis semanas permanece en prisión debido a sus artículos en Der Syndikalist y otros órganos obreros, y sus conferencias críticas del nacionalismo y del autoritarismo. He aquí el origen de Nacionalismo y cultura.

En 1922 surge la Asociación Internacional de Trabajadores para contrarrestar los esfuerzos bolcheviques por crear una Internacional sujeta únicamente a sus intereses. Rocker, con Agustín Souchy y Alejandro Schapiro, formarán parte del secretariado internacional.

Cito aquí textualmente parte del capítulo que a Rocker dedica en el libro La teoría de la propiedad en Proudhon y otros momentos del pensamiento anarquista, su autor Ángel Cappelletti:
Pero además de su labor sindical, desplegó Rocker durante la década de los 20 una vasta actividad literaria, y estableció múltiples contactos con refugiados y visitantes anarquistas de todos los países.

Algunos de los trabajos, destinados principalmente a combatir la idea marxista leninista de la dictadura del proletariado, fueron recopilados y publicados en edición española con el título de Ideología y táctica del proletariado moderno (Barcelona, 1926). Pero, según recuerda Diego Abad de Santillán, escribió también en esta época «ensayos literarios como Los seis, sobre caracteres centrales de la literatura mundial: Don Quijote, Hamlet, Don Juan, etc.; examinó la llamada racionalización de la industria y sus consecuencias; divulgó conocimientos sobre el socialismo constructivo, la corriente de pensamiento anterior al marxismo, calificada despectivamente como socialismo utópico, y los presentó en su esencia verdaderamente socialista; resumió una posición ponderada contra el revolucionarismo palingenésico y palabrero en el trabajo La lucha por el pan cotidiano».

Tal actividad literaria, favorecida paradójicamente a comienzos de la década del 30 por el auge de la reacción nacionalista y por lo que podría denominarse el clima pre-nazi, culminó en la gran obra de filosofía política, Nacionalismo y cultura...
Rocker no pudo ver publicada su obra en alemán hasta 1949: la persecución del ascendente nazismo se lo impidió. Obligado, con el manuscrito bajo el brazo, huye a Suiza, Francia, Inglaterra y arriba finalmente a Nueva York el 2 de septiembre de 1933. Es en Estados Unidos donde Nacionalismo y cultura, traducido al inglés, verá la luz. Su primera edición en castellano se hará en España entre el 35 y el 36 en la editorial barcelonesa Tierra y Libertad. Vendrán luego posteriores ediciones en Argentina y México y traducciones al yiddish, al sueco y al holandés.

Rudolf Rocker en Estados Unidos, con más de sesenta años de vida, continúa la tarea. Como escribe Cappelletti, él no entendía la militancia anarquista como adoctrinamiento ni como mera propaganda. «Creía que elevar el nivel cultural de los obreros constituye de por sí una tarea revolucionaria; estaba convencido de que la belleza y la verdad son siempre factores de liberación humana.» Rocker escribe apoyando las causas libertarias en lucha contra el franquismo en España. No es la situación de aquel país un tema nuevo para él: en 1931 con Souchy había viajado a Madrid para asistir al congreso de la central obrera anarquista CNT y años antes había establecido relación con el historiador anarquista Diego Abad de Santillán, su traductor y biógrafo. Aunado a esto, Rocker recibió en su casa a los célebres luchadores Buenaventura Durruti y Francisco Ascaso y al que sería fundador del partido Sindicalista, Ángel Pestaña. Rocker escribe artículos y libros sobre la guerra civil española, da conferencias incansablemente, polemiza con los que defendían la concepción absolutista del Estado e inicia campañas contra el nacionalsocialismo. Su labor literaria incluye textos sobre problemas del socialismo y el anarquismo (el libro La influencia de las ideas absolutistas en el socialismo se publica en México en Ediciones Estudios Sociales, en 1945) y sobre la historia de éste. En 1949 revisa Nacionalismo y cultura, corrige y aumenta el texto (esta edición alemana es la que Abad de Santillán traduce y la que ahora se publica) dejando el prólogo escrito en 1936 y el epílogo que para la segunda edición estadounidense hizo en 1946. Rocker además se da tiempo para escribir tres tomos de su autobiografía: La juventud de un rebelde, En la borrasca y Revolución y regresión (el primero de ellos se publica en el año 50 en Argentina bajo el sello América Lee).

En 1988 se cumplieron 30 años de su muerte y la reedición de Nacionalismo y cultura permitió una nueva oportunidad de acceder a la lectura de un hombre pensante, crítico, lúcido y, sobre todo, vigente, contemporáneo. Hay que apuntar que esta reedición (la inmediata anterior, publicada en Barcelona bajo el sello de La Piqueta en 1977 era ya inencontrable) ha sido posible gracias a la voluntad y la capacidad para concertar esfuerzos del anarquista catalán radicado en México hace 50 años (llegó a nuestro país en el Ipanema), Ricardo Mestre.

Los libros que sobre Rocker se han publicado en los últimos años en México (el de Cappelletti y El pensamiento de Rudolf Rocker de Diego Abad de Santillán, ambos en Editores Mexicanos Unidos) o sus propios escritos, son particularmente difíciles de hallar. Por tal razón puede saludarse con alegría la nueva presencia de Nacionalismo y cultura. Estamos frente a un libro actual, contemporáneo. Un análisis del poder, del Estado, el nacionalismo y su relación con la cultura. En el epílogo escribe Rocker: «Mi obra se propuso describir a grandes rasgos las causas más importantes de la decadencia general de nuestra cultura». Leemos en el capítulo El poder contra la cultura las ideas a partir de las cuales el pensador estableció el análisis de esta relación:
Todo poder supone alguna forma de esclavitud humana.

Como el Estado aspira a obstruir dentro de sus límites toda nivelación social de sus súbditos y eternizar la escisión entre ellos por la estructuración en clases y castas, tiene también que procurar aislarse hacia fuera de todos los demás Estados e infundir a sus ciudadanos la fe en su superioridad nacional frente a todos los pueblos.

El poder como tal no crea nada y está completamente a merced de la actividad creadora de los súbditos para poder tan sólo existir. Nada es más engañoso que reconocer en el Estado el verdadero creador del proceso cultural.

El Estado fue desde el comienzo la energía paralizadora que estuvo con manifiesta hostilidad frente al desarrollo de toda forma superior de cultura. Los Estados no crean ninguna cultura; en cambio sucumben a menudo a formas superiores de cultura. Poder y cultura, en el más profundo sentido, son contradicciones insuperables; la fuerza de la una va siempre mano a mano con la debilidad de la otra. Un poderoso aparato de Estado es el mayor obstáculo a todo desenvolvimiento cultural.

Allí donde mueren los Estados o es restringido a un mínimo su poder, es donde mejor prospera la cultura.

La cultura no se crea por decreto; se crea a sí misma y surge espontáneamente de las necesidades de los seres humanos y de su cooperación social.

La dominación política aspira siempre a la uniformidad. En su estúpido intento de ordenar y dirigir todo proceso social de acuerdo con determinados principios, procura siempre someter todos los aspectos de la actividad humana a un cartabón único. Con ello incurre en una contradicción insoluble con las fuerzas creadoras del proceso de cultura superior, que pugnan siempre por nuevas formas y estructuras, y en consecuencia, están tan ligadas a lo multiforme y diverso de la aspiración humana como el poder político a los cartabones y formas rígidas.

Si el Estado no consigue dentro de la esfera de influencia de su poder encarrilar la acción cultural por determinadas vías adecuadas a sus objetivos y obstaculizar de esa manera sus formas superiores, éstas harán saltar, tarde o temprano, los cuadros políticos que encuentren como trabas para su desarrollo.

El poder no es nunca creador: es infecundo.

Se aprovecha de la fuerza creadora de una cultura existente para encubrir su desnudez, para darse jerarquía.
En estos momentos en que la revitalización del Estado se justifica con la palabra ‘modernidad’; en que se crean instancias de gobierno que, definiendo lo que debe ser la política cultural, posibiliten la captación y domesticación de las alternativas culturales independientes que no estuvieron ni han estado con ellas, la lectura de Nacionalismo y cultura es más que recomendable. No se trata de inaugurar nuevos discursos para viejos, repetidos errores. Ya no es posible.

Revista Letras Libres, México (agosto 1989).


[* Alain Derbez: (México, 1956) Historiador formado en la Universidad Autónoma de México, poeta, periodista, productor de programas de radio, ensayista, narrador, compositor, letrista, editor, jazzista y, según su propia expresión, «saxoservidor». Es autor de El jazz en México, primer trabajo histórico dedicado a este género musical en dicho país, publicado por el Fondo de Cultura Económica. Vinculado con las ideas anarquistas desde que en 1977 participó en las Jornadas Libertarias de Barcelona, dedica parte de su tiempo a difundir estas ideas a través de las ediciones Alebrije.]