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domingo, 11 de mayo de 2025

El gran apagón: la fragilidad energética que nadie quiso ver

(Artículo retirado —o censurado— de CTXT por deseo —y autocensura— de uno de los diez autores.)

El gran apagón del pasado 28 de abril no solo supuso una disrupción total del funcionamiento de nuestra sociedad, sino que fue mucho más que eso. Fue la constatación de la fragilidad del modo en que organizamos nuestras vidas. Nos asomamos a un abismo que queríamos creer que estaba mucho más lejos y era mucho menos profundo. Y aunque ahora estén los de siempre intentando restar importancia a lo que ocurrió, o convencernos de que no vimos ese abismo, sabemos perfectamente lo que vimos.

A día de hoy se está discutiendo cuál pudo ser el disparador concreto de la caída masiva de la red eléctrica, pero lo que de verdad interesa es saber si la red era y es lo suficientemente robusta. Y la respuesta corta es que no. Nuestra red eléctrica no es lo suficientemente robusta. Durante demasiadas horas y durante demasiados días del año sus sistemas de estabilización no son capaces de responder a eventos raros ‒pero no excepcionales‒ de perturbación de la red. Esto es lo que se conoce como inercia de una red eléctrica. La oferta y la demanda de energía eléctrica deben estar sincronizadas a cada instante, y si alguna de ellas varía, inmediatamente se activan mecanismos de compensación.

Cuando se diseñó la red eléctrica, todos los métodos de generación de electricidad (hidroeléctrica –la vieja renovable–, centrales térmicas, nucleares, ciclos combinados) se basaban en lo mismo: un líquido o gas, cuyo flujo puede ser regulado, empuja una turbina de varias decenas de toneladas, que genera así una señal eléctrica oscilante (corriente alterna) con una forma muy precisa (sinusoidal) y perfectamente repetitiva. Ese comportamiento permite dotar al sistema de estabilidad, porque hace más fácil sincronizar el movimiento de todos los generadores (si alguno va desfasado, se producen cortocircuitos de gran potencia que pueden fundir los elementos que no van «al paso»). Además, eso permite hacer bajadas de producción suaves y graduales (las turbinas, con su gran peso, tienen mucha inercia y conservan el movimiento mucho rato, aun cuando se cierren las válvulas al agua o gas). Además, estos sistemas (con la notable excepción de la nuclear) son despachables (es decir, pueden ajustarse a voluntad, básicamente abriendo o cerrando escotillas o válvulas), y son flexibles (esto es, pueden adaptarse fácilmente a los cambios de demanda y oferta de la red), así que se ajustan casi automáticamente a esos cambios.

Por el contrario, las nuevas renovables (eólica y fotovoltaica) dependen de que en ese momento haya viento o sol (son intermitentes, en oposición a los sistemas despachables), son asíncronas y no son inerciales. La que peor sale parada es la fotovoltaica, porque la corriente que genera es continua y por tanto necesita generar la onda de corriente alterna sintéticamente, usando unos dispositivos electrónicos denominados inversores. Por eso, con las nuevas renovables, conseguir mantener la sincronía con la red es siempre un reto, y la adaptación a los cambios es casi imposible: son sistemas inflexibles.

Con las nuevas renovables, conseguir mantener la sincronía con la red es siempre un reto

¿Puede dotarse a las nuevas renovables de inercialidad y de cierto grado de flexibilidad? Posiblemente nunca podrá funcionar exactamente igual que los viejos sistemas, pero se pueden mejorar mucho sus características con el uso de sistemas de estabilización adecuados, desde las baterías y los supercapacitores, pasando por los volantes de inercia hasta los motores reactivos, sales fundidas y otros sistemas de almacenamiento de energía de lo más diverso, que permiten absorber la energía cuando sobra y devolverla cuando falta. Cada sistema tiene sus tiempos de respuesta y de duración específicos, y un sistema bien equilibrado requerirá de una mezcla adecuada de todos ellos. Sin ellos, en los momentos en los que hay una gran penetración de las nuevas renovables, el sistema no tiene margen de maniobra y cualquier pequeña inestabilidad puede ampliarse sin control hasta hacer caer la mayor parte de la red, como pasó el 28 de abril. Además, a estos sistemas de estabilización, para un sistema puramente basado en renovables intermitentes, hay que sumar otros elementos de almacenamiento a medio y largo plazo, que aseguren el suministro de energía cuando la producción baje, por ejemplo, debido a la reducción de horas de sol en invierno, generando y almacenando excedentes en verano.

La conclusión es, pues, que nuestra red eléctrica es más frágil de lo que debería, y que es el modo en que se han introducido de forma masiva las energías fotovoltaica y eólica lo que ha ocasionado ese aumento de la fragilidad.

Tenemos ahora dos grandes preguntas. La primera es: ¿esto se sabía? Y la segunda: ¿por qué se han introducido así las nuevas renovables?  La respuesta a la primera pregunta es un categórico sí. No solo quienes firmamos el presente artículo habíamos avisado en repetidas ocasiones de esta situación, sino que la propia compañía encargada de la gestión, Red Eléctrica de España, había alertado del riesgo de desconexiones severas en su informe anual a los inversores de 2024, precisamente por la introducción masiva de las renovables sin el suficiente respaldo (a falta de sistemas de estabilización, se puede mantener la estabilidad de la red usando centrales convencionales de respuesta rápida, pero para ello deben estar listas, y eso, en el caso de la elección más habitual, los ciclos combinados, implica quemar cierta cantidad de gas para mantener cierta inercia rotatoria con su coste correspondiente). También la CNMC había avisado de problemas para el control de la tensión por el mismo motivo.

Respecto a la segunda pregunta, la respuesta es bastante sencilla: para ahorrar dinero. Y no estamos hablando de una cantidad pequeña, sino de cantidades enormes de dinero. Porque si queremos ir a un modelo en el que durante la mayor cantidad de tiempo posible la electricidad que produzcamos sea de origen renovable, eso implica acompasar el despliegue de plantas con la instalación de esos sistemas de estabilización, que son extraordinariamente caros.

Para que el apagón del pasado 28 de abril llegara a ocurrir intervinieron varios factores que no son técnicos, sino puramente humanos. El primero es la codicia de las compañías eléctricas, que obviamente han presionado para vender el máximo de producción renovable posible y no sufrir desconexiones ‒curtailments‒ por motivos técnicos de estabilización de la red. Es lo que cabe esperar cuando se ha dejado en manos casi exclusivamente del mercado un servicio esencial. Y lo hemos permitido incluso sacrificando sectores vitales como la agricultura, o peor aún, poniendo en riesgo los modos de vida que garantizan la biodiversidad de la que dependemos, la vida auto organizada de comunidades secularmente adaptadas, incluidas las humanas.

Pero los factores humanos no son solo estos. ¿Por qué el legislador no obligó a introducir los mencionados sistemas de estabilización a la vez que se aumentaba la capacidad de generación renovable? Aquí la respuesta es más compleja, pero existe una causa. Desde hace años muchas personas sensibilizadas por los temas medioambientales, entre ellas los firmantes de este artículo, hemos denunciado que la forma en que se pretendía reducir la dependencia energética de los combustibles fósiles ni era la correcta ni, en definitiva, iba a servir para reducir emisiones de gases de efecto invernadero. En primer lugar, las nuevas tecnologías de captación de energías renovables (que son sobre todo eólica y fotovoltaica), no son ni mucho menos tan baratas como han querido hacer creer si tenemos en cuenta los costes ocultos de estabilización de la red. Se nos ha vendido que se había dado con la solución mágica para los problemas de las actuales fuentes de energía, con la que íbamos a conseguir la neutralidad, o casi, a nivel medioambiental y seguir con nuestras vidas normales y el sagrado crecimiento económico para siempre. Pero el problema es que nos han mentido. Una conjunción de intereses empresariales de las grandes energéticas y unos políticos que han encontrado la ocasión de parecer los abanderados del medio ambientalismo han provocado la fragilización de la red que llevó al gran apagón del 28 de abril.

Se nos ha vendido que se había dado con la solución mágica para los problemas de las actuales fuentes de energía

Ahora tenemos cuatro grandes problemas. Por una parte, tenemos a los reaccionarios de siempre, que niegan que exista un problema medioambiental y que haya escasez de combustibles fósiles, y que pretenden vendernos que seguimos en un mundo que desapareció hace ya más de 50 años, en la primera crisis del petróleo en 1973. Aunque saben que esto es falso, tratan de colocar su mercancía averiada con la esperanza de poder seguir manteniendo sus privilegios el mayor tiempo posible, aunque sea a costa de provocar un cambio climático descontrolado y, a la postre, un mundo inhabitable para el ser humano.

En segundo lugar, tenemos a los razonables, que hablan de ir introduciendo energías que no emitan gases de efecto invernadero, pero siempre y cuando la economía no se resienta. Pero, ¿qué van a pensar estos cuando se den cuenta de que son caras si se introducen debidamente y, por tanto, siempre van a perjudicar a la economía? Sobre todo en un mundo cada vez más difícil en el que ese crecimiento cada vez es más complicado de conseguir.

Luego tenemos a los tecnoptimistas, que creen que la tecnología lo solucionará todo y que hay que apostar por la energía nuclear de fisión de uranio hasta que lleguen, primero, las centrales de torio, y luego, las de fusión nuclear. A estos optimistas nos gustaría preguntarles varias cuestiones. Primero, si creen que la proliferación nuclear es la mejor de las ideas en un mundo cada vez más inestable. Segundo, si han sumado las necesidades de uranio para cubrir la demanda energética fósil mundial y se han dado cuenta de que no son ni remotamente suficientes. Y tercero, si creen que esas tecnologías futuras en las que confían van a ser realidad solo porque al ser humano, según ellos, le convenga tenerlas.

Por último, tenemos a quienes algunos llamamos greenewdealers (en referencia al Green New Deal), que confían en las energías fotovoltaica y eólica como el Santo Grial de la energía, sin darse cuenta de que estas energías no son solo mucho más caras de lo que nos han contado, sino que, además, tampoco disponemos de las materias primas requeridas por estos sistemas, algunas de ellas muy escasas, en cantidad suficiente como para sustituir a los combustibles fósiles. Y, no digamos ya, si además pretenden sostener el sacrosanto crecimiento económico.


Entonces, ¿no existe salida? La respuesta corta es que sí que existe. Por supuesto que existe.

En primer lugar es preciso replantearse a fondo la forma actual del despliegue de las energías renovables y, en general, la configuración de todo el sistema energético, ya que ha dejado de ser un servicio público para ser un medio de concentración de riqueza en cada vez menos manos.

En el fondo subyace que el crecimiento económico como objetivo irrenunciable del ser humano es algo muy nuevo en nuestra historia. Pero existen otros modos de organizar nuestras sociedades de forma que no sea necesario el crecimiento. Modos en los que han pensado muchas personas desde hace mucho tiempo. Unos modos que consisten en priorizar lo importante para todas las personas sobre lo superfluo, en respetar y cuidar el mundo que garantiza nuestras vidas, no solo para la generación actual sino para las generaciones futuras, pues nuestra existencia depende completamente de él; en reconocer la realidad de que el impacto que ejercemos sobre el planeta es ya es demasiado grande y hay que reducirlo radicalmente, sin consentir los ofensivos beneficios de un engranaje institucional y empresarial que, mientras hace gala de sostenibilidad en los medios, nos arrastra hacia una inmolación colectiva.

Por eso está única salida viable exige cambiar el modo en que nos pensamos y pensamos el mundo, y esto es precisamente lo que hace que esté fuera del gran debate público, dominado por intereses de gentes que gozan de enormes privilegios que no serían posibles en ese mundo diferente. Un mundo en el que recuperemos la conciencia de lo que es importante de verdad a la vez que no dejamos a nadie atrás. ¿Es posible? Por supuesto que es posible. Todavía es posible, pero cada vez queda menos tiempo y hay que comenzar cuánto.

 

RESUMEN

El Gran Apagón: Fragilidad Energética y un Llamado al Cambio

El artículo analiza las causas y consecuencias del gran apagón del 28 de abril, señalando que este evento expuso la vulnerabilidad del actual sistema eléctrico. Lejos de ser un incidente aislado, el apagón reveló una fragilidad sistémica, invitando a una profunda reflexión sobre el modelo energético.

Ideas Principales del Artículo:

 

Fragilidad de la Red Eléctrica: La red eléctrica actual no posee la robustez necesaria, especialmente por la forma en que se han integrado masivamente las energías renovables como la fotovoltaica y la eólica. Durante muchas horas al año, los sistemas de estabilización son incapaces de responder a perturbaciones.

Problema de la Inercia y Estabilidad: Las fuentes de energía tradicionales (hidroeléctrica, térmicas, nucleares) ofrecían estabilidad e inercia al sistema, facilitando la sincronización y la adaptación gradual a los cambios de demanda. En contraste, las nuevas renovables (eólica y, especialmente, fotovoltaica) son intermitentes, asíncronas, no inerciales y menos flexibles, lo que dificulta mantener la sincronía y adaptarse a los cambios.

Necesidad de Sistemas de Estabilización: Para integrar adecuadamente las nuevas renovables y evitar apagones, es crucial invertir en sistemas de estabilización como baterías, supercapacitores, volantes de inercia y otros sistemas de almacenamiento de energía. Estos sistemas, aunque caros, son necesarios para dar margen de maniobra al sistema cuando hay alta penetración de renovables.

Conocimiento Previo del Riesgo: Tanto los autores del artículo como Red Eléctrica de España y la CNMC habían advertido previamente sobre los riesgos de la introducción masiva de renovables sin el respaldo adecuado.

Motivaciones Económicas: La introducción de las renovables sin la debida estabilización se atribuye principalmente al ahorro de costes por parte de las compañías eléctricas.

Factores Humanos y Políticos: La codicia de las compañías eléctricas y la inacción de los legisladores al no exigir sistemas de estabilización simultáneos al aumento de la generación renovable son factores humanos clave. Se critica una confluencia de intereses empresariales y políticos que han fragilizado la red.

Crítica a las «Soluciones Mágicas»: El artículo cuestiona la narrativa de que las nuevas renovables son una solución barata y sencilla, señalando costes ocultos de estabilización. También se muestra escéptico ante el tecno-optimismo que confía ciegamente en futuras tecnologías como la fisión o fusión nuclear sin considerar sus implicaciones o viabilidad.

Insuficiencia de Materias Primas: Se plantea que no se dispone de suficientes materias primas para que las energías fotovoltaica y eólica sustituyan completamente a los combustibles fósiles, especialmente si se pretende mantener el crecimiento económico.

Propuesta de Salida: La solución pasa por replantear el despliegue de renovables y la configuración del sistema energético, priorizando el servicio público sobre la concentración de riqueza. Se aboga por un cambio de paradigma que cuestione el crecimiento económico como objetivo irrenunciable y priorice lo esencial, el respeto al medio ambiente y la reducción del impacto planetario, sin dejar a nadie atrás. Se considera que este cambio es posible pero urgente.

En síntesis, el artículo utiliza el apagón del 28 de abril como punto de partida para una crítica profunda al modelo energético actual. Argumenta que la integración masiva de energías renovables, sin la necesaria inversión en sistemas de estabilización y motivada por intereses económicos y políticos, ha incrementado la fragilidad de la red. Los autores sostienen que los riesgos eran conocidos y proponen un cambio radical en la forma de concebir y gestionar la energía, cuestionando el dogma del crecimiento económico y abogando por un modelo más sostenible, equitativo y consciente de los límites planetarios.

VV.AA.

sábado, 2 de marzo de 2024

¡Cuidado con el ecologismo de Estado!

Por MIQUEL AMORÓS

Vivimos en un mundo que no funciona, que está en franco declive, que se hunde, tal como parecen indicar los síntomas de la degradación directamente comprobables, desde el desarreglo climático hasta las hambrunas y patologías emergentes, desde la contaminación generalizada y la deforestación galopante hasta la desigualdad social creciente, desde la extensión de la peste emocional religiosa y nacionalista hasta las guerras por el control de recursos cada vez más escasos. No se trata pues de una simple crisis, sino de una catástrofe ecológica y social que adquiere visos de normalidad, puesto que lleva años produciéndose. En efecto, la economía global, último estadio de la civilización capitalista, se ha mostrado como una fuerza destructora mayor, capaz de alterar irreversiblemente los ciclos vitales de la naturaleza, de arruinar la sociedad y de destruirse con ambas. Hecho histórico inaudito, el impacto económico y tecnológico ha desbordado la esfera social adquiriendo la devastación dimensiones geológicas. Las condiciones de supervivencia de la especie humana están siendo profundamente deterioradas. La novedad es que no hay vuelta atrás. En resumen, el capitalismo es la catástrofe misma, y el problema no es que se derrumbe, una buena cosa se mire por donde se mire, sino que en su demencial carrera hacia el abismo nos arrastre a todos. Las almas cándidas que no paran de rogar por la salvación del planeta Tierra, por la preservación del hábitat de la humanidad, contra la extinción de las especies, harían bien en precisar que es del capitalismo en todas sus facetas del que hay que salvarlo, y que ello comporta su abolición, que es la de las desigualdades, de las jerarquías, de los aparatos políticos, de la división del trabajo, del patriarcado, de los ejércitos y de los Estados.

La Naturaleza ha pasado plenamente a formar parte de la economía; ha dejado de ser un entorno inmutable que soporta a una sociedad evolucionando históricamente. Se ha «civilizado» Tierra, mar, aire y seres vivos son meros objetos de mercado. La sociedad, capitalista por supuesto, se apropia de la Naturaleza, o como se suele decir, del medio ambiente, igual que se había apoderado antes de la sociedad. La Naturaleza ya no queda fuera de la historia, no es ajena al tiempo lineal de la sociedad de masas, puesto que las catástrofes que la afectan tienen origen social. Son consecuencia de un proceso histórico ligado al ascenso y consolidación de una clase que funda su poder en el control de la economía: la burguesía. Y esa misma clase, históricamente transformada, ha tomado conciencia de que el nuevo empuje de la economía —de un mayor avance en el saqueo del territorio— depende de la administración de las catástrofes que su despliegue ha provocado. La guerra contra la naturaleza continúa pero disimulada bajo una aparente paz ecológica. El catastrofismo es ahora parte importante de la ideología dominante —la de la clase dominante, hasta hace poco optimista y progresista— puesto que el pesimismo es más de recibo en un mundo que hace aguas. El desastre no se puede negar ni reconducir. Hay que admitirlo. La basura campa a sus anchas, el ocio industrializado hace estragos, la biodiversidad se pierde y la opresión se multiplica. El mensaje actual del poder es claro: la catástrofe es real, la amenaza del colapso es muy plausible, pero la responsabilidad compete a una humanidad abstracta, ávida de riquezas, muy prolífica y genéticamente autodestructiva. Resulta que todos somos culpables de la catástrofe por ser como dicen que somos, animales que persiguen exclusivamente el beneficio privado. Solamente los dirigentes pueden librarnos de ella, porque solo ellos tienen la capacidad, los conocimientos y los medios necesarios para hacerlo sin frenar el crecimiento económico ni modificar en lo sustancial el modelo financiero. En fin, conservando con fidelidad el statu quo, no afectando en lo fundamental las estructuras políticas y sociales.

La solución de los dirigentes radica en un nuevo sistema industrial de producción y servicios controlando los flujos migratorios y caminando de la mano de tecnologías «verdes», las verdaderas protagonistas de la «transición» del viejo mundo ecocida con sus fuentes de energía «fósil» al nuevo mundo sostenible con sus «yacimientos» de energía «renovable». La nueva economía «baja en carbono» llega en auxilio de la vieja economía petrolificada, no para desplazarla, sino para complementarla. Ambas son extractivistas y desarrollistas. Las multinacionales dirigen toda la operación: el capitalismo es quien reverdece. Así pues, el consumo de combustible fósil no se verá afectado por la producción de agrocarburantes y de energía de fuentes que de «renovables» no tienen más que el nombre. El consumo mundial de energía que los dirigentes tildan de «verde» nunca sobrepasará a la «fósil»: en la actualidad no llega al 14% del total. Por consiguiente, las centrales nucleares, las térmicas, las incineradoras, las metanizadoras, la fractura hidráulica y los embalses incrementarán su presencia, esta vez en compañía de las industriales eólicas, fotovoltaicas, termosolares y de biomasa. Las nuevas tecnologías sostienen a la sociedad explotadora, dependen de ella tanto o más que lo contrario. El crecimiento, el desarrollo, la acumulación de capital o como quieran llamarlo, se apoya ahora en la economía «verde», en la «sostenibilidad», en los puestos de trabajo «verdes», en las innovaciones ecotécnicas que concentran poder y refuerzan la verticalidad de la decisión. El ecologismo de Estado es su nuevo valedor, la vanguardia profesional auxiliar de la clase política alumbrada por el parlamentarismo, el voraz consumidor de los fondos públicos y privados destinados a financiar proyectos de apuntalamiento sistémico y rentabilización de la marginalidad.

Un ecologismo de ese tipo es casi imprescindible como instrumento estabilizador de la fuerza de trabajo expulsada definitivamente del mercado, pero todavía lo es más como arma de deslocalización de las actividades contaminantes hacía países pobres, cuya mayor oportunidad de formar parte de la economía global consiste en convertirse en vertederos. El ecologismo de Estado viene representado primero por una gama de partidos de corte ecoestalinista, fruto del reciclaje del estalinismo residual, clásico, bajo los parámetros del ciudadanismo populista, como por ejemplo Podemos, Comunes, IU o Equo (y ahora Sumar). A continuación vienen un montón de colectivos y asociaciones reformistas que no van más allá de la economía «solidaria» de mercado, el consumo «responsable», la explotación de energías «renovables» y el desarrollismo «sostenible». Mayor grado de complicidad con el orden tienen los ecologistas patentados de las grandes ONG’s del estilo de Greenpeace, WWF, Extinción-Rebelión o Green New Deal, que aspiran a convertirse en lobbies, y sobre todo los tertulianos «transicionistas», los «colapsólogos» y las vedettes del espectáculo conmovidas por la devastación planetaria. Sin embargo, el núcleo duro de esa clase de ecologismo está compuesto por una fauna considerable de arribistas cretinos, trepas advenedizos y aventureros aprovechados que se distribuye por las instituciones, los medios, las redes sociales y las cúpulas orgánicas en tanto que expertos, asesores, consejeros y directivos. Se puede confeccionar una extensísima lista con sus nombres. El común denominador de todos ellos es no constituir una amenaza para nada ni para nadie. No cuestionan los tópicos fundacionales del dominio burgués —«democracia», «progreso», «Estado de derecho»— sino más bien lo contrario. Realmente no quieren acabar con el capitalismo ni desindustrializar el mundo. Sus miras son mucho menos ambiciosas: la mayoría se dará por satisfecha con ver incluidas algunas de sus propuestas en las agendas de los partidos principales y los gobiernos. Al fin y al cabo, su trabajo vocacional se limita a presionar a los políticos, no a expurgar la política. Intentan ejercer de intermediarios en el mercado territorial a través de normativas conservacionistas, tal como hacen los sindicatos en el mercado laboral.

El Estado vertebra o desvertebra la sociedad en función de poderosos intereses privados, los intereses de la dominación industrial, y no en beneficio de las masas administradas. Es algo inamovible. El saqueo del territorio que las elites económicas practican está siendo facilitado por las instancias estatales, que se alimentan de él reforzando de paso su estructura jerárquica, consolidando la clase político-funcionarial y extendiendo los mecanismos de control de la población. No hay Estado «verde» posible, porque ningún Estado que se precie va a actuar en contra de sus intereses, y estos pasan por la explotación intensiva de los recursos naturales más que por el decrecimiento. La detención de la catástrofe implicaría la del desarrollo, con temibles derivaciones como la erradicación del consumismo, el desmantelamiento de las industrias, las autopistas y la gran distribución, la desurbanización del espacio, la disolución de la burocracia, la descentralización total de la producción energética y alimentaria, el fin de la división del trabajo, etc., todas contrarias al carácter del Estado producto de la civilización industrial. Por eso el ecologismo del Estado preferirá distraer a su público con pequeños gestos superficiales de responsabilidad ciudadana. No irá más allá de los impuestos, los decretos y las comisiones de seguimiento; no sobrepasará la recogida selectiva de basuras, la limitación de la velocidad a 80 Km/h, el fomento de la bicicleta, la promoción de los alimentos orgánicos, el alumbrado de bajo consumo o la prohibición de determinados envases de plástico, nada de lo cual contribuirá visiblemente al cambio ecológico o a la democratización de la sociedad. El Estado reposa sobre una población infantilizada, excluida de la decisión y despolitizada, volcada en su vida privada; el Estado se nutre de una sociedad artificial, estratificada, clasista, en fuerte desequilibrio con el entorno y por consiguiente insostenible. Si una sociedad así nunca será ecológicamente viable, tampoco lo será un Estado forjado en su seno por mucha voluntad que alguno le ponga. Los falsos ecologistas adoran al Estado por encima de todas las causas.

Los verdaderos ecologistas están en otra parte. Los auténticos ecologistas son antidesarrollistas. Su programa rechaza el papel preponderante de la técnica en la orientación evolutiva de la sociedad, es decir, condena como falacia perniciosa la idea de «progreso». Asímismo, critica y combate la concentración de la población en conurbaciones y la proletarización de la vida de sus habitantes, tanto en su dimensión material como en la moral. Lucha contra la alienación y consecuencia necesaria de la masificación. Para ellos la civilización industrial y el Estado que la representa son irreformables y hay que combatirlos por todos los medios, desde luego, medios que no contradigan a los fines. Boicots, marchas, ocupación, movilizaciones, etc. La defensa del territorio es antiestatista y anticapitalista tanto en la forma como en el contenido. Busca la salida del capitalismo, la desmercantilización del territorio y las relaciones humanas, y la gestión pública a través del ágora, es decir, de las asambleas. La catástrofe ecológica no podrá conjurarse más que con un cambio drástico del modo de vida, una «desalienación», lo que nos remite a la restitución del metabolismo normal entre la urbe y el campo, a la unificación del trabajo intelectual y físico, a la supresión de la producción industrial, a la abolición del trabajo asalariado, a la extinción de las formas estatistas… La cuestión teórica y práctica que se plantea consiste en cómo elaborar una estrategia realista de masas para llevar a cabo los objetivos descritos. La salvación del planeta y de la humanidad doliente dependerá de que la capacidad que tenga la población oprimida para salir de su letargo y emprender el largo camino de la resistencia con el fin de acabar con un mundo aberrante y construir en su lugar una sociedad verdaderamente humana.

FUENTE:  https://www.briega.org/es/opinion/cuidado-con-ecologismo-estado

sábado, 2 de mayo de 2020

Nuestra crisis ecológica


Aprovechando este confinamiento que se nos ha impuesto desde arriba, experimento de control social cuyas consecuencias nada descartables podrían ser traducidas en pérdidas de algunos derechos que creíamos consolidados, y que no fueron más que concesiones otorgadas por quienes detentan el poder —y que de la misma forma que se dan se quitan—, reflexiono sobre otro asunto.

Antes de esta crisis sanitaria se nos ha hablado de la crisis climática, que no cuestiono, pero matizo. Como problema ecológico principal se nos habla del cambio climático. Creo que no hay que reducir la crisis ambiental mundial solo al cambio climático, es más complejo y diverso el número de problemas por culpa de la mano humana, pero, también hay que reconocer de la manipulación que se está haciendo de ello. Son los organismos internacionales quienes nos lo simplifican al cambio climático por culpa de las emisiones del CO2, un único problema una única solución, reducir tales emisiones. Y no es así, hay más. Y con el llamado Nuevo Pacto Verde lo que se pretende es que los gobiernos inyecten grandes cantidades de dinero para una nueva reconversión industrial a los verdaderos responsables de tales emisiones. Dinero que saldrá de recortes sociales. Para justificarlo se sirve del discurso por el bien del planeta, para que los más débiles paguemos los platos rotos. No es nuevo que se sirvan de bellas causas por otros intereses más egoístas. Se ha bombardeado e invadido países en nombre de los valores democráticos, la defensa de los derechos humanos y la lucha antiterrorista, por otros intereses menos comunitarios. La lucha de clases es consecuencia de la desigualdad de riqueza y poder en nuestras sociedades, y no la causa. El fin del capitalismo supondría su verdadera sustitución por un mundo más justo, y eso es la lucha de clases. El «capitalismo verde» capitalismo es. Aceptar o no el cambio climático es insuficiente.

Entre los vertebrados se conocen unas 4 mil especies de mamíferos y 9 mil de aves, como 8 mil reptiles, 5 mil anfibios y unos 25 mil peces (siendo la mayor partes peces óseos), conforman el grupo más conocido y llamativo de animales, pero se estima que puede haber otras diez mil más. Los vertebrados forman solo uno de los treinta tipos de animales existentes, a los restantes se les conoce vulgarmente como 'invertebrados' y son mucho más diversos (más de un millón que se conozcan), entre los que están los artrópodos y moluscos. Dentro de los artrópodos el grupo con mayor variedad de especies que se tienen clasificados es el de los insectos, unas 900 mil especies (casi la mitad escarabajos), pero se cree que el número real existente puede ser cinco o seis veces mayor. Otros artrópodos son los crustáceos, 40 mil especies; y los arácnidos, datados unos 10 mil, entre los que se estima que pueden existir hasta un millón de ácaros diferentes. De los 200 mil moluscos estimados (cefalópodos, bivalvos y gasterópodos, los más conocidos) solo se conocen menos de la mitad. Faltan por contabilizar las medusas, corales, gusanos y otros, en total se conoce en torno al millón y medio de animales, solo una séptima parte. Pero no son los únicos seres vivos que conforman la vida planetaria.


Unas 300 mil plantas comparten el planeta (de las cuales la mayor parte son las plantas con flor) siendo esenciales para todos los animales, aunque no estén todas clasificadas ya que pueden haber otras cien mil más. Y qué decir del tercer reino de seres pluricelulares que son los hongos, bastante más desconocidos, de unos 90 mil identificados (incluidos los líquenes) se estima que pueda haber hasta 1,5 millones de especies. Recordemos que sin plantas no habría animales, y sin hongos no hay plantas terrestres. Más desconocidos son los microbios, importantes y vitales para el desarrollo de la vida en la Tierra, solo se conocen apenas el 20 por ciento de protozoos y cromistas (microalgas). Como son seres de reproducción asexual, el concepto de especie no es atribuible, tenemos a los organismos más antiguos y versátiles de la Tierra, las bacterias y arqueas. Se desconoce exactamente su número, casi las 10 mil variedades, pero se sabe que es una mínima parte de lo que son. Se estima que nuestra biodiversidad debe tener entre 5 a 9 millones de especies (o más, según otros autores), de los que solo conocemos menos de una cuarta parte (según mi estimación a la baja).

Pero biodiversidad es más que el simple conteo de seres vivos, también están las relaciones que estos forman entre sí y su medio, conformando el conjunto de ecosistemas que hacen la biosfera. Y lo más importante, la vida en este planeta se sustenta a sí misma —incluidos nosotros— a través de servicios ecosistémicos, por ejemplo, como el origen y mantenimiento de la atmósfera (el oxígeno que respiramos es producido por las plantas, algas y cianobacterias), el control y mejoramiento del clima (los gases que producen el efecto invernadero, aunque minoritarios en volumen, son esenciales para la temperatura del planeta dependiendo de su cantidad dentro de unos márgenes), regulación del suministro del agua y su depuración (además de su ciclo natural, la existencia de materia vegetal previene la pérdida de humedad y varios seres vivos actúan para su filtrado), creación del suelo o mantillo terrestre (partiendo de un origen mineral, los microorganismos y pequeños invertebrados intervienen en su formación), reciclado de nutrientes (bacterias que fijan el nitrógeno atmosférico que fertiliza los suelos, y otras bacterias descomponedoras que lo devuelven a la atmósfera, sin olvidar los animales carroñeros y los hongos saprófitos), sumideros de residuos (el mismo dióxido de carbono es absorbido por los bosques y el fitoplancton marino hasta unos límites), control de plagas y enfermedades (papel de los depredadores que controlan superpoblaciones), polinización (sin polinizadores no se reproducen muchas plantas con flor), alimentos y medicamentos, así como variedad genética para los cultivos. Estos servicios no existirían si la mayor parte de los seres vivos desapareciesen. Y este problema no es imaginario, es real, por lo menos lo que marca la tendencia.

La extinción de especies es el problema que conlleva la pérdida de biodiversidad, son sinónimas. Partiendo del exterminio de la megafauna pleistocena tras la última glaciación, que en los continentes australiano y americano la presión humana fue el factor clave para su extinción. Y seguido del comienzo de la alteración de nuestro patrimonio natural que fue la domesticación de plantas y animales, agricultura y ganadería acompañadas de tala de bosques y urbanización con sus infraestructuras, necesaria para el sustento de nuestra especie, dentro de unos límites, límites que se han sobrepasado desde hace tiempo. La degradación de los ecosistemas es un hecho.

Desde el siglo XVI se han exterminado 350 especies de vertebrados, en el último siglo al ritmo de una especie al año, añadiendo que otras han perdido un 30% de su área de distribución mundial. En las últimas décadas un 40% de las poblaciones de vertebrados experimentaron declives importantes, en especial en las regiones tropicales. 500 especies de anfibios han disminuido y 90 se han extinguido en cincuenta años (una cuarta parte en situación crítica por la quitridiomicosis). Un 25% de las poblaciones de insectos terrestres han descendido (aunque haya aumentado las especies acuáticas por la menor contaminación de las aguas), sin olvidarnos de la importancia que tienen algunos como polinizadores. Y una quinta parte de los crustáceos peligran su situación. No se conocen más datos sobre otros componentes del reino animal, pero también se sabe de la disminución de los corales.

Más de 500 especies de plantas han desaparecido desde el siglo XVIII, un 10% de las catalogadas entonces por Linneo. Una de cada cinco especies están en peligro de extinción (1/3 de las coníferas), siendo dos tercios en zonas tropicales. En un solo árbol en la selva tropical existen y dependen muchos seres vivos que con él desaparecen también. Datos exactos de especies de hongos no se saben, en muchas partes del mundo descienden y están amenazados, pero se tienen citados más de 200 especies en Lista Roja. Sin olvidarnos de los microbios, de vital relevancia para la biosfera, que pocos datos tenemos.

Como consecuencia del impacto de la presión humana ha conllevado a la degradación y fragmentación de hábitats y ecosistemas; contaminación; caza, sobrepesca y deforestación; enfermedades e introducción de especies foráneas, y el cambio climático. Se habla de casi un millón de especies de seres vivos amenazados., suficientes para darnos cuenta de lo preocupante de esta situación que supondría la pérdida de biodiversidad y sus servicios ecosistémicos. Tristemente podemos estar presenciando la Sexta Gran Extinción masiva en la Tierra.

Se dice que la vida de este planeta iría mejor sin la presencia humana, cierto es, pero también hay que matizar que aunque para el resto de los seres vivos no somos importantes, ellos sí que lo son para nosotros. Los humanos no estamos al margen ni por encima de la naturaleza, somos parte de ella. Tenemos que ser conscientes que sin biodiversidad nuestra situación empeoraría, ¡no es una letanía catastrofista!

No es cuestión de pregonar el fin del mundo inminente, se puede hacer algo entre todos. Pero, para ello es necesario, junto a un cambio de mentalidad y hábitos, de un cambio social revolucionario, ya que si estamos todos en el mismo barco no podemos responsabilizarnos y sacrificarnos conjuntamente y, a su vez, mantener las diferencias entre pasajeros de primera clase con sus privilegios y los del resto. «Que desaparezcan de una vez las escandalosas distinciones entre ricos y pobres, amos y lacayos, gobernantes y gobernados», como se decía en el «Manifiesto de los Iguales» durante la Revolución Francesa.

viernes, 1 de mayo de 2020

Bellotada del Duero y compañía


 (Texto escrito para AMOR Y RABIA en el número 17 de su DESDE EL CONFINAMIENTO)

Debido a la actividad humana que, a lo largo del tiempo, ha conllevado una mayor degradación y erosión de los suelos, la deforestación y malas prácticas agrícolas, acompañadas de la roturación y pérdida de masa vegetal silvestre, explotación irresponsable de los acuíferos y el uso de pesticidas y fertilizantes químicos, incrementado por los constantes incendios forestales, sumado a un crecimiento urbano e infraestructuras y agravado por un cambio climático que reduce las lluvias. Como consecuencia la desertificación avanza por todas partes —y, en especial, nuestra península ibérica—. Ante este panorama surgió una iniciativa el año pasado llamada la GRAN BELLOTADA IBÉRICA. Iniciativa popular con la que se pretende ayudar a recuperar nuestro bosque mediterráneo perdido, empezando simplemente con sembrar bellotas de nuestros robles, alcornoques y encinas (teniendo en cuenta las especies autóctonas de cada lugar). De momento ha superado los dos millones de bellotas sembradas.

Siendo Valladolid una de las provincias españolas con menos masa forestal, varios vecinos del medio rural se sumaron a la iniciativa y formaron sus respectivas 'células belloteras' y se echaron al monte a recolectar bellotas para sembrar. En el mes de noviembre empezaron a recoger y plantar en los municipios de Quintanilla de Arriba y Olivares de Duero. Ya, a finales del mes, se invita a la primera convocatoria bajo el nombre de BELLOTADA DEL DUERO en Traspinedo, seguida en diciembre en Sardón de Duero y Quintanilla de Abajo (Onésimo); y otra más se sumó en Santibáñez de Valcorba en el mes de febrero del presente año. En estos eventos se unieron gentes del resto de los pueblos de la comarca, como los de Piñel de Abajo, el pueblo puntero en repoblación forestal de este país. Paralelo a esto, en los Montes Torozos también se movían en el mismo sentido, como la plataforma sin ánimo de lucro Ecoopera, quienes en enero convocaban a otra siembra en San Pelayo (previamente recolectadas en Villalba de los Alcores el mes anterior), y, ya unidos con la gente del valle duriense, hacen otra «bellotada» en Mucientes. Y pretenden seguir adelante cuando pase el confinamiento que estamos sufriendo. También habría que incluir los casos aislados de «belloteros» que se han movido por los cerros y laderas que rodean la capital.

Ante el avance de la desertificación, con esta iniciativa popular se pretende intentar la recuperación de nuestro bosque mixto mediterráneo de frondosas y coníferas por estos montes vallisoletanos, que está muy fragmentado. Y, por lo menos, para amortiguar las consecuencias de la crisis medioambiental que estamos padeciendo, que no sean tan duras como nos auguran.

No es necesario que ningún «experto» les dicte lo que tienen que sembrar o no, ya que los nombres vernáculos de muchos lugares de la zona hacen referencia a los robledales, encinares o dehesas, bien se sabe de su abundancia territorial en el pasado. En la provincia tenemos dos especies arbóreas del género Quercus, como la encina (Quercus ilex), «carrascas» o «matas» a los ejemplares en fase arbustiva, y el quejigo o roble carrasqueño (Quercus faginea), «rebollos» se denomina a los pequeños; así la presencia de la coscoja o acebillo (Quercus coccifera) que es un arbusto. Como, por ejemplo, el «Carrascal» un espigón en el páramo calcáreo del sudeste provincial, entre los valles del río Duero y el arroyo Valimón; el nombre hace referencia al arbusto o mata de nuestro tótem ibérico, la encina, consecuencia de la degradación del encinar. Monte que durante siglos fue comunal y compartido entre los concejos de Cuellar y Peñafiel, en el que abundaba este bosque. Nuestros robles carrasqueños o quejigos tenían una mayor presencia que hoy, compartían el terreno junto a las encinas, por otra parte también tenemos coníferas como las sabinas y pinos con las que no estaban reñidos. Aunque aún tengamos una importante masa forestal en la zona, todavía queda mucho por regenerar y madurar. Sin olvidarnos de otros ecosistemas como los humedales y, también, del bosque de galería de nuestras campiñas, vegas y fondos de valle, o de los matorrales nativos de nuestras laderas. La Tierra de Pinares no solo fue un «mar de pinos», hubo variedad botánica también.

La encina, tótem de Iberia.

Bosque adaptado al calor estival y la falta de agua, como a las puntuales heladas invernales. Bosque mixto con gran variedad de seres vivos. Recordemos que uno de los «puntos calientes» de biodiversidad de este planeta lo representa este bioma terrestre. Su regeneración es vital. Porque en el caso de un supuesto colapso de esta civilización urbana—como predicen los malos augurios— podremos volver a la naturaleza. Volver a la naturaleza no es nuevo, a lo largo de historia de la humanidad ya ha ocurrido varias veces, y para ello tenemos que no solo conservarla, sino también ayudar a expandirla y recuperarse, de lo contrario no nos quedaría nada. Debido a la degradación y fragmentación de este tipo de bosque hay que ayudarle a que se desplace más al norte del continente, como ya ocurrió en la Edad Media, entonces estaba mejor su situación. Recordemos que durante siglos la bellota fue también alimento humano.

Recuperar el bosque que sería nuestro recurso futuro, si lo conocemos y respetamos. Bosque que esta gente del entorno rural está intentando recuperar. Medio rural abandonado por los gobernantes, desacreditado por los «urbanitas» y manipulado por intereses partidistas de políticos. No solo en los pueblos hay vino, toros y caza (manoseado como señal de identidad rural por algunos impresentables), sino respeto por la Madre Tierra. En vez de salir a protestar a las calles a la espera de que cambien las autoridades, es mejor entrar en acción.

Lo repito, no es la primera vez que ha ocurrido a lo largo de la historia de la humanidad. Tampoco es cuestión de ser pesimistas, pero mejor estar prevenidos. ¿Por si acaso?


sábado, 28 de septiembre de 2019

¿Quién puede matar a un niño? El fenómeno Greta Thunberg como un manual de dirección de las pasiones políticas


Por DANIEL BERNABÉ

En 1976, el gran Chicho Ibáñez Serrador estrenó ¿Quién puede matar a un niño?, una película de terror donde una joven pareja viaja a una isla mediterránea que ha sucumbido a un terrible mal: los niños han asesinado a los adultos. Mientras que en historias similares como El pueblo de los malditos (1960) los pequeños homicidas tienen un origen paranormal, en la producción española la furia infantil se achaca a los males del mundo y a la inacción de las personas mayores: los críos han llegado para poner orden, al precio que sea.

Viendo el airado discurso de Greta Thunberg en la Cumbre de Acción Climática de la ONU se me hizo muy difícil no pensar en la película de Ibáñez Serrador. La joven protagonista de toda esta historia ha acaparado titulares, conversaciones en red y ha eclipsado al resto de intervinientes, desde los jefes de Estado hasta otros activistas, reafirmando la narrativa de que los niños han venido a poner las cosas claras a los malvados adultos: dicotomías de cuento de los Hermanos Grimm para un momento de audiencias hambrientas de emociones fuertes.

Pero la intervención de Thunberg me ha recordado no sólo a la película por esta división, otra más, sino por un hecho que a pesar de obvio pasamos por alto. ¿Quién puede matar a un niño? toma su título de la frase que uno de los supervivientes de la isla emplea para explicar por qué los pequeños han cometido sus crímenes sin apenas oposición: ¿quién puede enfrentarse a un niño a pesar de que este venga con intenciones hostiles? Quien sea aficionado al cine de zombies sabrá de qué hablamos.

Si hoy decimos «la adolescente más famosa del mundo» gran parte del planeta pensará en Thunberg, pero no hace demasiado tiempo, en 2013, este título le fue otorgado a Malala Yousafzai por el periódico alemán Deutsche Welle. Un poco después vino Muzoon Almellehan, a la que se llamó con demasiado descaro «la Malala siria», suponemos que por ponerle las cosas fáciles al público. Niñas, adolescentes, con vidas muy duras y una historia de superación tras de sí, con mensajes sencillos y directos que apelaban a causas nobles como la educación o los derechos humanos. Niñas que fueron utilizadas desde los centros de poder mundial para sustentar intereses geoestratégicos. Pero, ya saben, ¿quién puede criticar a una niña?

En 1992, Severns Cullis-Suzuki recibió la condecoración de «la niña que silenció al mundo» por un discurso que llevó a cabo en, adivinen, la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro. Cullis-Suzuki, con trece años, pronunció un alegato ecologista tan conmovedor como vacío políticamente. Ese mismo año y en esa misma cumbre, Fidel Castro Ruz, el presidente de Cuba, pronunció otro discurso con mucha menos trascendencia mediática que señalaba con pelos y señales el culpable del desaguisado ecológico: un sistema económico que había hecho de la rapiña, el crecimiento descontrolado y el 'extractivismo' a los países más pobres su principal motor de desarrollo. Eran tiempos en los que, después de la caída del muro, nadie quería escuchar a un comunista: hoy las palabras de Castro parecen premonitorias.


El fenómeno de los niños prodigio del activismo no es nuevo, por lo que sorprende que los medios lo pasen por alto, como si Thunberg fuera única y primera en su especie. Thunberg es, sin duda, un gran producto político, uno especialmente adaptado a la infantilización sentimental de la sociedad, pero uno que también cuenta con la connivencia de un periodismo que necesita obtener visitas a toda costa y que ya no se atreve a adoptar una postura crítica, simplemente plantear una serie de dudas razonables, frente al último fenómeno extraído de una probeta.

Lo realmente desconcertante es cómo un adulto de inteligencia media puede creer que una niña decide por su cuenta iniciar una huelga escolar climática hace un año y que doce meses después sea un icono mundial recibido por Obama y Lagarde, que viaja en un velero acompañada de un príncipe monegasco y cuenta con voz en las tribunas de los organismos más importantes del mundo. Perdonen que levante una ceja en señal de desconfianza, pero rara vez quien posee los resortes de poder decide pegarse un tiro en el pie dando facilidades a quien les confronta.

Si descartamos que Thunberg tenga capacidades de control mental –cosas más raras se han visto–, hemos de deducir que, evidentemente, hay una serie de patrocinadores detrás de la niña. Y no hablamos de ninguna extraña conspiración, sino simplemente de la forma habitual en la que funcionan la cosas en nuestra época. Alguien tiene una serie de intereses y, mejor que hacer lobby, recurre a una protagonista amable para que el público acepte con entusiasmo el cuento que se les ha propuesto, eso que ahora se llaman narrativas.

¿Estamos por aquí afirmando que el cambio climático o en general los problemas ecológicos son un cuento? Ni mucho menos. Probablemente nos enfrentemos como especie a un reto global de dimensiones catastróficas. Lo que decimos es que Thunberg, al margen de sus deseos, es el enésimo fenómeno que va a permitir que los trabajadores acaben pagando los platos rotos de la transición productiva y además lo acepten de buen grado. La pretensión real puede ser una impostergable adaptación económica para paliar el cambio climático, pero exonerando al capitalismo y manteniendo las tasas de beneficio, cargando sobre los hombros de la clase trabajadora y los países empobrecidos la factura. Ya pasó en la crisis del 2008.

El fenómeno Thunberg cuenta, en primer lugar, con un discurso emocional pero desestructurado políticamente, que no señala ni los cómos ni los porqués, que evita poner el acento en corporaciones empresariales concretas y que pasa de puntillas por el gigantesco complejo industrial-militar norteamericano, pero que además fomenta una peligrosa idea de que «la clase política» es la única responsable del calentamiento global, sin asumir que la mayoría de esos políticos son el consejo de administración, en los organismos públicos, del gran capital. La diferencia de añadir apellido a la culpabilidad es que mientras que en el segundo caso protegemos la democracia, en el primero podríamos estar tentados de verla como un impedimento. De la eco-tecnocracia al eco-fascismo hay tan sólo unos ligeros matices.

De hecho, muchos líderes políticos, de forma similar a los propios medios de comunicación, intentan subirse como pueden al carro de la niña sueca, temerosos de enfrentarse a alguien obligatoriamente popular. Además, estos políticos obvian que desde hace treinta años se han aprobado protocolos para atajar la crisis climática. Que parezca que antes de Thunberg sólo existe el vacío les libra de responder por qué esos protocolos no se han aplicado con efectividad.

La respuesta no es que no se sepa lo qué hacer, ni siquiera que en último término no haya voluntad política para hacerlo, el problema es que en un entorno capitalista de una producción cada vez más desordenada esos protocolos son inasumibles: chocan frontalmente con los modelos de los mismos entes supranacionales, como el FMI, que reciben y agasajan a Thunberg. Y eso no se puede asumir delante de los focos.

Sorprende —sinceramente ya más bien poco— que el progresismo no se esté dando cuenta de la dinámica que genera la propuesta Thunberg. Se diría, escuchando a muchos activistas y líderes, sinceramente fascinados con la joven nórdica, que lo único que importa es la concienciación y el 'movimientismo', cuando la población sabe perfectamente que tenemos un problema climático, es más, cuando la mayoría hace lo que puede por paliarlo. Por otro lado que alguien se sume a una movilización hoy apenas garantiza nada más que la expresión de la preocupación de un sumatorio de individualidades respecto a un tema. Si el progresismo detesta la movilización al estilo del siglo XX no puede luego esperar resultados parejos a los del pasado.

Este progresismo happening parece conformarse con que sucedan cosas, sin preguntarse muy bien por qué suceden o cuál es el poso que van a dejar. Se desea movilizar a una gran cantidad de personas, sin saber muy bien hacia dónde conduce ese movimiento. Conceptos como organización, poder, ideología o estrategia se han vuelto pecaminosos y ya, a lo único que se aspira es a ser meros acompañantes por si, con suerte, se pega algo del charme y las simpatías se traducen en votos. ¿Que ha quedado de la indignación española del 15M? Esa es la pregunta que este progresismo happening debería responder y no seguir con su desesperada escapada hacia adelante, en muchos casos como resultado de la enésima venganza interna para acabar con tradiciones políticas realmente útiles durante décadas.

De hecho, el greenwashing, la coartada de tal producto o empresa mediante lo ecológico, no es el asunto de fondo, sino simplemente un síntoma de una política vaciada que se adquiere como un bien identitario de consumo. Estas semanas la gente se define como pro-Greta o anti-Greta, intentando situarse histéricos en un mercado donde mostrar unas paradójicas diferencias uniformizantes. En el punto más demente las discusiones giran en torno a si el producto Thunberg posee privilegios por ser blanca y europea o sufre opresiones por ser mujer, joven y padecer síndrome de Asperger, como el célebre Sheldon Cooper. ¿Cuál es el personaje de ficción y cuál el real? La misma pregunta vale para la política progresista. A Trump, cómodo, le vale con bromear sardónicamente: su electorado es lo que espera.


En el colmo de la mezquindad y la estrechez de miras, el progresismo happening acusa a cualquiera que critique al producto Thunberg de celebrar la inacción, planteando el «qué hacer» como pregunta irrebatible que apela a la moralidad individual, de una forma muy parecida a los sacerdotes señalando desde el púlpito a los malos creyentes que se plantean dudas teológicas. La respuesta a esa pregunta es bien sencilla: lo que ya se está haciendo y de hecho se lleva haciendo décadas.

En Latinoamérica, pero también en la India y África, hay una tupida red de militantes ecologistas que además suelen hacer coincidir sus acciones con lo sindical, lo comunitario y lo étnico, dando a esa palabra llamada 'interseccionalidad' un valor real, y no el maltrato identitario al que ha sido sometida por los departamentos universitarios de Europa y Estados Unidos. La diferencia es que estos militantes no tienen espacio en los medios, no son recibidos por el FMI, los príncipes no les prestan los yates y, lo peor, son asesinados a centenares cada año. Su problema es que plantean aún un tipo de política en el que los protagonismos brillan por su ausencia, que ataca los problemas sistémicamente y que organiza a las personas de modo estable elevando su nivel de conciencia. Un muy mal producto, al parecer, para un siglo donde importan más las narrativas que las acciones.

Greta Thunberg, en el mejor de los casos, acabará como Cullis-Suzuki o Malala, escribiendo ese tipo de ensayos que se venden en los aeropuertos. Mientras países como Alemania ya anuncian dinero para la transición industrial ecológica, otros hablan de Green New Deal, maneras eufemísticas de nombrar la gigantesca reestructuración productiva que se va a llevar a cabo para intentar evitar la nueva crisis que se nos avecina y que, con la excusa ecológica, destruirá miles de puestos de trabajo estables transformándolos en empleos precarios pero con la etiqueta verde.

O esta transición se lleva a cabo de forma democráticamente ordenada, planificando la economía para el beneficio de la mayoría de la población, o nos quedaremos sin derechos y sin planeta.

No digan luego que no les avisamos.

25 septiembre 2019

sábado, 14 de septiembre de 2019

El problema no es el clima… el problema es el capitalismo


  En nombre del «progreso» y el crecimiento sin límites, se ha instaurado en todo el planeta, de manera global, un modo de vida incompatible con la vida misma, ya que no respeta ni los límites físicos ni los equilibrios naturales.


Las grandes corporaciones globales que el capitalismo constituyó desde hace muchas décadas: OMC, OCDE, BM, FMI, G-8, G-20, etc., sirvieron y sirven exclusivamente para asegurar un modelo de comercio, un modelo de explotación y un modelo de producción y distribución de mercancías, que aseguren una tasa de ganancia para las personas poderosas y ricas de este planeta y jamás para satisfacer las necesidades humanas de la inmensa mayoría de la población mundial.

Interrumpir la lógica del movimiento «progresista», se hace necesario —no solamente urgente por la denominada «emergencia climática»—, si lo que queremos es poner en valor la vida, el cuerpo y el territorio y dejar de buscar alternativas falsas (capitalismo verde, transiciones justas las cuales no va a permitir el capitalismo...) como las que representa el ecofascismo: se garantiza la continuidad de la vida de ciertos sectores, pero se expulsa a otros.

Las personas tenemos que cambiar la lógica del «progreso» que no es sino la lógica del capitalismo y para recomponer el metabolismo social, hay que redistribuir de manera radical la riqueza, decrecer en nuestros modos de producir y de consumir y poner las obligaciones que tenemos como cuerpo humano y como especie, en los cuidados de todo el cuerpo social y la especie.

Se trata de algo más que la «lucha contra el cambio climático», que se lleva desde la cumbre de París o más recientemente desde el G8, por parte de los gobiernos del mundo, sea solo palabrería y retórica vacía de humanidad.

Terminar de manera radical con la acumulación y con la explotación, a la vez que ésta debe ser global y colectiva, es la única garantía de que la Vida pueda tener algún significado positivo.

CGT se encuentra en primera línea conjuntamente con millones de personas que este 27 de Septiembre saldrán a las calles del mundo para gritar y exigir a quienes son los responsables del desastre global en que nos encontramos, que basta, que el capitalismo y su modelo civilizatorio, tienen que desaparecer.

El futuro es ahora y es responsabilidad individual y colectiva que exista un mañana, donde las miles de millones de seres humanos y especies que habitamos este planeta, podamos vivir en equilibrio y tener una vida digna de ser vivida.