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lunes, 20 de febrero de 2017

La batalla de George Square


El regreso de soldados tras la Primera Guerra Mundial creó un problema de paro y falta de vivienda que revolucionó a la clase obrera escocesa

Por RAFAEL RAMOS

Nadie en Inglaterra, ni siquiera la derecha más extrema, habló de enviar tanques a Escocia si gana la independencia en el referéndum de finales del verano. Pero hubo una vez, hace 95 [ahora 98] años, en que Londres desplegó diez mil soldados y vehículos acorazados en Glasgow, no para impedir la secesión sino en respuesta a una huelga general que paralizó la ciudad en demanda de mejores condiciones laborales. Lloyd George era primer ministro, Winston Churchill era ministro de la Guerra y ambos tenían pavor a una revolución bolchevique en territorio británico.

Era el 31 de enero de 1919, el levantamiento espartaquista alemán había comenzado en noviembre anterior, y la Revolución rusa en octubre [noviembre] del 17. Con la Primera Guerra Mundial recién terminada, y millones de soldados desmovilizados regresando a casa para sumarse a las colas del paro, el gobierno de Lloyd George temía que floreciesen en el Reino Unido las semillas del comunismo. Y eso no se podía permitir.


Glasgow es la ciudad más roja de todo el país. A orillas del río Clyde, en pleno centro hay una estatua de Dolores Ibárruri, la Pasionaria, y el propio Vladimir Lenin se refirió a ella como el Petrogrado británico, confiando de manera un tanto optimista en que las revueltas de los estibadores, maquinistas y mineros abriera las puertas al socialismo y acabasen con la monarquía. Esa revolución nunca llegó a cuajar. Pero son los descendientes de aquella clase obrera, hoy votantes del Labour [Partido Laborista] y en muchos casos todavía indecisos, quienes pueden decidir otra revolución: si Escocia se hace independiente.

Hasta entonces Glasgow no había tenido una particular tradición de militancia proletaria, y de hecho votaba al Partido Liberal en las elecciones. Decenas de miles de trabajadores se habían alistado voluntariamente, y los sindicatos (bajo entonces presiones políticas) habían accedido a no convocar ninguna huelga general hasta que terminase la Gran Guerra, y a no criticar las leyes represivas adoptadas por el Gobierno con el pretexto de la seguridad nacional. Sin embargo, los activistas antibélicos consiguieron organizarse y desarrollar en una estructura, sin ser atacados y denunciados como antipatriotas, como ocurrió en otras ciudades.

El descontento y la frustración con los políticos fueron aumentando conforme se prolongaba la guerra, y en particular en Glasgow, que era uno de los principales centros de fabricación de armamento del país, tenía una población muy superior a la actual, y un grave problema de vivienda. Los inmigrantes habían elevado el coste de los alquileres, y los nativos —en especial las mujeres cuyos maridos luchaban en el frente— no podían pagarlos. Diez mil maquinistas marcharon en Govan hasta el edificio de los Tribunales para protestar. Los desahucios estaban a la orden del día. Entonces, igual que ahora, los patronos de los astilleros y empresas textiles reemplazaban a los empleados con más antigüedad por mano de obra menos cualificada y más barata. El caldo de cultivo de una revolución estaba servido.

Las clases trabajadoras estaban hartas de que sus jóvenes lucharan y murieran en los campos de Francia y de Bélgica en defensa de un imperio de un establishment que las oprimía. El 1 de Mayo de 1918, cien mil personas se manifestaron en Glasgow contra la guerra. El 27 de enero siguiente, una organización sindical llamada Comité de Obrero de Clyde (CWC) convocó una huelga general para reducir la jornada laboral de 57 horas (comenzaba a las 6 de la mañana) a 40 horas [semanales]. Y a fin de paralizar por completo la ciudad, dio instrucciones a sus afiliados de que desconectaran del tendido eléctrico todos los tranvías de dos pisos que eran la principal forma de transporte público. El día 31, que era viernes, 70.000 personas se concentraron en George Square, cantaron La Internacional e izaron la bandera roja.


Mientras los líderes sindicales esperaban la respuesta del alcalde a sus demandas, las autoridades intentaron hacer entrar un tranvía en la plaza como símbolo de que la paralización había fracasado. Se armó el revuelo, la policía cargó con porras contra la multitud, los manifestantes se defendieron con las botellas de un camión de bebidas que asaltaron. Ladrillos y barras de hierro. En la batalla campal, que se prolongó varias horas y se extendió hasta el Glasgow Green, resultaron heridas 53 personas (34 huelguistas y 19 agentes).

Al día siguiente, el 1 de febrero, entraron en Glasgow seis tanques, un centenar de camiones militares y diez mil soldados que habían sido trasladados por la noche en tren, y se apostaron francotiradores en las azoteas de la Oficina de Correos (el recuerdo del Levantamiento de Pascua de 1916 en Dublín aún estaba muy presente) y del North British Hotel. Las autoridades prefirieron traer tropas de Inglaterra [que previamente habían controlado otras ciudades inglesas] que recurrir al regimiento escocés del cuartel de Maythill, por miedo a que se pusieran del lado de los trabajadores. La jornada laboral no quedó reducida a 40 horas, pero sí a 47, diez menos que hasta entonces. Dos de los organizadores de la revuelta fueron detenidos y condenados a cinco meses de cárcel. Unos cuantos desarrollaron exitosas carreras políticas.

«Creíamos que estábamos haciendo una simple huelga, y podríamos haber hecho una revolución», dijo con el tiempo Willie Gallagher, uno de los protagonistas de la batalla de George Square, en lo que fue bautizado como el 'viernes sangriento'. La plaza, llena de tiendas, es hoy un póster de cultura consumista.

La movilización de las tropas duró una semana, fue la mayor jamás realizada por el Estado británico contra sus propios ciudadanos y demostró hasta dónde está dispuesto a llegar el establishment para perpetuar el orden vigente, y aplastar cualquier intento de desmontar las estructuras de poder de la sociedad. Fuentes del Gobierno Cameron han empezado a insinuar que Londres no aceptaría la independencia de Escocia al margen del resultado del referéndum «si no nos ponemos de acuerdo en los detalles»... Un aviso.

La Vanguardia
3 marzo 2014

sábado, 13 de abril de 2013

'Fiesta' anti Thatcher en Trafalgar Square

 
13 - abril - 2013

Al grito de 'Maggie, Maggie, muerta, muerta' y bajo una lluvia implacable [más de] unos 1.000 manifestantes se han congregado en la londinense Trafalgar Square esta tarde para 'celebrar' la muerte de Margaret Thatcher.

La llegada de los sindicalistas de la Unión Nacional de Mineros ha sido el punto álgido de una protesta relativamente pacífica, vigilada por decenas de policías que se han incautado de botellas de champán y cerveza.

Un títere gigante de la 'Dama de hierro' ha presidido el inusual festejo, animado por gente como Steward Jones, un 'punkie' que ha acudido a la concentración con una veleta rematada por una bruja, en clara referencia a la canción tabú La bruja ha muerto, parcialmente censurada en la BBC y que ha dado título a la convocatoria a través de Facebook.

Las escobas, los disfraces de bruja y las botellas de champán han estado muy presentes en las fiestas callejeras que arrancaron ya el lunes en Brixton, Bistol, Liverpool, Glasgow y Belfast.

«Estoy aquí por las víctimas de la guerra, la desesperación y la pobreza causadas por la 'Dama de Hierro'», ha podido leerse en la pancarta exhibida por la profesora Ellen Canahan, que ha acudido a la protesta con su hijo de siete años.

Los ex mineros de Durham habían decidido unirse a los sindicalistas, a los anticapitalistas y otros grupos de la izquierda británica en la fiesta anti-Thatcher de Trafalgar Square, escenario de los disturbios que causaron más de un centenar de heridos y 300 detenidos durante las protestas contra la 'poll tax' en 1990.

También en Glasgow, cientos de manifestantes han confluido en la George Square, donde han quemado una efigie de Thatcher y un misil de cartón. La convocatoria fue organizada por el grupo antinuclear Scrap Trident Coalition.

El alcalde de Londres, el conservador Boris Johnson, había reconocido previamente el derecho de los detractores de Thatcher a expresar su opinión, pero dio instrucciones a la policía para no tolerar alteraciones del orden público ni actos irrespetuosos contra ella a los cinco días desde su muerte.

Convocatoria reivindicativa

La protesta se gestó hace nueve años, a través del grupo Class War, el primero en convocar «una celebración en Trafalgar Square el sábado siguiente a la muerte de Thatcher». A las pocas horas de su muerte, el pasado lunes, empezaron a circular ya los panfletos anunciando la convocatoria.

La organización UK Uncut había convocado también para este sábado protestas en Brixton, King Cross y otros lugares de Londres contra el legado de Thatcher y los recortes sociales.

La protesta ha estado centrada en el 'impuesto del dormitorio' que afectará a 660.000 familias en viviendas sociales. Los miembros de UK Uncut han llevado también la protesta ante la casa del ministro del Tesoro, George Osborne, y las mansiones de varios millonarios en Londres. Scotland Yard intentó un acercamiento infructuoso a los organizadores para garantizar la seguridad durante las protestas.

La policía londinense y los servicios de inteligencia del MI5 han peinado las redes sociales para detectar posibles amenazas, especialmente de grupos anarquistas y republicanos, durante los días que preceden al funeral del 17 de abril, al que asistirán la reina Isabel II y más de 2.000 personalidades de todo el mundo.

Lucha minera

Los mineros de Durham, que perdieron más de 1.400 puestos de trabajo tras el pulso mantenido con Thatcher, han decidido celebrar una fiesta en Easington Colliery, coincidiendo con el funeral. Este sábado, como anticipo, los mineros han bajado con pancartas manchadas de carbón hasta el corazón de Londres.

«Celebramos el final de una era y de una personal que destruyó nuestras comunidades», ha declarado el ex secretario del sindicato minero, David Hopper. «Nuestros pueblos se parecen a Beirut desde entonces, pero por un día vamos a enterrar nuestras tristezas y a celebrar que la causante de nuestros males no volverá».

domingo, 27 de mayo de 2012

Niveladores y cavadores en la Revolución Inglesa

Clara Moreno Cubas
Extraído del blog Vivir la historia

[Los anarquistas ingleses siempre vieron en los levantamientos de los Diggers y los Levellers un antecedente de las comunas libertarias. Quizá a algún libertario le parezca esto un tanto "herético" pues estos grupos rebeldes eran religiosos (protestantes radicales llamados "dissenters") pero hay que recordar uno de los primeros pensadores anarquistas de la era moderna, el británico William Godwin, procedía del calvinismo, y de hecho llegó a ejercer como pastor en su juventud. ]




“En el principio, el gran creador, la Razón, hizo la tierra para que fuera un tesoro común, para mantener a las bestias, a los pájaros, a los peces y al hombre […] Ni una sola palabra se dijo en el principio de que una rama de la humanidad fuera a dominar sobre la otra […] Pero […] las imaginaciones egoístas […] erigieron a un hombre para que enseñara y dominara a otro. Y de este modo […] el hombre fue sometido a la esclavitud y se convirtió con respecto a algunos hombres de su propio género en un mayor esclavo de lo que las bestias lo eran para él.”

Gerrard Wistanley (1609-1676)


La última clase de la asignatura de Teoría y práctica política en la Edad Moderna que nos impartió la Profesora Gloria Franco me resultó especialmente interesante y también sorprendente en el sentido de que versó sobre un tema del que no se acostumbra a hablar en las aulas de la Universidad. Sin embargo, este tema me parece de un interés especial y de una asombrosa modernidad. Por eso quiero trasladaros aquí un breve resumen con los aspectos que llamaron más mi atención.

El tema al que me quiero referir es al de los grupos de puritanos radicales que se desarrollaron al calor de la revolución inglesa del siglo XVII y, en especial, a los niveladores o levellers y a los cavadores o diggers por ser los que más llamativos me han resultado. Estos grupos se expanden en los años 40 del siglo XVII, en los que a la problemática generada por la revolución inglesa se suman otras dificultades como las malas cosechas, el desarrollo del proceso de cercamiento de tierras o enclosures, la subida de los impuestos, la vuelta de soldados licenciados que trataban de recuperar su medio de vida, etc; y van a empezar a exigir drásticas reformas políticas, económicas y sociales imbuidas de un fuerte componente religioso. Aunque me voy a centrar en las sectas que ya he mencionado, no puedo dejar de nombrar otras que también cumplieron un importante papel como los ranters, los seekers, los Hombres de la Quinta Monarquía o los cuáqueros. De entre todos los elementos relacionados con estas sectas que a los que podríamos dedicarnos voy a centrarme en sus propuestas en el terreno político.


Los niveladores no constituyeron un movimiento unido y uniforme. En términos generales pueden diferenciarse dos sectores: un ala más moderada y constitucional y otra más radical dentro del ejército, de la clase más popular de Londres y de los distritos campesinos. Éstos últimos van a defender la igualdad de todos los individuos por naturaleza. Del mismo modo eran partidarios de un reparto igualitario de la propiedad o de la propiedad comunal. En cambio, los niveladores constitucionalistas no ponen en duda la propiedad privada sino que la defienden aunque pueden ser partidarios de dejar abiertos algunos cercamientos o de cercarlos en beneficio de los pobres. Por otro lado, los niveladores más radicales son partidarios del sufragio universal masculino mientras que los niveladores oficiales excluyen del sufragio a indigentes y sirvientes. Además, los niveladores radicales son defensores de la tolerancia religiosa. Así, llos planteamientos de los niveladores no oficiales llegaron mucho más lejos que los de los dirigentes constitucionalistas.

En cuanto a los cavadores, podemos ubicar su origen en 1649 cuando un grupo de pobres se reunieron en la colina de St. George, en la parroquia de Walton-on-Thames, y comenzaron a cavar la tierra baldía, acto cargado de un simbolismo vinculado con la idea de la propiedad comunal. El número de cavadores se fue elevando rápidamente. Esta zona tenía una importante tradición radical y seguiría teniéndola hasta la expulsión de los cavadores. Gerrard Wistanley, líder de los cavadores, llegó a la región antes de 1643 y en 1649-1650 escribió una serie de folletos tratando de atraer a diversos sectores de la población. En 1650 Wistanley, junto con otros cavadores, recorrió los condados que rodean Londres visitando a los simpatizantes. La influencia de los cavadores se difundió por todo el sur y el centro de Inglaterra.

En 1648-1649 Wistanley se fijó en la gran cantidad de tierras baldías existente en Inglaterra para idear un proyecto que pusiera fin a las necesidades de los campesinos pobres. Para él, la solución más justa al problema era la ocupación de estas tierras y su cultivo comunal. Calculaba que existía tierra de sobra para mantener a toda la población y que el cultivo colectivo sería la base para la creación de una comunidad justa en Inglaterra. Más tarde los cavadores van a reivindicar también que las tierras confiscadas a la Iglesia, la Corona y los realistas fueran transferidas a los pobres. Para Wistanley la dignidad humana no era posible sin la propiedad comunal y sin el cese de la compra y venta de tierras y trabajo.

Por otro lado, Wistanley va a defender que la ley debería ser correctiva y no punitiva, por lo que suprime las prisiones, y que el ejército sería una milicia popular que no obedecería a un Parlamento que no fuera representativo del pueblo. Así, se respetaba el derecho de resistencia popular como garantía de la libertad. Por otro lado, se instituía la tolerancia universal. Otro elemento fundamental para Wistanley era la educación que habría de ser universal e igual. Tanto niños como niñas recibirían educación y no habría estudiosos especializados que no trabajaran. Igualmente la experimentación y la invención se verían estimuladas y recompensadas.

Así, con esta brevísima introducción a las ideas defendidas por niveladores y cavadores quiero dar a conocer un tema que desde mi punto de vista debería ser más abordado en la Universidad porque ofrece unos planteamientos muy diferentes a lo que estamos acostumbrados a ver en torno al siglo XVII, y quiero tratar de atraer la atención hacia este aspecto tan interesante de la Historia de Inglaterra y de la Humanidad.

Bibliografía:

HILL, Christopher: El ideario popular extremista en la revolución inglesa del siglo XVII, Madrid, Siglo XXI, 1983


Leon Rosselson rindiendo homenaje a los diggers con su canción
The World Turned Upside Down

sábado, 29 de octubre de 2011

El anarquismo individualista en los Estados Unidos, en Inglaterra y en otras partes. Los antiguos intelectuales libertarios americanos.

Por Max Nettlau
Capítulo 3 de La anarquía a través de los tiempos.

La gran lucha por la independencia norteamericana, comprometida por la parte liberal de los coloniales contra la potencia central inglesa había adquirido desde 1775 a 1783 todas las formas de protesta constitucional, de insurrección cambiada pronto en guerra (1775); de la declaración de la independencia (4 de julio de 1776) al tratado final de paz, en 1783, siguieron otros siete años de campañas. Esto ocurría enteramente entre los patriotas americanos y los que habían acudido de Europa en su apoyo, y los ejércitos a sueldo de Inglaterra; la mentalidad más estrictamente gubernamentalista tuvo la primacía y no se tocó ni a las condiciones sociales ni a la esclavitud de los negros, ni fueron escuchados los votos de los que abogaban por un mínimo de gobierno, por la descentralización, por libertades reales. Lo que se estableció como constitución, fue una maravilla comparado con las monarquías europeas y fue un cuadro en el cual ciertas autonomías locales podían desenvolverse y fueron al comienzo toleradas, pero fue al mismo tiempo un aparato gubernamental formidable, casi inalterable, equivalente, por sus garantías sutiles reservadas al poder, al absolutismo abierto de las antiguas monarquías.

Eso fue bien reconocido por algunos, por hombres de Estado incluso, como Thomas Jefferson, y los mejores luchaban contra esa nueva tiranía velada; pero el aparato constitucional está construido tan ingeniosamente que es fácil agregar autoridad e interpretar lo que existe en un sentido más autoritario, pero es imposible reducir esa autoridad seriamente. El pueblo es conducido como en las monarquías; hay amplitud o sus movimiento son circunscritos según la voluntad del amo; en el caso presente, según la voluntad gubernamental controlada por los intereses de la propiedad.

Esta situación produjo pronto el descontento de espíritus audaces, y Voltairine de Cleyre y C. L. James han esbozado esas primeras protestas de hombres que, ciertamente, no fueron anarquistas en el sentido presente, pero que tuvieron horror al estatismo y a la dominación insolente de los monopolistas sobre las riquezas naturales de medio continente. En las ciudades del Este, sobre la costa del Atlántico, hubo no poca efervescencia democrática vertida en un socialismo laborista que, precisamente al ver a los políticos llenarse la boca de libertad, retóricamente, fue autoritario, riguroso, estatista. Se reimprimió el gran libro de Godwin (Filadelfia, 1796), el irlandés John Driscol (Equality, or A History of Lithoconia, 1801-2), y J. A. Etzler (en Pittsburgh, en 1833) compusieron una utopía y un ditirambo sobre la liberación del hombre por la máquina, tratando de ser lo menos posible autoritarios; pero, en suma, de esas ciudades tan rápidamente industrializadas y convertidas así en focos de la política y en centros de las finanzas, no salió jamás una verdadera vida socialista integral, y los trabajadores se organizan paralelamente a los capitalistas. De igual modo los inmensos territorios agrarios, nuevamente roturados, contienen poblaciones absorbidas por el trabajo, poco accesibles todavía a las ideas, dejándose alimentar o condenar al hambre intelectualmente por lo que los curas, la prensa y los políticos les entregan.

Es entre esos inmensos medios autoritarios y conservadores, donde ha florecido, en el gran territorio, una vida socialista y anarquista muy variada, muy activa, muy abnegada, numerosa relativamente, pero sin embargo casi al margen de la sociedad, de donde se recuerdan de esos hombres algunas veces para simular que les admiran, muy a menudo para perseguirles, pero que, con frecuencia también, sobre todo antiguamente, se les dejaba hacer, como se deja a las sectas religiosas o a hombres de vida privada, tranquila en general. Tales me parecen las proporciones de los hombres y de su ambiente por alrededor de un siglo después de 1776. Porque había entonces sobre todo espacio, latitud, condiciones para fundar una vida nueva, tierra todavía relativamente libre, en el territorio de los Estados Unidos, lo que Europa no ha conocido desde hace 1.500 años, desde la caída de los romanos. Y eso tuvo una influencia psicológica vigorizante sobre muchos hombres, y en aquellos que tenían un fondo altruista produjo el anarquismo individualista americano; en otros, con un fondo religioso, se produjo un espiritualismo libertario: dos fenómenos que las condiciones de vida creadas desde hacía cincuenta años, al reforzar el autoritarismo, el mecanismo, la brutalización, han reducido mucho, pero que son bellas páginas de la historia de la anarquía.

Había desde el siglo XVIII un pequeño mundo que vivía aparte en comunidades cooperativas de emigrados reunidos por un sectarismo religioso especializado, de tendencia social, como mucho antes en los primeros conventos. Después se introdujo la experimentación socialista, por Robert Owen mismo (New Harmony), por otros después que fueron influenciados por las ideas de Fourier y otros. Inevitablemente, las empresas en que los espíritus no estaban nivelados o quebrantados por la disciplina o la devoción religiosa, tuvieron una existencia azarosa, y New Harmony, una colonia de 800 personas, en el curso de varios años mostró mucha desarmonía, lo que indujo a uno de los colonos, Josiah Warren (1798-1879), un americano de carácter resuelto y tenaz, a deducir la imposibilidad de la convivencia social desinteresada a causa de la diversidad natural de los hombres, y concluyó en la individualización completa de la vida social, es decir, en las relaciones de cambio igual, de reciprocidad estricta entre los hombres, y consideró el tiempo que requiere un producto o un servicio como medida de su valor de cambio, según la conciencia de cada uno.



Warren concluyó igualmente en el repudio de todo lo que una colectividad impusiera a los individuos en servicios públicos; compete a los individuos, si quieren, arreglarse para hacer ejecutar esos servicios por personas empleadas y pagadas por ellos según el tiempo que dediquen a esos trabajos. Aplicó sus ideas concebidas de acuerdo a su experiencia a partir de 1825 en New Harmony, en Cincinnati primero, a partir de mayo de 1827, en su «Time Store» (tienda donde vendía y compraba él mismo sus mercancías según la medida del tiempo) e hizo propaganda de ese sistema por su acción personal, por los escritos, por el periódico The Peaceful Revolutionist, en 1833, en Cincinnati —el primer periódico anarquista, según toda apariencia— y entró en correspondencia con los cooperadores en Inglaterra; en una palabra, atrajo el interés y sus libros Equitable Commerce (1846) y Practical Details in Equitable Commerce (1852) («Detalles prácticos en el comercio equitativo»), fueron muy difundidos. Sobre todo en 1851-52, en Nueva York, Stephen Pearl Andrews (1812–1886) dio a esas ideas una forma ruidosa por conferencias y su gran libro The Science of Society (1851; dos partes, VI, 70 y XII, 214 páginas), cuya primera parte es: «La verdadera constitución de un gobierno en la soberanía del individuo», y la segunda: «Los gastos como límite del precio: una medida científica para la honestidad en el comercio como principio fundamental para la solución de la cuestión social». Andrews tomó parte en esa discusión, con motivo de una «Free Love League», con Henry James y Horace Greeley, en The New York Tribune hacia 1852, publicada como Love, Marriage and Divorce («Amor, matrimonio y divorcio»). Muchos adeptos de esas ideas vivían desde 1851 hasta una decena de años más tarde en Trialville (ciudad de ensayo) , más conocida como «Modern Times», en Long Island, a no muy larga distancia de Nueva York, cada cual a su modo, haciendo localmente el cambio entre ellos, empleando notas de trabajo. Fue sobre todo una comunidad de vida independiente, sin autoridad oficial, que atrajo buenos elementos y demostró que la libertad une y la coacción desune a los hombres. La guerra civil en los Estados Unidos (1862-65) con sus consecuencias económicas dispersó esa comunidad.

Estas ideas fueron especializadas por otros hombres y mujeres de pensamiento lógico y de gran tenacidad; tales fueron W. B Greene, Lysander Spooner, Ezra M. Heywood, Charles T. Fowler, Benjamin R. Tucker, Moses Harman, E. C. Walker, Sidney H. Morse, Marie Louise David, Louis Waisbrooker, Lillian Harman y muchos otros. Hubo periódicos notables como The Social Revolutionist, The World, The Radical Review, Liberty (de B. R. Tucker; Boston, luego Nueva York, 1881-1907); Lucifer, Fair Play y muchos más.

Estos anarquistas individualistas combatían todos el estatismo, la intervención de colectividades y de sus mandatarios en la vida de los individuos, los poderes económicos dados al monopolio (emisión de notas, los Bancos), la sumisión por el matrimonio y la familia y fueron también hostiles a lo que debía hacerse en nombre de un socialismo de Estado y de un socialismo anarquista. Muchos de ellos se especializaban sobre todo en el dominio de las finanzas, otros en el de la libertad personal y en la vida sexual liberada de todas sus trabas. El único movimiento social que inspiró simpatías a algunos de ellos, fue el del impuesto único creado por Henry George (Progress Poverty) y al respecto hubo y hay todavía cierto matiz de ellos que llega a una fusión de ideas. Son los anarchist single taxers, (los anarquistas del impuesto único), de los que The Twentieth Century, redactado por Hugh O. Pentecost, fue la cuna, hace alrededor de cuarenta años. Los hombres de ese matiz, aparte de ciertas defecciones, han entrado a menudo desde entonces en relaciones de buena vecindad con los comunistas libertarios y con todas las buenas causas de los movimientos de los obreros americanos. Pero por otro lado B. R. Tucker fue feroz en su anticomunismo (contra Kropotkin, Most, etc.) , en 1883, y ha hecho accesibles así una parte de las ideas bakuninianas en Estados Unidos y en Inglaterra.

Ese movimiento de 1827, un siglo después, se encuentra frente a una América enormemente cambiada, y si queda él mismo sin cambiar, es de un siglo atrás, y si cambia es difícil decir lo que quedaría de él o si no se engaña en la dirección de ese cambio a operar. En los ambientes sencillos de territorios recientemente poblados, las condiciones sociales de los hombres se parecen, y si el cambio honesto es proclamado frente a la codicia y al fraude de algunos, ese principio moralizador puede triunfar, pero no ha triunfado siquiera entonces y el monopolio se ha vuelto cada vez más fuerte, hasta acaparar el Estado completamente después de la gran guerra civil, durante y después de la cual el capital puso mano sobre la tierra y sus riquezas y fundó en sesenta años el Imperio de la plutocracia más poderoso que se conoce. Warren murió en 1879 conservando sus ilusiones, que Tucker (nacido en 1854) defendió entonces contra toda evidencia, propiciando esa reciprocidad entre gentes honestas frente al monopolio que, al regimentar a todo el pueblo en su servicio, destruye la independencia personal, la primera base de la reciprocidad. Otra base de ésta es el sentimiento social, el deseo, el placer de obrar socialmente por tanto honestamente, con desinterés. Al presuponer ese sentimiento esos antisocialistas son en realidad muy sociables y muchos malentendidos no se habrían tenido si hubiesen dicho claramente que su acción procede de su voluntad de no pasar por el socialismo autoritario. Ir más lejos, preconizar un sistema único, como lo hicieron con encarnizamiento desde Warren a Tucker, es sectarismo que corresponde mal a la amplitud de miras de algunos de ellos.


Benjamin Tucker

En la práctica, la rama principal de ese movimiento, antes extendido, se ha restringido al cambio directo (mutualismo) o se pierde en la reforma monetaria. Las ramas de libertad personal y de libertad sexual, tan exuberantes en tiempos de Heywood y de Harman, han tenido una cierta satisfacción por la creciente libertad de las costumbres y sobre todo por el derecho de ciudadanía que supo conquistar el neomalthusianismo bajo el nombre de birth control. Los antiguos militantes han muerto, a veces hasta en suicidio frente a persecuciones sistemáticas, y la juventud se contenta con las mayores facilidades que halla ahora y no promueve ya esas cuestiones de libertad y de dignidad como hicieron los antiguos. Cuando el anarquismo individualista debía afirmarse más en nuestro tiempo de estatismo desenfrenado, no está ya en acción o sólo se presenta en forma pequeña y anodina.

Estas ideas fueron muy pronto conocidas en Inglaterra por la correspondencia de Josiah Warren, que trató de hacer una brecha en el movimiento. No logró más que muy poco; se puede nombrar ante todo a Ambrose Caston Cuddon, el alma de un pequeño grupo en los años antes y después de 1850 a 1870 y hasta su muerte en edad avanzada. El libro de Stephen Pearl Andrews y la colonia «Modern Times» daban un nuevo interés a esas ideas, y ese grupo tomó por nombre la London Confederation of Rational Reformes (agosto de 1853) , publicando sus principios y un folleto explicativo, que debe ser de Cuddon (octubre) .Estos hombres venían de los matices socialistas de Robert Owen y de Bronterre O’Obrien, y William Pare, que se interesó también por esas ideas ( 1855), había estado ligado con William Thompson. Se puede nombrar todavía al Coronel Henry Clinton. Allí se encuentra ese individualismo penetrado de espíritu socialista, y por lo poco que se sabe de lo sucesivo, se puede suponer que en ese ambiente inglés las ideas de Warren —si se exceptúa a Cuddon—-, tal vez fueron reabsorbidas por un socialismo de acción popular directa que desconfía del Estado.

Es un hecho extraño, por cierto, que hasta 1885 aproximadamente ese anarquismo individualista americano pasó desapercibido en el mundo socialista europeo, aparte de esas repercusiones en Inglaterra, que a su vez no han debido ser conocidas en el continente. Hago excepción de Stephan Pearl Andrews y de «Modern Times». Sus ideas y la fundación de la colonia fueron discutidas en particular en el semanario The Leader (Londres), en 1851, entonces un órgano democrático muy difundido, por Henry Edger, que vivió en «Modern Times», un positivista que desde allí mantenía correspondencia también con Auguste Comte. Si The Sovereignity of the Individual es tan afirmada por Andrews (1851) ¿es por puro azar que Pi y Margall escribe en La Reacción y la Revolución (Madrid, 1854): «Nuestro principio es la soberanía absoluta del individuo; nuestro objeto final, la destrucción absoluta del poder, y su sustitución por el contrato; nuestro medio, la descentralización y la movilización continua de los poderes existentes...» No hay duda que Pi y Margall ha debido conocer los dos famosos libros libertarios de 1851, la Idea general de la Revolución en el siglo XIX, de Proudhon, y las Social Statics, de Herbert Spencer. ¿Por qué no habría tenido conocimiento del libro de Andrews discutido en el Leader, órgano que tenía tantas noticias sobre el movimiento avanzado en España? Incluso en 1854 apareció en Cádiz una traducción española de un gran libro relativamente poco importante del mismo Andrews (The Basic Outline of Universology...). De «Modern Times» se tiene conocimiento generalmente por un artículo de Moncure D. Conway en una gran revista inglesa (Fortnightly Review, julio de 1865) de que se habla incluso de Rusia en el Sovremennik, la antigua revista de Chernishevski. Elías Reclus ha debido ver a algunos de esos anarquistas americanos en ocasión de su viaje a los Estados Unidos y ha colaborado en The Radical Review, en 1877, redactada por Tucker. Tucker mismo ha hecho en 1874 un viaje a Londres, donde vio todavía a Cuddon, de 83 años de edad, y viajó por Francia e Italia. Se puso a traducir grandes volúmenes de Proudhon, entonces las primeras ediciones americanas. Se sabe también que Elías Reclus, en 1878, conoció a Tucker y The Radical Review, como Tucker, en 1889, en París, por medio de Elías, conoció a Eliseo Reclus. Pero los hermanos Reclus se han sentido tan distantes, en su comunismo generoso, de la meticulosidad del cambio igual de esos americanos, que no han creído necesario o importante hablar de esas concepciones en su ambiente europeo.

Hubo probablemente algunos de esos individualistas en la famosa sección 12 de la Internacional, compuesta enteramente de americanos de matices diversos, en Nueva York, que causó tanta tristeza a Marx, porque no se puso bajo la tutela de uno de sus hombres de confianza. No le quedó más recurso que tratar de hacerla expulsar. Uno de sus miembros asistió al Congreso de La Haya (1872), sin ser reconocido delegado; se hizo a la sección el reproche de contener también espiritistas y partidarios del amor libre, y con eso se contentó la mayoría marxista del Congreso para rechazar a ese delegado.

Por los acontecimientos de huelga violenta en Pittsburgh, en 1877, algunos jóvenes individualistas de Boston fueron removidos, como Morse, que escribió entonces un folleto vehemente (Los reyes de los ferrocarriles desean negar a un Imperio...) y de ese medio de jóvenes surgió la revista The Anarchist (Boston) en enero de 1881, cuyo primer número fue muy difundido, mientras que el segundo, en preparación, fue impedido por la policía. Allí, según la opinión y el deseo de un joven de espíritu aventurero, esas ideas americanas habrían tenido puesto junto a las socialistas revolucionarias entonces de Most y del anarquismo comunista francés. Ese esfuerzo fue quebrantado, pero también en Liberty, que Tucker fundó en agosto de 1881, a pesar de la rigidez teórica, había al comienzo un soplo de solidaridad con los revolucionarios internacionales, los nihilistas rusos, etcétera.

Es verdaderamente todo lo que me recuerdo haber apercibido del contacto entre esos anarquistas americanos y los de Europa durante más de cincuenta años, hasta 1881. Ni Proudhon, ni Bakunin, ni Elíseo Reclus, ni Déjacque, ni Coeurderoy han hablado de ellos, aunque tres de esos cinco han vivido o pasaron algún tiempo en los Estados Unidos, y Cuddon, en Londres, había sido el 10 de enero de 1862, presidente de una delegación obrera inglesa que saludó a Bakunin de regreso de Siberia.

El 6 de agosto de 1881 apareció Liberty, redactada por Tucker, un órgano muy combativo, que se puso a negar el derecho a llamarse anarquista a los colectivistas y comunistas libertarios, a Kropotkin mismo, y se replicó no considerando anarquistas a esos individualistas, por el hecho de reconocer eventualmente la propiedad privada, etc. En mi opinión, se conocían mutuamente muy poco, no se sabía nada en Europa del pasado anarquista americano de cincuenta años entonces, y muy poco en América también del mismo pasado europeo desde hacía cincuenta años. Había bastante espacio para las dos corrientes que hasta entonces se habían estorbado tan poco una a la otra, que ni siquiera se habían apercibido la una de la existencia de la otra.

Liberty circulaba un poco en Londres, y un tipógrafo inglés, Henry Seymour, fundó allí, en marzo de 1885, The Anarchist; en Melbourne (Australia), apareció Honesty, en abril de 1887. En Inglaterra el pequeño movimiento se perdió algunos años después en esas especializaciones financieras sobre la emisión libre de papel–moneda y sobre panaceas semejantes, que en ese país han absorbido el esfuerzo de gran número de socialistas que, entonces, no volvieron a encontrar el camino hacia las ideas. También en Alemania, más tarde, antes ya de la guerra, fueron iniciadas tales especializaciones infructuosas (los nuevos fisiócratas, Silvio Gessel, «Freigeld»). Son cosas que no se pueden hacer sin tener el poder, y si se tuviese ese poder, no habría necesidad de hacerlas y se haría algo muy distinto.

Enteramente independiente de esas corrientes de buena fe, el burguesismo antisocialista, que es también antiestatista, en tanto que es enemigo de toda intervención social del Estado para proteger a las víctimas de Ia explotación (horas de trabajo, higiene, etc.), esa avidez de la explotación ilimitada había creado en Inglaterra una agitación por un pseudo–individualismo, el burguesismo ilimitado, con una pseudo–literatura mercenaria. Hablo de la Liberty and Property Defense League de los años 1880-90, etcétera. A ella se refieren, por grados doctrinarios y fanáticos de un «individualismo» siempre absolutamente estéril, de ese no intervencionismo que dejaría morir de hambre a un hombre por no herir su dignidad al mezclarse en sus asuntos y al darle de comer. De ahí, por otros grados, se llega al voluntarismo absoluto, la doctrina de Auberon Herbert hacia 1880, idea benévola y vigorosamente antiestatista; pero todo eso, en fin, es diletantismo, medios ineficaces que no han impedido acrecentarse terriblemente el mal autoritario en estos cuarenta años que siguieron.

El anarquismo, como fue elaborado estrechamente por Tucker (cuyo libro lnstead of a book, Nueva York, 1893, 512 páginas, reproduce las partes más significativas de sus artículos y notas en Liberty), se vuelve a encontrar en el periódico alemán Libertas (Boston, 1888; 8 números) y fue aceptado durante mucho tiempo después por el joven poeta alemán John Henry Mackay, fascinado desde 1888-89 por las ideas de Max Stirner, de Proudhon y las de B. R. Tucker; sus libros Die Anarchisten (1891), Der Freiheitssucher (1920) y un tercer tomo lo muestran inspirándose en esas tres concepciones. Su esfuerzo fue secundado por una propaganda en algunos periódicos y folletos en Alemania. Mackay murió en 1933.

Fuera de esto, el individualismo anarquista americano fue presentado en Francia y en Bélgica en algunos periódicos y por autores que, sin embargo, no lo han aceptado o conservado ellos mismos integralmente. Hubo también pequeñas repercusiones escandinavas. Es llamado mutualismo por la propaganda americana presente y ha encontrado también algunos aficionados italianos. En suma, me parece que nos debe una explicación clara con la situación mundial presente, que es mucho más complicada que cuando Josiah Warren, en 1827, fundó su primer «Times Store». Si hay que superar las primitividades del comunismo, hay que superar también las del individualismo.

No tengo que hablar aquí de lo que se llama individualismo en los movimientos socialistas libertarios francés, italiano y otros, pues no tienen relación alguna con la corriente americana.

Transcendentalistas norteamericanos

Lo que he llamado espiritualismo libertario americano, es el pensamiento y el sentimiento de un pequeño número de intelectuales concienzudos que en los Estados Unidos, sobre todo en los años 1830-1860, más desde 1840 a 1850, se dedicaban a vivir y a obrar como hombres libres. Sobre una base religiosa deísta vivía en ellos el espíritu humanitario del siglo XVIII, el espíritu social que tomaban de los escritos de Fourier y de Owen, un espíritu crítico que les hizo ver el mal hecho por la autoridad a través de la historia y tenían una causa viviente ante ellos, la de la esclavitud vergonzosa de los negros, institución legal, que todos estaban forzados a ver erigida ante sus ojos. Yo sé que los esclavistas respondían cínicamente demostrando los horrores de la esclavitud de los blancos en las fábricas, pero no disminuye nunca un mal el hecho de presentar otro; entonces hay que combatir los dos, y los abolicionistas se decían muy lógicamente que una sociedad brutalizada por la esclavitud de los negros no poseía la fuerza moral para poner remedio a la esclavitud de los blancos. Para la burguesía, los hombres peligrosos eran entonces los que querían destruir inmediatamente la esclavitud, y mucho menos los que hablaban de un socialismo del porvenir lejano, o los que, entre ellos, en pequeñas comunidades, practicaban hábitos sociales. Los hombres en cuestión fueron de los unos y de los otros, abolicionistas del tipo de William Lloyd Garrison, y socialistas de Brook Farm. Había hombres y mujeres como Emerson, W. E. Channing, Margaret Fuller, Frances Wright, Nathaniel Hawthorne y otros. Se puede decir que lo que hay en América del Norte de civilización, se liga de cerca o de lejos a ese ambiente cultivado de la antigua Massachusetts, tan diferente del Estado presente de ese nombre que ha dejado matar durante siete años a los dos anarquistas italianos que sabemos.

La más bella figura de ese ambiente es, desde el punto de vista libertario, Henry David Thoreau (1817–1862), el autor de Walden: my Life in the Woods (1854) y del famoso ensayo On the duty of Civil Disobedience (1849) («Del deber de la desobediencia civil»). Walt Whitman es un tipo muy diferente, según mi impresión. Tiene las expansiones libertarias más bellas, pero su culto entusiasta a la fuerza le acerca, para mí, a los autoritarios.

Hubo algunos otros americanos de verdadero valor conquistados para las buenas causas y para la de la humanidad libre ante todo; Ernest Crosby, fue uno de los mejores.


     Nota del autor: Este capítulo resume las páginas 103-132 del libro Vorfrühling y remito también a mi artículo Anarchism in England fifty years ago, en Freedom (Londres), noviembre diciembre 1905, que se ocupa sobre todo de Ambrose Caston Cuddon, caído en olvido completo entonces; fue reimpreso por Tucker, en Liberty (1906)