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domingo, 2 de diciembre de 2012

El temor al pensamiento libre

Bertrand Russell

El ser humano teme al pensamiento más de lo que teme a cualquier otra cosa del mundo; más que la ruina, incluso más que la muerte.

El pensamiento es subversivo y revolucionario, destructivo y terrible. El pensamiento es despiadado con los privilegios, las instituciones establecidas y las costumbres cómodas; el pensamiento es anárquico y fuera de la ley, indiferente a la autoridad, descuidado con la sabiduría del pasado.

Pero si el pensamiento ha de ser posesión de muchos, no el privilegio de unos cuantos, tenemos que habérnoslas con el miedo. Es el miedo el que detiene al ser humano, miedo de que sus creencias entrañables no vayan a resultar ilusiones, miedo de que las instituciones con las que vive no vayan a resultar dañinas, miedo de que ellos mismos no vayan a resultar menos dignos de respeto de lo que habían supuesto.

¿Va a pensar libremente el trabajador sobre la propiedad? Entonces, ¿qué será de nosotros, los ricos? ¿Van a pensar libremente los muchachos y las muchachas jóvenes sobre el sexo? Entonces, ¿qué será de la moralidad? ¿Van a pensar libremente los soldados sobre la guerra? Entonces, ¿qué será de la disciplina militar?

¡Fuera el pensamiento!

¡Volvamos a los fantasmas del prejuicio, no vayan a estar la propiedad, la moral y la guerra en peligro!

Es mejor que los seres humanos sean estúpidos, amorfos y tiránicos, antes de que sus pensamientos sean libres. Puesto que si sus pensamientos fueran libres, seguramente no pensarían como nosotros. Y este desastre debe evitarse a toda costa.

Así arguyen los enemigos del pensamiento en las profundidades inconscientes de sus almas. Y así actúan en las iglesias, escuelas y universidades.

Principios de reconstrucción social
(1916)


Free Thought de Glen Tarnowski.

jueves, 4 de octubre de 2012

Dogmas y totalitarismo



Es habitual escuchar el argumento, por parte de personas religiosas (el propio Papa actual lo ha utilizado en alguna ocasión), de que fue la ausencia de Dios la que dio lugar a los horrores provocados en el siglo XX por regímenes como el nazi o el totalitarismo. No es que merezca mucha profundización dicha afirmación, ya que no solo es simplista, también sumamente distorsionadora, pero dado que hay que tantas personas que siguen vinculando moral a religión merece alguna atención. Esto es así porque la substitución de un dogma por otro, y es posible que algunas ideologías hayan encontrado un terreno fecundo en la mentalidad religiosa para desarrollarse, es el auténtico problema. El pensamiento, que sería fecundo de otro modo, también en el terreno moral, haya un obstáculo en doctrinas, religiosas o no, que se limitan a cambiar el objeto de su idolatría y subordinación. Que la moral dependa o no de la religión, a estas alturas, no debería ser ya ni un debate. Es más, algunas virtudes son más evidentes en personas no religiosas que se rigen por la honestidad intelectual más que por cualquier dogma. Tal y como entendía Bertrand Russell esa integridad intelectual, consiste en decidir las cuestiones problemáticas en base a una prueba o bien dejar el asunto en suspenso si no hay pruebas concluyentes. Así, este punto de vista aparece como mucho más importante que cualquier sistema dogmático y puede ser infinitamente más beneficioso.

Las reglas morales, al margen de toda teología, tienen algún fundamento social. A estas alturas, seguir aludiendo a un castigo divino para la infracción de ciertas normas es sumamente infantil. Las personas, aunque actúen de una u otro manera por miedo a ser castigados, dependen más de un sistema político y de una determinada sociedad que de cualquier otro factor sobrenatural. Por otra parte, una moral fundada en la autoridad, sea religiosa o política, tendrá serios obstáculos para encontrar espacio para la investigación. Hay que recordar una vez más que han sido los anarquistas los que han considerado la autoridad política como un reflejo de la fundada en la creencia divina, por lo que son los que más hincapié han realizado en el ateísmo como signo de librepensamiento y libre indagación. Desgraciadamente, la sociedad contemporánea ha mostrado una indiferencia hacia la investigación sumamente peligrosa; Russell ya observaba ese problema hace décadas cuando gran número de personas no cuestionaban si los dogmas religiosos eran o no ciertos y se limitaban a creer que simplemente eran beneficiosos. El tiempo solo ha hecho más severo ese problema cuando gran número de gente se limita creer cualquier cosa sin indagación alguna. Parece extremadamente importante comprender, en primer lugar, que el pensamiento sincero es fuente de duda y no al revés como suele aceptarse. Suele ser habitual encontrar personas que se aferren a alguna creencia, ya que consideran que en caso contrario se hundirá la civilización o no será posible la vida; solo una mente conservadora, sumamente reprobable en el mundo en que vivimos, puede actuar de ese modo.

Los males morales de las ideologías autoritarias son muy similares a los de la religión; es decir, cuando encontramos doctrinas que sostienen verdades sagradas e inviolables y el dudar de ella es un pecado o un delito. Solo hay un criterio al que habría que apelar, al de la razón y el conocimiento; si se invoca algún dogma, con su presunción de infabilidad, la imposición por la fuerza está asegurada. Naturalmente, la razón y la ciencia solo pueden ir de la mano de valores humanos de interés universal, nunca instrumentalizados por autoridad alguna con afán de dominación. El dogma religioso encontró estupendos compañeros de viaje en sistemas muy terrenales que han acabado instrumentalizando igualmente al ser humano, incluso cuantitativamente de modo muy superior al utilizar la ciencia para sus fines lucrativos y autoritarios. Cualquier Iglesia desarrolla un poderoso instinto de autoconservación, y lo mismo podemos decir del Estado, por lo que lo normal es que dejen a un lado aspecto éticos y racionales. La racionalidad y la comprensión, unidas a la interdependencia de toda la humanidad, debería ser el camino a adoptar, y todo poder político, económico o religioso encontrará se opondrá a tal viaje. Bertrand Russell, en su feroz lucha intelectual contra la religión, apelaba a dos virtudes fundamentales, la inteligencia y la bondad; la inteligencia encuentra un obstáculo siempre en el credo, mientras que la bondad se ve inhibida por mitos religiosos como el del pecado y el castigo. Cuando son los religiosos los que, ante los males del mundo, apelan a esta visión tradicional fundamentada en la cultura cristiana (el concepto del castigo y la recompensa parece definitivamente instalado en ella, incluso en aquellos Estados supuestamente laicos), algo no va bien. Las ideas totalitarias encontraron un buen arraigo en las mentalidades dogmáticas bien alimentadas desde la niñez por la religión; el liberalismo se ha mostrado, de forma aparente, como la única alternativa al totalitarismo, pero en su seno, con el único afán de la rentabilidad económica y con la ilusión de un ser humano que busca su libertad al margen de la sociedad, se encuentran importantes contradicciones contrarias a toda visión humana. La respuesta, recordando a Russell, no estará nunca en viejos o nuevos dogmas, sino en un mayor horizonte para la inteligencia, la razón y la ética.

Reflexiones desde Anarres
(2-octubre-2012)

lunes, 20 de junio de 2011

Russell, el escéptico contra el mal

RBA reúne en un volumen 17 de sus ensayos, la mitad inéditos en español, que dudan sobre la capacidad racional

ANTONIO ASTORGA / ABC.

En un discurso en Trafalgar Square, Londres,
a favor del Desarme Nuclear (1962).

Bertrand Russell, el escéptico melancólico, el ingenioso irredento que afiló la «navaja de afeitar de Guillermo de Ockham —fraile franciscano inglés, inventor del principio de parsimonia: cuanto menos se supone, mejor—, ha resistido maravillosamente el paso del tiempo. Ni una partícula de ácaros hay en sus Ensayos escépticos» (RBA), que reúne el pensamiento de un genio cuya vida fue gobernada por el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Russell navegó por un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. Y en una miniatura mística halló la visión anticipada del cielo que persiguen santos y poetas. Era lo que estaba buscando.

Hace sesenta años se publicó un ramillete de estos ensayos escépticos, y ahora se agavillan completos —la mitad de ellos inéditos en español— para gozo de la tribu de los «russellianos». Joaquim Palau, director general de RBA, vindica como absolutamente actuales las ideas de Russell: «La gran sorpresa, a pesar de que el mundo cambie ahora y parece que esté dando un giro de 360 grados, es que los ensayos de Russell dan otra vuelta de tuerca de 360 grados. Me recuerdan al impacto que causa en el lector Ortega, gente de una extraordinaria capacidad intelectual y con un dominio prodigioso de la lengua y la exposición». He aquí el filón del autor británico para los moradores de citas:

Nacionalismo: «Es un ejemplo extremo de creencia ferviente en materias inciertas».

Guerra y paz: «En tiempo de paz, la verdad se considera un simple gesto de mala educación, pero en período de guerra se la juzga delictiva».

La moralidad: «Con una buena dosis de escepticismo podemos empezar a construir una moralidad nueva, que no se base en la envidia y la represión, sino en el anhelo de una vida plena y en la comprensión de que en los demás seres humanos hemos de ver un apoyo y no un estorbo. No se trata de una moralidad imposiblemente austera, pero su adopción convertiría a la Tierra en un paraíso».

El marxismo: «El Capital, de Marx, es, en esencia, una recopilación de atrocidades narradas con el fin de estimular el sentimiento marcial contra el enemigo. Naturalmente, estimula también el ardor bélico del enemigo. Y trae consigo la guerra de clases, que profetiza. La estimulación del odio es lo que ha dado a Marx esa tremenda fuerza política, por haber logrado con éxito pintar a los capitalistas como merecedores de la mayor reprobación moral».

Psicología y política: «Si la gente fuese realmente feliz, no estaría llena de envidia, de furor y de espíritu destructivo. Aparte de las necesidades de la vida, se necesita libertad de sexo y paternidad, al menos tanto en la clase media como entre los asalariados».

Anarquismo: «En todo proyecto ordenado para arreglar el molde de la vida humana es necesario inyectar algo de anarquismo, lo suficiente para impedir la inmovilidad que conduce al decaimiento, pero no bastante para romperlo todo».

Educación: «Las autoridades educativas no ven a los jóvenes, como se supone que hace la religión, como a seres humanos dotados de un alma que es preciso salvar. Los ven como una materia prima para sus grandiosos proyectos sociales, como futura “mano de obra” de las fábricas, como “bayonetas” para la guerra o vaya usted a saber cuántas cosas más. La sabiduría comienza allí donde se venera la personalidad humana».

En el corazón de Russell resonaban gritos de dolor: niños hambrientos, víctimas torturadas por opresores, ancianos desvalidos, «carga odiosa para sus hijos», y el eco de la soledad, pobreza y dolor que convierten en una burla la existencia humana». Deseaba ardientemente aliviar el mal. Pero no podía, y sufría a rabiar.