Mostrando entradas con la etiqueta Turquía. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Turquía. Mostrar todas las entradas

jueves, 9 de octubre de 2014

Los kurdos se levantan contra el apoyo de Erdogán al Estado Islámico: 23 muertos

Jóvenes kurdos se enfrentan con el Ejército turco
junto a la frontera con Kobani.


«Sois del PKK y todos los que permanezcan en Kobani también son del PKK y deben morir». Según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, esto es lo que les dijeron los policías de la Jendarma a unos jóvenes cuando les detuvieron en la frontera junto a Kobani, y también esta frase resume lo que está ocurriendo en Turquía debido a la ofensiva del Estado Islámico contra esta ciudad kurda.

Para la población kurda, el Gobierno de Tayip Erdogán es el principal responsable de la ofensiva yihadista contra esa ciudad kurda de Siria y el anuncio de su inminente caída en manos del Estado Islámico no haría otra cosa que confirmar su complicidad con los atacantes. Por esta razón y siguiendo un llamamiento de la Unión de Comunidades del Kurdistán (KCK), cientos de miles de personas se han lanzado a la calles por toda Turquía en una verdadera intifada. De acuerdo con las informaciones de la prensa turca, los muertos sobrepasarían ya la veintena: diez en Diyarbakir, tres en Siirt, dos muertes se habrían producido en Kurtalan, Dargecit y Kiziltepe, mientras que en Van, Varto, Batman y Adana habría fallecido una persona en cada una de estas ciudades.

Las fotografías y vídeos difundidos por los principales medios de comunicación muestran violentos choques con la policía antidisturbios, ataques a las sedes del gubernamental AKP y destrucción de edificios oficiales. En numerosos distritos de las provincias de Diyarbakir, Mardin, Batman y Siirt las autoridades han decretado el estado de queda y el Ejército se ha visto obligado a desplegar tropas y carros blindados en varias ciudades importantes.

Existe el convencimiento entre la población kurda de Turquía (más de 20 millones) de que Erdogán ha estado tolerando la actividad de los yihadistas en su territorio con un doble objetivo: despoblar la regiónde Kobani —una de las tres habitadas mayoritariamente por kurdos en Siria— y aniquilar a los más de 2.000 combatientes de las YPG (Unidades de Defensa Popular) que están presentando una encarnizada resistencia. Después, el Ejército turco se encargaría de ocupar el territorio, poniendo fin así a una experiencia de autogobierno cuya desaparición interesa tanto al Estado turco como al Estado Islámico.

Los resistentes solo pueden hacer frente a los carros de combate, artillería pesada, morteros de gran calibre y misiles Grad capturados por los yihadistas en las bases militares de Irak y Siria con armas ligeras. Según una fuente local consultada telefónicamente, hay ocasiones en que los milicianos de las YPG alcanzan con lanzagranadas RPG a los tanques varias veces pero los impactos no hacen mella en el carro blindado.

Hasta ahora, la ofensiva contra la región de Kobani ha supuesto el éxodo de casi 200.000 nuevos refugiados, el abandono de cientos de pueblos ocupados por los yihadistas, un número indeterminado de muertos y, como afirma Mustafa Abdi, originario de Kobani y residente en Madrid, la desaparición de toda una cultura porque cuando los yihadistas ocupan los pueblos saquean todo lo que hay de valor en ellos. Solamente en los últimos 20 días y en el área metropolitana de Kobani el Observatorio Sirio de Derechos Humanos tiene constatado el fallecimiento de más de 400 personas, algunas de ellas ejecutadas de forma sumaria por los yihadistas.

La posición mantenida hasta ahora por Turquía se contradice con la de Estados Unidos, que en los últimos días ha bombardeado posiciones yihadistas alrededor de Kobani, ayudando de esta forma a sus defensores, que han rechazado sucesivos intentos de penetrar en la ciudad por distintos frentes.

Debido a las presiones norteamericanas y de otros aliados, como Alemania y Francia, Ankara se muestra dispuesto a ayudar a los sitiados pero ha puesto como condiciones que las YPG se pongan a las órdenes del Ejército Libre de Siria, que se desmantelen los tres cantones kurdos autónomos (Kobani, Afrín y Yazira), que vinculen su lucha contra el Estado Islámico a la lucha contra Bashar al-Asad y se cree una franja de seguridad dentro de territorio sirio a lo largo de la frontera.

No contentas con impedir la entrada de suministros y refuerzos para luchar contra el Estado Islámico, las autoridades turcas se han dedicado a detener a aquellas personas sospechosas de haber combatido en las filas de las PYD. Esto es lo que ocurrió con un grupo de milicianos a los que no dio tiempo para retirarse hacia el centro de la ciudad y cruzaron la frontera, donde fueron desarmados y detenidos.

Lo mismo ha ocurrido, según informan esas mismas fuentes locales, con un grupo de más de 200 funcionarios de la administración autónoma que tuvieron que evacuar la ciudad ante el avance yihadista. Cuando llegaron a la frontera turca, fueron conducidos bajo vigilancia policial a un campo de concentración en la localidad de Alikor, donde todos los apresados han iniciado una huelga de hambre en protesta por su detención.

La extensión de las protestas ha sorprendido al Gobierno turco ya que se han registrado fuertes enfrentamientos también en ciudades no kurdas, como Istanbul, Ankara, Antalya, Mersin, Antakya, Eskisehir, Denizli y Kocaeli. El ministro del Interior ha realizado un llamamiento público para que se vuelva a la normalidad. Por su parte, el KCK ha declarado que la ocupación de Kobani por el Estado Islámico supondría el fin del costoso proceso de paz con el PKK, por lo que la caída de Kobani en manos yihadistas significaría el retorno de la guerra al interior de Turquía.

miércoles, 21 de mayo de 2014

Desregulación, privatizaciones y el peor desastre minero de la historia de Turquía


Soma, reducción de costes, subcontratas y recortes en seguridad. Indignación en el país, que no ha ratificado el Convenio Internacional en Seguridad de Minas y donde ha muerto un centenar de mineros al año desde 1991.

21/05/14

Los rostros, ennegrecidos por el carbón, de impotencia, rabia y tristeza de los mineros supervivientes del accidente del pasado 13 de mayo en Soma, Turquía, nos han recordado que un siglo y medio después, la magistral novela Germinal, en la que Émile Zola plasmó las terribles condiciones de trabajo bajo tierra, podría haberse escrito hoy.

Y es que Soma, la peor catástrofe minera de Turquía, en la que han perdido la vida más de 300 trabajadores, es para muchos más que un «accidente laboral, habitual, como pasa en todo en el mundo», como lo calificó el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan.

Modelo desarrollista

Soma es, como lamentan no pocas voces, la punta del iceberg del modelo de desarrollo económico turco. Un modelo desarrollista, económicamente neoliberal y políticamente autoritario, destinado a modernizar el país a golpe de cemento y de grandes proyectos de infraestructuras en pro del crecimiento macroeconómico (entre 2003 y 2008 el PIB creció en torno al 7,2% anual, uno de los más altos del mundo).

Un modelo que avanza, como denuncian distintas organizaciones sociales y políticas, pisoteando la cuestión medio­am­biental (el parque Gezi, en Estam­bul, que provocó la ola de protestas el año pasado, es un pequeño ejemplo de ello), así como los derechos laborales, sociales y políticos de un país marcado por sus enormes disparidades sociales y regionales y su alta siniestralidad laboral. Tur­quía ocupa el tercer peor puesto del mundo en accidentes laborales por número de habitantes, según datos de la Organización Interna­cional del Trabajo (OIT), aunque, tras la catástrofe de la semana pasada, puede pasar a ser el primero.

«Soma, ¿la consecuencia inevitable de un productivismo ciego?», se pregunta el investigador Jean-François Pérouse, director del Instituto Fran­cés de Estudios de la Anatolia, en un artículo en el que explica cómo en los últimos diez años, y debido al aumento del precio del petróleo y el gas a nivel internacional, numerosos Estados, como Turquía, han impulsado la producción de carbón y lignito (carbón fósil) destinados a generar electricidad y reducir así su dependencia energética exterior. Así, el país euroasiático ha entrado al siglo XXI intensificando sus prospecciones mineras y reabriendo minas que habían sido abandonas en los años 90, cediendo su explotación al capital privado, con todo tipo de facilidades a empresas, nacionales o extranjeras (especialmente chinas), para explotarlas.

Un proceso de privatización, impulsado con leyes como la aprobada en 2005 bajo el Gobier­no de Erdogan, destinado a reducir los costos de extracción y aumentar la producción. El propietario de Soma Holding, la empresa explotadora de la mina donde fallecieron cientos de mineros el 13 de mayo, se comprometió en julio de 2013 a reducir el costo de extracción de la tonelada de carbón —que llegaba a los 130-140 dólares cuando era explotado por la empresa pública TKI— a 25 dólares. Y abaratar los costos significa, entre otras cosas, bajar los salarios de los trabajadores (menos de 350 euros para un minero en Tur­quía), así como los costes de mantenimiento y de seguridad.

Unas ta­reas que Turquía ha cedido a empresas subcontratistas y que se realizan sin ningún tipo de control público, según denuncia el Colegio de Inge­nie­ros y Arqui­tectos (TMMOB). Esta organización ya constató en un estudio realizado entre 2000 y 2008 que las explotaciones privadas tenían una tasa de muertes seis veces más alta que las de gestión pública. El TMMOB ya había alertado en 2010 de la falta de medidas de seguridad en las minas de Soma. Una peligrosidad conocida en el país y que llegó incluso a la Asam­blea Na­cional, donde los partidos de la oposición formularon una petición para investigar las condiciones en las minas de Soma. La propuesta fue rechazada justo el pasado 29 de abril por el partido gubernamental, el conservador-islamista AKP, muy vinculado a las empresas extractoras y que sigue sin querer firmar la Conven­ción de la OIT sobre la Se­guridad y la Salud en las Minas, en un país donde desde 1991 han muerto un centenar de mineros al año.


«Es un asesinato»

«No es un accidente laboral, es un asesinato», declaró el sindicato DISK, uno de los que han convocado una huelga general de protesta por el accidente en Soma. La indignación y las protestas por la tragedia minera se han extendido por todo el país, en las principales ciudades y en la contestataria región del Kurdistán, sobre todo después de que el Go­bier­no no haya asumido ningún tipo de responsabilidad (de momento se ha detenido a responsables de la empresa explotadora) y con las imágenes de las patadas que un asesor del primer ministro dio a un manifestante en Soma.

A dos semanas del primer aniversario de las grandes manifestaciones que estallaron en Taksim (Estambul) contra el autoritarismo del Gobierno y a escasos tres meses de las elecciones presidenciales, en las que se espera que se presente como candidato el actual primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, está por ver si se repetirán los resultados de las municipales de marzo, donde el AKP y Er­do­gan resultaron vencedores, a pesar de numerosos escándalos políticos y de corrupción. Dado el carisma que mantiene Erdogan en la Turquía más tradicional y conservadora, así como la falta de alternativas políticas a la izquierda, será difícil que Soma se traduzca en reper­cu­siones polí­ticas ma­yores. Aun­que, leyendo a Zola, quizás sí algo esté germi­nan­do en Turquía.

domingo, 9 de junio de 2013

La crisis turca destapa una sucesión de agravios del Gobierno contra la población

Un nuevo jardín emerge donde comenzaron a trabajar las excavadoras.
MANUEL MARTORELL | 8 de junio de 2013

Incluso hablando con personas que han vivido directamente los acontecimientos de Taksim o leyendo las crónicas de los propios analistas turcos, resulta extremadamente difícil saber quién está detrás de la revuelta turca, equiparable para unos a la Primavera Árabe y para otros al movimiento español de los indignados. Pero, frente a estas comparaciones, la realidad es que el estallido de Taksim ha destapado una acumulación de agravios por parte del Gobierno turco contra distintos sectores de la población.

A falta de una clara clasificación sociológica de las manifestaciones que se han extendido por todo el país, provocando ya cuatro muertos y más de 4.000 heridos, sí se podrían delimitar las siguientes reivindicaciones que han vuelto a exteriorizarse con una crisis iniciada cuando las excavadoras comenzaron a derribar árboles en un parque próximo a esta emblemática plaza de Estambul.

Una ciudad más humana 

Tras la defensa del parque Gezi, origen de las protestas, existe un choque entre dos formas de entender la ciudad de Estambul. Quienes se oponían a la construcción de un centro comercial sobre esa zona verde también rechazan otros grandes proyectos urbanísticos, marcados por su carácter especulativo, inmobiliario y financiero. Entre ellos destacan el tercer puente sobre el Bósforo, el canal que unirá el mar Negro con el de Mármara, las dos nuevas ciudades que se ubicarán, con un millón de habitantes cada una de ellas, en sus extremos y el tercer aeropuerto, además de otros planes menores que, bajo el ropaje de programas de mejora y rehabilitación, ponen en peligro la arquitectura tradicional de la ciudad.

Defensa de la idiosincrasia de Taksim 

Toda la zona de Taksim tiene una forma de vida propia, más liberal y moderna que el resto de Estambul, siendo un lugar donde las distintas minorías se pueden expresar con mayor libertad. Destacan, además de los cristianos, la presencia de kurdos, alevis y simpatizantes de los grupos de izquierda. Todos ellos sienten como una amenaza la mezcla de islamismo y nacionalismo turco personificada en el primer ministro Tayip Erdogán. No es extraño, por lo tanto, que los kurdos hayan tenido un protagonismo especial en esta protesta, siendo uno de sus diputados, Sirri Sureya Onder, quien consiguió parar los trabajos para remodelar el parque plantándose delante de las excavadoras, como tampoco ha sorprendido que los acampados hayan dedicado simbólicamente una calle a Hrant Dink, el periodista armenio que, como ha ocurrido con otros miembros de esta minoría, fue asesinado por ultranacionalistas turcos. Los alevis, por su parte, llevan años manifestandose para que Erdogán les reconozca como religión. Bautizar al tercer puente del Bósforo con el nombre de Sultán Selim, verdadera «bestia negra» para los alevis, ha sido un agravio más contra esta corriente musulmana heterodoxa enfrentada al sunismo mayoritario que en Turquía practican más de diez millones de personas.

Sirri Sureya ante las escavadoras.
Rechazo a una islamización rampante 

Desde hace años, el Gobierno ha utilizado la legitimidad que le da la mayoría absoluta en el Parlamento para ir imponiendo normas religiosas suníes que, en el fondo, buscan modificar la vida cotidiana de todos los turcos. Los prohibitivos impuestos al alcohol, las restricciones a su consumo, las clases de Corán en Secundaria, la introducción de temarios religiosos en la selectividad universitaria, la presión para que la mujer vista de forma «más decente» o la eliminación de subvenciones para actividades artísticas de vanguardia son algunas de ellas. Resulta, por ejemplo, significativo que con el plan de remodelación de Taksim desaparezca el Centro Cultural Ataturk, conocido por albergar representaciones de ópera y ballet, mientras se tiene previsto construir una mezquita. El símbolo de esta ostentación religiosa, para muchos también del modelo político al que se quiere conducir a todo el país, es la gigantesca mezquita que ya ha comenzado a levantarse en el monte Camlica. A semejanza de la Mezquita Azul tendrá seis minaretes, pero ocupará 15.000 metros cuadrados, tendrá capacidad para 30.000 personas y emergerá dominante sobre todo el área metropolitana.

Acabar con la impunidad policial 

Pese a que Tayip Erdogán, cuando llegó al poder, prometió «tolerancia cero» contra la tortura, los datos recopilados por la Asociación de Derechos Humanos (IHD) revelan que la Policía sigue actuando con gran impunidad. El hartazgo hacia la actuación policial ha sido uno de los principales motivos por los que cientos de miles de personas se han lanzado a las calles por todo el país. Una encuesta realizada por profesores de la Universidad Bilgi de Estambul, que se realizó los días 3 y 4 de junio, revela que el 90 por ciento de los concentrados en la plaza de Taksim lo habían hecho como reacción a la brutalidad de las fuerzas antidisturbios y por la repetida violación de los derechos humanos.

Libertad de expresión

Con el actual Gobierno, miles de páginas Web han sido clausuradas bajo la excusa de defender a la infancia frente a la difusión de mensajes inmorales. Razones muy parecidas han llevado a la prohibición de libros que defienden las teorías evolucionistas de Darwin, mientras que la ley antiterrorista en vigor permite a Turquía colocarse en los primeros puestos del mundo por el número de periodistas encarcelados —en la actualidad 76—. Uno de los hechos que más ha indignado a los concentrados es el silencio de las grandes cadenas de prensa y televisión, que se han comportado en esta grave crisis igual que lo hacían bajo la anterior hegemonía de los militares, ocultando a la opinión pública de forma descarada lo que estaba ocurriendo. Tayip Erdogán también ha puesto en el punto de mira a las redes sociales al considerarlas una amenaza para la seguridad nacional.

Oposición al presidencialismo

Tayip Erdogán está decidido a convertir el actual sistema político parlamentario en otro de carácter presidencialista, en el que el jefe del Estado aumente considerablemente sus competencias en detrimento de la representación parlamentaria. Erdogán y sus seguidores argumentan que, de esta forma, podrá introducir las reformas políticas que este complejo país necesita de forma más efectiva. Sus detractores, sin embargo, temen que precisamente utilice este mayor poder presidencial para intensificar el proceso de islamización. Este hecho y su conocida pretensión de expandir el «modelo turco» a otros países musulmanes que antiguamente pertenecieron al Imperio Otomano le ha granjeado la acusación de querer resucitar la idea del sultanato.

Resulta obvio que no se pueden comparar los acontecimientos de Turquía con los de Túnez, Egipto y Libia, pero sí tienen gran similitud con las manifestaciones que se registraron en Marruecos y Argelia, que también fueron incluidas en el concepto de Primavera Árabe. Todos esos países, y de forma especial Siria, tienen sistemas políticos diferentes, pero en estas revueltas populares existe un elemento común: el rechazo a unas estructuras autoritarias enquistadas en el aparato del Estado. Turquía no se puede comparar con los otros países y no sólo porque los turcos tengan una cultura y una lengua distintas a la de los árabes; su estructura demográfica, social y económica también son diferentes; pero en todas los casos, y también en la Primavera Turca, el principal objetivo es acabar con formas de gobierno propias de una dictadura para instaurar una auténtica democracia.