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martes, 6 de agosto de 2013

En la sombra de Hiroshima


Noam Chomsky

El 6 de agosto, aniversario de Hiroshima, debería ser un día de reflexión sombría, no sólo acerca de los sucesos terribles de esa fecha en 1945, sino también sobre lo que revelaron: que los seres humanos, en su dedicada búsqueda de medios para aumentar su capacidad de destrucción, finalmente habían logrado encontrar una forma de acercarse al límite final. Los actos en memoria de ese día tienen un significado especial este año. Tienen lugar poco antes del 50 aniversario del «momento más peligroso en la historia humana», en palabras de Arthur M. Schlesinger Jr., historiador y asesor de John F. Kennedy, al referirse a la crisis de los misiles cubanos. Graham Allison escribe en la edición actual de Foreign Affairs que Kennedy «ordenó acciones que él sabía aumentarían el riesgo no sólo de una guerra convencional, sino también de un enfrentamiento nuclear», con una probabilidad que él creía de quizá 50 por ciento, cálculo que Allison considera realista. Kennedy declaró una alerta nuclear de alto nivel que autorizaba a «aviones de la OTAN, tripulados por pilotos turcos (u otros), a despegar, volar a Moscú y dejar caer una bomba»". Nadie estuvo más asombrado por el descubrimiento de los misiles en Cuba que los hombres encargados de misiles similares que Estados Unidos había emplazado clandestinamente en Okinawa seis meses antes, seguramente apuntados hacia China, en momentos de creciente tensión. Kennedy llevó al presidente soviético Nikita Jrushov «hasta el borde mismo de la guerra nuclear y él se asomó desde el borde y no tuvo estómago para eso», según el general David Burchinal, en ese entonces alto oficial del personal de planeación del Pentágono. Uno no puede contar siempre con tal cordura. Jrushov aceptó una fórmula planteada por Kennedy poniendo fin a la crisis que estaba a punto de convertirse en guerra. El elemento más audaz de la fórmula, escribe Allison, era «una concesión secreta que prometía la retirada de los misiles estadunidenses en Turquía en un plazo de seis meses después de que la crisis quedara conjurada». Se trataba de misiles obsoletos que estaban siendo remplazados por submarinos Polaris, mucho más letales. En pocas palabras, incluso corriendo el alto riesgo de una guerra de inimaginable destrucción, se consideró necesario reforzar el principio de que Estados Unidos tiene el derecho unilateral de emplazar misiles nucleares en cualquier parte, algunos apuntando a China o a las fronteras de Rusia, que previamente no había colocado misiles fuera de la URSS. Se han ofrecido justificaciones, por supuesto, pero no creo que soporten un análisis. Como principio acompañante de esto estaba que Cuba no tenía derecho de poseer misiles para su defensa contra lo que parecía ser una invasión inminente de Estados Unidos. Los planes para los programas terroristas de Kennedy, Operatión mangoose («Operación mangosta»), establecían una «revuelta abierta y el derrocamiento del régimen comunista» en octubre de 1962, mes de la crisis de los misiles, con el reconocimiento de que «el éxito final requerirá de una intervención decisiva de Estados Unidos». Las operaciones terroristas contra Cuba son descartadas habitualmente por los comentaristas como «travesuras insignificantes de la CIA». Las víctimas, como es de suponerse, ven las cosas de una forma bastante diferente. Al menos podemos oír sus palabras en Voces desde el otro lado: Una historia oral del terrorismo contra Cuba, de Keith Bolender.

Los sucesos de octubre de 1962 son ampliamente aclamados como la mejor hora de Kennedy. Allison los ofrece como «una guía sobre cómo restar peligro a conflictos, manejar las relaciones de las grandes potencias y tomar decisiones acertadas acerca de la política exterior en general». En particular, los conflictos actuales con Irán y China.

El desastre estuvo peligrosamente cerca en 1962 y no ha habido escasez de graves riesgos desde entonces. En 1973, en los últimos días de la guerra árabe-israelí, Henry Kissinger lanzó una alerta nuclear de alto nivel. India y Pakistán han estado muy cerca de un conflicto atómico. Ha habido innumerables casos en los que la intervención humana abortó un ataque nuclear momentos antes del lanzamiento de misiles por informes falsos de sistemas automatizados. Hay mucho en que pensar el 6 de agosto. Allison se une a muchos otros al considerar que los programas nucleares de Irán son la crisis actual más severa, «un desafío aún más complejo para los formuladores de política de Estados Unidos que la crisis de los misiles cubanos», debido a la amenaza de un bombardeo israelí. La guerra contra Irán está ya en proceso, incluyendo el asesinato de científicos y presiones económicas que han llegado al nivel de «guerra no declarada», según el criterio de Gary Sick, especialista en Irán. Hay un gran orgullo acerca de la sofisticada ciberguerra dirigida contra Irán. El Pentágono considera la ciberguerra como «acto de guerra», que autoriza al blanco a «responder mediante el empleo de fuerza militar tradicional», informa The Wall Street Journal. Con la excepción usual: no cuando Estados Unidos o un aliado es el que la lleva a cabo. La amenaza iraní ha sido definida por el general Giora Eiland, uno de los máximos planificadores militares de Israel, uno de los pensadores más ingeniosos y prolíficos que (las fuerzas militares israelíes) han producido. De las amenazas que define, la más creíble es que «cualquier enfrentamiento en nuestras fronteras tendrá lugar bajo un paraguas nuclear iraní». En consecuencia, Israel podría verse obligado a recurrir a la fuerza. Eiland está de acuerdo con el Pentágono y los servicios de inteligencia de Estados Unidos, que consideran la disuasión como la mayor amenaza que Irán plantea. La actual escalada de la «guerra no declarada» contra Irán aumenta la amenaza de una guerra accidental en gran escala. Algunos peligros fueron ilustrados el mes pasado, cuando un barco estadunidense, parte de la enorme fuerza militar en el Golfo, disparó contra una pequeña nave de pesca, matando a un miembro de la tripulación india e hiriendo a otros tres. No se necesitaría mucho para iniciar otra guerra importante. Una forma sensata de evitar las temidas consecuencias es buscar «la meta de establecer en Oriente Medio una zona libre de armas de destrucción masiva y todos los misiles necesarios para su lanzamiento, y el objetivo de una prohibición global sobre armas químicas» —lo que es el texto de la resolución 689 de abril de 1991 del Consejo de Seguridad, que Estados Unidos y la Gran Bretaña invocaron en su esfuerzo por crear un tenue cobertura para su invasión de Irak, 12 años después. Esa meta ha sido un objetivo árabe— iraní desde 1974 y para estos días tiene un apoyo global casi unánime, al menos formalmente. Una conferencia internacional para debatir formas de llevar a cabo tal tratado puede tener lugar en diciembre. Es improbable el progreso, a menos que haya un apoyo público masivo en Occidente. De no comprenderse la importancia de esta oportunidad se alargará una vez más la fúnebre sombra que ha oscurecido el mundo desde aquel terrible 6 de agosto.

domingo, 23 de octubre de 2011

Kôtoku Shûsui, la razón anarquista


Por Alexis Rodríguez

Este año se cumple el centenario del asesinato de Denjiro Kôtoku Shûsui y otros anarquistas por parte del Estado japonés en el denominado como Taigyaku Jiken («incidente de alta traición»). Seguramente, para la inmensa mayoría del mundo libertario occidental, este hecho ha pasado sin ningún recuerdo, inadvertido, sepultada su memoria en el olvido de la historia. Y sin embargo, a Kôtoku debemos la difusión de las ideas anarquistas en el Japón que a principios del siglo XX frenó la imparable propagación de los partidos políticos socialistas entre la clase proletaria nipona, en esos momentos inmersa en un proceso de industrialización salvaje. Vayan, pues, estas líneas en sentido homenaje a este anarquista que tuvo la posibilidad de encumbrarse personalmente pero que prefirió seguir el postulado de Kropotkin y acudir al pueblo, mezclarse con él, para enseñarle un futuro libre e igualitario.

Denjiro Kôtoku Shûsui nace en 1871 en la localidad de Nakamura, en la prefectura de Kôchi, siendo hijo de un farmacéutico, lo que le permitió acceder a estudios superiores. Como la inmensa mayoría de la juventud de su época, se trasladará a la ciudad de Tokio en busca de conocimientos y una nueva oportunidad, en donde trabajará como sirviente del político liberal Hayashi Yûzô, lo que le permitirá, por un lado, conocer los escritos del filósofo Atsusuke Nakae, principal traductor de Jean-Jacques Rouseau y otros pensadores franceses en Japón y, por otro lado, le abre las puertas a los diversos diarios liberales que se editaban por esa época, lo que le otorgaría cierta fama a partir de 1893 como columnista del diario más radical del momento, el Yorozu Chôhô («las noticias de cada mañana»).

Por esa época, su credo político, liberal inicialmente, irá girando hacia la socialdemocracia, sobre todo tras su experiencia al seguir como reportero la huelga de ferroviarios de 1897, la primera gran lucha obrera del Japón moderno, en donde comprende que la clase obrera necesitaba de sus propios instrumentos de defensa, participando en la fundación del sindicato Rôdô Kumiai Kiseikai y del partido Shakai Minshutô (Partido Democrático Social) en 1901, automáticamente prohibido por el gobierno. Coherente con su posicionamiento socialista, cuando se desate la histeria belicista que conducirá a la Guerra Ruso-Japonesa de 1905, se negará a seguir colaborando con el periódico Yorozu Chôhô, claramente belicista, y decide, junto a Sakai Toshihiko, fundar un semanario pacifista, una operación bastante arriesgada, en 1903 bajo la cabecera de Heimin Shinbun («periódico del hombre común») que, por la represión gubernamental deberá ser sustituido por Chokugen («hablando francamente») y posteriormente Hikari («la luz») hasta que en febrero de 1905, con el estallido de la guerra, Kôtoku es detenido y condenado a cinco meses de prisión.

Esta condena supuso un antes y un después en los planteamientos de Kôtoku. Entre rejas leerá el libro de Kropotkin, Campos, fábricas y talleres, que le llegará de manos del anarquista norteamericano Albert Johnson, lo que le llevará a cuestionarse la opción política como instrumento de cambio social, sobre todo con el comportamiento de los socialistas frente a la guerra, al tiempo que comprende el papel fundamental jugado por el Emperador en el sostenimiento de la realidad social que le tocaba vivir. Hasta ahora, había considerado, de manera similar al SPD alemán, que los cambios sociales se podían lograr mediante la acción legislativa y que no era necesario derrocar al Estado y su representante el Emperador. Al contrario de lo que mantenían los socialistas, Kôtoku vislumbra que si se quería cambiar algo, se debía primero destruir el imperio para construir desde cero la igualdad pregonada por los anarquistas.

En carta a Johnson, expresa su evolución ideológica: «Cinco meses de prisión no han afectado a mi salud, aunque me han dado muchas lecciones sobre las cuestiones sociales. He apreciado y estudiado profundamente muchos de los denominados como “criminales” y me he convencido de que las instituciones gubernamentales —juzgado, ley, cárcel— son los únicos responsables de ellos —pobreza y crimen—. (…) De hecho, llegué como socialista marxista y regreso como anarquista radical» (Carta a Johnson, 10 de agosto de 1905).

Necesitando un cambio de aires y escapar de la presión policial, una vez cumplida su condena, emigrará a los Estados Unidos, residiendo durante seis meses en California. A pesar del escaso tiempo que permaneció en el país fue un momento de rápida transición al anarquismo pues las ideas que venía barajando desde su permanencia en la cárcel, se verán plasmadas en la práctica. Por una concatenación de casualidades, entrará en contacto con la comunidad anarquista rusa en California, a través de su casera, una tal señora Fritz, anarquista ella, la cual igualmente le pondrá en contacto con Kropotkin (traducirá las cartas de Kôtoku). Al mismo tiempo, será invitado a participar a las reuniones previas a la fundación de la IWW (Industrial Workers of the World, sindicato revolucionario), lo que le abrirá las puertas a la incipiente literatura obrera sobre la huelga general, como ocurrirá con el folleto de Siegfried Nacht, La Huelga General Social, publicado en Chicago bajo el pseudónimo de Arnold Roller y que posteriormente traducirá y editará Kôtoku en Japón bajo el título de Keizai Soshiki no Mirai («la futura organización económica») para burlar la represión estatal. Denjiro veía plasmada en la práctica esa herramienta proletaria que había concebido en su estancia en la prisión: una gran central obrera de marcado carácter ácrata.

A su regreso a Japón, pondrá en práctica estas ideas rompiendo con la socialdemocracia, haciendo suyo el consejo que le diera Kropotkin en el sentido de desvincular el movimiento obrero de los partidos políticos.

«Estoy seguro que le complacerá saber que desde el próximo 1 de noviembre comenzaremos a editar el nuevo periódico en lengua inglesa llamado Voice of Labor («la voz del obrero»). Buscando sobre todo la solidaridad entre todos los trabajadores, este nuevo periódico rechaza estar vinculado a cualquier tendencia política. En otras palabras, será un órgano de lo que en Francia y Suiza se conoce como sindicalismo anti-político (en Francia, el diario La Voix du Peuple («la voz del pueblo») representa esta tendencia. En Lausana, el diario de igual nombre también representa esta tendencia). Esto supone una vinculación con el actual movimiento que está surgiendo por todos lados, dando lugar a unas organizaciones obreras sin relaciones con la opción parlamentaria de la socialdemocracia. Este movimiento es, en otras palabras, sindicatos anti-parlamentarios según la tradición de la antigua Asociación Internacional de Trabajadores. A la vez, este movimiento es más socialista que los actuales sindicatos británicos, negando su participación en la opción parlamentarista socialdemócrata. Nuestro periódico pretende representar este movimiento y esperamos que esto suceda» (Carta de Kropotkin a Kôtoku, 25 de septiembre de 1906).

Esta ruptura con la socialdemocracia quedará expresada públicamente en un artículo que publicará el 5 de febrero de 1907 bajo el título de «El cambio de mi pensamiento»: «Como socialista, miembro del Partido Socialista, tengo más confianza para llegar a alcanzar nuestro proyecto —la revolución radical de la organización económica, es decir, la supresión del asalariado— en diez trabajadores conscientes y organizados que en mil personas que hayan firmado una petición reclamando el sufragio universal. Más que en gastar 2.000 yens para la propaganda electoral, creo que es urgente consagrar 10 yens para organizar a los trabajadores. No es por medio del sufragio universal y la política parlamentaria, en absoluto, como se hará una verdadera revolución; para lograr los objetivos del socialismo, no hay otro medio que la acción directa de todos los trabajadores unidos. Tal es ahora mi opinión».

Estas palabras influyeron profundamente entre los militantes socialdemócrata, afiliados al Nippon Shakaitô (Partido Socialista de Japón, fundado en febrero de 1906) legalizado al renegar públicamente de cualquier acción revolucionaria y aceptar la legislación vigente, provocando Kôtoku una ruptura dentro del mismo al pasar los elementos más jóvenes al campo anarquista, como ocurriera con Ôsugi Sakae, Arahata Kanson o Yamakawa Hitoshi, y explica que en la conferencia del partido en febrero de 1907 se aprobara, en contra de sus propios estatutos, hacer un llamamiento a favor de la huelga general revolucionaria, lo que llevó a la inmediata ilegalización del partido y su desmantelamiento. La fuerza de las ideas libertarias pregonadas por Kôtoku y el ala libertaria del otrora Partido Socialista queda ejemplificada en el conocido como el Incidente de las Banderas Rojas en 1908 en donde públicamente se sacan banderas de ese color, totalmente prohibidas por el gobierno, con las siguientes inscripciones: «Museifu» (anarquía), «Kakumei» (revolución) o «Museifu Kyousan»" (comunismo libertario), al tiempo que se gritaban proclamas a favor de la revolución social y en contra del Estado y las fuerzas del orden. Las consiguientes cargas policiales conllevaron varios heridos y la detención, entre otros, de Sakae, Arahata y Yamakawa.

Consumada la ruptura con los partidos políticos, Kôtoku iniciará una frenética labor de propaganda, muchas veces sin trabajo ni medios de subsistencia, recorriendo el país divulgando los nuevos planteamientos, colaborando con los periódicos anarquistas Ôsaka Heimin Shinbun («periódico del hombre común de Osaka») posteriomente Nihon Heimin Shinbun («periódico del hombre común de Japón»), Kumamoto Hyôron («revista de Kumamoto»), Yaradsu Chohu («acción directa»), Tatsu Kwa («hierro y fuego»), Hikari («relámpago»), Chokugen («adelante»), Shin-»Shi-Cho («"la idea nueva»), Fiyu Shiso («libre pensamiento»), al tiempo que traduce y publica, en muchos casos de manera clandestina, trabajos de Kropotkin como La conquista del pan, Campos, fábricas y talleres o El apoyo mutuo. El empuje de sus planteamientos queda ejemplificado en la amplísima difusión de su libro de recopilación de artículos entre los estudiantes de la Universidad de Tokio a pesar de ser secuestrada su edición por la policía. Es de considerar que en la Universidad estudiaba una amplia comunidad de jóvenes chinos que habían sido becados por el Estado y que, una vez vuelvan a China, divulgarán los escritos de Kôtoku, difundiendo el ideal libertario.

Por la propia dinámica económica del Japón, con un claro predominio del sector primario fuertemente afectado por la introducción de un incipiente de las relaciones capitalistas, hacía muy atrayente los postulados de Kropotkin a favor de la explotación comunal de las tierras a través del apoyo mutuo como tradicionalmente se realizaba en buena parte del agro nipón, dando lugar a un fuerte raigambre del anarquismo en el mundo rural a lo largo de buena parte del siglo XX y explica la amplia difusión de trabajos como el de Akaba Hajime, Nômin No Fukuin («el evangelio de los granjeros») en 1910, en donde se afirmaba: «Debemos enviar a los usurpadores de la tierra a la guillotina y volver a las “comunidades aldeanas” tradicionales, para alegría de nuestros antepasados. Debemos construir el paraíso libertario del “comunismo libertario”, en donde podremos desarrollar la explotación comunitaria con los más avanzados desarrollos científicos y con la superior moralidad del apoyo mutuo».

Si el anarquismo crecía fácilmente en el mundo rural, el anarcosindicalismo, aunque presente en el mundo urbano, tenía grandes problemas para desarrollarse. Los anarquistas tenían muy presente la situación creada por la insurrección de los mineros de Ashio en 1907; éstos habían logrado controlar la cuenca minera durante más de tres días y, desesperados, esperaron un levantamiento general en todo el país que nunca se produjo por la labor desmovilizadora de las fuerzas socialistas. Finalmente fueron doblegados por el gobierno al poder concentrar grandes contingentes militares en la zona. Esto demostraba que la clase obrera, actuando unida, podía derrocar al Estado aunque para ello era necesaria una gran central sindical que permitiera coordinar revolucionariamente la acción conjunta de todo el proletariado. Sin embargo, eso también lo sabía el Estado y desarrolló una fuerte represión en los centros urbanos, creando incluso una unidad especial de la policía para vigilar las 24 horas del día a los anarquistas más destacados, y una legislación bajo la denominada «Ley Policial de Pacificación Pública» que dejaba las manos libres a las autoridades para prohibir y sancionar cualquier atisbo de movilización social. Esta situación llevó a un grupo de anarquistas a desesperar por la lentitud de los progresos en cuanto a la movilización del proletariado y a buscar otra vía para hacer detonar la revolución social, tomando el ejemplo de los nihilistas y revolucionarios rusos en cuanto a ajusticiamiento de los represores, y comienzan hacia 1908 a concebir un plan para acabar con el emperador como máxima expresión del Estado. Comenzaron a investigar cómo fabricar una bomba, aunque al carecer totalmente de recursos y materiales, hacia 1910 sólo habían logrado fabricar unos simples petardos. Sin embargo, esto permitió al gobierno montar la gran farsa judicial conocida como Daigyaku Jiken («Proceso de alta traición»), concebida como un instrumento para descabezar todo el movimiento libertario.

Además de detener a los cuatro implicados directamente en los intentos de fabricación de las bombas, se produjo una intensa represión, encarcelando a cientos de anarquistas a lo largo del país, procediendo a montar un juicio sumario contra 26 de ellos, entre los que se encontraban Kôtoku y su compañera Kano Sugano.

Los medios libertarios occidentales se hicieron rápidamente eco de la situación, como ocurrió en la revista norteamericana Mother Earth, que inició una campaña de protesta, rápidamente seguida por Freedom en Inglaterra, Les temps nouveaux en Francia, Tierra y Libertad en España o Le Réveil en Suiza. Sin embargo, como reconocía el propio Alexander Berkman, poca agitación se pudo hacer pues parecía que la distancia era el olvido, incluso entre los anarquistas, como expresaba la propia Emma Goldman cuando se quejaba con cierta tristeza sobre el desinterés general incluso para levantar un monumento en recuerdo a Kôtoku: «Mi gran pesar en relación a Chicago fue mi fracaso para interesar a nuestros amigos en el monumento a Kôtoku. Existía una carencia de oradores, además de que Japón está muy lejos; incluso entre los anarquistas no es fácil superar las distancias».

Para darnos cuenta de la falta de garantías judiciales, sólo tenemos que tener en cuenta lo relatado en las páginas de Mother Earth, en donde en un breve párrafo se condensa perfectamente la secuencia de los hechos. «Kôtoku y otros fueron arrestados el último otoño bajo el cargo de conspiración, aunque la policía no pudo hallar ninguna prueba. Sin embargo, en Keishicho, el cuartel de la policía de Tokio, han manufacturado algunas evidencias, usando a infiltrados policiales y agentes provocadores, llevando a los detenidos ante un juzgado especial, no la corte suprema. Bajo esta corte especial no tienen posibilidad de apelar; el juicio no fue abierto para el público, salvo quince minutos en el primer día del juicio, el 10 de diciembre, pero nunca más. El juzgado estaba custodiado por cientos de policías y soldados armados. Sus abogados estaban designados por el gobierno y fueron sentenciados a la pena de muerte el 10 de enero» (Mother Earth, 12, febrero de 1911).

A eso hay que añadir las presiones recibidas por un grupo de abogados que intentaron actuar en defensa de los acusados, a los cuales se les amenaza con su ejecución, lo que explica y da sentido a la carta recientemente descubierta de Kano Sugano dirigida al periodista Sugimura, en donde le ruega que busque un abogado que pueda defender a Kotoku.

Como se puede apreciar, los 26 procesados serán juzgados y sentenciados en un mes: 24 a la pena de muerte y 2 condenados a 8 y 11 años de condena; posteriormente, se conmutarán 12 penas capitales por cadena perpetua, ejecutando la sentencia el 24 de enero de 1911. Ese día perdieron su vida ahorcados, de uno en uno desde las 8 de la mañana hasta las 3 de la tarde, Kôtoku Shûsui (41 años), Kano Sugano (compañera de Kôtoku), Unpei Morichika (director de periódico), Tadao Niimura (25 años), Takichi Miyashita, Rikisaku Hurukawa (28 años), Keushi Okumiya (54 años), Seinosuke Ooishi (médico, 45 años), Heishiro Naruishi, Uichita Matsuo, Uichiro Niimi y Gudo Uchiyama (sacerdote budista), y todo ello sin pruebas directas, más allá de simples suposiciones nunca demostradas, que vincularan a la mayoría de los ajusticiados con los que planeaban atentar contra el emperador, como ocurrió con Kôtoku, a quien se le acusaba de haber actuado de inspirador del acto por sus charlas y escritos. Seguramente Vicente García, en las páginas de Tierra y Libertad del 28 de diciembre de 1910, resume perfectamente cuál era el objetivo de este asesinato: «El doctor Kotoku es el Ferrer nipón, y claro está que hombres así son peligrosos para los parásitos, y como ellos mandan, lo lógico, aunque sea bárbaro y criminal, es que el fuerte quite al débil que le estorba».

Tal fue la ola de terror que agitó el país, con nuevos supuestos complots «descubiertos» meses después, como ocurrió en Nagoya en donde en casa de un tal Genmatsu Goto se encontró dinamita para atentar contra el Emperador y que «pertenecía al grupo de Kotoku», que incluso un escritor conservador, como era Mori Ogai, narró en su relato corto La torre del silencio la fuerte represión que se vivía en esos momentos contra los anarquistas, considerados como «demonios occidentales»:

«Todo escrito era requisado para buscar en él referencias al naturalismo o al socialismo. Todo escritor o literato resultaba un sospechoso naturalista o socialista, blanco de inquisición (…) Las peligrosas publicaciones extranjeras transmitían una ideología que alteraba la tranquilidad. La ideología que convulsiona la moralidad tiene su origen también en las peligrosas publicaciones extranjeras (…) Muerte a todo lector de las peligrosas publicaciones extranjeras.»

lunes, 26 de septiembre de 2011

Anarquismo en la tierra del Sol Naciente

Extraído de Struggle Site


Hoy Japón trae a la mente corporaciones de alta tecnología, estudiantes de la escuela primaria estresados y un trabajo que requiere total lealtad a la empresa. Hace 130 años era un lugar muy diferente, predominantemente agrícola y regido por una élite feudal. En 1868, esa élite decidió industrializar el país y crear un estado altamente industrializado. Por esta razón, la experiencia de capitalismo japonesa es diferente de la de los países europeos.

Aquí, los aristócratas fueron reemplazados (gradualmente o por revolución) por una clase creciente de hombres de negocios. Así, los aristócratas se hicieron nuevos hombres de negocios. La cultura de feudalismo no fue rechazada y reemplazada, bastante de ella quedó y proveyó el fondo de la nueva sociedad. Esto significó que Japón en el cambio de siglo era un país que se estaba volviendo más industrial pero que aún permanecía extremadamente conformista. Fue en estas condiciones tan complicadas como las ideas anarquistas fueron traídas a Japón por primera vez.

El movimiento iba a estar dramáticamente influido por las guerras en las que Japón se vería envuelto y que llevaría la voz cantante. Se evidencian tres fases: de 1906-1911, de 1911-1936, y de 1944-hasta hoy.


Imagen de un periódico anarquista japonés
titulado "El Inquilino" (15 de Julio de 1923),
donde el campesino anarquista desafía al
terrateniente (imagen de John Crump
"The Anarchist Movement in Japan", ACE, 1996)


Las ideas tienen que venir de alguna parte. En Japón las ideas anarquistas fueron primero popularizadas por Kotoku Shusui. Nacido en un pueblo de provincias en 1871, se mudó a Tokyo en su adolescencia. Sus ideas políticas se desarrollaron en las páginas de numerosos periódicos que escribió y editó. Aunque esos primeros periódicos no eran anarquistas, eran lo bastante liberales como para llegar a oidos de las autoridades. Fue encarcelado en 1904 por romper una de las muchas leyes draconianas de la prensa. Como para tantos, la cárcel iba a ser su escuela.

Allí leyó el libro "Campos, Fábricas y Talleres" de Kropotkin. En prisión también comenzó a considerar el papel del emperador en la sociedad japonesa. Muchos socialistas de la época, evitaban toda crítica al Emperador, en contraste Kotoku empezó a ver cómo el Emperador era el centro tanto del capitalismo como del poder del estado en Japón.

Justo después de salir de prisión emigró a los EEUU. Allí se unió a la recién creada Industrial Workers of the World (la IWW, también conocida como los Wobblies), una central sindical, fuertemente influida por las ideas libertarias. En EEUU tuvo acceso a más literatura anarquista, leyendo La Conquista del Pan de Kropotkin.

A su vuelta a Japón en 1906 habló en un gran mitin público de las ideas que había desarrollado en los EEUU. Siguieron a esto un gran número de artículos. Escribió: "Yo espero que desde ahora el movimiento socialista abandonará sus obligaciones de partido parliamentario y adaptará sus métodos y políticas a la acción directa de los trabajadores unidos como uno sólo".

En los siguientes años los anarco-comunistas se concentraron en extender información sobre el anarquismo, a través de la producción de propaganda oral y escrita. Se encontraron con un acoso policial constante, algunos anarquistas consideraron continuar la lucha con métodos más violentos. En 1910, 4 de ellos fueron arrestados después del descubrimiento de equipo para fabricar bombas.

Esta era la oportunidad que las autoridades estaban esperando para acabar con los disidentes. Cientos de ellos fueron puestos bajo custodia de la policía. Finalmente 26 fueron llevados a juicio. Aunque se les imputaba tener la intención de asesinar al emperador, en realidad se les juzgaba por tener creencias anarquistas. Todos excepto 2 fueron sentenciados a muerte. 12 vieron sus sentenceias conmutadas por cadena perpetua, y 12, incluyendo Kotoku, fueron ejecutados. Después de su muerte, muchos activistas fueron al exilio. Aquellos que se quedaron sufrieron repetidos encarcelamientos.


Kotoku Shusui

Pero a pesar de estas condiciones exceptionalmente duras, el movimiento no murió. El fin de la Primera Guerra Mundial trajo un periodo de inflación disparada, que llevó a revueltas por el precio del arroz en muchos pueblos y ciudades. Los nuevos trabajadores industriales se comenzaron a organizar y las disputas por el trabajo crecieron. La Revolución Rusa causó un intenso debate en Japón, como en todas partes; ¿Cómo crear una sociedad mejor? ¿Cómo sería esa sociedad? Esta floreciente opinión fue temporalmete débil, siguiendo al trágico asesinato de dos anarquistas, Osugi Sakae y su compañera Ito Noe.

En 1923, un importante terremoto golpeó Japón. Más de 90.000 personas murieron. El estado sacó ventaja de los disturbios y de la histeria que siguieron. Los dos anarquistas, con el sobrino de 6 años de Osugi fueron detenidos por un escuadrón de policías militares y fueron golpeados hasta la muerte. La brutalidad de este crimen llevó a los anarquistas a buscar venganza. Una vez más, los intentos anarquistas de desquite conocieron la represión indiscriminada por parte del estado.

Sin embargo, no todo estaba perdido. Verdaderamente las organizaciones anarquistas estaban creciendo como nunca. En 1926 dos federaciones nacionales de anarquistas se formaron. Los años siguientes se caracterizaron por un intenso debate entre anarco-comunistas y anarcosindicalistas. La cuestión principal era que cual era el mejor método para llegar a la revolución. De la mano de sus discusiones teóricas, estos anarquistas estaban activos en las luchas sobre los salarios y las condiciones de trabajo.

La guerra sin embargo se veía en el horizonte. Según el estado se comenzaba a mover hacia una confrontación externa en Manchuria, también comenzaba a silenciar la oposición interna. Y llegó una nueva ola de represión. Aunque el movimiento libertario adoptó varias estrategias para sobrevivir, el estado estaba dispuesto a vencer. Con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, todas las organizaciones anarquistas se vieron forzadas a permanecer en silencio. Los propios anarquistas se vieron obligados a mantener en secreto sus ideas políticas.

Post-guerra, Japón estaba bajo el control efectivo de los EEUU. Su política hacia el país se movía entre crear artificialmente un partido político de "derechas" y otro de "izquierdas" o acabar completamente con todo movimiento izquierdista. Las grandes inversiones y el rápido crecimiento económico fueron acompañados por un retroceso de la autonomía de los sindicatos. Aunque los anarquistas se reagruparon y reorganizaron, encontraron difícil florecer en esas condiciones.

El movimiento de hoy es mucho más pequeño que antes, y desde occidente es dificil encontrar información sobre ellos. Sin duda ellos encaran muchos de los problemas que nosotros afrontamos; cómo mostrarle a la gente que ellos no deben dejarse llevar, cómo convencer a la gente de que hay una alternativa posible y que ellos tienen poder para crearla.

Quizá la crisis económica que Japón está ahora experimentando llevará a la gente a criticar y rechazar el sistema actual. Si esto pasa, los anarquistas japoneses serán capaces de enseñar una visión de sociedad basada en la libertad e igualdad, y construir el movimiento, y una vez más las ideas anarquistas tendrán influencia.


Traducción: Miguel Gómez