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lunes, 24 de diciembre de 2018

Animales

VOX, el partido facha que defiende
los valores patrios representados
en la caza y el toreo.

Por JUAN CÁSPAR

Que en un país del sur de Europa, exista la execrable tradición cultural de torturar a un pobre bicho hasta su muerte no debería ser para estar orgulloso. A no ser, claro está, que nos refiramos a otra clase de orgullo vinculado al facherío de toda la vida de Dios. Seguro que no es casualidad, pero sí causalidad, que los defensores de las corridas de toros las emparenten con los más nobles valores patrios. Solo basta observar a ese ente animado que lidera Vox, montando gallardamente a caballo al lado de uno de esos profesionales matarifes, empecinado en la reconquista de Andalucía. No, no es una caricatura surgida de alguna mentalidad progre, esta gente se retrata a sí misma para regocijo u horror del personal mínimamente despierto. Desde que, más o menos, tengo uso de razón, las corridas de toros me han parecido una atrocidad indescriptible solo admisible para espectadores despiadados.

Las respuestas populares a mis ingenuas reivindicaciones antitaurinas, pasaban desde la más detestable indolencia, tipo «hay cosas más importantes», hasta inicuas y/o cretinas acusaciones de ignorancia sobre dicho arte españolista. Por muchas vueltas que demos a un debate, pobremente plagado de lugares comunes, la crueldad es inherente a este deleznable arte del que parecen disfrutar tantos seres humanos. Bueno, quizás, tal y como sostienen los animalistas, los espectadores ávidos de sangre se van reduciendo en número. No es que uno tenga una confianza excesiva en el progreso moral de la especie humana, pero al menos parece que, al menos con menor frecuencia, no estamos obligado a escuchar estupideces justificadoras de la tortura. Esta denuncia de la crueldad sobre los animales nos empuja, necesariamente, a una mínima reflexión sobre otras actividades que tienen a la muerte de un ser vivo como protagonista. Es el caso de, lo han adivinado, la caza que, al margen de su actividad como mera subsistencia económica, resulta también un deporte muy del gusto y alborozo de unos cuantos seres supuestamente pensantes.

La afición a la caza de los
anteriores jefes de Estado.

De nuevo, tenemos que vincular la defensa de la cultura cinegética con determinadas fuerzas políticas de triste, patética y peligrosa naturaleza reaccionaria. Vaya por delante, que no quisiera, al igual que los múltiples partícipes del circo político, caer en la inevitable demagogia de algún tipo. No obstante, no necesitamos mucho recorrido para vincular corridas y cacerías con una España casposa y reaccionaria, que asoma sin mucho esfuerzo tras este forzado revestimiento democrático e incluso con algunos ramalazos progres. Recuerden ustedes con espanto a aquel anciano monarca, ese mismo amamantado y educado por la dictadura, posando sonriente al lado de un paquidermo al que acababa de abatir. Si hay un porcentaje apreciable de seres supuestamente conscientes que no muestra la más mínima repulsa ante semejante instantanea, más que habitual en el mundo de la clase dirigente, es que efectivamente no valemos mucho como especie. Para tranquilidad de los biempensantes, hoy está al frente del reino un tipo mucho más moderno, que incluso, estoy seguro, muestra algo de sensibilidad animalista.

23 diciembre 2018

jueves, 11 de enero de 2018

Banco de Alimentos: la caridad disfrazada


Su actividad es incesante todo el año, pero sin duda en estas fechas son los protagonistas con su «Operación Kilo».


Conscientes de la importancia de la imagen, la presentación de FESBAL —Federación Española de Bancos de Alimentos— no puede ser más benévola: luchar contra el despilfarro a través de la recogida de alimentos para dar de comer a la gente con menos recursos.

La FESBAL, los Bancos de Alimentos con marca registrada, no es más que la caridad religiosa disfrazada de solidaridad para que las nuevas generaciones acepten de mejor manera el mismo fondo que movía a la marquesa franquista de Los santos inocentes de Delibes, evitando aquellas formas casposas del pasado. Muchos de los responsables de la degradación de las condiciones de vida que hemos percibido durante los últimos años aparecen detrás de estas organizaciones caritativas y es una obligación social desenmascararlos adoptando formas de solidaridad real.

Simbolizados con el logotipo de los pajaritos comiendo de un cuenco, los Bancos de Alimentos, son organismos constituidos como fundación, normalmente en cada localidad, y agrupados en FESBAL si hablamos de España y la FEBA —Federación Europea de Bancos de Alimentos— si hablamos de Europa. Se dedican a recoger alimentos, dinero y cualquier material o servicio que de alguna forma ayude en su actividad como furgonetas, estanterías...

Esos alimentos y enseres llegan a la gente que lo necesita a través de una red de intermediarios asociados al Banco en cuestión. Y aquí es donde empieza a aparecer otra imagen distinta a la que publicitan.

Un vistazo a las memorias publicadas por la Fundación de Banco de Alimentos de Madrid, similar a las memorias de otros bancos de alimentos, revela que la práctica totalidad de los alimentos está siendo enviado a organizaciones religiosas entre las que encontramos parroquias, conventos, monasterios, organizaciones antiabortistas como Provida o la Fundación Vida, el seminario del Camino Neocatecumenal, residencias de los Legionarios de Cristo o centros relacionados con el Opus Dei. Pertenecer de alguna manera a la red, que la Iglesia católica tiene en este país, es prácticamente requisito suficiente para participar de la acumulación organizada por el Banco de Alimentos.

Es algo lógico, ya que desde sus comienzos, a pesar de su retórica «aconfesional», esta organización ha demostrado una ligazón palpable con los sectores católicos más reaccionarios.


Origen de la organización

En su origen está la creación del primer Banco de Alimentos en Barcelona en 1987 con la participación de Josep Miró i Ardèvol, expolítico de Convergencia creador también de e-cristians, del portal conservador «Forum Libertas» y luchador incansable contra el divorcio, el aborto y «la aceptación pública de la homosexualidad» (sic). La aparición de nuevos Bancos en otras localidades llevó a la creación de la Fundación de Bancos de Alimentos de España (FBAE) en 1993 de la mano del sacerdote de la prelatura del Opus Dei, Jose María Sanabria.

A partir de aquí el apoyo de determinadas instituciones y figuras políticas reaccionarias es constante. Significativo el nombramiento como presidenta de honor de la señora Ana Botella, cuya aparición en los medios como presidenta de la Fundación se debió a la decisión tomada entonces de hacer participar a la misma con una donación en una SICAV —Sociedades de Inversión de Capital Variable— llamada Gescartera, pero esa es otra historia y existe la hemeroteca para quien tenga interés.

En 1997, según el Banco de Alimentos de Lugo —la página de FESBAL dice que fue en 1996—, se reunieron los bancos creados y la FBAE para constituir la actual FESBAL. En este punto hay una contradicción en la que incurren diversas informaciones de los medios y la información suministrada por FESBAL, ya que la participación en Gescartera de FBAE, según declaraciones a la propia comisión de investigación del caso se realizó en 1998. De cualquier forma su andadura en el nuevo siglo, bajo el nombre actual, continuó por los mismos derroteros recibiendo. Han ido recibiendo donaciones de bancos y cajas, grandes empresarios y hasta un camión de 9 toneladas procedente de la Fundación Reina Sofía, por poner algún ejemplo.

RELACIÓN CON LA IGLESIA Y EL OPUS DEI...
Su relación con la Iglesia, y concretamente con el Opus Dei sigue vigente. Cualquiera que visite su página encontrará varias entrevistas a presidentes del pasado y presente de fundaciones de Bancos de Alimentos que declaran abiertamente ser socios supernumerarios del Opus. Es el caso de Mariano Posadas y José María Zárate en Valladolid. Es el caso de Manuel Pérez Hernández en Las Palmas de Gran Canaria. Es el caso de José Antonio García García en Albacete. Es el caso de Francisco del Pozo en Santander. Es el caso de Carmen de Aguirre Castellanos en Badajoz (y propietaria de dos colegios asociados a la prelatura). Es el caso de Miguel Sibón en el Campo de Gibraltar. Hay más, como las relaciones explícitas del antiguo presidente de la Federación José Antonio Busto Villa o de Vicente López-Alemany del Banco madrileño, pero no seguiremos porque son indicios suficientes como para concluir que el hecho de que hayan accedido a las presidencias por pura casualidad es del todo improbable.

Este apoyo de los poderes fácticos y esta filiación de la dirección de FESBAL se ha traducido como no podía ser de otra forma en un comportamiento lógico de defensa del statu quo.


Mantener la pobreza fuera de la lucha de clases

En 2012, tras sustraer como protesta varios carros de comida de 2 supermercados de las provincias de Cádiz y Sevilla, el Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT) pretendió donarlos a los bancos de alimentos. La reacción de la dirección del sevillano y de la propia FESBAL por voz de su presidente no se hizo esperar, condenando la acción y defendiendo a las grandes empresas como Mercadona, Carrefour, El Corte Inglés o Alcampo, al mismo tiempo que señalaba a todos los ciudadanos como los responsables del despilfarro y por tanto indirectamente de la situación de pobreza incluso alimenticia.

En 2014 FESBAL denuncia al Banco de Alimentos de Tetuán, una iniciativa solidaria vecinal, por «utilización de marca registrada». En colaboración con el Ayuntamiento y la policía acaban cerrando el medio de sustento de los vecinos en situación precaria por procesos de desahucio. Estas acciones, así como los premios concedidos por FESBAL a la Fundación Reina Sofía (FESBAL, 2013), a la Orden de Malta (Madrid, 2015), a la Diputación y al gerente de Mercagranada (Granada, 2011 y 2013), a la «Fundación Solidaridad Carrefour» (Ciudad Real, 2017), por poner algunos ejemplos, son disparos a la línea de flotación de la residual conciencia de clase que debería señalar inequívocamente a estas empresas e instituciones como responsables de la desigualdad social.

Y como no podía ser de otra forma se protege la imagen de algo tan útil para el poder a pesar de los casos de corrupción que afloraron en dos de sus años de actividad. Citaremos los zumos del Banco de Alimentos de Cádiz servidos a los periodistas en una rueda de prensa del PP en Sanlúcar de Barrameda en diciembre de 2013, o los alimentos del Banco de Madrid que acabaron sirviéndose a una hermandad rociera a través de un sacerdote del obispado de Alcalá de Henares en 2012 y 2013.

Se dieron cuenta porque ese año no contrataron cocineros y les sirvieron directamente los paquetes de comida con el sello del FEGA (Fondo Español de Garantía Agraria) por el módico precio de 350 euros. A mediados de 2012 también se supo que las franciscanas granadinas que regentaban la Residencia Universitaria Maria Teresa Rodón, y cobraban 600 euros por alojamiento y manutención, llevaban utilizando la comida que les suministraba el Banco de Alimentos desde hacía una década.

Este mismo año supimos por medios vaticanistas que la mitad de los conventos de monjas de la provincia de Salamanca están comiendo de lo que reciben del Banco de Alimentos, algo en línea de lo que se publicó en 2013 sobre los religiosos de «Heraldos del Evangelio» y «SOS Familia» en Madrid que utilizaban para sí mismos la comida de FESBAL para dedicarse a tiempo completo al adoctrinamiento católico. Nada de esto ha hecho que la opinión pública se cuestione, ya no los intereses reales, sino ni siquiera la eficacia de FESBAL en sus supuestas finalidades.

EL SALTO DIARIO
6 enero 2018

domingo, 22 de mayo de 2016

Los derechos de los animales y el «especieísmo»


DERECHOS DE LOS ANIMALES

Se han producido recientemente una serie de discusiones en torno al tema de la liberación de los animales y ello en conexión con los diversos movimientos de liberación actuales; de éstos, la gran mayoría son interhumanos (liberación de los oprimidos, sea en lo económico, en lo político, en lo nacional, etc.; liberación de la mujer…). El movimiento pro libertad de los animales es, por así decir, intra-vida, y se refiere a su independencia frente a la especie humana o a grupos de humanos que adoptan ―conscientemente o no― la actitud denominada «especieísmo».

Hay muy diversos ejemplos de la expresión o subyugación a que los animales se ven sometidos. En principio parece que estos ejemplos deberían incluir alguna acción que supusiera el alejamiento del animal de su hábitat natural, pero, de acuerdo con esto, domesticar animales sería opresión —y esto parece excesivo a muchos―. Y aun excluyendo el caso de los animales domésticos, hay muchas formas de tratar a los animales que suponen opresión o mal trato. Hay quienes piensan que sacrificar animales para alimentarse es injusto, ya que el hombre no es necesariamente carnívoro, y se puede obtener proteínas de otros alimentos. Otros aceptan que se coma carne siempre y cuando los animales sean sacrificados en condiciones que eliminen o reduzcan al máximo el dolor y el sufrimiento. Entre los que defienden la liberación de los animales, es común la negativa a que se les sacrifique para elaborar cosméticos —que pueden fabricarse con otras materias primas— o abrigos de piel, que consideran un lujo. También hay acuerdo frente a lo que supone el someterlos a experimentos —sean biológicos, médicos o de comportamiento―, ya que ninguno de ellos está bajo control estricto. Incluso cuando sea razonable utilizarlos para la experimentación biológica o médica, ha de hacerse bajo condición de que no sean atormentados.

El tema está en conexión con el de los derechos de los animales, ya que si alguien defiende su libertad es de suponer que cree que son sujetos de este derecho; se plantea la cuestión de si es al mismo nivel que el hombre, y en general la respuesta es negativa. Una cosa es que los animales sean sujetos de derechos, y otra muy distinta que lo sean en igualdad de niveles con el ser humano. Cada especie tiene sus características propias y sus correspondientes derechos, pero es importante determinar si hay o no unos derechos básicos, comunes al hombre y, al menos, a algunas especies ―como mamíferos y pájaros, por ejemplo—, y si estos derechos se fundan, en último término, en una igualdad básica que sería la «igualdad de los vivientes».

Jeremy Bentham (The Principles of Morals and Legislation, cap. XVII, sec. 1, nota al párrafo 4) manifestaba la opinión de que «puede llegar el día en que la población animal recupere esos derechos que nunca se le hubiesen arrebatado de no ser por la fuerza». Según Bentham esos derechos se apoyan en la noción de una característica común a hombres y animales. Si antes ―y ahora― se mantenía que la razón y el lenguaje distinguían al hombre del animal y le conferían derechos superiores, Bentham arguye que un perro adulto es más racional que un niño de un día, un mes e incluso un año, y que tampoco un idiota congénito se distingue por su racionalidad. La cuestión, para Bentham, no radica en la capacidad de pensar o de hablar, sino en la capacidad de sufrir. Si los animales sufren, al igual que los humanos, y uno cree que debe evitarse el sufrimiento, todo viviente tiene derecho a que no se le maltrate.

Hablando con propiedad, el sufrimiento es una manifestación, como el gozo, de la sensibilidad. Admite mejor la generalización esta característica de ser «sentiente», o capaz de sentir, que la de ser capaz de sufrimiento. De hecho, la mayor parte de los animales son —al igual que el hombre― realidades «sentientes».

De acuerdo con la teoría de Bentham, Peter Singer (Animal Liberation, 1975, pág.9 y sigs.) afirmaba que «la capacidad de sentir… es el único límite defendible en interés de los demás». La posible defensa de los animales deriva de su condición de sentiente. Por lo tanto, la simple aplicación del «principio de igualdad» sería, según Singer, suficiente para justificar la petición de no dañar —o dañar lo menos posible― a todo ser capaz de sentir, incluidos los animales. Ello no significa, como ya se ha dicho antes, que todos los seres con vida tengan el mismo valor, sino solamente que el «especieísmo» no constituye criterio suficiente para atentar contra la vida de nadie. En otras palabras ―y precisamente porque el ser humano se distingue de los otros vivientes―, no hay justificación para que los tratemos sin considerar sus intereses y derechos.

ESPECIEÍSMO

Se ha forjado este término, procedente de la palabra especie, para indicar la actitud humana según la cual la propia especie, o especie humana, es privilegiada respecto a otras especies, y posee derechos que las demás especies no tienen, o se supone que no deben poseer. El especieísmo es respecto a la especie humana entera lo que es el racismo a una raza determinada; ser especieista es ser un «racista humano».

El especieísmo es una versión del antropocentrismo cuando se interpreta a este como resultado de un juicio de valor sobre el hombre. Debe observarse que el especieísmo no es necesariamente sólo el reconocimiento de que todos los hombres constituyen una especie o de que su ser es «ser especie» en el sentido de Feuerbach. Este reconocimiento puede ser una superación de los intereses particulares de grupos particulares y, por tanto, una superación de todas las formas de racismo, nacionalismo, tribalismo, etc. Pero el reconocimiento del hombre como especie se transforma en un especieísmo cuando equivale a la negación de derechos a otras especies que a la humana.

Específicamente, los especieistas niegan los derechos de los animales y, en general, de todos los seres sintientes distintos del hombre.

El término se debe a Richard Ryder, que lo emplea en su artículo «Experiments on Animals» (en Animals, Men and Morals, 1971, ed. Stanley y Roslind Godlovitch, y John Harris, págs. 41-82). Según Ryder, «no hay ningún criterio simple que distinga entre las llamadas especies» (op.cit., pág. 81). Ryder pone de relieve que, ya que no se aceptan hoy discriminaciones en términos raciales: «Similarmente, puede ocurrir que llegue un momento en que los espíritus ilustrados aborrezcan el "especieísmo" tanto como ahora detestan el "racismo"» (loc. cit.).

JOSÉ FERRATER MORA
Diccionario de Filosofía de Bolsillo, 1983.

sábado, 7 de noviembre de 2015

¿Somos lo suficientemente buenos?


Por PIOTR KROPOTKIN

Una de las objeciones más comunes al comunismo es, que los seres humanos no son lo suficientemente buenos como para vivir en una situación comunista. Que no se someterían a un comunismo obligatorio, y que aún no están maduros para el comunismo libre anarquista. Que siglos de educación individualista les ha vuelto demasiado egoístas. Que la esclavitud, la sumisión ante el fuerte, y el trabajo bajo el látigo de la necesidad, les ha vuelto inadecuados para una sociedad en la que todos fuesen libres y no supiesen de obligación excepto de la que resulta de un compromiso adoptado libremente para con los demás, y de la desaprobación si no cumpliese con tal compromiso. Por lo tanto, se nos dice, es necesario un estado intermedio de transición de la sociedad como un paso hacia el comunismo.

Viejas palabras en una forma nueva; palabras dichas y repetidas desde el primer intento de toda reforma, política o social, en toda sociedad humana. Palabras que oímos antes de la abolición de la esclavitud; palabras dichas veinte y cuarenta siglos atrás por quienes gustan demasiado de su propia quietud como para gustar de cambios rápidos, a quienes la osadía de pensamiento les aterra, ¡y quienes no han sufrido suficiente por las injusticias de la sociedad presente como para sentir la profunda necesidad de nuevas soluciones!

¿Los seres humanos no son lo suficientemente buenos como para el comunismo, pero lo son para el capitalismo? Si todos los seres humanos fuesen bondadosos de corazón, amables, y justos, nunca se explotarían los unos a los otros, aunque poseyeran los medios para hacerlo. Con seres humanos como tal la propiedad privada del capital no sería un peligro. El capitalista se apresuraría a compartir sus ganancias con los trabajadores, y los trabajadores mejor remunerados con aquellos que sufren por causas ocasionales. Si los seres humanos fuesen previsores no producirían terciopelo y artículos de lujo mientras se requiera alimento en los poblados: no construirían palacios mientras aún existan tugurios.

Si los seres humanos tuviesen un sentimiento de igualdad profundamente desarrollado no oprimirían a otros seres humanos. Los políticos no engañarían a sus electores; el Parlamento no sería una caja de parloteos y trampas, y los policías de Charles Warren se rehusarían a apalear a los oradores y auditores de la Plaza de Trafalgar. Y si los seres humanos fuesen corteses, respetuosos de sí mismos, y menos egoístas, incluso un mal capitalista no sería un peligro; los trabajadores pronto le habrían reducido al papel de un simple administrador-de-camaradas. Incluso un rey no sería peligroso, porque las personas le considerarían meramente como un semejante incapaz de hacer mejor trabajo, y por ende encomendado a firmar estúpidos papeles para enviarlos a otros excéntricos que se hacen llamar reyes. Pero los seres humanos no son tales prójimos libres de mente, independientes, previsores, amorosos y empáticos como nos gustaría verles. Y precisamente, por eso, no deben seguir viviendo bajo el sistema presente que les permite oprimir y explotar a otros. Tomemos, por ejemplo, a aquellos sastres sacudidos por la miseria que desfilaron el pasado Domingo en las calles, y supongamos que uno de ellos haya heredado cien libras de un tío en América. Con esas cien libras es seguro que no comenzará una asociación productiva para una docena de semejantes sastres abatidos por la misera e intentar mejorar su condición. Se volverá un explotador. Y, por lo tanto, decimos que en una sociedad donde los seres humanos son tan viles como este heredero es muy difícil para él rodearse de sastres sacudidos por la miseria. Tan pronto como pueda les explotará; mientras que si estos mismos sastres tuviesen un vivir asegurado, ninguno de ellos sudaría para enriquecer a su ex-camarada, y el joven explotador no se convertiría en la muy mala bestia en la que seguro se convertiría si sigue siendo un explotador.

Se nos dice que somos demasiado serviles, demasiado pretenciosos, como para situarnos bajo instituciones libres; pero nosotros decimos que ya que por cierto somos tan serviles ya no debemos seguir más bajo las instituciones presentes que favorecen el desarrollo del servilismo. Vemos que británicos, franceses, y americanos despliegan el más desagradable servilismo hacia Gladstone, Boulanger, o Gould. Y concluimos que en una humanidad ya dotada de tales instintos serviles es muy malo tener a las masas forzosamente privadas de una educación más elevada, y obligada a vivir bajo la presente injusticia en riqueza, educación, y conocimiento. Una instrucción más elevada y una igualdad de condiciones serían los únicos medios para destruir los instintos serviles heredados, y no podemos nosotros comprender cómo los instintos serviles pueden convertirse en argumento para mantener, incluso por un día más, la desigualdad de condiciones; para rechazar la igualdad de instrucción para todos los miembros de la comunidad. El espacio es limitado, pero sometamos al mismo análisis cualquiera de los aspectos de nuestra vida social, y verán que el presente sistema capitalista y autoritario es absolutamente inapropiado para una sociedad de seres humanos tan imprevisores, tan rapaces, tan egoístas, y tan serviles como lo son ahora. Por lo tanto, cuando oímos a personas diciendo que los anarquistas imaginan a los seres humanos mucho mejores de como realmente son, nos preguntamos simplemente cómo personas inteligentes pueden repetir aquel absurdo. ¿No decimos acaso continuamente que el único medio para volver a los seres humanos menos rapaces y egoístas, menos ambiciosos y menos serviles al mismo tiempo, es eliminar aquellas condiciones que favorecen el crecimiento del egoísmo y la rapacidad, del servilismo y la ambición? La única diferencia entre nosotros y aquellos que formulan la objeción anterior es esta: Nosotros no exageramos, como ellos, los instintos inferiores de las masas, y no cerramos nuestros ojos complacientemente a los mismos malos instintos en las clases altas. Mantenemos que ambos, dominadores y dominados se pudren con la autoridad; ambos, explotadores y explotados se malogran con la explotación; mientras nuestros oponentes parecen aceptar que existen unos panes de dios —los gobernantes, los empleadores, los líderes— quienes, con gusto, previenen que los seres humanos malos —los gobernados, los explotados, los conducidos— se vuelvan peores de lo que son.

Ahí está la diferencia, y es una muy importante. Nosotros admitimos las imperfecciones de la naturaleza humana, pero no hacemos excepciones para los dominadores. Ellos sí lo hacen, aunque a veces inconscientemente, y, debido a que nosotros no hacemos tal excepción, nos dicen ellos que somos soñadores, que somos 'poco prácticos'.

Una antigua disputa, aquella entre los 'prácticos' y los 'poco prácticos', los supuestamente utopistas: una disputa que se renueva ante cada cambio propuesto, y que siempre termina en la total derrota de quienes se autodenominan personas prácticas.

Muchos debemos recordar la disputa que se propagó en América antes de la abolición de la esclavitud. Cuando se defendió la completa emancipación de los negros, los prácticos solían decir que si a los negros ya no se les obligara a trabajar mediante el uso de los látigos de sus amos, no trabajarían en absoluto, y pronto se volverían una carga para la comunidad. Los látigos gruesos podían ser prohibidos, decían, y el grosor de los látigos podría ser reducido progresivamente por la ley a media pulgada primero y luego a una pequeñez de unas pocas décimas de pulgada; pero algún tipo de látigo debe mantenerse. Y cuando los abolicionistas dijeron —tal como decimos nosotros ahora— que el goce del producto de la propia labor sería un inductor mucho más poderoso para el trabajo que el más grueso de los látigos, 'tonterías, mi amigo', les dijeron, tal como se nos dice ahora. «¡No conoces la naturaleza humana! Años de esclavitud les ha vuelto imprevisores, flojos y serviles, y la naturaleza humana no puede cambiarse en un día. Estás impregnado, claro, con las mejores intenciones, pero estás siendo "poco práctico"».

Bueno, por un tiempo los prácticos tuvieron su propio modo de elaborar planes para la emancipación gradual de los negros. Pero, ¡ay!, los planes probaron ser bastante poco prácticos, y la guerra civil —la más sangrienta registrada— rompió. Pero la guerra resultó en la abolición de la esclavitud, sin ningún período de transición; y ya ven, ninguna de las terribles consecuencias previstas por los prácticos acaeció. Los negros trabajan, son industriosos y laboriosos, son previsores —demasiado previsores, de hecho— y el único arrepentimiento que se puede expresar es, que el plan defendido por el ala izquierda del campo poco práctico —la igualdad completa y la distribución de tierras— no se realizara: hubiese ahorrado muchos problemas.

Alrededor del mismo tiempo una disputa similar se propagó en Rusia, y su causa fue esta. Había en Rusia 20 millones de sirvientes. Por varias generaciones habían estado bajo la dominación, o mejor dicho, la vara, de sus amos. Eran azotados por arar mal sus suelos, azotados para que hicieran el aseo en sus hogares, azotados por la imperfección en el tejido de sus vestimentas, azotados por no casar antes a sus niños y niñas, azotados por todo. Servilismo, imprevisión, eran sus supuestas características.

Luego vinieron los utopistas y demandaron nada menos que lo siguiente: completa liberación de los sirvientes; abolición inmediata de toda obligación de los sirvientes hacia el señor. Más que eso: abolición inmediata de la jurisdicción del señor y su abandono de todos los asuntos sobre los que antes juzgaba, en tribunales campesinos elegidos por los campesinos y que juzgaba, no de acuerdo a la ley, que no conocen, sino a sus costumbres no escritas. Tal era el plan poco práctico del campo poco práctico. Fue tratado como mero desatino por los prácticos.

Pero felizmente había en esos tiempos en Rusia una buena cantidad de poca practicabilidad en los campesinos, quienes se sublevaron con palos contra las armas, y se rehusaron al sometimiento, no obstante las masacres, y por lo tanto reforzaron el estado mental poco práctico a un grado tal como para permitir que el campo poco práctico forzara al zar a firmar su plan, aún mutilado en algún grado.

Los más prácticos se apresuraron a abandonar Rusia, para que no les cortaran la garganta pocos días después de la promulgación de aquel plan poco práctico.

Pero todo continuó bastante bien, no obstante los diversos traspiés cometidos aún por los prácticos. Estos esclavos a los que se les reputaba como imprevisores, brutos egoístas, y demás, desplegaron tan buen sentido, tanta capacidad de organización como para superar las expectativas de incluso los más poco prácticos de los utopistas; y en tres años después de la emancipación la fisionomía general de los poblados había cambiado completamente. ¡Los esclavos se estaban convirtiendo en seres humanos!

Los utopistas ganaron la batalla. Probaron que ellos eran los realmente prácticos, y que quienes pretendían ser prácticos eran imbéciles. Y el único arrepentimiento expresado ahora por todos quienes conocen el campesinado ruso es, que demasiadas concesiones les fueron hechas a aquellos imbéciles prácticos y egoístas estrechos de mente: que el consejo del ala izquierda del campo poco práctico no haya sido seguido a cabalidad.

No podemos ya dar más ejemplos. Pero invitamos fervorosamente a quienes gustan de razonar por sí mismos a estudiar la historia de cualquiera de los grandes cambios sociales que han ocurrido en la humanidad desde el levantamiento de las comunas a la Reforma y a nuestros tiempos modernos. Verán que la historia no es más que una lucha entre dominadores y dominados, opresores y oprimidos, en la que el campo práctico siempre toma parte del lado de los dominadores y los opresores, mientras que el campo poco práctico toma parte del lado de los oprimidos; y verán que la lucha siempre termina en una derrota final del campo práctico luego de mucha sangre derramada y sufrimiento, debido a lo que llaman su 'buen sentido práctico'.

Si al decir que somos poco prácticos nuestros oponentes quieren decir que prevemos la marcha de los eventos mucho mejor que los cobardes prácticos cortos de vista, entonces tienen razón. Pero si quieren decir que ellos, los prácticos, tienen una mejor previsión de los eventos, entonces les enviamos a la historia y les pedimos que se dispongan a concordar con sus enseñanzas antes de realizar tan presuntuosa afirmación.

jueves, 15 de enero de 2015

«Ahora hay más esclavos en el mundo que en cualquier otro momento de la historia»

 


Actualmente el mundo está sufriendo una recesión global, enorme desigualdad, hambre, deforestación, contaminación, cambio climático, amenaza de conflicto nuclear, terrorismo… Pero además de estos problemas del siglo XXI, todavía existen y prosperan atrocidades del pasado como la esclavitud.

Más de 60 años después de la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU que prohibió la esclavitud, en el mundo hay más esclavos que en cualquier momento de la historia de la humanidad: 27 millones de personas. Así lo revela el investigador Benjamin Skinner en su entrevista para el portal AlterNet.

Skinner, que se hizo pasar por un comprador de esclavos para profundizar y entender mejor el tema, considera que la esclavitud de hoy se centra en grandes ganancias y vidas baratas. No se trata de ser dueño de gente como antes, sino de utilizarla como herramienta fácil para hacer dinero. El precio de los esclavos, es decir, de las personas que están forzadas a trabajar en contra de su voluntad sin la posibilidad de escaparse, es miserable.

«En un burdel ilegal de Rumania me ofrecieron una chica joven con síndrome de Down a cambio de un automóvil de segunda mano. En una ciudad de Haití negociaron conmigo por una niña de 10 años por unos 100 dólares», comparte su experiencia el investigador. «Hasta en el año 1850 la vida se apreciaba más: 40.000 dólares actuales».

La mayoría de estos casos se dan en los países pobres de Asia y América Latina pero también en países desarrollados como EEUU. Alrededor de 14.000 a 17.000 personas se trafican anualmente al país norteamericano para trabajar dentro de sus fronteras sin ninguna remuneración bajo la amenaza de violencia.

martes, 16 de julio de 2013

El espíritu cristiano


ANSELMO LORENZO

Hemos hablado repetidas veces del fiasco del cristianismo, catolicismo y sectas evangélicas inclusive; hoy hemos de tratar exclusivamente este asunto.

Bastaría a nuestro propósito el siguiente párrafo de la Encíclica sobre el socialismo:

«Suprimidas en el siglo pasado las corporaciones de artes y oficios sin sustituirlas con otra cosa, al mismo tiempo que las instituciones y las leyes se alejaban del espíritu cristiano sucedió que poco a poco los obreros quedaron solos e indefensos enfrente de la codicia de los patronos y de una desenfrenada competencia. Aumenta el mal, una usura devoradora que, a pesar de haber sido tantas veces condenada por la Iglesia, sin embargo, existe del mismo modo, aunque con nueva forma, ejercida por hombres codiciosos y especuladores. Añádase a esto el monopolio de la producción y del comercio, ejercido por un número relativamente muy pequeño de grandes capitalistas, los que han impuesto a la infinita multitud de los proletarios un yugo poco menos que servil.»

La declaración es terminante: por ella se ve que lo que los cristianos consideran como la obra de un ser que todo lo sabe y todo lo puede, elaborada desde el momento en que fue pronunciada en el Paraíso la maldición contra la serpiente hasta que llegó la plenitud de los tiempos, prometida en la ley y en los profetas, ha fracasado, según declaración del Pontífice católico, única persona que tiene competencia para declararlo.

Ahí están sus palabras:

«Las leyes y las instituciones se alejaban (están, pues, lejos), del espíritu cristiano».

Para comprender el alcance y la significación del espíritu cristiano nada más autorizado que los textos evangélicos, en los cuales hallamos:

«Acabado de verificarse el sacrificio del Calvario, los apóstoles habían recibido la ciencia infusa por el Espíritu Santo, y Pedro predica al inmenso pueblo (judios y extranjeros) reunido con motivo de la fiesta de Pentecostés, dándose el caso milagroso de que cada uno le entendía en su propia lengua.

»Tres mil personas se bautizaron aquel día. Todos perseveraban en la doctrina y en la comunión, vivían juntos y tenían todas las cosas en común. Los propietarios vendían las haciendas y su producto lo repartían equitativamente y comían juntos con alegría y sencillez de corazón.» (Hechos de los Apóstoles, II)

A la vista tengo la Biblie Populaire, que es como la recopilación de los comentarios con que los curas han corregido lo que llaman la revelación divina, y aunque al llegar a este punto alaba el comunismo de aquellos cristianos, desliza el siguiente párrafo:

«Sin embargo, ese desinterés era puramente voluntario. Los apóstoles enseñaban el desprecio de las cosas terrenas y aconsejaban la pobreza como un principio de perfección, pero no obligaban a sus discípulos a renunciar a sus bienes y despojarse en provecho de los otros de todas sus propiedades. Jesús consagró el principio de la propiedad al sancionar el Decálogo, y los apóstoles proclamaron siempre el respeto a la propiedad ajena como uno de los primeros deberes del hombre hacia sus semejantes.»

Pero la rigidez evangélica no admite esos sofismas, y en prueba de esta afirmación véase lo que refiere el cap. V del libro citado de los Hechos, en sus primeros versículos:

«Ananías vendió una posesión, y de acuerdo con Safira, su mujer, se reservó una parte del precio, y el resto, como si fuera el todo, lo puso a los pies de los apóstoles. Pedro le dijo: ¿Por qué ha llenado Satanás tu corazón a que mintieses al Espíritu Santo, y defraudases del precio de la heredad? A este apóstrofe Ananías cayó muerto. Tres horas después compareció Safira, que ignoraba el fin desastroso de su marido, y preguntóle Pedro: ¿Vendisteis en tanto la heredad? Sí, respondió ella. Apostrofóla Pedro duramente por haberse concertado con su marido para defraudar a la comunidad, y la infeliz mujer cayó muerta también. Este castigo afirmó la fe de los creyentes.»

No es preciso insistir para demostrar hasta la evidencia que esa rigidez evangélica, o si se quiere el espíritu cristiano, a pesar de cuanto digan en contrarío del libro sagrado o sus panegiristas, no ha existido jamás; ha sido una utopía con la que se ha pretendido amoldar la naturaleza humana de una manera diferente a su esencia íntima. De otro modo, no hubieran gastado tanto tiempo en balde los padres de la Iglesia ensalzando un comunismo ideal y anatematizando en los cristianos el egoísmo, la usura y la propiedad individual en términos harto enérgicos.

La historia está llena de calamidades, guerras y desastres de todo género, producidas por las enemistades constantemente sostenidas por cristianos contra cristianos, dejando en ridícula evidencia este apotegma del maestro:

«En esto conocerán todos que sois discípulos míos: en que os amáis unos a otros.»

La constitución interior de las naciones ha sido siempre una máquina de tiranía y explotación ejercida por los poderosos contra los débiles, cristianos todos, hermanos, hijos de Dios y herederos de su gloría, según a sí mismos se proclaman, y hemos de decirlo bien alto: cuantos pasos se han dado contra tiranos y explotadores se debe, no al espirito cristiano, sino a la Revolución que de él nos apartaba; ella ha destruido la falacia del dogma, hundió el sanguinario Tribunal del Santo Oficio, derribó poderes autocráticos, aniquiló privilegios, niveló la dignidad humana sobre toda casta y categoría social, males todos a la sombra del llamado espíritu cristiano cobijados, y por último, se propone dar a todos y a todas la propiedad absoluta de la propia persona y la participación correspondiente en el patrimonio universal.

Esa misma Iglesia, complaciente con los poderes constituidos, porque estos para ella son el brazo secular que la sostiene o le sirve de instrumento o aun de verdugo, bendice al rey absoluto, al césar usurpador, al rey constitucional o al presidente de república si, como el cura del cuento, profesan la máxima de que una cosa es predicar y otra dar trigo; predica la pobreza para los pobres y para sí se reserva las riquezas, los ornamentos brillantes, los palacios suntuosos, los cómodos conventos, las confortables casas rectorales, el celibato libre de cuidado y las amas y las penitentes frescachonas.

Considere esa multitud de proletarios que, según la frase de León XIII, «vive sometida a un yugo poco menos que servil», de qué ha servido y sirve ese espíritu cristiano, y ponga de una vez sus esperanzas y sus energías al lado de la negación revolucionaria que destruye la tradición y la rutina y afirma el progreso y la justicia.

jueves, 4 de octubre de 2012

Dogmas y totalitarismo



Es habitual escuchar el argumento, por parte de personas religiosas (el propio Papa actual lo ha utilizado en alguna ocasión), de que fue la ausencia de Dios la que dio lugar a los horrores provocados en el siglo XX por regímenes como el nazi o el totalitarismo. No es que merezca mucha profundización dicha afirmación, ya que no solo es simplista, también sumamente distorsionadora, pero dado que hay que tantas personas que siguen vinculando moral a religión merece alguna atención. Esto es así porque la substitución de un dogma por otro, y es posible que algunas ideologías hayan encontrado un terreno fecundo en la mentalidad religiosa para desarrollarse, es el auténtico problema. El pensamiento, que sería fecundo de otro modo, también en el terreno moral, haya un obstáculo en doctrinas, religiosas o no, que se limitan a cambiar el objeto de su idolatría y subordinación. Que la moral dependa o no de la religión, a estas alturas, no debería ser ya ni un debate. Es más, algunas virtudes son más evidentes en personas no religiosas que se rigen por la honestidad intelectual más que por cualquier dogma. Tal y como entendía Bertrand Russell esa integridad intelectual, consiste en decidir las cuestiones problemáticas en base a una prueba o bien dejar el asunto en suspenso si no hay pruebas concluyentes. Así, este punto de vista aparece como mucho más importante que cualquier sistema dogmático y puede ser infinitamente más beneficioso.

Las reglas morales, al margen de toda teología, tienen algún fundamento social. A estas alturas, seguir aludiendo a un castigo divino para la infracción de ciertas normas es sumamente infantil. Las personas, aunque actúen de una u otro manera por miedo a ser castigados, dependen más de un sistema político y de una determinada sociedad que de cualquier otro factor sobrenatural. Por otra parte, una moral fundada en la autoridad, sea religiosa o política, tendrá serios obstáculos para encontrar espacio para la investigación. Hay que recordar una vez más que han sido los anarquistas los que han considerado la autoridad política como un reflejo de la fundada en la creencia divina, por lo que son los que más hincapié han realizado en el ateísmo como signo de librepensamiento y libre indagación. Desgraciadamente, la sociedad contemporánea ha mostrado una indiferencia hacia la investigación sumamente peligrosa; Russell ya observaba ese problema hace décadas cuando gran número de personas no cuestionaban si los dogmas religiosos eran o no ciertos y se limitaban a creer que simplemente eran beneficiosos. El tiempo solo ha hecho más severo ese problema cuando gran número de gente se limita creer cualquier cosa sin indagación alguna. Parece extremadamente importante comprender, en primer lugar, que el pensamiento sincero es fuente de duda y no al revés como suele aceptarse. Suele ser habitual encontrar personas que se aferren a alguna creencia, ya que consideran que en caso contrario se hundirá la civilización o no será posible la vida; solo una mente conservadora, sumamente reprobable en el mundo en que vivimos, puede actuar de ese modo.

Los males morales de las ideologías autoritarias son muy similares a los de la religión; es decir, cuando encontramos doctrinas que sostienen verdades sagradas e inviolables y el dudar de ella es un pecado o un delito. Solo hay un criterio al que habría que apelar, al de la razón y el conocimiento; si se invoca algún dogma, con su presunción de infabilidad, la imposición por la fuerza está asegurada. Naturalmente, la razón y la ciencia solo pueden ir de la mano de valores humanos de interés universal, nunca instrumentalizados por autoridad alguna con afán de dominación. El dogma religioso encontró estupendos compañeros de viaje en sistemas muy terrenales que han acabado instrumentalizando igualmente al ser humano, incluso cuantitativamente de modo muy superior al utilizar la ciencia para sus fines lucrativos y autoritarios. Cualquier Iglesia desarrolla un poderoso instinto de autoconservación, y lo mismo podemos decir del Estado, por lo que lo normal es que dejen a un lado aspecto éticos y racionales. La racionalidad y la comprensión, unidas a la interdependencia de toda la humanidad, debería ser el camino a adoptar, y todo poder político, económico o religioso encontrará se opondrá a tal viaje. Bertrand Russell, en su feroz lucha intelectual contra la religión, apelaba a dos virtudes fundamentales, la inteligencia y la bondad; la inteligencia encuentra un obstáculo siempre en el credo, mientras que la bondad se ve inhibida por mitos religiosos como el del pecado y el castigo. Cuando son los religiosos los que, ante los males del mundo, apelan a esta visión tradicional fundamentada en la cultura cristiana (el concepto del castigo y la recompensa parece definitivamente instalado en ella, incluso en aquellos Estados supuestamente laicos), algo no va bien. Las ideas totalitarias encontraron un buen arraigo en las mentalidades dogmáticas bien alimentadas desde la niñez por la religión; el liberalismo se ha mostrado, de forma aparente, como la única alternativa al totalitarismo, pero en su seno, con el único afán de la rentabilidad económica y con la ilusión de un ser humano que busca su libertad al margen de la sociedad, se encuentran importantes contradicciones contrarias a toda visión humana. La respuesta, recordando a Russell, no estará nunca en viejos o nuevos dogmas, sino en un mayor horizonte para la inteligencia, la razón y la ética.

Reflexiones desde Anarres
(2-octubre-2012)