Mostrando entradas con la etiqueta desastres naturales. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta desastres naturales. Mostrar todas las entradas

sábado, 2 de mayo de 2020

Nuestra crisis ecológica


Aprovechando este confinamiento que se nos ha impuesto desde arriba, experimento de control social cuyas consecuencias nada descartables podrían ser traducidas en pérdidas de algunos derechos que creíamos consolidados, y que no fueron más que concesiones otorgadas por quienes detentan el poder —y que de la misma forma que se dan se quitan—, reflexiono sobre otro asunto.

Antes de esta crisis sanitaria se nos ha hablado de la crisis climática, que no cuestiono, pero matizo. Como problema ecológico principal se nos habla del cambio climático. Creo que no hay que reducir la crisis ambiental mundial solo al cambio climático, es más complejo y diverso el número de problemas por culpa de la mano humana, pero, también hay que reconocer de la manipulación que se está haciendo de ello. Son los organismos internacionales quienes nos lo simplifican al cambio climático por culpa de las emisiones del CO2, un único problema una única solución, reducir tales emisiones. Y no es así, hay más. Y con el llamado Nuevo Pacto Verde lo que se pretende es que los gobiernos inyecten grandes cantidades de dinero para una nueva reconversión industrial a los verdaderos responsables de tales emisiones. Dinero que saldrá de recortes sociales. Para justificarlo se sirve del discurso por el bien del planeta, para que los más débiles paguemos los platos rotos. No es nuevo que se sirvan de bellas causas por otros intereses más egoístas. Se ha bombardeado e invadido países en nombre de los valores democráticos, la defensa de los derechos humanos y la lucha antiterrorista, por otros intereses menos comunitarios. La lucha de clases es consecuencia de la desigualdad de riqueza y poder en nuestras sociedades, y no la causa. El fin del capitalismo supondría su verdadera sustitución por un mundo más justo, y eso es la lucha de clases. El «capitalismo verde» capitalismo es. Aceptar o no el cambio climático es insuficiente.

Entre los vertebrados se conocen unas 4 mil especies de mamíferos y 9 mil de aves, como 8 mil reptiles, 5 mil anfibios y unos 25 mil peces (siendo la mayor partes peces óseos), conforman el grupo más conocido y llamativo de animales, pero se estima que puede haber otras diez mil más. Los vertebrados forman solo uno de los treinta tipos de animales existentes, a los restantes se les conoce vulgarmente como 'invertebrados' y son mucho más diversos (más de un millón que se conozcan), entre los que están los artrópodos y moluscos. Dentro de los artrópodos el grupo con mayor variedad de especies que se tienen clasificados es el de los insectos, unas 900 mil especies (casi la mitad escarabajos), pero se cree que el número real existente puede ser cinco o seis veces mayor. Otros artrópodos son los crustáceos, 40 mil especies; y los arácnidos, datados unos 10 mil, entre los que se estima que pueden existir hasta un millón de ácaros diferentes. De los 200 mil moluscos estimados (cefalópodos, bivalvos y gasterópodos, los más conocidos) solo se conocen menos de la mitad. Faltan por contabilizar las medusas, corales, gusanos y otros, en total se conoce en torno al millón y medio de animales, solo una séptima parte. Pero no son los únicos seres vivos que conforman la vida planetaria.


Unas 300 mil plantas comparten el planeta (de las cuales la mayor parte son las plantas con flor) siendo esenciales para todos los animales, aunque no estén todas clasificadas ya que pueden haber otras cien mil más. Y qué decir del tercer reino de seres pluricelulares que son los hongos, bastante más desconocidos, de unos 90 mil identificados (incluidos los líquenes) se estima que pueda haber hasta 1,5 millones de especies. Recordemos que sin plantas no habría animales, y sin hongos no hay plantas terrestres. Más desconocidos son los microbios, importantes y vitales para el desarrollo de la vida en la Tierra, solo se conocen apenas el 20 por ciento de protozoos y cromistas (microalgas). Como son seres de reproducción asexual, el concepto de especie no es atribuible, tenemos a los organismos más antiguos y versátiles de la Tierra, las bacterias y arqueas. Se desconoce exactamente su número, casi las 10 mil variedades, pero se sabe que es una mínima parte de lo que son. Se estima que nuestra biodiversidad debe tener entre 5 a 9 millones de especies (o más, según otros autores), de los que solo conocemos menos de una cuarta parte (según mi estimación a la baja).

Pero biodiversidad es más que el simple conteo de seres vivos, también están las relaciones que estos forman entre sí y su medio, conformando el conjunto de ecosistemas que hacen la biosfera. Y lo más importante, la vida en este planeta se sustenta a sí misma —incluidos nosotros— a través de servicios ecosistémicos, por ejemplo, como el origen y mantenimiento de la atmósfera (el oxígeno que respiramos es producido por las plantas, algas y cianobacterias), el control y mejoramiento del clima (los gases que producen el efecto invernadero, aunque minoritarios en volumen, son esenciales para la temperatura del planeta dependiendo de su cantidad dentro de unos márgenes), regulación del suministro del agua y su depuración (además de su ciclo natural, la existencia de materia vegetal previene la pérdida de humedad y varios seres vivos actúan para su filtrado), creación del suelo o mantillo terrestre (partiendo de un origen mineral, los microorganismos y pequeños invertebrados intervienen en su formación), reciclado de nutrientes (bacterias que fijan el nitrógeno atmosférico que fertiliza los suelos, y otras bacterias descomponedoras que lo devuelven a la atmósfera, sin olvidar los animales carroñeros y los hongos saprófitos), sumideros de residuos (el mismo dióxido de carbono es absorbido por los bosques y el fitoplancton marino hasta unos límites), control de plagas y enfermedades (papel de los depredadores que controlan superpoblaciones), polinización (sin polinizadores no se reproducen muchas plantas con flor), alimentos y medicamentos, así como variedad genética para los cultivos. Estos servicios no existirían si la mayor parte de los seres vivos desapareciesen. Y este problema no es imaginario, es real, por lo menos lo que marca la tendencia.

La extinción de especies es el problema que conlleva la pérdida de biodiversidad, son sinónimas. Partiendo del exterminio de la megafauna pleistocena tras la última glaciación, que en los continentes australiano y americano la presión humana fue el factor clave para su extinción. Y seguido del comienzo de la alteración de nuestro patrimonio natural que fue la domesticación de plantas y animales, agricultura y ganadería acompañadas de tala de bosques y urbanización con sus infraestructuras, necesaria para el sustento de nuestra especie, dentro de unos límites, límites que se han sobrepasado desde hace tiempo. La degradación de los ecosistemas es un hecho.

Desde el siglo XVI se han exterminado 350 especies de vertebrados, en el último siglo al ritmo de una especie al año, añadiendo que otras han perdido un 30% de su área de distribución mundial. En las últimas décadas un 40% de las poblaciones de vertebrados experimentaron declives importantes, en especial en las regiones tropicales. 500 especies de anfibios han disminuido y 90 se han extinguido en cincuenta años (una cuarta parte en situación crítica por la quitridiomicosis). Un 25% de las poblaciones de insectos terrestres han descendido (aunque haya aumentado las especies acuáticas por la menor contaminación de las aguas), sin olvidarnos de la importancia que tienen algunos como polinizadores. Y una quinta parte de los crustáceos peligran su situación. No se conocen más datos sobre otros componentes del reino animal, pero también se sabe de la disminución de los corales.

Más de 500 especies de plantas han desaparecido desde el siglo XVIII, un 10% de las catalogadas entonces por Linneo. Una de cada cinco especies están en peligro de extinción (1/3 de las coníferas), siendo dos tercios en zonas tropicales. En un solo árbol en la selva tropical existen y dependen muchos seres vivos que con él desaparecen también. Datos exactos de especies de hongos no se saben, en muchas partes del mundo descienden y están amenazados, pero se tienen citados más de 200 especies en Lista Roja. Sin olvidarnos de los microbios, de vital relevancia para la biosfera, que pocos datos tenemos.

Como consecuencia del impacto de la presión humana ha conllevado a la degradación y fragmentación de hábitats y ecosistemas; contaminación; caza, sobrepesca y deforestación; enfermedades e introducción de especies foráneas, y el cambio climático. Se habla de casi un millón de especies de seres vivos amenazados., suficientes para darnos cuenta de lo preocupante de esta situación que supondría la pérdida de biodiversidad y sus servicios ecosistémicos. Tristemente podemos estar presenciando la Sexta Gran Extinción masiva en la Tierra.

Se dice que la vida de este planeta iría mejor sin la presencia humana, cierto es, pero también hay que matizar que aunque para el resto de los seres vivos no somos importantes, ellos sí que lo son para nosotros. Los humanos no estamos al margen ni por encima de la naturaleza, somos parte de ella. Tenemos que ser conscientes que sin biodiversidad nuestra situación empeoraría, ¡no es una letanía catastrofista!

No es cuestión de pregonar el fin del mundo inminente, se puede hacer algo entre todos. Pero, para ello es necesario, junto a un cambio de mentalidad y hábitos, de un cambio social revolucionario, ya que si estamos todos en el mismo barco no podemos responsabilizarnos y sacrificarnos conjuntamente y, a su vez, mantener las diferencias entre pasajeros de primera clase con sus privilegios y los del resto. «Que desaparezcan de una vez las escandalosas distinciones entre ricos y pobres, amos y lacayos, gobernantes y gobernados», como se decía en el «Manifiesto de los Iguales» durante la Revolución Francesa.

viernes, 15 de septiembre de 2017

Estamos en guerra con la vida salvaje, y contra nosotros mismos


La humanidad consume recursos naturales como si tuviésemos 1,6 planetas a nuestra disposición. Necesitamos un cambio total en nuestra economía, y especialmente en el modo de producir alimentos

JUAN CARLOS DEL OLMO (WWF)

En estos momentos, en todo el planeta y de forma imparable, los seres humanos estamos iniciando la que podría considerarse la sexta extinción masiva de la historia de la Tierra. La civilización humana se ha convertido en un cataclismo para el resto de seres vivos con los que compartimos planeta. En palabras del científico Edward O. Wilson, «somos el meteorito gigante de nuestro tiempo».

Los datos no pueden ser más claros: en 40 años hemos acabado con más de la mitad de los animales que pueblan la Tierra. Según el Informe Planeta Vivo, que publicamos en WWF cada dos años, las poblaciones de animales vertebrados —como mamíferos, aves o peces— cayeron un 58% entre 1970 y 2012.

Las frías cifras no transmiten todo lo que supone el exterminio de la vida salvaje, de lo que hace especial y único este planeta. No hace falta irse a Borneo para verlo: los campos que hace décadas bullían de grillos, ranas, abejas o aves están ahora en silencio. Por poner un ejemplo, desde 1990 ha desaparecido un tercio de las mariposas de prados y pastizales de Europa.

Aunque muchas personas se sienten desconectadas de la naturaleza, es muy difícil entender cómo esta crisis global sigue pasando tan desapercibida cuando está en juego nuestra propia supervivencia. La riqueza y la diversidad de la vida en la Tierra, esa compleja red a la que llamamos «biodiversidad», es precisamente lo que hace habitable nuestro planeta.

Los seres humanos somos parte de la misma ecuación y, si acabamos con el mundo natural, se vendrán abajo los complejos sistemas que sostienen y nos dan todo: la estabilidad del clima, el agua que bebemos, el aire que respiramos, el suelo en el que cultivamos nuestros alimentos, la polinización de las plantas que comemos… Sencillamente, no podemos tener sociedades prósperas en un planeta devastado.

Hay muchos factores que están llevando la biodiversidad al borde del colapso. El principal es la destrucción de los ecosistemas y lugares salvajes para abrir sitio a la agricultura y la ganadería, la tala, la construcción de infraestructuras como carreteras y presas o la explotación de minerales y combustibles fósiles. Tan solo el 15,4% de la superficie terrestre y el 3,4% de la superficie marina está protegida, y muchas veces ni siquiera esa protección sirve para preservar la biodiversidad: lo vemos en lugares como Doñana, que sigue asediada pese a ser nuestro Parque Nacional más emblemático.

La segunda causa de pérdida de vida salvaje es la caza —legal e ilegal— y la sobrepesca. En el 31% de los caladeros del planeta se pesca de modo excesivo, con algunos lugares especialmente esquilmados: el 93% de las pesquerías evaluadas en el Mediterráneo están sobreexplotadas. Aunque algunas especies de peces están recuperándose por la adopción de medidas estrictas de gestión tras campañas de conservación —el caso del atún rojo es paradigmático—, lo cierto es que los océanos no dan mucho más de sí.

El furtivismo y el tráfico de vida salvaje merecen una mención especial, por su escala y por su impacto en algunas de las especies más emblemáticas del planeta. En la última década, la población de elefantes ha caído en 111.000 ejemplares, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, sobre todo por el tráfico de los colmillos de sangre. Solo en Sudáfrica más de 1.000 rinocerontes murieron por sus cuernos a manos de furtivos en 2016, una pequeña reducción respecto a años anteriores, pero una cifra absolutamente insoportable.

El tráfico de especies es una de las mayores actividades criminales a nivel global, junto al de drogas, armas y personas. Detrás de este sangriento negocio hay redes criminales internacionales y grupos armados, que han desatado una auténtica guerra contra la vida salvaje en África. En los últimos tiempos, el marfil se ha convertido en una de las divisas predilectas para grupos terroristas como Al-Shabaab o Boko Haram, que lo cambian por armamento pesado. Y el goteo de guardas muertos a manos de furtivos no cesa, uno cada tres días según datos de la Green Line Foundation. En agosto, el prestigioso conservacionista Wayne Lotter fue asesinado a sangre fría en Tanzania por su incansable lucha contra las redes del tráfico de marfil.

A pesar del panorama, no hay tiempo para caer en la desesperación. Es el momento de despertarnos y actuar antes de que sea tarde. En algunos lugares del planeta se están produciendo avances que demuestran que merece la pena seguir luchando por la vida salvaje. Especies que llegamos a considerar casi perdidas se están alejando poco a poco del abismo de la extinción, como nuestro lince ibérico, que ha pasado de menos de 100 ejemplares en 2002 a casi 500 en la actualidad gracias a proyectos con apoyo europeo. El panda gigante, uno de los símbolos de la conservación de la naturaleza desde que en WWF lo escogimos como logo hace medio siglo, dejó de estar considerado «en peligro» el año pasado.

Son grandes avances que nos dan esperanza y nos animan a seguir luchando, porque queda mucho por hacer. Las acciones tradicionales de conservación, la protección de especies y los lugares salvajes en los que viven ya no son suficientes para resolver la crisis global de la biodiversidad. Si queremos salvar la vida salvaje —y, en consecuencia, a nosotros mismos— necesitamos un cambio total en nuestra economía y nuestro papel en relación con la naturaleza. Ahora mismo, la humanidad consume recursos naturales como si tuviésemos 1,6 planetas a nuestra disposición, acumulando un déficit ecológico cada vez mayor.

Ese cambio que necesitamos pasa por muchas cosas, pero una de las más importantes es cambiar el modo en que producimos nuestros alimentos, una de las principales causas de pérdida de biodiversidad y de destrucción de los ecosistemas a escala global. Y se espera que su impacto ambiental no deje de crecer para poder mantener el ritmo al aumento previsto en la población, el nivel de vida y el consumo de proteínas animales.

Un tercio de la superficie de cultivos del mundo se usa para producir alimentos para el ganado: un terreno ganado a la naturaleza, muchas veces en zonas con una enorme riqueza de biodiversidad, como la Amazonía. Por eso, consumir menos carne es una de las medidas que cualquiera puede adoptar, en su día a día, para ayudar a la vida salvaje. También reducir el desperdicio de alimentos —el 30% de la comida acaba en la basura— o buscar productos con origen sostenible certificado, como MSC para el pescado o FSC para el papel.

Las decisiones individuales son importantes, pero para lograr un sistema alimentario que no devaste la naturaleza necesitamos cambios mucho más profundos, también en las políticas de empresas y gobiernos. En Europa, y particularmente en España, donde la agricultura industrial también está vaciando los campos de vida, trabajamos en una coalición —Living Land— de más de 600 organizaciones con la ambiciosa meta de cambiar de raíz la Política Agraria Común —la política que guía el sistema agroalimentario en Europa.

Y, por último, necesitamos un nuevo sistema económico en el que podamos prosperar respetando la naturaleza y los límites de nuestro único planeta. La velocidad a la que logremos ese cambio de paradigma es vital para definir nuestro futuro, porque la crisis de biodiversidad —y la crisis climática— están desbocadas.

El reto es inmenso, pero llegaremos antes si cada vez más personas y especialmente si nuestras empresas y gobiernos entienden el valor y la fragilidad de la Tierra y despiertan ante el exterminio que estamos provocando en la vida salvaje. Quizá cuando comprendamos que solo somos un hilo más en esa red de la vida, la biodiversidad, seremos capaces de construir un planeta en el que toda clase de vida pueda prosperar.

13 septiembre 2017

miércoles, 19 de marzo de 2014

La ayuda mutua entre los gorriones

[Ya que mañana, 20 de marzo, será el Día Mundial del Gorrión, recordemos un texto de Kropotkin que sirvió como uno de los apéndices de su libro El apoyo mutuo. Esta avecilla que lleva miles de años conviviendo con nosotros los humanos —desde el Neolítico— (a pesar de su nombre científico, Passer domesticus, no es un animalillo doméstico, pero sí sinantrópico), y que últimamente está en declive en nuestras ciudades.]
Durante los últimos años tuve ocasión de observar sociedades de gorriones en el jardincillo de nuestra casita de Bromley (Kent). Sabido es que los gorriones son grandes pendencieros y de complexión sanguínea y que a menudo disputan por futesas. No obstante ello, se defienden entre sí vigorosamente, y entonces es tal el alboroto que arman, que, quieras que no, ha de prestarles atención. Así, por ejemplo, una pareja de gorriones aprovechó el desprendimiento de una teja en el ángulo del techo de la casita vecina a la nuestra y se construyó allí su nido.

Los mirlos viven en invierno junto con los gorriones sin pelearse y se alimentan juntos; sin embargo, parece que a veces arrojan de sus nidos a los pichones de los gorriones. Pero de ahí a que el mirlo solía asustar a esta pareja. Llega volando, se posa sobre el canalón de desagüe del techo, cerca de su cueva, y a veces trata de escurrirse en el nido, por el pasaje de las tejas demasiado estrecho para él. Entonces todos los gorriones de nuestro jardincillo arman un alboroto desesperado, acuden furiosamente y se arrojan sobre el mirlo y lo obligan a alejarse. Nosotros nos enterábamos siempre de que venía el mirlo al nido de los gorriones, pues era imposible no advertir tal alboroto.

El mismo alboroto, pero de otro carácter, armaban los gorriones cuando caía un polluelo de uno de sus nidos. El parloteo y la excitación, en tales oportunidades, eran descomunales, y enseguida nos enterábamos de este nuevo suceso. La colonia se tranquilizaba sólo cuando recogíamos el pichón (de lo contrario se lo hubieran comido los gatos) y lo poníamos en la pieza que tenía la ventana abierta. Entonces la madre acudía se posaba en el alféizar y, si no me equivoco, a veces hasta penetraba en la pieza. Por la tarde, o al día siguiente, la atraía hacia el techo de la construcción que se hallaba próxima a la ventana. Entonces se reunían inmediatamente a su alrededor, sin poder decir de dónde venían, numerosos gorriones, y todos alborotaban frenéticamente —quizá de alegría— y el pichón, reuniendo coraje, se ingeniaba para lanzarse desde el techo y aprendía así a volar.

P. KROPOTKIN

¿Echaremos de menos la vecindad de estos
«pequeños comuneros» en nuestras ciudades?

viernes, 20 de mayo de 2011

Terremoto en Lorca: solidaridad con los/as de abajo

Tiembla la tierra. Se caen las casas más humildes y antiguas. Y los de abajo pierden lo poco que tienen. Los más vulnerables, los trabajadores, muchos de ellos migrantes, gente mayor, jóvenes en situación precaria se quedan en la calle.

Los terremotos en Murcia son previsibles. De hecho, en múltiples lugares de la geografía peninsular son más que probables los temblores sísmicos. Nos querían convencer de que lo de Japón era lejano. Pues aquí lo tenéis. Nos mean y dicen que llueve.

Una vez más, constatamos que, pase lo que pase (terremoto, inundación, incendio, sequía, vertido tóxico,…) son los de abajo los que sufren. Hoy los vemos deambulando por las calles de Lorca, en Murcia, abrigados con mantas, llorando de miedo por no saber qué hacer.

De nuevo vemos cómo el sistema deja desamparados a los más débiles. O los más fuertes, según se mire. Los mismos que recogen las cosechas, levantan las industrias, atienden en los bares, nos cuidan en los centros de salud, juegan con nuestras hijas e hijos,… vuelven a ser las víctimas de un sistema demoledor, despiadado e injusto.

Los grandes actores del capitalismo (PPSOE; grandes empresarios, dueños de bancos,…) verán este terremoto como otra oportunidad para beneficiarse con la reconstrucción de las casas y las infraestructuras, compra pública de artículos «humanitarios». También la desinformación mediática se encargará (como ya están haciendo) de que parezca que son ellos los únicos que pueden resolver esta situación (cuando son los que la provocan y eviten medidas de precaución y previsión ante algo previsible).

Desde la Regional de Murcia de la CNT, como siempre, enviamos un abrazo fraterno a las buenas gentes de abajo en Lorca. Y deseamos que el dolor se transforme en rabia. Y la indignación dé paso a la autoorganización.