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domingo, 5 de enero de 2025

Los insumisos del 36: el movimiento antimilitarista y la Guerra Civil española

Por XABIER AGIRRE ARANBURU (1)

Los insumisos no tienen memoria histórica. Quizá sea ésta una de las causas de su éxito, el no saber que tienen una historia y recrearse despreocupados en las contradicciones de un presente infinito.

Sin ánimo de empañar esta joie de vivre insumisa, en este año de aciagos aniversarios parece oportuno rescatar del olvido los primeros pasos del antimilitarismo en la España de los años treinta. Se trata de una experiencia modesta que, como la verdad, sería una de las primeras víctimas de la guerra, y ha permanecido durante décadas sepultada entre la Historia de los vencedores, la nostalgia épica de los vencidos y la ignorancia de sus herederos lejanos.

El surgimiento del movimiento antimilitarista en los tiempos de la II República fue fruto principalmente del encuentro de dos corrientes. Por una parte, la tradición autóctona de oposición al ejército, tanto en formas espontáneas de evasión de quintas, como en su vertiente obrera organizada (oposición a las campañas de Marruecos, huelga general de Barcelona de 1909, círculos anarquistas, etc.). Por otra, los ecos pacifistas que siguieron a la primera guerra mundial en general y la Internacional de Resistentes a la Guerra como su expresión organizada en particular (IRG, fundada en 1921).

Los escasos testimonios que nos quedan de los antimilitaristas españoles de la época nos hablan de las esperanzas alumbradas por el régimen republicano y sus reformas en la constitución de 1931, como la separación de Iglesia y Estado, libertad política y de cultos, o la abolición de la pena de muerte. Particularmente alentador resultó el texto del artículo sexto de la constitución, «España renuncia a la guerra como instrumento de política nacional», recogiendo así la fórmula establecida en el tratado Briand-Kellog de 1928 de prohibición universal de la guerra (que, por cierto, nunca más volvería a aceptarse en el orden constitucional español). El fracaso del golpe del general Sanjurjo en 1932 y las medidas progresistas del primer período, especialmente las de reforma militar de Azaña, fueron así mismo celebradas en los medios antimilitaristas (2).

Estas esperanzas iniciales se desvanecieron a medida que se constataban las limitaciones de los programas republicanos, especialmente a partir de la represión de Casas Viejas en 1933, de manera que los antimilitaristas mantenían en definitiva posturas similares a las dominantes en la izquierda española con respecto a la II República. Las discrepancias con el resto de la izquierda vendrían principalmente con la crítica al uso de medios violentos por el movimiento obrero, cuestión que habría de revelar su interés en torno a los sucesos revolucionarios de 1934, como veremos a continuación.

La República, el movimiento antimilitarista y la violencia revolucionaria

Las primeras noticias del movimiento antimilitarista en tiempos de la República se remontan a 1932, con la fundación por José Brocca de La Orden del Olivo, grupo integrado desde el primer momento en la Internacional de Resistentes a la Guerra. La prensa de la IRG informaba puntualmente desde Londres de la actividad de este núcleo original, gracias a lo cual han llegado hasta nosotros noticias como la aprobación por unanimidad, en la conferencia anual de 1932 de la Federación Provincial de Sindicatos de Almería, de una resolución pidiendo la abolición del servicio militar obligatorio, la prohibición de la fabricación de armamentos y el abandono de Marruecos, suscribiéndose así mismo la declaración de la Internacional (3). La sección del Partido Socialista de Almería, que contaba con antimilitaristas entre sus filas, aprobó también resoluciones en la misma línea. Estos posicionamientos fueron secundados en Barcelona por la Asociación de Idealistas Prácticos, que decidió también adherirse a la Internacional.

El antimilitarista Pepe Brocca.

A comienzos de 1934 se estimaba en varios centenares de activistas la composición de diversos grupos coordinados en torno a La Orden del Olivo, dedicados a tareas de difusión, publicación de un semanario, acciones públicas, programas radiofónicos, etc. El ideario de la IRG encontraba la mejor acogida en Cataluña, con el lanzamiento de un manifiesto a la juventud catalana llamando a la resistencia a la guerra, organización de diversos seminarios de estudios antimilitaristas y de un comité obrero de acción antimilitarista en Barcelona.

Llegados los acontecimientos revolucionarios de octubre del34, mientras socialistas y anarquistas glorificaban la fallida insurrección obrera, la prensa antimilitarista se desmarcaba de toda lectura épica para calificar los sucesos de «lucha fratricida» y subrayar sus desastrosas consecuencias:

«La guerra es la guerra... locura, matanza, sangre, destrucción, miseria. Cuando el intento fue aplastado el desconcierto de los trabajadores fue completo. Las masas neutrales que carecen de convicciones por sí mismas y son influidas por las últimas y más fuertes impresiones, alarmadas y llevadas por el instinto de supervivencia, se alinearon con la derecha. Los partidos proletarios y de izquierda, mediante el uso de la violencia, perdieron casi todas sus posiciones.»

El debate sobre la legitimidad y oportunidad de la violencia revolucionaria no era nuevo. El holandés Bart de Ligt, destacado ideólogo de la IRG en la época y vinculado al movimiento obrero libertario, informaba en un estudio sobre la guerra española publicado en 1938 acerca de los intentos de sindicalistas holandeses que, «sin ser noviolentos por principio», habían defendido en la Asociación Internacional del Trabajo (AIT) «el uso sistemático de métodos noviolentos», puesto que «el desarrollo de la técnica de la guerra demanda una completa revisión de las tácticas revolucionarias». De Ligt observaba que en el seno de la AIT «esta propaganda encontró una fuerte oposición entre los sindicalistas y anarquistas españoles, lo que era aún más lamentable puesto que el movimiento obrero español, especialmente la CNT y la FAI, ha estado dando durante mucho tiempo prueba contundente de la efectividad de métodos como los descritos [noviolentos: huelga, boicot, no-cooperación]». (4)

La Orden del Olivo se mostraba en este sentido crítica con los sucesos de 1934, especialmente a la luz de su resultado, que afectaría también a sus propias filas. A pesar de quedar formalmente prohibidas, se mantuvieron las labores de agitación antimilitarista, ocasionalmente en colaboración con entidades como el Liceo Teosófico, la Sociedad de Investigación Psíquica, Sociedad de Educación Cívica para Mujeres, Asociación de Estudiantes de Medicina, Sociedad de Jóvenes Espiritistas Cristianos y otras muestras del variopinto progresismo social republicano, además de las importantes conexiones con el activismo obrero socialista y anarquista.

Al igual que con la insumisión de nuestros días, la desobediencia civil al ejército era considerada un tema central. Así, se reivindicaban experiencias como la del piloto civil de correos Quirados J. Gou, víctima de castigo gubernativo por negarse a participar en los bombardeos aéreos de las posiciones obreras asturianas en 1934. En 1935 tres jóvenes anarquistas catalanes se negaron públicamente a incorporarse al servicio militar y decidieron presentarse a las autoridades. En medio de una campaña antimilitarista de apoyo, fueron puestos en libertad tras cuatro días de detención alegándose su estado de «demencia». Al ser liberados expusieron en público los motivos de su desobediencia y su ejemplo fue seguido por un grupo de en torno a un centenar jóvenes dispuestos a rechazar «todo servicio militar», a modo de insumisos avant la lettre.

El triunfo del Frente Popular en febrero de 1936, a pesar de terminar con el nefasto período derechista, abrió una etapa de inestabilidad que los antimilitaristas españoles contemplaron con verdadero desaliento. En junio de ese año responsabilizaban tanto al gobierno como al movimiento obrero de una situación cuyas causas definían como «muchas y complejas». Si Azaña era responsable por «excesivas concesiones a los enemigos de la República», en referencia a la derecha económica y militar, el movimiento obrero era objeto de crítica por «complacerse en ejercicios militares» y «pronunciarse en favor de la más violenta acción». Con el país al borde de la guerra, se advierte que las peores consecuencias pueden seguirse de una situación en que «por todas partes hay una explosión de odio y amenazas». Las páginas de The War Resister (Londres) recogían la postura de los antimilitaristas españoles a mediados de junio del 36 en los siguientes términos:

«Los comunistas y socialistas buscan una dictadura 'roja', que personificarían en Largo Caballero, mientras que los partidos de la 'Derecha' albergan la esperanza de que en la medida en que los disturbios requieran la proclamación de una ley marcial, la soldadesca pueda aprovechar la ocasión para alzarse como dictadores y establecer un fascismo de sable y espuela.»

Unas pocas semanas bastarían para hacer realidad estos temores, lo que en todo caso no impidió la organización de nuevas iniciativas. Así terminaba el último escrito de que tenemos noticia antes del alzamiento fascista:

«En esta atmósfera tormentosa se ha formado la 'Liga Española de Refractarios a la Guerra' como afiliada de la Internacional de Resistentes a la Guerra. En el momento presente este movimiento no representa más que un grupo de convencidos entusiastas. Una intensa campaña de propaganda por los principios y tácticas de la resistencia a la guerra se está llevando a cabo y encontrando la más favorable acogida entre organizaciones anarquistas y en la CNT, que es muy importante en España. Hasta que la fiebre de guerra, que en el momento actual es rampante, remita, no se puede anticipar ninguna extensión o crecimiento rápido, pero se ha dado un comienzo.»

Quedaba de esta manera constituida la Liga Española de Refractarios a la Guerra, con la doctora Amparo Poch y Gascón como presidenta, Fernando Oca del Valle en el cargo de secretario, José Brocca como representante en el Consejo de la IRG, y contando entre otros representantes destacados a Juan Grediaga (Barcelona), Mariano Sola (Valencia), y David Alonso Fresno (Madrid).

Guerra y ayuda humanitaria

«¿Qué haría yo si estuviera hoy en España?», se preguntaba H. Runham Brown, secretario honorario de la IRG, en un artículo titulado «España. Un reto para el Pacifismo» de diciembre de 1936. En busca de una respuesta a esta pregunta, además de sus consideraciones sobre teoría, práctica, coherencia, etc., el interés del documento reside en la reproducción de una carta de José Brocca desde Madrid al poco de comenzar la guerra. Brocca comienza estableciendo su postura ante la contienda, en términos que parecen abandonar anteriores repartos de responsabilidades y sumarse a la dialéctica del momento:

«En las circunstancias en que ha tenido lugar el alzamiento fascista, el pueblo no tenía otra alternativa que afrontar la violencia con violencia. Es lamentable, pero la entera responsabilidad por los trágicos y sangrientos días que estamos sufriendo reside en aquellos que, despreocupados por los más elementales principios sociales de humanidad, han dado rienda suelta a la destrucción y la matanza, para defender, no ideales, sino privilegios odiosos y caducos, para retroceder al barbarismo medieval.»

Hechas estas precisiones, quedaba aún por ver qué margen dejaba el credo antimilitarista para apoyar a la República en armas, cuestión que habría de resolverse con un apoyo a la resistencia armada, pero desde tareas civiles auxiliares que salvaran por lo menos en lo más inmediato las contradicciones con los principios de resistencia a la guerra. Es decir, se optó por una especie de prestación social sustitutoria, eso sí, republicana y autogestionada. Pero dejemos que sea el propio Brocca quien lo explique en este excepcional testimonio:

«Me detuve unos días en Barcelona para tomar parte en el mitin de masas contra la guerra que habíamos organizado, pero que no pudo llevarse a cabo, pues la misma noche que iba a celebrarse, estalló la insurrección militar-fascista, el peligro que ya os había notificado.

 

»En Barcelona eran días de amarga lucha. Desde el primer momento me puse sin reservas al servicio de la libertad, sin renunciar, no obstante, a mis principios de absoluta resistencia a la guerra; es decir, he hecho y continúo haciendo cuanto puedo de palabra y obra, pero sin participar en acciones violentas, para la causa antifascista, y dentro de las organizaciones proletarias y democráticas que están luchando para salvar a España de esta tiranía reaccionaria. Mi trabajo es el de la información y propaganda. En Barcelona, en Valencia, en la provincia de Cáceres y en Madrid he actuado, y continúo actuando, en tareas tan interesantes como estimular, dirigir y organizar los campesinos de manera que en lugar de abandonar su labor agrícola, trabajen, incluso en aquellas áreas abandonadas por los fascistas en su huida, para evitar la interrupción de la producción y suministro de las ciudades; estableciendo y organizando escuelas y hogares para los niños de aquellos ciudadanos que han caído o están luchando en los diferentes frentes, y en general sacando partido de toda oportunidad para extender entre los combatientes nuestros ideales humanitarios y nuestra repugnancia a la opresión y crueldad.» (5)

Por tanto, según explicarían más tarde los portavoces de la Liga en un panfleto dirigido al público británico, «la propaganda de resistencia a la guerra no era posible en este momento», y lo que les correspondía era la ayuda humanitaria, pues en aquellas circunstancias «el trabajo constructivo de este tipo, en el nombre del pacifismo, es lo más valioso.» (6)

La IRG estableció así un Fondo de Ayuda a España, dedicado al envío de ayuda, recabar información sobre familiares y amigos atrapados en el lado franquista, facilitar el intercambio de prisioneros, y el apoyo a un hogar para la acogida de niños refugiados en la localidad catalano-francesa de Prats de Mollo. La Liga contaba con depósitos gestionados por sus activistas en Madrid, Valencia y Barcelona en los que recogían donaciones provenientes de otras secciones de la IRG, especialmente de la británica (Peace Pledge Union). Sesenta niños vascos fueron igualmente acogidos en una «Casa Vasca» organizada por este grupo en territorio británico. (7)

La doctora Amparo Poch.

Gracias a estos fondos internacionales, por ejemplo, el propio José Brocca efectuó en 1937 la compra de 19.200 latas de leche condensada en Holanda, que posteriormente fueron distribuidas desde el almacén situado en los muelles de Valencia con destinos diversos. En Madrid los antimilitaristas participaron en la creación de un Comité de Mujeres para la distribución de ropa y comida, donativos que aparecían identificados con tarjetas portadoras del texto «Internacional de Resistentes a la Guerra: ayuda pacifista a la población civil de España».

La doctora Poch y José Brocca emprendieron también una campaña para la abolición de los orfanatos en el territorio controlado por la República, criticados por su «triste parecido con las cárceles», y su sustitución por hogares infantiles que permitieran el alojamiento por grupos de no más de 25 de niños en condiciones más dignas. En 1937 organizaron así mismo la salida de un grupo de 500 niños a México, donde fueron recibidos por los contactos de resistentes a la guerra mexicanos.

La ayuda antimilitarista internacional aportó algunos voluntarios, como fue el caso de Lucie Penru, enfermera y activista francesa de la IRG que trabajó en el Hospital de Sangré de la Barriada en Barcelona desde el inicio de la guerra hasta que el centro fue cerrado en 1938 por falta de suministros, y a partir de esa fecha se hizo cargo de un hogar niños españoles refugiados en Francia.

Peor suerte corrió Heinz Kraschutzki, destacado antimilitarista alemán. Tras su experiencia como teniente en la marina de guerra alemana durante la Primera Guerra Mundial, Kraschutzki se volvió un activo resistente a la guerra, asumiendo la dirección de Das Andere Deutschlander («La otra Alemania»), órgano de la Friedensgesellschaft («Consejo Nacional de la Paz»). A raíz de la publicación por esta revista de información sobre los planes de rearme alemán en marcha, Kraschutzki fue procesado por alta traición y escapó del país, instalándose con su familia en Mallorca a partir de 1932. A pesar de que había evitado implicarse en actividades políticas en España, Kraschutzki fue detenido por las fuerzas fascistas en agosto de 1936. Las autoridades franquistas fueron objeto por una parte de las peticiones de liberación de la IRG en colaboración con el Foreign Office británico, y por otra de las presiones de los oficiales nazis en España, que demandaban su entrega con el propósito de ejecutarlo. De manera un tanto salomónica, la junta de Burgos acordó con las autoridades nazis que Kraschutzki no sería ejecutado, pero tampoco sería nunca puesto en libertad, siendo con- denado en consejo de guerra en octubre de 1938 a 30 años de cárcel. Al terminar la Segunda Guerra Mundial la IRG retomó las gestiones para conseguir su liberación, en colaboración de nuevo con el Foreign Office, y Heinz Kraschutzki fue finalmente puesto en libertad a finales de 1945, tras pasar más de nueve años en las cárceles de Franco. Kraschutzki para ser liberado tuvo que esperar así a la derrota de Alemania en una guerra cuya preparación él mismo había sido pionero en denunciar, a costa de largos años de exilio y la cárcel. (8)

El debate en el pacifismo internacional

El estallido de la guerra produjo una grave conmoción en la opinión pública internacional, que había seguido ya con preocupación la creciente agresividad alemana y la invasión de Abisinia por Mussolini. Si la izquierda entendió el 18 de julio como una afrenta directa a sus programas en todo el mundo, para el movimiento pacifista internacional la Guerra Civil española supondría, como ha observado el historiador norteamericano Allen Guttman, «la primera crisis tras el fin de la Gran Guerra». (9)

La extensión del pacifismo en los años veinte, la misma fundación de la IRG en 1921, estuvieron marcados por el legado de horror de la Primera Guerra Mundial y sus más de ocho millones de muertos. El pacifismo se había desarrollado sobre la llana convicción de que todo cuanto podía hacer una persona decente ante la guerra era oponerse frontalmente y negar su colaboración, certeza que queda cuestionada con los acontecimientos del 36.

Heinz Kraschutzki.

«¿Qué está pasando en el movimiento pacifista?», titulaba el filósofo británico C. E. M. Joad un artículo en mayo de 1937 en el que analizaba las reacciones pacifistas ante el auge del fascismo europeo. Si hasta entonces el movimiento había coincidido en el apoyo a la Liga de las Naciones como instrumento de regulación pacífica internacional, la impotencia de esta institución ante las crisis de Abisinia y España supone la quiebra de este consenso y la aparición de nuevas corrientes. Dos tendencias opuestas ganan protagonismo amenazando la cohesión del movimiento; en palabras de Joad, «el pacifismo puro», y «las ideas asociadas con el Frente Popular». El enfrentamiento entre ambas posturas se haría inevitable en el debate sobre la guerra española. (10)

Entre quienes se decantaron por la segunda opción, acaso el ejemplo más destacado sea el de Albert Einstein, quien, en plena transición hacia la colaboración en el desarrollo de la bomba atómica, pidió públicamente en 1938 el levantamiento del embargo de armas en apoyo a la República (11). Ya a finales de 1936 el propio secretario de la IRG, Fenner Brockway, renunció a su cargo en desacuerdo con la postura adoptada ante la resistencia republicana. Para Brockway el apoyo «sólo en servicio social constructivo» no era suficiente, pues era preciso asumir la resistencia republicana con todas sus consecuencias, incluyendo el suministro de armamento. Así lo explicaba en su carta de dimisión:

«Muy a mi pesar siento que debo dimitir de la IRG. (...) Esta estrecha vinculación con el movimiento hace la decisión de dimitir difícil, pero siento que es la única vía honesta que puedo tomar. Mi temperamento y filosofía esencial siguen siendo pacifistas. (...) Pero estoy enfrentado a este hecho. Si estuviera en España en este momento estaría luchando con los trabajadores contra las fuerzas fascistas. Creo que es la vía correcta pedir que los trabajadores sean abastecidos con las armas que están siendo enviadas tan libremente por los poderes fascistas a sus enemigos. Aprecio la actitud de los pacifistas en España quienes, al tiempo que desean el éxito de los trabajadores, sienten que deben expresar su apoyo sólo en servicio social constructivo. Mi inconveniente sobre esta postura es que si alguien desea que los trabajadores triunfen no puede, en mi opinión, dejar de hacer cuanto sea necesario para hacer ese triunfo posible.» (12)

En el curso de la reunión trienal de la Internacional de verano de 1937, Bart de Ligt rebatiría la postura representada por Brockway confirmando el posicionamiento de «pacifismo puro» de la IRG con respecto a la guerra en curso. «Nosotros, resistentes a la guerra aceptamos la lucha de clases, pero no aceptamos la guerra de clases», comenzaba de Ligt su extensa intervención. Tras considerar la experiencia soviética en detalle, con severas críticas al militarismo de Stalin, se expone un minucioso relato de los acontecimientos en España, tomando partido abiertamente por CNT y POUM en la cuestión de la militarización de las milicias promovida por el PCE y las fuerzas burguesas. A pesar de esta simpatía por las fuerzas republicanas, los argumentos de Brockway son expresamente rechazados:

«No tenemos ninguna razón para seguir el ejemplo de nuestro camarada Fenner [Brockway], quien desde el estallido de la guerra de clases española aceptó los métodos de guerra modernos como medios inevitables para alcanzar nuestros objetivos sociales. Coincidimos con Fenner cuando insiste en la necesidad de la solidaridad práctica con el movimiento revolucionario en Iberia. Pero pensamos que se equivoca cuando declara que la única manera de probar esta solidaridad consiste en renunciar a la acción noviolenta y aceptar la guerra de clases con todas sus inevitables consecuencias. Si en cualquier caso de guerra de clases renunciamos a nuestra lucha noviolenta y aceptamos 'provisionalmente' la acción violenta, el resultado será una aceptación permanente de la guerra en nombre de la revolución y un socavamiento sistemático de la revolución por los medios más inapropiados.»

Discusiones similares se reprodujeron en las más diversas agrupaciones pacifistas y antimilitaristas, llevando a antiguos camaradas en la denuncia de la Primera Guerra Mundial a posturas irreconciliables. Tal fue el caso de Norman Thomas y John Haynes Holmes, ambos destacados líderes pacifistas norteamericanos y compañeros en la War Resisters’ League (sección norteamericana de la IRG). Thomas, fundador de la No Conscription League y destacado promotor de la objeción de conciencia en EE.UU., organizó el reclutamiento de voluntarios para la «Columna Eugene V. Debs» (en honor del histórico líder socialista norteamericano) dentro de las Brigadas Internacionales argumentando que «es porque creo tan firmemente en el horror y la inutilidad de la guerra por lo que pienso que debemos ayudar a nuestros camaradas españoles a detener la guerra de Franco». A la luz de la coyuntura internacional, Thomas defendía que apoyar la resistencia militar de la República significaba «aumentar grandemente la esperanza del mundo de evitar la catástrofe de una segunda guerra mundial mucho peor que la primera.» (13)

En abierta contradicción se situaba su compañero John Haynes Holmes, con el respaldo de la War Resisters’ League, que respondía públicamente a Thomas comparando su iniciativa con la propaganda para la movilización de la Primera Guerra Mundial, en cuya denuncia ambos habían coincidido:

«Tú y yo, Norman, hemos pasado por esto antes. Nos alzamos rápidamente cuando los belgas gemían de manera tan lastimosa como lo hacen hoy los españoles. Nos negamos a oír los llamamientos falaces de 1917 de que el mundo debía defender la democracia, salvar la civilización, y poner fin a la guerra para siempre, mediante el uso de las armas para la muerte de los hombres en batalla. ¿Vamos a quedarnos cruzados de brazos ahora que una nueva generación, tentada como nosotros lo estuvimos, cede a la llamada de otra lucha para salvar la democracia y una guerra más para establecer la paz?»

Para Holmes, como para la generalidad de la IRG, la guerra española estaba «llevando a leales y rebeldes a un terreno común de violencia, crueldad y odio», y la postura del movimiento pacifista pasaba por la ayuda humanitaria: «enviemos comida, material médico en abundancia, pero ni un fusil, ni una bomba, ni un avión que prolongue la guerra y extienda la devastación y la muerte.» (14)

Se trataba de polémicas que anticipaban las contradicciones que la Segunda Guerra Mundial provocaría en el pacifismo pocos años más tarde, y que representan en definitiva el eterno filo de la navaja en el que este discurso se revela en toda su grandeza y su miseria.

Menores refugiados en Prats-de-Mollo.

Derrota, exilio y extinción del movimiento antimilitarista

Volviendo a las tareas que ocupaban a los miembros de la Liga Española de Refractarios a la Guerra, al terminar la contienda desde Londres se sugirió el cierre del hogar de Prats del Mollo tan pronto como todos los niños allí acogidos encontraran un destino definitivo, y se gestionó al mismo tiempo un permiso para dar refugio a José Brocca en Gran Bretaña. Sin embargo, dada la cercanía con la frontera, la Liga decidió mantener abierto el centro para colaborar en el paso clandestino de refugiados a territorio francés. El propio José Brocca cruzaba la frontera repetidamente para contactar y facilitar la huida de compañeros y allegados que permanecían en España.

En aquella época, entre la amargura de la derrota republicana y la inminente extensión de la guerra a Europa, Brocca respondía a las inquietudes de sus compañeros en Londres con un emotivo mensaje:

«No os preocupéis por mí. Estoy perfectamente tranquilo y lleno de valor para afrontar el futuro sin miedo, pase lo que pase. Me doy cuenta de que el estallido de la guerra podría privarme de la oportunidad de ir a Inglaterra. Tenía tiempo para ir, pero no podía abandonar nuestro hogar sin antes encontrar seguridad para todos los que están en él. Me pareció que mi deber es el del capitán de un barco; permanecer a bordo hasta el final, y facilitar toda la seguridad posible al resto. Cuando todo mi trabajo esté terminado intentaré buscar una colocación, pues nunca me he sentido deshonrado por los trabajos más humildes. Si no lo consigo, iré a uno de los campos de refugiados donde ya hay miles de españoles hechos del mismo cuerpo y alma que yo mismo. Quiero que estéis seguros de que en estos tiempos de sufrimiento general, cualquiera que sea mi suerte, nunca caeré en desánimo. Nada habrá de apartarme de mis principios. Mi resistencia moral es mayor que la fuerza de los acontecimientos. Nada ni nadie será capaz de romperla.»

La vida del movimiento antimilitarista organizado, modesta durante la República y atormentada durante la guerra, se extingue definitivamente en el exilio republicano. El 23 de mayo de 1939, apenas un mes después de la victoria fascista, el núcleo de cerca de una docena de miembros de la Liga Española de Refractarios a la Guerra se embarcaba en el puerto francés de Port Vendres con destino a México, donde serían acogidos por los compañeros mexicanos de la IRG. Otras familias vinculadas al movimiento habían encontrado ya refugio en Colombia, Cuba y Paraguay.

Por aquella época la IRG se empleaba ya en la acogida de cerca de un centenar de antimilitaristas de Alemania y Austria, la mayor parte rescatados de prisiones y campos de concentración nazis, prolongando las tareas de ayuda humanitaria y apoyo a refugiados iniciadas con la contienda española y que continuarían durante los años de la Segunda Guerra Mundial. (15)

Por lo que respecta a José Brocca, pionero histórico del movimiento, habiendo rechazado la posibilidad de escapar a Inglaterra, fue detenido en varias ocasiones e internado en un campo de concentración francés. Sus compañeros consiguieron rescatarlo de la Francia de Vichy, llegando a México en octubre de 1942 acogido por los antimilitaristas de este país. (16)

José Brocca moría en México en junio de 1950 a consecuencia de una trombosis cerebral. Con él terminaba esta experiencia del movimiento antimilitarista y la presencia de la IRG en el estado español.

Más de tres décadas después, el Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC), desconociendo por completo este precedente, se constituía en sección de la Internacional de Resistentes a la Guerra, llegando a encarnar en la insumisión ante el poder militar de nuestros días el espíritu de José Brocca, Amparo Poch, Heinz Kraschutki y todos los resistentes a la guerra que nos precedieron en los turbulentos años treinta.

En legítima desobediencia: Tres décadas de
objeción, insumisión y antimilitarismo

(2002)

 

 

  NOTAS:

  (1) La elaboración de este artículo (1996) ha sido posible gracias a la colaboración del Instituto Internacional de Estudios por la Paz de la Universidad de Notre Dame (Indiana, EE.UU.) y especialmente su profesor Robert Johansen, así como el apoyo y documentación facilitado por Howard Clark y la oficina de la Internacional de Resistentes a la Guerra en Londres. El autor desea expresar su más cálido agradecimiento a ambas instancias.

  (2) Para una lectura antimilitarista de las reformas militares de Azaña, ver por este mismo autor Objeción e Insumisión. Claves ideológicas y sociales (Fundamentos, Madrid, 1992), pp. 226-227 (edición Pedro Ibarra).

  (3) Texto de la declaración fundacional de la IRG, suscrito por todos sus miembros y secciones: «La guerra es un crimen contra la Humanidad. Nos comprometemos a no colaborar con ningún tipo de guerra y a luchar por la abolición de todas sus causas».

  (4) Bart de Ligt, «Russia, Spain and violence», capítulo IX de The conquest of violence (Nueva York: E. P. Dutton & Company, 1938), p. 194.

  (5) H. Runham Brown, «Spain a challenge for pacifism», en Unity, 21-XII-1936. Reproducido en Charles Chatfield, ed., International War Resistance Through World War II (New York: Garland, 1975).

  (6) En cursiva en el original. Our work in Spain saving the children (Londres: WRI).

  (7) Ver Devi Prasad, ed., Fifty years of war resistance: what now? (Londres: WRI, 1972). El Peace Pledge Union era en aquel momento la sección más importante de la IRG, contando con unos 100.000 miembros y en torno a 500 grupos locales en Gran Bretaña.

  (8) The War Resister, nº 51, verano 1946.

  (9) Ver Allen Guttman, The Wound in the Heart. America and the Spanish Civil War, The Free Press of Glencoe, Nueva York, 1962, pg. 111.

  (10) C. E. M. Joad, “What is happening in the peace movement?”, The New Statesman and Nation (Londres 15-V-1937).

  (11) New York Times, 8-V-38.

  (12) The War Resister, invierno 1936, p. 3.

  (13) Socialist Call, 13-II-37.

  (14) The New Leader (Nueva York), 2-II-37.

  (15) Ver Grace Beaton, 25 Years Work in the WRI (Londres: WRI, 1945), pgs. 15-17.

  (16) Ver Grace Beaton, Four Years of War (Londres: WRI, 1943), pgs. 27-28.

viernes, 18 de enero de 2019

Antimilitarismo, una cuestión feminista


EL FALSO MITO DE LA PARIDAD EN UNIFORME

TIERRA Y LIBERTAD
Nº 365-366 / DICIEMBRE 2018 - ENERO DE 2019

En 2018 el militarismo parece no ser un problema muy sugerente para quien se ocupa de paridad de género y reivindicaciones identitarias, pero creo que por el contrario debe serlo para quien lucha desde una perspectiva feminista o transfeminista.

Los ejércitos de los Estados occidentales son un ejemplo de democracia, al menos de fachada, para quien se interesa por el respeto de los derechos civiles.

Como dice Ursula von der Leyen, ministra de Defensa alemana, deben ser ejemplos de «tolerancia ante los grupos marginales» y abrirse a «las minorías».

Se cuenta que la cúpula de las fuerzas armadas estadounidenses se alinea contra el actual presidente que quiere, sin decirlo, reformar el modelo de ejército anterior a la administración Obama.

En Alemania, en el Reino Unido y en los Estados Unidos, el cambio de sexo se acepta incluso entre los militares: aunque obviamente no se tienen todavía las mismas oportunidades de los varones blancos, no hay demasiados obstáculos para la promoción, ni para las mujeres ni para las personas transgénero; estás últimas han sido aceptadas solo recientemente, pero su recorrido laboral es bastante similar a cuanto sucede en otros sectores del mundo del trabajo.

Las fuerzas armadas de los Estados nacionales del mundo occidental han ampliado sus filas siguiendo el desarrollo de la mentalidad, en la dirección de la tolerancia hacia el diferente, porque es patriota, porque se puede certificar como nacionalizado.

Han sido «superados» —al menos a nivel formal— varios prejuicios presentes en el curso de las guerras: por ejemplo, los primeros regimientos de soldados de color existen ya en la Guerra Civil americana. Durante la Segunda Guerra Mundial, algunas naciones (Reino Unido, Estados Unidos, Unión Soviética) emplearon a mujeres en varios puestos, si bien eran auxiliares. Con Clinton, el prejuicio «superado» fue el de la homosexualidad, aunque sin pasarse (el célebre «don’t ask, don’t tell») y ahora le llega el turno al mundo LGTB en su conjunto.

Hay quien sostiene que el ingreso de la mujer en las fuerzas armadas ha contribuido a abatir los estereotipos que están en la base del patriarcado.

La inferioridad de la mujer como ser humano incapaz física y moralmente de defenderse y de valerse por sí misma viene superada, dicen, a través de su enrolamiento, que las convierte en soldados eficaces y motivados, debiendo demostrar que pueden resistir tanto o más que los hombres: ¡quién no recuerda a la soldado Jane!

Quien piensa así desde una perspectiva feminista comete, en mi opinión, una enorme equivocación ante la propia lucha feminista: la equivocación de no ser capaz de pensar en una sociedad basada en mecanismos diferentes respecto a los de la explotación y el dominio del más débil. Si en el imaginario propagandístico es cierto que los militares serían los garantes de la «sagrada democracia», en la realidad los ejércitos sirven para proteger o conquistar los intereses de unos pocos, intereses políticos y sobre todo económicos, de quienes tienen como único objetivo la explotación de los recursos del planeta, ya se trate de personas o de elementos de la naturaleza.

Las fuerzas armadas de los Estados nacionales deben poder ser dirigidas y utilizadas para la ocasión por los jefes de Gobierno de las diferentes naciones, y esto significa que lo que importa sobre cualquier otra cosa es la obediencia a las órdenes y, por tanto, la estructuración jerárquica, la capacidad de matar a otros seres humanos, la capacidad de establecer una jerarquía que permita estar por encima, dominar.

Las fuerzas armadas son un instrumento, un servicio: son la espada.

Si pienso que mi acción —en el campo de batalla, en una frontera o tras los controles de un arma a distancia, poco importa— tendrá consecuencias reales, dejará morir a personas que emigran en busca de un lugar mejor o destrozará a individuos hechos de carne y hueso como yo, no puedo rendirme a la construcción de un «otro yo» inferior, abyecto, un ser humano con el que no puedo en modo alguno identificarme. Una pena, mi incapacidad de ser eficaz a gran escala.

Históricamente, las mujeres han sido siempre consideradas terreno a conquistar —como se decía en un tiempo— como las casas, las vacas y los tesoros presentes en territorio enemigo. Las mujeres tenían una cosa por añadidura que se podía tomar en el curso de la guerra: su capacidad reproductiva. Podían, incluso debían, ser violadas. El estupro ha sido y es todavía un arma de guerra, es el medio a través del cual el soldado completa su deber de conquistador, contaminando físicamente, pero sobre todo simbólicamente, la progenie futura de los territorios conquistados, de los territorios en que los varones enemigos se verán obligados a asumir hijos que no son suyos o a repudiar a las mujeres arruinadas para siempre.

Según esta perspectiva, las mujeres deberán recordar qué significa haber estado en esa condición y serlo todavía en muchas partes del mundo. Las feministas que hablan de deconstrucción desde dentro de la perspectiva patriarcal de las fuerzas armadas a través de la participación en el funcionamiento y en la constitución del ejército no deberían olvidarse nunca de cómo podían fácilmente ser colocadas de nuevo en «su» puesto, no deberían olvidarse nunca de quien precisamente partiendo de una perspectiva feminista buscaba y busca construir un mundo basado en otros sistemas, sistemas que no contemplan el supremacismo sino la horizontalidad, sistemas que no contemplan la definición de una identidad en función de la nacionalidad, sistemas que todavía hay que pensar y definir pero que parten del reconocimiento y no de la distinción o de la destrucción.

Por estas razones creo que la lucha contra el militarismo debe ser fundamental desde una perspectiva feminista. Lo es como lo es nuestra capacidad de elaborar relaciones políticas y sociales verdaderamente inclusivas y transparentes según una perspectiva que no es pacífica ni mucho menos pacifista, sino que es antijerárquica, antidogmática, sin fronteras, antirracista, anarquista.

Argenide

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Kropotkin y Tolstoi

     [Ya que el pasado domingo, 9 de septiembre, fue el 190 aniversario del nacimiento de Lev Tolstoi...]


Por GEORGE WOODDCOCK e IVAN AVAKUMOVIC

… Es evidente, que, pese a sus otras varias actividades y a sus años de exilio, Kropotkin siempre encontró tiempo para proseguir de modo exhaustivo la lectura de la literatura rusa que inició en su niñez. No permitió, como tantos revolucionarios, que las preocupaciones sociales ofuscaran sus criterios literarios y artísticos: Ideales y realidades de la literatura rusa es una prueba más de que siempre conservó una cultura amplia y humana.

Ya que hablamos de literatura rusa, no está de más analizar la relación de Kropotkin con Tolstoi, que, aunque indirecta, pues jamás llegaron a verse, se caracterizó por un fuerte respeto mutuo. Sus ideas tenían mucho en común. Ambos odiaban al Estado y a cualquier género de institución que obstaculizase la libertad de conciencia y de acción del individuo, ambos atacaban la propiedad, ambos creían que el sentido moral innato del hombre bastaría para impedir todos los males por cuya cura los gobiernos intentan convencernos de que aceptemos los males aún mayores de la policía y los ejércitos, las leyes y los castigos. Pero diferían en dos cuestiones importantes. En primer lugar, Tolstoi condenaba sin reservas la violencia en cualquier circunstancia, mientras que Kropotkin, a despecho de profundos sentimientos personales, estaba dispuesto a admitir su necesidad en determinadas condiciones extremas. En segundo, Tolstoi sostenía que el cambio social debía producirse como consecuencia de un cambio moral del individuo cuando éste comprendiese que «el reino de Dios está dentro», lo que a su vez influiría en las acciones de los hombres y alteraría la norma moral y todas las relaciones sociales. Este elemento ocupaba sin duda su lugar en las enseñanzas de Kropotkin y muchos otros anarquistas, pero tendía a quedar oscurecido por una doctrina de lucha social, que Tolstoi consideraba mera perpetuación del viejo mal. En vez de una 'contraviolencia' propugnada prescindir de la cooperación del Estado y sus instituciones subsidiarias y negarse por completo a obedecer.

Tolstoi respetaba a Kropotkin considerándole hombre de integridad que había sacrificado mucho en su oposición al zarismo. Kropotkin consideraba a Tolstoi un gran escritor que había consagrado su vida y su prestigio a la causa de los oprimidos, y que había arriesgado mucho en sus valerosos ataques a la política zarista desde dentro incluso de Rusia.

Su primer contacto se produjo al parecer con la llegada a Inglaterra del principal discípulo de Tolstoi, Vladimir Chertkov. Este tolstoiano exiliado era, por extraña coincidencia, oficial de servicios en el Hospital Militar de San Petersburgo cuando Kropotkin se fugó. Se hicieron íntimos amigos, y Chertkov fue visitante regular de la casa de Kropotkin en Bromley. Poco después de conocerse, Kropotkin pidió a Chertkov que transmitiese a Tolstoi un mensaje expresándole su cordial admiración. Parece ser que hizo alguna referencia a su diferencia de opiniones en la cuestión de la violencia, pues Tolstoi escribía poco después a Chertkov:

«La carta de Kropotkin me ha complacido mucho. No me parece que sus argumentos en favor de la violencia expresen sus opiniones, sino únicamente fidelidad a la bandera bajo la que ha servido honradamente toda su vida. No me cabe duda de que tiene que darse cuenta de que la protesta contra la violencia, para ser fuerte, debe tener un fundamento sólido. Pero una protesta por la violencia no tiene fundamento y por esta misma razón, está destinada al fracaso.»

Chertkov leyó estas palabras de Kropotkin, que se alteró mucho por lo que consideró una mala interpretación de su actitud pues contestó: «Para comprender hasta qué punto simpatizo con las ideas de Tolstoi, baste decir que he escrito todo un volumen para demostrar que la vida se crea no por la lucha por la existencia, sino por el apoyo mutuo.»


Estas cordiales relaciones entre los dos grandes adversarios del Gobierno prosiguieron. Visitantes que acudieron a ver a Tolstoi a Rusia, como Mavor y Nevinson, le entregaron mensajes especiales de amistad de Kropotkin, y en enero de 1903, el viejo novelista escribía a Chertkov. «Cuando uno está enfermo tiene tiempo para reflexionar. Me ocupé especialmente de recuerdos y mis bellos recuerdos de Kropotkin tuvieron preferencia especial.» Un mes más tarde escribía de nuevo: «Transmite mis saludos a Kropotkin... He leído recientemente sus Memorias y me han encantado». En 1905 Nevinson encontró a Tolstoi muy interesado por Campos, fábricas y talleres que consideraba de gran utilidad como base para una recuperación de la agricultura rusa. (Es un dato interesante que el mayor discípulo de Tolstoi, Gandhi, fuera lector entusiasta de Kropotkin, cuya influencia puede apreciarse en el dirigente indio en su idea de una sociedad de comunas rurales.)

Puede que, así como Kropotkin veía en Tolstoi al gran escritor inspirado en un amor sin trabas a la humanidad, Tolstoi viese a Kropotkin lo que Romain Rolland ha indicado, el hombre que práctica realmente la renuncia que él sólo había logrado alcanzar en el pensamiento y en la literatura.

Al final, en noviembre de 1910, cuando trágicamente era ya demasiado tarde. Tolstoi rompió con su vieja vida como consideraba necesario hacer desde hacía mucho. Desapareció de su casa, y circuló el rumor de que había ingresado en un monasterio, superando sus antiguas objeciones a la Iglesia ortodoxa. Kropotkin salió inmediatamente en su defensa, escribiendo en The Times:

«En cuanto a la posibilidad de que Tolstoi se "retractase" de sus opiniones religiosas, puedo decir que es totalmente improbable. Casualmente llevo estudiando, durante los dos últimos años, apasionadamente, casi, y escribiendo, sobre el drama interno de la vida de Tolstoi tal como se presenta en sus novelas y en otros escritos, y según el material biográfico que él mismo ha permitido publicar a su amigo P. A. Biriukov; y estoy seguro de que, tras dedicar los últimos treinta años de su vida a la creación de una religión racionalista universal, desnuda de todos los elementos místicos del cristianismo moderno, una religión que según él resultaría igualmente aceptable a cristianos, budistas, hebreos, musulmanes, seguidores de Lao-Tsé y a todos los filósofos morales, y después de haber proclamado tan vigorosamente en sus últimas obras el derecho supremo y decisivo de la razón en cuestiones religiosas, Tolstoi no volverá, indudablemente a las enseñanzas de la Iglesia ortodoxa griega.

»No me asombra enterarme de que Tolstoi haya decidido retirarse a una casa de campo donde pueda continuar con sus enseñanzas sin tener que depender del trabajo de otros para proveerse a sí mismo o a su familia de las necesidades de la vida. Es el resultado necesario del terrible drama interno que ha vivido durante los últimos treinta años. Drama, por otra parte, de miles y miles de intelectuales de nuestra sociedad actual. Es el cumplimiento de lo que estuvo tanto tiempo deseando.»

Kropotkin terminaba expresando la esperanza de que la vida «de nuestro venerado, querido y gran escritor» no se viese emponzoñada por las autoridades eclesiásticas rusas. Al menos este deseo se cumplió, pues unos días después llegó la noticia de que Tolstoi había sido localizado enfermo de neumonía y había muerto rodeado de unos cuantos amigos, en la remota casa de un jefe de estación ferroviaria de la Rusia central. A Kropotkin le afligieron mucho esas noticias y escribió varios artículos de homenaje en los que aludía a Tolstoi como «el hombre más amado, el hombre más conmovedoramente amado del mundo».

El Principe Anarquista
Ed. Júcar (1975)

martes, 20 de febrero de 2018

«Acabamos con la mili pero el mensaje antimilitarista y de desobediencia se ha perdido»

Protesta antimilitarista ante los juzgados de Valladolid
efectuada por las JJLL y el MOC
en el año 1992.

El Antimilitarismo, tema de la segunda sesión de las Jornadas 'Por lo que fuimos, somos. Memoria de las luchas en Valladolid'

23 enero 2018

Al antimilitarismo ha estado dedicada la segunda sesión de las Jornadas 'Por lo que fuimos, somos. Memoria de las luchas en Valladolid', en las que se hablado del engaño que supuso el referéndum para la permanencia en la OTAN y del Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC).

Con el lema 'OTAN no, Bases fuera' comenzó su intervención Epi (de la Unidad Popular Antifascista al Bloque Obrero pasando por el movimiento vecinal). «No voy a contar las batallitas del abuelo Cebolleta, ya que sigo estando en activo; voy a contextualizar la lucha», dijo Epi antes de hacer un ejercicio de memoria desde 1982, año en que el PSOE recibió 10 millones de votos y consiguió la mayoría absoluta.

«Lo hizo con tres grandes promesas: crear 800.000 puestos de trabajo; 4 años después el paro había crecido en un millón. Aprobar la Ley del Aborto, que con las limitaciones impuestas benefició a las clínicas privadas. Y celebrar un referéndum para salir de la OTAN, en la que nos había metido Calvo Sotelo, pero Felipe González acabó pidiendo la permanencia», recordó el ponente, que leyó la enrevesada pregunta de la consulta.

«El referéndum», añadió Epi, «fue un pucherazo, que se ganó pero se perdió en la práctica y el duelo ha durado mucho tiempo. Además ese sí que fue un referéndum ilegal y las condiciones que dijeron poner en caso de ganarse se han incumplido».

El ponente criticó la enrevesada pregunta de la consulta, pero también de la caída de los salarios a los existentes en 1972, de la reconversión industrial o de la distribución de droga por la policía en los barrios para desactivar a la juventud.

Juan Ángel Cantalapiedra, objetor insumiso que fue condenado a 2 años de cárcel por su negativa a cumplir el servicio militar en 1993, compareció aquejado del virus de la gripe: «Pero voy a hablar de otro virus, el virus militar al que combatimos con una buena dosis de desobediencia».

Cantalapiedra, tras leer un artículo publicado en la revista militar Reconquista sobre el desfile de las FAS en Valencia en 1980, analizó la evolución de la objeción de conciecia como movimiento social que se opuso al servicio militar obligatorio y cuestionó el militarismo.

Después de una mención a los Testigos de Jehová, que desde los años 50 al 76, fueron los únicos que ejercieron la objeción de conciencia en el país, se citó a José Luis (Pepe) Benuza, primer objetor de conciencia político, y la lucha desarrollada desde entonces hasta la abolición de la mili, calificada de «conquista social histórica».

«La supresión no fue gracias al Gobierno de Aznar, sino a todas las personas que se movilizaron, que fueron muchísimas y a todos los que fueron privados de libertad», dijo Cantalapiedra, que además de exponer las respuestas dadas por el MOC a la política gubernamental desde Gutiérrez Mellado y su Ley de Conciencia, «conocida como la 'Gran Inocentada' ya que se publicó el 28 de noviembre de 1984», a datos concretos de lo que sucedió en Valladolid.


«A finales del 89, la Asamblea que se reunía en la Casa de la Juventud, acordó la desobediencia. Se presentaron 57 en España, Antonio González Vega lo hizo en Valladolid. El primer objetor vallisoletano había sido Laureano Herrero, de Renedo. Otro vallisoletano, Jesús Yllera estaba también preso en Alcalá de Henares...», recordó Cantalapiedra, que comentó «acciones espectaculares como la ocupación del Juzgado Militar, en la calle Fray Luis de León, el 18 de noviembre de 1989».

«Nos llamaron de todo, desde maricones a cobardes. No nos llamaron bolivarianos porque entonces no se llevaba. Pero me alegra que los jóvenes no tenga que sentir la humillación de vestir un uniforme», expresó Juan Ángel Cantalapiedra, todo un ejemplo del MOC.

Raúl Alonso, que se incorporó al MOC en 1991 y que cumplió 28 meses de cárcel, dijo que entonces «cada 15 días había un juicio por insumisión, en Valladolid», donde creó la Plataforma por la Insumisión.

«El Estado, desde el año 1990 fue cambiando su respuesta a la insumisión, sin dejar nunca la represión pero la fue haciendo más invisible, más soterrada, aunque en 1996 había 340 presos», señaló el que entonces era estudiante de Filosofía y Letras.

«El MOC», añadió Alonso, «vio que el principal agente, el Ejército, estaba diluyéndose. Nuestra lucha, que iba más allá de la mili, tenía que reconducirse llevando la insumisión a los cuarteles. Se decidió ir al servicio militar y desertar, porque la lucha era contra el estamento militar. El PP gana el 96 las elecciones y decide acabar con la mili. Habíamos ganado esa batalla pero seguíamos con la insumisión cuartelera».

Alonso habló de los 130.000 declaraciones de objetores, de los jóvenes que dejaban ya de acudir incluso a los llamamientos... «Calaba la desobediencia, no había sitio donde meter a tanto objetor. El efecto bola de nieve era imparable y es cuando deciden crear el ejército profesional, que al principio no cubría los cupos, ya que nadie quería tener nada que ver con los militares ni aunque fuera cobrando. Esto se acabó con la crisis, que ha hecho un gran favor al ejército».

El insumiso vallisoletano tuvo palabras de recuerdo para los 12 últimos insumisos presos que el Gobierno tuvo que amnistiar. «La labor realizada sirvió para una gran concienciación, fue un éxito. Pero hubo un fracaso: el mensaje antimilitarista lo hemos perdido. Sigo creyendo que el país es mayoritariamente antimilitarista, pero hay un reducto duro que continúa, mientras se disparan los presupuestos para el Ejército».

En el coloquio hubo quien dijo que «ser militar lo asocia a tarado». También se criticó la Ley Mordaza municipal y se dijo que la represión es hoy mayor en la calle que entonces. Hubo consenso en que la imagen del Ejército ha mejorado con 'las intervenciones humanitarias' o el rescate de automovilistas atrapados por la nieve en una autopista. Las campañas de imagen continuarán, se dijo, pero nadie de los asistentes cree que a estas alturas el Gobierno pretenda volver a implantar el servicio militar obligatorio, aunque sea por un mes, como ha propuesto Macron en Francia.

«Los militares serán los primeros en rechazarlo. Están muy bien como están», se dijo.