Mostrando entradas con la etiqueta justicia social. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta justicia social. Mostrar todas las entradas

lunes, 6 de diciembre de 2021

Una pregunta

 

 GIORGIO AGAMBEN

«La plaga marcó para la ciudad el comienzo de la corrupción…
Nadie estaba dispuesto a perseverar en lo que antes consideraba bueno,
porque creía que tal vez podría morir antes de llegar a él.»

(TUCÍDEDES, La Guerra del Peloponeso, II, 53.)

Me gustaría compartir con los que quieran una pregunta en la que no he dejado de pensar desde hace más de un mes. ¿Cómo puede ser que un país entero se haya derrumbado ética y políticamente ante una enfermedad sin darse cuenta? Las palabras que utilicé para formular esta pregunta fueron consideradas cuidadosamente una por una. La medida de la abdicación a los propios principios éticos y políticos es, de hecho, muy simple: se trata de cuál es el límite más allá del cual uno no está dispuesto a renunciar a ellos. Creo que el lector que se tome la molestia de considerar los siguientes puntos tendrá que estar de acuerdo en que -sin darse cuenta o pretender no darse cuenta- el umbral que separa a la humanidad de la barbarie ha sido cruzado.

1) El primer punto, quizás el más serio, se refiere a los cuerpos de las personas muertas. ¿Cómo podíamos aceptar, sólo en nombre de un riesgo que no se podía especificar, que nuestros seres queridos y los seres humanos en general no sólo murieran solos, sino —algo que nunca había sucedido antes en la historia, desde Antígona hasta hoy— que sus cuerpos fueran quemados sin un funeral?

2) Entonces aceptamos sin demasiados problemas, sólo en nombre de un riesgo que no se podía especificar, limitar nuestra libertad de movimiento a un grado que nunca antes había ocurrido en la historia del país, ni siquiera durante las dos guerras mundiales (el toque de queda durante la guerra estaba limitado a ciertas horas). Por lo tanto, aceptamos, sólo en nombre de un riesgo que no podía ser especificado, suspender nuestra amistad y amor, porque nuestro prójimo se había convertido en una posible fuente de contagio.

3) Esto podría suceder —y aquí tocamos la raíz del fenómeno— porque hemos dividido la unidad de nuestra experiencia vital, que es siempre inseparablemente corpórea y espiritual a la vez, en una entidad puramente biológica por un lado y una vida afectiva y cultural por el otro. Ivan Illich mostró, y David Cayley lo recordó recientemente, las responsabilidades de la medicina moderna en esta escisión, que se da por sentada y que es en cambio la mayor de las abstracciones. Soy muy consciente de que esta abstracción ha sido lograda por la ciencia moderna a través de dispositivos de reanimación, que pueden mantener un cuerpo en un estado de vida vegetativa pura.


Pero si esta condición se extiende más allá de los límites espaciales y temporales que le son propios, como se intenta hacer hoy, y se convierte en una especie de principio de comportamiento social, caemos en contradicciones de las que no hay salida.

Sé que alguien se apresurará a responder que se trata de una condición limitada de tiempo, después de la cual todo volverá como antes. Es verdaderamente singular que esto sólo pueda repetirse de mala fe, ya que las mismas autoridades que proclamaron la emergencia no dejan de recordarnos que cuando la emergencia termine, las mismas directivas deben seguir siendo observadas y que el «distanciamiento social», como se ha llamado con un eufemismo significativo, será el nuevo principio de organización de la sociedad. Y, en cualquier caso, lo que, de buena o mala fe, uno ha aceptado sufrir no podrá ser cancelado.

No puedo en este punto, ya que he acusado a las responsabilidades de cada uno de nosotros, dejar de mencionar las responsabilidades aún más graves de aquellos que habrían tenido la tarea de velar por la dignidad humana. En primer lugar, la Iglesia, que al convertirse en la sierva de la ciencia, que se ha convertido en la verdadera religión de nuestro tiempo, ha renunciado radicalmente a sus principios más esenciales. La Iglesia, bajo un Papa llamado Francisco, ha olvidado que Francisco abrazó a los leprosos. Ha olvidado que una de las obras de misericordia es visitar a los enfermos. Ha olvidado que los mártires enseñan que uno debe estar dispuesto a sacrificar su vida antes que la fe y que renunciar al prójimo significa renunciar a la fe. Otra categoría que ha fallado en sus deberes es la de los juristas. Hace tiempo que estamos acostumbrados al uso imprudente de los decretos de emergencia mediante los cuales el poder ejecutivo sustituye al legislativo, aboliendo ese principio de separación de poderes que define la democracia. Pero en este caso se han superado todos los límites y se tiene la impresión de que las palabras del Primer Ministro y del Jefe de Protección Civil se han convertido inmediatamente en ley, como se decía para las del Führer. Y no vemos cómo, habiendo agotado el plazo de validez de los decretos de emergencia, las limitaciones de la libertad pueden ser, como se anuncia, mantenidas. ¿Por qué medios legales? ¿Con un estado de excepción permanente? Es tarea de los juristas verificar que se respeten las reglas de la constitución, pero los juristas permanecen en silencio. Quare silete iuristae in munere vestro?

Sé que invariablemente habrá alguien que responda que el grave sacrificio se hizo en nombre de los principios morales. Me gustaría recordarles que Eichmann, aparentemente de buena fe, nunca se cansó de repetir que había hecho lo que había hecho según su conciencia, para obedecer lo que creía que eran los preceptos de la moralidad kantiana. Una norma que establece que hay que renunciar al bien para salvar el bien es tan falsa y contradictoria como una que, para proteger la libertad, requiere que se renuncie a ella.

13 de abril de 2020

domingo, 3 de febrero de 2019

El poder es violencia


Por LEV TOLSTOI

Los reformadores hacen más o menos como los tártaros de Crimea, que quitaban a sus prisioneros los grilletes y las cadenas, pero solamente después de haberles despellejado las plantas de los pies y espolvoreado las heridas con astillas muy menudas. (…) No se inutiliza un instrumento de servidumbre hasta que no hay otro preparado, y es importante saber que nunca faltan tan terribles instrumentos. La esclavitud moderna es la consecuencia de nuestras leyes sobre la tierra, los impuestos y la propiedad. Unos tratan de rebajar los impuestos que pesan sobre los trabajadores y que sean los ricos quienes soporten las mayores cargas fiscales. Otros proponen abolir toda la propiedad privada para la tierra, y ya se han hecho experimentos en esta dirección en Nueva Zelanda. Por fin, los socialistas, con el objetivo de socializar los medios de producción, como medidas transitorias, gravar la renta y las herencias y restringir los derechos de los capitalistas y patronos.

Pero si el propósito final es abolir la esclavitud moderna, parece que para conseguirlo debiera pedirse la abolición pura y simple de las leyes que la favorecen. Al examinar con alguna atención las reformas propuestas, cualquiera se convence sin esfuerzo de que todas esas reformas, todos los proyectos prácticos inmediatamente realizables, y todas las concepciones teóricas que tienden a mejorar la suerte de los trabajadores se limitan a sustituir las leyes existentes por nuevas disposiciones legislativas que, una vez más, modificarán la forma de esclavitud pero no la harán desaparecer. (…) En su forma primera, la esclavitud no era otra cosa que un medio para obligar a los hombres a trabajar. Después de haber revestido diversos aspectos, que la disimulaban más o menos —propiedad de la tierra, impuestos, propiedad de los bienes de consumo y de los medios de producción—, la esclavitud vuelve a su antigua forma apenas modificada: la obligación de trabajar del modo y en la actividad que otros deciden. Resulta por tanto evidente que la supresión de una de las tres causas de la esclavitud mencionados no hará desaparecer la esclavitud, sino que tan sólo cambiará su forma, como ocurrió en otro tiempo en Rusia. (…) En este sentido, es preciso convenir que la esclavitud no depende exclusivamente de los tres principios en los cuales se apoya hoy por hoy la legislación moderna, sino de la posibilidad misma de legislar, de ejercer el poder, que se han atribuido algunos hombres para redactar leyes útiles a sus intereses, y deducir así que la esclavitud existirá mientras exista ese mismo poder. (…) En otras época, fue útil a los que gobernaban tener esclavos de quien disponer libremente, (…) hoy están interesados en mantener el actual sistema de repartición y división del trabajo, y hacen leyes para obligar a los hombres a someterse a las exigencias de esta organización. La causa fundamental de la esclavitud radica pues en la existencia misma de cualquier ley.


La causa de la desdichada condición de la clase trabajadora es la esclavitud. La causa de la esclavitud es la existencia de leyes. Las leyes se apoyan en la violencia organizada. Por lo tanto, no se podrá remediar la condición de los trabajadores sino destruyendo la violencia organizada. Pero la violencia organizada es inseparable del gobierno: es el gobierno. ¿Y podemos vivir sin gobierno? «¡Será el caos, la anarquía, la pérdida de todos los resultados de la civilización, la vuelta de todos los hombres a la barbarie primitiva!» gritan. (…) Supongamos que mil ladrillos están colocados unos sobre otros, formando una estrecha columna de centenares de metros de alto. Si tocáis uno solo de esos ladrillos, los demás se derrumbarán y romperán. Pero que no se pueda quitar un solo ladrillo o darle el menor golpe sin que toda la columna se desmorone no prueba de ningún modo que sea razonable dejar todos esos ladrillos apilados de esa manera tan estúpida y peligrosa. Por el contrario, prueba que es preciso poner fin a un arreglo que no ofrece seguridad.

La esclavitud de los hombres es consecuencia de las leyes. Las leyes fueron establecidas por los gobiernos. Para liberar a los hombres no hay más que un medio: la destrucción de los gobiernos. ¿Cómo derribar los gobiernos? (…) Los conquistadores realizaban sus acciones a costa de esfuerzos personales; eran activos, valientes y crueles. Los gobernantes consiguen su objeto mediante la astucia y la mentira. Por ello, en otras épocas, para realizar la violencia de los hombres armados, debían armarse los hombres y oponer a la violencia armada otra violencia igualmente armada. Pero hoy que el pueblo está amenazado no sólo por la simple violencia, sino por la astucia que sirve a aquélla de eficaz auxiliar; es preciso, para destruir la violencia, desenmascararla y hacer patentes las mentiras en las que se apoya.

«Estas ideas generales, justas o injustas, son inaplicables». Esto me contestan los hombres que se hallan cómodos en su posición, y que no creen posible ni deseable cambiarla en lo más mínimo. «En todo caso», añaden, «debería usted decir lo que es preciso hacer, y cómo convendría organizar la sociedad». (…) ¿Qué es preciso hacer? La respuesta es muy sencilla, muy clara, y todo hombre puede aplicarla, pero no es la que esperaban los individuos de la clase acomodada, absolutamente convencidos de que están llamados no a corregirse a sí mismos (pues piensan que no pueden ser mejores), sino a instruir y a organizar a los otros hombres; ni como la esperaban los trabajadores, persuadidos de que los responsables de su miseria son los capitalistas, y que les bastará, para ser siempre dichosos, tomar y poner al alcance de todos los bienes de lujo de los cuales los capitalistas son los únicos que hoy disfrutan. Esta contestación es muy sencilla y fácilmente aplicable, porque impulsa a cada uno de nosotros a hacer obrar a la única persona sobre la cual tenemos un poder realmente legítimo y cierto, es decir, uno mismo, y que se resume en estas palabras: todo hombre que quiera mejorar no solamente su propia situación, sino también la de sus semejantes, deberá dejar de cometer los actos que son causa de su esclavitud y la de los demás hombres. Deberá, en primer lugar, dejar de participar, ni voluntaria ni obligatoriamente, en la acción de los gobiernos, y por lo tanto, no aceptar jamás las funciones de soldado, ni de capitán, ni de ministro, ni de recaudador de impuesto, ni de alcalde, ni de jurado, ni de gobernador, ni de parlamentario, pues todas ellas se ejercen con apoyo de la violencia. En segundo lugar, no debe pagar al os gobiernos ni los impuestos directos ni los indirectos, ni recibir dinero del estado en forma de sueldo, pensiones o recompensas, ni pedir jamás un servicio a los establecimientos sostenidos por el Estado (…) Y en tercer lugar, no deberá solicitar jamás que la violencia de los gobiernos le garantice la propiedad de una tierra ni de un bien cualquiera. (…)

No sabemos, ni podemos prever ni determinar, según hacen nuestros pretendidos hombres de ciencia, cómo tendrá lugar este debilitamiento de los gobiernos y esa liberación de los hombres. No sabemos cuáles serán las formas de la vida social en los diversos momentos. (…) Sé que todos estamos tan fuertemente sometidos a la violencia que nos es muy difícil vencerla, pero haré, sin embargo, todo cuanto pueda para no favorecerla, para no ser su cómplice, y me esforzaré en no aprovecharme jamás de lo que fue adquirido o está defendido por la violencia.

No tengo sino una vida, ¿y por qué en esta vida tan corta me convertiría, contra la voz de mi conciencia, en colaborador de vuestros horribles crímenes?

No quiero ser y no será más lo que era.

Lo que saldrá de todo esto lo ignoro, pero creo que no puedo engendrar nada malo si obro siempre como mi conciencia me ordena.

(1900)

jueves, 11 de enero de 2018

Banco de Alimentos: la caridad disfrazada


Su actividad es incesante todo el año, pero sin duda en estas fechas son los protagonistas con su «Operación Kilo».


Conscientes de la importancia de la imagen, la presentación de FESBAL —Federación Española de Bancos de Alimentos— no puede ser más benévola: luchar contra el despilfarro a través de la recogida de alimentos para dar de comer a la gente con menos recursos.

La FESBAL, los Bancos de Alimentos con marca registrada, no es más que la caridad religiosa disfrazada de solidaridad para que las nuevas generaciones acepten de mejor manera el mismo fondo que movía a la marquesa franquista de Los santos inocentes de Delibes, evitando aquellas formas casposas del pasado. Muchos de los responsables de la degradación de las condiciones de vida que hemos percibido durante los últimos años aparecen detrás de estas organizaciones caritativas y es una obligación social desenmascararlos adoptando formas de solidaridad real.

Simbolizados con el logotipo de los pajaritos comiendo de un cuenco, los Bancos de Alimentos, son organismos constituidos como fundación, normalmente en cada localidad, y agrupados en FESBAL si hablamos de España y la FEBA —Federación Europea de Bancos de Alimentos— si hablamos de Europa. Se dedican a recoger alimentos, dinero y cualquier material o servicio que de alguna forma ayude en su actividad como furgonetas, estanterías...

Esos alimentos y enseres llegan a la gente que lo necesita a través de una red de intermediarios asociados al Banco en cuestión. Y aquí es donde empieza a aparecer otra imagen distinta a la que publicitan.

Un vistazo a las memorias publicadas por la Fundación de Banco de Alimentos de Madrid, similar a las memorias de otros bancos de alimentos, revela que la práctica totalidad de los alimentos está siendo enviado a organizaciones religiosas entre las que encontramos parroquias, conventos, monasterios, organizaciones antiabortistas como Provida o la Fundación Vida, el seminario del Camino Neocatecumenal, residencias de los Legionarios de Cristo o centros relacionados con el Opus Dei. Pertenecer de alguna manera a la red, que la Iglesia católica tiene en este país, es prácticamente requisito suficiente para participar de la acumulación organizada por el Banco de Alimentos.

Es algo lógico, ya que desde sus comienzos, a pesar de su retórica «aconfesional», esta organización ha demostrado una ligazón palpable con los sectores católicos más reaccionarios.


Origen de la organización

En su origen está la creación del primer Banco de Alimentos en Barcelona en 1987 con la participación de Josep Miró i Ardèvol, expolítico de Convergencia creador también de e-cristians, del portal conservador «Forum Libertas» y luchador incansable contra el divorcio, el aborto y «la aceptación pública de la homosexualidad» (sic). La aparición de nuevos Bancos en otras localidades llevó a la creación de la Fundación de Bancos de Alimentos de España (FBAE) en 1993 de la mano del sacerdote de la prelatura del Opus Dei, Jose María Sanabria.

A partir de aquí el apoyo de determinadas instituciones y figuras políticas reaccionarias es constante. Significativo el nombramiento como presidenta de honor de la señora Ana Botella, cuya aparición en los medios como presidenta de la Fundación se debió a la decisión tomada entonces de hacer participar a la misma con una donación en una SICAV —Sociedades de Inversión de Capital Variable— llamada Gescartera, pero esa es otra historia y existe la hemeroteca para quien tenga interés.

En 1997, según el Banco de Alimentos de Lugo —la página de FESBAL dice que fue en 1996—, se reunieron los bancos creados y la FBAE para constituir la actual FESBAL. En este punto hay una contradicción en la que incurren diversas informaciones de los medios y la información suministrada por FESBAL, ya que la participación en Gescartera de FBAE, según declaraciones a la propia comisión de investigación del caso se realizó en 1998. De cualquier forma su andadura en el nuevo siglo, bajo el nombre actual, continuó por los mismos derroteros recibiendo. Han ido recibiendo donaciones de bancos y cajas, grandes empresarios y hasta un camión de 9 toneladas procedente de la Fundación Reina Sofía, por poner algún ejemplo.

RELACIÓN CON LA IGLESIA Y EL OPUS DEI...
Su relación con la Iglesia, y concretamente con el Opus Dei sigue vigente. Cualquiera que visite su página encontrará varias entrevistas a presidentes del pasado y presente de fundaciones de Bancos de Alimentos que declaran abiertamente ser socios supernumerarios del Opus. Es el caso de Mariano Posadas y José María Zárate en Valladolid. Es el caso de Manuel Pérez Hernández en Las Palmas de Gran Canaria. Es el caso de José Antonio García García en Albacete. Es el caso de Francisco del Pozo en Santander. Es el caso de Carmen de Aguirre Castellanos en Badajoz (y propietaria de dos colegios asociados a la prelatura). Es el caso de Miguel Sibón en el Campo de Gibraltar. Hay más, como las relaciones explícitas del antiguo presidente de la Federación José Antonio Busto Villa o de Vicente López-Alemany del Banco madrileño, pero no seguiremos porque son indicios suficientes como para concluir que el hecho de que hayan accedido a las presidencias por pura casualidad es del todo improbable.

Este apoyo de los poderes fácticos y esta filiación de la dirección de FESBAL se ha traducido como no podía ser de otra forma en un comportamiento lógico de defensa del statu quo.


Mantener la pobreza fuera de la lucha de clases

En 2012, tras sustraer como protesta varios carros de comida de 2 supermercados de las provincias de Cádiz y Sevilla, el Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT) pretendió donarlos a los bancos de alimentos. La reacción de la dirección del sevillano y de la propia FESBAL por voz de su presidente no se hizo esperar, condenando la acción y defendiendo a las grandes empresas como Mercadona, Carrefour, El Corte Inglés o Alcampo, al mismo tiempo que señalaba a todos los ciudadanos como los responsables del despilfarro y por tanto indirectamente de la situación de pobreza incluso alimenticia.

En 2014 FESBAL denuncia al Banco de Alimentos de Tetuán, una iniciativa solidaria vecinal, por «utilización de marca registrada». En colaboración con el Ayuntamiento y la policía acaban cerrando el medio de sustento de los vecinos en situación precaria por procesos de desahucio. Estas acciones, así como los premios concedidos por FESBAL a la Fundación Reina Sofía (FESBAL, 2013), a la Orden de Malta (Madrid, 2015), a la Diputación y al gerente de Mercagranada (Granada, 2011 y 2013), a la «Fundación Solidaridad Carrefour» (Ciudad Real, 2017), por poner algunos ejemplos, son disparos a la línea de flotación de la residual conciencia de clase que debería señalar inequívocamente a estas empresas e instituciones como responsables de la desigualdad social.

Y como no podía ser de otra forma se protege la imagen de algo tan útil para el poder a pesar de los casos de corrupción que afloraron en dos de sus años de actividad. Citaremos los zumos del Banco de Alimentos de Cádiz servidos a los periodistas en una rueda de prensa del PP en Sanlúcar de Barrameda en diciembre de 2013, o los alimentos del Banco de Madrid que acabaron sirviéndose a una hermandad rociera a través de un sacerdote del obispado de Alcalá de Henares en 2012 y 2013.

Se dieron cuenta porque ese año no contrataron cocineros y les sirvieron directamente los paquetes de comida con el sello del FEGA (Fondo Español de Garantía Agraria) por el módico precio de 350 euros. A mediados de 2012 también se supo que las franciscanas granadinas que regentaban la Residencia Universitaria Maria Teresa Rodón, y cobraban 600 euros por alojamiento y manutención, llevaban utilizando la comida que les suministraba el Banco de Alimentos desde hacía una década.

Este mismo año supimos por medios vaticanistas que la mitad de los conventos de monjas de la provincia de Salamanca están comiendo de lo que reciben del Banco de Alimentos, algo en línea de lo que se publicó en 2013 sobre los religiosos de «Heraldos del Evangelio» y «SOS Familia» en Madrid que utilizaban para sí mismos la comida de FESBAL para dedicarse a tiempo completo al adoctrinamiento católico. Nada de esto ha hecho que la opinión pública se cuestione, ya no los intereses reales, sino ni siquiera la eficacia de FESBAL en sus supuestas finalidades.

EL SALTO DIARIO
6 enero 2018

lunes, 7 de agosto de 2017

El anarquismo, una página arrancada de la Historia


J. CARO

Hay una página arrancada de la Historia, una página que no aparece en los manuales y textos oficiales, y que, por tanto, permanece ignorada y desconocida para la mayoría de la gente. Esta página ha sido deliberadamente borrada del libro de la Historia para intentar condenar al olvido una serie de hechos y acontecimientos que el poder, pasado y presente, prefiere mantener ocultos. Y esta página suprimida de la Historia se llama anarquismo.

Lo puedes comprobar fácilmente: tanto en el cine como en TV rara vez es mencionado; y en los libros de estudio, salvo que busques e indagues por tu cuenta en fuentes alternativas, la versión mostrada suele ser tendenciosa y falsa. Ya sea en unos u otros medios, el anarquismo es sistemáticamente denostado, tergiversado y falseado hasta retorcerlo y convertirlo en lo contrario de lo que en realidad es.

Más allá de programas ideológicos que, si he de ser sincero, me interesan más bien poco, para mí el anarquismo es un ideal de libertad y justicia social. Las ideas libertarias son indestructibles por una sencilla razón: porque forman parte de la mejor esencia del ser humano, aquella que le proporciona un sentido de dignidad e integridad como persona y le alienta a luchar por sus derechos. Y estas ideas vienen animando a la humanidad desde sus albores. Este ideal ha hecho que se consigan grandes logros y avances sociales, como fueron la abolición de la esclavitud, la liberación de la mujer y el reconocimiento de los derechos humanos a nivel universal, entre otros, mejorando el nivel de vida de la gente, al menos en ciertas zonas del mundo. Aunque todavía quedan muchas carencias que resolver, el progreso en muchos ordenes de la vida es más que evidente, a pesar de aquellos que prefieren afirmar que las cosas nunca cambian y que jamás se consigue nada, como son todos esos quintacolumnistas del fracaso y la derrota en las luchas populares.

El anarquismo es habitualmente acusado de utópico, de pretender alcanzar algo imposible, pero ya sabemos que la utopía sirve para caminar y lo imposible a veces se vuelve posible, como ha demostrado el espíritu humano en más de una cumbre de montaña. No obstante, es preciso reconocer en honor a la verdad que, en una sociedad dominada por los medios de comunicación y en la que impera la cultura del consumo, la competitividad y el conformismo, los ideales libertarios parecen extraños e insignificantes a su lado.

La élite capitalista que domina el mundo, los dueños de los bancos y las industrias, con los políticos a su servicio para asegurarse el dominio de las instituciones del Estado, puede permitirse el lujo de mantener una ilusoria apariencia democrática. Ante tan colosal oponente, el anarquismo viene a suponer la molestia de un mosquito. Pero no olvidemos que hay insectos diminutos capaces de inocular el virus de una enfermedad mortal en organismos infinitamente superiores como el ser humano.

Y eso exactamente es el anarquismo para el sistema capitalista. Una amenaza para su organización social fundada en el dinero y la jerarquía de clases. Quizá pueda parecer que los resultados han sido pocos, que las conquistas han sido escasas, y que aún nos debatimos en una lucha sin futuro.

Sin embargo, es preciso desterrar esta creencia falsa de la inutilidad del esfuerzo y de la lucha. La historia nos demuestra que las conquistas sociales han sido muchas y profundas, como pueden atestiguar multitud de hombres y mujeres en grandes partes del mundo. Bien es cierto que todavía queda un largo y arduo camino por recorrer hasta que todos podamos disfrutar de una vida libre, digna y plena.

Muchos son los éxitos logrados a lo largo de la historia, pero quizás el más significativo de todos haya sido el hacer que la gente sea consciente de sus derechos humanos. Las reivindicaciones han calado entre aquellos que realmente desean vivir en libertad.

Con frecuencia se nos dice que tengamos paciencia. Se nos dice que los recortes en materias sociales son necesarios, aunque afecten a la vida de millones de personas. Se nos dice que en estos momentos lo más importante es consolidar la economía. Se nos dicen muchas cosas desde hace demasiado tiempo. Durante los miles de años que llevamos esperando, siempre se han antepuesto los intereses de los más ricos a los de la inmensa mayoría de la gente común y corriente. Siempre hay cosas más importantes de las que ocuparse que mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora, que realmente es la que sustenta el país. Pero ya hemos aprendido que no es a base de paciencia como se consiguen las cosas, sino a base de presiones y movilizaciones colectivas. Es hora de dejar constancia de nuestra protesta.

Las mejoras conseguidas no han llovido del cielo, ni son una deuda que debamos a filántropos humanitarios o dirigentes magnánimos, ni ha sido el devenir de la sociedad el que nos conducido de forma natural hasta donde estamos. Más bien al contrario. El poder nunca regala nada. Para lograr cualquier progreso, ha sido preciso luchar y hacer frente a una fuerte oposición por su parte. Y reclamar el carácter movilizador de este proceso y el papel jugado por las luchas populares no sólo es una cuestión de justicia sino un deber imprescindible para conservar nuestra memoria colectiva.

Las ideas de libertad y justicia social constituyen, a mi entender, la base del anarquismo, y están asimismo en el sentimiento y la razón que anima a los oprimidos desde el inicio de los tiempos. Revolucionarios eran en su búsqueda de liberación los esclavos que se enfrentaron al Imperio romano. Espartaco y sus gladiadores vencieron a las temibles legiones romanas durante varios años, creando al mismo tiempo un enorme ejército de esclavos liberados con el que pusieron en jaque a la poderosa Roma, dueña de medio mundo. Fracasaron al final, es cierto, por muy diversas razones, y su recuerdo se pretendió eliminar de los libros de Historia para que no sirviera de ejemplo a las generaciones futuras. Pero su heroica gesta era de tal magnitud que no pudo ser destruida por completo, y la rebelión de los esclavos permaneció en la memoria de todos aquellos que lucharon contra el poder posteriormente.

Desde las revueltas de comunidades campesinas contra el señorío feudal durante el Medievo, a las sucesivas revoluciones que sacudieron los cimientos de naciones enteras, toda lucha por la libertad y la justicia social a lo largo de la historia ha ido cimentando las bases que sustentan el anarquismo, pues en todo alzamiento popular estaba el ideal ácrata sirviendo como detonante para las acciones de rebelión.

Donde el pueblo se levantaba y alzaba la voz reclamando sus derechos, allí estaba el anarquismo. Estaba en la revolución mexicana luchando al lado de Zapata y los campesinos indígenas que exigían Tierra y Libertad, estaba con los franceses que apoyaron el poder popular de la Comuna, y estaba con los anarquistas españoles que combatieron el fascismo durante la Guerra Civil.

Es inevitable y natural que donde haya opresión, exista anhelo de libertad. Donde la gente sufre pobreza y necesidad, tomará por la fuerza lo que necesita. Es un hecho evidente que se repite siempre en la historia: el único resultado de la represión es el fortalecimiento y la unión de los reprimidos. Pero el poder sólo considera adecuados los medios para mantener a la gente sujeta y obediente, crédula a ser posible de convenientes doctrinas religiosas, patrióticas o simplemente monetarias, con el fin de impedir la revuelta, mientras persisten las causas de la misma.

El anarquismo perpetúa una larga herencia de lucha en contra del poder establecido, con un ideal como meta individual y colectiva: la dignidad y la libertad del ser humano. El anarquismo aspira a un mundo más justo y solidario, más libre y humano, donde el respeto a los demás constituya el límite de la libertad personal, un planeta donde todos, humanos, animales, plantas y árboles, podamos desarrollarnos y ser nosotros mismos en armonía con la naturaleza. Todo eso y mucho más persigue el ideal anarquista.

Por tanto, estará siempre allá donde alguien se rebele contra la injusticia y la explotación. Estará donde exista pobreza e ignorancia. Estará donde alguien sufra y sea reprimido. En cualquier sitio donde la gente honesta y decente se vea sometida, allí estará. El anarquismo estará en todas partes, donde quiera que se luche por la libertad y la justicia social, allí estará.

De igual modo, estará allá donde las personas tiendan una mano amiga, donde alguien trate de hacer un mundo mejor para todos, donde se pueda vivir dignamente del trabajo propio sin nadie que se aproveche, donde los hambrientos puedan comer, donde los sometidos puedan alzarse, allí estarán las ideas libertarias.

En todos y cada uno de estos sitios, allí estará el anarquismo, un ideal de libertad y justicia social que no puede morir ni ser eliminado porque forma parte innata y esencial del mismo espíritu humano.


Nº 348 / julio 2017

sábado, 22 de julio de 2017

El «señoritismo»


Por MIGUEL LORENTE ACOSTA

Con frecuencia se habla de «populismo», pero nunca de «señoritismo».

Definir la realidad según la interpreta quien ocupa las posiciones de poder permite describirla de manera interesada a sus necesidades y conveniencia, y de ese modo perpetuar la desigualdad y las ventajas que les proporciona. El resultado es muy variado y diverso, lo hemos visto, entre otros escenarios, en las pasadas elecciones.

Durante este tiempo hemos oído calificar de «populismo» todas aquellas propuestas que tienen un impacto directo, casi inmediato, sobre cuestiones y problemas que afectan a quienes cuentan con menos recursos y oportunidades para afrontarlos, especialmente si la propuesta, además, impacta en quienes ocupan las posiciones de poder y reconocimiento en nuestra sociedad. El mensaje que se manda con esa consideración «populista» suele ser doble: por un lado la imposibilidad de llevarla a cabo, y por otro la inconveniencia o inoportunidad de hacerlo, dadas las consecuencias negativas que tendría para el «sistema».

De este modo la crítica es doble, por una parte sobre su mentira, y por otra sobre el hipotético daño que ocasionaría en caso de que se pudiera realizar, de ahí que la consecuencia inmediata sea presentar al populista como «mentiroso y peligroso». A partir de ese momento ya no hace falta ningún otro argumento, se desacredita a la fuente por «populista» y se evita tener que contra-argumentar sobre lo propuesto, o tener que plantear iniciativas que resulten más prácticas o interesantes para la sociedad. Y quien actúa de ese modo es, precisamente, quien dispone de más medios y recursos para sacar adelante múltiples iniciativas para abordar las cuestiones que intentan resolver las propuestas consideradas «populistas».

El populismo queda de ese modo identificado como el espacio al que recurren quienes no tienen la capacidad, la preparación o la responsabilidad para actuar con «sentido de Estado» y en nombre del «bien común», y sólo lo harán en busca del interés personal, incluso sin importarle destruir el Estado si fuera necesario. El populismo, por tanto, no es sólo la propuesta puntual, sino que además se convierte en el espacio donde situar cualquier medida que actúe contra el orden social establecido sobre las referencias de una cultura desigual, machista y estructurada sobre referencias de poder levantadas a partir de determinadas, ideas, valores y creencias.

Nadie cuestiona ese orden dado como un contexto interesado que carga de significado a la realidad, cuando en verdad actúa de modo similar al espacio considerado como «populismo», pero a partir de las ideas, valores, objetivos e intereses de quienes han tenido la posibilidad de decidir en su nombre qué era lo que más interesaba al conjunto de la sociedad, haciendo de sus posiciones la «normalidad» a través de la cultura. Y del mismo modo que se ha identificado con «lo del pueblo» aquello que de alguna manera se considera contrario al orden establecido, hasta el punto de considerarlo «populismo», deberíamos aceptar como «señoritismo» el espacio y las referencias dadas en nombre de la cultura jerarquizada y desigual que define posiciones de poder sobre el sexo, las ideas, la diversidad sexual, el grupo étnico, las creencias, el origen, la diversidad funcional… Un «señoritismo» que juega con una imagen opuesta al «populismo» al presentar sus iniciativas como las únicas capaces de resolver los problemas, por ser propuestas y desarrolladas por personas preparadas y responsables. De ese modo se defiende la élite operativa y la esencia ideológica.

Las consecuencias son muy amplias y diversas, puesto que hablamos de la normalidad y la cultura, pero centrándonos en lo ocurrido en las elecciones, no sólo en estas últimas del 26J, pero sí sobre algunas de las cuestiones que se han planteado tras sus resultados, podemos ver cómo actúa el juego entre «populismo» y «señoritismo».

Subir los impuestos a quienes más tienen y se aprovechan de la legislación para cotizar menos, cuestionar la precariedad laboral, pedir una educación y una sanidad públicas y de calidad, hablar de dependencia, exigir medidas contra la violencia de género, reclamar medios contra la corrupción… todo eso es populismo. En cambio, mantener un sistema fiscal que ahoga a clases medias y bajas, facilitar el desarrollo de la sanidad y la educación privada, incluso con segregación en las aulas, olvidarse de las personas mayores y dependientes más allá de la caridad, recortar los recursos para erradicar la violencia de género, permitir que la corrupción se resuelva por medio del olvido… todo ello no se considera «señoritismo», aunque es reflejo de ese orden de ideas y valores en armonía con la parte conservadora que la propia cultura defiende como esencia de presencia y continuidad.

Y no sólo es que las políticas conservadoras y tradicionales no se ven como algo ajeno a la propia normalidad y cultura, sino que, además, cuando son descubiertas como algo contrario al interés común y cuando sus resultados son objetivamente negativos, la posición de quien las lleva a cabo y el significado que se les da no adquiere el nivel de rechazo y exigencia de responsabilidad, por haber sido realizadas por quienes tienen una cierta legitimidad para actuar de ese modo, y porque quedar integradas dentro de otras medidas y políticas que presentan como positivas para la sociedad y el sistema.

El ejemplo de esta situación lo tenemos en lo que ocurre cada día en muchos pueblos. Cuando el «señorito del pueblo» o un empresario se levanta a las 12 del mediodía y se va directamente a tomarse un vino al bar de la plaza del pueblo, nadie lo cuestiona porque se entiende que esa conducta forma parte de su condición, algo que no aceptarían en un trabajador. Algo parecido sucede, por ejemplo, ante las críticas a algún mensaje lanzado por representantes de la Iglesia (rechazo al matrimonio entre personas del mismo sexo, propuestas de salud sexual y reproductiva, impuestos que no paga…), que se consideran como un ataque a la libertad religiosa, pero cuando desde la Iglesia se cuestiona la política y se llama a la desobediencia civil a las leyes de Igualdad, se dice que es libertad de expresión.

Cada cosa tiene un significado diferente dependiendo de lo que afecte al modelo pero, además, si las propuestas coinciden con él son consideradas propias y adecuadas, y por tanto, no cuestionables ni motivo para exigir responsabilidad a quien las haga por entenderlas como parte de ese contexto de «señoritismo».

Y no es que se acepte el resultado negativo cuando se produce, pero no se entiende con la suficiente entidad como para cuestionar al contexto o al partido político que la lleva a cabo. Es lo que hemos visto con los casos de corrupción en el PP, que no les pasa factura electoral por entender que son «cosas que suceden donde se mueve mucho dinero» y que «no es un problema del modelo de organización, aunque haya sido permisivo y ausente, sino de unos pocos que lo han traicionado».

Esa valoración y justificación es imposible en otros partidos y contextos en los que los casos de corrupción no forman parte de las posibilidades que les otorga el reconocimiento de su normalidad. Es lo del señorito del pueblo y el trabajador, si un trabajador se levanta a las 12 y se va al bar de la plaza a tomarse un vino es considerado un gandul o un borracho, algo que nunca se dirá del señorito.

¿Alguien ha hablado en esta legislatura de los coches oficiales, del número de asesores de Moncloa, del inglés de Rajoy, de la ropa o las parejas de las ministras del Gobierno, de las colocaciones de los ex-ministros, como por ejemplo Wert en Paris…? Todo eso forma parte del «señoritismo», y mientras no se modifiquen las referencias de una cultura desigual y machista, una gran parte de la sociedad siempre será condescendiente con el poderoso, con sus ideas, valores y creencias que configuran el «señoritismo».

4 julio 2016

lunes, 26 de octubre de 2015

Hace falta algo

 [Hemos sacado del baúl de los recuerdos este viejo texto de nuestro panfleto...]

 

El Aullido, nº 6.

Estamos esclavizados por el innecesario consumismo de la sociedad opulenta actual. Se nos bombardea constantemente desde los medios de formación de masas con unos mensajes superficiales. Y la publicidad nos ensimisma y contamina nuestras mentes. Todo es mercancía que se vende y se compra. El dinero y la búsqueda del beneficio inmediato rigen nuestras vidas, pero para poder obtenerlo es necesario venderse en el mercado laboral. Y si eres rico, mayor prestigio tendrás, si no lo eres, a trabajar o a mendigar. El miedo a la pobreza nos ata de pies y manos, es un círculo vicioso del que es difícil salir, mientras el sistema sigue funcionando. Max Stirner escribió: «El Estado se apoya en la esclavitud del trabajo. Si el trabajo llega a ser libre, el Estado está perdido».

Pero esto no fue nunca así, en un pasado no muy lejano, el Pueblo compartía sus bienes comunales, aunque fuese pobre y austero no pasaba hambre. Hasta que llegó la Propiedad Privada y la economía de Mercado, que incrementaron las desigualdades sociales y la injusticia. Como respuesta a esto tuvo que haber insurrecciones populares y huelgas generales, fruto de un naciente movimiento obrero organizado. Para frenar el malestar, el Estado intervino concediendo algunos derechos a los trabajadores; que con la complicidad de moderados y reformistas de izquierdas, canalizaron las protestas existentes por vías institucionales legalizadas.

Luego vino la sociedad del bienestar y de servicios que remató toda inquietud domesticándola, inculcó al resto de la población los hábitos consumistas, los valores egoístas y el hipócrita puritanismo de las clases medias. Creándose un Pueblo amnésico que depende totalmente del Mercado.

En el ámbito laboral alienado son cada vez más frecuentes las enfermedades de origen laboral, los accidentes y los muertos, fruto de la presión reinante que desencadena las relaciones de dominación y la disciplina del trabajo. El trabajo actual es impersonal y estresante. Las mujeres cobran menos y tienen los peores puestos, de suplemento han de soportar el trabajo en el hogar, además de sufrir el acoso sexual por parte de compañeros y superiores. Mientras, los liberados sindicales negocian con las vidas de miles de personas; la gente acude temporalmente a las urnas para elegir a sus verdugos que hablan de crisis económicas y ahorro, cuando cobran más que la mayoría.

El Estado-Capital nos ha dejado entrever su verdadera naturaleza en estos últimos tiempos, a los ricos bastardos y demás gentuza les molesta ser responsables y tener que compartir sus beneficios con el resto del mundo. Los empresarios y economistas neoliberales obtienen, en aras de la competitividad, mayores ingresos explotando la mano de obra barata de los países pobres. Y aquí padecemos reformas laborales salvajes y la pérdida de las concesiones sociales, empujándonos a buscarnos la vida como podamos. Luego dicen que 'vivimos en el mejor de los mundos posibles' en libertad y democracia.

Rebelaos hijos del Pueblo, ahora es el momento de echarnos a las calles y formar barricadas. Por un sindicalismo revolucionario que nos ayude a tomar las riendas de nuestras vidas, sin intermediarios aprovechados ni privilegiados. Es el momento de dejarse de lamentos y de empezar la verdadera guerra de liberación, desenterremos el viejo hacha de la lucha de clases y destruyamos el sistema capitalista desde sus cimientos. Lo que hace falta es una Revolución Social y la abolición del Estado.

Recordemos el lema de la 1ª Internacional:

«Que la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos; que los esfuerzos de los trabajadores por lograr su emancipación no deben tender a crear nuevos privilegiados, sino a establecer para todos derechos y deberes iguales y aniquilar la dominación de cualquier clase.»

Septiembre 1995

lunes, 9 de marzo de 2015

La Dignidad vuelve a Madrid el 21 de marzo ¡A LA CALLE!


Las Marchas de la Dignidad vuelven a Madrid caminando hacia la Huelga General con el objetivo de exigir una vida con dignidad. Desde todos los puntos del estado Español columnas de dignidad se movilizarán para defender el programa del movimiento 22M como paso previo a la convocatoria de la movilización general de octubre concretada en una Huelga General laboral, de consumo y social.

A un año de la conmemoración de la gran manifestación del 22M que concentró en Madrid a centenares de miles de personas que reivindicamos una vida digna, la situación no ha cambiado a mejor y se profundizan las consecuencias de los perversos efectos de las llamadas políticas de austeridad impuestas por la Troika contra la mayoría social del estado español.

La terca realidad desmiente de forma descarnada al gobierno del Partido Popular y a los poderes que lo apoyan, la campaña de publicidad para vender la idea de que hemos salido de la crisis en la que está inmerso el gobierno y los poderes económicos y mediáticos adictos a este régimen bipartidista monárquico, se da de bruces con la situación en la que hoy se encuentra la mayoría social. A aquellos que siguen los dictados de instituciones que no se han sometido al sufragio de la ciudadanía:

!!!Hay que echarles!!!

En efecto, la tasa de paro (EPA) sigue situada en el 24 % de población con más de cinco millones y medio de personas en situación de desempleo, la cobertura de prestaciones a la personas sin empleo no llega al 58 %. Cerca de tres millones de personas carecen de ingresos, situación que afecta a más de medio millón de hogares. Los empleos que se crean son precarios y con salarios de miseria por lo que hoy se es pobre incluso teniendo empleo. En este sentido la diferencia salarial entre hombres y mujeres es del 24%. El paro juvenil sigue superando el 55 % y cada día son más los jóvenes que, como sus abuelos, tienen que emigrar para poder tener el futuro que este país les niega. Las pensiones pierden poder adquisitivo año tras año y su revalorización es una vergüenza.

En esta situación económica es alarmante el aumento de la pobreza que se sitúa en el 30 % de la población, una de cada cinco personas está en riesgo de pobreza severa y de exclusión social, esta pobreza tiene mayoritariamente rostro infantil y de mujer. El aumento de la precariedad social, fruto de estas políticas de recortes, de la precariedad laboral y salarial, de eliminación de derechos y coberturas sociales, aumenta el número de personas afectadas por los desahucios y por lo que se ha dado en llamar pobreza energética (cortes de los servicios de luz, agua y gas). Este invierno han muerto personas a consecuencia de la precaria situación de los hogares.

La corrupción y las irregularidades fiscales roban a las arcas del estado español un 5% del PIB, y junto a ello, la política fiscal beneficia a los que más tienen, recayendo la carga sobre la clase trabajadora y la mayoría social. Hoy en el estado español aumentan los millonarios y también los pobres, agrandándose la brecha social.

Todo ello tiene sus efectos por la reforma del artículo 135 de la C.E., mediante el cual se hipoteca toda soberanía popular a los dictados de la UE y el BCE priorizando el pago de la deuda a los especuladores al bienestar y los derechos de la mayoría social. Es patente la descomposición del régimen del 78 y de una constitución que no reconoce los derechos de los pueblos y naciones del estado y que ya es papel mojado en sus referencias a derechos y libertades.

Ante ello y como respuesta a la movilización social contra estas criminales políticas, el gobierno aumenta la represión contra el pueblo, la reforma de la Ley de Seguridad Ciudadana y del Código Penal, que tiene por objeto la merma de derechos y libertades para silenciar a un pueblo que sufre y al que están empobreciendo como medio para la dominación y la explotación.

Las marchas de la dignidad vuelven a pedir a la mayoría social y a la clase trabajadora que se movilice, que demuestre en la calle que QUEREMOS VIVIR CON DIGNIDAD, que identifiquemos a los culpables de esta grave e injusta situación social y defendamos el programa de las marchas de la dignidad.

Un programa de mínimos con un gran consenso social y político en tormo al:
- No al pago de la deuda, ilegal, ilegitima y odiosa
- La defensa de los servicios públicos para todos y todas
- Trabajo digno con derechos y salario suficiente, reducción de la jornada de trabajo y renta básica
- Por el derecho a decidir de las personas, los pueblos y las naciones del estado en los aspectos que atañen a su vida y futuro
- La defensa de los derechos de la mujer y por un futuro para nuestra juventud
- Contra la precariedad laboral y social, No a las reformas laborales
- Contra la represión y contra la Ley Mordaza
- No a los tratados entre gobiernos y transnacionales contra los derechos sociales; no al TTIP
- Por el derecho a una vivienda digna y no al corte de los servicios esenciales de luz, agua y gas
- No a la OTAN, no a las guerras
 Caminado hacia la Huelga General


Fuente: