Por GEORGE WOODCOK
Fue la buena y la mala
fortuna de George Orwell escribir y publicar Rebelión en la granja y 1984
cuando lo hizo, la primera en 1945, la segunda en 1949.
Llegado un tiempo en que
las relaciones de los aliados de tiempos de guerra estaban cambiando
rápidamente, y la URSS estaba siendo transformada de un aliado querido a un
rival desconfiado en el balance del juego del poder de la posguerra, sus libros
se hicieron inmediatamente populares. Parecieron dar una formidable munición
para el fortalecimiento de la propaganda de la «guerra fría».
Especialmente los
americanos, que no sabían nada de la afiliación radical de Orwell, supusieron
que era un «guerrero frío» y un antisocialista. Tuvo que escribir cartas
indignadas desde su lecho de muerte para corregir esa impresión. Pero aún ahora
los conservadores americanos lo reclaman como uno de los suyos. Norman
Podhoretz, el derechista editor de Commentary,
declaró recientemente que si Orwell hubiera vivido hasta 1984 habría sido un
radical convertido en Tory, como el propio Podhoretz.
No gustándome especular
sobre lo que pudo haber sido, me limitaré a mostrar por qué, mientras estuvo
vivo, Orwell no era ciertamente un guerrero frío. Y que él era un conservador
sólo en el sentido que la mayoría de los anarquistas comparten, el de estar
horrorizados por los usos hechos de los progresos tecnológicos modernos en un
mundo capitalista, y el de desear encontrar modos de preservar los factores
sociales positivos que hemos heredado del pasado.
Eso, por supuesto, no
está muy lejos de donde estaban Proudhon y Kropotkin, ni de los anarquistas que
han subrayado la continuidad del principio de ayuda mutua en la historia
humana.
La Guerra Fría emergió
parcialmente del odio capitalista hacia la URSS, el cual había sido
parcialmente disminuido (o tal vez sólo disimulado) durante el periodo de
alianza en la Segunda Guerra Mundial. Y salió parcialmente de las rivalidades
territoriales entre EEUU y la URSS, las cuales se había desarrollado cuando el
mundo se preparaba para estar libre en términos de esferas de influencia.
El anticomunismo de
Orwell precede mucho a la Guerra Fría y tiene diferentes fuentes. Viene de
haber aprendido, por experiencia directa en España durante la Guerra Civil, las
mismas lecciones que anarquistas como Goldman, Majno, Berkman y Volín
aprendieron en Rusia en los años posteriores a 1917: que el comunismo, como fue
concebido por Marx, institucionalizado por Lenin y estabilizado por Stalin, se
había convertido en una tiranía despiadada.
Mientras correctamente
recalcaba el elemento económico en los desarrollos políticos, Marx descuidó
desastrosamente el elemento psicológico en las estructuras de poder. Al recomendar
que el proletariado debería tomar el poder estatal de sus derrotados predecesores,
puso las bases de una nueva tiranía, más eficiente que la vieja debido a que
reclutó tecnócratas dentro de su aparato.
Antes de ir a España,
Orwell, como muchos intelectuales británicos de su generación, era bastante
cándido acerca del comunismo. Incluso fue donde Harry Pollit, el secretario
general del Partido Comunista de la Gran Bretaña, a solicitarle ayuda para
cruzar la frontera española. Cuando Orwell no aceptó comprometerse a unirse a
las Brigadas Internacionales —controladas por los comunistas—, Pollit lo
rechazó.
Orwell terminó en
Barcelona como miembro de la milicia ligada al POUM (Partido Obrero de
Unificación Marxista, el cual contradecía su nombre al luchar contra los otros
marxistas). Fue al soñoliento frente de Aragón con la milicia del POUM, pero
aún entonces confiaba en los comunistas. Cuando descendió a Barcelona con
licencia, en mayo de 1937, esperó trasladarse a las Brigadas Internacionales,
que estaban combatiendo en el más activo frente de Madrid.
Pero sus puntos de vista
y su vida fueron cambiados completamente cuando, con los otros milicianos del
POUM, se encontró a sí mismo combatiendo al lado de los anarquistas contra los
comunistas. Una guerra civil más pequeña estalló en Barcelona cuando los
comunistas trataron de apoderarse de la central telefónica defendida por los
anarquistas como un preludio para tomar la ciudad. El incidente empezó a abrir
los ojos de Orwell acerca de los comunistas. Cuando su propio partido, el POUM,
había hecho de chivo expiatorio por los recientes problemas y sus miembros
fueron cazados y puestos en prisiones provistas de personal por la policía
secreta rusa, no tuvo que darse la vuelta por Barcelona, perseguido por los comunistas,
y huyó a través de la frontera hacia Francia.
Cando Orwell regresó a
Inglaterra, trató de expresar en la prensa de izquierda el modo en que los
comunistas estaban intentando ganar el control de la parte leal (a la
República) de España y de destruir no sólo al POUM, sino también a los
anarquistas, debido a que éstos tomaron la actitud (que Orwell compartía) de
que la Guerra Civil solamente sería ganada convirtiéndola en una muy radical
revolución socialista. Los comunistas, dominados por las necesidades políticas
extranjeras de los rusos, estaban tomando una posición reformista, la cual
esperaban que gustara a Francia y a Gran Bretaña y los indujera a concluir una
alianza militar con la Unión Soviética.
Orwell encontró que la
prensa izquierdista británica estaba completamente dominada por simpatizantes
de los comunistas, excepto el periódico New
Leader y los pequeños periódicos anarquistas. Escribió su magnífico informe
de experiencias en España, Homenaje a
Cataluña, y tuvo dificultad en imprimirlo en 1938. Fue tan boicoteado por
la izquierda autoritaria que la primera edición de 1.500 ejemplares aún no
estaba vendida cuando Orwell murió doce años después.
Aunque Orwell su posición
antiguerrera en 1939 y apoyó la participación británica en la Segunda Guerra
Mundial, tenía bastantes reservas acerca de muchas cuestiones. Nunca aceptó la
idea de que, convirtiéndose en aliados después de que Hitler atacó Rusia, los
líderes comunistas se habían trasformado por un milagro en menos tiránicos.
Trabajó por algún tiempo en la BBC, donde llegué a conocerlo. Aún entonces,
aunque él tenía que mantener una discreción pública bastante intranquila debido
a su posición semioficial, privadamente no dejaba dudas acerca de su continúa
oposición al comunismo estalinista, al cual entonces consideraba como un
totalitarismo no menos sediento de sangre y no menos repulsivo que el nazismo.
En 1943 dejó la BBC y se
convirtió en editor literario del diario socialista de izquierda Tribune (cuyas páginas abrió a una
amplia variedad de opiniones izquierdistas y pacifistas) y empezó a escribir Rebelión en la granja. Sus dificultades para
publicar ese libro fueron tan grandes como las que tuvo para que viera luz Homenaje a Cataluña. Su propio editor,
el correoso Victor Gollance, se había convertido en simpatizante de los
comunistas, y no sólo se negó a ocuparse del libro sino que habló a otros
editores para indisponerlos en contra de aquel original, como lo supe por
Herbert Read.
Algunos otros editores,
aunque no simpatizaban con los comunistas pensaban que podría ser
antipatriótico editar un libro atacando a la URSS, que era todavía un aliado.
Algunos editores de la extrema derecha podían haberlo aceptado, pero Orwell
instruyó a su representante para que no negociara con ellos. Él quería que se
entendiera que Rebelión en la granja
era una exposición de los males del comunismo ruso escrita desde el seno mismo
de la izquierda.

En algún momento pensó en
publicarlo él mismo como un panfleto de dos chelines y divulgarlo en círculos
izquierdistas, y una vez me sondeó acerca de la posibilidad de que se publicara
por Freedom Press, la editorial anarquista de Londres, de lo que me encargué,
pero desafortunadamente no se realizó la edición, por este medio. Cuando
encontró un editor, fue uno con credenciales impecables de izquierdista, pero
no comunista, Fred Werberg, que había editado Homenaje a Cataluña y algunos otros libros de crítica al comunismo
desde un punto de vista izquierdista.
Werberg se consolidó como
editor y Orwell se convirtió de un pobre a un rico escritor con el cambio en el
clima político entre los EEUU y la URSS. Rebelión
en la granja —libro que cerca de dos docenas de editores británicos y
americanos habían rechazado un año antes— se convirtió en un 'best-seller' de la
noche a la mañana. Su éxito comercial se coronó cuando fue escogido por el Club
del Libro del Mes en los EEUU. Pero nada de esto afectó la actitud de Orwell.
Él no cambió, como algunos suponen, de ser un humanista libertario (lo que él
llamó un «socialista democrático») a un 'cripto-Tory'. Permaneció, como él
mismo recomendaba a otros escritores, luchando en una «guerrilla inoportuna»,
peleando su propia batalla como un hombre decente contra aquellos que han
traicionado la revolución. Como es lógico, la derecha lo cortejó, y cuando la
duquesa de Atholl trató de hacerlo participar en la Liga por la Libertad de
Europa —de orientación Tory—, él se negó. Criticó a la Liga porque atacaba el
expansionismo ruso en la Europa oriental mientras ignoraba al imperialismo
británico en la India, y añadió: «Pertenezco a la izquierda y debo trabajar en
su seno por mucho que odie al imperialismo ruso y su venenosa influencia en
este país.»
1984 es un libro mucho más ambivalente que Rebelión en la granja, y siempre ha
permitido diversas interpretaciones según el lugar donde es leído. En los
países comunistas, donde circula en ediciones clandestinas («samizdat»), es
considerado como una sátira sobre la URSS y sus satélites, y efectivamente
satirizar a los regímenes totalitarios existentes fue uno de los propósitos de
Orwell; pero hay otro aspecto del libro que no es esencialmente antisoviético,
y es el modo en que él quería que lo vieran los lectores de fuera de Rusia. Es
una advertencia a Occidente de que dentro de su propia estructura política
están contenidos aquellos deseos de poder y aquellas corrupciones de la
comunicación que podrían conducir hacia una clase especial de totalitarismo.
INGSOC, la doctrina dominante de Oceanía, era casera, no importada de Moscú y,
al inventarla, Orwell estaba —en sus propias palabras— ofreciendo «una muestra
de las perversiones hacia las que está sujeta una economía centralizada y las
cuales ya han sido parcialmente realizadas en el comunismo y en el fascismo».
Continúa, en la famosa carta que escribió desde su lecho de muerte a Francis A.
Henson, de la UAW: «La escena del libro es puesta en Gran Bretaña a fin de
enfatizar que las razas de habla inglesa no son innatamente mejores que ninguna
otra y que el totalitarismo, si no es combatido, podría triunfar en cualquier
otra parte.»
Orwell nunca les dio la
bienvenida a los intentos de los conservadores americanos —más que sus
contrapartes británicos— para atraerlo dentro de sus filas. El hecho de que 1984 apareciera cuando lo hizo y que
fuera tomado por mucha gente como buena propaganda para la «guerra fría» no
significa que el miso Orwell se hubiera convertido en «guerrero frío».
Los riesgos políticos que
él delineó en 1984 no estaban, desde
su punto de vista, confinados a Rusia; existían, más disimulados pero tal vez
por esa razón más insidiosos, también en las así llamadas «democracias». Todo
lo que ha sucedido en los pasados 30 años ha tendido a corroborar sus
advertencias.
La idea más importante de
1984, que él compartía con los
anarquistas, la de que el deseo de poder es más durable y más peligroso que
todas las ideologías, ha sido confirmada con la decadencia de la ideología en
Rusia y con el incremento en el número de regímenes en el mundo moderno que
dependen completamente del poder desnudo.
Los conservadores americanos
que imaginaban que Orwell podría haber estado de su lado deberían considerar la
reciente denominación hecha por el presidente Reagan del misil MX como «el
Pacificador». Eso, por supuesto, es puro «doble pensar» orveliano. Uno de los
'slogans' dominantes del estado total en su novela es «LA GUERRA ES LA PAZ» y
el Ministerio de la Paz en Oceanía se encarga de hacer la guerra.
¿Piensa seriamente
Podhoretz que Orwell, que llamaba hipócrita al hipócrita y al pan pan y al vino
vino, se habría puesto a sí mismo en tal compañía?
TIERRA Y LIBERTAD -MÉXICO
Nº 455 / JULIO 1985