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viernes, 8 de marzo de 2019

Feminismo y Humanismo


Por FEDERICA MONTSENY

Cierto amable y anónimo amigo me remite un ejemplar de un periódico, diciéndome: «Por si te interesa».

El periódico en cuestión es El Pueblo, de Valencia, y señalado por el mismo remitente veo un artículo que se titula «El tercer sexo» y firma Antonio Dubois.

El escrito —¡cómo no!— habla del feminismo y de las mujeres. Hay en él opiniones muy apreciables y bastante acertadas, y he pensado que merecía el comentario de una mujer, que, como tal, preocúpase preferentemente de los problemas de su sexo y a la que, como muy bien supuso el que tuvo la atención de remitirme el ejemplar del diario valenciano, interesan esas cuestiones del feminismo, aunque sólo sea para combatirlas y situarlas en el punto donde han de partir todas las inquietudes humanas: la transformación de una sociedad injusta y el abandono de una moral y unas preocupaciones que sólo han servido para esclavizar a la mujer y desviar a la especie toda.

Le dedicaré, por tanto, otro artículo al tema del feminismo, que quizá no hará más que repetir lo dicho en anteriores sobre el mismo asunto trazados, ya que dada su permamente actualidad y su lamentable y errónea tendencia, opino que el feminismo merece continuas críticas, y la emancipación de la mujer, máximo problema de los tiempos presentes, el esfuerzo modesto de los que en ella y en su influencia bienhechora, tenemos puesta nuestra esperanza.

Antonio Dubois, en su artículo, divide en dos al feminismo: Uno es el que, según él, «conserva todos los encantos poéticos de la mujer» y otro —el del «Tercer sexo», movimiento formidable que tiene su cuna y su fuerza en Inglaterra— el rudo, acre, despótico, imperativo, con la falta de feminidad que caracteriza a las mujeres solteronas, que odian a los hombres porque no han podido casarse.

El «Tercer sexo», partido numerosísimo —lo que indica el gran contingente de mujeres que la guerra sentenció, con su monstruosa 'devoración de hombres', a la soledad forzosa— tan numeroso que lanza la cifra de un millón 700.000 adherentes, es el que quiere derribar del Poder al hombre y, desde él, imponer su dictadura a la humanidad. Sin embargo, Antonio Dubois, humorísticamente opina que unos cientos de miles de matrimonios aplacarían las iras reivindicadoras de ese millón y medio de mujeres energúmenas.

Este ha sido, el del llamado «Tercer sexo», el movimiento feminista más importante en Inglaterra. El otro, el que «conserva todos los encantos poéticos de la mujer», es lo que se ha bautizado con el nombre de socialismo cristiano, de importación de los países latinos, donde logró adquirir, particularmente en Francia, ciertos ribetes reformistas por haberlo adoptado las mujeres intelectuales y doctas, de tímida tendencia izquierdista. Más aclarado aún: es el propio feminismo anglo-sajón, perfumado y suavizado por la galantería y la espiritualidad humanista y ligera de las razas meridionales.

En España no existe el feminismo del «Tercer sexo». No existe tampoco el socialismo cristiano. En realidad, no existe feminismo de ninguna clase y si alguno hubiese, habríamos de llamarlo fascista, pues sería tan reaccionario e intolerante, que su arribo al Poder significaría una gran desgracia para los españoles. Afortunadamente, no sucederá tal cosa.

En cuanto a los feminismos europeos, o las dos clases en que divide el feminismo Antonio Dubois, estimo, como siempre, que ambos adolecen del mismo defecto capital, suavizado en uno, áspero y estridente en otro: la falta de humanismo, de este amor a la humanidad que forma el más preciado y generoso fundamento de todos los ideales.

Es más aún: examinando fríamente el feminismo, sus puntos, sus programas máximos y mínimos, sus figuras y sus actuaciones, se llega a sacar la conclusión de que él, su fuerza retrógrada y coercitiva, suave o áspera —lo mismo da, pues quizá es más reaccionario el latino, con sus ribetes de socialismo o mejor, 'sillonismo', que el anglo-sajón, con sus pintorescas ansias revolucionarias de despechadas— representa un factor muy importante y muy grave, puesto al servicio de la reacción y con posibilidades de entorpecer el camino de las ideas modernas. Es decir, el feminismo, partido de Estado, de privilegio, de mando, de intolerancia religiosa y moral, de asperezas de sexo, de brutalidad dominadora o de falsa suavización de costumbres, puede convertirse, en el proceso evolucionista de los tiempos modernos, en el revulsivo que coarte la libertad del hombre, y de las mujeres, minoría por desgracia, que han logrado despojarse del lastre de los siglos transcurridos en el obscurantismo y el embrutecimiento intelectual.

Yo creo que la cuestión de los sexos está clara, meridianamente clara: Igualdad absoluta en todos los aspectos para los dos; independencia para los dos; capacitación para los dos; camino libre, amplio y universal para la especie toda. Lo demás es reformismo, relativista, condicional y traidor en unos; reaccionario, cerril, intransigente y dañino en otros.


¿Feminismo? ¡Jamás! ¡Humanismo siempre! Propagar un feminismo es fomentar un masculinismo, es crear una lucha inmoral y absurda entre los dos sexos, que ninguna ley natural toleraría.

Antonio Dubois, comprendiendo por una parte el problema, por otra desbarra. Desbarra como desbarran cuantos, sin tener ideas verdaderamente avanzadas, quieren dar explicación y solución a fenómenos y cuestiones modernas.

Y dice, defendiendo el feminismo que él estima útil y verdadero «el insinuante y tierno que acabará por esclavizarnos»: «El día que la mujer legisle y administre, las grandes instituciones básicas de la sociedad en crisis: familia, educación, natalidad, justicia, asistencia social e higiene, hoy vacilantes en los brazos del hombre, se sostendrán con más solidez en las manos de ellas.»

El día que la mujer legisle y administre, continuarán las injusticias, los privilegios, las desigualdades, las miserias y las luchas, porque las bases de la actual sociedad, que Antonio Dubois cree podrá apuntalar el feminismo que conserva todos los encantos poéticos de la mujer que los tenga, no hay fuerza humana que las apuntale, ya que ellas, por podridas e injustas, están condenadas a morir.

He aquí el error fundamental del reformismo, que, como todos los partidos políticos, y hasta como nosotros mismos, ven en la mujer, como madre, educadora y compañera del hombre, un auxiliar precioso y un elemento decisivo para las ideas que se disputan la hegemonía del pensamiento; El reformismo, sea femenino o masculino, cree poder apuntalar a la actual sociedad con concesiones y paliativos. De ahí el origen del socialismo cristiano de Inglaterra y del feminismo meridional, impulsado y favorecido por los partidos políticos de izquierda, feminismo más peligroso que el otro y que en un porvenir no muy lejano verémosle representando el freno tradicionalista en los grandes acontecimientos sociales que se avecinan.

Por esto yo repetiré siempre que el feminismo, sea el que fuere, suave o áspero, reformista o ultramontano, no puede ser jamás un factor evolutivo ni un valor de renovación social. A lo sumo, con sus reformismos, una pequeña conquista arrancada a las preocupaciones y al ancestralismo.

Socialmente, acepta y exige privilegios que si son injustos disfrutándolos los hombres, también lo serán si los disfrutan las mujeres. Humanamente, tolera todas las coacciones de la moral y de la religión, es ordenado y metódico y cuando se vuelve revolucionario es por despecho y no por justicia, y, en ciertos aspectos, da la razón a cuantos hombres no consideran digna de ser igual en libertad y en derechos a la mujer. Es casi una desviación del sexo y en algunos momentos una regresión, representando un peligro para las mismas mujeres que no estén conformes con sus normas e intolerancia. No es capaz de ser demoledor, generoso, abnegado, valiente y altivo ante la sociedad y ante la vida. Carece de comprensividad, de ansias de justicia y de dignificación. Está fosilizado por los prejuicios y la moral reinantes y jamás comprenderá, sea suave o áspero, meridional o anglo-sajón, reformista o reaccionario, satisfecho o despechado, lo que es un ideal de armonía absoluta, de paz completa, de universalismo amplísimo, de evolución infinita y de libertad y perspectivas sin límites.

1 octubre 1924

jueves, 24 de enero de 2019

Látigo en mano, Emma Goldman feminista y crítica del feminismo


«La pequeñez separa, el aliento une,
seamos amplias y grandes.»
EMMA GOLDMAN
22 enero 2013

La vieja y querida Emma Goldman, a lo largo de su extensa y prolífica carrera dentro del movimiento anarquista del siglo XX, ha producido gran cantidad de textos políticos a los cuales las activistas vuelven con mucha menor asiduidad con la que visitan a otros pensadores ácratas. Usualmente estos textos de Goldman son criticados por el feminismo de izquierda por ser justamente lo que son: texto de arenga anarquista en la barricada misma. Proyectil Fetal toma el pensamiento de Emma Goldman, no acríticamente cual góspel libertario, sino para hacerlo vivir en su discusión hoy, y para rescatar la capacidad especial de Emma de meter el dedo allí en la llaga misma del feminismo mainstream de su época y, al mismo tiempo, de oponerse a las prácticas de sus propios compañeros de militancia del movimiento anarquista látigo en mano.

En los textos de Goldman siempre se encuentra una preocupación por la pasión, la alegría y el compartir los cuerpos eróticamente, conceptos claves de la realización de las personas sin los cuales la lucha y la revolución social no pueden realizarse. Aun hoy estas nociones —que en sí misma y para su época son de una innovación y radicalidad sin precedentes— superan ampliamente las conceptualizaciones habituales sobre el amor libre anarquista que no llegan a traspasar el límite de formar pareja pero sin contrato legal.

Ahora bien, las nociones más brillantes del pensamiento y acción de Goldman se ven opacadas en una maraña de ideas a veces un poco baladí sobre el rol de la mujer. Es menester encontrar incluso en esos párrafos saturados de romanticismo las figuras de pensamiento que anticiparon conceptos que el feminismo de la segunda ola hizo propios (como la doble jornada, que explicaremos más adelante) o su crítica profunda y audaz al primer feminismo (sufragista) que devendrá feminismo de la igualdad, para devolverle a Goldman su interés por el pensamiento de emancipación de las mujeres. Incluso más, muchas veces Emma Goldman es incorrectamente interpretada por el propio movimiento anarquista[1] cuando toma su crítica cabal al feminismo más popular de su época, anteriormente mencionado, como una crítica a todo el movimiento de emancipación de la mujer al cual tildan de burgués.

Una de las afirmaciones más lúcidas que se puede leer en los textos de Goldman es justamente que no hay un solo feminismo, sino muchos, y no todos tienen el valor y el coraje para cambiar profundamente las estructuras de poder y dominación que habitan en los corazones, incluso de las mujeres. Por ejemplo, en el texto titulado La tragedia de la emancipación de la mujer de 1911 ella afirma y visibiliza un eje fundamental del pensamiento 'anarco-queer', a saber: que «El derecho al voto o a la igualdad de derechos civiles pueden ser buenos reclamos pero la verdadera emancipación no empieza ni en las Cortes ni en las urnas. Comienza en el alma de la mujer»[2]. O por ejemplo, «Ahora la mujer se enfrenta a la necesidad de emanciparse de la emancipación, si realmente quiere ser libre. ¿Qué ha logrado con su emancipación? Sufragio universal en algunas regiones. ¿Purificó eso nuestra vida política, como predijeron muchos bien intencionados defensores? Ciertamente no». Es usual que frases como estas sean entendidas en desmedro de todos los feminismos a los que se clasifica en bloque como «burgueses» o «reformistas», y hasta peligrosos para la finalidad de la emancipación de toda la humanidad. Por el contrario, sostenemos que afirmaciones como esta y otras: «Tendrá [la emancipación] que deshacerse de la absurda noción del dualismo de los sexos o del que el varón y la mujer son mundos antagónicos.». Predicen la lucha que hoy encara cierto activismo 'anarco-queer' contra el dualismo de los géneros y el separatismo de los sexos.


Asimismo, otro de los grandes momentos de este texto[3] advierte sobre dos cuestiones fundamentales: una de pura cepa anarquista —la abolición de toda forma de trabajo asalariado—, y la otra, del feminismo más contemporáneo, la doble jornada laboral, que puede ser entendida como las tareas domésticas (obviamente no remuneradas e invisibilizadas) que las mujeres realizamos en nuestros hogares tras retornar a la «paz» después de un largo y agotador día de trabajo a la par del varón, tareas que, como si fuera poco, se suponen como naturales y propias de las mujeres, y que solo son superadas, en el caso de las que pueden pagarlo, mediante la explotación de otra mujer (empleada doméstica, también conocida como mucama, sirvienta, o simplemente como «la chica») que «ayuda» en el hogar para que la mujer emancipada económicamente pueda realizarse en su vida profesional, y cuya culpa algunas «feministas» de hoy lavan sacando breves columnas editoriales que critican la ley de trabajo doméstico para estas empleadas en el territorio argentino. La bella indignación anarquista de Emma Goldman no solamente plantea la doble jornada laboral como consecuencia inevitable —en el actual ordenamiento económico-político y en otros que conservan el Estado como forma de transición— de la emancipación sufragista de la mujer sino también desenmascara el doble discurso y la hipocresía de buena parte de los feminismos que derivan de sus hermanas sufragistas, que basan su realización en la explotación de otra mujer, como dijimos antes[4].

El feminismo de Goldman, lo haya o no llamado así para diferenciarse de aquellas a las cuales estaba criticando, inaugura un espacio que hoy lamentablemente no es a menudo ocupado por mujeres que se autodenominen anarquistas, sino por otras que revisan a fondo los presupuesto básicos (y cómodos, a esta altura que la cuestión de la mujer forma parte de las políticas y las agendas de Estado) del feminismo políticamente correcto y/o institucionalizado, que redunda en pacata reducción de toda violencia de género a un mal intrínseco e inmanente a todo otro sexo que no sea aquel biopolíticamente denominado «mujer» en la sala de la corporación médico-jurídica, en especial, los varones y en una fuerte represión sexual que no ha hecho nada por el libre ejercicio de la sexualidad de las mujeres y el uso creativo de sus placeres[5].

¿Qué pasó en el seno mismo del anarquismo más difundido cuando seguimos repitiendo conceptos como que la abolición de todas las inequidades de género será obtenida únicamente tras la revolución social y que hoy por hoy la lucha por la emancipación radical y total de las mujeres y de toda expresión de género subalterna no tiene sentido puesto que «somos todos iguales para la anarquía»? Esta unidad se torna falsa y peligrosamente cercana a la cuestión principal y secundaria que afirma el marxismo, porque no se unen las individualidades realmente en el aliento por el cual abogaba Goldman sino que muestra la negativa de muchos a deshacerse de sus privilegios de género/sexo para lograr devenir realmente libres e iguales.

Cerremos simplemente con otras destacadas palabras de Goldman que también son aplicables a nuestro anarquismo local no para considerarlo torpemente misógino como hace el feminismo de la izquierda partidaria para captar adeptas a su secta y el progresista para justificar su reformismo, sino para hacerlo crecer y dar el famoso paso adelante que se propone en esta misma frase: «Ciertamente, el movimiento por los derechos de la mujer ha roto muchas cadenas pero también ha forjado nuevas… Necesitamos deshacernos de nuestras viejas tradiciones y hábitos. El movimiento de la mujer, solo ha dado el primer paso. Esperemos que junte coraje para dar el próximo… La mujer debe aprender esa lección, y ser consciente de que su libertad llegará tan lejos como llegue su capacidad para lograrla. De allí que es más importante que ella comience con su regeneración interior para liberarse del peso de los prejuicios, las tradiciones y las costumbres.»

Sí, Emma, esperamos, y hacemos el mismo tiempo.

COLECTIVO PROYECTIL FETAL



Notas:

[1] También es usual ver esta interpretación, en nuestra opinión, incorrecta en los trabajos que la academia produce en torno a la temática anarquista de género que soslaya que el anarquismo, afortunadamente, carece de doctrina o libro canónico unificado y, por ende, no es anti-feminista o contra-feminista per se, como algunas teóricas quieren, convenientemente para sí mismas, hacer ver, tan solo basándose en alguna opinión poco feliz de alguno de los muchísimos pensadores anarquistas que reflexionaron en torno a «la cuestión de la mujer» expresaron.

[2] Esta crítica a los derechos civiles bien puede ser aplicada a las luchas actuales de la mayoría activistas LGTB a nivel internacional y local que buscan el derecho a poder ser una familia pequeño-burguesa normal con todas las de la ley.

[3] «Y todas aquellas que alcancen la deseada igualdad generalmente lo hacen a expensas de su bienestar físico y psíquico. Y para la gran masa de mujeres trabajadoras, ¿cuánta independencia se gana si la estrechez y falta de libertad del hogar es reemplazada por la estrechez y falta de libertad de la fábrica, las tiendas o la oficina? Mas aún después de un duro día de trabajo, está la carga de ocuparse de un "hogar dulce hogar" frío, atemorizador, desordenado, poco acogedor. ¡Gloriosa independencia! No es sorprendente los cientos de jóvenes dispuestas a aceptar la primera oferta de matrimonio hartas y cansadas de su "independencia" detrás de un mostrador, una máquina de coser o de escribir.»

[4] «Cada movimiento que tiene por objetivo la destrucción de las instituciones existentes y su reemplazo con algo más avanzado, más perfecto, tiene sus seguidores que en teoría sostienen las ideas más radicales, pero quienes, sin embargo, en sus prácticas diarias, son como el filisteo promedio fingiendo respetabilidad y pidiendo a gritos que sus enemigos les consideren con respeto. Hay socialistas y anarquistas incluso que abogan a favor de la idea de que la propiedad privada es robo, y sin embargo se indignarían si alguien les debe el valor de una docena alfileres.»

[5] «El gran movimiento de verdadera emancipación no se ha encontrado con una gran raza de mujeres que puedan mirar la libertad a la cara. Su visión estrecha y puritana ha desterrado de su vida emocional al varón como personaje molesto y dudoso.»


viernes, 18 de enero de 2019

Antimilitarismo, una cuestión feminista


EL FALSO MITO DE LA PARIDAD EN UNIFORME

TIERRA Y LIBERTAD
Nº 365-366 / DICIEMBRE 2018 - ENERO DE 2019

En 2018 el militarismo parece no ser un problema muy sugerente para quien se ocupa de paridad de género y reivindicaciones identitarias, pero creo que por el contrario debe serlo para quien lucha desde una perspectiva feminista o transfeminista.

Los ejércitos de los Estados occidentales son un ejemplo de democracia, al menos de fachada, para quien se interesa por el respeto de los derechos civiles.

Como dice Ursula von der Leyen, ministra de Defensa alemana, deben ser ejemplos de «tolerancia ante los grupos marginales» y abrirse a «las minorías».

Se cuenta que la cúpula de las fuerzas armadas estadounidenses se alinea contra el actual presidente que quiere, sin decirlo, reformar el modelo de ejército anterior a la administración Obama.

En Alemania, en el Reino Unido y en los Estados Unidos, el cambio de sexo se acepta incluso entre los militares: aunque obviamente no se tienen todavía las mismas oportunidades de los varones blancos, no hay demasiados obstáculos para la promoción, ni para las mujeres ni para las personas transgénero; estás últimas han sido aceptadas solo recientemente, pero su recorrido laboral es bastante similar a cuanto sucede en otros sectores del mundo del trabajo.

Las fuerzas armadas de los Estados nacionales del mundo occidental han ampliado sus filas siguiendo el desarrollo de la mentalidad, en la dirección de la tolerancia hacia el diferente, porque es patriota, porque se puede certificar como nacionalizado.

Han sido «superados» —al menos a nivel formal— varios prejuicios presentes en el curso de las guerras: por ejemplo, los primeros regimientos de soldados de color existen ya en la Guerra Civil americana. Durante la Segunda Guerra Mundial, algunas naciones (Reino Unido, Estados Unidos, Unión Soviética) emplearon a mujeres en varios puestos, si bien eran auxiliares. Con Clinton, el prejuicio «superado» fue el de la homosexualidad, aunque sin pasarse (el célebre «don’t ask, don’t tell») y ahora le llega el turno al mundo LGTB en su conjunto.

Hay quien sostiene que el ingreso de la mujer en las fuerzas armadas ha contribuido a abatir los estereotipos que están en la base del patriarcado.

La inferioridad de la mujer como ser humano incapaz física y moralmente de defenderse y de valerse por sí misma viene superada, dicen, a través de su enrolamiento, que las convierte en soldados eficaces y motivados, debiendo demostrar que pueden resistir tanto o más que los hombres: ¡quién no recuerda a la soldado Jane!

Quien piensa así desde una perspectiva feminista comete, en mi opinión, una enorme equivocación ante la propia lucha feminista: la equivocación de no ser capaz de pensar en una sociedad basada en mecanismos diferentes respecto a los de la explotación y el dominio del más débil. Si en el imaginario propagandístico es cierto que los militares serían los garantes de la «sagrada democracia», en la realidad los ejércitos sirven para proteger o conquistar los intereses de unos pocos, intereses políticos y sobre todo económicos, de quienes tienen como único objetivo la explotación de los recursos del planeta, ya se trate de personas o de elementos de la naturaleza.

Las fuerzas armadas de los Estados nacionales deben poder ser dirigidas y utilizadas para la ocasión por los jefes de Gobierno de las diferentes naciones, y esto significa que lo que importa sobre cualquier otra cosa es la obediencia a las órdenes y, por tanto, la estructuración jerárquica, la capacidad de matar a otros seres humanos, la capacidad de establecer una jerarquía que permita estar por encima, dominar.

Las fuerzas armadas son un instrumento, un servicio: son la espada.

Si pienso que mi acción —en el campo de batalla, en una frontera o tras los controles de un arma a distancia, poco importa— tendrá consecuencias reales, dejará morir a personas que emigran en busca de un lugar mejor o destrozará a individuos hechos de carne y hueso como yo, no puedo rendirme a la construcción de un «otro yo» inferior, abyecto, un ser humano con el que no puedo en modo alguno identificarme. Una pena, mi incapacidad de ser eficaz a gran escala.

Históricamente, las mujeres han sido siempre consideradas terreno a conquistar —como se decía en un tiempo— como las casas, las vacas y los tesoros presentes en territorio enemigo. Las mujeres tenían una cosa por añadidura que se podía tomar en el curso de la guerra: su capacidad reproductiva. Podían, incluso debían, ser violadas. El estupro ha sido y es todavía un arma de guerra, es el medio a través del cual el soldado completa su deber de conquistador, contaminando físicamente, pero sobre todo simbólicamente, la progenie futura de los territorios conquistados, de los territorios en que los varones enemigos se verán obligados a asumir hijos que no son suyos o a repudiar a las mujeres arruinadas para siempre.

Según esta perspectiva, las mujeres deberán recordar qué significa haber estado en esa condición y serlo todavía en muchas partes del mundo. Las feministas que hablan de deconstrucción desde dentro de la perspectiva patriarcal de las fuerzas armadas a través de la participación en el funcionamiento y en la constitución del ejército no deberían olvidarse nunca de cómo podían fácilmente ser colocadas de nuevo en «su» puesto, no deberían olvidarse nunca de quien precisamente partiendo de una perspectiva feminista buscaba y busca construir un mundo basado en otros sistemas, sistemas que no contemplan el supremacismo sino la horizontalidad, sistemas que no contemplan la definición de una identidad en función de la nacionalidad, sistemas que todavía hay que pensar y definir pero que parten del reconocimiento y no de la distinción o de la destrucción.

Por estas razones creo que la lucha contra el militarismo debe ser fundamental desde una perspectiva feminista. Lo es como lo es nuestra capacidad de elaborar relaciones políticas y sociales verdaderamente inclusivas y transparentes según una perspectiva que no es pacífica ni mucho menos pacifista, sino que es antijerárquica, antidogmática, sin fronteras, antirracista, anarquista.

Argenide

sábado, 14 de julio de 2018

Contra el estigma de la prostitución


Introducción al número 71 de la revista AMOR Y RABIA

 Por RABIOSO

En 2013 murió asesinada una mujer en Suecia. Eva-Marree Kullander Smith, madre de dos hijos, estaba casada con un marido drogadicto y violento, del que los servicios sociales aconsejaron que se divorciase; tras hacerlo, al tener que hacerse cargo de sus hijos, fue incapaz de ganar suficiente dinero como para poder mantenerse, por lo que decidió prostituirse. Esta situación durará tan sólo dos semanas, en las que tuvo cinco clientes; cuando se lo contó a su prima, esta lo denunció a los servicios sociales que, al comprobar que era cierto la impusieron una terapia. Como no se arrepentía, rápidamente la quitaron la custodia de sus hijos y se la dieron a su exmarido, que impidió que pudiera volver a verlos.

A partir de entonces se inició una lucha de años para recuperar la custodia de sus hijos o, al menos, el contacto, mientras el exmarido se dedicaba a acosarla y amenazarla. Tras un juicio en que quedó en evidencia el carácter violento y desequilibrado de su exmarido, logró que se la permitiese visitar a sus hijos, pero la sentencia no se ejecutó. Entre tanto, Eva-Marree se había convertido en un personaje cada vez más incómodo para el Estado sueco, al ser una destacada representante del movimiento que lucha contra la ilegalización de la prostitución. Fue entonces cuando los servicios sociales organizaron una visita para que pudiese ver a sus hijos. Pero, pese a que la ley sueca prohíbe que parejas enfrentadas coincidan en este tipo de visitas, y pese a que el padre tenía entre sus antecedentes incluso el haber agredido a un miembro de los servicios sociales, se le permitió estar presente durante la visita, que además tuvo lugar en los locales de los servicios sociales, donde Eva-Marree carería del menor control o protección. La visita duró poco: Tras insultarla y gritarla, el exmarido se dirigió a la cocina, cogió un cuchillo, y la mató de 32 puñaladas delante de sus hijos.

Ahí no acabó la tragedia. Por si esto no fuera suficiente, aunque el marido fue condenado a 18 años de prisión, se le concedió la custodia de los hijos y se negó a la familia de Eva-Marree tener el menos contacto con ellos (por haberse prostituido su hija). Para contener el escándalo, que dio lugar a manifestaciones de protesta ante las embajadas de Suecia por todo el mundo, los servicios sociales intentaron convencer a la familia que no hiciera un entierro público, y al no lograrlo, se declararon dispuestos a asumir los costes. En realidad, como se descubrió más tarde, esa oferta había sido una broma macabra del Estado: los servicios sociales pagaron los costes del entierro con el dinero de Eva-Marree, que habían heredado sus hijos a su muerte.

ESTADO «FEMINISTA», O LA INSTITUCIONALIZACIÓN DEL ESTIGMA

Esta historia, que es explicada en detalle en el documental «Donde las putas no existen», emitido en el Canal Arte, es el mejor ejemplo de las consecuencias de disfrazar al Estado de feminista y darle la potestad de juzgar a las mujeres en función de lo que hagan con su cuerpo. Para el Estado sueco, que se califica a si mismo de feminista con la complicidad de un sector importante del movimiento feminista mundial, es incompatible que una mujer pueda ser al mismo tiempo madre y prostituta. Y fue eso lo que mató a Eva-Marree: el estigma de haber sido prostituta; o, mejor dicho, su negativa a arrepentirse de haber sido prostituta para poder sacar adelante a su familia.

A pesar de lo que pueda parecer, el estigma que acompaña a las mujeres que han ejercido o ejercen la prostitución es algo puramente cultural y está muy ligado a las religiones monoteístas. En Europa, el paso del politeísmo al cristianismo estuvo ligado a la prohibición de la prostitución, representado en la Biblia con la figura de Maria Magdalena. La estigmatización de las prostitutas no fue ni inmediata ni uniforme: la emperatriz Teodora, esposa de Justiniano, uno de los principales emperadores romanos, había sido previamente prostituta, y San Agustín, cuyo pensamiento impregnó la Edad media, se declaró contrario a abolir la prostitución en La ciudad de Dios: «La mujer pública es en la sociedad lo que la sentina es al barco y la cloaca al palacio. Cierra la cloaca y todo el palacio será infectado».

«Salvadnos de quienes nos quieren salvar»:
Manifestación de protitutas en la India
contra el abolicionismo.

Esta situación cambiará al final de la Edad Media, cuando la Iglesia católica intentó imponer en Europa su hegemonía ideológica y política, algo representado simbólicamente con la Tiara y llevado a la práctica mediante la persecución de quienes consideraba herejes y la puesta en marcha de la Inquisición. Fue entonces cuando se condenó teológicamente la prostitución, y se pusieron en marcha los mismos mecanismos de estigmatización que se acababan de aplicar a los judíos: encerrarlas en guetos, imponerlas el uso de una vestimenta especial y obligarlas a llevar símbolos que permitiesen reconocerlas, prohibirlas tocar comida y frutas en los mercados, etc.; eran básicamente las mismas reglas que se habían impuesto previamente a los leprosos para separarlos del resto de la sociedad, y las consecuencias fueron similares: a partir de entonces, las prostitutas pasaron a sufrir el desprecio de una sociedad que, al mismo tiempo, era incapaz de lograr que desapareciesen. El mismo resultado, por cierto, que ha logrado producir en la sociedad sueca la prohibición de la prostitución.

Lo cierto es que la prostitución, calificada de «oficio más viejo del mundo», ha existido siempre en todas las culturas y civilizaciones, y ha demostrado una formidable capacidad para sobrevivir a todos los intentos de erradicarla. Lo único que han logrado sin excepción todos los esfuerzos represivos para acabar con ella ha sido situar a las prostitutas al margen de la sociedad, marcándolas para toda la vida. La prostitución en cambio ha seguido existiendo, aún bajo las peores circunstancias, para volver a expandirse rápidamente tras relajarse la legislación.

El movimiento obrero también declaró entre sus objetivos la erradicación de la prostitución, pero al intentar llevarlo a cabo fracasó tan estrepitosamente como sus predecesores: así ocurrió en la Rusia soviética, donde tras encerrar a las prostitutas en campos de concentración se proclamó oficialmente que había desaparecido tras el fin del capitalismo, a pesar de que los informes internos del estado reconocían su existencia clandestina; y así ocurrió en España durante la Revolución social y Guerra Civil de 1936-39, donde el anarquismo tenía claro que la prohibición de la prostitución no era una solución viable. Según explicaba Federica Montseny, Ministra de Sanidad por la CNT, «Considerábamos que no era posible terminar por Decreto con la prostitución, porque la prostitución representa un problema de carácter social que no se puede resolver radicalmente. (...) mientras no se consiguiera transformar la mentalidad de los hombres y de las mujeres, mientras España no superase la moral sexual, la abolición de la prostitución era imposible» (Mis primeros cuarenta años, Federica Montseny, 1987). La realidad de la guerra se impuso al idealismo, y de una etapa inicial en la que los anarquistas ejecutaron a los 'chulos' del barrio chino de Barcelona y pusieron en marcha los llamados «liberatorios de prostitución» se pasó a organizar prostíbulos en el frente para las milicias.

En épocas más modernas ha ocurrido algo similar: tras la revolución y toma del poder en Cuba y Nicaragua se cerraron los prostíbulos e incluso se prohibió la prostitución (en la Nicaragua sandinista); pero tras una situación de clandestinidad, la prostitución volvió a hacer su aparición pública. El propio Fidel Castro, que en un discurso el 30 de noviembre de 1971 decía que «en nuestro país, la prostitución se erradicó hace muchos años. En nuestro país, todas esas tristes y horribles cosas de una sociedad explotadora, ya no existen», tuvo que reconocer décadas más tarde la existencia de la prostitución: «nuestras prostitutas son las más sanas e instruidas del mundo».

En Suecia la situación es similar: a pesar de la intensa campaña de propaganda a favor del nuevo abolicionismo, que ha logrado que se prohíba la prostitución en varios países de la UE, la realidad es tozuda. La policía sueca reconoce que sigue existiendo, pero de manera clandestina, y la ONU ha denunciado que esta situación pone en riesgo la vida de las prostitutas. El único resultado real ha sido lograr implantar el estigma contra la prostitución entre la mayoría de la población sueca, el mismo estigma que, institucionalizado, quitó los hijos a Eva-Marree cuando se negó a arrepentirse de haber sido prostituta, y finalmente la acabó matando.

MISERIA SEXUAL

Mientras no se combatan las causas que originan la prostitución, esta seguirá existiendo. Y no hay que confundir causa y efecto: el motivo de la prostitución no es el dinero, sino la miseria sexual. La prostitución cubre una necesidad humana básica, al ofrecer una salida al deseo, reprimido en todas las sociedades mediante las más diversas reglas, legislaciones y tabús. Esta realidad, origen de la imposibilidad de erradicarla, es asimismo mucho más compleja de lo que parece a primera vista; tras la revolución sexual que supuso el descubrimiento de la píldora al dar a las mujeres el control de sus capacidades reproductivas, la sexualidad perdió parcialmente el tabú que la rodeaba en Occidente. Esto ha hecho visibles aspectos de la sexualidad reprimida que antes estaban silenciados, que han dado lugar por ejemplo a la asistencia sexual a las personas discapacitadas, un 60% de las cuales son mujeres en España, un 60% de las cuales son mujeres en España, o a servicios sexuales para calmar a personas internadas en centros psiquiátricos.

Ambos son ejemplos perfectos de pago de dinero por sexo, y por tanto prostitución ¿hay que prohibirlos también? Y, en caso contrario, ¿cuál es la diferencia? Y, más importante aún, si la prostitución consiste en el intercambio de sexo por beneficios materiales ¿cómo puede reconocerse, dónde está el límite? Basta echar un vistazo a otras regiones del mundo para darse cuenta de la insostenibilidad de juzgar comportamientos sociales mediante la visión judeocristiana. En Guinea Ecuatorial, antigua colonia española, existe la llamada semiprostitución, mediante la cual las mujeres mantienen relaciones sexuales con hombres para recibir favores o regalos sin que exista una tarifa fija. Este modelo de intercambio de sexo por diversos beneficios materiales ha dificultado enormemente la implantación del modelo occidental de prostitución, basado en prostíbulos que no son sino un vago recuerdo de los guetos medievales donde se concentraba a las prostitutas; y, más importante aún, la práctica de la semiprostitución está socialmente aceptada, careciendo del estigma occidental.

Aquí puede reconocerse de manera nítida el imperialismo cultural occidental, que intenta imponer su paradigma social al resto del mundo, lo que implica necesariamente imponer su visión de la sexualidad a todo el planeta, algo tan imposible como poco recomendable. Porque, en el fondo, la visión de la prostitución que tienen las sociedades occidentales, incluidos amplios sectores de la izquierda y del movimiento feminista actual, está impregnada del estigma medieval. Es cada vez más difícil reconocer la menor diferencia entre la visión puritana del cristianismo con la censura sobre la exposición del cuerpo femenino que últimamente pretende imponer un sector aparentemente mayoritario del movimiento feminista.

«Hylas y las Ninfas», cuadro de John William Waterhouse
retirado de un museo de Manchester por «cosificar a la mujer».

Un ejemplo de o problemático de esta visión de las cosas es la reciente decisión de retirar en un museo de Manchester la exposición del cuadro «Hylas y las ninfas», de John William Waterhouse, acusado de «cosificar a la mujer» En realidad, el cuadro representa el secuestro de Hylas, el amante de Hércules, que al ir en busca de agua, es secuestrado para siempre por las ninfas de un manantial, que deseaban al joven por su belleza. Las depredadoras son las mujeres, no Hylas. Potter Steward, juez del Tribunal Supremo de EEUU, dijo en una sentencia en 1964 «No sabría definir la pornografía pero la reconozco cuando la veo», y esta sentencia puede aplicarse igualmente al sexismo, cuyas fronteras son líquidas, más allá de los casos evidentes.

En los años 60-70, poder llevar una minifalda (es decir, que una mujer pueda vestirse como quiera) fue motivo de lucha del movimiento de liberación de la mujer. Hoy día, bajo el barniz ideológico de una supuesta defensa de la mujer se oculta el tradicional rechazo de la cultura judeocristiana a la exposición pública del cuerpo femenino, el estigma de la Iglesia medieval que considera la sexualidad algo sucio y la convirtió en un tabú sobre el que no puede hablarse abiertamente. El mismo tabú que da lugar a la miseria sexual, y sienta las bases de la existencia de la prostitución.

DERECHOS Y EXPLOTACIONES

Frente a la identifación de la prostitución con esclavitud de un amplio sector del feminismo, en las últimas décadas ha surgido un fenómeno global tan singular como inesperado: prostitutas que se rebelan contra el estigma, se declaran feministas y se organizan para defender su derecho a acceder al sistema de seguridad social y cotizar para recibir una pensión. Enarbolando el lema «My body, my business» (Mi cuerpo, mi negocio), las prostitutas feministas reclaman el derecho a usar su cuerpo como las dé la gana, y denuncian que el feminismo abolicionista pone en peligro sus vidas, al querer llevarlas a la ilegalidad, además de intentar forzarlas a integrarse en un mercado laboral precariezado. En el movimiento anarquista y la izquierda de países como EEUU, Canadá, Irlanda, Reino Unido o Australia amplios sectores han declarado abiertamente su apoyo a la lucha por los derechos de los trabajadores y trabajadoras sexuales.

Y es que es innegable que la pretensión de imponer un modelo sexual por medios represivos es indefendible desde una perspectiva anarquista, además de irracional: no hay ejemplo en la historia de un sistema social, religioso o político que haya logrado abolir la prostitución, de la misma manera que no se conoce sociedad alguna en la que no haya existido. Más indefendible aún desde un punto de vista anarquista (y feminista) es la pretensión de presentar a la mujer como un ser débil, una víctima que hay que proteger, como plantea el feminismo abolicionista. Basta escuchar las voces de las prostitutas mismas y los datos de que se dispone sobre la prostitución para darse cuenta de que sólo una minoría (1 de cada 7) es víctima de las redes de trata de blancas, algo que no es prostitución sino esclavitud pura y dura.

Usar el cuerpo para obtener beneficio económico en el contexto de un sistema económico basado en la injusta distribución de la riqueza ha sido siempre un medio de la mujer para mejorar sus condiciones de vida. Así ha sido en Occidente, como explica Silvia Federici, así lo utilizaron las mujeres de la tribu de Ouled Nail, en el Sahara, y así es hoy en Asia, donde las prostitutas son mujeres que prefieren vender su cuerpo a trabajar en un taller textil en condiciones infrahumanas, por un salario mísero y la amenaza constante de la muerte en accidente laboral o ser violada por un capataz. Y en Europa la situación no es muy diferente: «mejor puta que trabajar en un McDonald's», dice una prostituta española, o «prefiero ser puta que trabajar 40 horas a la semana en una fabrica», dice una prostituta francesa. Recientes estudios las dan la razón, como demuestra el elevado porcentaje de trabajadoras de lalimpieza que sufren cáncer debido a su contacto continuo con sustancias químicas, en un sector tradicionalmente femenino y mal pagado.
 
«No me hables de máquinas de coser. Hablame de los derechos de
las trabajadoras», pancarta de una manifestación de trabajadoras sexuales
del sudeste asiático rechazando trabajar en las factorías textiles de la región,
conocidas por sus condiciones laborales similares a la esclavitud.

Pero esto no es toda la historia. Aunque sus argumentos deslegitimizan —con razón— el discurso victimista del abolicionismo, la lucha para acabar con la ilegalidad y el estigma no deben impedir un análisis crítico de los resultados de la legalización, y para ello nada mejor que Nueva Zelanda, el primer país en legalizar la prostitución. Sabrinna Valisce, exprostituta que se destacó en la lucha por acabar con la prohibición en Nueva Zelanda, se ha convertido hoy en una de sus principales críticas; rechazar el abolicionismo que hoy defiende no es motivo para no escuchar su crítica, muy distinta de las ideólogas burguesas del feminismo abolicionista que en su inmensa mayoría nunca han formado parte del mundo de la prostitución. Según Valisce, «la despenalización distanció a las trabajadoras y propició una competencia feroz que antes no existía» mientras que «los burdeles implantaron rápidamente la tarifa 'todo incluido', por la que las prostitutas estaban obligadas a hacer todo lo que sus clientes deseaba».

En otras palabras: la salida de la ilegalidad dio paso a la normalización neoliberal de la prostitución. Y no solo eso. La escritora feminista Gloria Steinem ha advertido que normalizar el concepto de «trabajo sexual» podría dar lugar a que el Estado neoliberal pudiese obligar a quienes reciben ayudas a aceptar ofertas de trabajo en el sector sexual, bajo la amenaza de, en caso contrario, perderlas.

Y hay que tener en cuenta también que, como todo oficio, la prostitución tiene una estructura piramidal: frente a quienes aseguran que los ingresos que se pueden ganar son muy superiores a los de otros trabajos, la realidad es hay grandes diferencias entre una minoría de clase media/alta dedicada a la prostitución de lujo, y una mayoría de prostitutas de clase baja que trabajan están sometidas a una competencia brutal que hunde los precios a la baja, como nos recuerda Valisce. De manera paralela a la lucha por su acceso a la seguridad social, a una pensión digna y a que se acabe la discriminación fruto del estigma, el sector más activista de las prostitutas, tan enemigo de los 'chulos' como las abolicionistas, busca medios para asegurarse que nadie se quede con el dinero que ganan con su cuerpo, y para ello se han puesto en marcha prostíbulos autogestionados en Ámsterdam, cooperativas de servicios sexuales en Ibiza, cooperativas de ahorro comunitario, que tienen una amplia difusión por todo el mundo o incluso un banco en la India, que ha mejorado notablemente la situación de las prostitutas, al permitirlas comprarse casas, pagar los estudios de sus hijos, o poderse pagar operaciones médicas. Estas iniciativas son similares a las iniciativas cooperativistas que siempre favoreció el movimiento libertario, basta recordar la Cooperativa Cristalera de Mataró, en la que Juan Peiró (futuro Ministro de Industria) jugó un papel fundamental.

REFLEXIONES FINALES

En definitiva, este corto repaso de un tema enormemente complejo como es la prostitución pretende poner de manifiesto varios puntos:
Apoyar el abolicionismo es apoyar una distopía represiva y puritana que reproduce el estigma medieval y judeocristiano, y es inasumible por el movimiento anarquista.
Pretender negar a la mujer el derecho a decidir de manera consciente si usa su cuerpo para ganar dinero es contraria a la defensa anarquista de los derechos del individuo.
Acabar con la ilegalidad de la prostitución es acabar con la inseguridad de quienes lo practican, asegurándolas un acceso a la seguridad social y una pensión, lo que es un objetivo digno de ser apoyado.
La prostitución no puede desaparecer mientras exista una de las causas que dan lugar a su existencia: las desigualdades económicas, fruto de una injusta distribución de la riqueza, que impiden tomar libres decisiones sobre nuestras vidas.
Por último, la prostitución existe debido a la miseria sexual de un modelo de sociedad de carácter autoritario, que fomenta una moral sexual represiva y puritana. El anarquismo ha de luchar para acabar con ella, sustituyéndola por una sociedad sin propiedad privada en la que sea posible disfrutar de la sexualidad de la manera más libre posible. De alcanzarse ese objetivo, los motivos que dan lugar a la prostitución —la miseria económica y la miseria sexual— desaparecerían y, con ello, es posible que con ello dejase de existir. Pero, aunque carecemos de garantías de que ocurriese, ¿no merece acaso la pena luchar por ese modelo de sociedad en lugar de favorecer un modelo social y sexualmente represivo?

jueves, 28 de diciembre de 2017

Mujeres Libres: las anarquistas que revolucionaron la clase obrera

80 AÑOS DE MUJERES LIBRES

A finales de la II República unas 21.000 anarquistas se agruparon formando el primer movimiento feminista radical de auténtica base popular en España. Uno de los grupos precursores de reivindicaciones por la liberación de género que, tantos años después, siguen estando presentes en la actualidad.

Por BEATRIZ ASUAR GALLEGO

Se dice de la historia que la escriben los vencedores, pero lo que no se dice es que los vencedores, casi en su totalidad, son hombres. Y, tampoco se dice, que estos suelen olvidarse de las mujeres: si echamos una mirada hacia atrás y pensamos en los grandes momentos de cambio de la humanidad, o en las grandes revoluciones, ningún o casi ningún nombre de mujer nos viene a la cabeza.

La historia de España no ha sido menos dura con las mujeres, enterrando durante muchos años el papel que tuvieron durante la época más revuelta del país, la Guerra Civil. Sin embargo, organizaciones sociales intentan constantemente hacer un hueco en nuestra memoria colectiva y enfrentar el olvido. Como ejemplo, CGT y Mujeres Anarquistas con la Agrupación de Mujeres Libres, que éste 2017 hace 80 años de su fundación. Una organización que se conformó entonces como el primer movimiento feminista radical de auténtica base popular y precursor en la lucha por reivindicaciones que, tantos años después, siguen estando presentes en la actualidad.

¿Cómo nacieron? A finales de la II República en una dinámica política y cultural que abría nuevas posibilidades para la participación de las mujeres en la lucha social. CNT, la Confederación Nacional del Trabajo, era desde 1910 la central sindical principal orientada por el anarquismo, de la que después derivó la CGT. Un sindicato que contaba con una presencia alta de mujeres y que reconocían los derechos laborales básicos como la libertad económica o la igualdad de salario, pero en el que poco se ideaban iniciativas de luchas específicas.

Ante esto, las mujeres necesitaron marcar su propio camino. En Barcelona, núcleo principal del movimiento anarquista, se fundó en 1934 el Grupo Cultural Femenino, pionero de las articulaciones de mujeres dentro del sindicato. Pero el estallido de la guerra civil cambió el ritmo de las formaciones, avanzaron y decidieron entonces crear su propia organización. El 2 de mayo de 1936 varias mujeres publicaron el primer número de la revista Mujeres Libres que, como relata Paula Ruíz Roa, responsable de la secretaría de la mujer de CGT «sirvió de base para la constitución del grupo libertario y la organización de su primer primer —y único—congreso que pudieron realizar en agosto de 1937». En poco tiempo, pasaron a contar con 147 agrupaciones locales y 21.000 mujeres afiliadas.


El primer grupo autónomo de mujeres

Desde sus inicios, Mujeres Libres se formaron como un grupo totalmente autónomo. La mayoría de las militantes ya formaban parte de otras organizaciones del movimiento libertario —CNT, FAI, Juventudes Libertarias—, sin embargo, no se subordinaron a ninguna de las estructuras previas.

Esta fue una batalla de las anarquistas por el rechazo que generó dentro del movimiento libertario una organización sólo de mujeres: «Fueron ellas quienes hicieron ver que era necesario separar las organizaciones de toda la clase trabajadora de las organizaciones de las mujeres para diferenciar las reivindicaciones de ambos, porque dentro de la lucha de la clase obrera no se le daba la importancia que tenían», explica a Público el actual secretario de CGT, José Manuel Muñoz Póliz.

La escritora e historiadora estadounidense Martha Ackelsberg señala que el mayor logro de la organización fue ser las «pioneras de las organizaciones feministas» y «unir la lucha contra la explotación capitalista con la opresión patriarcal». Así fue, Mujeres Libres seguía la línea ideológica de CNT, pero desarrolló su propio objetivo: emancipar a la mujer de la triple esclavitud, «esclavitud de ignorancia, esclavitud de mujer y esclavitud productora». Con el inicio de la guerra, se marcaron otra meta, «aportar una ayuda ordenada y eficiente a la defensa de la República».

Reivindicaciones aún presentes en la actualidad

«Lo que más llama de atención de este grupo es cómo plantean la problemática de la mujer. Sobre todo en aquella época, con temas que abarcan desde la abolición de la prostitución, la educación mixta, comedores o guarderías populares o el amor libre. Reivindicaciones que llegan a la mayoría de izquierda mucho después, en la década de los 70», cuenta el historiador brasileño Thiago Lemos Silva, que ha estudiado durante más de diez años la historia de esta agrupación.

Desde sus inicios reclamaron la importancia de la incorporación de la mujer al trabajo asalariado, realizando múltiples trabajos, además de las actividades de retaguardia: desde la alfabetización hasta la capacitación en el trabajo en todas los sectores laborales. Y, para que esta incorporación no fuera una doble carga para las mujeres, reclamaban —igual que en la actualidad— y pusieron en marcha comedores y guarderías populares en los lugares de trabajo.

Rompieron con la idea de que el hogar y las relaciones de pareja eran privadas: denunciaban con fervor el control dentro de la propia pareja y desde el propio estado e Iglesia católica. Proclamaban el amor libre y denunciaban que el modelo tradicional de familia fomenta las desigualdades. Por un lado, porque mantiene las dependencias económicas en la que se sustenta el patriarcado. Por otro, porque ampara la sumisión de las mujeres a los hombres dentro de la familia por lo que carecían de todo derecho de expresarse en ella.

Otro de los temas que más destacaron fue la educación infantil. Aseguraban que en las escuelas se adquiere una mentalidad encasillada por los valores burgueses por lo que era esencial que la educación diese un giro total potenciando una escuela para la libertad. Dentro de la educación, además, reclamaban la necesidad de la educación sexual, planteando temas hasta entonces tabúes como los métodos anticonceptivos o el aborto.


La represión contra las anarquistas

Como con casi todos los grupos revolucionarios la represión durante la guerra por parte de las tropas franquistas fueron colosales. Más con los grupos de mujeres como éste que suponían un doble peligro al no luchar sólo por la emancipación de la clase obrera, sino también por la emancipación de la mujer.

Parece una tarea imposible documentar el número exacto de mujeres que pasaron por el calvilcio de la tortura, de los asesinatos, de las desapariciones y de la violencia sexual. Pero sí sabemos que al igual que, como la mayoría de milicianas y militantes, las integrantes de Mujeres Libres acabaron en la cárcel, en el exilio, o, en el mejor de los casos, sometidas a un silencio absoluto negando haber participado en esta organización. Ni desde el extranjero consiguieron mantener estructuras organizadas en la clandestinidad, por lo que a los tres años, en 1939, Mujeres Libres acabó disolviéndose. Aunque sí han mantenido un legado: «crearon un gran deseo en las mujeres de libertad en todas nosotras», afirma Ruíz Roa. Y es que, como también señala Thiago, «hay que conocer la historia de estas mujeres para poder cuestionar el machismo».

24 diciembre 2017