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jueves, 22 de febrero de 2018

Capitalismo y darwinismo, el uno para el otro



Los programas televisivos sobre la naturaleza suelen mostrar a un depredador acechando la presa, luego quizá persiguiéndola hasta matarla y finalmente arrancando los pedazos de carne con los dientes ensangrentados, mientras los carroñeros esperan impacientes y a su vez disputan entre sí.

Los videos sobre la naturaleza siguen casi todos este patrón se refieran a dinosaurios, a la vida en el mar o a microbios. Se trata aparentemente de garantizar en los televidentes, por lo general desprevenidos y mal informados y con tendencia a creer en lo que ven en la pantalla —que muchas veces es su única fuente de información— que la naturaleza es un gran comedero donde se da un tópico favorito: la lucha de todos contra todos necesaria a la selección natural y a la supervivencia de los más aptos, y a la economía promovida por el liberalismo.

Es en realidad un tópico suscitado en Inglaterra en tiempos en que grupos dominantes necesitaban afirmar una ideología que justificara los desmanes que el Imperio británico estaba cometiendo en todo el mundo, en lo que algunos historiadores llamaron «aventura comercial».

Como aquel imperio tuvo sucesión, la ideología que lo sustentó también la tuvo: es el maridaje que se dio y subsiste entre la doctrina de la evolución y el capitalismo; entre Darwin y su patrocinador Thomas Huxley; entre el propio Darwin con El origen del hombre y Hitler con Mi Lucha; entre los neoliberales y la supremacía del más fuerte, trasunto transparente de la «lucha por la vida» y el triunfo de los «más aptos».

Darwin era un ser abúlico, sin grandes necesidades personales ni sociales, un ministro de la Iglesia de Inglaterra como quisieron sus padres, un aficionado al naturalismo con tendencia al racismo que aparece neta en El origen del hombre.

El titulo de su obra más conocida, El origen de las especies, está acortado intencionalmente por sus partidarios. Sigue con Preservación de las razas más favorecidas en la lucha por la vida. Razas más favorecidas y lucha por la vida, son tópicos retomados por el nazismo.

En su libro Mein Kampf (Mi lucha), Hitler plantea con total claridad el origen del hombre en términos evolucionistas, no religiosos ni míticos. Dice: «Lo que liberó al hombre del mundo animal fue su capacidad de hacer descubrimientos. Muchos de ellos se basaban en el ingenio, cuyo uso facilitó la lucha por la supervivencia y el éxito en la misma».

Menciona con todas las letras la lucha por la supervivencia darwiniana, y agrega que los artificios que ayudaron a los cazadores primitivos en la lucha por la vida, ahora sirven bajo la forma de inventos cientificos «para ayudar al hombre en la lucha por la supervivencia».

En otro punto, Hitler sostiene que los débiles físicos o mentales no deben reproducirse, para no trasladar su debilidad la prole. «Un Estado de concepción racista debe sacar al matrimonio del plano de una perpetua degradación racial y consagrarlo a crear seres a imagen del Señor y no monstruos, mitad hombres y mitad monos».

«Es deber del Estado racista reparar los daños ocasionados en este orden (racial). Debe empezar por hacer de la raza el punto central de la vida general; velar por la conservación de su pureza, consagrar al niño como el bien más preciado de su pueblo; cuidar de que solo los individuos sanos tengan descendencia. Debe inculcar que existe un oprobio único: engendrar estando enfermo o siendo defectuoso.»


Considera un honor impedir la reproducción de los defectuosos y que dignifica en esos casos renunciar a la descendencia. «Debe considerarse execrable privar a la nación de niños sanos».

«El Estado tendrá que garantizar un futuro milenario frente al que nada significa el deseo ni el egoísmo individuales. El Estado debe poner los más modernos recursos médicos al servicio de esta necesidad. Todo individuo notoriamente enfermo y efectivamente tarado, y como tal susceptible de transmitir por herencia sus defectos, debe ser declarado inepto para la procreación y sometido a tratamientos esterilizantes.»

(La necesidad de evitar la descendencia, incluso mediante la intervención estatal más cruel, está tomada de las ideas de Darwin agravada con prejuicios que en Hitler eran mucho más fuertes que en Darwin y tuvieron consecuencias desastrosas).

Darwin en El origen del hombre

El darwinismo no fue creación solo de Darwin. Él especuló sobre la variabilidad de las especies y sacó conclusiones sobre las experiencias de los ganaderos de su país, que seleccionaban cerdos gordos y vacas de patas cortas y ubres hipertróficas; expuso la posibilidad de que un proceso similar se diera en la naturaleza y por fin se aventuró a teorizar sobre el ser humano en base a conjeturas y a datos de viajeros, a veces fabulosos.

Los cerdos y las vacas de los granjeros, librados a sí mismos, no tardarían en desaparecer por inhábiles para sobrevivir en la naturaleza.

Pensemos en la relación de un jabalí con un cerdo doméstico y de una vaca actual con el uro euroasiático del que proviene por domesticación para notar la diferencia entre la obra de la naturaleza y la del hombre.

El darwinismo es una interpretación sórdida de la naturaleza y de la vida, basada en una antropología tenebrosa, como lo es el neoliberalismo en la sociedad humana. El modelo es un campo de batalla donde sobreviven los que tienen alguna ventaja, como en el libre mercado capitalista.

El evolucionismo ha terminado por describir las relaciones entre seres vivos en los mismos términos que los economistas de la escuela clásica a partir de Malthus y Spencer, como relación costo-beneficio, explotación de recursos y ventajas competitivas, así entre verduleros como entre algas.

Darwin demoró en publicar El origen de las especies hasta que tuvo noticias de que otro biólogo inglés, Alfred R. Wallace, publicaría un trabajo en que llegaba a conclusiones similares. Pero vaciló y cambió su texto. En la edición que para él debía ser final había poco espacio para la selección natural y demasiado para las características de los animales domésticos.


Los científicos que lo patrocinaban, más astutos que él, o en mejor conocimiento de sus fines, lo indujeron a cambiar el texto. Eran el botánico John Hooker, el geólogo Charles Lyell y, sobre todo, el zoólogo Thomas Henry Huxley. Todos ellos eran supremacistas blancos embanderados en la causa del Imperio, fundadores del exclusivo X Club, que veían en las doctrinas de Darwin una confirmación de las suyas, conveniente para la propaganda.

El supremacismo blanco anglosajón entendía que el Imperio, igual que los más aptos en la naturaleza, debía dominar a otros pueblos por la economía y la fuerza militar.

Estos promotores fueron los creadores del darwinismo como premio a los más aptos más allá de las opiniones del propio Darwin.

Una opinión científica

Preguntado sobre el origen del darwinismo el biólogo español Máximo Sandín contestó:

«Hay un componente muy importante en el mantenimiento de las ideas darwinistas y su expansión: el de 'adoctrinamiento social'. Hay diferentes motivos, unos más determinantes que otros. En primer lugar, Darwin estaba en el lugar oportuno en el momento oportuno: en el centro del mayor imperio mundial que ha existido y en pleno auge de la revolución industrial, con las injusticias que ambos generaban; su ocurrencia de la selección natural justificaba muchas cosas. En segundo lugar, Darwin es un icono de la cultura anglosajona y sus raíces calvinistas.

»Sus ideas reflejan a la perfección sus valores: el individualismo, el mirar por sí mismo, la predestinación (en términos darwinistas, 'determinismo genético'), la competitividad… A un científico anglosajón le resulta casi impensable que no exista la selección natural.

»Desde el principio, este darwinismo tuvo un gran apoyo por parte de los grandes magnates mundiales, como Rockefeller o Carnegie, que apoyaron las investigaciones de los científicos darwinistas. John Rockefeller afirmó que la supervivencia del más apto era una ley natural y divina, es decir, que las cosas son como son porque son leyes naturales.

»En definitiva, que el libre mercado y el darwinismo van en el mismo paquete. Por si no queda claro, repetiré una frase de Friedrich von Hayek, premio Nobel de Economía y asesor de Reagan, Thatcher y Pinochet: "Las demandas de justicia social carecen de sentido porque son sencillamente incompatibles con cualquier proceso natural de carácter evolutivo".

»Finalmente, hay un componente que yo creo fundamental para que el darwinismo se mantenga a pesar de la enorme cantidad de datos verdaderamente científicos que se están acumulando y que contradicen radicalmente sus hipótesis: el componente económico y de poder. La concepción reduccionista de los genes como 'unidad de información genética', que ya sabemos que no es cierta, es esencial para los grandes negocios y para las prácticas de manipulación genética de las grandes industrias farmacéuticas y biotecnológicas, especialmente de los cultivos transgénicos, que ya sabemos a quiénes pertenecen. Estas grandes empresas son las principales financiadoras de la investigación biológica.»

La teoría darwiniana de la evolución, obra más de supremacistas británicos que del propio Darwin, empezó justificando una política. Es reiterativo en la historia que detrás de un interés muy fuerte haya una concepción ideológica adecuada, como el catolicismo y la necesidad de divulgar el evangelio y salvar almas para la invasión de América a partir de 1492, el saqueo de sus riquezas y el genocidio de su población.

Los más aptos para la lucha por la vida eran por un corrimiento que también parecía natural y no tenía contradictores —salvo algunos dominados— los mismos que impulsaban el comercio mundial, disponían de una flota poderosa para hacer entrar en razones a los reacios y de un entrenamiento militar cuidado y exigente.

Son visibles las similitudes y a veces coincidencias hasta de detalle, entre El origen del hombre de Darwin y Mi lucha de Hitler. Darwinistas y neodarwinistas niegan la similitud y a veces se molestan cuando se la menciona, pero se ocuparon de recortar el título de la obra principal de Darwin y dejaron en la penumbra su último trabajo.

Por supuesto, Darwin no era nazi y posiblemente hubiera rechazado el racismo explícito, pero entre él y lo que padeció la humanidad el siglo siguiente hay continuidad, incluso un parentesco ideológico indudable.

Para el darwinismo, la selección natural es la fuerza creadora principal del cambio evolutivo. Darwin vacila ante el concepto de «raza» humana. En El origen del hombre dice: «Las razas o especies humanas, llámeselas como se quiera ¿se sobreponen mutuamente y se reemplazan unas a otras hasta el punto de llegar a extinguirse algunas?». Y concluye que la respuesta a esta y otras preguntas que se formula «debe ser evidentemente afirmativa». Es decir, las «razas» humanas se sobreponen y se reemplazan entre ellas al punto de extinguirse. Entendemos entonces la frase de Churchill sobre el destino de los pieles rojas y los aborígenes australianos al contacto con una «raza más fuerte y mejor dotada»(la anglosajona), y también aparece cierta luz sobre los métodos «científicos» de eliminación de seres inferiores practicados por los nazis y sus continuadores actuales.

Las semillas contenidas en el darwinismo se hicieron evidentes cuando al árbol prosperó. No cabe culpar a Darwin de todo lo que había en ellas, pero sí ver que los resultados estaban implicados en la teoría.

Algunos de estos efectos fueron formulados un siglo después con toda claridad, y salieron del ámbito científico para convertirse en doctrinas políticas, como el darwinismo social.

Solo para citar continuadores del siglo XX: De MacFarlane Burnett. biólogo premio Nobel de 1960: «Podemos calcular que, desde la evolución de los primates hasta el final del periodo de los cazadores colectores, casi 90 por ciento de los descendientes generados morían antes de alcanzar la edad de la reproducción. al contrario, en las sociedades occidentales, los niños no mueren mucho más. Apenas 5% de los niños, una verdadera miseria (!), mueren. (La miseria es más bien quejarse de escasez de niños muertos.) Esta súbita retracción de la función de trilla propia de la selección natural debe llevar a una acumulación de individuos que podemos llamar inferiores de acuerdo con las normas corrientes relativas a la salud, inteligencia y agresividad».

La ciencia de Darwin

El origen del hombre es poco citado, lo mismo que el título completo de la obra principal de Darwin, que es On the origin of species by means of natural selection, or the preservation of favoured races in the struggle for life (El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida).

Posiblemente en El origen del hombre, Darwin fue demasiado claro para los promotores de su punto de vista, que aparecerá transmutado de manera particularmente siniestra en el siglo XX.

De El origen del hombre son estas citas:

«La opinión de que existe en el hombre alguna relación íntima entre el tamaño del cerebro y el desarrollo de las facultades mentales, se fortalece por la comparación de cráneos de razas salvajes y civilizadas, de los pueblos antiguos y modernos, y por la analogía en toda la serie de los vertebrados. El doctor J. Barnard Davis ha probado con numerosas medidas exactas que el promedio de la capacidad interna del cerebro era de 92,3 pulgadas cúbicas en los europeos, 87,5 en los americanos, 87,1 en los asiáticos, y sólo de 81,9 en los indígenas de Oceanía».

(El tamaño del cerebro, según mediciones luego desacreditadas, está puesto en relación «fortalecida» con el desarrollo de las facultades mentales. En la escala primero están los europeos; luego los americanos (se refiere a los indígenas), luego los asiáticos sin distinción y últimos y menos favorecidos los australianos. Sobre el valor de estas conjeturas baste pensar que uno de los cerebros más pequeños era el de Dante Alighieri).

«Todo lo que sabemos de los salvajes, que ignoran por completo la historia de sus antepasados, y lo que podemos inferir de sus tradiciones y de sus monumentos antiguos, nos muestra que, después de las épocas más remotas, unas tribus han alcanzado á suplantar á otras. En todas las regiones civilizadas del globo, sobre las desiertas llanuras de la América, y en las islas perdidas en el océano Pacífico, han sido hallados vestigios y restos de tribus extinguidas u olvidadas.

»Hoy las naciones civilizadas reemplazan, en todas partes, a las bárbaras, exceptuando en las regiones donde el clima opone a su paso una barrera mortal; y si triunfan siempre, lo deben principal, aunque no exclusivamente, a sus artes, productos de su inteligencia. Es, pues, muy probable que las facultades intelectuales del género humano se han perfeccionado gradualmente por selección natural.»

(Resulta que la perfección por selección natural es en última instancia responsable de los genocidios modernos y de que algunas tribus «suplanten» a otras. Suplantar significa sustituir con malas artes. Es posible que Darwin no haya querido decir eso, pero es lo que ha acontecido de hecho.


La división entre naciones civilizadas y bárbaras está desestimada. Además, la afirmación de que los «salvajes» ignoran por completo su historia niega la tradición oral de que ningún pueblo carece).

«Los hombres civilizados nos esforzamos para detener la marcha de la eliminación; construimos asilos para los idiotas y los enfermos, legislamos la mendicidad, y nuestros médicos despliegan toda su sagacidad para conservar el mayor tiempo posible la vida de cada individuo. Abundan las razones para creer que la vacuna ha preservado a millares de personas que, a causa de la debilidad de su constitución, hubieran sucumbido a los ataques de la viruela.

»Aprovechando tales medios, los miembros débiles de las sociedades civilizadas propagan su especie. Todos los que se han ocupado en la reproducción de los animales domésticos, pueden calcular cuán perjudicial debe ser el último hecho a la raza humana. Sorprende el ver de qué modo la falta de cuidados, o tan sólo los cuidados mal dirigidos, pueden arrastrar a una rápida degeneración á una raza doméstica; y, exceptuando en los casos relativos al hombre mismo, nadie es bastante ignorante para permitir que se reproduzcan sus animales más defectuosos.»

(Estos argumentos fueron repetidos por Hitler, que los reformuló con racismo intransigente en Mi lucha, sin citar fuente, como parte de su programa, y los aplicó en su gobierno. En Alemania, para mantener la pureza de la raza y evitar la degeneración por vía de la reproducción de enfermos y tarados, fueron esterilizadas unas 400.000 personas durante el nazismo.

La sagacidad de los médicos llegó a eliminar pacientes en los hospitales. El método continuó en los Estados Unidos, que lo aplicó a unos 40.000 individuos pobres, negros y latinos identificados como «inferiores», hasta la década de los 70. Los que perdieron la batalla son para el darwinismo los mismos que para el neoliberalismo. Hay indicios de que algunas campañas «filantrópicas» financiadas por multimillonarios estadounidenses en el Tercer Mundo tienen la misma finalidad racista «depuradora»).

domingo, 18 de agosto de 2013

Ayuda mutua


DICCIONARIO UNESCO DE CIENCIAS SOCIALES

Cooperación entre dos o más partes. Hace referencia a la reciprocidad de la asistencia.

El término «ayuda mutua» fue consagrado por Pedro Kropotkin (1842-1921) para subrayar la importancia de los aspectos cooperativos de la acción social, como factor de evolución, frente a los momentos de conflicto y de lucha. La idea de la mutua ayuda guardó indudable relación con la proliferación de programas de comunidades rurales, comunas, cooperativas, etc. Registró asimismo gran afinidad con el anarquismo, uno de cuyos dirigentes fue el mismo Kropotkin.

Sociabilidad y lucha mutua son dos leyes de la naturaleza. Como principios antagónicos, debemos preguntarnos cuál de los dos es predominante, en el sentido que haga a los seres más aptos. En una palabra, ¿quiénes son más aptos, aquellos que se apoyan entre sí o los que luchan entre sí?

La ayuda mutua es un factor que se impone como necesidad para la supervivencia, resultando los más aptos aquellos que adquirieron esa costumbre.

Los principios enunciados son válidos para el mundo animal y humano. Del primero, Darwin en su obra El origen de las especies muestra cómo en numerosas sociedades de animales la lucha entre sus miembros por la existencia desaparece dando paso a una cooperación que conduce a esa especie a garantizarle las mejores condiciones de vida y propagación.


De los sucesores de Darwin, el primero en reconocer la ayuda mutua como ley de la naturaleza y factor fundamental fue K.F. Kessler, que, en su discurso sobre la ley de ayuda mutua en trabajos de la Sociedad de Naturalistas de San Petersburgo, afirma: «a menudo se pierde de vista que hay otra ley que podemos llamar de ayuda mutua y que, por lo menos en relación con los animales, tal vez sea más importante que la ley de la lucha por la existencia… Son inherentes a todos los cuerpos orgánicos dos necesidades esenciales: la necesidad de alimento y la necesidad de multiplicación. La necesidad de alimento les conduce a la lucha por la subsistencia, y al exterminio recíproco, y la necesidad de la multiplicación les conduce a aproximarse a la ayuda mutua».

La ayuda mutua se convierte en condición para el progreso, y, al mismo tiempo, desarrolla formas más progresivas en aquellas comunidades con formas sociales más elevadas. Las tribus son reemplazadas por las ciudades donde se desarrolla más aquélla, y no por familias individualizadas y aisladas. Este hecho histórico no hubiera sido posible sino como fruto desencadenante de esa colaboración.

La emigración que se produce en la Edad Media del campo a la ciudad estaba dirigida a protegerse tras sus murallas. Los campesinos que afluían a ella no sólo se protegían del poder de sus dueños, sino además ingresaban en las hermandades donde buscaban una vida de ayuda mutua. Las ciudades medievales, como progreso histórico frente a la dispersión campesina, se caracterizaban por tener que desarrollar unas formas sociales superiores de convivencia que conllevan necesariamente a una mayor ayuda mutua. Sin ésta, no sería posible la comunidad social.

Comentando la convivencia y la ayuda mutua en las ciudades medievales dice A. Luchaire en Les Communes francaises: «todos se ayudarán mutuamente y cada uno según sus fuerzas en el límite de la comuna y no permitirán que uno tomara algo a otro comunero, o que obligara a otro a pagar cualquier clase de contribución».


Sabemos que en Londres hasta el siglo XVI no se realizaba la compra del grano de una forma individual, sino que como alimento fundamental para la ciudad se efectuaba de una forma común. Charles M. Clode así nos lo hace ver en su obra The History of the Guild of Merchan Taylors donde nos habla de esta compra en comuna «para comodidad y beneficio, en todos los aspectos, de la ciudad y del palacio de Londres y de todos los ciudadanos y habitantes de ella en todo lo que de nosotros depende».

La ciudad medieval no la podemos considerar, pues, como una simple protección contra los señores medievales para conseguir las libertades políticas, sino que era un intento de unión estrecha con fines de ayuda y apoyo mutuo, para el consumo y la producción y la vida en general.

La existencia de las hermandades o sociedades no la podemos explicar como un simple objeto de ayuda en la producción, cuando en realidad sus fines superaban aquélla. Si bien hay que aclarar que su origen radica principalmente en una ayuda que estaba centrada en la producción.

Al mismo tiempo que se desarrolla la vida en las ciudades va surgiendo la necesidad de ir traspasando las murallas para ir tomando contacto con otras. Estos contactos van a originar el trasvase de experiencias, conocimientos, etc., que determinarán la necesidad de una ayuda interciudades, produciéndose de esa forma un nuevo paso en la historia. El desarrollo industrial no sólo ha originado nuevas organizaciones de ayuda, además de conservar aquellas modalidades que se daban en épocas precedentes, sino también ha dado paso a nuevas formas de colaboración. Así, cabe interpretarse la huelga como fenómeno de respuesta-presión basada en el principio de ayuda mutua. El cooperativismo no es tampoco más que la explotación económica bajo el signo de colaboración impuesto por distintas necesidades.

Antonio González Temprano
(1975)

domingo, 7 de octubre de 2012

«Supervivencia de los más aptos»: Lema evolucionista


Por RICHARD MILNER

En la primera edición de su obra maestra El origen de las especies (1859), Charles Darwin no emplea en ningún lugar la expresión supervivencia de los más aptos. En realidad, fue acuñada por el filósofo inglés Herbert Spencer en su libro Principios de biología (1864).

Aunque Spencer escribió un volumen sobre evolución biológica, no era naturalista; la evolución le interesaba como «principio universal». Su vaga noción de «los más aptos» se refería a aquellos individuos más capaces de sustentar el progreso y la mejora de su sociedad o especie.

Alfred Russel Wallace, coautor de la teoría evolucionista, estaba sorprendido por la «extrema incapacidad de muchas personas inteligentes» para entender lo que él y Darwin querían decir cuando hablaban de selección natural y sugirió sustituirla por la frase de Spencer. Tras complacerle empleando en ediciones posteriores de El origen la fórmula supervivencia de los más aptos, los lectores siguieron confusos; cada cual parecía tener su propia interpretación de lo que se quería decir con «los más aptos».

No obstante, la frase hizo presa en la imaginación popular y se asoció plenamente a Darwin. Los críticos dijeron que se trataba de una tautología carente de significado —una proposición que se limita a repetirse a sí misma—. Puesto que los aptos son los individuos que sobreviven, argüían, ¿no era otra manera de decir «supervivencia de los supervivientes»?

Hace mucho tiempo que los biólogos evolucionistas son conscientes de esta trampa y muchos han contribuido a hacer que el concepto resulte útil. La aptitud es, obviamente, un término relativo. Los organismos más «aptos» en un entorno pueden resultar un completo fracaso en otro. O podrían gozar de un éxito máximo durante millones de años —como en el caso de los dinosaurios— para acabar siendo eliminados de pronto al producirse un cambio de condiciones.

En términos poblacionales, aptitud significa simplemente éxito reproductivo. La carrera no la ganan los más fuertes o rápidos, sino quienes consiguen producir, por cualquier medio, el mayor número de descendientes. A veces, los «más aptos» serán quienes alcancen el rango social más elevado (y un mayor número de apareamientos) recurriendo a jactancias sin fundamento o mediante subterfugios, más que realizando proezas o demostrando vigor. Otros métodos para eliminar a los rivales de la competición en la producción de descendientes consisten en mostrar un constante atractivo sexual, exhibir un plumaje de cola extraordinario o despeñar los huevos del vecino desde un acantilado.

Los darwinistas sociales tomaron la frase como lema para abogar por una economía totalmente libre de regulaciones. Los barones bandoleros de la Edad Dorada —James J. Hall, John D. Rockefeller, Andrew Carnegie— comentaban a menudo a los periodistas que sus asesinas prácticas de negocios contribuían a la larga a la evolución de la sociedad. La eliminación de los competidores débiles e ineficientes era la vía hacia el progreso, con beneficios para todos en el futuro. Durante los últimos años del siglo XIX y primeros del XX, la expresión supervivencia de los más aptos se convirtió en el mantra mil veces repetido del capitalismo industrial.

Pero Thomas Henry Huxley sabía muy bien que un grupo de granujas se estaba apoderando de la biología para ensalzarse a sí mismos. El problema, observaba en su ensayo «Sobre la providencia» (1892), reside «en la desafortunada ambigüedad del termino más aptos de la fórmula supervivencia de los más aptos. Habitualmente empleamos la expresión más aptos en buen sentido, sobreentendiendo una connotación de los mejores… [que] tendemos a tomar en sentido ético. Pero los más aptos, que sobreviven en la lucha por la existencia, pueden ser, y a menudo son, los peores desde un punto de vista moral».

Diccionario de la evolución.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Darwinismo social

Richard Milner

Lo que habitualmente se denomina darwinismo social fue la fusión, en la década de 1879, de las ideas evolucionistas con un programa político conservador, al elevar a la categoría de «ley natural» las virtudes tradicionales de la confianza en la capacidad propia, la austeridad y la industria, gozó de un especial favor entre los hombres de negocios norteamericanos. Sus abogados, que se basaron más en los escritos de Herbert Spencer que en los de Charles Darwin, instaban a la implantación de la política del laissez-faire dirigida a eliminar a inadaptados, ineficientes e incompetentes.

Uno de los portavoces destacados del darwinismo social, William Graham Sumner, de la universidad de Princeton, creía que los millonarios eran los individuos más «aptos» de la sociedad y merecían los privilegios de que disfrutaban. Habían sido «seleccionados naturalmente en el crisol de la competencia». Andrew Carnegie y John D. Rockefeller estaban de acuerdo con esas ideas y se adhirieron a concepciones similares, pues pensaban que proporcionaba una justificación «científica» a los excesos del capitalismo industrial.

El darwinismo, al igual que otras grandes verdades (?), parecía prestarse a los programas políticos más salvajemente contradictorios según quién fuera su intérprete. Edward Bellamy, el crítico social utópico, pensaba que la total eliminación de la competencia aceleraría la perfección evolutiva. La cooperación y el socialismo podrián producirse por pasos lentos; al fin y al cabo, Darwin había enseñado que la «naturaleza no da saltos». La respuesta de Sumner fue que el socialismo era «un plan para nutrir a los menos aptos y, no obstante, progresar en civilización», lo que equivalía a una imposibilidad evolucionista.

Karl Marx escribía a su amigo Friedrich Engels que la teoría de Darwin era la base «requerida en historia natural» para la filosofía llamada por él «socialismo científico». En el «materialismo» de Darwin encontró Marx la munición contra el «derecho divino» de los reyes y la jerarquía social sostenida por la religión. Y la idea de que la evolución es una historia de conflicto competitivo casaba bien con su ideología de la «lucha de clases».

Marx envió a Darwin un ejemplar de su obra principal Das Kapital (El capital), publicada en 1867, pero el naturalista nunca lo leyó (las páginas no fueron cortadas). Tanto comunistas como capitalistas declaraban ser «darwinistas sociales», aunque sus razones eran muy diferentes. Engels elogió a Marx afirmando que había descubierto las leyes de la sociedad humana, como Darwin había descubierto las de la naturaleza.

Cuando la genética mendeliana se puso de moda, hacia 1900, la idea de saltos evolutivos discontinuos en la naturaleza sugirió un fundamento para la revolución en el ámbito social. Algunos ideólogos se apoderaron de ella como el antídoto frente a los «cambios lentos y constantes» de Darwin. Sin embargo, tras la Revolución rusa, los «mendelistas» fueron denostados por los científicos doctrinarios soviéticos. Ahora, mediante la «mejora» del campesinado, se lograría una nueva sociedad que produciría un «progreso» genético acumulativo. Bajo la tiranía de la «demostración» de la «herencia por uso», falsificada por Lysenko, los científicos doctrinarios se negaron a creer que cada generación debía ser educada de nuevo.

Los anarquistas, cuyo portavoz fue Piotr Kropotkin, un príncipe ruso que despreciaba los excesos de la nobleza, proclamaron otra filosofía darwiniana. Kropotkin partió de la conducta social cooperativa de los animales y de ciertos pasajes de la obra de Darwin Descent of Man (Origen del hombre) (1871). Según él, la cooperación social natural era la verdadera forma del darwinismo social.

En su libro Apoyo mutuo (1902), Kropotkin mantenía que la evolución había generado muchos comportamientos sociales en el seno del mundo natural; la supervivencia dependía a menudo de que los individuos cooperaran en beneficio mutuo. Su filosofía anarquista no consistía simplemente en una ausencia de reglas y orden en que todos y cada uno camparían por sus respetos. Kropotkin creía profundamente que, si la humanidad se liberaba de instituciones opresivas y corruptoras, se impondría por sí mismo un orden natural y armónico. La cooperación para el bien común en una sociedad sin clases era, pensaba él, la base de la naturaleza humana en su estado natural.

Los teólogos liberales vincularon el darwinismo con el progreso social como parte del plan divino. Muchos cristianos descubrieron en la evolución un inevitable «ascenso» de la humanidad. El hombre no era un ángel caído, sino un simio elevado que todavía progresaba hacia lo alto.

El reverendo Henry Ward Beecher, el predicador protestante más popular de Norteamérica, enseñaba que el plan de Dios consistía en perfeccionar al ser humano de manera continua. Todavía quedaría por delante el progreso moral hacia un tipo de ser superior y los pecados serían meros deslices que nos retrotraerían a un comportamiento más animal. Mientras los teólogos cristianos se liberaban de la culpa y el pecado original, los darwinistas sociales, como William Graham Sumner, parecían estar tan movidos por su rígido deber para con la «competición» evolucionista, como pudo haberlo estado cualquier calvinista por su deber para con Dios.

Thomas Henry Huxley consideraba la evolución en la naturaleza como algo sanguinario y despiadado, pero pensaba que el ser humano está obligado a dejarla tras de sí y buscar una vía mejor. Huxley enseñaba que las personas tienen la posibilidad de no aceptar la «ley de la jungla», y deben, en cambio, luchar por una sociedad compasiva y humana.

Ernst Haeckel, el destacado evolucionista alemán, pensaba, por el contrario, que el hombre debe «amoldarse» a los procesos de la naturaleza, al margen de su carácter despiadado. Los «más aptos» no han de obstaculizar nunca las leyes del progreso evolutivo. En su formulación extrema, esta idea social fue utilizada por la Alemania nazi para justificar la esterilización y el asesinato masivo de las «razas no aptas», «incompetentes» e «inferiores».

Las ideas de Darwin en política eran liberales (a veces radicales) para su época; su compasión hacia los desamparados era excesiva para un darwinista social en el sentido anglonorteamericano del término. En cierta ocasión se rió de una observación satírica según la cual él «habría demostrado que “la fuerza tiene la razón” y que, por tanto, Napoleón está en lo cierto, así como también cualquier comerciante marrullero». Darwin se opuso apasionadamente a la esclavitud, fue conocido por su gran indulgencia como juez, hizo campaña en contra de las prácticas abusivas del trabajo infantil y fue admirado entre sus paisanos por sus actividades filantrópicas.

No obstante, se había resignado al sometimiento de los pueblos tribales considerados «inferiores» por la mayoría de los ingleses. Había sido testigo directo del exterminio de los indios sudamericanos por el ejército argentino y pensaba que la masacre de los indígenas australianos y tasmanos era el resultado inevitable del choque entre razas «avanzadas» y «salvajes».

A veces, los ingleses constructores del imperio hablaban de las «cargas del hombre blanco» que pesaban sobre ellos; el deber de las naciones «civilizadas» de llevar el progreso material y moral a las razas «retrasadas». En una carta personal a un amigo, Darwin observó con ironía que la mejora de muchas poblaciones nativas estaba consistiendo en «barrerlas de la faz de la Tierra».

Diccionario de la Evolución.
La humanidad a la búsqueda de sus orígenes
(1990)

lunes, 2 de abril de 2012

Recordando a Darwin, revitalizando a Kropotkin

José María Fernández Paniagua

Artículo publicado en Tierra y Libertad, nº.248
(marzo 2009)

2009 es el año de celebración del segundo centenario del nacimiento de Charles Darwin. Se ha comentado ya mucho sobre aquel viaje, iniciado en 1831, por América del Sur e islas del Pacífico, que le permitió recoger un impresionante caudal de datos geológicos, botánicos y zoológicos. Pasarían varios años, con la consecuente ordenación y sistematización de esa información, para que elaborara su teoría de la evolución. Durante algunos años, se pensó que Darwin llegó a sus conclusiones a partir de la lectura de Malthus y su famosa teoría sobre el crecimiento de la población humana, mayor que los recursos necesarios para la subsistencia, lo cual generaría una «lucha por la existencia». Hoy, se piensa que lo que Darwin sacó de Malthus es que el proceso de selección natural ejerce una presión que fuerza a algunos a «abandonar la partida» y a otros a «adaptarse» y a «sobreponerse». En cualquier caso, un año después de aquel famoso viaje, Darwin empezó a creer la teoría de que todas las especies podrían provenir de un tronco común. La «selección natural» se produciría por las alteraciones orgánicas engendradas por la lucha por la existencia, en el curso de las cuales sobrevivirán solo los más aptos.

Darwin dejó muy claro que la selección natural no induce a la variabilidad, sino que implica solamente la preservación de las variaciones que aparecen y que son beneficiosas para el ser en sus condiciones de vida; esas variaciones adquiridas serán transmitidas a los descendientes. Las tesis de Darwin fueron presentadas en El origen de las especies, en 1859, obra con sucesivas revisiones en los años posteriores. El darwinismo suscitó la lógica oposición entre los medios teológicos, los cuáles consideraron la teoría un ataque a sus creencias y a su interpretación literal de la Biblia (y hasta hoy llegamos con esta reacción, para comprobar lo cual, en este país, solo hay que escuchar la COPE en un momento tonto). Otros, vieron el cuerpo de doctrinas de Darwin como la expresión de un pensamiento radical y revolucionario y una importante lucha contra el tradicionalismo y el Ancien Régime. Aunque, tanto la teoría de la evolución, como la del origen del hombre, a partir de otras especies no eran originales, sí resultaban innovadores la gran cantidad de datos empíricos aportados por la obra de Darwin y los caracteres que imprimió a la noción de «selección natural». Como es lógico, existen algunas fisuras y objeciones a algunas de las teorías de Darwin, algunas admitidas por él mismo en su momento, lo cual no supone necesariamente la entrada de consideraciones teleológicas (último subterfugio empleado por las creencias religiosas, con la recurrente teoría del diseño inteligente como ejemplo). Puede decirse, pese a quien pese, que el alcance y profundidad en la revolución de las ideas originadas en Darwin (con posteriores revisiones y evoluciones) son solo comparables con los derivados de Marx, Freud y Einstein. Huxley (1825-1895), firme defensor de las teorías evolucionistas de Darwin, por considerarlas más satisfactorias que cualesquiera otras hasta esa fecha, y opuesto a toda pretensión de conocimiento absoluto, era partidario de las leyes mecanicistas como explicación de la estructura de los seres orgánicos. Al aceptar la lucha por la supervivencia del más apto, Huxley consideró que el evolucionismo no podía dar cuenta de los actos morales (y, aún menos, de los ideales morales); en honor a este autor, al que tantas veces se le ha nombrado como un intérprete extremista de las teorías evolutivas de Darwin (en cualquier caso, solo en el terreno biológico), hay que recordar que afirmó que el hombre debía oponerse a tendencias evolucionistas cuando éstas fueran inmorales o amorales. Puede decirse que el socialismo en general reconoció la teoría darwiniana de la evolución como algo liberador de prejuicios y un considerable ataque al antropocentrismo, habitualmente unido a ideas reaccionarias y al providencialismo. No obstante, el llamado «darwinismo social», apoyado en algunas de las teorías darwinistas de la evolución, supondrá ideas político-sociales opuestas al socialismo, en las cuales se considera la desigualdad y la competencia como factores determinantes para la supervivencia de los más aptos y para la «evolución» de la sociedad. Se puede afirmar que el capitalismo, sea cual fuere la fase del mismo en que nos encontramos a principios del siglo XXI, continúa recogiendo ese herencia social-darwinista en la que el factor ético queda relegado en nombre de una pervertida noción de progreso y del bienestar (o supervivencia) de únicamente una parte de la población. Paradójicamente, el norteamericano Sumner (1840-1910), principal defensor del darwinismo social, rechazó toda noción de derechos naturales (en el que podría entrar la igualdad, el humanitarismo o la democracia), ya que ello supondría aceptarlos como «verdades eternas» y los desdeñó, miserablemente, en nombre de la «evolución social».Uno de los factores decisivos para combatir esta degeneración social del evolucionismo darwinista es la llamada «ética social», tan importante en la obra de Kropotkin. Una conferencia pronunciada por el zoólogo ruso Karl F. Kessler en 1880, «Sobre la ley de ayuda mutua», inspiraría a Kropotkin para desarrollar una obra en torno al cooperativismo presente en la naturaleza. El noble anarquista ruso consideró que, junto a la ley darwiniana de lucha por la superviviencia, existía la llamada ley del «apoyo mutuo» entre los miembros de una misma especie; la competencia no sería el auténtico motor de la evolución, sino la cooperación. Al día de hoy, a pesar de que la obra de Kropotkin al respecto no ha sido lo suficientemente reconocida, continúan los estudios actuales recibiendo la influencia de ambas posturas y puede decirse que no se ha desdeñado la importancia del factor cooperativista en la evolución, siendo la sociabilidad un concepto claramente importante en la sociobiología. Habría que hacer justicia a la obra de Kropotkin, sin olvidar el tiempo que vivió y situándolo en una corriente que, sin ser mayoritaria, sí fue más amplia de lo que se deja ver en los libros de historia. Hay que insistir en que la teoría de Kropotkin no se opuso necesariamente a la de Darwin, el cual entendió la «lucha por la existencia» en un sentido mucho más amplio que las posteriores interpretaciones y tergiversaciones (las cuales llevaron a introducir el término «egoísmo» como factor evolutivo determinante, antagónico al «altruismo» que quería ver Kropotkin), y sí podía considerarse como una aportación a la misma. Reconociendo que existía la forma competitiva de lucha, se esforzó Kropotkin en equilibrar esa competencia con el factor cooperativo e, incluso, darle predominancia. Finalmente, trató el «príncipe» anarquista de hacer de la ley del «apoyo mutuo» el fundamento de toda sociedad animal, incluida la humana; esa búsqueda de beneficio para sus semejantes sería, para Kropotkin, un impulso básico para el ser humano. Porque el anarquista ruso equipara el impulso ético a «lo natural», deposita una completa confianza en la naturaleza y trata de indagar en la misma, con el fin de ajustar el comportamiento humano a una ley natural, producto de un orden cósmico en los que cabe la bondad y la belleza. Del mismo modo, considera Kropotkin que naturaleza es sinónimo de ciencia y asentará, de ese modo, una de las más poderosas señas de identidad de los libertarios de su tiempo: la plena confianza en lo científico. Una confianza en la ciencia que, a mi modo de ver las cosas, debería ampliar su horizonte de manera constante y mantenerse a salvo de un culto excesivo.

Ciertas lecturas posteriores, así como consecuentes polémicas bien planteadas al servicio de un pensamiento emancipador, han demostrado la capacidad de la tradición ácrata para huir del dogma y para revitalizar sus propuestas. Malatesta, contradiciendo en este asunto a su, para tantas otras cosas, maestro Kropotkin y tratando de salvaguardar tanto la libertad como la voluntad del hombre, rechazó el cientificismo y todo fatalismo producto de una supuesta ley natural. Para el italiano, la anarquía sería una aspiración humana al margen de una supuesta ley o necesidad natural, un programa elaborado por la voluntad del hombre (y no una especie de filosofía científica) tratando de combatir, precisamente, las desarmonías que pueden encontrarse en la naturaleza. Se resume muy bien lo que Malatesta pensaba, al respecto, en la bella frase: «La fe, en nuestro caso, no es una creencia ciega; es el resultado de una firme voluntad unida a una fuerte esperanza». Volviendo a Kropotkin, a pesar de que el trabajo del autor de El apoyo mutuo y de la inacabada Ética sea de un rigorismo científico cuestionable (sin olvidar que, del mismo modo, multitud de darwinistas concedieron excesivo crédito a la tesis opuesta), aunque no exento de datos históricos y naturales bastante impresionantes y muy útiles, su crítica a ciertos factores y circunstancias negativas para la conducta humana (como la presión del Estado y de los grupos sociales) y la mencionada confianza que depositaba en una ética social son de un interés y de una vigencia impagables. También me gustaría dejar claro que las múltiples facetas de Kropotkin, resumidas en dos vías, la sociopolítica y la científica, no tienen por qué mezclarse en una lectura fácil, que empuje a creer que sus prejuicios ideológicos le empujaron a sus tesis biológicas. De hecho, es complicado saber qué faceta del ruso influyó más en la otra; incluso, al contrario de lo que se suele pensar, es posible que la visión que tenía de la naturaleza tuviera más influencia en el desarrollo de sus tesis sociales e ideológicas que al contrario. En cualquier caso, de la obra de Kropotkin se desprende siempre honestidad, y su pensamiento contiene la suficiente brillantez para ser recuperado en muchos ámbitos del desarrollo humano.

Frente a la controversia no resuelta acerca de la naturaleza humana, egoísta o altruista, bélica o sociable, mi opinión es que nuestra afán categorizador y tendencia al maniqueísmo (y, por lo tanto y por definición, «reduccionista») nos conduce a otra suerte de fatalismo. No creo que exista una respuesta definitiva para buscar una condición inherente cercana a Caín o a Abel (por usar el mito judeo-cristiano que forma parte de nuestro acervo y, tal vez por ello, supone que caigamos constantemente en el infantilismo). La historia del movimiento libertario y de sus pensadores más notables nos demuestra tolerancia, autocrítica, una férrea ética social e individual, muy necesaria para la época en que nos encontramos tan falta de valores, y un afán indagador y enriquecedor constante. Es posible que la bondad y el optimismo que caracterizaban a Kropotkin, unido a su innegable erudición, le llevó a ese intento de sistematizar las ideas y de indagar en teorías acerca de lo que es o no «natural». Otros, no exentos de sentimiento y de voluntad, y viendo la ciencia simplemente como un instrumento emancipador útil, han aportado también grandes cosas a la tradición ácrata. Tal vez, habría que observar la naturaleza de forma objetiva, asumiendo su falta de moralidad y siendo cauto con ciertas visiones alentadoras (unidad, orden, armonía…) más cercanas a la metáfora y a la tranquilidad existencial que a una visión científica (insisto, no defiendo la ciencia como una dogma, pero tendemos a mezclar cosas dispares). Las respuestas a cuestiones morales y sociopolíticas debemos buscarlas, en mi opinión, en nosotros mismos (una especie más en la naturaleza, con mayores capacidades que otras para transformar el medio, pero sin ningún «toque» de una divinidad inexistente ni de ningún otro factor externo), huyendo de todo determinismo apriorístico y sin subterfugios de ninguna clase.

Darwin-Kropotkin: Dos visiones complementarias del evolucionismo

Por José García
El ciudadano, 06/08/2010

El origen de las especies de Darwin y El apoyo mutuo de Kropotkin compiten y se apoyan mutuamente en una metáfora de las propias teorías contenidas en estas dos grandes obras del pensamiento humano.

El 12 de febrero de 2009 se cumplieron 200 años del nacimiento de Charles Darwin, padre de la teoría de la evolución. La publicación de El origen de las especies representa uno de los mayores golpes asestados por la ciencia y la razón contra la religión, el mito y la fe desde que Copérnico demostrara que la Tierra no era el centro del universo.


A Darwin corresponde el mérito de ser pionero en la construcción de una teoría evolutiva. Menos reconocida es la figura de Kropotkin, quien reinterpreta la visión meramente competitiva de Darwin y señala la colaboración como factor determinante en la evolución. El origen de las especies de Darwin y El apoyo mutuo de Kropotkin compiten y se apoyan mutuamente en una metáfora de las propias teorías contenidas en estas dos grandes obras del pensamiento humano.

La relevancia del primero sobre el segundo no sólo se debe al hecho de ser pionero en esta materia. Aunque las ciencias de la naturaleza no deberían confundirse con las ciencias humanas, es obvio que de ambas teorías se desprenden dos interpretaciones, dos visiones del mundo y del hombre. La competencia, la rivalidad y la ley del más fuerte frente al apoyo mutuo, el compañerismo y la solidaridad. No hay duda de cual de estas visiones es hoy la dominante.

Eso no siginifica que el nacimiento de Darwin no deba ser celebrado por todos los que “creemos” y tenemos “fe” en la razón. Pero precisamente el recuerdo de esta efeméride de Darwin es un buen momento para reclamar la figura del príncipe Kropotkin, quien hizo evolucionar la propia teoría evolutiva.

Rescatemos pues algunos extractos de la introducción a El apoyo mutuo: un factor de la evolución escrita por Piotr Kropotkin en 1902:

“Dos rasgos característicos de la vida animal de la Siberia Oriental y del Norte de Manchuria llamaron poderosamente mi atención durante los viajes que, en mi juventud, realicé por esas regiones del Asia Oriental.

Me llamó la atención, por una parte, la extraordinaria dureza de la lucha por la existencia que deben sostener la mayoría de las especies animales contra la naturaleza inclemente, así como la extinción de grandes cantidades de individuos, que ocurría periódicamente, en virtud de causas naturales, debido a lo cual se producía extraordinaria pobreza de vida y despoblación en la superficie de los vastos territorios donde realizaba yo mis investigaciones.

La otra particularidad era que, aun en aquellos pocos puntos aislados en donde la vida animal aparecía en abundancia, no encontré, a pesar de haber buscado empeñosamente sus rastros, aquella lucha cruel por los medios de subsistencia entre los animales pertenecientes a una misma especie que la mayoría de los darwinistas (aunque no siempre el mismo Darwin) consideraban como el rasgo predominante y característica de la lucha por la vida, y como la principal fuerza activa del desarrollo gradual en el mundo de los animales.

Por consiguiente, ya desde entonces comencé a abrigar serias dudas, que más tarde no hicieron sino confirmarse, respecto a esa terrible y supuesta lucha por el alimento y la vida dentro de los límites de una misma especie, que constituye un verdadero credo para la mayoría de los darwinistas. Exactamente del mismo modo comencé a dudar respecto a la influencia dominante que ejerce esta clase de lucha, según las suposiciones de los darwinistas, en el desarrollo de las nuevas especies.

[...] en todas estas escenas de la vida animal que se desarrollaba ante mis ojos, veía yo la ayuda y el apoyo mutuo llevado a tales proporciones que involuntariamente me hizo pensar, en la enorme importancia que debe tener en la economía de la naturaleza, para el mantenimiento de la existencia de cada especie, su conservación y su desarrollo futuro.”