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lunes, 1 de octubre de 2018

¡El caos!


El Caos cumple, dentro del Orden Social, funciones importantes. La primera consiste en que, fuera del Orden Social, está el Caos. —¿En qué quedamos, maestro?: ¿dentro o fuera? —Bueno, entendámonos: en realidad, la idea del Caos está dentro del Orden, porque es aquí donde se habla del Caos; pero, en esa idea, la realidad del Caos está fuera, porque, si no, a ver cómo se habría constituido este Orden sobre el Caos. ¿Está claro? —Lo que está claro es que es un lío de cuidao. Pero venga, de verdad de la buena: ¿ha habido caos antes de esto? ¿Hay caos por ahí fuera? Fuera de este Orden, por definición, nadie puede asomarse para ver lo que hay: porque si lo que se ve es orden, es que no está fuera; y si no ve orden, no ve nada, porque nuestros ojos no están hechos para ver mas que ideas. ¿Antes de esto?: nadie había para que nos dijera lo que había. Y, sin embargo, los políticos, los Padres de la Patria, los ideólogos, los sabelotodo, tienen que estar a cada paso amenazando con el Caos, y adoctrinando así a su gente, a sus mujeres, a sus niños: «Hay que acatar la Ley, por más que sea dura; o también infringirla, pero pagando la pena que corresponda según ley. Hay que situarse en este mundo, y cumplir, en la medida que uno pueda, con sus obligaciones laborales, y domésticas y ciudadanas; y progresar uno —eso sí— en su situación (es una aspiración legítima), y procurar crear para los suyos las mejores condiciones de desarrollo. Pero tu libertad termina —ya lo sabes— en donde empieza la libertad de tu vecino. Ya sé que estas recomendaciones son poco originales y brillantes, para los anhelos vagos y desordenados que uno siente, según dice, de vivir; pero también se puede vivir dentro de las normas: siempre quedan los fines de semana y las vacaciones y tu jardincito delante de la casa para igualar el césped. Y, además, sobre todo, que si nos pusiéramos todos a no reconocer derechos ni deberes, a despreciar las instituciones y las normas, a vivir cada cual según le viniera en gana, ¿qué iba a ser de nosotros, de toda la Sociedad?: sería el desorden de todos los egoísmos desatados, sería la ley de la Jungla; volveríamos a la Edad Media, a la Edad de Piedra, volveríamos al Caos, del que tanto trabajo y disciplina ha costado salir, y construir esta Sociedad, más o menos buena, más o menos perfecta, pero que te ampara y te sustenta, y que siempre será mejor que volver al Caos.» ¡Uf! Es una maravilla y un consuelo que todavía sigan naciendo niños que no acaban de sentirse convencidos por razones tan sensatas y se quedan rezongando por lo bajo.

—Es natural: ellos no han visto el Caos. —¿Y ustedes sí, señores míos? ¿Se refieren ustedes a la guerra civil española?, ¿a los años del estraperlo?, ¿a los asfixiaderos de judíos en Alemania?, ¿a las matanzas atómicas en el Japón?, ¿a los pudrideros de niños en Indochina?, ¿a los holocaustos de automovilistas todos los fines de semana? No sabíamos que esas cosas estuvieran antes y fuera de este Orden. —Bueno, eso son deficiencias de la máquina, errores en el camino, sacrificios que hay que pagar en aras de lo esencial, que es el mantenimiento (y el progresivo perfeccionamiento) de un Orden Social y de una Autoridad íntegra y justa. —Y eso ¿para qué? —Pues para no caer en la anarquía, en el caos, en el exterminio de los unos por los otros. —Porque usted cree que, si faltase el Orden y la Autoridad... ¿eh? —¡No cabe la menor duda!

«El hombre es lobo para el hombre.» Tal es la fe que funda y justifica el Estado. Sobre ese dictamen una cosa hay cierta: que a los fundadores del Orden, a sus detentadores y a sus defensores, les es absolutamente necesario: necesario creer en él, necesario que se crea en él; si no, están perdidos. Esto es verdad. En cuanto a la verdad del dictamen mismo, eso ya... ¿Quién ha visto a los hombres antes de que fueran hombres, esto es, de que estuvieran socialmente organizados, que tuvieran sus instituciones y autoridades, sus leyes más o menos escritas, y sus hogares y sus dioses? ¿Quién ha visto a los hombres cuando eran lobos? Bastante lobos se ve que son de cuando en cuando ahora, dentro de este Orden. Pero ¿fuera?, ¿antes?

Lo que es las especulaciones de la Ciencia, cuanto más honradas menos van a decirnos sobre el asunto. Tomemos lo de los monos: seamos primos más o menos lejanos de las especies de simios que por ahí malamente sobreviven. Se deduce que algún aire de familia deberíamos tener con ellos. Bien, y ¿qué hay con los monos? Ni siquiera se distinguen por ser muy feroces para con otros animales (son todos —hay que confesarlo— menos animales de presa que, por ejemplo, los tigres o los tiburones o los hombres), y desde luego en el trato entre ellos mismos, si pecan de algo, es de fraternales y sobones, dados a instituciones tan eróticas y cooperativas como la de espulgarse mutuamente, y no por cierto a la de liquidarse los unos a los otros; como tampoco, por cierto, lo suelen hacer los lobos. ¿Querría decir aquel dictamen «Hombre para hombre como lobo para cordero»?

Cierto que ya, en cuestión de monos, recuerdo haber leído hace años un libro divulgativo de un señor Robert Ardrey, americano, titulado African Genésis, a Personal Investigation into the Animal Origins and Nature of Man, donde descubre que, si bien descendemos del mono, es de una rama especial, que eran precisamente depredadores y sabían manejar la porra, como primer atributo de humanidad. Para que se vea a dónde pueden llegar los esfuerzos de la Ciencia por sostener la idea de que, por Naturaleza, somos más bien malos y no se nos puede dejar sueltos.

Y por parte de los etnógrafos, que podían hacernos ver lo que pasa en sociedades más salvajes y más cercanas, como antaño se decía, al estado natural, dejando ya a Malinowsky y a Cristóbal Colón, con la inolvidable aparición de los mansos indios del Caribe y los felices trobriandros del Pacífico, lo más que podían descubrir más tarde los ojos lúcidos y cándidos de Margaret Mead era, en alguna de sus islas, a unas pocas leguas apenas de distancia, un pueblo feroz, constituido sobre la guerra, la disciplina y la dureza, y otro pueblo muy poco constituido, entregado a la dulzura, la despreocupación y los amoríos. Así, ejemplarmente, la Ciencia nos enseña que no puede enseñarnos nada sobre nuestra Naturaleza, nada que apoye o que contradiga la creencia de que somos por naturaleza egoístas y desenfrenados y que, por tanto, Ley, Justicia, Administración, Vigilancia y Número de Identidad es lo que nos conviene y necesitamos.

Que conste, por otra parte, que la misma falta de razón tenemos para creer que los hombres seamos intrínsecamente buenos, como los chimpancés, y para tener una fe positiva en que, si nos libráramos de toda autoridad y freno, nos portaríamos como mansos, sociables y bien avenidos. No: lo único limpio y razonable es la falta de una fe y de la otra, de optimismo como de pesimismo. Un pesimismo negro y profundo es el fundamento de cualquier fascismo, que, convencido de que los hombres, dejados sueltos, no son capaces de otra cosa que de destrozarse y recaer en las tinieblas de la Jungla, se lanza a salvarlos, movido por un Futuro luminoso, estableciendo el Orden total y perfecto, del que ya no quepa escape ni resquicio. Y el fascismo —ya se sabe— no es más que el espejo grotesco de la vulgaridad, y cualquier socialismo, cualquier -ismo, cualquier fe en la organización y el perfeccionamiento de la organización está sostenido en el mismo dogma implícito del pesimismo sobre la naturaleza de los hombres. Pero a ese pesimismo no puede responderle ningún optimismo, que sería el reverso del mismo dogma, y por tanto igual, sino la falta de optimismo y pesimismo, el no saber que los hombres tengan naturaleza alguna.

Nadie ha visto, ni puede verlo, el esquema entero de la Historia, a la manera que San Agustín y Orosio, y otros más tarde, han creído verlo: haría falta ser el Ojo de la Providencia y estar en el mirador del Juicio Final, empezando por creer que hay tal Ojo y tal Juicio; lo cual no se sabe. Si no lo hubiere, el que lucha contra el Orden Establecido estará sencillamente haciendo por disipar los restos de un engaño y un fantasma sanguinolento; si lo hubiere, el que lucha contra el Orden habrá estado a su manera colaborando a la construcción del Orden. Pero en cualquier caso, el que se meta en ello debe saber que está jugándoselas a un juego de cuyo resultado nada sabe. Y hasta puede ser muy bien que las formas del combate, sin que él se dé cuenta, hayan cambiado, según la conveniencia táctica de los tiempos, hasta parecer volverse del revés: que en otros tiempos la lucha consistiera en defendernos de la Naturaleza hostil y la Barbaria, y en estos tiempos consista en defendernos de la organización vencedora de la naturaleza y la barbarie; y que, parodiando lo que dicen Ellos, los que antaño jugaban a asolar las murallas de las ciudades, sean los mismos que ahora juegan a construir murallas de bloques suburbanos en torno a los restos de las ciudades.

Por lo pronto, rapaz (y a esto es a lo que tienes que atenerte), el único caos que conoces es este en que te encuentras envuelto y consumido cada día: un caos ciertamente conseguido por vía de organización y de organización de la organización: el caos de los semáforos y las señalizaciones; el caos de los horarios y los cambios de horario; el caos de la Economía, de las progresivas escaladas de precios y salarios, de las inflaciones, devaluaciones y sobresaltos del Dinero; el caos de la planificación, de los planes de edificación de bloques, de los planes de estudios cambiantes a velocidad progresivamente acelerada. Y cada nuevo funcionario que, movido por la mejor buena fe -pongamos-, intenta con nuevos planes, nuevos formularios y remodelaciones, acudir a los defectos de la organización y perfeccionarla está de hecho contribuyendo al aumento del caos organizativo. Eso es, rapaz, hoy por hoy, el Caos. No será un mar de olas y turbiones, sino de papeles, cifras, organismos, siglas de Empresas y de Partidos, planes, constituciones; pero es igual: es en ése en el que te estás ahogando.

9 diciembre 1978


domingo, 13 de agosto de 2017

Turismofobia, tu padre


7 agosto 2017

Si denuncias que hay camareros cobrando 700 euros al mes por 12 horas de trabajo diarias, de las que sólo están dado de alta cuatro, es que odias el turismo; si denuncias que hay camareras de piso que acuden empastilladas a trabajar para poder limpiar 20 habitaciones diarias a 1,5 euros cada una, es que odias el turismo.

Si denuncias que los guiris borrachos se alojan en apartamentos ilegales y te vomitan tu patio, es que odias el turismo; si denuncias que tu alquiler ha pasado de 500 euros al mes a 900, porque al casero le es más rentable alquilar la vivienda ilegalmente por días que por meses de manera legal, es que odias el turismo. Si denuncias que los antiguos pequeños comercios y bares de toda la vida de tu barrio ahora son franquicias donde pagan 700 euros al mes a los camareros con contratos parciales que se convierten en jornadas de sol a sol, es que odias el turismo.

Si denuncias que estudiaste Turismo y estuviste viviendo en dos países varios años para perfeccionar tu nivel de idiomas y que ahora el hotel donde trabajas de recepcionista te paga 900 euros al mes, es que odias el turismo; si denuncias que estás harto de no poder salir de tu casa porque las manadas de turistas en fila india tienen bloqueado el portal de tu casa, es que odias el turismo.

Si denuncias que hay una burbuja turística que ha sustituido a la burbuja inmobiliaria, sostenida en bajos sueldos y expulsión de la población local de la ciudad, es que odias el turismo; si denuncias que es inmoral cobrar 100 euros por una habitación de hotel, mientras se le paga 1,5 euros por limpiar una habitación a una camarera de piso o 700 euros al camarero que te sirve el desayuno, es que odias el turismo. Si denuncias que los beneficios del turismo, sector que no ha conocido la crisis y que aumenta anualmente sus beneficios en más de dos dígitos, se tienen que repartir de manera equilibrada entre trabajadores, empresarios y ciudades turísticas, es que odias el turismo.


Si denuncias que el patrimonio histórico-artístico de nuestras ciudades no soporta la presión turística actual y que es posible que en unos años no podamos seguir viviendo del turismo porque nos lo habremos cargado por la avaricia capitalista, es que odias el turismo.

Si denuncias que el turismo debe ser un sector de futuro y no sólo de presente, que los turistas merecen visitar sitios auténticos, con vida real, y no parques temáticos y que los habitantes locales merecen poder conjugar vivir en su ciudad con el turismo, es que odias el turismo. Si denuncias que un trabajador del sector turístico no puede disfrutar de una semana de vacaciones al año porque el salario que recibe no se lo permite, es que odias el turismo.

Es lo mismo que ocurría cuando se denunciaba que la burbuja inmobiliaria impedía que las familias normales pudieran acceder a una vivienda digna o que la construcción estaba destruyendo el patrimonio ambiental y el litoral de nuestro país. Los que lo odian todo, menos su deseo de acumular beneficios a costa de explotar recursos naturales, históricos y humanos, han encontrado en la «turismofobia» su palabra clave para no abrir un debate sereno y serio del que no podrán salir bien parados y que podría poner freno a su ansia desmedida por la acumulación de beneficios a costa de la salud de mujeres que acuden a trabajar drogadas para poder soportar los dolores que les producen mover carros de ropa sucia y limpiar 20 habitaciones en cuatro horas. Turismofobia, tu padre.

viernes, 20 de septiembre de 2013

La fe en el progreso

ANSELMO LORENZO

La fe en el progreso, que no es credulidad en un dogma impuesto por una Iglesia ni el servil acatamiento a una superioridad jerárquica, sino aquella de quien dice San Pablo: «Es, pues, la fe la sustancia de las cosas que se esperan, la demostración de las cosas que no se ven» (Hebreos, XI,1), nos evidencia que sin una paralización en el movimiento progresivo de la humanidad, que sería su muerte, la evolución incesante que viene efectuándose traerá en su día por la revolución la libertad y la dignidad del último paria, el proletariado; y esto, no por la vana declaración cristiana de que todos somos hijos de Dios y herederos de su gloria, ni por el no menos estéril reconocimiento democrático de que todos somos iguales ante la ley, sino porque de hecho y de derecho y de una manera perdurable entrarán los desheredados todos en la posesión y disfrute del patrimonio universal, consistente en los bienes que la naturaleza ofrece espontáneamente a la humanidad para la satisfacción de sus necesidades, y en los producidos por la observación, el estudio y el trabajo de las generaciones precedentes.

Firmes en esta fe, si por la cortedad del plazo de nuestra existencia no lográsemos la dicha de verlo realizado, al menos consuélanos la esperanza de que de nosotros pueda decirse lo que dijo el apóstol acerca de los héroes del Antiguo Testamento:

«Conforme a la fe murieron sin haber recibido las promesas, sino mirándolas de lejos, y creyéndolas, y saludándolas.»

La Revista Blanca, nº 1
(1-JULIO-1898)


miércoles, 17 de octubre de 2012

Cuanto más anarquista es una sociedad, más progresa


 Élisée Reclus

Sin embargo, una duda podría subsistir en los entendimientos, si la anarquía no hubiese sido nunca más que un ideal, un ejercicio intelectual, un elemento de dialéctica, si nunca hubiese tenido realización concreta; si nunca hubiese sido un organismo espontáneo; si nunca hubiese surgido poniendo en acción las fuerzas libres de los camaradas para el trabajo en común, sin amo que les mandase. Pero esta duda puede fácilmente descartarse, porque en todo tiempo han existido organismos libertarios y otros nuevos se forman incesantemente, cada año más vigorosos, siguiendo los progresos de la iniciativa individual. Podría citar, en primer término, diversos pueblos llamados salvajes que viven en perfecta armonía social, hasta en nuestros días, sin tener necesidad de jefes, de leyes, de cercas, ni de fuerza pública; pero no insisto sobre estos ejemplos, a pesar de su importancia; temería que se me objetase la poca complejidad de estas sociedades primitivas comparadas con nuestro mundo moderno, organismo inmenso en que se entremezclan tantos otros organismos con infinita complicación. Dejemos, pues, a esas tribus primitivas para ocupamos tan sólo de naciones ya constituidas que poseen todo un mecanismo político-social.

Sin duda yo no podría mostraros ninguna en el curso de la historia que se haya constituido como sociedad puramente anárquica, porque todas se encontraban en su período de lucha entre los elementos diversos, aun no asociados; pero lo que sí será fácil comprobar es que cada una de estas sociedades parciales, aunque no fundidas en un conjunto armónico, fue tanto más próspera, tanto más creadora, cuanto más libre era y el valor personal del individuo estaba mejor reconocido. Desde las edades prehistóricas en que nuestras sociedades nacieron a las artes, a las ciencias, a la industria, sin que los anales escritos hayan podido traemos de ello memoria, todos los grandes períodos de la vida de las naciones han sido aquellos en que los hombres, agitados por las revoluciones, hubieron de sufrir menos la amplia y pesada dirección de un gobierno regular.

Los dos grandes períodos de la humanidad, por los numerosos descubrimientos, por la eflorescencia del pensamiento, por la belleza del arte, fueron épocas perturbadas, edades de «peligrosa libertad». El orden remaba en el inmenso imperio de los medos y los persas, pero allí no surgió nada grande; mientras que en la Grecia republicana, perturbada sin cesar, agitada por continuas sacudidas, vio nacer a los iniciadores de todo lo elevado y noble que nosotros tenemos en la civilización moderna. Nos es imposible pensar, emprender una obra cualquiera sin relacionamos en seguida con los libres helenos que fueron nuestros precursores y que son aún nuestros modelos. Dos mil años más tarde, después de tiranías, después de tiempos de sombría opresión que parecían inacabables, Italia, Flandes, Alemania, toda la Europa de las comunidades religiosas, probaron de nuevo a tomar aliento; innumerables revoluciones sacudieron el mundo. Ferrari no cuenta menos de siete mil revueltas locales tan sólo en Italia; pero también comenzó a arder el fuego del pensamiento libre y volvió a florecer la humanidad: con los Rafael, los Vinci, los Miguel Ángel, se sintió por segunda vez joven.

Después vino el gran siglo de la Enciclopedia con las revoluciones que se siguieron en todo el mundo y la proclamación de los derechos del hombre. Enumerad, si podéis, todos los progresos que se han realizado después de esta gran sacudida de la humanidad. Verdaderamente, podemos preguntamos si el siglo XVIII no condensa más de la mitad de la historia. El número de los hombres se ha acrecentado en más de quinientos millones; el comercio se ha hecho diez veces mayor; la industria se ha transformado y el arte de modificar los productos naturales se ha enriquecido maravillosamente; ciencias nuevas han hecho su aparición y, según se dice, comienza un tercer período de arte; el socialismo consciente e internacional ha surgido en toda su amplitud. Por lo menos se siente uno vivir en el siglo de los grandes problemas y de las grandes luchas. Reemplazad con el pensamiento los cien años nacidos de la filosofía del siglo XVIII, reemplazadlos por un período sin historia en que cuatrocientos millones de pacíficos chinos hubiesen vivido bajo la pacífica tutela de un «Padre del pueblo», de un tribunal de los ritos y mandarines provistos de diploma. Lejos de vivir las emociones que nosotros hemos vivido, nos hubiéramos gradualmente aproximado a la inercia y. a la muerte si Galileo encerrado en las prisiones de la Inquisición pudo murmurar sordamente: «¡Sin embargo se mueve!», nosotros podemos ahora, gracias a las revoluciones, gracias a las violencias del pensamiento libre, gritar en todas partes, en la plaza pública: «¡El mundo se mueve y' continuará moviéndose!».

La evolución, la revolución
y el ideal anarquista
(1897)

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Financiando la disidencia: Quien paga, manda


Michel Chossudovsky
10-Octubre-2011

El Foro Social Mundial y el Foro Económico Mundial, las ONG y movimientos de oposición a la globalización están controlados por las mismas fuerzas ante las cuales protestan. La fabricación de consentimiento implica la manipulación y la formación de la opinión pública. Se establece la conformidad y aceptación de la autoridad y la jerarquía social. Se busca el cumplimiento de un orden social establecido.

Bajo la ilusión de capitalismo contemporáneo, la ilusión de democracia debe prevalecer. Es en el interés de las élites corporativas de aceptar la disidencia y la protesta como una característica del sistema en la medida en que no pongan en peligro el orden social establecido. El propósito no es reprimir la disidencia, sino, por el contrario, dar forma y moldear el movimiento de protesta, para establecer los límites de la disidencia. Para mantener su legitimidad, las élites económicas favorecen formas de oposición limitadas y controladas, con el fin de prevenir el desarrollo de formas radicales de protesta, lo que podría sacudir los cimientos mismos y las instituciones del capitalismo global. En otras palabras, «la fabricación de disidencia» actúa como una «válvula de seguridad», que protege y sostiene el Nuevo Orden Mundial. Para ser eficaz, sin embargo, este proceso debe ser cuidadosamente regulado y supervisado por los que son objeto del movimiento de protesta.

¿Cómo se ha logrado crear y mantener el proceso de fabricación de la disidencia? Esencialmente financiándola, es decir, mediante la canalización de recursos financieros de los que son objeto del movimiento de protesta a los que están involucrados en la organización del movimiento de protesta. La cooptación no se limita a la compra de favores de los políticos. Las élites económicas –que controlan grandes fundaciones– también supervisan la financiación de numerosas organizaciones no gubernamentales y de la sociedad civil, que históricamente han estado involucradas en el movimiento de protesta contra el orden económico y social establecido. Los programas de muchas ONGs y movimientos populares dependen en gran medida tanto de fondos públicos como privados, incluyendo las fundaciones Ford, Rockefeller, McCarthy, entre otras. El movimiento anti-globalización se opone a Wall Street y a los gigantes del petróleo controlados por Rockefeller y otros.

Sin embargo, las fundaciones y organizaciones benéficas de Rockefeller y otros, generosamente fundan redes anti-capitalistas, así como ecologistas (frente a las grandes petroleras) con el fin último de supervisar y formar sus diversas actividades. Los mecanismos de «fabricación de disidencia» requieren un entorno de manipulación, un proceso de presión y la sutil cooptación de los individuos dentro de las organizaciones progresistas, incluyendo coaliciones anti-guerra, ambientalistas y el movimiento anti-globalización. Considerando que los medios de comunicación «fabrican consentimiento», la compleja red de organizaciones no gubernamentales (incluidos segmentos de medios alternativos) son utilizados por las élites corporativas para moldear y manipular el movimiento de protesta.

Los movimientos de protesta están directamente controlados por fundaciones y «organizaciones benéficas» que financian sus actividades. El objetivo de las élites corporativas ha sido el de fragmentar este movimiento en un gran mosaico individual. La guerra y la globalización ya no están en la vanguardia del activismo de la sociedad civil. El activismo tiende a ocurrir poco a poco. No hay integración de los movimientos contra la globalización y contra la guerra. La crisis económica no se considera como relacionada con las guerras patrocinadas por los países poderosos como EEUU. La disidencia se ha compartimentado. Movimientos independientes que pretenden atacar diferentes asuntos (medio ambiente, globalización, paz, derechos de la mujer, cambio climático) son generosamente financiados para impedir la aparición de un movimiento de oposición masivo coherente. Este mosaico era ya común en la lucha contra la cumbre del G7 y Cumbres de los Pueblos de la década de 1990.

La cumbre anti-globalización en Seattle en 1999 vista como un triunfo para el movimiento anti-globalización: «una coalición histórica de los activistas de cerrar la cumbre de la Organización Mundial del Comercio en Seattle, la chispa que encendió un movimiento global anti-corporativo». Seattle fue, de hecho, una importante encrucijada en la historia del movimiento de masas. Más de 50.000 personas de diversos orígenes, organizaciones de la sociedad civil, derechos humanos, sindicatos y ambientalistas se habían reunido en una búsqueda común. Su objetivo era desmantelar la agenda neoliberal incluyendo su base institucional. Pero Seattle también marcó un cambio importante. Con la aparición de disidencia en todos los sectores de la sociedad, la cumbre de la OMC necesitaba desesperadamente la participación simbólica de los líderes de la sociedad civil «en su interior», para dar la apariencia de «democrático». Mientras miles de personas convergieron en Seattle, lo que ocurrió detrás de la escena fue una victoria para el neoliberalismo. Un puñado de organizaciones de la sociedad civil que se opusieron formalmente a la OMC han contribuido a legitimar la arquitectura de comercio global de la OMC. En lugar de desafiar a la OMC como un organismo intergubernamental ilegal, acordaron un diálogo previo a la cumbre entre los gobiernos occidentales y la OMC.

«Participantes acreditados de las ONG fueron invitados a mezclarse en un ambiente amigable con los embajadores, ministros de comercio y los magnates de Wall Street en varios de los eventos oficiales, incluidos los numerosos cócteles y recepciones.»

La agenda oculta era debilitar y dividir el movimiento de protesta y orientar el movimiento anti-globalización en áreas que no pusieran en peligro los intereses del establecimiento comercial. Financiados por fundaciones privadas (como Ford, Rockefeller, Rockefeller Brothers, Charles Stewart Mott, la Fundación para la Ecología Profunda), estos «acreditados» de la sociedad civil se habían posicionado como los grupos de presión, en calidad de oficiales en nombre del movimiento popular.

El Foro Económico Mundial está compuesto de elitistas, académicos y varios artistas como el cantante de U2, Bono, quienes se encargan de llevar el falso sentido de inclusión a los grupos «sin voz». Los ejecutivos de los sindicatos y los líderes de organizaciones de la sociedad civil (entre ellas Oxfam, Amnistía Internacional, Greenpeace) suelen ser invitados al Foro Económico Mundial de Davos, donde se mezclan con los más poderosos del mundo; los actores económicos y políticos. Esta mezcla de las élites empresariales del mundo con «progresistas» escogidos a dedo es parte del ritual que crea y mantiene el proceso de «fabricación de la disidencia».

El Foro Económico Mundial no representa a la comunidad empresarial en general. Es un encuentro elitista: Sus miembros son gigantescas corporaciones mundiales (con un mínimo de 5.000 millones de dólares en volumen de negocios anual). Las organizaciones no gubernamentales (ONG) son vistas como socios, «partes interesadas», así como un conveniente portavoz de los sin voz que a menudo son excluidos de la toma de decisiones. Ejecutivos sindicales son también incorporados, en detrimento de los derechos de los trabajadores. Los dirigentes de la Federación Internacional de Sindicatos (IFTU), la AFL-CIO, la Confederación Europea de Sindicatos, el Canadian Labour Congress (CLC), entre otros, suelen ser invitados a asistir a las reuniones anuales del Foro Económico Mundial en Davos, así como a las cumbres regionales.

La cumbre de Seattle contra la globalización en 1999 sentó las bases para el desarrollo del Foro Social Mundial. Este foro constituye uno de los engaños más grandes al movimiento de oposición al globalismo y capitalismo global de las élites.

La primera reunión del Foro Social Mundial tuvo lugar en enero de 2001 en Porto Alegre, Brasil. Este encuentro internacional contó con la participación de decenas de miles de activistas de organizaciones de base y organizaciones no gubernamentales. La reunión del FSM de las ONG y organizaciones progresistas se llevó a cabo simultáneamente con el Foro Económico Mundial de Davos (WEF). La intención era ser la voz de la oposición y la disidencia al Foro Económico Mundial con sus líderes empresariales y ministros de finanzas. El Foro Social Mundial desde el principio fue una iniciativa del ATTAC de Francia y varias organizaciones no gubernamentales brasileñas.

Un grupo de ONG francesas, incluidas las de ATTAC, los amigos de L’Humanité y amigos de Le Monde Diplomatique, patrocinaron un Foro Social Alternativo en París titulado «Un año después de Seattle», a fin de preparar una agenda para las protestas que se realizaron en la próxima cumbre de la Unión Europea en Niza. Los oradores pidieron «la reorientación de ciertas instituciones internacionales como la OMC, FMI, Banco Mundial… a fin de crear una globalización desde abajo» y «la construcción de un movimiento internacional de ciudadanos, no para destruir el FMI, sino para reorientar sus misiones». Desde el principio, en 2001, el FSM fue apoyado con la financiación de la Fundación Ford, que se sabe que tiene vínculos con la CIA que se remontan a la década de 1950. Entre otros socios destaca la Fundación Heinrich Boll, que está controlada por el partido alemán Los Verdes, el gobierno alemán y un partidario de las guerras en Yugoslavia y Afganistán (su líder, Joschka Fischer, es el [ex] ministro de Relaciones Exteriores de Alemania).

La Fundación Ford otorgó apoyo básico para el Foro Social Mundial, con contribuciones indirectas a través de «organizaciones asociadas» de la Fundación MacArthur, la Fundación Charles Stewart Mott, la Fundación Friedrich Ebert, la Fundación W. Alton Jones, la Comisión Europea, varios gobiernos europeos (incluido el Gobierno laborista de Tony Blair), el gobierno canadiense, así como una serie de organismos de la ONU (entre ellos la UNESCO, UNICEF, el PNUD, la OIT y la FAO). Además del apoyo de la Fundación Ford, muchas de las organizaciones de la sociedad civil participantes reciben financiación de grandes fundaciones y organizaciones benéficas.

El mismo sindicato, que se suele invitar a mezclarse con los directores ejecutivos de Wall Street en el Foro Económico Mundial (FSM), incluyendo la AFL-CIO, la Confederación Europea de Sindicatos y el Canadian Labor Congress (CLC) también forman parte del Consejo Internacional del FSM. Entre las ONG financiadas por fundaciones importantes está el Instituto de Política Agrícola y Comercial (IATP), que supervisa el Observatorio del Comercio con sede en Ginebra en el Consejo Internacional del Foro. La Red de Donantes sobre el Comercio y la Globalización (FTNG), se describe como «una alianza de concesionarios de ayuda comprometida a construir comunidades justas y sostenibles en todo el mundo». Los miembros de esta alianza son la Fundación Ford, Rockefeller Brothers, Heinrich Böll, CS Mott, Fundación Merck de la Familia, el Open Society Institute, Tides, entre otros.

Gobiernos occidentales frenan las cumbres contra la globalización y reprimen el movimiento de protesta. En una amarga ironía, las subvenciones, incluyendo el dinero de la Unión Europea se usan para financiar grupos progresistas (como el FSM) que participan en la organización de protestas contra los mismos gobiernos que financian sus actividades.

«Los gobiernos también han financiado a grupos de protesta. La Comisión Europea, por ejemplo, financió dos grupos que se movilizaron con un gran número de personas para protestar en las cumbres de la UE en Gotemburgo y Niza. La lotería nacional de Gran Bretaña, que es supervisada por el gobierno, ayudó a financiar a un grupo en el corazón del contingente británico.»

Se trata de un proceso diabólico: El gobierno anfitrión financia la cumbre oficial, así como las reuniones de las organizaciones no gubernamentales que participan activamente en la contra-cumbre. También financia la operación de la policía antidisturbios, que tiene el mandato de reprimir a los participantes de las contra-cumbres. El objetivo de estas operaciones combinadas, incluyendo acciones violentas cometidas por las fuerzas de policía antidisturbios, es desacreditar el movimiento de protesta e intimidar a sus participantes. El objetivo general es transformar la contra-cumbre en un ritual de disidencia, que sirve para defender los intereses de la cumbre oficial y el gobierno anfitrión. Esta lógica ha prevalecido en numerosas cumbres desde la década de 1990.

El FSM es un mosaico de iniciativas individuales que no amenazan directamente o desafían la legitimidad del capitalismo global y sus instituciones. Se reúne anualmente. Se caracteriza por una multitud de sesiones y talleres. «Otro mundo es posible», pero no puede ser alcanzado de manera significativa en el marco del presente acuerdo. Quien paga manda. Cualquier organización, movimiento o iniciativa que se levante contra un sistema salvaje como el actual, si no se autofinancia y parte de un cambio radical de este sistema, caerá en puro reformismo y lo engullirá el propio sistema, como así lo ha demostrado la historia. En palabras de McGeorge Bundy, presidente de la Fundación Ford (1966-1979): «Todo lo que la Fundación Ford hace se podría considerar como mecanismos para hacer el mundo seguro para el capitalismo corporativo».

viernes, 13 de abril de 2012

El progreso y los anarquistas

por José María Fernández Paniagua
Tierra y Libertad núm.270 (Enero 2011)



A propósito de ciertas tendencias, en la actualidad, de devastadora crítica al progreso, y a otros conceptos propios del proyecto de la modernidad como es el de "revolución", resulta importante y revitalizador revisar el pensamiento de autores libertarios al respecto. La crítica, obvia, a toda visión teleológica de la historia (es decir, a buscar un proceso lineal en la misma que nos llevará hacia un futuro óptimo) no debe conducirnos al cinismo ni a la simplificación. Una cosa es el pensamiento crítico, siempre necesario, y otra la falta de análisis hacia los mecanismos (no meramente la dominación, que sigue siendo evidente por muy sutil que se presente) que han hecho triunfar una determinada noción de progreso, solo vinculada a un sistema pernicioso como es el capitalismo, cuyos efectos son desastrosos a muchos niveles, tanto en el aspecto sociológico, como en el sicológico. Es una etapa confusa la que vivimos, por lo que es más primordial que nunca ser lúcidos y coherentes en la crítica a la dominación (estatismo), a un sistema económico devastador (aunque la industrialización puede adoptar otras formas racionales, no depredadoras) y tratando de dar sentido a una noción del progreso emancipadora (la libertad negativa sería solo un primer paso, liberación de las ataduras, para construir una libertad positiva, crear el contexto adecuado para ejercerla, el cual solo pasa por el principio de solidaridad como cohesión social y como garante de la libertad individual). Repasemos ahora la visión que autores denominados libertarios tenían sobre estos importantes conceptos, ya que jamás la crítica pasa por una simple tabla rasa, y el conocimiento continúa siendo una poderosa herramienta de emancipación (y de innovación).

El desarrollo histórico e individual

Puede considerarse el hecho de la revolución social como una de las ideas esenciales del siglo XIX, y Proudhon es uno de los autores que no deja en toda su obra de definir ese concepto. Naturalmente, todo anarquista sabe que esa revolución no cambiará a unos políticos por otros ni tampoco se hará modificando una Constitución, solo puede realizarse transformando los fundamentos económicos de la sociedad y organizando las relaciones sociales sobre nuevas bases. Desde un punto de vista sociológico, el acto revolucionario para Proudhon es el punto donde convergen todos los conceptos necesarios para transformar la sociedad. Pierre Ansart distingue al menos tres actitudes en el francés sobre la revolución y su necesidad histórica: en sus primeros escritos, parece no conciliar bien entre ese determinismo histórico que debe conducir a la transformación social y la existencia de un proyecto que la propicie; a medida que insiste en esa necesidad histórica, es posible que reduzca el carácter y la importancia de la acción revolucionaria; en sus últimos escritos, parece aminorar el carácter dramático e incierto de la evolución y tiende a limitar el determinismo histórico y a considerar la revolución como una práctica innovadora (no tanto el resultado de un devenir). Hoy, somos ferozmente críticos con toda visión teleológica que supuestamente nos conduzca a un futuro óptimo, en aras de elaborar un proyecto antiautoritario, sin renuncia alguna al deseo y la voluntad, con mayor horizonte para la razón y la ética en la práctica.

No obstante, Proudhon tiene una confianza enorme en la revolución como fenómeno ineludible, incluso llega a considerar que se encuentra permanentemente en la historia, por lo que no habrían existido varias revoluciones y sí una constante que no puede ser tampoco frenada. La revolución sería una fuerza imparable que se fortalece y aumenta ante cualquier resistencia que encuentre. Incluso, considera Proudhon que la más prudente de las políticas solo deja que "la evolución eterna de la humanidad" avance insensiblemente y sin ruido en lugar de a grandes zancadas. La revolución, pese a todos los obstáculos, siempre avanza. Como ocurre en otros conceptos en el pensamiento del autor de ¿Qué es la propiedad?, como es su idea de la justicia, hay que observar una intención casi trascendente cuando habla de la revolución, la cual parece tomar el lugar de la providencia. Proudhon concibe la sociedad del mañana, naturalmente, como una sociedad sin gobierno con más facilidad que cualquier otro modelo. La humanidad vendría de un estado similar al de una crisálida que debe, de forma casi ineluctable, convertirse en mariposa para alcanzar el vuelo y la luz. Pero el ataque a los gobiernos del pensamiento proudhoniano es un ataque a toda fórmula preconcebida, por lo que resulta necesario atacar ese prejuicio mediante la crítica directa a la institución gubernamental. La revolución francesa, por ejemplo, solo habría promovido cambios políticos, cayendo de nuevo en el error de fundar un nuevo gobierno, sin concluir los cambios económicos que demandaba la muerte del feudalismo. La sociedad futura ideal, en la que el hombre habrá alcanzado una mayoría de edad, será una sociedad sin gobiernos y sin partidos. La revolución es identificada por Proudhon con la anarquía, pero siempre construida "desde abajo". De hecho, conocida es su denuncia de aquellos que desean ser revolucionarios "desde arriba", formando parte de un gobierno e imponiendo el "progreso". Naturalmente, su visión es que solo la revolución hecha por la base, por iniciativa de los trabajadores y sin autoridad externa, es la auténticamente progresista. Es la oportunidad que obtienen las personas para aprender a organizarse ellas mismas.

Podemos ser críticos con esta visión proudhoniana de la revolución como algo inevitable, cuestionando los efectos nocivos del avance científico, como instrumento del poder, y de la industrialización, aunque existan ciertas señas de identidad que forman parte ya del anarquismo. De igual modo, la ausencia de teorías rígidas en el anarquismo, de sistematización y de dogmatismo, ayuda también a contemplar las visiones contextualizadas en el pasado con nuevo oxígeno. Uno de los conceptos generales del anarquismo clásico nos habla de la sociedad humana como parte del mundo de la naturaleza, y es el hombre el que construye la libertad gracias al trabajo y la cooperación, solo limitado por las propias leyes naturales. Otros autores posteriores, como Kropotkin, trataron de demostrar científicamente que la sociedad libertaria podía ser una realidad. ¿Es este tipo de sociedad algo que se alcanzará mediante una evolución o gracias a una revolución?, ¿alcanzará la humanidad esa deseada "mayoría de edad"?, ¿siguen existiendo meramente obstáculos que dificultan ese progreso? Ésta última cuestión es tal vez uno de los pensamientos más recurrentes en el hombre común, eminentemente conservador. Hay motivos para ser muy críticos con una noción del progreso insertada en el imaginario de las sociedades industriales, estatistas y capitalistas; igualmente con la consideración de un futuro halagüeño para la humanidad siguiendo por este sendero, e incluso con proyectos revolucionarios de dudosa naturaleza. Lo que no debería faltar nunca es nuestra voluntad y nuestro deseo "revolucionarios", de una sociedad sin dominación de ninguna clase.

Bakunin aceptaba que, observando la historia como una guerra de dominio permanente, las teorías de Darwin sobre el mundo orgánico eran correctas. Pero si esa ley, la de la lucha por la existencia, podía ser determinista en la vida animal la gran pregunta es si de igual modo lo es en el mundo humano y social. Por supuesto, la respuesta es negativa. Al igual que Marx, Bakunin pensaba que todas las guerras tienen una motivación primordialmente económica. Sus palabras tienen una innegable actualidad, a comienzos de un siglo XXI en el que los conflictos bélicos permanecen, cuando afirma que encubiertas bajo la apariencia de la humanidad y del derecho existe la tendencia detrás de ellos, por parte de algunas personas, de vivir y prosperar a expensas de otros. La apropiación de la riqueza y la explotación del trabajo ajeno está detrás de los hombres que dirigen los Estados, y una masa de personas se ven persuadidas por una cháchara de ayuda humanitaria o de instauración de un régimen político más benévolo. Curiosamente, esto que se puede llamar "idealismo político" lo equiparaba Bakunin con el "idealismo religioso", ya que era su aplicación mundana terrenal, ambos igualmente perniciosos.

Las fases del desarrollo histórico, para el anarquista ruso, habrían comenzado con un estado de salvajismo, en el que se daba incluso el canibalismo, como animal carnívoro que es el hombre, y habría llegado hasta una época en que la gran aspiración sería la asociación universal, la producción colectiva y la participación de todos en el consumo de la riqueza. Entre ambos polos, se produce una gran tragedia que todavía perdura, con las etapas de la esclavitud, la servidumbre y la servidumbre a sueldo. Solo al final llegaría la era de la fraternidad universal. Este comienzo del hombre, insertado en una lucha animal, debe atravesar diversos grados durante el desarrollo histórico hasta desembocar en una organización humana de la vida. La guerra es una conquista constante de los medios de existencia, y al igual que la civilización, pasa por diversas fases marcada por el desarrollo de las necesidades humanas y de los medios para satisfacerlas.Si en un determinado momento, el hombre se afirmó como un animal pensante gracias al uso de la técnica y a la construcción de herramientas, también usó esta capacidad para perfeccionar sus armas. Desgraciadamente, el tiempo que nos separa de Bakunin ha sido el más sangriento de la historia de la humanidad, con una ciencia puesta al servicio de la destrucción. El ruso, no tan optimista como otros pensadores socialistas, vaticinó que habría una era de oscuridad antes de poder transformar la sociedad. Bakunin observaba, y ahí le hace de nuevo un pensador de indudable actualidad e importancia, que la razón humana era progresiva, que podía ampliar constantemente su horizonte gracias al poder de la palabra y dar lugar a nuevas soluciones para mejorar la existencia humana. Ser crítico con una noción de progreso establecido en fases rígidas y en condiciones objetivas, no implica tener una confianza enorme en la capacidad del hombre para innovar, para ser capaz de lograr las mejores condiciones sociales para potenciar su razón y su conciencia.

Bakunin quería observar una demanda en la historia, lo que constituye una bonita metáfora además de una necesidad ética perentoria, para transformar a los millones de desheredados en seres libres y sujetos a igual derecho, de lograr en definitiva una sociedad humana y libre. Lo que el anarquista ruso considera móviles de desarrollo histórico son las capacidades de rebelión y de pensamiento. Si observamos tres fases: la primera sería la animalidad humana; la segunda, el pensamiento, y la tercera la rebelión (identificada con la libertad). Existe una idea de progreso evidente cuando insiste en el desarrollo de la humanidad, cuando habla Bakunin de "negación revolucionaria del pasado", aunque se den fases en que domine la apatía y la indolencia, y otras sean pasionales y poderosas. En esta visión histórica se encuentra el pensamiento dialéctico bakuniano en el que todo desarrollo implica una negación del punto de partida, comenzar en lo simple para llegar a lo complejo; un comienzo pobre, materialista y abstracto conduce a la concreción del ideal emancipatario. La adscripción de Bakunin a la escuela materialista de pensamiento solo puede observarse de esa manera, como una continúa ascensión o desarrollo en busca de la perfección. Si existe un objetivo en la historia, ese es la humanización y la emancipación.

La lucha de clases o las condiciones económicas como motores históricos son ya, siempre con una visión crítica y no dogmática, patrimonio de la humanidad. Aceptarlas de manera acrítica, sin tener en cuenta otros muchos factores, me parece tan pobre como negarlas sin más. No existen, a mi manera de ver las cosas, inamovibles leyes históricas ni está escrito nuestro futuro, todo está por construir y, por supuesto, es posible una organización social nueva que requerirá hombres diferentes, ya que la vida es constante cambio. Serán hombres conscientes capaces de otorgarse mejores condiciones de vida y de llegar a nuevas metas. Porque si atravesamos una etapa pobre, decadente y seudohedonista en las sociedades industriales y capitalistas, las cosas pueden cambiar de paradigma, adquirir un nuevo vigor y fuerza que, como decía Bakunin, conduzca a conquistar nuevos horizontes. Las diversas clases de servidumbre que se han dado en la historia, de forma progresiva o no, no tienen por qué permanecer en formas más sutiles, el fin de la dominación del hombre sobre el hombre que los pensadores socialistas observaban como una fase a alcanzar, aunque los anarquistas fueran los menos proclives a rigideces de pensamiento, es y debe ser una realidad que construir. De igual modo, a nivel individual, nadie debería renunciar en su vida a partir de la mayor de las indefensiones (la infancia) para obtener la consciencia, entrar en un desarrollo permanente e ir alcanzando las más diversas metas ideales. En este sentido, el pensamiento de Bakunin debería formar parte también del imaginario humano.

Revolucionar las ideas y los temperamentos

No esta demás recordar siempre que Kropotkin, frente a la suerte de determinismo, biológica y/o social, que podía implicar la darwiniana "ley de la supervivencia del más fuerte", sostuvo que un factor tan o más importante que esa ley a lo largo de la historia había sido el "apoyo mutuo" entre individuos de la misma especie. La obra de Kropotkin es hoy más reconocida que en su tiempo, incluyendo en ello a la importante disciplina de la "sicología social". En oposición a una sociedad gubernamental y jerarquizada, Kropotkin considera que el anarquismo ha existido siempre, de manera más o menos desarrollada, en la historia de la humanidad. Según las épocas, una u otra tendencia puede tomar la delantera, y es el ideal libertario el que promueve la evolución. Pero Kropotkin no observa las sociedades primitivas únicamente como germen de una sociedad evolucionada y sujetas a una mera economía de subsistencia; en un comentario que agradaría al antropólogo Pierre Clastres, estudioso de las sociedades primitivas sin dominación, el ruso reconoce que hubo un tiempo en que observaba a los "salvajes" de esa manera, pero sus estudios le hicieron cambiar maravillosamente su opinión etnocentrista y ver sociedades de la abundancia con tiempo para el ocio y el placer. Solo gracias al desarrollo del poder político y religioso, o a periodos beligerantes, pudieron caer en la indigencia. Kropotkin solo admite como una sociedad evolucionada aquella en que, gracias al desarrollo de los medios productivos, pueda crear una abundancia de productos agrícolas e industriales y cubrir así las necesidades de todos los individuos. Los críticos del presente a la sociedad industrial hablan de los límites del crecimiento, pero la gran cuestión es si es posible una organización más racional de la sociedad y de la economía junto a un desarrollo industrial sostenible. La respuesta solo puede ser positiva, y las dificultades al respecto no deberían implicar la negación taxativa. La crítica hacia esa concepción del progreso y de la sociedad industrial deberían estar dirigidas hacia el capitalismo, de Estado o liberal, que prima el beneficio económico, insiste en abstracciones frente al producto real del trabajo y supone la explotación y la expoliación global.

Insistiré, frente al socialdarwinismo, Kropotkin dio a la luz una importante teoría científica y social. Los paradigmas pueden ser muy diferentes a los de esa época en la que existía plena confianza en los postulados de la modernidad, pero igualmente los modelos pueden cambiar gracias al pensamiento, el trabajo y la innovación en ciertos campos. La posmodernidad no puede ser esa visión preescolar que pretenden algunos, que todas las verdades son equiparables, ni por supuesto la mera negación de toda pretensión del conocimiento. Solo resulta admisible el hecho de que no puede existir una verdad con substrato científico para imponer un modo de vida a otros seres humanos, lo que no implica que una ciencia con un horizonte amplio y humanista, sin generar nuevos dogmas, no se ponga al servicio de las personas. Se dice que Kropotkin, y su gran obra científica, demostró que la sociedad anarquista es posible. La sociedad anarquista, con su falta de rigidez teórica ni de asideros de ninguna clase, aunque con sus propuestas éticas en todos los ámbitos humanos como gran enseña, es una posibilidad más que puede concretarse sin renunciar al pasado ni insistir en él, aprendiendo de todo ello y creando hilos conductores. No estoy de acuerdo (como afirman algunos) con que el bueno de Kropotkin, o cualquier otro ácrata clásico, sea un lastre, es un poderoso punto de partida.

Kropotkin, junto al resto de los grandes anarquistas, solo observa (si acaso) una ley histórica: la fortaleza de la sociedad civil en detrimento del Estado. No hay una concepción de la historia en ningún sentido, sí una confianza extrema en la revolución y en el progreso, pero con unas propuestas muy concretas de sociedad a edificar. Porque las sociedades humanas, igual que ocurre en la naturaleza, están sujetas a cambios lentos y también a periodos de revolución rápida en una dirección u otra. Lo más importante son las propuestas transformadoras, como recuerda Kropotkin cuando habla de "revolucionar las ideas y los temperamentos", una bella expresión. No hay sujeción a ninguna condición objetiva ni ley histórica, es posible realizar cambios e innovar en cualquier época, transformarnos gracias al pensamiento y encontrando nuevos caminos para la acción. Los que podrían acusarnos de tener la vista en el pasado, son tal vez los mismos que critican o niegan cualquier concepción de progreso, o aquellos que pretenden conservar el presente y diferir los cambios para un inescrutable futuro. Si la acusación es la de portar "ideas ya superadas", el despropósito es aún mayor, ¿somos nosotros los "reaccionarios", lo que criticamos al progreso? Son acusaciones, y juegos de palabras, para las que hay que estar fortalecidas, nuestras propuestas libertarias son eminentemente éticas y racionales, algo que mira indiscutiblemente hacia el futuro.

Si hay alguien opuesto a toda suerte de determinismo histórico, ese es Errico Malatesta. Cuando alguien habla de condiciones objetivas, de leyes fatales e incontrarrestables en la historia, para que se produzca una revolución, el italiano se esforzaba en hablar de "excitar las voluntades" en el movimiento anarquista. Lúcidamente, Malatesta señalaba la hipocresía de aquellos que afirmaban que algo es imposible, recurriendo a la ciencia y a la filosofía para ello, para cuando algo interesa olvidar toda esa teoría y apelar, primero a la voluntad y el deseo de los demás, más tarde exhaltando el poder. El determinismo, del tipo que fuere, con su principio de causalidad, resultaba rechazable, ya que inserta al hombre en un encadenamiento necesario de hechos sin que se vea capaz de modificarlos y lo acaba convirtiendo en una autómata consciente, su voluntad en una ilusión y la libertad en algo improbable. Malatesta es un hombre que, pensador original o no, se atreve a corregir a los grandes autores y denuncia esos sistemas que parten de la naturaleza y de la necesidad, siguen los métidos racionales y científicos, y acaban llegando a terrenos similares a los de los antiguos con su fatalismo y los teólogos con su providencia. No es posible aunar necesidad con libertad, y cualquier intento al respecto hace aparecer irrisoria cualquiera de las dos nociones.

Malatesta desea la revolución, no se detiene en disquisiciones filosóficas para ello, ni recurre a visiones trascendentes ni idealizadas. Si la transformación social es necesaria, lo es porque el mundo sociopolítico que ha creado el hombre es cruel e injusto, y hay que recurrir a la voluntad y a la acción humanas para modificarlo. El cómo se produciría esa revolución, según Malatesta, lo dejaremos para otro texto, centrémonos ahora en la nociones de progreso y de supuestas leyes históricas. El gran motor revolucionario solo puede ser moral, el deseo de liberación y confraternización de todos los seres humanos, un ideal que puede considerarse intemporal; es decir, puede haber mejores o perores condiciones para motivarlo, puede tener sus altibajos, no es lineal, pero permanece siempre en la historia. Tampoco tiene Malatesta una visión determinista o idealizada de la naturaleza; si se producen graves perjuicios sociales no es por la suspensión de unas benévolas leyes naturales, pueden y deben buscarse causas humanas en una forma distorsionada de organización social, la cual puede reproducirse una vez destruida y solo edificando una nueva puede lograrse su erradicación. En definitiva, la historia y la sociedad la construyen los hombres, los cuales no son nunca espectadores pasivos, solo hay que reunir las fuerzas para determinar los acontencimientos más favorables a una causa.

Es Rudolf Rocker, en su monumental obra Nacionalismo y cultura, el que más insiste en la voluntad de poder como una de los estímulos históricos más poderosos para conformar las diversas formas de la sociedad humana. Rocker refuta de forma lúcida ya hace más de 70 años al marxismo, hace inútil cualquier rígida interpretación histórica y señala lo absurdo de explicar todo acontecimiento político y social solo como resultado de las condiciones económicas eventuales. No se niega la importancia de las mismas, algo que ya se conocía antes de Marx, solo se rechazan las "necesidades históricas". No hay que equiparar, según Rocker, las leyes del mundo físico con los acontecimientos de la vida social y humana, ya que no existe ninguna necesidad en ella y, por lo tanto, no es posible calcularla e interpretarlas con métodos científicos. Las intenciones y propósitos de los hombres no pueden confundirse con la necesidad mecánica que habrá en un desarrollo natural, aquéllos solo pueden valorarse como resultados de los propios pensamientos y voluntades humanas. No hay ninguna necesidad en lo social, ya hablemos de nociones religiosas, de ética, costumbres, hábitos, tradiciones, leyes, formaciones políticas, concepciones de la propiedad o formas de producción, todo ello son resultados de nuestras finalidades preconcebidas. Por lo tanto, y en palabras textuales de Rocker, toda finalidad humana "es una cuestión de fe, y ésta escapa al cálculo científico".

El fortalecimiento espiritual como motor histórico

"La historia", en palabras de Rudolf Rocker, "no es otra cosa que el gran dominio de los propósitos humanos". Por lo tanto, cualquier interpretación histórica resulta una cuestión de creencia, puede basarse en probabilidades, pero nunca en certezas. Provocativamente, la idea de una especie de "física social" se coloca al nivel de cualquier seudociencia con aspiraciones precognitivas. No obstante, y como es lógico, una interpretación histórica puede tener ideas importantes, pero la oposición se hace a una visión de la marcha de la historia semejante a la de los hechos físicos o mecánicos. Incluso, esa obstinación en buscar una causalidad fundamental al devenir y al desarrollo histórico, similar a la de las ciencias físicas, es por definición reduccionista al dejar de lado muchas otras causas, junto a sus influencias recíprocas, que han dado lugar a las sociedades. Con Rocker, damos con una crítica feroz a toda visión teleológica de la historia, un paso más en las ideas libertarias para afirmar su amplio concepto de la libertad. La mejora de las condiciones sociales obedece a una anhelo humano solo probable, no hay ninguna medición científica a la que tengamos que subordinarnos ni capaz de mostrarnos un camino hacia ningún paraíso.

Solo existe determinismo para el hombre en las leyes físicas, nunca en la vida social, la cual no está sometida a ningún proceso de obligatoriedad y sí a la voluntad y la acción humanas. Si no existen leyes históricas, resulta absurda cualquier teoría sobre el "fin de la historia", que hay que ver únicamente como una confirmación de un determinado statu quo (nuevo artimaña del capitalismo para negar idea alguna que le cuestione). La existencia social es obra del hombre, no está fundada en ninguna instancia que le supere, es una herencia del pasado digna de ser modificada a mejor gracias a la voluntad y acción humanas, y también susceptible de buscar nuevas finalidades. Rocker reconoce como auténticamente revolucionario ese conocimiento, que podría estar inspirada por los nuevos tiempos. El fatalismo, tenga la naturaleza que tenga (política, económica o religiosa), supone siempre lo mismo, una interpretación de los fenómenos sociales según un desarrollo ineludible y, por lo tanto, sacrificar el porvenir al pasado. Rocker denuncia también este fatalismo cuando está revestido de la ciencia, ocupando así el lugar de la teología y cumpliendo la misma finalidad.

El materialismo histórico, sin negar la importancia de las condiciones económicas en una determinada época, no puede apartar muchos otros factores en la conformación de los fenómenos de la vida social. Las fuerzas económicas no son la única causa motriz de los movimientos, existen múltiples factores entrelazados que pueden ser reconocidos, aunque difícilmente calculados por métodos científicos. Para Rocker, la voluntad de poder de individuos y de minorías aparece en la historia con un papel numerosas veces más importante que las condiciones económicas, y de gran influencia en la formación de todos los ámbitos de la vida social. Las conquistas de Alejandro Magno parecían más originadas en la voluptuosidad de poder, que condicionadas por causas económicas; del mismo modo, extendidas durante siglos, las Cruzadas no podían estar solo motivadas por lo económico, millones de personas se dejaron arrastrar por una fe obsesiva, sin desdeñar las razones políticas de dominio; numerosos ejemplos pueden ponerse en Occidente con la Iglesia y su afán de dominio espiritual, político y también económico, pero nunca solo por éste último factor, y del mismo modo no pueden buscarse solo causas económicas en el mundo islámico a la hora de lanzarse a la invasión de España durante siglos.

Rocker demuestra lúcidamente que las condiciones económicas, en el mundo contemporáneo, no son determinantes. El capitalismo, con sus cíclicas crisis, no termina por sucumbir ante la falta de empuje de un nuevo espíritu socialista. Son necesarias en los hombres las condiciones sicológicas y espirituales adecuadas para poder mover la historia, sin que sean suficientes las condiciones económicas por sí solas. Cuando escribe Nacionalismo y cultura, Rocker conocía ya el avance del fascismo, y analizaba las actuaciones de los partidos progresistas y de las organizaciones sindicales provocando el retroceso en derechos y libertades. Las motivaciones en aquellos convulsos tiempos no fueron nunca solo económicas. Y es esa obsesión fatalista por buscar una causa económica en todos los fenómenos sociales la que ha paralizado su fuerza de resistencia y les ha preparado espiritualmente para aceptar el mundo que tienen ante sus ojos y las condiciones en que viven. Rocker reclama una apelación a los sentimientos éticos y de justicia de los hombres, tantas veces distorsionados en la historia y sucumbidos a alguna clase de papanatismo, aunque hayan servido de motor, para poder transformar la sociedad.

Incluso, en la era capitalista moderna considera Rocker que el afán de sometimiento y de dirigir imperios pueden ser más evidentes que las consideraciones puramente económicas o el incremento de las ventajas materiales. Si hay un dicho sobre nuestra época es el de "la falta de valores", el simple anhelo del lucro como motivación humana, que ha ocupado el lugar de cualquier otra inquietud espiritual en el ser humano; la visión de Rocker, sin embargo, resulta tan lúcida como original al señalar a los grandes señores del capitalismo, no solo como representantes del monopolio económico, también con aspiraciones de dominio e influencia y de ejercer el papel de providencia sobre la vida del resto de las personas. En el anarquismo, el fortalecimiento de la conciencia, de un fortalecido y humano sentido de la ética y de la justicia, quiere ayudar a acabar con ese nefasto motor histórico que es la "voluntad de poder".

Herbert Read se cuestionaba cuál puede ser la medida del progreso humano. Estar o no en esa línea de perfeccionamiento no apartaba el hecho de establecer esa medida, ya que hasta para llegar a una conclusión negativa es necesario tenerla. Read sí consideraba que se había producido cierta coherencia social en la evolución humana. En los albores, la especie humana se organizaba en grupos que fueron transformándose: hordas primitivas, tribus nómadas, poblaciones sedentarias, comunidades, ciudades, naciones... A medida que esos grupos incrementaban su número, riqueza e inteligencia iban subdividiéndose en agrupaciones especializadas como clases sociales, sectas religiosas, asociaciones eruditas y gremios profesionales. No quiere decir Read que esta complejidad en la articulación de la sociedad constituya un síntoma de progreso, ya que se trata de marcar un camino cuantitativo, pero sí implica una división de los hombre acorde con sus facultades innatas (bien dirigidas a tareas físicas, bien a labores que demanden habilidad o sensibilidad) con el fin de una vida comunitaria cualitativamente mejor.

Los grupos dentro de una sociedad puede distinguirse buscando la analogía con un ejército o con una orquesta, siendo en ese caso un cuerpo único constituido por unidades impersonales, o como una asociación temporal de individuos separados para defender unos intereses comunes. El primer tipo de grupo, el que puede compararse más explicitamente con un ejército, es el más primitivo. El segundo tipo, el compuesto por individuos activos y conscientes que desean defender sus intereses comunes, aparece más tarde en la historia de las sociedades humanas. Está muy clara la tesis de Herbert Read: en las formas más primitivas de la sociedad, el individuo es simplemente una unidad, y en las más evolucionadas constituye una personalidad independiente. Por lo tanto, Read propone una medida del progreso según el grado de diferenciación dentro de una sociedad: para el individuo la vida solo puede ser gris, limitada y mecánica si únicamente es una unidad en una masa colectiva; por el contrario, si es por sí mismo una individualidad con el espacio adecuado para desarrollar sus potencialidades, aunque pueda ser más víctima del azar o de la eventualidad, sí puede al menos expresarse y expansionarse.

Al día de hoy, esta sencilla división de Read, aunque muy bellamente expresada, se mantiene y muchos hombres parecen ser contradictorios entre sus deseos de una personalidad independiente y una práctica gregaria de lo más elemental. La explicación no parece tampoco muy compleja, un determinismo económico, aunque en parte también sicológico, hace caer a las personas en una vida rutinaria y servil, y se busca refugio y seguridad en el número. Es una cuestión que nos remite a la ya antigua cuestión del porqué de la servidumbre voluntaria, el aparente deseo de formar parte de un rebaño dirigido, pudiendo encontrar más respuestas al día de hoy. La respuesta a la que llega Read en la cuestión de la medida del progreso humano es clara: solo puede hablarse de progreso en la medida en que el esclavo es liberado y la personalidad diferenciada. Una felicidad, solo aparente y fútil, que puede ser la del esclavo, no es suficiente. Por ello, el progreso se mide por un incremento cualitativo de la experiencia humana, por una profundización en el significado y perspectiva de la existencia humana, por otorgar una mayor horizonte a los valores de los seres humanos. Si podemos hablar de una civilización avanzada, no lo será por su riqueza material o su poderío militar, lo será por la calidad y la obra de sus filósofos, poetas y artistas.

Read hila todavía más fino y establece la medida del progreso en la diferenciación cualitativa del individuo en el seno de de una sociedad, que se establece gradualmente hasta convertirlo incluso en la antítesis del grupo (que, por otra parte, es necesario para el bienestar y la seguridad sociales). Este progreso no se habría producido de forma líneal en la historia, solo en algunos momentos y a pesar de los errores y la confusión de la época, como en la Antigua Grecia o en el Renacimiento europeo, se despertaba la conciencia de que el valor de una civilización depende de la libertad y diversidad de los individuos que la componen. La relación entre el individuo y el grupo, sobre ella pivota la historia y la existencia humanas, y solo se bloquea cuando se establecen códigos en la vida social y orgánica, y se establecen la convención, la conformidad y la disciplina.

Nuevos horizontes en la práctica revolucionaria

El capitalismo, tal y como afirmaba Murray Bookchin, utilizará la noción de progreso con objetivos autoritarios y destructivos. El sistema social contemporáneo se refugia en palabras como "libertad", "igualdad" o "felicidad" para seguir manteniendo la fe en el progreso y el supuesto ascenso de la civilización. Si en el segundo conflicto mundial, la ciencia se aplicó a la guerra, a la industria y al control social con unos efectos sin precedentes en la historia de la humanidad, posteriormente se han transformando las relaciones sociales gracias a los nuevos descubrimientos científicos y técnicos. Nuestra voluntad de resistencia a la dominación puede estar debilitándose progresivamente gracias a esta revolución tecnológica. No estamos en una situación de auténtico progreso, en la que la tecnología se haya puesto al servicio de la liberación humana; muy al contrario, el orden existente se alimenta de ella para formas más o menos sutiles de dominación. Bookchin considera que todos los grandes cambios tecnológicos producidos a partir de la segunda mitad del siglo XX suponen el fin de la historia anterior, aunque con matices como es lógico. Si la creencia clásica, del marxismo y del sindicalismo, de que el proletariado será el sujeto protagonista del derrocamiento del capitalismo es ya algo cuestionable, hay que preguntarse el porqué de este pronto declinar de una teoría.

Lo que quiere decir Bookchin es que todo movimiento radical que base su teoría de cambio social sobre un proletariado revolucionario (obreros y, si se quiere, empleados) se mantiene en un mundo que ya no existe, suponiendo que alguna vez lo haya hecho. Naturalmente, todo proyecto emancipador necesita a la clase trabajadora, aunque es necesario atraerse a un espectro más amplio de población: estratos sociales emergentes que pueden ser determinantes del cambio social, todo suerte de marginados y oprimidos, personas con estilos de vida cultural y sexual alternativos... Bookchin no se mostraba optimista con el paso del tiempo, nuestras posibilidades de penetración intelectual, de capacidad de praxis y de organización, están reducidas debido a esa innovación tecnológica al servicio del poder establecido. Se pide que no se ignore la transformación del mundo, la inevitable e imponente transformación del mundo de trabajo que afecta a tantas personas, cuya cabida en el sistema capitalista está por decidir, y se demanda nuevas respuestas ante el nuevo marco. El Estado y la sociedad industrial ha acabado con el antiguo mundo social y descentralizado, la percepción del mundo que tienen las personas es el reproducido por las imágenes televisivas (ilusorias, figuradas, unidimensionales...), las cuales substituyen a la imaginación. En definitiva, el progreso técnico, en la línea de lo afirmado por Erich Fromm ya en los años 50 del siglo XX, ha provocado que factores externos al individuo sustituya a cualquier idea formada en su interior, las figuras y el entretenimiento surgidas de la electrónica toman el lugar del pensamiento y de la experiencia. Otra gran preocupación de Bookchin se hallaba en el medio ambiente, la cuestión ecológica no sería secundaria respecto a la crisis política y económica. La pretensión de "progreso", indisociable del afán histórico de dominio, se ha convertido en una burla de la realidad.

Pero esta situación actual, en la que podemos estar de acuerdo en mayor o menor medida desde una perspectiva libertaria, no se queda en un mero pesimismo, ni conduce a la inacción ni al cinismo. A pesar de que mundo se transforma a marchas forzadas y con la intención de buscar nuevo caminos para nuestros deseos de una sociedad sin dominación, indiscutiblemente humana, he encontrado elementos valiosos en todos estos pensadores anarquistas. Estoy de acuerdo con Bookchin, la tarea pertinaz de continuar organizando a la clase trabajadora, la supuesta protagonista de un cambio revolucionario, es digna de poner en cuestión; no obstante, hay que recordar que siempre el campo de acción del anarquismo fue más amplio que el económico, buscándose la liberación en todos los ámbitos humanos. El anarquismo debe seguir siendo el movimiento más activo e innovador, es propio de sus señas de identidad; las ideas de autogestión, descentralización, federalismo y apoyo mutuo van unidas a cualquier marco de acción humana, resultan intemporales y aplicables a cualquier proyecto local, alternativo y libertario, sujeto tal vez en gran medida a una determinada cultura, que cuestione la noción de progreso impuesta desde el poder. Nuevas condiciones requieren nueva imaginación y aunque nuestro ansia de conocimiento y de valores humanos nos hace recurrir tantas veces al pasado, se realiza esa tarea como forma también de encontrar nuevos horizontes para combatir una realidad que no nos satisface. Al igual que la vida, el movimiento libertario está en continua evolución, y de nosotros depende dar un sentido humano y auténtico a nociones pervertidas por la dominación, como es el caso del tan nombrado progreso. Para mí el anarquismo está cargado de futuro, por lo que me resulta inadmisible renunciar a una idea del progreso emancipadora, y solo cabe trabajar para materializar en lo que se pueda ese deseo, y no por un ingenuo optimismo antropológico, sino porque no reconozco otras ideas capaces de acercar la ética a cualquier otro ámbito de acción de la humanidad, de otorgar un mayor horizonte a la razón y de generar una nueva y fortalecida conciencia.