Mostrando entradas con la etiqueta ateismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta ateismo. Mostrar todas las entradas

sábado, 20 de octubre de 2012

'Submissión' (Sumisión) Cortometraje de Theo Van Goh (otra victima más de la religión)



Theo van Gogh  (La Haya, 23 de julio de 1957 – † Ámsterdam, 2 de noviembre de 2004) fue un cineasta, productor de televisión, columnista de prensa y actor holandés. Liberal radical y ateo anticlerical, era muy popular en Holanda por las encendidas polémicas en que se veía envuelto con cierta frecuencia. Era bisnieto de Theo van Gogh, hermano del famoso pintor holandés Vincent van Gogh. Murió asesinado en 2004 a manos de Mohammed Bouyeri, un islamista holandés de origen marroquí.
«Solo las religiones (un conjunto de creencias inspiradas en la fe ciega a unos textos prehistóricos, recopilación de mitos, leyes y poemas inspirados en la fantasía y la ignorancia) tienen la capacidad de convertir a personas normales en fanáticos asesinos.»
Debutó como realizador con Luger (1981). Por los filmes Blind Date (1996) y In het belang van de staat («En el interés del Estado», 1997) recibió un Gouden Kalf (el equivalente holandés al Oscar). Como actor, apareció en la producción De noorderlingen (1992). Posteriormente, trabajó para la televisión y como ácido columnista de actualidad para el diario Metro, entre otros. Criticó con dureza a la clase política por igual, con la excepción primero del líder derechista anti-inmigración Pim Fortuyn (asesinado en 2002) y luego de la diputada liberal de origen somalí Ayaan Hirsi Ali.

Las religiones organizadas fueron siempre objeto de su sarcasmo (primero hacia los líderes judíos y luego, a finales de la década de 1990, se centró en el islamismo). Su último libro fue Allah weet het beter («Alá lo sabe mejor», 1993), donde hacía gala de su estilo irónico y cínico y presentaba su visión demoledora del Islam. Van Gogh, al igual que Hirsi Ali, consideraba que el islamismo era una amenaza directa hacia la sociedades democráticas occidentales. Sus críticas hacia el Islam arreciaron tras los ataques del 11 de Septiembre.

A partir de un guión de Ayaan Hirsi Ali, produjo y realizó el cortometraje Submission («Sumisión»), que aborda el tema de la violencia contra las mujeres en las sociedades islámicas. El film se emitió en la televisión holandesa en agosto de 2004 y provocó gran indignación entre los musulmanes, que lo tacharon de «blasfemo». La película muestra a cuatro mujeres maltratadas y semidesnudas cuyos cuerpos han sido caligrafiados con textos denigrantes para la mujer, sacados del Corán.

Asesinato

Van Gogh, que pese a las amenazas de muerte recibidas eludía la protección policial, fue asesinado poco después por un islamista holandés de origen marroquí en plena calle. Van Gogh se dirigía en bicicleta a su trabajo cuando un tal Mohammed Bouyeri, de 26 años y miembro de una organización islamista radical, le disparó, derribándolo de la bicicleta. Bouyeri, que portaba una chilaba larga, lo remató a quemarropa en el suelo con veinte tiros más, lo apuñaló varias veces y finalmente lo degolló. En el cadáver del director, clavada con un cuchillo en el pecho, el asesino dejó una carta de cinco páginas, firmada «en nombre de Alá», que incluía amenazas a los gobiernos occidentales, a los judíos y a los no creyentes en Mahoma. La carta iba dirigida a Ayaan Hirsi Ali y les prometía a ella y a otros dirigentes holandeses (que citaba por sus nombres) un final similar.

theo_van_gogh (1)

El asesinato y la manera ritual en que se produjo provocó una enorme conmoción en los Países Bajos, hasta el punto de que algunos lo llamaron el «11 de Septiembre» holandés. Por vez primera se abrió un debate franco sobre el fundamentalismo y la integración de los inmigrantes en los Países Bajos que —hasta entonces (salvo algunas excepciones como las de Pim Fortuyn)— se había eludido o se había considerado inapropiado.

El autor del crimen, Mohammed Bouyeri, fue detenido poco después, tras un intercambio de disparos con la policía a resultas del cual fue herido en una pierna. Nacido en Ámsterdam, aparentemente bien educado y bien integrado, no respondía al perfil del loco solitario. Fue acusado por la fiscalía de seis cargos criminales. El juicio contra Bouyeri se celebró durante el mes de julio de 2005.
«Actué estrictamente en nombre de mi religión —declaró al Tribunal— Algún día, si me liberasen, haría exactamente lo mismo».
Dirigiéndose a la madre de van Gogh, le dijo:
«No puedo sentir nada por usted [...] porque creo que es una infiel».
El 26 de julio de 2005 fue sentenciado a cadena perpetua.

Mientras se celebraba el juicio, un consejo municipal de Ámsterdam se negó a que se erigiese un memorial en recuerdo de Theo van Gogh en el lugar del asesinato porque podría causar división. Sólo las protestas de la madre, que llamó cobardes a los miembros del consejo municipal, logró que cambiasen de opinión. Finalmente, el 18 de marzo de 2007 fue inaugurada una escultura en su memoria titulada El grito, que representa al cineasta gritando en defensa de la libertad de expresión. Está situada en el Oosterpark, al este de Ámsterdam, cerca del lugar donde fue asesinado.

De_schreeuw_-_oosterpark

Opinión
  
Cualquier ideología que impide la libertad de expresión y es incapaz de razonar ante una critica convirtiendo a personas aparentemente normales en asesinos, no merece consideración ni valor alguno.

Este es otro crimen más provocado gracias a la fe fundamentalista en unas creencias absurdas. Estas creencias (de cualquier religión), no se basan en pruebas y argumentos. Convierten a la persona en un ignorante intelectual incapaz de discernir entre el bien y el mal por si mismo. También lo convierten en una persona que, al no poder argumentar y defender sus creencias con la palabra, tiende a mostrar su frustración convertida en ira.

Siempre y cuando la lógica y la ciencia contradicen o cuestionan su religión (un amalgama de mitos, cuentos y leyendas), este opta por negarlas de tal forma que su moral se ve afectada por los mandatos y la intolerancia propias de una persona que no ha evolucionado y se ha quedado estancada en pleno siglo XXI con la mentalidad de una persona de la época de la edad del bronce. Debido al miedo de un castigo «divino», esta persona opta por no cuestionar estas creencias creando un escudo mental que, después de años de un intensivo lavado de cerebro (producido por su religión), es incapaz de pensar por si mismo y cuestionar esas creencias.

El «polémico» cortometraje

viernes, 19 de agosto de 2011

La militancia antilaica de la Iglesia


Por
Vicenç Navarro

http://www.vnavarro.org/?p=6069

El máximo dirigente de la Iglesia católica, Benedicto XVI, ha denunciado en repetidas ocasiones lo que él ha definido como “el laicismo militante” que supuestamente existe en España, semejante –según él– al ocurrido durante los años treinta en este país. De estas y otras declaraciones se deduce que percibe esta militancia laica como una amenaza para la Iglesia (traducida en un anticlericalismo) y también para la sociedad, pues representa una intolerancia hacia la religión católica impropia en una sociedad democrática, donde todas las religiones deberían respetarse, con especial consideración a la católica –tal y como reconoce la Constitución de 1978–, que es a la que supuestamente pertenece la mayoría de la población española.


Una estampa clero-fascista alemana.

Esta crítica al laicismo es sorprendente pues muestra un escaso conocimiento de la historia de España. Una lectura objetiva de nuestro pasado muestra que ha sido la Iglesia católica la que históricamente ha mostrado una enorme hostilidad hacia el laicismo, habiendo además violado los derechos democráticos, no sólo de la población laica, sino de la mayoría de la población española a lo largo de nuestra historia. La mayor expresión de tal hostilidad se dio durante los años treinta a los que Benedicto XVI hace referencia, a los cuales podría añadirse la experiencia antilaica de la Iglesia durante los años cuarenta, cincuenta, sesenta y setenta, que el papa silencia e ignora.

Es importante recalcar que la Iglesia católica apoyó un golpe militar que terminó con un proceso democrático (y que asesinó al mayor número de españoles en su historia), lo cual fue objeto de la ira de las clases populares que, viendo a la Iglesia como parte militante del golpe, agredió al clero y a las instituciones de la Iglesia sin que tales actos contaran con el apoyo del Gobierno republicano democráticamente elegido. La brutal represión que el golpe instauró, sí que contó, sin embargo, con el apoyo del Estado dictatorial del cual la Iglesia formó parte. Su objetivo fue imponer su ideología. Basta leer el Catecismo patriótico español publicado en 1939 y en 1951, en el que se afirmaba que los enemigos de España eran “el socialismo, el comunismo, el sindicalismo, el liberalismo y el laicismo”. Benedicto XVI debería conocer y reconocer que tal creencia significó la eliminación de las personas pertenecientes a aquellas sensibilidades, lo que provocó no sólo su expulsión, encarcelamiento, tortura y exilio, sino también su fusilamiento, todo ello a fin de “no tolerar a los envenenadores del alma popular” (Decreto de depuración de los funcionarios del Estado de 1939). En la mayoría de los tribunales en los que se decidía la eliminación de laicos, socialistas, comunistas, judíos y masones, estaba la Iglesia como parte y testigo. En realidad, en muchos de estos tribunales el informe de denuncia era escrito por los párrocos. Tal hostilidad de la Iglesia fue incluso más acentuada hacia los educadores de la enseñanza laica. Hubo casos como el de un sacerdote aragonés que llegó a informar de que el maestro de su pueblo era “fusilable” (citado en el libro La Dictadura de Franco, de Borja de Riquer, del cual extraigo los datos de la represión durante la dictadura). La depuración de los maestros de la escuela pública laica fue masiva, acusándoles de querer inculcar valores laicos que contaminaban el alma popular. El objetivo de tal represión fue la “recristianización de la sociedad”, tal como indicó el ultraderechista Ibáñez Martín, ministro de Educación durante el periodo 1939-1951.

Franco bajo palio, un privilegio eclesiástico del Generalísimo.

Esta represión alcanzó a todos los estamentos de la enseñanza pública, incluyendo las universidades, y todos los niveles dentro de ellas. De los 580 catedráticos universitarios existentes en España, 20 fueron ejecutados, 150 fueron expulsados y 195 se exiliaron. En algunas universidades, como en la Universidad de Barcelona, el 44% de su profesorado fue sancionando. La Iglesia supervisó y/o participó en cada una de estas denuncias. Como afirmó una autoridad educativa citada por De Riquer, era preferible que “una universidad estuviera integrada por ignorantes pero buenos, que por doctos pero malos”. Ser malo era tener, entre otros valores, el del laicismo.

Otra área en la que se plasmó la militancia antilaica de la Iglesia fue en el periodismo. La autorización para poder ser periodista pasó a ser muy restrictiva, según criterios definidos por la Iglesia, la Falange (el partido fascista) y el Ejército. De los 4.000 periodistas que solicitaron realizar su profesión entre 1939-1940, sólo lo obtuvieron unos 1.800. A todos los demás se les denegó el permiso de trabajar como periodistas al no ajustarse al criterio del tribunal político-religioso que evaluaba su “competencia”.

Benedicto XVI debería conocer y reconocer estos hechos ampliamente documentados en España, aún cuando han sido ocultados en la mayoría de medios de mayor difusión, y muy en particular en los influenciados por las derechas españolas. Estas, como la Iglesia, nunca han condenado sin paliativos aquella dictadura y los horrores que se hicieron en teoría en nombre de Dios, en la práctica, en la defensa descarnada de sus intereses materiales. Su enorme oposición a las fuerzas democráticas se debe a que estas desean una pérdida de los excesivos derechos que el régimen democrático –resultado de una Transición inmodélica– le otorgó, incluyendo su reconocimiento preferencial que le concede la Constitución, que contradice la aconfesionalidad del Estado, y que ha dado pie a toda una serie de privilegios heredados del régimen dictatorial anterior y que deben eliminarse. La visita de Benedicto XVI no es un paso adelante en esta vía correctiva, pues ni conoce ni reconoce el enorme sufrimiento que la Iglesia impuso a la población española, ni pedirá perdón al pueblo español por ello, ni cederá ni un ápice en el goce de sus privilegios. Así es la Iglesia católica.

Vicenç Navarro. Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas de la Universitat Pompeu Fabra.

El obispo de Valladolid junto al ministro falangista
Raimundo Fernández-Cuesta y otros católicos.

domingo, 7 de agosto de 2011

Reflexiones sobre el ateísmo, las creencias y el poder

Juan Cáspar


El ateísmo fue inherente al movimiento socialista desde sus orígenes, aunque únicamente los anarquistas iban más lejos con el rotundo y significativo lema «ni Dios, ni amo». Es decir, no al principio de autoridad, ya sea sobrenatural (poniéndola en primer lugar) o muy terrenal. Anarquismo es sinónimo de autonomía, a nivel individual y social, y tal noción no es totalmente posible si existe algún tipo de voluntad suprema. Insistiremos, desde siempre el anarquismo ha hecho propaganda contra la religión, por considerar que es consustancial a ella la existencia de alguna forma de autoridad por encima de los seres humanos. Es algo muy sencillo, y demasiado evidente, no puede haber libertad con la presencia de un amo, ultraterreno, eclesiástico, ideológico o político, del tipo que fuere. Por lo tanto, dejaremos claro que el deseo de autonomía es propio del anarquismo. La opción, individual a priori, de estar solo y renunciar a cualquier tipo de «guía» requiere, como es lógico, un gran esfuerzo, voluntad y una reflexión continua. No pocas veces, se acusa al ateo de dogmático y de cerrarse a indagar en lo que podemos llamar «especulación metafísica». Bien, el término ateo recoge a muchos tipos de personas e ideas, pero lo que puede unir a un ateísmo combativo es haber comprendido los mecanismos que conducen a creer en según qué cosas (necesidad, tranquilidad, miedo...) y otorgar un horizonte amplio a la razón y a la ciencia. Sí, es posible que la negación de los viejos autoritarismos religiosos no haya conducido a muchas personas al ateísmo que proponemos (es decir, a la negación «de» para, posteriormente, construir una realidad humana mejor: son los conceptos «negativo» y «positivo» de la libertad), pero yo llamaría la atención sobre esos mecanismos anteriormente mencionados, es posible que no difieran demasiado en las diversas creencias por muy diferente que se presenten en su envoltorio o por muy sofisticadas que quieran aparecer. Si, además, hay tantas creencias que se presentan hoy en día con el subterfugio de «cierta» legitimidad científica, la cosa se complica un poco (no demasiado, si tenemos las cosas claras y seguimos confiando en un conocimiento sólido y en nuestras convicciones).


Volvamos al viejo lema anarquista contrario a cualquier instancia divina y a todo amo terrenal, que a pesar de su aparente simpleza es el obvio punto de partida de una sociedad libertaria. Esa negación requiere un gran esfuerzo (puede decirse que los sometidos tienden a relajarse, como sostenía La Boétie en su Discurso de la servidumbre voluntaria, o el propio Hegel cuando afirmaba que el poder del amo se alimentaba del miedo del esclavo), una tendencia ardua y fatigosa hacia la libertad, finalmente satisfactoria, por supuesto, y con pocas posibilidad de que haya un camino de retorno. Se dice continuamente que estamos en una etapa de decadencia (algo que no es solo propio de esta crisis actual, llevamos ya mucho tiempo así y difícil es no recordar un tiempo en el que no se haya analizado de esta manera), y solo el anarquismo parece resistir bien al paso del tiempo como movimiento. Hay quien ha señalado que esto es así por ser el movimiento libertario más una moral que cualquier otra cosa, algo con lo que estoy de acuerdo.

La intolerable decadencia que sufren las más variadas doctrinas religiosas y políticas no afecta a quienes no negocian con sus convicciones, y tampoco se mantienen alejados en ninguna suerte de «idealismo», sino que pretenden incidir permanentemente sobre el mundo en el que viven. El desprestigio de la razón, tal y como surgió del proyecto de la modernidad, ha dado cabida a todo tipo de creencias, que a mi modo de ver no son más que el síntoma de esa decadencia. El anarquismo confía también en la razón (no sé si denominarlo «racionalismo», ya que se trata de una corriente filosófica muy determinada, aunque sí hay un sentido coloquial que me parece muy diferente y apropiado), y se trata de darle un mayor horizonte, no de dar cabida a lo irracional y a posturas espirituales, pseudocientíficas y místicas de lo más cuestionables. Es por eso que la decadencia y el despiste de todo tipo que sufrimos haya conducido a buscar refugio en nuevas creencias, como todo lo relacionado con la llamada Nueva Era [«New Age»], tan detestable en mi opinión, o creencias exóticas, como es el caso de las religiones orientales, que se presentan con una autenticidad más o menos explícita.

Existen posturas históricas, morales e ideológicas, que son muy recuperables, la decadencia que sufrimos es precisamente síntoma de la tergiversación y renuncia que han sufrido. Por supuesto, no somos reaccionarios ni fanáticos, somos progresistas y creemos profundamente en la libertad, lo que ocurre y no gusta a muchos es que no hemos negociado con nuestra moral. Son aclaraciones que hay que realizar, y demostrar, de forma continua para refutar afirmaciones de gran pobreza intelectual y mezquindad. Sigue habiendo motivos para reflexionar sobre el ateísmo y para reivindicar el viejo lema anarquista: «Ni Dios, ni amo». Religión y jerarquía social Por lo tanto, con todos los matices que se quiera, y me parece adecuado entrar en una confrontación de ideas al respecto (a un nivel humano, que de eso se trata), la visión libertaria considera que las creencias religiosas (y otras formas de fe) son un claro obstáculo para toda autonomía social e individual.

Desgraciadamente, los efectos de la religiosidad institucionalizada continúan siendo una triste realidad, los fundamentalismos son la amenaza real de las distintas confesiones. Aunque, socialmente, el apoyo que las personas dan a su supuesta confesión religiosa es muy relativo, la Iglesia sigue jugando con los datos de una sociedad presuntamente católica en aras de conservar privilegios. A pesar de las acusaciones del actual pontífice sobre lo que él denomina «laicismo agresivo», no hay un análisis político y social efectivo sobre el papel de la Iglesia católica. La crisis, no solo económica, también intelectual y de valores, que sufrimos hace que vivamos de pobres tópicos sobre el «peligro único» del fundamentalismo islámico, cuando seguimos tolerando el poder de una institución eclesiástica en un supuesto Estado aconfesional.

No hay voces que trasciendan el conformismo, con gloriosas excepciones, claro está, para alertar sobre el peligro de las certezas religiosas. Porque, a pesar de lo que estoy seguro de que piensan muchas personas, este debate no es secundario. El perfeccionamiento moral e intelectual, negando a cualquier institución jerarquizada que se arrogue toda pretensión de verdad, es probablemente una cuestión más importante que nunca. A pesar de que parezca propio de un nivel preescolar, todavía se sigue manteniendo que los valores están íntimamente ligados a una formación religiosa, incluso por muchos que consideran insostenibles ciertos dogmas. Recordaremos, una vez más, que las mayores barbaridades a lo largo de la historia se han hecho en nombre de fanatismos (religiosos y políticos), es decir, apelando a una idea trascendente. Muchos considerarán perfectamente disociable la creencia religiosa y el fundamentalismo, pero tal vez la diferencia sea solo de grado.

Por otra parte, en este análisis sobre la situación de la religión en el siglo XXI hay un arma de doble filo: por una parte, se nos acusa a los ateos y anticlericales (una palabra a la que no tengo ningún miedo, aunque me gusta siempre extender la visión cuando se emplea) de algo así como antiguos (decimonónicos); sin embargo, esa pobre alusión oculta un análisis en el que la visión de Marx (y otros) me sigue pareciendo muy válida, millones de personas en el Tercer Mundo siguen aferrándose a la creencia religiosa ante el horror que sufren en su vida terrenal (el famoso «opio del pueblo» de Marx se refería a esto, al consuelo que otorga la religión). Jugar con esos datos a nivel mundial, cuando tantas personas se encuentran en la miseria, y cuando se puede establecer una vinculación entre la realidad social y la creencia religiosa, es, cuanto menos, mezquino. Son reflexiones que lanzo sobre los elementos (supuestamente) positivos de la religión, pero que olvidan otros factores importantes. Es una discusión recurrente la que se produce, cuando vinculamos la religión con lo social y político. En otras palabras, con una cuestión de poder.

Es difícil relegar la religiosidad a una cuestión de conciencia individual, cuando precisamente son las instituciones eclesiásticas las que han combatido siempre toda libertad al respecto. A estas alturas, solo podemos observar la posibilidad del florecimiento social gracias al arrinconamiento continuo del poder religioso (aunque, naturalmente, tengamos que tener en cuenta la existencia de otros poderes coercitivos de similar cometido). Frente a toda la retórica, más o menos explicita, que manifiestan las autoridades religiosas, se impone una idea con fuerza: las certezas religiosas son un peligro para las libertades humanas. Naturalmente, esta crítica abre la veda para otros tópicos, como es el caso de las acusaciones de relativismos. Precisamente, los partidarios del absolutismo pretenden alertar sobre esta cuestión; frente a ellos, la defensa de un relativismo que sirva para fortalecer los valores humanos. Conceptos asociados a la religión, como es el caso de milenarismo, mesianismo, dogmas, evangelio o revelación son, y solo nombrándolos ya lo podemos apreciar, insostenibles en una sociedad plural y abierta al conocimiento.


Todos estos conceptos más o menos arcaicos hacen ver, en mi opinión, que la religiosidad nos es relegable a lo privado, que incluso la idea de «salvación» tiene aspiraciones sociales, y que todo ello resulta indisociable de las pretensiones de poder de las estructuras eclesiales. Entre las múltiples críticas que realizamos a la religión, desde una perspectiva libertaria, está la legitimación que suponen de las jerarquías. Aunque esta visión requiere matizaciones, y solo alcanza su plena expresión con el monoteísmo, podemos considerar que la idea de que «todo el poder viene de Dios» alcanza un reflejo en un orden social rígidamente jerarquizado. Las cosmogonías religiosas determinan también las estructuras sociales. No es posible que existan personas autónomas en el pensamiento religioso, y sí «fieles», «súbditos», «ovejas» (parte de un rebaño) o toda suerte de miembros de un grupo subordinados a un jerarca o a una tradición. A pesar de su cambio de estrategia ante los nuevos tiempos, el objetivo de la Iglesia siempre ha estado en obtener el poder absoluto, presuntamente establecido por la máxima figura de la divinidad. Incluso, algo tan obvio en el transcurrir de los tiempos como es la visión laica, la separación entre Iglesia y Estado, es un evidente peligro para el poder religioso (y una falacia en la práctica, ya que se prima en tantos países la confesión católica). Aunque el poder político, concretado en alguna forma de Estado, posee el mismo peligro, en el caso de las estructuras eclesiásticas es más evidente la imposibilidad de opinar sobre sus leyes, siendo necesaria una clase mediadora capaz de interpretar la «legítima» e «infalible» voluntad divina.

No hace falta saber demasiado de historia para comprender que la aceptación de regímenes democráticos por parte de la Iglesia, aunque siempre exista esa denuncia de la laicidad que pone en peligro su poder, se hizo después de ser inaceptable para la historia y la sociedad una monarquía absoluta legitimada por la divinidad. Incluso, en un afán constante por reescribir la historia a gusto de algunos estamentos, se pretende hacer creer que ciertos valores (como es la fraternidad o la propia idea de la democracia como consenso) tienen un origen exclusivamente cristiano. La realidad es que la forma de gobierno le es indiferente a la Iglesia, si puede preservarse la religión y la moral tal y como ella dispone. Naturalmente, el anarquismo es algo muy diferente, ya que presupone hombres libres y autónomos dispuestos a comunicarse racionalmente con sus semejantes para autogestionar la sociedad civil. Presupone la imposibilidad de una autoridad legitimada apriorísticamente. Aunque la palabra democracia requiera de muchos matices, debido a su condición meramente formal y a su rendición al Estado y al capitalismo, podemos decir que su historia y la de la lucha por las libertades civiles es la de la lucha constante contra un poder religioso permanentemente opuesto a la libertad de conciencia. La idea de un poder extrahumano, y consecuentemente la de la existencia de grandes verdades que trascienden la existencia del hombre, no es más que la negación permanente de unas leyes civiles, capaz de cuestionar todo orden instituido. La mención constante a que el hombre no puede hacer lo que le venga en gana (una idea bastante infantil acerca de la condición humana), en boca de una clase mediadora es solo una apelación al peligro de un supuesto caos social para preservar su poder. Precisamente, la idea de autonomía presupone que el hombre es libre, es decir, que puede hacer lo que desee en una sociedad de respeto y reconocimiento a sus semejantes (individuos igualmente libres y autónomos). Aunque esto requiera matizaciones debido a la gran tradición de lo que se conoce como pensamiento religioso (pero, teniendo en cuenta que la sujeción y sometimiento del ser humano se producen en mayor o en menor medida), éste se muestra como el más acérrimo defensor de las jerarquías y el más notable adversario de la autonomía humana. Derribar todo el edificio autoritario debe suponer dar entrada a la razón, al conocimiento y a la libertad. No es meramente una cuestión de conciencias individuales enfrentadas a otros, ya que la religión pretende aportar verdades irrefutables que trascienden la existencia humana e imposibilitan el cambio en aras de regirse autónomamente a nivel, tanto individual, como colectivo. Es solo el propio hombre, actuando a un nivel humano y sin injerencias sobrenaturales, negando a cualquier clase mediadora que pretenda arrogarse un conocimiento trascendente, el que puede otorgar auténtica dignidad a la existencia.

Tierra y Libertad, 276 (julio de 2011).