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viernes, 15 de abril de 2022

Todos somos RT

JOHN M. ACKERMAN

Quienes hace unos días proclamaban «Todos somos Loret» y hoy celebran la censura a RT, no son más que hipócritas al servicio de los poderes fácticos internacionales y la vieja oligarquía neoliberal mexicana.

El bloqueo a las transmisiones del canal Russia Today (RT) por autoridades europeas, estadunidenses y latinoamericanas, así como por empresas sociodigitales trasnacionales, como Facebook, Twitter, YouTube y Google, ha desenmascarado la falsedad del supuesto compromiso de «Occidente» con la libertad de expresión.

Es indiscutible que RT tiene sesgos en su cobertura informativa y que su línea editorial frecuentemente coincide con la perspectiva oficial del Kremlin. Pero esta situación no lo diferencia de la mayoría de los medios de comunicación de Europa, Estados Unidos y América Latina, cuyas directrices editoriales también suelen alinearse con intereses económicos y proyectos gubernamentales identificables.

La «objetividad» periodística no existe. Tanto las subjetividades de los periodistas como las estructuras de propiedad de los medios de comunicación siempre influyen sobre los contenidos que difunden las empresas mediáticas. Nadie en su sano juicio podría afirmar, por ejemplo, que los reportajes de Fox News, CNN, Televisa o Reforma serían más objetivos que los de RT. Un estudio reciente del Tlatelolco Lab, del PuedjsUNAM, ha revelado que en la cobertura del conflicto entre Rusia y Ucrania la mayoría de los medios mexicanos reproducen «una ideologización prooccidental» en sus coberturas.

 
Y el hecho de que RT reciba financiamiento del gobierno ruso tampoco lo coloca en una categoría aparte. Medios como BBC, France 24, Deutsche Welle, y Al Jazeera también dependen del financiamiento público de sus respectivos gobiernos y, como RT, realizan una labor informativa sumamente profesional.

El buen periodismo no exige «objetividad», sino el despliegue del rigor profesional para evitar la propagación de noticias falsas. No se deben eliminar las subjetividades, sino insistir en la comprobación de fuentes y la investigación a fondo del contexto de los acontecimientos.

Ahora bien, la mejor manera de asegurar que un solo punto de vista no domine el espacio informativo no es con la censura, sino a partir del acceso a la más amplia pluralidad de contenidos y puntos de vista. En este contexto, la labor de canales como RT y Telesur, así como de una infinidad de medios ciudadanos y autogestivos, ha sido esencial al diversificar las diferentes fuentes de información accesibles en México y el mundo.

Por ejemplo, en el contexto de la brutal censura y represión en contra de periodistas críticos e independientes durante los sexenios de Felipe Calderón y Enrique Peña, la llegada de RT a México ayudó a romper el cerco mediático. En mi caso particular, la invitación a colaborar con Actualidad RT, la versión en español de RT, fue una oportunidad de oro para superar mi exclusión de la radio y la televisión mexicanas en castigo por mis posiciones críticas hacia el régimen neoliberal. Durante los casi cuatro años que tuve el privilegio de publicar videocolumnas para las redes sociales de RT, de septiembre de 2016 hasta marzo de 2020, pude comprobar el enorme profesionalismo y compromiso del gran equipo del canal.

La guerra sucia no se dejaba esperar. Desde 2017 empezaban a acusarme de ser un «agente ruso» por colaborar con RT. Y posteriormente los mismos voceros del viejo régimen neoliberal quisieron involucrar directamente a Andrés Manuel López Obrador en la supuesta «trama rusa» con base al sólo hecho de que uno de sus «asesores», un servidor, colaboraba con RT.

En general, la censura, como la guerra misma, es la estrategia de los débiles. Así como la invasión de Ucrania por Vladimir Putin revela su desesperación frente al cada vez más agresivo cerco militar de la OTAN, la censura de RT por los principales gobiernos y empresas socio-digitales de Occidente evidencian su enorme inseguridad y vulnerabilidad frente a la opinión pública de sus propios pueblos.

Si Europa y los Estados Unidos estuvieran confiados en el criterio político de sus ciudadanos, no sería necesario eliminar por la fuerza a los competidores mediáticos. Al contrario, la existencia de narrativas alternativas ayudaría a confirmar la perspectiva preferida al poder contrastarla con otras opciones.

Nos encontramos entonces en medio de un importante quiebre histórico no solamente respecto de la geopolítica mundial, sino también en relación con el ecosistema mediático. Así como el conflicto en Ucrania implica el fin del unilateralismo dirigido por el Pentágono, la censura de RT por Occidente simboliza el fin del control unilateral sobre la opinión pública por los medios dominantes.

Estamos ingresando a terrenos totalmente desconocidos que si bien presentan grandes riesgos y peligros, también abren puertas para el establecimiento de un nuevo multilateralismo mundial democrático y una verdadera libertad de expresión en favor de la conciencia social.

LA JORNADA
7 marzo 2022

jueves, 9 de abril de 2020

Preguntas sobre los «expertos»


 Separados por más de un siglo, la mentira sigue uniendo el derrocamiento de la última reina de Hawai, Liliuokalani, en 1893, con el de Sadam Husein, en 2003


Las posiciones de una gran potencia soberana (en el mundo de hoy quedan bien pocas) en materia de política económica o relaciones internacionales, vienen, obviamente, determinadas por los intereses de las fuerzas vivas a las que sirve su gobierno. Cuando un gobierno quiere divulgar esas posiciones echa mano de los medios de comunicación. Cuando quiere crearlas, utiliza a los «expertos».

Los «expertos», como los periodistas, suelen comer de la mano del poder establecido, así que elaboran las posiciones que se espera de ellos. Para eso existe todo un entramado institucional de fundaciones, universidades, institutos y medios de comunicación, cuyo principal vector es esa servidumbre. Suele ser tan difícil encontrar un «experto» con puntos de vista propios o independientes, como toparse con un periodista heterodoxo. Normalmente ni unos ni otros tienen futuro profesional, ni por supuesto lugar, en las instituciones concernidas.

Debemos al libro de Stephen Walt, The Hell of Good Intentions, una rara caracterización de los llamados «laboratorios de ideas» de Estados Unidos, más conocidos por su denominación inglesa think tanks. Walt ya fue coautor, junto con el académico conservador John J. Mearsheimer, de un excelente libro sobre el funcionamiento del poderoso lobby israelí en su país, The Israel Lobby and U.S. Foreign Policy. Ahora nos explica el mundo de los «expertos» en política exterior.

Los define como «una casta disfuncional, formada por privilegiados que en general desdeñan las perspectivas alternativas y están inmunizados con respecto a las consecuencias de las políticas que han puesto en práctica». Un cuerpo disciplinado por las patologías establecidas que se deducen de los intereses de quienes les pagan y dirigen.

La mayoría de los laboratorios de ideas están vinculados a intereses particulares. En Estados Unidos eso viene de muy lejos, con instituciones de pensamiento vinculadas a los nombres de la modernización de los hidrocarburos y el acero, como Rockefeller o Carnegie, pero en los años setenta se produjo una enorme inversión en creadores de opinión que preparó el terreno ideológico a la involución neoliberal. Hoy, la mayoría de los «centros de estudios estratégicos» o «institutos de estudios económicos» que uno encuentra en el mundo que cuenta, emiten desde hace décadas la buena nueva neoliberal / belicista / crematística que ha llegado a formar parte del sentido común del ciudadano informado. Su objetivo no es la investigación de la verdad, o de las verdades, sino «el marketing político de ideas defendidas por sus patrocinadores», explica Walt.

Los norteamericanos inventaron el uso intensivo de la prensa para propagar las mentiras necesarias para generar el consenso que necesita una agresión. Ellos fueron los creadores del periodismo moderno y son sus maestros. Utilizan la crónica internacional, fundamentalmente, para justificar, encubrir o embellecer las fechorías de su gobierno. Fueron ellos lo que estrenaron y rodaron esa relación incestuosa del poder con los periodistas a base de filtraciones y confidencias interesadas al cuerpo de periodistas de la corte, dentro de ese marco de empresas periodísticas estrictamente controladas por el poder empresarial que pasa por «libertad de prensa» y «cuarto poder», cuando es precisamente su perversión. La actual relación entre medios y poder que hoy vemos por doquier, fue un invento americano, como las relaciones públicas y el complejo Hollywood, que, como dice Laurent Dauré, es «la continuación de la política de Washington por otros medios».


A su vez, los periodistas apelan a los «expertos» para apoyar el mensaje buscado cuando se debate sobre aspectos de la política internacional. El resultado suele ser enormemente uniforme, ya que son raras las voces que discrepan de los planteamientos establecidos. La consecuencia de instituciones que tienden a perder de vista la realidad —porque la sacrifican a la disciplina— suele ser una considerable ceguera sistémica. Es así como la «eficacia» del aparato de propaganda imperial contribuye a la degeneración de un sistema cegado. Lo vimos en la URSS, pero es universal: aunque el liderazgo de Estados Unidos sea aplastante, eso ya son cosas que ocurren en diversa medida en casi todas partes.

Walt explica cómo la mayoría de los expertos están formateados por el consenso ideológico-militar de Washington y quienes no lo están tienen pocas probabilidades de hacer carrera. Menciona el destino de los 33 investigadores de relaciones internacionales que en septiembre de 2002 advirtieron contra la guerra de Irak. «A ninguno de ellos se le ha propuesto desde entonces un cargo o un puesto de trabajo en la Administración ni en ninguno de los grupos más prestigiosos dedicados a la investigación exterior», dice. Es tan raro ver a un experto que defienda en una televisión de Estados Unidos la posición de Irán en las actuales tensiones, como ver en un canal europeo a un crítico de la OTAN o del nacionalismo exportador de Alemania y su austeridad en la eurocrisis. No se les paga para eso.

Cada año gobiernos e industrias aportan decenas de millones a las instituciones encargadas de fabricar el consenso. En Estados Unidos los think tanks son considerados instituciones «sin ánimo de lucro», por lo que no están obligadas a declarar los nombres de sus mecenas ni el monto de sus ingresos anuales. A pesar de ello, es notorio que la mayoría de los laboratorios de ideas reciben donaciones millonarias de empresas del sector militar, como Lockheed-Martin o Boeing, del propio Ejército, del sector aeroespacial y de países de Oriente Medio, como Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Omán, Qatar, Israel, u otros como Corea del Sur o Japón. Aunque esas instituciones defienden intereses nacionales y específicos de Estados Unidos, financiar think tanks americanos es para esos países una buena inversión para promover sus propios asuntos desde el centro imperial.

La mayor parte de los grandes think tanks de Estados Unidos y de Europa tienen entre sus asociados a notorios exmandatarios de sus parroquias. Gente como Henry Kissinger, Brent Scowcroft, Stephen Hadley, en Estados Unidos, o compañeros de viaje como el exministro de Exteriores sueco Carl Bildt o José María Aznar, figuran como directores y asesores del Atlantic Council, el think tank vinculado a la OTAN. Lo mismo ocurre con los grandes laboratorios de ideas europeos, El European Council on Foreign Relations o la DGAP alemana. El CIDOB de Barcelona, tuvo como presidente al exministro de Defensa Narcís Serra, y como Presidente de Honor a Javier Solana. No hay que extrañarse de lo difícil que resulta encontrar allí puntos de vista que contradigan algo la disciplina del pensamiento establecido en materia de «seguridad europea» o eurocrisis, por citar dos grandes ámbitos. Es una tendencia que llega hasta los últimos rincones de este pequeño mundo de servidumbres y disciplinas intelectuales, en el que, por supuesto, hay excepciones.

La historia sugiere que el incremento del nivel de educación, de cultura y de sofisticación técnica en los países más desarrollados no nos ha hecho más y mejor informados que nuestros tatarabuelos. Separados por más de un siglo, la mentira sigue uniendo el derrocamiento de la última reina de Hawai, Liliuokalani, en 1893, con el de Sadam Husein, en 2003. Lo que Snowden reveló sugiere incluso la posibilidad bien real de un control orwelliano, antes técnicamente impensable.

Por todo ello, de la misma forma que estamos obligados a aprender a leer periódicos, es decir a interpretarlos, cuando nos presentan a un «experto» hay que preguntarse lo más elemental: ¿De dónde sale? ¿Para quién trabaja y quién paga a su institución?

CTXT
29/05/2019

sábado, 28 de septiembre de 2019

¿Quién puede matar a un niño? El fenómeno Greta Thunberg como un manual de dirección de las pasiones políticas


Por DANIEL BERNABÉ

En 1976, el gran Chicho Ibáñez Serrador estrenó ¿Quién puede matar a un niño?, una película de terror donde una joven pareja viaja a una isla mediterránea que ha sucumbido a un terrible mal: los niños han asesinado a los adultos. Mientras que en historias similares como El pueblo de los malditos (1960) los pequeños homicidas tienen un origen paranormal, en la producción española la furia infantil se achaca a los males del mundo y a la inacción de las personas mayores: los críos han llegado para poner orden, al precio que sea.

Viendo el airado discurso de Greta Thunberg en la Cumbre de Acción Climática de la ONU se me hizo muy difícil no pensar en la película de Ibáñez Serrador. La joven protagonista de toda esta historia ha acaparado titulares, conversaciones en red y ha eclipsado al resto de intervinientes, desde los jefes de Estado hasta otros activistas, reafirmando la narrativa de que los niños han venido a poner las cosas claras a los malvados adultos: dicotomías de cuento de los Hermanos Grimm para un momento de audiencias hambrientas de emociones fuertes.

Pero la intervención de Thunberg me ha recordado no sólo a la película por esta división, otra más, sino por un hecho que a pesar de obvio pasamos por alto. ¿Quién puede matar a un niño? toma su título de la frase que uno de los supervivientes de la isla emplea para explicar por qué los pequeños han cometido sus crímenes sin apenas oposición: ¿quién puede enfrentarse a un niño a pesar de que este venga con intenciones hostiles? Quien sea aficionado al cine de zombies sabrá de qué hablamos.

Si hoy decimos «la adolescente más famosa del mundo» gran parte del planeta pensará en Thunberg, pero no hace demasiado tiempo, en 2013, este título le fue otorgado a Malala Yousafzai por el periódico alemán Deutsche Welle. Un poco después vino Muzoon Almellehan, a la que se llamó con demasiado descaro «la Malala siria», suponemos que por ponerle las cosas fáciles al público. Niñas, adolescentes, con vidas muy duras y una historia de superación tras de sí, con mensajes sencillos y directos que apelaban a causas nobles como la educación o los derechos humanos. Niñas que fueron utilizadas desde los centros de poder mundial para sustentar intereses geoestratégicos. Pero, ya saben, ¿quién puede criticar a una niña?

En 1992, Severns Cullis-Suzuki recibió la condecoración de «la niña que silenció al mundo» por un discurso que llevó a cabo en, adivinen, la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro. Cullis-Suzuki, con trece años, pronunció un alegato ecologista tan conmovedor como vacío políticamente. Ese mismo año y en esa misma cumbre, Fidel Castro Ruz, el presidente de Cuba, pronunció otro discurso con mucha menos trascendencia mediática que señalaba con pelos y señales el culpable del desaguisado ecológico: un sistema económico que había hecho de la rapiña, el crecimiento descontrolado y el 'extractivismo' a los países más pobres su principal motor de desarrollo. Eran tiempos en los que, después de la caída del muro, nadie quería escuchar a un comunista: hoy las palabras de Castro parecen premonitorias.


El fenómeno de los niños prodigio del activismo no es nuevo, por lo que sorprende que los medios lo pasen por alto, como si Thunberg fuera única y primera en su especie. Thunberg es, sin duda, un gran producto político, uno especialmente adaptado a la infantilización sentimental de la sociedad, pero uno que también cuenta con la connivencia de un periodismo que necesita obtener visitas a toda costa y que ya no se atreve a adoptar una postura crítica, simplemente plantear una serie de dudas razonables, frente al último fenómeno extraído de una probeta.

Lo realmente desconcertante es cómo un adulto de inteligencia media puede creer que una niña decide por su cuenta iniciar una huelga escolar climática hace un año y que doce meses después sea un icono mundial recibido por Obama y Lagarde, que viaja en un velero acompañada de un príncipe monegasco y cuenta con voz en las tribunas de los organismos más importantes del mundo. Perdonen que levante una ceja en señal de desconfianza, pero rara vez quien posee los resortes de poder decide pegarse un tiro en el pie dando facilidades a quien les confronta.

Si descartamos que Thunberg tenga capacidades de control mental –cosas más raras se han visto–, hemos de deducir que, evidentemente, hay una serie de patrocinadores detrás de la niña. Y no hablamos de ninguna extraña conspiración, sino simplemente de la forma habitual en la que funcionan la cosas en nuestra época. Alguien tiene una serie de intereses y, mejor que hacer lobby, recurre a una protagonista amable para que el público acepte con entusiasmo el cuento que se les ha propuesto, eso que ahora se llaman narrativas.

¿Estamos por aquí afirmando que el cambio climático o en general los problemas ecológicos son un cuento? Ni mucho menos. Probablemente nos enfrentemos como especie a un reto global de dimensiones catastróficas. Lo que decimos es que Thunberg, al margen de sus deseos, es el enésimo fenómeno que va a permitir que los trabajadores acaben pagando los platos rotos de la transición productiva y además lo acepten de buen grado. La pretensión real puede ser una impostergable adaptación económica para paliar el cambio climático, pero exonerando al capitalismo y manteniendo las tasas de beneficio, cargando sobre los hombros de la clase trabajadora y los países empobrecidos la factura. Ya pasó en la crisis del 2008.

El fenómeno Thunberg cuenta, en primer lugar, con un discurso emocional pero desestructurado políticamente, que no señala ni los cómos ni los porqués, que evita poner el acento en corporaciones empresariales concretas y que pasa de puntillas por el gigantesco complejo industrial-militar norteamericano, pero que además fomenta una peligrosa idea de que «la clase política» es la única responsable del calentamiento global, sin asumir que la mayoría de esos políticos son el consejo de administración, en los organismos públicos, del gran capital. La diferencia de añadir apellido a la culpabilidad es que mientras que en el segundo caso protegemos la democracia, en el primero podríamos estar tentados de verla como un impedimento. De la eco-tecnocracia al eco-fascismo hay tan sólo unos ligeros matices.

De hecho, muchos líderes políticos, de forma similar a los propios medios de comunicación, intentan subirse como pueden al carro de la niña sueca, temerosos de enfrentarse a alguien obligatoriamente popular. Además, estos políticos obvian que desde hace treinta años se han aprobado protocolos para atajar la crisis climática. Que parezca que antes de Thunberg sólo existe el vacío les libra de responder por qué esos protocolos no se han aplicado con efectividad.

La respuesta no es que no se sepa lo qué hacer, ni siquiera que en último término no haya voluntad política para hacerlo, el problema es que en un entorno capitalista de una producción cada vez más desordenada esos protocolos son inasumibles: chocan frontalmente con los modelos de los mismos entes supranacionales, como el FMI, que reciben y agasajan a Thunberg. Y eso no se puede asumir delante de los focos.

Sorprende —sinceramente ya más bien poco— que el progresismo no se esté dando cuenta de la dinámica que genera la propuesta Thunberg. Se diría, escuchando a muchos activistas y líderes, sinceramente fascinados con la joven nórdica, que lo único que importa es la concienciación y el 'movimientismo', cuando la población sabe perfectamente que tenemos un problema climático, es más, cuando la mayoría hace lo que puede por paliarlo. Por otro lado que alguien se sume a una movilización hoy apenas garantiza nada más que la expresión de la preocupación de un sumatorio de individualidades respecto a un tema. Si el progresismo detesta la movilización al estilo del siglo XX no puede luego esperar resultados parejos a los del pasado.

Este progresismo happening parece conformarse con que sucedan cosas, sin preguntarse muy bien por qué suceden o cuál es el poso que van a dejar. Se desea movilizar a una gran cantidad de personas, sin saber muy bien hacia dónde conduce ese movimiento. Conceptos como organización, poder, ideología o estrategia se han vuelto pecaminosos y ya, a lo único que se aspira es a ser meros acompañantes por si, con suerte, se pega algo del charme y las simpatías se traducen en votos. ¿Que ha quedado de la indignación española del 15M? Esa es la pregunta que este progresismo happening debería responder y no seguir con su desesperada escapada hacia adelante, en muchos casos como resultado de la enésima venganza interna para acabar con tradiciones políticas realmente útiles durante décadas.

De hecho, el greenwashing, la coartada de tal producto o empresa mediante lo ecológico, no es el asunto de fondo, sino simplemente un síntoma de una política vaciada que se adquiere como un bien identitario de consumo. Estas semanas la gente se define como pro-Greta o anti-Greta, intentando situarse histéricos en un mercado donde mostrar unas paradójicas diferencias uniformizantes. En el punto más demente las discusiones giran en torno a si el producto Thunberg posee privilegios por ser blanca y europea o sufre opresiones por ser mujer, joven y padecer síndrome de Asperger, como el célebre Sheldon Cooper. ¿Cuál es el personaje de ficción y cuál el real? La misma pregunta vale para la política progresista. A Trump, cómodo, le vale con bromear sardónicamente: su electorado es lo que espera.


En el colmo de la mezquindad y la estrechez de miras, el progresismo happening acusa a cualquiera que critique al producto Thunberg de celebrar la inacción, planteando el «qué hacer» como pregunta irrebatible que apela a la moralidad individual, de una forma muy parecida a los sacerdotes señalando desde el púlpito a los malos creyentes que se plantean dudas teológicas. La respuesta a esa pregunta es bien sencilla: lo que ya se está haciendo y de hecho se lleva haciendo décadas.

En Latinoamérica, pero también en la India y África, hay una tupida red de militantes ecologistas que además suelen hacer coincidir sus acciones con lo sindical, lo comunitario y lo étnico, dando a esa palabra llamada 'interseccionalidad' un valor real, y no el maltrato identitario al que ha sido sometida por los departamentos universitarios de Europa y Estados Unidos. La diferencia es que estos militantes no tienen espacio en los medios, no son recibidos por el FMI, los príncipes no les prestan los yates y, lo peor, son asesinados a centenares cada año. Su problema es que plantean aún un tipo de política en el que los protagonismos brillan por su ausencia, que ataca los problemas sistémicamente y que organiza a las personas de modo estable elevando su nivel de conciencia. Un muy mal producto, al parecer, para un siglo donde importan más las narrativas que las acciones.

Greta Thunberg, en el mejor de los casos, acabará como Cullis-Suzuki o Malala, escribiendo ese tipo de ensayos que se venden en los aeropuertos. Mientras países como Alemania ya anuncian dinero para la transición industrial ecológica, otros hablan de Green New Deal, maneras eufemísticas de nombrar la gigantesca reestructuración productiva que se va a llevar a cabo para intentar evitar la nueva crisis que se nos avecina y que, con la excusa ecológica, destruirá miles de puestos de trabajo estables transformándolos en empleos precarios pero con la etiqueta verde.

O esta transición se lleva a cabo de forma democráticamente ordenada, planificando la economía para el beneficio de la mayoría de la población, o nos quedaremos sin derechos y sin planeta.

No digan luego que no les avisamos.

25 septiembre 2019

lunes, 20 de agosto de 2018

El engaño de la democracia española


Hay dos factores que demuestran que la Transición fue un proceso necesario pero fallido: la Jefatura del Estado y la Ley de Amnistía. Ambas fueron presentadas a los ciudadanos como un hecho consumado sin el cual no podría haber democracia. Ahora vivimos las consecuencias de tener un sistema político deficitario en sus esencias fundamentales

Por JOSÉ ANTONIO GÓMEZ

¿España es una democracia? Teóricamente sí. Los ciudadanos votan cada cuatro años para elegir a su primer ministro y disponen de un espacio de derechos y libertades reconocidos por la Constitución… Sin embargo, la democracia es algo más y en España la voz del pueblo se contamina con los intereses partidistas e ideológicos de los gobernantes sin que haya una figura que controle el cumplimiento de lo que los ciudadanos han determinado con su voto.

España es uno de los pocos países del hemisferio occidental —teóricamente la zona del mundo donde el desarrollo político es superior desde un punto de vista democrático— que tiene vacante la Jefatura del Estado. Es cierto que hay una figura que constitucionalmente ocupa dicho cargo pero que, en realidad, no tiene más función que el de relaciones públicas o director de desarrollo de negocio que, parece ser, cobraba, además, sus correspondientes comisiones por la intermediación con gobiernos para que las empresas españolas captaran grandes contratos, tal y como lo haría un agente comercial.

La realidad es que España sigue cumpliendo la voluntad del dictador Francisco Franco en lo referente a la Jefatura del Estado. La Monarquía fue impuesta de manera torticera a los españoles porque jamás se ha preguntado al pueblo por el modelo de democracia que quieren. En el referéndum de la Constitución, que ahora va a cumplir 40 años, se obligó a votar el texto completo en el que se imponía a un Rey sin que los ciudadanos pudieran determinar si estaban de acuerdo o no con ello. Fue un trágala en toda regla: «si queréis una Carta Magna que reconoce al pueblo derechos y libertades hay que tragar con los Borbones». Si en 1.978 los ciudadanos se hubiesen rebelado y votaran en contra de la Monarquía estaban impidiendo la aprobación de la Constitución. Por tanto, por más que los defensores de la Monarquía afirmen que Felipe VI o Juan Carlos I fueron elegidos por el pueblo, la realidad es que no es así, sino que el propio aparato del Estado determinó que los españoles debían tragar con la voluntad de Franco si deseaban que se les reconocieran los derechos y libertades de los que disponían los ciudadanos de los países democráticos.
 
Esto no es democracia y, en consecuencia, hay una deficiencia grave en nuestro sistema político que, además, está teniendo consecuencias para la ciudadanía. ¿Para qué sirve la Monarquía a los ciudadanos? Para nada más que para generar titulares vacíos que oculten la realidad podrida de una parte de nuestra clase política. ¿Qué le importa a una familia desahuciada si Letizia Ortiz se lleva mal con Sofía de Grecia? Nada. ¿La operación de rodilla de Juan Carlos de Borbón importa a un trabajador con un salario por debajo del umbral de la pobreza? No. La Monarquía es una institución inútil para el pueblo y ha llegado el momento en que el pueblo salga a la calle y diga lo que tiene que decir y reclame que, de una vez por todas, se le permita decidir si quiere seguir manteniendo esta pseudodemocracia o tener una democracia plena. 


En una democracia un Jefe de Estado sin contenido político es inútil. La pretendida parcialidad no es otra cosa que un modo de aquiescencia con todo lo que está ocurriendo y que está hundiendo a España: corrupción, utilización de los pilares democráticos del Estado de Derecho con fines partidistas, precarización del mercado laboral, destrucción del Estado del Bienestar, sumisión a las élites financieras internacionales, humillación a las víctimas del franquismo, conculcación de los derechos humanos con sus consiguientes condenas por parte de Naciones Unidas, conflictos territoriales, firma de acuerdos comerciales con países condenados por vulnerar los más mínimos derechos fundamentales, impunidad de ciertas familias respecto a la Justicia…, y más corrupción que, presuntamente, se da en la propia Familia Real.

Respecto al otro aspecto que adultera a la democracia española, la Ley de Amnistía, la Ley de Amnistía fue otro engaño al pueblo español. En aquellos años se utilizó mucho la expresión de «la superación de las dos Españas» en referencia a la necesidad de cerrar las heridas abiertas desde el golpe de Estado y el posterior genocidio impuesto por el dictador Francisco Franco Bahamonde. Se legisló una serie de medidas de perdón que el pueblo entendió que iban dirigidas a las personas que fueron represaliadas por luchar por la democracia y los derechos de los ciudadanos. Sin embargo, la Ley de Amnistía tenía una trampa que se ocultó a los españoles: este texto era una verdadera ley de punto final que exoneraba de sus delitos a los represores y torturadores franquistas. Esta ley, que fue aprobada por un gobierno elegido por la metodología franquista, es la que está impidiendo que se haga justicia con las víctimas de la dictadura genocida. Los tribunales españoles se escudan en la misma para decir que los delitos cometidos por aquellos que son responsables de la represión franquista están amnistiados, hecho por el que España ha sido condenada en varias ocasiones por la ONU por la oposición a la entrega a la Justicia de personas que han sido reclamadas o denunciadas por las víctimas del franquismo. En este país, para superar a las dos Españas, se pretendió ocultar a la que fue masacrada por el fascismo que gobernó durante casi 40 años. Ese no es el modo de cerrar las heridas porque hay más de 200.000 personas enterradas en las cunetas. Todo son excusas de mal pagador a la hora de hacer justicia con los asesinados o con los represaliados del franquismo, todo son trabas a la hora de aplicar la Ley de Memoria Histórica. ¿Cómo es posible que en una democracia haya partidos que aún no han condenado al franquismo o que, como la formación de Albert Rivera, abandonaron un parlamento para evitar condenar al régimen fascista? ¿Cómo es posible que tanto PP como Ciudadanos se opongan a cambiar un callejero que aún continúa homenajeando a asesinos?

La democracia española llegó tras un proceso de transición que fue ejemplar si se hubiese tomado como un punto de partida y no como un elemento inamovible. La democracia en España no es plena porque hubo, al menos, dos aspectos que se impusieron a los ciudadanos sin que tuvieran ni voz ni voto. Por tanto, nuestro actual sistema nació con un engaño, nuestra democracia seguirá siendo incompleta, estará adulterada, mientras la Jefatura de Estado no haya sido elegida por los españoles y la Ley de Amnistía siga vigente.

18 agosto 2018

domingo, 17 de junio de 2018

'El Libertario', arma falaz de la contrainformación en Venezuela


Por GABRIEL OLIVEROS

En medio de la vorágine mundial y local por conseguir información oportuna y veraz, pero fundamentalmente útil, deconstructiva y constructiva, nutritiva y cardinal, los anarquistas venezolanos contamos apenas con una publicación periódica conocida como El Libertario. No obstante, de la diversidad de tendencias y opiniones internas en el movimiento ácrata surgen dudas acerca de la autenticidad del Colectivo Editor El Libertario como agrupación de raíz anarquista y cónsono con las ideas y luchas libertarias.

En tal sentido, con la intención de conocer qué es o quiénes son el Colectivo Editor El Libertario, me he planteado una investigación diacrónica (en el tiempo) de todas y cada una de las publicaciones digitalizadas y disponibles en Internet de este periódico. El objetivo es evaluar la postura política de El Libertario y su consonancia con el ideario ácrata. La hipótesis de trabajo: Una cantidad equiparable de artículos en contra del Gobierno y de la oposición muestra una auténtica postura anarquista. Téngase en consideración que la oposición venezolana está conformada y representada por grupos e individuos conservadores, adherentes a la derecha nacional.

Para el desarrollo del estudio he empleado cuatro categorías que ayudaron a la evaluación de los artículos y su adecuada clasificación con fines estadísticos. Estas categorías de trabajo son:

- Contra el Gobierno: aquellos artículos en los que a lo largo de todo el contenido o buena parte de él se habla mal de la gestión de gobierno o de sus partidarios.

- Contra la oposición: aquellos artículos en los que a lo largo de todo el contenido o buena parte de él se habla mal de los sectores de oposición (conservadores, derecha), sus partidarios, sus patrocinadores, o la oligarquía venezolana.

- Contra ambos: aquellos artículos en los que a lo largo de todo el contenido o buena parte de él se habla mal tanto del gobierno como de la oposición.

- Contra el sistema en general: aquellos artículos en los que a lo largo de todo el contenido o buena parte de él se tocan temas y/o se narran hechos al margen de la polarización política venezolana (temas diversos).

Se han excluido del estudio las propagandas, poemas, caricaturas y similares. Se examinó cada artículo a partir de su lectura y se ubicó en alguna de las cuatro categorías de trabajo. Los resultados de la lectura y evaluación de cada uno de los artículos contenidos en los distintos ejemplares se muestran a continuación:


Otras siete (07) ediciones o ejemplares no están digitalizados ni presentados en la página web (#26, 27, 31, 33, 39, 46 y 69). La #69 que se muestra en la página web hace referencia (quizá por error) a la #68. Ninguna de éstas está incluida en el estudio.

Resumen cuantitativo de datos

Como se aprecia en la tabla anterior, existen 46 ejemplares digitalizados de El Libertario cargados en la web, con un total de 1277 artículos en un periodo de catorce (14) años. El promedio de artículos por ejemplar es de 28 (27,8 ± 6). Del total de artículos, el 26,4% corresponden a escritos «Contra el gobierno», mientras que tan sólo 1,4% son escritos «Contra la oposición» y 1,3% «Contra ambos». El restante 70,9% corresponde a artículos «Contra el sistema en general» de diversa índole o en los que no se plantea el conflicto político venezolano. Sin embargo, en esta última categoría también se incluyen muchos artículos que presentan contenido indirectamente vinculado al conflicto, pero que el Colectivo Editor El Libertario parece utilizar muy convenientemente a sus intereses.

Los resultados muestran con total claridad que más de la cuarta parte del periódico (26,4%) se destina a criticar y/o hablar mal de una gestión del Gobierno (socialista, de izquierda) que contrasta sobremanera con las críticas lanzadas a los sectores de la derecha nacional (apenas 1,4%). En este sentido, tomando la misma «premisa» empleada por los editores del periódico de que la izquierda (bolivariana, chavista) y la derecha venezolana son lo mismo, cabría esperar un abultado porcentaje de artículos escritos en contra de ambos sectores simultáneamente, pero no es así, porque el 1,3% de los artículos escritos «Contra ambos» lo demuestra con claridad, derriba la «premisa» de la que se quiere valer el colectivo editor y lleva a inferir que existe una tendencia muy clara en la posición política que asume El Libertario a favor de la derecha venezolana.

Analizando, pues, los datos correspondientes a los artículos escritos «Contra el Gobierno» se aprecia que hasta el año 2002 no existía mayor interés por parte de El Libertario de criticar al gobierno de Hugo Chávez. No obstante, los ejemplares #28 y 29 que corresponden al año del golpe de Estado en Venezuela por parte de la derecha recalcitrante y radical, no están publicados en Internet, hecho curioso y llamativo porque a partir de allí comienza la escalada de escritos en contra del Gobierno. Pero es también muy llamativo que sea entre los años 2002 y 2003 cuando publican con más frecuencia en «Contra de la oposición» y luego la proporción de artículos baja y la frecuencia se hace prácticamente cero, lo cual es curioso para un colectivo que se proclama anarquista (de izquierda, y si no es de izquierda sino «de los de abajo» ya veremos más adelante qué ocurre).

La escalada de escritos en contra del Gobierno se aprecia claramente en la columna por periodos (resaltada en colores) en la que el porcentaje se incrementa abruptamente desde 0 hasta 21 % y de allí con incrementos paulatinos a 31% hasta radicalizarse en el periodo 2012-2015 con un 35% de escritos en contra del Gobierno, mientras que en contra de la oposición continúa el silencio. Este hecho debe resaltarse porque se aprecia que para El Libertario el poder sólo lo ejerce el Gobierno, mientras que la oposición (derecha venezolana) pareciera no ejercer ningún poder político (nacional e internacional), económico y comunicacional. Se entiende, pues, que El Libertario no tiene ningún problema con la oligarquía venezolana, con los ricos, con los grupos y partidos de derecha, conservadores, con los flamantes dueños de tierras, empresas y toda clase de propiedades, que pugnan para impedir a los pobres el disfrute de los recursos naturales.

Resumen cualitativo de los artículos contenidos en El Libertario

Pero los datos interesantes que se desprenden de la revisión de los 46 ejemplares digitales de este periódico, no se detienen en las cifras.

La postura editorial de este colectivo abandonó la ecuanimidad inicial para declararse abiertamente opositor al gobierno nacional, mas no opositor a la oposición, es decir, a la derecha. Incluso, por lo que se lee en sus artículos, todo proceso que se autodenomine, se identifique o se considere de izquierda en Latinoamérica es mal visto por El Libertario y apuntan sus palabras contra éstos (ejemplares #44, 45, 47, 57 y 60), pero jamás han escrito algo sobre las oligarquías de esos países; por el contrario, les lanzan piropos. Caso emblemático (repugnante) es el ejemplar #47 donde tras el disfraz de la ironía se habla bien de Álvaro Uribe Vélez y sus Consejos Comunales, pero en el mismo artículo nunca se dice nada malo sobre este personaje nefasto de la política en América Latina. Es en este mismo ejemplar donde hasta parece verse con buenos ojos a Enrique Capriles Radonsky, del partido de derecha Primero Justicia, y donde se le exime del paredón lingüístico que emplea El Libertario para los políticos del Gobierno. Igualmente, en este histórico ejemplar, se fustiga con inclemencia a los Consejos Comunales simplemente por ser una propuesta del Gobierno, pero entonces ¿de qué clase de anarquismo que defiende el colectivismo, la cooperación, el apoyo mutuo, la solidaridad y la federación estamos hablando?

Y las disonancias de este «colectivo anarquista» no paran. Para ellos resulta prácticamente imposible una intervención bélica gringa en Venezuela (ejemplar #48), como si no fueran suficientes excusas las reservas de petróleo y otros minerales, así como el agua. Para ellos las «guarimbas» son una auténtica forma de manifestación popular (ejemplar #50) porque parece que asfixiar, aturdir, amedrentar e impedir el tránsito a los vecinos afecta sólo al Gobierno, o saquear, quemar vivas a las personas, decapitar motorizados con «guallas» en las calles, incendiar transporte público con personas adentro, atiborrarse hasta los cojones con droga para tomar valor, o pagarle los jóvenes y hasta a los niños para que salgan a «guarimbear» es una forma apropiada y auténtica de protestar. El Libertario incluso compara las guarimbas con las protestas universitarias de los años 80 y 90 en Venezuela en las que se cerraban algunos accesos a la Universidad Central de Venezuela, pero olvidan algunos colaboradores de este periódico que en esa época no se secuestraba a nadie pues permanecían abiertos otros accesos a la universidad, que las unidades de transporte o distribución que se quemaban eran de la empresa privada y que, además, no se atentaba contra la vida de los transeúntes independientemente de su tendencia política.

El Libertario intenta hacer creer a sus lectores que el movimiento estudiantil de hoy es tan crítico, popular, autónomo y combatiente como el de los 80 y 90’s (ejemplar #52), como si los estudiantes de las instituciones privadas (que nunca las mencionan) legitimaran la lucha popular, como si ser conservador o sentir mariposas en el estómago por el neoliberalismo les otorgara esencia crítica, como si declararse prosélito de un partido o de una agrupación de extrema derecha les diera autonomía política. Tan sólo en el ejemplar #55, cuando tratan de corregir el error cometido y reconocer la participación en las protestas de los años 2008 y 2009 de estudiantes de derecha, realizan una maniobra evasiva (y, perdonen la expresión, muy bastarda) restándole méritos a los estudiantes de la Universidad Bolivariana de Venezuela (UBV) creada por el gobierno nacional para facilitar la educación universitaria a los pobres y excluidos del sistema de educación, ello con la intención por parte de El Libertario de desviar el foco de atención de los estudiantes de derecha. Parece que a este colectivo, pues, también le molesta la educación gratuita y de puertas abiertas a los pobres; parece que son más criminales los estudiantes que siguen al gobierno que aquellos de “manitas blancas” que queman universidades y preescolares.

Por primera vez en este recorrido, en el año 2008 (ejemplar #53) se dedica un artículo completo a hablar mal de un político de la oposición, pero como algunas cosas extrañas de este periódico, un opositor desubicado, alienado, un opositor pobre: Stalin González. ¡Vaya que El Libertario sabe elegir a quién fustigar! Y pocos meses después escriben su segundo artículo contra otro opositor: Antonio Ledezma, a quien curiosamente le dedicaron apenas la cuarta parte de lo que derramaron sobre González, a pesar de ser Ledezma una de esas viejas figuras oscuras y patéticas de la oposición venezolana que reprimió sin clemencia las manifestaciones populares durante la Cuarta República.

El Libertario ataca absolutamente todo lo que le huele a gobierno (bolivariano, claro está) pero nunca ha escrito sobre la gestión de los gobernadores o alcaldes de oposición, se ensaña contra el comunismo ruso o cubano, pero no contra el imperialismo yanqui, además, nunca se ensaña contra las empresas privadas, seguramente porque de allí obtiene su financiamiento PROVEA (Programa Venezolano de Educación Acción) dedicada al trabajo con Derechos Humanos y cuyo director es el editor de El Libertario, Rafael Uzcátegui, además de Rodolfo Montes de Oca.

En el año 2012, luego de 13 años de la gestión de gobierno de Hugo Chávez, por primera vez El Libertario dedica un artículo (ejemplar #67) al conglomerado amorfo de la oposición, denominado Mesa de la Unidad Democrática (MUD), pero con idéntica maniobra evasiva ya antes aplicada a los estudiantes y hecha costumbre en El Libertario, terminaron hablando mal del gobierno de Chávez (el chivo expiatorio), buscando siempre la manera de aminorar la carga sobre la oposición venezolana. El culpable siempre es el Gobierno (bolivariano) a quienes llaman boliburgueses, mas la oposición no tiene para ellos ni un ápice de responsabilidad en las crisis y conflictos que han generado.

Llegado el 2013, y con él la muerte de Hugo Chávez, el primer ejemplar posterior a la muerte del mismo (#69) no está publicado en la Internet, resultando importante conocer la opinión del periódico sobre este hecho, y en particular sobre el hombre que desde el año 1998 se mantuvo con su opción socialista en el poder a base de elecciones y con amplio apoyo popular durante 14 años. Y es importante esa edición #69 porque en la #70 por primera vez la cantidad de artículos en contra del Gobierno se hace superior a la mitad (52%), es decir, más de la mitad del periódico dedicado a criticar al Gobierno, mientras que a la oposición ¡Nada!

El segundo caso emblemático (y también repugnante) que puede encontrarse en este recorrido histórico de El Libertario (años 2001-2015) es el que corresponde al ejemplar #72, dedicado a las protestas del año 2014 y en el que los editores del periódico pretenden hacer ver como manifestaciones populares. En la portada comparan burdamente una foto del alzamiento popular del 27 de febrero de 1989 con una de las protestas de los guarimberos de 2014 en las que su líder, el ultraderechista Leopoldo López, llamó a incendiar el país (¿por qué El Libertario nunca se ha metido con Leopoldo López?). Digo burdamente porque intentaron comparar una foto donde aparecen personas pobres cargando a un herido (año 1989), con otra donde aparecen jóvenes con zarcillo y hasta con un estetoscopio cargando otro herido (año 2014), como si cargar un estetoscopio en el cuello fuera en este país señal de pobreza y no de privilegio. A propósito de las protestas de 2014, intentan decirle a la opinión pública que son legítimamente de base popular, pero que los partidos y sectores de derecha los han arropado con sus liderazgos robándole el mérito al pueblo ¡vaya entuerto! ¿Será que El Libertario cree que toda Venezuela es anarquista, o que el pueblo venezolano está muy empapado de las ideas libertarias y no desea gobierno alguno?

Llegamos al #73 (año 2014). Hay que cantar ¡Victoria! porque al fin se encuentra el primer artículo en contra de tres oligarcas venezolanos: Gustavo Cisneros, Lorenzo Mendoza y Juan Carlos Escotet. Luego de trece (13) años de anarquismo autogestionario, El Libertario comienza a considerar que actores ajenos al Gobierno también tienen poder en Venezuela; en este caso económico. Algún compañer@ anarquista compartirá con el subcomandante Marcos que «No soy de izquierdas ni de derechas; soy de los de abajo y voy a por los de arriba». Si esta fuera la perspectiva de El Libertario, que repetidamente lo infieren en varios artículos ¿Por qué se han demorado 13 años en criticar a esos de arriba que tienen poder económico? Ojalá ello no le cueste el financiamiento a PROVEA.

Un par de datos finales: en aquél emblemático ejemplar #72 como guinda del pastel se escribe nota sobre un foro público en el que los ponentes fueron Iván Loscher, Rubén Monasterios, Amalio Belmonte y Humberto Decarli, los tres primeros reconocidos ultra-opositores al Gobierno (bolivariano) y Decarli escritor insignia de El Libertario. Entonces, si los tres primeros son ultra-opositores ¿el cuarto es…? ¿Anarquista? ¿Compartiría Ud. estimado lector anarquista tribuna con ponentes de derecha? Quizá también puedan seguir contribuyendo con el periódico intelectuales como Edgardo Lander, que a pesar de haber sido acusado de neoliberal en el ejemplar #75, ya había publicado mucho antes un artículo sobre el movimiento popular venezolano en el #65; entonces, si Lander es neoliberal y publica en éste periódico ¿El Libertario es…?

Conclusiones

1) El análisis cuantitativo (estadístico) de la evaluación de los artículos practicada al periódico El Libertario, así como el análisis cualitativo de la información contenida en los 1.277 artículos, muestran una tendencia clara a criticar al Gobierno y favorecer con silencio a la oposición venezolana y a los sectores conservadores. Esta tendencia se acentúa en el tiempo manteniéndose la misma cantidad promedio de artículos escritos por ejemplar.

2) No existen indicios para pensar que El Libertario tiene una postura imparcial en medio de la polarización política venezolana. Evidentemente no puede tenerla como colectivo que se autodenomina anarquista, porque además el ejercicio debe ser 'contrainformativo', pero a pesar de ello, el silencio informativo respecto a la oposición venezolana lo ubica en términos políticos hacia la derecha.

3) El Libertario encapsula como enemigo a cualquier movimiento de izquierda nacional o internacional que le parezca solidario con el proyecto bolivariano impulsado por Hugo Chávez, incluyendo a grupos anarquistas que vean condiciones sociales favorables al desarrollo del ideal ácrata con la actual gestión de gobierno. Incluso, criminaliza las manifestaciones de apoyo popular, de los de abajo, a la mencionada gestión de gobierno.

4) Las contradicciones manifiestas en el estudio diacrónico practicado a las publicaciones de El Libertario dejan serias dudas acerca de la autenticidad del mismo como colectivo anarquista, razón por la cual queda negada la hipótesis de trabajo. En tal sentido, parece utilizarse el periódico y el anarquismo como tapadera de intenciones insanas, esencialmente conservadoras y para captar incautos descontentos por los vicios y corruptelas del gobierno bolivariano (que obviamente existen).

Colofón

Quiero aclarar a los lectores que no tengo en lo absoluto problema alguno de índole personal con los colaboradores y editores de El Libertario, ni mantengo relación laboral o contractual con ninguno de los mismos, ni tengo interés en hacerme con la propiedad del periódico, ni impulsar ningún otro medio o favorecer puntos de vista de otras agrupaciones anarquistas. Escribo desde mi postura independiente mas no individualista, con autonomía, sin fin de lucro y únicamente con ánimo de aportar verdades y reclamar por lo justo. Nadie me encargó o pagó por este estudio.

Bajo ningún concepto o motivo le pido con este estudio a El Libertario que asuma una postura favorable al Gobierno, pero sí que deje de favorecer con silencio a la oposición derechista, oligárquica, capitalista y neoliberal venezolana y latinoamericana. Igualdad de palabras, argumentos y artículos contra ambos (Gobierno y oposición).

Eximo de todo comentario y responsabilidad al compañero Antonio Serrano, respetable escritor de El Libertario, quien en cada uno de sus artículos mostró gran altura intelectual frente a la polarización política, y quien en sus largos recorridos por la UCV vendía los ejemplares en clara demostración de consonancia con la clase obrera del país y el ideal libertario. Honor a su memoria.


31 agosto 2017