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lunes, 3 de marzo de 2014

La evolución del pensamiento ético y filosófico de Bakunin


Ángel. J. Cappelletti

Bakunin, a diferencia de Kropotkin, en cuyo pensamiento no hubo cambios bruscos y radicales (si se exceptúa su alejamiento de la concepción tradicional del mundo y su ruptura con la fe cristiana), Bakunin sufrió una larga evolución, tanto en lo filosófico-religioso como en lo socio-político.

En ella se pueden reconocer tres etapas bien definidas:

1. La etapa idealista-metafísica, que va desde 1834 a 1841.
2. La etapa idealista-dialéctica, que se extiende desde 1842 a 1864.
3. La etapa materialista, que comprende de 1864 hasta la muerte en 1876.

Si se prescinde de los años de la niñez y la adolescencia, en los cuales Bakunin, aunque hijo de un aristócrata relativamente liberal, educado en universidades de occidente, recibe la educación propia de todo educando de la nobleza de la época, y acepta la doctrina cristiana tal como la interpreta la Iglesia ortodoxa (lo cual implica el reconocimiento del sagrado derecho del zar a gobernar su imperio), puede decirse que su pensamiento se despierta, hacia 1834, esto es, cuando tiene veinte años, gracias al contacto con la filosofía idealista alemana.

Nicolás Stankevich, poeta y filósofo malogrado, lo inicia en la ardua lectura de Kant. A través de una bastante nutrida correspondencia, cuyos destinatarios principales son sus propias hermanas, el joven Miguel demuestra un entusiasmo casi sin límites por la filosofía trascendental. Puede decirse que dentro de la primera etapa idealista, el kantismo constituye la primera subetapa. Ésta se inicia con la visita a Priemujino de Stankevich, en octubre de 1835. Bakunin estudia la Crítica de la razón pura. Al año siguiente (1836), el entusiasmo metafísico, que alcanza ribetes místicos, según lo demuestran las cartas de la época, se desplaza hacia Fichte. Es la exaltación de la eticidad absoluta, del yo como creador del mundo espiritual. He aquí la segunda subetapa. Lee la Guía de la vida feliz y traduce el tratado Sobre el destino del sabio. Conviene advertir que en Fichte, para el cual ninguna acción puede considerarse moral si responde a un imperativo ajeno al Yo, pudo encontrar ya el joven Bakunin un germen de su afirmación anarquista de la personalidad como valor supremo.

Por una evolución bastante lógica y hasta, si se quiere, necesaria, de Fichte pasa pronto a Hegel (1837). La actitud de euforia metafísica y entusiasmo místico continúa y aún, si cabe, se hace más ardiente. Se trata de un Hegel romántico, en el cual la laboriosa trama dialéctica importa menos que el ímpetu ontológico, de un Hegel hecho a la medida para quien desea revolucionar todo el pensamiento sin cambiar nada de la realidad social y política. Este es, sin duda, un Hegel bastante diferente todavía del que cultivan los jóvenes hegelianos; el Hegel de la derecha hegeliana, el Hegel quizás del propio Hegel, aun cuando intelectualmente diluido y minimizado. Es la tercera subetapa. Lee la Fenomenología, la Enciclopedia y la Filosofía de la Religión. Traduce fragmentos de Hegel, de Marheincke, de Goschel (Jeanne-Marie, Michel Bakounine, Une vie d’homme, Geneve, 1976, p. 33).

El hegelianismo sirve en aquel momento (la década de los 30) en Rusia como nuevo y adecuado instrumento intelectual para justificar la autocracia zarista. El principio de la racionalidad de lo real concluye sustentando la racionalidad del Estado y del Estado absoluto.

No hay duda en el Bakunin de estos años, según lo que puede inferirse de su correspondencia, el más ligero asomo de crítica social o política, sino más bien una adhesión por lo menos tácita al statu quo. Todo su entusiasmo está reservado para la metafísica, lo único que le interesa es la espiritualidad trascendente y la infinitud interior. Más aún, según anota en sus cuadernos hegelianos (citado por Carr), cree que: «No existe el mal; el Bien está en todas partes. Lo único malo es la limitación del ojo espiritual. Toda existencia es vida del Espíritu; todo está penetrado del Espíritu; nada existe más allá del Espíritu; el Espíritu es el conocimiento absoluto, la libertad absoluta, el amor absoluto y, en consecuencia, la felicidad absoluta».

La segunda etapa o época de la evolución del pensamiento de Bakunin se inicia con su viaje a Berlín, para seguir allí los cursos universitarios de filosofía, o, por mejor decir, con su alejamiento de Berlín en 1842.

En 1840, el joven aristócrata, que ha tenido serios conflictos con su padre y ha renunciado a su carrera militar, prefiriendo ser soldado raso de la filosofía alemana antes que oficial de la artillería rusa, inicia un contacto directo con figuras importantes del idealismo. No llega a ser discípulo de Hegel, quien ya no enseña en Berlín, pero escucha las clases de Schelling, otro de los tres grandes de la filosofía poskantiana. Algunos historiadores han sugerido la posibilidad que en el aula de Schelling se encontraran juntos en un momento dado, Bakunin, Stirner y Kierkegaard.

La enseñanza del viejo filósofo, cada vez más inclinado a la mitología y a la teosofía, parece haber defraudado las expectativas del ardiente ruso. Después de un año y medio aproximadamente, se cansa y decide desertar de los cursos universitarios. Aunque su propósito inicial, al dirigirse a Berlín, había sido completar allí sus estudios hasta doctorarse y retornar luego a la patria para enseñar filosofía en la universidad de Moscú, tal propósito está ya enteramente olvidado.

Dice E.H. Carr (Bakunin, Barcelona, 1970, p. 120): «El proceso de la metamorfosis de la rebelión doméstica en rebelión política que se operó en Bakunin en la Alemania de 1842 puede ser descrito en los simples términos de la literatura y la filosofía germánicas. Bakunin, junto con la mayor parte de sus compatriotas contemporáneos, había estado sujeto –antes de su traslado a Alemania– a dos importantes influencias teutonas: el romanticismo germánico y la filosofía de Hegel. Cuando llegó a Berlín, en el año 1840, esas influencias seguían todavía disfrutando del mayor favor por parte de los alemanes, y el ambiente intelectual que encontró en Alemania no era en esencia diferente (aunque, tal vez, de nivel más elevado) del que había dejado en Rusia. El primer año de su permanencia en Berlín representó el final de su periodo ruso más bien que el principio de su período europeo».

En el año 1842, después de su viaje a Dresde, se inicia, pues, en rigor la segunda etapa de la evolución del pensamiento de Bakunin.

Así como el iniciador de la primera etapa fue Stankevich, el de la segunda fue Ruge.

Este, que había de ejercer también fuerte influencia sobre el joven Marx, era algo así como el portavoz de la izquierda hegeliana a través de su periódico Hallische Jahrbücher.

En realidad, los llamados «jóvenes hegelianos» eran radicales, dedicados sobre todo a la crítica de la cultura y de la religión, para lo cual se valían del método dialéctico de Hegel, desestimando su sistema metafísico. No negaban que todo lo real es racional, pero insistían en subrayar la idea de que lo más real es el devenir (que se produce de acuerdo a un ritmo dialéctico), por lo cual la realidad (y, por ende, la racionalidad) debe ser concebida como una perpetua transformación y nada hay menos real que el estancamiento y la perpetuación del status. De esta manera, convertían al Hegel histórico que, por lo menos en sus últimos años, se demostró un pensador altamente conservador y aun reaccionario, en un verdadero filósofo de la revolución. La dialéctica, en manos de los jóvenes hegelianos, se constituye así en un ariete contra la tradición, la monarquía, la Iglesia, el feudalismo, el Estado.

Bajo el seudónimo de Jules Elysard, publica el joven ruso su primer ensayo importante, La reacción en Alemania, típico ejemplo de la literatura de la izquierda hegeliana, y según Carr, «el escrito más conveniente y más sólidamente razonado que salió de la pluma de Bakunin».

Con esta obra concluye la primera subetapa del segundo período del pensamiento de Bakunin, es decir, la época en que es un miembro de la izquierda hegeliana stricto sensu. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que en sentido general sigue siendo un dialéctico durante todo el segundo período, es decir durante veinte años más, aun cuando las referencias explícitas a Hegel y a la dialéctica sean cada vez más raras. Feuerbach, desde aquí, no deja nunca de estar presente.

Así como la primera etapa juvenil, metafísica, que se desarrolló en Rusia, puede denominarse la etapa conservadora, desde el punto de vista político-social (aun cuando se tratara más bien de un conservadurismo implícito) así la segunda etapa entera (ya en Alemania, ya en Francia, ya de nuevo en las prisiones rusas o en el destierro siberiano), que en lo filosófico se caracteriza por una dialéctica básicamente idealista, debería llamarse en el aspecto político-social, el período demócrata-socialista.

La segunda subetapa de este segundo período se inicia con la lectura del libro de Stein, El socialismo y el comunismo en la Francia contemporánea, a través del cual se pone en contacto con las ideas de Saint-Simon, Leroux, Fourier y Proudhon. Casi al mismo tiempo conoce al poeta Herwegh, quien lo relaciona, a su vez, con el movimiento de «La joven Alemania» y le presenta a George Sand. Es, en verdad, el momento del descubrimiento de la cultura y el espíritu francés para Bakunin. Durante su permanencia en Suiza conoce, sin embargo, la obra, el pensamiento y, más tarde, la persona misma de G. Weitling, sastre, hijo natural de un soldado francés y una doncella alemana que en cierta manera representa la síntesis de las dos naciones que sucesivamente más admiró Bakunin: Alemania y Francia. El libro de Weitling, titulado Garantías de la armonía y de la libertad (1842), defendía un comunismo que casi podía llamarse «anárquico», puesto que, según él, en la sociedad ideal el gobierno es sustituido por la administración y la ley por la obligación moral. En París, en 1844, conoce a Lamennais, a Leroux, a Considerant, a Cabet, a Blanc, esto es, a la plana mayor del socialismo utópico. Pero conoce, sobre todo, a los dos hombres que más han de influir en la formación de su pensamiento definitivo y maduro, Karl Marx y Pierre-Joseph Proudhon (un alemán y un francés, vale la pena recordarlo); el primero como el polo negativo; el segundo como el positivo de su actividad intelectual.

De todas maneras, pese a todo lo que de ambos aprende y a la admiración que manifiesta por ellos, no se puede decir que Bakunin sea en estos años marxista ni proudhoniano. Su ideología, un tanto difusa, corresponde más bien al ambiente romántico demócrata-socialista que precede a la revolución de 1848 y, en términos muy generales, a un idealismo ético-social cada vez más alejado en la forma y en el lenguaje del idealismo de los jóvenes hegelianos, aunque no enteramente ajeno a él en el fondo. No sin cierta razón, su amigo el escritor ruso Belinski escribe sobre él en este momento: «Es un místico nato y morirá siendo místico, idealista y romántico, porque el haber renunciado a la filosofía no significa que haya cambiado de genio» (citado por Carr).

La tercera subetapa del segundo período, que se inicia con su viaje a Alemania y su asistencia al Congreso Eslavo celebrado en Praga, en junio de 1848, se caracteriza por la aparición (o, quizás sería mejor decir, por el afloramiento) del nacionalismo eslavo y del paneslavismo. Las posiciones filosóficas siguen siendo las mismas, aunque cada vez resultan más implícitas, y tampoco se niegan los ideales democráticos y socialistas.

A diferencia de muchos de los líderes políticos de los pueblos eslavos sujetos a Turquía, que ven en el Imperio ruso la única fuerza capaz de liberarlos del yugo musulmán y que, por consiguiente, no tienen objeciones contra la autocracia zarista, Bakunin insiste, como los miembros de la Joven Alemania y como casi todos los nacionalistas de la época, en vincular el nacionalismo con la democracia. La pugna esencial y la contradicción básica se produce, según Bakunin y esta mayoría de demócratas nacionalistas, entre dinastía y patria, entre Rey y nación, entre soberanía del monarca y soberanía del pueblo. En términos políticos es la lucha de un individuo (el monarca) y una pequeña minoría (los nobles) contra una inmensa mayoría (el pueblo). En términos éticos es nada menos que la pelea entre el vil egoísmo y la generosa amplitud. «Patria» es no sólo libertad sino también igualdad y fraternidad. Por otra parte, en este momento, después del fracaso de la Revolución de 1848, se define ya claramente su actitud antiburguesa. Como se ve en Llamamiento a los eslavos, la burguesía constituye para él una clase esencialmente contraria a la revolución, mientras los llamados a realizarla son los campesinos (clase sin duda ampliamente mayoritaria no sólo en Rusia y los países eslavos sino en toda Europa).

Desde mayo de 1849 hasta agosto de 1861 permanece primero preso en Sajonia, después en Austria, luego en Rusia y, por fin, confinado en Siberia. Su actividad literaria (si se exceptúa la Confesión al Zar) es prácticamente nula durante toda esta época. Podemos inferir, sin embargo, que al llegar a Londres en 1861 trae las mismas ideas y propósitos que cuando es aprehendido en 1849, puesto que casi inmediatamente se pone a conspirar en pro de la libertad de Polonia y trabaja en la preparación de una expedición a este país. Parece como si, durante doce años, su pensamiento hubiera estado congelado, hecho que no resulta difícil de explicar cuando se tiene en cuenta que la mente de Bakunin necesita el estímulo de los hechos sociales para funcionar y para cambiar en realidad, un cambio importante –de hecho, el más importante de todos, puesto que lo conduce hacia su forma última y más característica– sólo se da cuando, fracasada la expedición a Polonia, Bakunin, desilusionado de los nacionalistas polacos, se aleja también de todo nacionalismo, aunque no sin antes haber pagado todavía un tributo de admiración a Garibaldi, libertador de Italia, visitándolo en Caprera, a comienzos de 1864.

La tercera y última etapa de su evolución intelectual se inicia poco después, en Florencia, donde se establece. Ella se caracteriza por el materialismo y el ateísmo en lo filosófico, por el colectivismo en lo económico; por el anarquismo en lo político.

Fácil es advertir que esta evolución de Bakunin tiene un sentido inverso a la que se suele dar en la mayoría de los pensadores y militantes sociales o políticos. Mientras la mayor parte de los que cambian y evolucionan suelen pasar de la izquierda a la derecha, del culto a la revolución (o, por lo menos, del reformismo) a la reacción y al conservadurismo, al pasar de la juventud a la edad madura y la vejez, Bakunin pasa, precisamente al revés, desde el conformismo tradicional de su adolescencia hacia el anarquismo revolucionario de sus últimos años, del idealismo metafísico al materialismo ateo o antiteo.

La tercera y última etapa de la evolución del pensamiento bakuninista podría subdividirse, como las dos anteriores, en tres subetapas:

1. La florentina (1864-1865).
2. La napolitana (1865-1867).
3. La suiza (1867-1876).

Aquí se hace sentir, por una parte, la influencia de Proudhon y Marx; por la otra, la del cientifismo materialista de la época. La primera subetapa puede considerarse aún como un momento de transición. El ateísmo o, por mejor decir, el antiteísmo es ya claro. Escribe por entonces: «Dios existe; por consiguiente, el hombre es su esclavo. El hombre es libre; por lo tanto no hay Dios» (cit. por Carr).

No es difícil notar, por lo demás, que el ateísmo y el materialismo de todo el último período no están libres de la influencia de la dialéctica hegeliana. La sombra de ésta persiste en Bakunin hasta el fin. Y su materialismo, que por su contraposición al de Marx y Engels, suele denominarse «mecanicista», no deja de ser también, en alguna medida dialéctico. Igualmente, en el terreno político, durante la primera subetapa florentina, persisten algunas ideas y posturas nacionalistas. Dice E.H. Carr: «El entusiasmo que por el nacionalismo italiano sentía pareció por un momento que iba a compensarle de la desilusión sufrida por las aspiraciones polacas. Pero pronto hubo de darse cuenta de lo falso de la compensación. La victoria del nacionalismo, lejos de traer tras sí la victoria de la revolución, no había ni rozado siquiera la cuestión social. Una vez liberada, en lugar de superar a las demás naciones en "prosperidad y grandeza", Italia las superó solamente en pordiosería. Los principales dirigentes políticos italianos fueron perdiendo su tinte revolucionario… Ni Garibaldi ni Mazzini tenían nada de revolucionarios. En su persecución de un ideal se estaban conduciendo de la manera más irresponsable, lo mismo uno que el otro bando. Se estaba acercando la hora en que los revolucionarios de todos los países se verían obligados a defender sus postulados ante la retórica patriótica-burguesa "de aquellos figurines"».

En realidad, como añade el citado historiador, «el Catecismo revolucionario es el primer documento en el que se proclama el renunciamiento del nacionalismo como factor revolucionario y en el que aparece perfilado con toda claridad el credo anarquista de Bakunin». Pero ni siquiera aquí saca todas las consecuencias lógicas de este credo. Todavía no hay una radical negación del Estado ni un rechazo categórico del parlamentarismo.

En Florencia funda Bakunin una fraternidad que, según Woodcock, «ha pasado a la historia como una organización nebulosa», concebida «como una orden de militantes disciplinados, entregados a la propagación de la revolución».

La subetapa napolitana se refleja en el citado Catecismo revolucionario, que Bakunin escribe para los miembros de otra organización, más sólida y más definitivamente anarquista por su programa: la Fraternidad Internacional. Esta es partidaria del federalismo y de la autonomía comunal en lo político, del socialismo o colectivismo en lo económico-social y declara imposible la revolución sin el uso de la fuerza, aunque en su organización interna revela una estructura jerárquica y, como anota Woodcock, pone «un énfasis nada libertario en la disciplina interna».

Si la subetapa florentina puede considerarse como la transición entre nacionalismo y anarquismo, la segunda, napolitana, debe caracterizarse como la del federalismo colectivista o socialismo anárquico incipiente, no enteramente ajena a ideas que, desde un punto de vista lógico, son incompatibles con el anarquismo; no totalmente desprovista de contradicciones y vacilaciones.

Al final de este período, la intervención personal de Bakunin en el Congreso por la Paz y la Libertad, de Ginebra, donde al principio es calurosamente acogido por Garibaldi y por la flor y nata del liberalismo europeo, sirve para demostrar a esta misma élite intelectual y a Europa entera, que el luchador ruso se encuentra ya más allá del liberalismo y de la democracia y se ha pasado definitivamente al campo de la revolución social.

La tercera subetapa, que transcurre en su mayor parte en la Confederación Helvética, y se extiende desde este Congreso, en 1867, hasta la muerte en 1876, puede tenerse por la época de la consolidación final del materialismo ateo, del colectivismo y del federalismo, esto es, de la concepción anarquista de Bakunin.

A este período corresponde la fundación de la Alianza Internacional de la Democracia Socialista, cuyo programa, como anota Woodcock, es más explícitamente anarquista que el de la Fraternidad Internacional napolitana, y muestra la influencia de la Asociación Internacional de Trabajadores. Al comienzo de esta última subetapa de su evolución ideológica y de su vida, Bakunin escribe una de sus obras más orgánicas y representativas: Federalismo, socialismo y antiteologismo. En ella el mismo título revela el programa y sintetiza el pensamiento de su autor:

En lo político, abolición del Estado unitario y centralizado, que ha de ser reemplazado por una federación de comunas libres y libremente federadas entre sí.

En lo económico, socialización de la tierra y de los medios de producción, que han de pasar de los terratenientes y capitalistas a las comunidades de trabajadores (no al Estado).

En lo filosófico, materialismo basado en las ciencias de la naturaleza y negación de toda divinidad personal y de toda religión positiva.

La primera tesis va dirigida contra toda ideología de gobierno propiamente dicho, pero especialmente contra el nacionalismo, que pretende una república unitaria, con Mazzini. La segunda ataca en general a la sociedad burguesa y capitalista, pero de un modo particular a los ideólogos que se conforman con la independencia nacional y la democracia política, olvidando la desigualdad social, la miseria del pueblo, la explotación de los trabajadores. La tercera impugna toda cosmovisión teísta y espiritualista, pero quiere refutar de un modo directo las ideas religiosas de Mazzini y de la «Falanga Sacra».

Entre los tres principios, federalismo, socialismo y antiteologismo, encuentra Bakunin un vínculo de interna solidaridad. No se trata, para él, como para Marx, de señalar una estructura y una superestructura en la sociedad. No se trata de acabar primero con el capitalismo, para que al fin se derrumben también el Estado y la religión. Se trata, más bien, de enfrentar a un único enemigo que tiene tres caras (tres horrendas caras por cierto, según él las ve): la propiedad privada (que es la sin razón y la prepotencia económica), el Estado (que es la sin razón y la prepotencia política) y la religión (que es la sin razón y la prepotencia espiritual). La vinculación entre lo dos últimos se hace particularmente clara en otro escrito editado con el título de Dios y el Estado, después de la muerte de su autor, «Es la lucha contra Dios lo que condiciona todos los combates contra el poder político: resulta imposible abatir el poder temporal sin demoler al propio tiempo la religión. Toda la violencia del ateísmo de Bakunin deriva de esta razón dirimente» (H. Arvon, Bakunin, Absoluto y Revolución, Barcelona, 1975, p. 55). Este ateísmo está bajo el signo de Feuerbach y de Proudhon, autores cuya influencia sobre Bakunin se remonta, como vimos, a la etapa anterior.

Período idealista metafísico (1835-1841):
Idealismo trascendental (kantiano) – 1835
Idealismo absoluto (fichteano) – 1836
Idealismo absoluto (hegeliano) – 1837-1841

Período idealista dialéctico (1842-1864)
Izquierda hegeliana – 1842
Democracia socialista – 1842-1848
Nacionalismo democrático (paneslavismo) – 1848-1864

Período materialista (1864-1876)
Transición del nacionalismo al anarquismo – 1864-1865
Inicios del anarquismo y del materialismo – 1865-1867
Anarquismo colectivista y ateo – 1867-1876


Polémica, n.º 7, abril de 1983


sábado, 15 de febrero de 2014

Elisée Reclus y ‘El hombre y la tierra’


El geógrafo y anarquista Elisée Reclus fallece, en la noche del 4 al 5 de julio de 1905, en la localidad belga de Thourout. Lucien Gallois le dedicará un obituario, en la revista Annales de Géographie, en la que reconocía que Reclus era considerado a nivel internacional «el gran geógrafo francés»; desgraciadamente, esa condición no se reconoció en la geografía francesa por intereses muy concretos. Afortunadamente, de unas décadas a esta parte la figura y la obra de Reclus se ha ido recuperando, seguramente, por la necesidad de una planteamiento geográfico radical y una mayor conciencia ecologista. La cuestión de la relación entre los seres humanos y el medio natural, así como el desigual reparto de la riqueza en el mundo, obligan a otorgar la importancia que merece a la obra del sabio francés.

La escritura de su obra cumbre, El hombre y la tierra, la efectuó durante los últimos años de su vida, cuando tal vez ya no se mostraba muy activo en el movimiento anarquista, pero sin abandonar un ápice las ideas ácratas. En esta obra, Reclus efectúa un recorrido por la historia de la humanidad, desde la Prehistoria hasta el final del siglo XIX, dedicando varios capítulos al estudio de diversos fenómenos como las divisiones y el ritmo de la historia, el trabajo, el cultivo, la propiedad, el progreso, la industria o el comercio.

En el prefacio de la obra, Reclus se expresaba de la siguiente manera:
«Hace algunos años, después de haber escrito las últimas líneas de una larga obra, La Nueva Geografía Universal, expresaba el deseo de poder un día estudiar al hombre, en la sucesión de las edades, como le había observado en las diversas regiones del globo y establecer las conclusiones sociológicas a que había llegado. Trazaba yo el plan de un nuevo libro en que se expondrían las condiciones del suelo, del clima, del todo el ambiente en que se han cumplido los acontecimientos de la historia, donde se mostrase la concordancia de los hombres y de la tierra, donde todas las maneras de obrar de los pueblos se explicasen, de causa a efecto, por su armonía con la evolución del planeta.»
Sin duda, es en esta obra donde mejor se expresa la conexión entre la geografía y el pensamiento anarquista de Reclus. Puede decirse que el planteamiento geográfico de este autor, al igual que el de Kropotkin, es una síntesis de posturas positivistas, evolucionistas y anarquistas. Huelga decir que hablamos de planteamientos que hablan de armonía del hombre con la naturaleza y se alejan del socialdarwinismo imperante en el momento. Reclus nos habla de una ruptura primitiva en esa relación entre el hombre y el medio natural, algo que explica la aparición del Estado y de una sociedad dividida en dominantes y dominados. Por supuesto, Reclus, al igual que el pensamiento anarquista, no niega la lucha de clases, siempre presente en la sociedad. El garante para una sociedad libre será la libertad, la cual otorgue el desarrollo completo a cada individuo, ya que éste es la célula fundamental y debe asociarse libremente con otros individuos en una humanidad siempre en constante evolución. El objetivo es acabar con la dominación política y la explotación económica, por lo que Reclus plantea un conocimiento exhaustivo de la geografía, es decir, de las leyes que rigen la naturaleza; así, sería posible terminar con la falta de recursos que sufren tantos seres humanos cuando la tierra ofrece su riqueza para todos.

La principal aportación de Reclus es considerar la relación entre el hombre y el medio como una dialéctica; es decir, la influencia es mutua, el medio influye al ser humano y éste se ve influido por el medio a lo largo del tiempo. El geógrafo anarquista introduce entonces el factor tiempo como gran novedad en el estudio de estas relaciones. Por lo tanto, una visión amplia de la geografía, que se ocupe de los fenómenos físicos y humanos, debe integrar a la historia, atender tanto el espacio como el tiempo: «Considerada desde elevado punto de vista, la geografía, en sus relaciones con el hombre, no es más que la historia en el espacio, del mismo modo que la historia es la geografía en el tiempo». Reclus distingue en la influencia del medio sobre el hombre entre estático y dinámico. Los elementos que forman parte del medio estático son el clima o la naturaleza del suelo, ante los cuales el hombre poco puede hacer. El medio dinámico estaría compuesto por los elementos que forman el Estado, el comercio o las relaciones laborales, que el ser humano puede obviamente transformar. En cualquier caso, es necesario conocer bien ambos tipos para comprender en profundidad la influencia del medio en las sociedades humanas a lo largo de la historia.

Llegamos así a lo que puede ser cierta paradoja en el pensamiento anarquista y geográfico de Reclus. Si se deduce cierto determinismo geográfico en el devenir de la humanidad, no puede hablarse de progreso y libertad absolutos. Evidentemente, hay que hablar de una tensión permanente entre ambas cuestiones en el conjunto del pensamiento de Reclus. Es precisamente cierto determinismo geográfico, la gran influencia de los fenómenos físicos en algunos pueblos de la Tierra, lo que explicaría el desigual desarrollo de la humanidad; Reclus, como anarquista, creía en la igualdad y libertad del conjunto de la humanidad, por lo que se esforzó en buscar explicaciones ambientales para la existencia de esas grandes diferencias de desarrollo. Cuestiones como la moral, la religión, el carácter o incluso el físico de los diversos pueblos son explicados por Reclus en buena parte por la influencia del medio. «... en virtud de la diferencia de los suelos, de las aguas y del clima hay contraste necesario entre el genero de vida, las ocupaciones, las costumbres, el modo de sentir y de pensar de los que viven al norte de la Gran Muralla china y de los que residen al sur».

No obstante, hay que explicar siempre que el determinismo ambiental en Reclus es siempre matizado, ya que el ser humano influye igualmente en el medio en la relación dialéctica antes mencionada:
«Cada nuevo individuo que se presenta, con acciones que admiran, con inteligencia innovadora, con pensamientos contrarios a la tradición, resulta un héroe creador o un mártir; pero, feliz o desgraciado, obra y el mundo se encuentra cambiado.(...) Las emigraciones, los cruzamientos, las proximidades de pueblos, las idas y venidas del comercio, las revoluciones políticas, las transformaciones de la familia, de la propiedad, de las religiones y de la moral, el aumento o la disminución del saber, son otros tantos hechos que modifican el ambiente y al mismo tiempo influyen sobre la parte de la humanidad bañada en el nuevo medio».
De esa manera, Reclus se aparta de otras visiones de la época más rígidamente deterministas. Incluso, llega a sostener que el determinismo va a desaparecer gracias al progreso técnico y cultural. La influencia del medio, tanto positivo como negativo, se transforma a lo largo del tiempo y llegaría a ser prácticamente inexistente con determinado nivel de progreso y desarrollo. Por lo tanto, Reclus no tiene ningún tipo de añoranza por un supuesto «paraíso natural» perdido, lo mismo que tampoco posee una concepción del progreso ciega y devastadora, tal y se ha desarrollado en las sociedades capitalistas. La insistencia en restablecer una relación armónica entre el ser humano y el medio natural reposa en un esfuerzo constante de la humanidad para dominar el medio: «... se necesita una parte de obstáculos para solicitar un esfuerzo incesante; si las dificultades son demasiado grandes la especie sucumbe; más también perece allí donde la adaptación al medio se cumple con demasiada facilidad. La lucha es necesaria, pero una lucha que se ajuste a las fuerzas del hombre y de las que este pueda salir triunfante».

Reclus también aclara cuáles son las mejores condiciones de desarrollo de las sociedades humanas:
Las condiciones más favorables al desarrollo de un grupo humano, tribu o pueblo, consisten para este en vivir en paz, pero no aislado, en cambios frecuentes de visita con sus huéspedes, en relaciones activas con sus vecinos, teniendo, por lo demás, cada individuo su parte de tierra y de trabajo. De este modo no existe razón alguna para que la libertad y el valor del grupo disminuyan; éste hasta tiene grandes posibilidades de desarrollarse normalmente y de progresar en inteligencia y en moralidad»
Hoy, la relación entre el ser humano y el medio sigue siendo un problema crucial. Reclus deduce de su obra tres principios fundamentales que rigen el devenir humano: la lucha de clases, la búsqueda de equilibrio y la acción libre del individuo soberano; siempre eludiendo toda rigidez y principio absoluto, y observando a la humanidad en constante evolución.


viernes, 25 de enero de 2013

El funeral de Kropotkin


En una madrugada de hace unos noventa y dos años (el 8 de febrero de 1921) moría a sus 78 años, a causa de una neumonía, en su casita de Dmitrov —que habitaba desde el verano del 1918—, un pueblecito a unos kilómetros al norte de Moscú, uno de los mayores teóricos del anarquismo de la historia, el ruso Piotr A. Kropotkin. Su familia y conocidos rechazaron la oferta del gobierno bolchevique de celebrar un funeral de estado, siendo fieles a los principios del fallecido de no aceptar favores de ningún gobierno, ni toleró fausto ni pompa alguna. Para ello se creó una comisión especial para las exequias compuesta por anarquistas.

En sus últimos tres años de vida no tuvo estrecho contacto con las masas y vivía sencillamente con su esposa, Sofía, e hija, Alejandra. Estaba entonces enzarzado en su obra sobre la ética, que no pudo concluir al sobrevenirle la muerte.

El mismo Lenin se preocupó de su estado de salud, pero le permitió conservar la vaca. Aunque apartado de la política y los asuntos sociales, siempre que podía escribía algunas cartas a las autoridades soviéticas y a conocidos, denunciando los abusos del régimen o haciendo sus análisis de la realidad del momento.

Durante dos días afluía la gente sencilla de los alrededores de Dmitrov a rendirle el último homenaje. El féretro llegó a Moscú el 10 de febrero, durante el viaje el tren llevaba varias banderas negras con textos de él, y al llegar a la estación hubo un pequeño altercado con los denominados «anarcobolcheviques» o «anarcosoviéticos» (libertarios colaboracionistas con la dictadura bolchevique) que querían llevar el ataúd a toda prisa y sin ceremonia a la capilla ardiente. Durante el trayecto se pararon junto la carcel de Butyrki y se cantaron himnos revolucionarios, como protesta al confinamiento de muchos anarquistas en las cárceles de la Cheka.

La capilla ardiente se situó en la Sala de las Columnas de la Casa de los Sindicatos, cerca del Kremlin. Allí se puso una gran bandera negra en donde estaba escrito una denuncia de los anarquistas moscovitas, ante la negativa de liberar a los presos libertarios (la mayoría ucranianos detenidos, meses atrás, durante el Congreso Anarquista de Jarkov), deseo expreso del mismo difunto.

Hubo varias peticiones de excarcelación a las autoridades soviéticas, desde el soviet de Moscú hasta al mismo Lenin, quien se lavaba las manos delegando la responsabilidades al Congreso Panruso de Soviets y la decisión final para la misma policía política, la Cheka, para que pudiesen participar en el funeral. Y la respuesta siempre fue negativa. A pesar de las trabas oficiales, como la censura y la burocracia, se publicó el boletín de la comisión y varias octavillas en la imprenta precintada del doctor Atabekían, amigo personal de Kropotkin y que estuvo junto a su lecho de muerte.

La comisión llegó a amenazar a retirar las coronas fúnebres del Partido Comunista, además de informar de la situación a la prensa internacional, si no soltaban ya a los presos anarquistas de Taganka y Butyrki, y al final las autoridades locales, Kamenev al frente, prometieron tal liberación.

Otro de los deseos del fallecido fue que no se cantase ni tocase La Internacional (le parecía que sonaba a «los aullidos de perros famélicos»).

Dos días estuvo expuesto el cuerpo al público. En la mañana del 13 de febrero las calles estaban llenas a rebosar, a pesar del frío. Helaba, se congelaban hasta los instrumentos musicales de la banda, pues el inicio del entierro se demoró durante una hora más hasta la llegada de los presos. Las autoridades soviéticas solamente liberaron, bajo palabra, a siete anarquistas, quienes portaron el féretro (Olga Taratuta, Fania Baron, Aaron Baron, David Kogan, Mark Mrachny, Alexandr Guevky y Alexiev Clonetsky) y algunos pacifistas tolstoianos, todos de Taganka.

El recorrido, desde la Casa de los Sindicatos hasta el cementerio de Novodévichi, duró unas dos horas y se hicieron dos paradas. La primera fue frente el Museo Tolstoi, al llegar a su altura se tocó La marcha fúnebre de Chopín. Y la segunda frente la prisión de Butyrki, desde la cual los encarcelados golpeaban los barrotes de sus celdas y entonaban un himno a la muerte. A este funeral asistieron miles de moscovitas —se comentaba que fueron entre veinte a cien mil los asitentes— y, además de multitudinaria, fue la última manifestación en Moscú en varias décadas (hasta tiempos de la Perestroika de Gorbachov) contra el régimen soviético. Y al frente del cortejo fúnebre iba la bandera contestataria. Había muchas banderas rojas y negras, y en algunas había textos del finado como: «Donde hay autoridad no hay libertad».

Al final, en el cementerio, varios representantes de diversas organizaciones (comunistas, eseristas, anarquistas,...) pronunciaron sus respectivos discursos. Emma Goldman tuvo su primera intervención pública en Rusia y Aaron Baron habló en nombre de los encarcelados. Y todo esto... bajo la vigilancia de un destacamento chekista.

Los detenidos pasaron la tarde con los compañeros, pero tuvieron que regresar por la noche, acompañados por otra gran procesión popular, a la carcel de Taganka. Exceptuando uno de ellos, Mark Marchny, que fue expulsado de la Unión Soviética junto otros nueve (como Volin y Maximov, entre otros) y Fania Baron, fusilada junto el poeta Lev Chorny en los sótanos de la Cheka meses más tarde, los demás desaparecieron, tiempo después, junto a los millones de seres humanos de las cárceles y campos de concentración soviéticos. 

KRATES

Monumento a Kropotkin en Dmitrov.

jueves, 6 de enero de 2011

Ángel Cappelletti: mi maestro



Ángel Cappelletti (1927-1995) fue un filósofo, historiador y anarquista de Argentina, por muchos años radicado en Venezuela. Nació y murió en Rosario, Argentina, pero los 27 años que vivió en Venezuela entre 1968 y 1994 fueron los más prolíficos en su producción intelectual y académica. Fue experto en el pensamiento sociológico, político y filosófico contemporáneo.

Egresó de la Universidad Nacional de Buenos Aires (1951) como profesor de enseñanza secundaria, normal y especial en filosofía. Doctorado en la misma universidad en 1954. Una vez en Venezuela fue profesor titular de la Universidad Simón Bolívar desde 1972. Fue redactor general de la Revista Venezolana de Filosofía. Entre 1968 y 1994 desarrolló una inmensa labor de investigación filosófica y política, estudiando filosofía clásica como Heráclito, Séneca y Marco Aurelio, el positivismo de Venezuela, e investigando la historia y el pensamiento anarquista mundial y latinoamericano, fruto de lo cual publicó en vida alrededor de 45 libros y en total unos 80 (después de su muerte la Universidad de los Andes y la Simón Bolívar, han publicado trabajos inéditos del autor), más de un millar de artículos sobre tópicos filosóficos y literarios.

Tuvo una presencia constante en cátedras de postgrado en toda la América Latina, enseñando en diversas universidades de Argentina, Uruguay, Venezuela, México y Costa Rica. Cappelletti fue profesor de postgrado en filosofía en la Universidad de los Andes (Mérida, Venezuela). De regreso en Argentina, se radica en Rosario, ciudad en la cual continuó su labor intelectual hasta su muerte.

Entre sus publicaciones se destacan: Los fragmentos de Heráclito (1962); Utopías antiguas y modernas (1966); El socialismo utópico (1968); La filosofía de Heráclito de Éfeso (1970); Inicios de la filosofía griega (1972); Cuatro filósofos de la Alta Edad Media (1972, 1993); Introducción a Séneca (1973); Introducción a Condillac (1974); Los fragmentos de Diógenes de Apolonia (1975); La teoría aristotélica de la visión (1977); Ciencia jónica y pitagórica (1980); Protágoras: naturaleza y cultura (1987); Sobre tres diálogos menores de Platón (1987); Noias de filosofía griega (1990); La estética Griega (1991, 2000); Positivismo y evolucionismo en Venezuela (1992); Textos y estudios de filosofía medioeval (1993); Estado y poder político en el pensamiento moderno (1994).

Como compilaciones hizo, Séneca: De brevitae vitae (1959); Epístolas pseudos-heraclíteas (1960); Abelardo: Ética (1966); Platón: Georgias (1967).

Cappelletti es, sin duda alguna, un representante genuino de las letras latinoamericanas, no sólo por su condición de poeta y ensayista, sino por madurar a cada instante su razón de vida: el oficio de escribir.

En 1991, en una de tantas tertulias de café, Cappelletti nos decía que la literatura debía ser vista como una caja negra en la cual destellan pequeñas pelusas de diversos colores, y que esas pelusas eran las ideas que brotaban de la conjugación de dos actos humanos: la imaginación y la constancia en el trabajo escritural. No puede concebirse un esfuerzo creador sin el trabajo constante y duro de enriquecer la sapiencia del hombre.

Eso nos recuerda las siglas mágicas C.P.S., definidas por Juan Alonso (hombre de letras sin más), como alegoría a lo dicho por el maestro Raúl H. De Pasquali, y que significan «c... puesto en la silla»; es decir, el esfuerzo intelectual en su más característica posición. Un poco más allá, el escritor Renato Rodríguez nos dijera: «Escribir es una vaina tan buena, que se tiene que vivir haciendo para que pueda dar frutos».

El acercamiento de Cappelletti a la literatura es netamente espiritual, en él no hay medias tintas, escribes o no escribes, pero no es que escribes como alguien te dice; pueden sugerirte ideas, pero escribes lo que tú deseas escribir; es decir, y con esta expresión contamino la frase espiritual que pueda expresar, la literatura es la identidad del hombre con su razón de vida, de existencia, de querencia, de «ser ahí», como lo expresara Martín Heidegger. Adolfo Bioy Casares, dijo al respecto que la literatura es un milagro que surge y aparece de la mano de unos elegidos, en este caso la figura del escritor. Y si en algo coinciden, quienes han tenido a las letras como excusa de vida, es en que la literatura es un diálogo solitario de un ejecutante de signos hacia un universo de lectores. No falsa es la expresión de que la poesía, por nombrar un género literario, «no es del poeta sino de quien la lee». Aquí está la «cosa», la esencia, la verdadera virtud del servicio que presta la literatura al hombre común.

Hay una grata historia de Cappelletti, referida a una pregunta mía sobre su hijo José, que es cineasta en Rosario, Argentina: ¿Hace el vástago una película acerca de su vida? El maestro me respondió: «sería una historia muy aburrida, a ratos leyendo, a ratos escribiendo, a ratos leyendo, a ratos escribiendo...». Y ciertamente coincidimos que era una verdadera tortura inducir a un espectador, acostumbrado a Rambo, Robocop, entre otras, a pernoctar en una silla para ver al maestro en su acción creadora.

Cappelletti siempre estuvo inmerso en el debatir de las ideas que mantenían la temática de la libertad, una libertad que él entendía como representación y vivencia del destino, frente al poder político y militar, y frente a la presencia divina, como creación de valor y pugna por el ideal.

La visión política que tuvo Cappelletti de Venezuela fue una visión eminentemente revolucionaria; siempre percibió del venezolano ese fuero interno por el cambio y hacia el cambio. No teorizó mucho sobre cómo vendría ese cambio, pero sí lo intuyó producto de un grupo formado en aptitudes de liderazgo que en cualquier momento, ya sea por las armas del pueblo o por las armas aliadas de la revolución sigilosa continental, harían estallar un torbellino que daría cambios trascendentales en el entorno social, político y económico.

Esa experiencia la vivió con el 4 de febrero de 1992, y pudo constatar de que quienes insurgieron venían de una formación estigmatizada por el liderazgo, militares en ejercicio; asimismo, pudo captar, y lo manifestó abiertamente, que las voces de cambio planteaban un trasfondo mayor: el debilitamiento de un Estado de Partidos y el levantamiento de un nuevo Estado, pero en este caso, un Estado monopartido. Si el maestro estuviera con nosotros actualmente, vería como se reafirma su hipótesis de Estado monopartido, puesto que la tendencia del polo patriótico, es precisamente crear una figura homogénea en razón de la cual sostener el liderazgo del presidente vigente de Venezuela.

Cappelletti nos legó, aparte de sus reflexiones acerca de la vida nacional, toda una línea de investigación sobre el positivismo en Venezuela. La revisión que hizo de autores nacionales, produjo importantes conclusiones, las cuales representan al pensamiento venezolano como uno de los precursores de esta tendencia científica en América Latina, caracterizada por atribuir a los sentidos la vía idónea para acceder al conocimiento.

En un día de 1995, Cappelletti falleció, producto de una penosa enfermedad que lo venía maltratando desde hacia varios años; su muerte no sólo ha significado un luto para quienes desde el campo intelectual le conocimos, sino para el desarrollo del pensamiento sociológico, político y filosófico contemporáneo. Al partir se fue con su añoranza ática, con su sueño libertario y con la mirada concentrada en un reencuentro con los versos divinos del parnaso español.

Produjo unos cuarenta y cinco libros en vida —después de su muerte la Universidad de los Andes y la Simón Bolívar, han publicado trabajos inéditos del autor—; más de un millar de artículos sobre tópicos filosóficos y literarios, y mantiene una presencia constante en cátedras de post-grado en toda la América Latina.

Uno de sus más importantes aportes fue dirigir la investigación acerca del pensamiento federal en Occidente, trabajo cuya autoría nos pertenece (La revelación de Oane. Ensayos acerca del federalismo libertario. Caracas, Gobernación del Estado Portuguesa, 1997), y que constituye uno de los primeros levantamientos serios de información sobre una estructura de organización política que hoy toma auge.

Sean las presentes líneas una motivación para acercarse al pensamiento de Ángel J. Cappelletti (1927-95), hombre impregnado de la sapiencia y la constancia dirigidos hacia los valores profundos de la naturaleza y de los hombres: «Lo cierto es —nos dice— que con insólita facilidad echan los hombres al olvido su originaria libertad y su dignidad innata».

22 de abril de 2009.

sábado, 1 de enero de 2011

Rudolf Rocker: El socialismo como anti-absolutismo (I)

Por Ángel J. Cappelletti
[En el libro La teoría de la propiedad en Proudhon y otros momentos del pensamiento anarquista de Cappelletti, el penúltimo capítulo esta dedicado a este libertario alemán. Como es muy largo, me he permitido cortarlo en dos partes, esta primera parte está dedicada a su vida. Mañana os pondré la segunda parte.]
Rudolf Rocker, una de las figuras más activas del anarcosindicalismo alemán en la primera mitad de nuestro siglo, fue también un brillante escritor y pensador. Muy pocas veces se ha logrado un análisis tan serio y profundo de la ideología y la actitud nacionalistas como el que él llevó a cabo en su gran obra Nacionalismo y cultura.

Nacido en Maguncia en 1873, huérfano desde muy niño, internado en un asilo y sometido luego al duro aprendizaje de un oficio manual, obtuvo muy poco de sus maestros y casi puede afirmarse que no recibió educación formal alguna. Grumete, zapatero, hojalatero, sastre, tonelero, talabartero, carpintero, recaló, al fin, en un pequeño taller de encuadernación donde comenzó a almacenar ávidamente en su cerebro los libros que sus manos aparejaban para otros.

El primer contacto con el socialismo lo hizo, como casi todos los proletarios alemanes de su época, a través de las ideas y organizaciones marxistas. Conoció en su incipiente militancia a algunos de los principales jefes de la socialdemocracia: August Bebel y Wilhelm Liebknecht. Del primero dice en La juventud de un rebelde, que «no sólo era un orador brillante, sino que era también un orador nato, pues había en él aquel cierto algo que no se puede enseñar ni aprender»; del segundo, que también «era un orador hábil y experimentado».

Sin embargo, no deja de advertir que cuando Liebknecht hablaba «lo hacía siempre con una seguridad de juicio que excluía toda contradicción» y que «era ante todo hombre de partido y casi sólo hombre de partido». Su impresión personal de Bebel es mejor, ya que lo considera «amable y atento para todos», pero tampoco pasa por alto la dualidad que en él encuentra entre el revolucionario de mítines y asambleas y el moderado reformista del Reichstag.

Pero, como dice Diego Abad de santillán, «tuvo la suerte de entrar pronto en relación con el movimiento berlinés de oposición al dogmatismo y a la rigidez de los jerarcas socialdemócrátas, que tenían por divinidad suprema a Marx y por único profeta a Engels». Una de las cosas que los opositores de la socialdemocracia reprocharon por entonces a los jefes del partido y a los miembros de su fracción parlamentaria fue que hubiesen impedido «por propia decisión la fiesta del Primero de Mayo en Alemania», según dice el propio Rocker en La juventud de un rebelde.


Hacia aquellos días conoció también los escritos de Bakunin y la actividad revolucionaria de Johann Most y se relacionó con los jóvenes heterodoxos del socialismo berlinés, entre los cuales se encontraba Bruno Wille, el futuro autor de Die Religion der Fraude (1898) y Gemeinschaftsgeist und personlichkeit (1902); y Gustav Landauer, el más profundo de los pensadores libertarios alemanes.

En 1893 sus actividades socialistas —ya claramente orientadas hacia el anarquismo— se hicieron muy peligrosas para él, y se vio obligado a emigrar a Francia, donde participó en las luchas del movimiento obrero, conoció al sabio geógrafo Reclus y a otras figuras sobresalientes del mundo socialista. Pero, obligado nuevamente por la reacción, tuvo que emigrar por segunda vez y en 1895 se encontraba ya en Inglaterra. Allí permaneció hasta fines de la Primera Guerra Mundial.

En el segundo tomo de su autobiografía, titulado significativamente En la borrasca, narra con admirable vivacidad y equilibrada mesura, aquellas dos décadas de vida dedicadas íntegramente a la propaganda, a la acción sindical, a la educación de la clase obrera. Si alguna vez tuvo sentido hablar de «realismo socialista» (un realismo impregnado por cierto del más vivo idealismo), es en el caso de estas «Memorias» del gran sindicalista alemán.

«Se admira uno de la resistencia física de Rocker para sobrellevar la tarea intensa de esos veinte años sin desfallecer, sin perder la fe en sí mismo y en la humanidad. El vigor de su juventud y el ansia de saber y de enseñar lo que sabía le hicieron superar los escollos del camino espinoso. Su repugnancia instintiva contra todo autoritarismo, contra todo dogmatismo, le salvó del naufragio y de toda tentación bastarda. Era ya un hombre libre, un verdadero amante de la libertad en el campo social, religioso, político, racial», dice Diego Abad de Santillán.

En Londres se vinculó primero con los exiliados socialistas alemanes y con el Kommunistische Arbeiter-Bildungs-Verein, que tenía su sede en el Grafton Hall, donde se le confió el ordenamiento de la vieja biblioteca, rica en valiosos documentos para la historia del socialismo y del movimiento obrero. Allí conoció a Louise Michel, a Errico Malatesta y a Pietro Gori. De la primera dice que «poseía el carácter de un apóstol, tan hondamente persuadido de la justicia de su causa, que no pudo adaptarse a las menores concesiones a la injusticia». Sobre el segundo escribe: «Me lo había imaginado siempre un hombre de talla gigantesca, como Bakunin. Mi sorpresa no fue pequeña cuando vi ante mí a un hombre bajo, algo flaco, cuya apariencia física no correspondía de ningún modo a mis presentimientos. Sin embargo, aun cuando Malatesta no era el gigante que había creado mi imaginación, su rostro de finos contornos, expresivo, causó una profunda impresión en mí. La soberbia cabeza con el negro cabello frondoso y los ojos vivos, chispeantes, de los que irradiaba tanta bondad de corazón como energía indomable, hacía que fuese inolvidable para el que le ha visto una vez. El rostro pálido, cuya expresión varonil era realzada más aún por la corta y tupida barba, mostraba decisión tranquila y una rica vida espiritual interior. Se sentía a la primera mirada la energía secreta de una personalidad de gran aliento, que no se perdía nunca en cuestiones accesorias y tenía siempre en vista un gran objetivo». De Pietro Gori dice que «era, sin duda, uno de los oradores más poderosos que ha producido Italia» y que «su fino talento poético le permitía formar imágenes de belleza perfecta, que daban a sus manifestaciones ingeniosas un encanto irresistible y que se grababan profundamente en el alma».


En los primeros tiempos de su vida londinense, se dedicó Rocker a conocer también la gigantesca y oscura ciudad, y en especial sus enormes «ghettos» de miseria («el estrecho hormiguero callejero entre Hackney y Bethnal Green, Shoreditch y Whitechapel, los lugares de la más profunda pobreza en torno a Limehouse y a Shadwell, la zona desconsolada que se agrupa en torno a las instalaciones portuarias de Londres y, al otro lado del Támesis, los distritos lóbregos de Lambeth, Deptford, etc.»). Adecuado prolegómeno a sus años de lucha en pro de las clases desposeídas es el espectáculo de la profunda miseria en la metrópoli imperial: «Había entonces en Londres muchos millares de seres que nunca habían dormido en una cama y que se acurrucaban por la noche en algún rincón sucio donde la policía no podía estorbarles. He visto con mis propios ojos millares de seres humanos que apenas podían ser juzgados tales y que no eran capaces de un trabajo ordenado cualquiera. Seres increíblemente andrajosos, cubiertos de harapos sucios que no ocultaban ninguna desnudez, seres humanos llenos de piojos, de suciedad, víctimas del hambre eterna, que revolvían codiciosamente los desperdicios semipodridos que quedaban después del cierre de los mercados para obtener un bocado. He recorrido callejas y callejuelas sucias, con las fachadas de las casas semiderruidas, tan tristes y tétricas que ninguna pluma sería capaz de trazar un cuadro exacto del espanto gris que hacía en ella sus círculos tenebrosos. Y en esos infiernos de la pobreza y de la pálida penuria nacían niños, vivían seres humanos consumidos por las privaciones, quebrantados antes de tiempo por la tortura infinita y eludidos por todos los otros estratos de la sociedad como una horda de leprosos y de marcados por el destino». Durante estas excursiones por el Londres tenebroso se puso en contacto con los obreros judíos de la parte oriental, predominantemente anarquistas, con quienes había de colaborar luego durante largos años.

Cuando en julio de 1896 se reunió en Londres el Congreso Obrero Socialista Internacional (del cual fueron excluidos por cierto los anarquistas), tuvo Rocker ocasión de conocer personalmente a Kropotkin y Landauer, dos de los pensadores que más influyeron en su vida militante y en su obra. También conoció en aquella oportunidad al Dr. Max Nettlau, especialista en dialectología céltica y en historia del anarquismo, a quien había de consagrar más tarde un volumen biográfico. En el seno del movimiento obrero judío y del grupo Arbeiterfreund encontró Rocker a la que había de ser su compañera de toda la vida, Milly Witkop, inmigrante ucraniana y activa militante anarquista.


Sin conocer casi nada de yídish se convirtió pronto en redactor principal del periódico de los obreros libertarios judíos, el Arbeiterfreund, temporalmente suspendido, pero que contaba ya con doce años de antigüedad. Desde octubre de 1898 hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial, hizo conocer a dicho órgano y, con él, a toda la prensa obrera anarquista de Inglaterra, su más brillante, combativo y fructífero período.

En un momento económicamente difícil, el periódico fue sustituido por el quincenario Germinal, subtitulado «Órgano de la concepción anarquista del mundo». Acerca de la posición ideológica allí defendida, dice el propio Rocker: «Aunque estaba muy próximo a las ideas de Kropotkin, ya entonces era para mí bastante claro que las adjetivaciones usuales, mutualista, colectivista o comunista, sólo tenían una significación subordinada. Lo que importaba ante todo era educar a los hombres para la libertad y alentarles a la creación y al pensamiento propios. Todas las hipótesis económicas para el futuro, que tenían que ser probadas primero por experiencias prácticas, eran buenas mientras aseguraran al hombre el producto de su trabajo y tuviesen en vista una transformación social de la vida, en la que se ofreciese al individuo la posibilidad de desarrollar libremente sus aptitudes naturales, sin ser influidos por disposiciones rígidas y dogmas vacíos. Mi más íntima convicción me decía que el anarquismo no puede ser interpretado como un sistema cerrado ni como una solución para el milenio venidero, que tiene la libertad como condición previa en todos los dominios de la acción y del pensamiento humanos y justamente por eso no puede estar ligado a directivas rígidas e inalterables. Por esta razón sus aspiraciones son ilimitadas y no pueden ser encerradas en un programa determinado ni ser prescriptas como reglas fijas del porvenir». De la revista Germinal se seleccionaron luego los ensayos que aparecieron más tarde en Buenos Aires, traducidos al español por Salomón Resnick, con el título de Artistas y rebeldes (1922).

Al sobrevenir en el movimiento obrero judío una grave crisis, originada de una parte por la desocupación y la emigración forzosa; de otra, por la escisión del grupo Freiheit, Rocker se trasladó a Leeds, donde con la cálida ayuda del grupo local continuó publicando Germinal. Su actividad como propagandista, como orador, y como organizador se extendió de los grupos judíos (donde siempre estuvo, sin embargo, centrada) a otros círculos, ya continentales, ya ingleses. Al retornar, un año después, a Londres, donde «se había roto realmente el hechizo, y la crisis interna que había paralizado casi dos años el movimiento obrero judío, fue felizmente vencida», reinició la publicación del Arbeiterfreund, al mismo tiempo que la labor de organización obrera y de educación general.

Rocker, que más tarde escribiría La maldición del practicismo, no entendía la militancia anarquista como adoctrinamiento ni como mera propaganda. Creía que elevar el nivel cultural de los obreros constituye de por sí una tarea revolucionaria; estaba convencido de que la belleza y la verdad son siempre factores de liberación humana.

«La insuficiencia irritante del orden económico vigente para las grandes masas del pueblo y la injusticia notoria en numerosos dominios de nuestra vida política y social, no son ninguna medida de nuestra cultura como tal. Lo que la civilización humana ha creado en valores intelectuales y sociales en el curso de los tiempos, no se puede juzgar exactamente más que en su totalidad. Ha ensanchado nuestro saber en una proporción que apenas se puede abarcar y ha atestiguado en todos los dominios del pensamiento humano conquistas que son imperecederas. Lo que ha producido el espíritu del hombre en el reino de la ciencia, del arte, de la literatura y en todos los dominios de la creación estética y filosófica, es y permanece una posesión cultural nuestra y de las futuras generaciones. Aquí está el punto natural de conexión para todo desarrollo social ulterior, el puente que conduce desde el pasado al futuro. El hecho de que a causa de las condiciones económicas existentes millones de hombres apenas estén hoy en condiciones de hacer uso de las mejores conquistas de la vida cultural, no es menos deplorable que la circunstancia de que, a pesar de la elevada capacidad productiva de los modernos métodos de trabajo, no puedan hallar ninguna seguridad para su existencia material y tengan que contentarse siempre con las migajas de la mesa de la vida. Por eso justamente, el problema de nuestro tiempo no es un simple problema económico sino un asunto que abarca todos los dominios de la vida cultural. No sólo hay un hambre del cuerpo, sino también un hambre del espíritu y del alma que exige sus derechos. Llevar esto a la conciencia de los seres humanos es la tarea principal de una propaganda que se apoye en la educación de las masas y enseñe a pensar, no sólo con el estómago, sino también a tener presentes las aspiraciones de la vida y a apropiarse de los bienes intelectuales de la cultura, lo que siempre es posible».

La labor de Rocker entre los obreros judíos de Londres, que algunos consideraron insólita para un alemán que no tenía ninguna ascendencia hebrea, es una prueba más de su auténtico internacionalismo socialista y libertario. He aquí cómo él mismo se expresa en sus Memorias sobre este hecho: «Pero tengo que agradecer todavía otra gran experiencia en mi actividad de entonces, que no quiero silenciar, como no judío, para provecho y edificación de aquellos que han metido la cuchara en las ollas de la llamada teoría racial o que no pudieron vencer nunca los prejuicios artificialmente implantados frente a los judíos. Tengo que dejar sentado aquí que no existe nada para lo cual el llamado espíritu judío no sea tan receptivo o que reaccione de otro modo a como reacciona el espíritu de otros pueblos, si es que se puede hablar de un espíritu de los pueblos en general. He vivido veinte años en el ghetto, he tenido relaciones diarias con trabajadores judíos, he conocido sus dolores y privaciones, he tomado parte incansablemente en sus luchas por el pan cotidiano, he despertado su anhelo, he compartido sus alegrías y esperanzas y estuve con ellos como un igual sobre la misma base. He empleado los mejores años de mi vida en estimular su cultura intelectual, en fortalecer su voluntad y encender su resistencia contra la arbitrariedad y la tiranía... Su amistad, su ligazón interior, su confianza ilimitada son para mí la más hermosa recompensa y serán siempre un recuerdo luminoso, especialmente hoy, cuando ha llegado el otoño de mi vida y se ciernen sobre mí las sombras de la noche».

Su testimonio resulta particularmente significativo por sintetizar una visión teórica, basada en sólidos y extensos conocimientos históricos y filosóficos-sociales, con una prolongada asiduidad y un largo trato personal: «Si quisiera reunir brevemente mis experiencias personales con personas de origen judío, sólo podría decir que no he encontrado en ellas ninguna cualidad que no se encontrase también en los descendientes de otros pueblos. La burda afirmación de que el judío representa una posición singular entre todos los demás pueblos, no es más que yerma habladuría, que no tiene por base ninguna experiencia auténtica, sino sólo el prejuicio ciego. Los representantes de esas chistosas nociones no comprenden el testimonio lamentable de pobreza que con ello ofrecen. Si fuese realmente verdad que una minoría insignificante es responsable de todos los males del mundo, entonces la gran mayoría de la raza humana no merecería mejor destino. Débiles de espíritu que se persuaden seriamente de que son las víctimas indefensas de un pequeño grupo humano disperso por el mundo, sólo demuestran su propia incapacidad y su minoría de edad intelectual». Ya en 1903, en ocasión del pogromo de Kishinev, organizó Rocker un gran mitin de protesta en Hyde Park, y su lucha contra el antisemitismo, que alcanzó lógicamente su clímax con el genocidio perpetrado por los nazis, se prolongó hasta el fin de sus días.

Particular importancia, desde el punto de vista obrero y sindical, adquirió la lucha promovida luego por Rocker contra el llamado «sweating system», por el cual se establecía una cadena de explotación, donde los grandes comerciantes obligaban a los pequeños empresarios a una cruel competencia mutua, mientras éstos explotaban a sus obreros, los cuales, a su vez, acicateaban a los auxiliares (generalmente inmigrantes recién llegados). En 1906 el movimiento obrero libertario judío inauguró su club en un edificio propio de Jubilee Street, gracias, en gran parte, al esfuerzo de Rocker. Al año siguiente acudió Rocker, en representación del movimiento judío, al Congreso de Amsterdam, donde quedó fundada, con intervención de delegados de casi todos los países, la Internacional Anarquista.


Hallándose en 1909 en París, donde había sido invitado para dictar un cursillo de conferencias sobre temas artístico-literarios, participó en un mitin de protesta por el monstruoso proceso al que la reacción monárquico-clerical española había sometido a Francisco Ferrer y Guardia, el fundador de la Escuela Moderna. Fue por eso expulsado de Francia.

Aún en Inglaterra arreció por entonces la campaña anti-anarquista, con ocasión del caso de Houndsditch, en que tres letones, a quienes se vinculó con el anarquismo, mataron durante un asalto a varios policías. Inclusive algunos periódicos socialistas, como el Justice, llegaron en 1911 a acusar a Emma Goldman de espía del zarismo. En 1912 estalló en Londres una gran huelga de la industria textil, que, según palabras del mismo Rocker, «se convirtió rápidamente en una de las luchas más enconadas por mejores salarios». Iniciada en la parte occidental por obreros ingleses y de diferentes nacionalidades, tuvo pronto, gracias a la decidida acción de Rocker, el apoyo de los miles de trabajadores judíos de la parte oriental, que se plegaron a ella. La pelea no careció de altibajos y de dramáticas vicisitudes; duró varias semanas, pero al fin concluyó con una completa victoria de los obreros. «La gran huelga de 1912 no sólo dio a los trabajadores judíos grandes beneficios materiales, sino que creó por primera vez las verdaderas condiciones para un trabajo ordenado; pero al mismo tiempo, la intervención viril y decidida de los obreros judíos en esa lucha difícil les atrajo el respeto de sus colegas ingleses, respeto que no podría ser ya conmovido por nada». Cuando hacia esa misma época, Malatesta fue condenado por haber querido desenmascarar a un espía de la policía italiana, Rocker organizó un Malatesta Defense Comitee, cuya decidida acción (que incluyó la organización de dos grandes manifestaciones), logró que el gobierno inglés no desterrara, como se temía, al luchador libertario.

En el año 1914 emprendió Rocker su primer viaje a Canadá y Estados Unidos. Invitado por los compañeros de Montreal para realizar una gira de propaganda, recorrió el vasto territorio norteamericano, celebró reuniones y dio conferencias en Montreal, en Ottawa, en Toronto, en Winnipeg, en Chicago, en London (Ontario), en Hamilton, y en Quebec, no sin hacer una visita a las cataratas del Niágara y otra a Waldheim, el cementerio alemán donde reposan los restos de los mártires de Chicago. Las charlas y conferencias obtuvieron gran éxito y durante el viaje tuvo la alegría de reencontrar a muchos viejos amigos y compañeros de Londres y de otros lugares. El día 3 de junio, en las últimas horas de la tarde, se hallaba de regreso en Liverpool.


Al estallar la Primera Guerra Mundial, Rocker fue detenido en Londres como alemán y súbdito de una potencia enemiga. La libre Inglaterra vivía en aquellos días una histeria anti-germánica, que condujo, entre otras cosas, a la internación de millares de pacíficos ciudadanos alemanes en grandes campos de concentración.

Lo que más le dolió a Rocker no fue, sin embargo, el hecho mismo de la privación de su libertad, sino la tremenda defección del movimiento obrero y socialista en todos los países beligerantes frente al problema de la guerra. «Los movimientos socialistas y obreros de Europa habían abdicado y se habían entregado dócilmente a los respectivos amos nacionales. Apenas un diputado socialdemócrata, Karl Liebknecht, intentó salvar el honor. Había terminado un capítulo de la historia del socialismo y Rocker vio claramente entonces ya que el nacionalismo era incompatible con la paz, con la solidaridad humana, con el socialismo, con la cultura que son fruto de la libertad y solamente pueden prosperar en ella», comenta Diego Abad de Santillán. De más está decir que Rocker no se dejó abatir por la prisión, y que desarrolló en ella una labor más educativa que propagandística, a través de docenas de conferencias, pero, sobre todo, a través del ejemplo cotidiano.

En marzo de 1918, próximo ya el fin de la guerra, fue liberado y enviado a Holanda, desde donde debía pasar a Alemania. Pero el agonizante Imperio no olvidaba: le negó la entrada so pretexto de que, al permanecer más de diez años fuera del país, sin inscribirse en ningún consulado alemán, había perdido la ciudadanía. Se vio obligado a volver a Holanda.

En Tilversum fue huésped del viejo militante Domela Nieuwenhuis, que «había previsto la guerra hacía mucho tiempo y predicho también en el Congreso de la Segunda Internacional en Bruselas (1891), que la paz armada y la loca competencia armamentista de los Estados tenían que conducir ineludiblemente a una catástrofe espantosa de incalculable alcance, si el proletariado de todos los países no reconocía a tiempo el peligro y no se preparaba para una acción en contra de esas amenazas».


En noviembre de 1918 puede, al fin, regresar a Alemania, junto con su mujer y su hijo. Kater, el presidente de la Freie Vereinigung Deutscher Gewerkschaften, lo hospeda en Berlín. Con un entusiasmo que las tristes condiciones de posguerra y las poco alentadoras perspectivas del movimiento obrero no consiguen entibiar, se lanza otra vez a la tarea de organizar un movimiento sindical revolucionario y libertario. En medio de las luchas que sostenían entre sí las diversas facciones del movimiento socialista y poco antes de la insurrección espartaquista «cuya sangrienta represión suscitó en el país una impresión terrible», asiste Rocker al duodécimo congreso de la Freie Vereinigung (diciembre de 1919).

Sus ideas, nada demagógicas, acerca de la responsabilidad de los pueblos en el surgimiento de la tiranía y en el estallido de la guerra alcanzan gran resonancia en aquellos días. «Era la hora —dice Santillán— en que Alemania, cansada de la guerra, clamaba en todos los tonos: Nieder die Waffen! (¡Abajo las armas!). Rocker habló ante los obreros de la industria de los armamentos de la responsabilidad del proletariado, de la labor consciente, de la no cooperación en fines antisociales. Sí, ¡abajo las armas! Pero ¡abajo también los martillos que las forjan! No habrá más armas mortíferas cuando los sabios, los técnicos y los trabajadores se nieguen a fabricarlas». El sindicalismo revolucionario, de inspiración anarquista, logró por entonces, y en buena parte gracias a la incansable labor de Rocker, su mayor florecimiento en Alemania. En algunas regiones industriales, como en Frankfurt, llegó inclusive a constituirse en la corriente obrera mayoritaria.


Su simpatía por la República Bávara de los Consejos y, sobre todo, por algunos de sus protagonistas, como Landauer, Mühsam y Toller (asesinado el primero, condenados a quince y cinco años de prisión, respectivamente, los otros dos) corre pareja por entonces con el repudio y la creciente indignación que provocan en él los gobernantes socialistas plegados al militarismo, como Noske. Fue durante «la era nefasta» de este socialista «patriota», «que mostró a todos los gobiernos posteriores de la República alemana el camino para eludir la Constitución y sofocar todos los derechos legales, cuando el Estado se hallaba presuntamente en peligro», que Rocker fue detenido y puesto en la «Schutzhaft» (prisión preventiva) en febrero de 1920. La acusación era simplemente la de ser «el propagandista principal del movimiento sindicalista en Alemania». Durante seis semanas permaneció preso junto con su amigo Fritz Kater.

Por aquel entonces comenzó a exponer en artículos (publicados, sobre todo, en Der Syndikalist y otros órganos del movimiento obrero) y en charlas y conferencias (algunas de ellas inclusive en la Universidad de Berlín) sus ideas acerca del nacionalismo como enemigo de la cultura, elaborando así, desde entonces, el contenido de su gran obra Nacionalismo y cultura.


Al mismo tiempo que el fallido Putsch de Kapp y los avances del nacionalismo militarista lo confirman cada vez más en su convicción de que la socialdemocracia alemana no es sino un gigante con pies de barro, las noticias que llegan a Berlín desde Rusia corroboran cara vez más su temprano juicio acerca del rumbo autoritario y, en definitiva, antisocialista, que toma la revolución bolchevique. Los testimonios de Piotr Arshinov, de Emma Goldman, de Alexander Berkman, ilustran con la elocuencia de los hechos vividos su pesimismo a este respecto.

Para contrarrestar los esfuerzos bolcheviques de crear una Internacional obrera que respondiera exclusivamente a los designios e intereses del Estado soviético, Rocker y un grupo de militantes convocaron a todas las federaciones nacionales sindicalistas a un Congreso Internacional. Este Congreso, que contó con representantes de Argentina, Chile, Alemania, Holanda, México, Portugal, Francia, Suecia y España, entre otros países, sesionó en Berlín desde el 25 de diciembre de 1922 hasta el 2 de enero de 1923. De allí surgió la Asociación Internacional de Trabajadores. El secretariado internacional de la misma, elegido en el propio Congreso, estaba formado por Rudolf Rocker, Augustin Souchy y Alexander Shapiro.

La AIT pretendía constituir una organización natural de las masas, que, según el concepto bakuninista, «es una asociación que surge de las diversas determinaciones de su vida real cotidiana, de las distintas modalidades de su trabajo», o, en otras palabras, «la organización por corporaciones de oficio y secciones profesionales». Contra esta idea o, por mejor decir, contra este ideal del sindicalismo, dirigieron todas sus energías los agentes del Komintern (la Internacional Comunista). Pero, además de su labor sindical, desplegó Rocker durante la década del 20, una vasta actividad literaria y estableció múltiples contactos con refugiados y visitantes anarquistas de todos los países.

Algunos de los trabajos, destinados principalmente a combatir la idea marxista-leninista de la dictadura del proletariado, fueron recopilados y publicados en edición española con el título de Ideología y táctica del proletariado moderno (Barcelona, 1926). Pero, según recuerda Santillán, escribió también en esta época «ensayos literarios como Los seis, sobre seis caracteres centrales de la literatura mundial, Don Quijote, Hamlet, Don Juan, etc.; examinó la llamada racionalización de la industria y sus consecuencias; divulgó conocimientos sobre el socialismo constructivo, la corriente de pensamiento anterior al marxismo, calificada despectivamente como socialismo utópico, y los presentó en su esencia verdaderamente socialista; resumió una posición ponderada contra el revolucionarismo palingenésico y palabrero en el trabajo La lucha por el pan cotidiano».

Tal actividad literaria, favorecida paradójicamente a comienzos de la década del 30 por el auge de la reacción nacionalista y por lo que podría denominarse el clima pre-nazi, culminó en la gran obra de filosofía política, Nacionalismo y cultura, obra que Albert Einstein calificó de «extraordinariamente instructiva» y Thomas Mann de libro «hondo y altamente espiritual». Esta obra recién pudo ver la luz en alemán en 1949, aunque antes había sido publicada en castellano (1935-1937; 1940; 1946) y también en inglés, en holandés, en sueco, en yidish, etc.

Entre los deportados rusos, por cuya suerte tuvo que preocuparse Rocker, estuvieron V.M. Volin (autor de La revolución desconocida) y otros siete anarquistas llegados al puerto de Stettin en 1922; Maximov (autor de La guillotina en acción: Veinte años de terror en Rusia), Yarchuk, Mrachny, el célebre guerrillero ucraniano Néstor Majno, Mollie Steimer, Senya Fleshin, etc. Entre los huéspedes españoles con quienes trató Rocker por entonces en Berlín se contaban Diego Abad de Santillán, quien sería después su traductor al castellano y el gran divulgador de su obra en España; Buenaventura Durruti y Francisco Ascaso, que tanto habían de destacarse durante la Guerra Civil española por su actuación al frente de las brigadas anarquistas; Ángel Pestaña, que enviado por la CNT, había viajado a Rusia, de donde retornaba profundamente desilusionado. Sofía Kropotkin, que llegó a Berlín a comienzos de 1922, le refirió muchos detalles de los últimos días de su compañero, Pedro, fallecido un año antes. Igualmente de Moscú llegaron dos jóvenes anarquistas italianos, Ugo Fedeli (Treni) y Francesco Ghezzi: Rocker debió luchar duramente junto con sus compañeros para impedir que el gobierno alemán los entregara a Italia, que los reclamaba por un presunto delito político. También recibió Rocker la visita de Armando Borghi, el secretario de la Unione Sindicale Italiana (autor después de una larga serie de obras, como Mussolini in caricia, L'Italia tra due Crispi, Mischia sociale, Errico Malatesta in 60 anni di lotte anarchiche, etc.).


En junio de 1929 viajó Rocker a Estocolmo, como representante de la AIT en el congreso anual de la organización sueca Sveriges Arbetaren Centralorganisation. Después de la celebración del Congreso, pronunció una serie de conferencias tanto en Estocolmo y localidades vecinas como en ciudades del interior del país.

En junio de 1931 la CNT española convocó a un Congreso Nacional en Madrid, al cual había de seguir, de acuerdo con el secretariado de la AIT, el IV Congreso de esta central obrera internacional. A fines de mayo, Rocker se trasladó a Madrid representando, junto con Augustin Souchy, al secretariado internacional. En agosto de aquel mismo año hizo también un breve viaje a Holanda, para asistir a la inauguración del monumento erigido a Domela Nieuwenhuis en Ámsterdam (29 de agosto). Mientras tanto, Alemania recorría a pasos acelerados el camino hacia el Tercer Reich.

Ya el gobierno de Brüning y del Partido Católico Zentrum era en realidad, según expresión del propio Rocker, «una dictadura con hoja de parra, que desembarazó el camino para la dictadura de la cruz gamada». La socialdemocracia, con su vieja historia de claudicaciones, marchaba a remolque del Partido Católico, y sus representantes «se veían forzados a aprobar todas las medidas del gobierno del Reich, por antipopulares y reaccionarias que fuesen». Brüning, sin embargo, que se burló de sus aliados socialdemócratas, acabó burlado por el círculo de Hindenburg, que lo obligó a retirarse, para colocar en su sitio a von Papen. Este, por su parte, estaba destinado a abrir directamente las puertas a Hitler. Cuando Hindenburg recibió, al fin, la dimisión de Scheleicher, Hitler fue nombrado canciller, y von Papen ocupó la vicecancillería. Poco después, el nuevo canciller y su Partido Nacional-Socialista, lograron una convocatoria a elecciones generales, para marzo de 1933.

He aquí cómo, según palabras del propio Rocker, se prepararon los nazis para aquellos comicios: «Primero era necesario aprovechar el tiempo antes de las elecciones con todos los medios a su disposición y fortalecer las posiciones conquistadas. Hitler había entregado a Goering, el nuevo ministro del Reich, toda la policía prusiana, y este morfinómano, dominado por instintos sádicos, fue elegido como por el destino para su papel. La famosa ordenanza policial con que Goering inició su actividad en el cargo suscitó un ligero espanto, incluso en aquellos círculos a los que no se podía ciertamente acusar de marxismo. Goering exigió a sus funcionarios que hiciesen uso de las armas despiadadamente y prometió apoyar a todo el que en este concepto cumpliese con su deber, mientras que a todos los que quisieran conservar todavía un poco de humanidad, los amenazaba con el castigo más severo y la inmediata exoneración. Toda la ordenanza era una abierta excitación al asesinato, que testimoniaba la brutalidad sanguinaria de este incendiario rabioso, al que se había confiado la seguridad del país. Hay que imaginarse cómo tenían que resultar esas y otras excrecencias semejantes de una mente perturbada, en tiempos de la mayor tensión psíquica. En realidad, las elecciones de marzo de 1933 se efectuaron poco después del incendio del Reichstag, época del peor terror, calculado para el aplastamiento más brutal del adversario, y fue como un escarnio cuando Hindenburg, ante una demanda del partido católico del centro, aseguró que «el gobierno se preocupaba de que la libertad electoral fuese protegida de todas maneras». Mientras millares de personas fueron arrestadas en todo el Reich y la soldadesca parda de Hitler se dedicaba en todas partes a las violencias más indignantes, ejecutando cada noche nuevos asesinatos, demoliendo casas del pueblo y locales sindicales, penetrando en los domicilios de adversarios para «liquidarlos», el gobierno reprimía la más ligera protesta contra esas iniquidades, puso la radio exclusivamente al servicio de los reaccionarios y consintió con la mayor tranquilidad que se lanzase todo un diluvio de calumnias repulsivas contra los adversarios, sin que éstos tuvieran la menor ocasión de defenderse».

En realidad, fue el incendio del Reichstag, obra de un cerebro enfermo pero cónsono con la enfermedad de su época, el que dio el poder a los nazis. «Todo mal acaba por dar impulso en última instancia a un mal mayor: todo crimen a un crimen más grande —anota Rocker—. El incendio del Reichstag proporcionó a los nazis el poder sobre Alemania; pero condujo con lógica inflexible a un incendio mayor, que dejó en ruinas y en escombros a media humanidad». Era evidente que hombres como Rocker no solamente no tenían ya en Alemania ningún campo de acción, sino que desde entonces corrían grave peligro de ser arrestados, torturados y asesinados. Erich Mühsam, crítico y poeta anarquista, su gran amigo, fue detenido y enviado a un campo de concentración por haber demorado unas horas su partida.

Aconsejado por compañeros y allegados, Rocker emprende la huida y llega a cruzar la frontera suiza en el último tren no controlado por los guardias nazis. Después de pasar unos días en Basilea y en Zurich (donde se encuentra con el viejo pensador socialista Fritz Brupbacher), es huésped de Emma Goldman en Saint-Tropez durante algunas semanas.

Entra ilegalmente a Francia y al llegar a París, se esfuerza, a través de una serie de charlas y de contactos personales, por alertar a los compañeros del movimiento libertario y a las fuerzas socialistas y democráticas en general del grave peligro que para Europa y para el mundo entero supone la toma del poder por parte de los nazis en Alemania. Con excepción del economista holandés Cornelissen, son pocos, sin embargo, los que llegan a comprender entonces la gravedad de la situación.

De Francia pasa Rocker sin dificultad a Inglaterra. En Londres lo reciben con alegría y afecto los parientes de su mujer Milly, y una multitud de viejos amigos judíos, ingleses, y de otras nacionalidades. Después de permanecer allí algunos meses (y no sin antes haber realizado otro viaje a París para asistir a una conferencia de la AIT), se embarca el 27 de agosto en Southampton, rumbo a Nueva York, adonde llega el 2 de septiembre de 1933.

A los sesenta años, está aún lejos de renunciar a su actividad intelectual y a su militancia libertaria. Emprende una nueva gira de conferencias por Estados Unidos y Canadá. Reanuda viejos contactos, polemiza cuando es necesario con los bolcheviques, realiza un esfuerzo gigantesco por dar a conocer al público americano y en especial a los intelectuales liberales, que tienen una visión distorsionada e ingenua de la situación política europea, el aluvión de barbarie que el nacionalsocialismo triunfante amenaza con descargar sobre el mundo entero. La campaña de apoyo a las fuerzas antifascistas que luchan en la Guerra Civil Española contra la conspiración militar-clerical encabezada por Franco, llena largos meses de su nueva vida en América.

Por otra parte, ya en Towanda, ya en Nueva York, ya en Mohigan Colony, ya, finalmente, en California, no ceja en su prolífica labor literaria. Además de revisar su gran obra Nacionalismo y cultura (para la edición inglesa), escribe diversos libros, artículos y folletos, sobre la guerra civil española (The Tragedy of Spain, 1937; The Truth About Spain, 1936); sobre problemas del socialismo y del anarquismo (Anarcho-Syndicalism, 1938; La influencia de las ideas absolutistas en el socialismo, 1945, etc.) y sobre historia de las ideas libertarias (Fermín Salvochea, 1945; Pedro José Proudhon, 1935; Michael Bakunin and his Time, 1946; Pioneers of American Freedom, 1949; Der Leidensweg von Zensl Mühsam, 1949; Max Nettlau: El Herodoto de la Anarquía, 1950, etc.). También compone una extensa y jugosa autobiografía en tres tomos (La juventud de un rebelde, 1947; En la borrasca, 1949; Revolución y regresión, 1952).

Muere en Nueva York, el 10 de septiembre de 1958.

La teoría de la propiedad en Proudhon
y otros momentos del pensamiento anarquista
.
Ediciones La Piqueta, 1980.


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