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domingo, 3 de diciembre de 2017

Cataluña después de la tormenta


Por TOMÁS IBÁÑEZ

Todo lo que se construya desde abajo es bueno... a no ser que se eleve sobre unos pedestales preparados desde arriba...

Cuando está a punto de empezar la campaña electoral y volvemos a contemplar el insufrible espectáculo de la competición entre partidos para cosechar el máximo número de votos, quizás sea buen momento para hacer balance del intenso periodo de enfrentamiento entre el Gobierno y el Estado Español, por una parte, y el aspirante a ser un Estado catalán, por otra. Un enfrentamiento en el que sectores revolucionarios, así como bastantes anarquistas y anarcosindicalistas, se involucraron al considerar que había que tomar partido, que era necesario estar allí donde estaba el pueblo, y que era preciso optar por luchar.

Hoy, la cuestión ya no consiste en saber si tenía sentido colaborar, desde posturas libertarias, con un proyecto cuya finalidad última era la creación de un Estado, ni si era coherente entrar en la contienda liderada por el nacionalismo catalán. Ahora, se trata más bien de saber si la parte del movimiento anarquista que se involucró en esa batalla va a valorar los pros y contras de su andadura, o si, por lo contrario, va a elaborar un relato que le permita justificar su participación en la contienda, buscando la confirmación de que, finalmente, hizo lo más adecuado en una situación ciertamente compleja.

Lo cierto es que los principales argumentos de ese relato ya se están perfilando y apuntan a una mitificación de determinados eventos, magnificándolos en grado sumo. Si se tratase de una simple disparidad en cuanto a la apreciación subjetiva de esos eventos, el tema no sería preocupante, su relevancia radica en que cuando nos engañamos a nosotros mismos acerca de como ha sido el camino que hemos recorrido engendramos una serie de puntos ciegos que enturbian nuestra percepción de como, y por donde, seguir avanzando.

Ese relato recoge el hecho cierto de que el desafío catalán presentaba unas facetas capaces de motivar la participación de quienes se muestran disconformes con el statu quo existente. En efecto, el conflicto desencadenado en Cataluña movilizaba a quienes deseaban avanzar hacia una sociedad más justa y más libre, con tintes de democracia participativa, acompañados de algunas pinceladas anticapitalistas, y se oponían, por mencionar tan solo algunos problemas:

— al Régimen del 78, a los vergonzantes pactos de la Transición, a la Monarquía, a la monopolización bipartidista del poder político, y a la sacralización de la Constitución.

— al gobierno derechista y autoritario de un Partido Popular corrupto y empeñando en recortar derechos sociales y libertades.

— a la represión policial y a la violencia de sus intervenciones.

— a las trabas contra la libre autodeterminación de los pueblos.

Quienes se involucraron en la lucha tienen razón en señalar la pluralidad de los aspectos que justificaban su participación, sin embargo, se auto-engañarían si no reconocieran, al mismo tiempo, que las riendas de la batalla contra el Estado español estaban totalmente en manos del Govern y de sus asociados nacionalistas (ANC y Ómnium Cultural), con el único objetivo de forzar la negociación de un nuevo reparto del Poder, y de conseguir, a plazo, el reconocimiento del Estado catalán.

También se auto-engañarían si no se percatasen que el carácter políticamente, y no solo socialmente, transversal del conflicto catalán respondía, en buena medida, a la necesidad absolutamente imperativa que tenían los artífices y dirigentes del embate contra el Estado español de construir la única arma capaz de conferirles cierta capacidad de resistencia frente a su potente adversario, a saber: la magnitud del respaldo popular en la calle, donde era vital congregar tantos sectores como fuese posible y, por lo tanto, muchas sensibilidades dispares.

El relato justificativo que está apareciendo descansa fuertemente sobre la mitificación de las jornadas del 1 y del 3 de octubre, y pasa por la sobrevaloración de la capacidad de autoorganización popular que se manifestó en torno a la defensa de las urnas.

No cabe la menor duda de que el 1 de octubre fue un éxito considerable, no solo por la enorme afluencia de votantes, en una cifra imposible de verificar, sino porque se burlaron todos los impedimentos levantados por el Gobierno. Sin embargo, nos engañamos a nosotros mismos cuando pasamos por alto que si tantas personas acudieron a las urnas fue también porqué así lo pidieron las máximas autoridades políticas del país, desde el Gobierno catalán en pleno, hasta la alcaldesa de Barcelona, pasando por más del 80% de los alcaldes de Cataluña.

Es totalmente cierto que se desobedecieron las prohibiciones del Gobierno español, pero no conviene ignorar que se obedecieron las consignas de otro gobierno y de muchos cargos institucionales.

La mitificación del 1 de octubre se basa también en magnificar la capacidad de autoorganización del pueblo en defensa de las urnas, olvidando que, paralelamente a las encomiables muestras de autoorganización, también se contó, en toda la extensión del territorio catalán, con la disciplinada intervención de miles de militantes de los partidos y de las organizaciones comprometidas con la independencia (desde ERC a la CUP, y desde la ANC a Ómnium Cultural). Poner el acento sobre los incuestionables ejemplos de autoorganización no debería ocultar por completo la verticalidad de una organización que contó con personas entrenadas durante años a cumplir escrupulosamente y disciplinadamente en las manifestaciones del 11 de septiembre las instrucciones recibidas desde los órganos dirigentes de las organizaciones independentistas.

Ya sabemos, aunque solo sea por propia experiencia, que la desobediencia frente a la autoridad, el enfrentamiento con la policía, y la lucha colectiva contra la represión, procuran sensaciones intensas e imborrables que tejen fuertes lazos solidarios y afectivos entre unos desconocidos que se funden repentinamente en un «nosotros» cargado de significado político y de energía combativa. Eso forma parte del legado más precioso de las luchas, y justifica ampliamente que las valoremos con entusiasmo, sin embargo, no debería servir de excusa para que nos engañemos a nosotros mismos. Pese a que supuso un fracaso estrepitoso para el Estado español, el 1 de octubre no marca un antes y un después, y no reúne las condiciones para pasar a la historia como uno de los actos más emblemáticos de la resistencia popular espontánea, y nos auto-engañamos si así lo creemos.

El 3 de octubre fue, también, un día memorable donde se consiguió paralizar el país y llenar las calles con cientos de miles de manifestantes. Sin embargo, si no queremos auto-engañarnos y mitificar ese evento, debemos admitir que la huelga general, por mucho que los sindicatos alternativos la impulsaran con eficacia y entusiasmo, nunca hubiese alcanzado semejante éxito de no haber sido porque la «Mesa por la Democracia»(compuesta por los sindicatos mayoritarios, por parte de la patronal, y por las grandes organizaciones independentistas) convocó un «paro del país», y porque el Govern respaldó ese paro del país cerrando sus dependencias y asegurando que no aplicaría la retención de sueldo a los huelguistas.

La constante y multitudinaria capacidad de movilización demostrada por amplios sectores de la población catalana en los meses de septiembre y de octubre ha hecho aflorar la tesis de que el Govern temió perder el control de la situación. Es cierto que el miedo desempeñó un papel importante en la errática actuación del Govern durante esos meses, pero no fue el miedo a un eventual desbordamiento promovido por los sectores más radicales de las movilizaciones el que explica las múltiples renuncias de las autoridades catalanas, sino la progresiva toma de consciencia de que no conseguirían doblegar finalmente a su adversario y que este disponía de los suficientes recursos de poder para penalizarlas severamente.

Un tercer elemento que ciertos sectores libertarios, algunos de ellos involucrados en los Comités de Defensa de la República, están mitificando tiene que ver con la perspectiva de construir una República desde abajo.


Quizás porque he vivido durante décadas en una República (la francesa), quizás porque mis progenitores nunca lucharon por una República, sino por construir el comunismo libertario, y tuvieron que enfrentarse a las instituciones republicanas, no alcanzo a ver la necesidad de situar bajo el paraguas republicano el esfuerzo por construir una sociedad que tienda a hacer desaparecer la dominación, la opresión y la explotación.

No alcanzo a entender la razón por la cual debemos acudir a unos esquemas convencionales, que solo parecen poder distinguir entre Monarquía, por una parte, y República, por otra. Conviene repetir que luchar contra la Monarquía no tiene porque implicar luchar por la República, y que no hay que referenciar nuestra lucha en la forma jurídico-política de la sociedad que queremos construir, sino en el modelo social que propugnamos (anticapitalista, y beligerante contra cualquier forma de dominación). El objetivo no debería expresarse en términos de «construir una república desde abajo», sino en términos de «construir una sociedad radicalmente libre y autónoma».

Por eso me parece interesante retomar aquí la expresión utilizada por Santiago López Petit en un reciente texto :


cuando dice: «Desde una lógica de Estado (y de un deseo de Estado) nunca se podrá cambiar la sociedad», pero insistiendo, por mi parte, en que tampoco se cambiará la sociedad desde cualquier «deseo de República».

Por supuesto, tras la tempestad que ha sacudido Cataluña estos últimos meses no deberíamos dejar que le suceda la calma chicha. Es preciso trabajar para que no se desperdicien las energías acumuladas, para que no se desvanezcan las complicidades establecidas, y para que no se marchiten las ilusiones compartidas. Se trata de no partir desde cero otra vez, sino de utilizar lo hecho para proseguir en otro «hacer» que evite la diáspora militante. Recomponer fuerzas no es tarea fácil, pero para conseguirlo es imprescindible recapacitar acerca de los errores cometidos y, sobre todo, no engañarnos a nosotros mismos magnificando los momentos más espectaculares de las luchas y sobrevalorando algunos de sus aspectos los más positivos.

Por supuesto, sea anarquista o no, cada persona es libre de introducir una papeleta en una urna si así lo desea, sin embargo, lo último que nos faltaría a estas alturas sería que los anarquistas se involucrasen, aunque solo fuese indirectamente en la actual contienda electoral catalana pensando que esa es la forma de mantener viva la esperanza de un cambio revolucionario, o, más prosaicamente, considerando que esa es la forma de avanzar hacia el punto final del Régimen del 78. López Petit lamenta en su texto, antes citado, que en lugar de aceptar participar en unas elecciones impuestas, los partidos políticos no hayan optado por «sabotearlas mediante una abstención masiva y organizada». Esa es, a mi entender, la opción que los sectores libertarios deberían adoptar, y llevar a la practica, de cara al 21 de diciembre.

Barcelona, 1 diciembre 2017.

domingo, 20 de diciembre de 2015

CNT, las elecciones y la abstención activa


Por CNT

Las elecciones de este 20 de diciembre representan un momento importante en el proceso de movilizaciones que se inició en 2011. Por eso ha llegado la hora de que la izquierda en general adopte una sana dosis de realismo. Hay que poner los pies en la tierra y reconocer que no existe una vía fácil ni rápida a la transformación social que muchos buscamos. La evidencia histórica es abrumadora en este sentido: después de siglo y medio de experimentos y propuestas de todo cuño, ninguno de los muchos partidos que se han presentado a las elecciones con propuestas de cambio social (¡y mira que son!) ha logrado sus objetivos a través de las instituciones. Ni siquiera cuando han alcanzado el poder, han conseguido por sí solos (esto es, sin una fuerte movilización que les apoye en la calle) realizar ninguna de las modificaciones que se proponían de partida. Efectivamente, la historia demuestra que la vía institucional, la participación en elecciones y la ostentación de cargos, no son en absoluto formas de consolidar la capacidad política conseguida mediante la movilización y la participación, sino al contrario, la mejor manera de dilapidarla. Ejemplos hay muchos, desde el propio PSOE, que lleva desde 1879 causando vergüenza ajena, hasta el más reciente ejemplo de Syriza en Grecia. Ganar unas elecciones no es fácil, de por sí, pero incluso cuando se consigue, el camino a las transformaciones que se proponen sigue sin estar despejado.

No, no existe una vía rápida a la transformación social y, desde luego, ésta no pasa por las instituciones. Hay que ser realistas y reconocerlo así. Nunca han faltado propuestas de cambio de todo tipo, desde las simples llamadas a la regeneración democrática o contra la corrupción hasta planes para acabar con el capitalismo. Y sin embargo, se han visto incapaces, por sí mismas, de salir del anonimato político o de tener la fuerza suficiente para imponer estas modificaciones a un sistema que se resiste a toda alteración, aunque sólo sea por inercia social. A nivel global se puede comprobar que, cuando algún partido rupturista ha despuntado, lo ha hecho aupado por una extensa movilización en las calles o por lo menos gracias a un clima político participativo. Sólo cuando existe una potente fuerza externa al propio sistema electoral democrático, puede aparecer un actor social con capacidad de romper las dinámicas complacientes e inherentemente conservadoras del parlamentarismo. Los partidos políticos que surgen o medran al calor de las movilizaciones y las protestas son entes parasitarios que se nutren de esa fuerza. El panorama reciente en España es buena prueba de ello.

A partir de ese instante, la vía institucional, lejos de suponer una extensión de la capacidad política conseguida por la participación directa, es la manera más segura de desperdiciarla. Quienes aseguran, por ejemplo, que la movilización muere en sí misma y que es necesario encauzarla hacia las instituciones para que consiga cosas concretas, toman la parte por el todo. El primer logro de las movilizaciones es, a menudo, el cambio de paradigma político que les permite plantearse siquiera «asaltar los cielos». Después, este tipo de argumentos parte de la base de que conseguir representación parlamentaria o cargos municipales es un triunfo en sí mismo. Este juego de trileros hurta los logros de la participación política directa, mediante la movilización, y los sustituye por el espejismo de la presencia institucional, ensalzada como victoria, independientemente de su efectividad posterior. Pero a su vez, esta dinámica tiene el efecto perverso de erosionar la propia movilización de la que se nutre. Por eso los partidos rupturistas acaban perdiendo su base, al cabo del tiempo, una vez que entran en el juego parlamentario. Por un lado, el funcionamiento de la democracia electoralista les exige renunciar a sus propios fundamentos para llegar a un número mayor de votantes. Por otro, encauzan la fuerza transformadora de la movilización hacia el engranaje parlamentario: todo se supedita al esfuerzo electoral e institucional, con lo que se desinfla la participación y, a largo plazo, desaparece la base de apoyo que permitió al partido en cuestión romper la barrera de la representación. Es decir, mal que les pese a algunos, estas dos estrategias no son compatibles, porque la institucionalista acaba fagocitando a la de la participación directa.

Eso no quiere decir, desde luego, que apostar por la movilización sea un camino de rosas. No cabe duda de que la vía de la participación directa presenta enormes dificultades, que en buena medida no se han sabido resolver. Es cierto que entre salir a la calle a manifestarse, sin más, y constituir un sujeto político y social colectivo media un abismo, que a menudo ha sido infranqueable. Pero si acaso, esto debe ser un acicate más para dotarnos de herramientas teóricas y prácticas que nos permitan completar este proceso y aprovechar las enormes fuerzas que desata la movilización y la participación masiva. No se trata, en ningún caso, de mantener una movilización de forma indefinida, como alternativa al parlamentarismo, algo imposible a la par que fútil, sino de asentar las bases de la transformación social mediante la constitución de este sujeto político colectivo. Algo que sólo puede surgir en el seno de la movilización y que la agota, superándola, al ponerle un plazo limitado de realización. Eso sí es salir a ganar.

En cierto modo, es comprensible que muchos de quienes alientan estas luchas, frente a las enormes dificultades que plantea este proceso, se dejen cautivar por los cantos de sirena de los institucionalistas y su discurso prefabricado sobre las limitaciones de la participación directa. Pero teniendo en cuenta que, a juzgar por la experiencia histórica global, tampoco el electoralismo es garantía de nada, más nos valdría conservar la potencia de la movilización corriendo por sus propios cauces, antes que dirigirla hacia unas instituciones en las que se sabe de antemano que va a desparecer. No, tampoco la movilización es una vía rápida o sencilla hacia el cambio, pero por lo menos es la única que no aboca a un callejón sin salida.

Dejando aparte estos argumentos generales, estas elecciones son, como decíamos al principio, especialmente importantes en el contexto español, porque representan un punto de inflexión en la dinámica social. Al ser ésta la última votación en un ciclo electoral extenso que parece alargarse desde las europeas de 2014, va a ser el momento a partir del cual comprobaremos si se retoma la agitación social que habíamos vivido hasta entonces, o si por el contrario se ha cerrado el ciclo y nos esperan otras tres décadas de paz social. Independientemente del resultado que arrojen las urnas, algo hasta cierto punto indiferente, esta dicotomía va a ser la que de verdad va a definir el clima político de los próximos años. Evidentemente, que las dinámicas sociales se dirijan en un sentido u otro va a depender de muchos factores, ninguno de los cuales es controlable a priori. Pero por lo que a nosotros respecta, como CNT, podemos asegurar que nuestra apuesta sigue firme por la participación directa, por la construcción de una verdadera alternativa, basada en la autogestión, la acción directa y la reivindicación de nuestro estatuto de clase obrera combativa.

Por ello, os invitamos a tod@s a empezar 2016 ya en diciembre, como un año de reconstrucción de los movimientos sociales, de recuperación de todos los derechos que hemos perdido los trabajadores y las trabajadoras en estos últimos tiempos. Os invitamos a no votar a nadie en las elecciones y a participar, en cambio de todas las luchas reivindicativas, para recuperar ese gigante dormido que somos todas cuando salimos a la calle. El primer paso es, como acto consciente, ejercer la abstención activa. Por aquí sí empieza el cambio.

lunes, 26 de mayo de 2014

CNT alerta del riesgo de desmovilización social tras las elecciones europeas



Los resultados obtenidos en las Elecciones Europeas de 2014 muestran un fracaso rotundo de las políticas neoliberales que han regido la política europea en las últimas décadas. Como ejemplo, en el Estado español, los grandes partidos que se alternan en el Gobierno, han sufrido un descenso de más de 5 millones de votantes.

Aún así, la opción mayoritaria ha sido la abstención, que ha supuesto más de la mitad del censo electoral, fiel reflejo de que la ciudadanía está cansada de falsas promesas y nulos resultados.

El delegacionismo político ha generado un panorama político lamentable que ha dado lugar a que en países como Francia la extrema derecha esté alcanzando cotas de representatividad alarmantes y el auge de pequeños partidos políticos de izquierda, que al amparo de la crisis financiera que principalmente están acusando los países del sur, lanzan sus peroratas mesiánicas con las que intentan autoafinanciarse como salvadores del pueblo y de la verdadera democracia.

Si estos nuevos partidos de izquierda consiguen desmovilizar a las personas que luchan en la calle, le habrán hecho un gran favor a la Banca y a las grandes empresas, los candidatos que siempre ganan en las elecciones.

Es cada vez más palpable que los trabajadores y trabajadoras en Europa (y en el resto del mundo) necesitan organizarse al margen de partidos políticos que sólo buscan rentabilidad electoral y que representan un modelo que de sobra ha mostrado su ineficacia para solventar nuestros problemas.

En palabras de Ricado Mella:

«Vota, si, vota; pero escucha. Tu primer deber es salir de aquí y seguidamente actuar por cuenta propia. Ve y en cada barrio abre una escuela laica, funda un periódico, una biblioteca; organiza un centro de cultura, un sindicato, un círculo obrero, una cooperación, algo de lo mucho que te queda por hacer. Y verás, cuando esto hayas hecho, como los concejales, los diputados y los ministros, aunque no sean tus representantes, los representantes de tus ideas, siguen esta corriente de acción y, por seguirla, promulgan leyes que ni les pides ni necesitas; administran conforme a estas ten­dencias, aunque tu nada les exijas; gobiernan, en fin, según el ambiente por ti creado directamente, aunque a ti maldito lo que te importe de lo que ellos hagan. Mientras que ahora, como te cruzas de brazos y duermes sobre los laureles del voto-providencia, concejales, diputados y ministros, por muy radicales y socialistas que sean, continuarán la rutina de los discursos vacíos, de las leyes necias y de la administración cominera. Y suspirarás por la instrucción popular, y conti­nuarás tan burro como antes, clamarás por la libertad y tan amarrado como antes a la argolla del salario seguirás, de­mandarás equidad, justicia, solidaridad, y te darán fárragos y más fárragos de decretos, de leyes, reglamentos, pero ni una pizca de aquello a que tienes derecho y no gozas porque ni sabes ni quieres tomártelo por tu mano.

»¿Quieres cultura, libertad, igualdad, justicia? Pues ve y conquístalas, no quieras que otros vengan a dártelas. La fuerza que tú no tengas, siéndolo todo, no la tendrán unos cuantos, pequeña parte de ti mismo. Ese milagro de la polí­tica no se ha realizado nunca, no se realizará jamás. Tu emancipación será tu obra misma, o no te emanciparás en todos los siglos de los siglos. "Y ahora ve y vota y remacha tu cadena".»

Solidaridad Obrera, Gijón, 25-XII-1909

Secretariado Permanente del Comité Confederal de CNT

viernes, 11 de noviembre de 2011

Texto de la CNT de Toledo y el Ateneo Genaro Seguido a favor de la abstención activa




Otra vez nos llaman a votar. Mientras el paro, la pobreza y la miseria asolan al mundo como una pandemia, todos los partidos, grandes y pequeños, ponen en marcha su campaña para vendernos la fórmula mágica que nos solucionará la vida al módico precio de un voto.


Miles de promesas electorales embaucadoras intentarán abrirnos el apetito hacia ese nuevo paraíso terrenal que llevan prometiéndonos desde 1975 y que cada día se parece más a un auténtico infierno. Nos dirán que echar un voto a una urna y callar es la máxima expresión de nuestra libertad. Y luego a volver a nuestros hogares lapidados de hipotecas que no podemos pagar, a saludar a nuestra familia, a nuestras deudas, a seguir arrastrando la cadena perpetua al desempleo, la inestabilidad laboral, o, con suerte, un trabajo con un miserable salario.

No nos engañemos. Las grandes decisiones políticas que nos afectan, las deciden grandes multinacionales, bancos y grupos de poder que manejan en mundo (FMI, Banco Mundial, Comisión Trilateral, etc), poniendo y quitando gobiernos según sus intereses. A los ciudadanos solo nos dejan el “derecho” a elegir la mascara con la que estos grupos de poder nos gobernaran durante 4 años, sin que en ningún momento vean en peligro sus poderes y privilegios. No te engañes, no vives en una democracia sino en una dictadura empresarial capitalista. Las últimas noticias relacionadas con Grecia, Italia e incluso España, demuestran que toda la ola de recortes sociales y ataques a los/as trabajadores/as, han sido ordenadas por estos grupos.

Por todo ello votar el 20 de Noviembre significa votar sí a que todo siga igual, sí a dejar nuestras vidas en manos de otras personas, sí a la pasividad, sí a la fe en este sistema, sí, en definitiva, a la falta de libertad real porque nos creemos que somos tan incapaces de decidir el rumbo de nuestras propias vidas que preferimos dejarla en otras manos, aún a costa de que nos pisoteen, nos roben, nos manipulen o nos maten de hambre.

No somos engranajes inútiles. Podemos gestionar nuestras propias vidas y decidir sobre ellas. Existe otra forma de cambiar las cosas, otra forma que realmente nos implica con nuestras preocupaciones, deseos e inquietudes. Es de esta alternativa de la que queremos hablarte, y esta alternativa es la ABSTENCIÓN ACTIVA.

Nosotros y nosotras defendemos la única vía posible en estos casos: la Abstención Activa, es decir, la abstención por convencimiento propio. Un convencimiento que deriva directamente del rechazo a la llamada “legalidad democrática”. No queremos legitimar este sistema inhumano que nos está robando la vida y por ello denunciamos los mecanismos de representación que el Estado y el Capital establecen para generar la falsa ilusión de que vivimos en una sociedad democrática. Denunciamos el parlamentarismo como un pilar básico de este sistema capitalista y por ello nos abstenemos activamente en todos los procesos electorales que supongan una delegación del poder político de los trabajadores y trabajadoras. No votamos ni en las elecciones políticas ni en las sindicales, porque no queremos que ningún político o liberado hable por nosotros y nosotras. No queremos perder nuestra voz. Creemos en la autogestión y entendemos que ésta también es posible a nivel político. Nosotras y nosotros optamos por una forma de organizarnos donde seamos nosotros/as quienes, de igual a igual, participemos de forma activa y consciente en la toma de decisiones, y sabemos que esto la democracia parlamentaria nunca nos lo podrá ofrecer.

No dejes que te confundan. El problema no es el bipartidismo, sino el sistema parlamentario en si mismo. Los grandes partidos sólo hacen lo que los pequeños aún no pueden hacer.

No te preguntes qué vas a hacer el 20 de Noviembre. Pregúntate qué vas a hacer durante cada día los próximos cuatro años.

¡Que no, que no, que no nos representan! Ni los grandes ni los minoritarios ni la farsa del voto en blanco.

Organízate asambleariamente.

Organízate en la CNT-AIT.

jueves, 3 de noviembre de 2011

En tiempo de elecciones

Por Errico Malatesta




Luis.- ¡Buen vino es éste, amigo!

Carlos.- Psch, no es malo ... pero sí es caro.

Luis.- ¿Caro? ¡Seguramente! Con tanto impuesto y con tantas contribuciones como se pagan al gobierno y al municipio, el litro viene a costar el doble de lo debido. ¡Y si fuese tan solo el vino! El pan, la carne, la casa todo cuesta un ojo de la cara; y si el trabajo falta no se puede pagar ni aún lo más necesario. En fin, que no hay modo de poder vivir.

Sin embargo todo el mal viene de nosotros mismos. Si nosotros quisiéramos, todo se podría remediar. Precisamente, ahora es la ocasión para poner manos a la obra.

Carlos.- ¿Sí? Veamos, veamos cómo.

Luis.- Es una cosa muy sencilla. ¿Eres elector?

Carlos.- Sí lo soy; pero como si no lo fuera, porque no he de votar.

Luis.- He ahí el mal. ¡Y después nos lamentamos! ¿No comprendes que tú mismo eres tu propio asesino y el de tu familia? Tú eres uno de tantos que por su indolencia y su rebajamiento merecen la miseria en que yacen. Y todavia es poco. Tú ...

Carlos.- Bueno, bueno, no te sobresaltes. A mí me gusta razonar y no quiero más que ser convencido. ¿Pero qué conseguiría si fuese a votar?

Luis.- ¡Cómo! ¿Qué necesidad hay de razonar tanto? ¿Quiénes hacen las leyes? ¿No son los diputados y los ministros? Así pues, si eligiéramos buenos diputados y buenos concejales, habría buenos ministros y buenos municipios y, en consecuencia, serían mejores las leyes, se rebajarían las contríbuciones, se suprimirían impuestos tan odiosos como el de consumo, sería protegido el trabajo y, por ende, la miseria en que vivimos no sería tan espantosa.

Carlos.- ¡Buenos diputados, buenos ministros y buenos concejales! ¡Bonito canto de sirena! Se necesita estar sordo y ciego para no comprender que todos son lo mismo. Como tú, hablan todos los que tienen necesidad de ser elegidos. Todos buenos, todos democráticos; nos pasan la mano por el lomo, llaman a nuestras compañeras para saludarlas, a nuestros niños para besarlos; nos prometen ferrocarriles, puentes, agua potable, trabajo, pan a buen precio, protección del Estado ... todo lo que se quiera. Y después, si te he visto no me acuerdo. Una vez elegidos, adiós promesas. Nuestras compañeras y nuestros hijos pueden morirse de hambre; nuestro país puede verse asolado por las fiebres y toda clase de calamidades; el trabajo se paraliza y pan falta para la mayor parte, y el hambre, la miseria, hacen estragos por doquier. ¡Pero qué! El diputado no se ocupa para nada de nuestros desastres. Para estas cosas está la policía. Para otro año se reanudará la burla. Por el momento, pasada la fiesta, engañado el santo. ¿Y sabes? El partido político, el color político, nada importa; todos. todos son iguales. La única diferencia es que los unos se nos presentan cínicamente como son, mientras que los otros nos llevan con su charla adonde quieren, haciéndose pagar banquetes y otras zarandajas.

Luis.- Perfectamente; mas. ¿por qué elegir a los burgueses? ¿No sabes que los burgueses viven del trabajo de los demás? ¿Y cómo quieres que piensen en hacer el bien del pueblo? Si el pueblo fuera libre, se habria concluido la cucaña política para esos caballeros del bien vivir. Verdad es que si quisieran trabajar estarían aún mejor, pero esto no lo entienden; no piensan más que en sacar cuanto pueden la sangre del pobre pueblo.

Carlos.- ¡Oh! Ahora sí que empiezas a hablar bien. Solamente los burgueses o los que quieren ser diputados para llegar a ser burgueses, se ocupan de los burgueses.

Luis.- Pues bien, evitemos esto. Nombremos diputados a los amigos probados, consecuentes, diputados populares, y así estaremos seguros de no ser engañados.

Carlos.- ¡Eh. alto! No hay tantos de esos amigos probados. Pero ya que eres curioso nombremos, nombremos esos diputados ¡como si tú y yo pudiéramos nombrar a quien mejor nos pareciera!

Luis.- ¿Tú y yo? No se trata únicamente de nosotros dos. Es cierto, ciertísimo, que nosotros dos nada podemos hacer; pero si cualquiera de nosotros se esforzase por convertir a los demás, y éstos procedieran como nosotros, pronto contaríamos con la mayoría de los electores y podríamos elegir el diputado que mejor nos pareciera. Y si lo que nosotros hiciéramos aquí lo hicieran en los demás colegios electorales, llegaríamos a tener de nuestra parte la mayoría del parlamento y entonces ...

Carlos.- Y entonces vuelta a la cucaña política para los que fueran al parlamento ... ¿no es verdad?

Luis.- Pero...

Carlos.- ¿Pero me tomas como cosa de juego? ¡Qué mal vas! No parece sino que ya cuentas con la mayoría y todo lo arreglas a tu antojo.

La mayoría, amigo, la tienen los que mandan, la tienen siempre los ricos. Ahí tienes un pobre diablo, un labrador con su mujer enferma y cinco hijos chiquitillos; anda y persuádele de que debe sufrir los rigores de la miseria, de que debe consentir en verse en medio de la vía pública como un perro vagabundo, no sólo él sino también los suyos, por el placer de dar el voto a quien no sea del gusto del burgués. Anda y convence a todos los que el burgués puede hacer morir de hambre cuando le plazca.

Desengáñate: el pobre nunca es libre; y por tanto no sabría por quien votar. Y si supiera y pudiera, aún tendría necesidad de votar a sus señores. Así tendrían éstos lo que desean, y buenas noches.

Lo mismo en el campo que en la ciudad, el trabajador es esclavo del que manda o del que más tiene. En nuestros villorrios, en nuestras aldeas, en los más reducidos lugares, el cacique es dueño y señor de todos los electores. Un simple alcalde de barrio tiene más poder en una aldea que un banquero en la ciudad. La sola presencia de un representante de la tiranía, se lleva por delante a todos los electores habidos y por haber.

Por desgracia, nuestros compañeros del campo se ven obligados a votar por quien manda el cacique, o el alcalde, o el que les presta a un interés usurario algún dinero.

En las poblaciones grandes o pequeñas, el obrero industrial está totalmente supeditado al fabricante, al maestro; y cuando no al médico, o al abogado, al notario, al casero, hasta al tendero de aceite y vinagre. Ve y diles que voten, y contestarán que desgraciadamente han de votar, quieran o no, por quien les manden.

¡Pobre del que se atreve a tener opiniones propias!

Luis.- Sin duda la cosa no es fácil. Se necesita trabajar, propagar para hacer comprender al pueblo cuáles son sus derechos y animarle a afrontar la ira de los burgueses. Necesitamos unirnos, organizarnos para impedir a los burgueses que coarten la libertad de los trabajadores, arrojándoles a la calle cuando no siguen sus consejos.

Carlos.- ¿Y todo esto para votar por don Fulano o don Mengano? ¡Qué simple eres! Sí, todo lo que dices debemos hacerlo, pero de un modo distinto: debemos hacerlo para que el pueblo comprenda que cuanto hay en el mundo es suyo y se le roba; y que por tanto tiene el derecho, y si se quiere hasta la fuerza, de arrebatarlo, y de arrebatarlo o recuperarlo por sí mismo, sin esperar gracias de nadie.

Luis.- Pero, en fin, ¿cómo hacerlo? Alguno ha de dirigir al pueblo, organizar las fuerzas sociales, administrar justicia y garantizar la seguridad pública.

Carlos.- No, no. Nada de eso.

Luis.- ¿Y cómo entonces? ¡El pueblo es tan ignorante!

Carlos.- ¿Ignorante? El pueblo lo es, en verdad, porque si no lo fuera, pronto enviaría a paseo toda la jerigonza gubernamental. Pero yo creo que tus propios intereses te lo harán pronto comprender. Si dejáramos al pueblo obrar por su cuenta, arreglaría sus cosas mejor que todos los ganapanes que, con el pretexto de gobernarlo, lo explotan y tratan como a una bestia.

Es curioso lo que te ocurre con esta historieta de la ignorancia popular. Cuando se trata de dejar al pueblo que haga lo mejor que le parezca, dices que no tiene capacidad ninguna; cuando, por el contrario, se trata de hacerle nombrar diputados, entonces se le reconoce ya una cierta capacidad ... y si nombra alguno de los nuestros, entonces se le atribuye una sapiencia estupenda ...

¿No es cien veces más fácil administrar cada uno por sí mismo lo que le pertenezca, que encontrar uno que sea capaz de hacerlo por otro? No sólo, en este último caso, se necesita conocer cómo había de hacerse todo para juzgar la idea del que se escogiese, sino también saber discernir la sinceridad, el talento y las demás cualidades del que solicitare nuestros votos. ¿Y si el diputado quisiera servir sinceramente nuestros intereses, no debería preguntar por nuestra opinión, indagar nuestros deseos, acatar nuestras decisiones? Y entonces, ¿por qué dar a nadie el derecho de obrar a su antojo y de engañarnos y traicionarnos si bien lo juzga?

Luis.- Pero como los hombres no pueden hacerlo todo por sí mismos, como no sirven para todo, de aquí la necesidad de que alguno cuide de la cosa pública y arregle los asuntos de la política.

Carlos.- Yo no sé qué es lo que tú entiendes por política. Si entiendes que es el arte de engañar al pueblo y robarle haciéndole gritar lo menos posible, persuádete de que haríamos nosotros mismos otra cosa. Si por política entiendes el interés general, y el modo de hacerlo todo de acuerdo con la mayor ventaja para cada uno, entonces es una cosa de la que debemos ocuparnos y entender todos, como todos, por ejemplo, sabemos acudir a la mesa de un café sin incomodarnos los unos con los otros, divirtiéndonos sin molestia para nadie. ¡Qué diantre! No parece sino que hasta para sonarnos habríamos de necesitar un especialista y darle por añadidura el derecho de arrancarnos la nariz, si no nos sonábamos a su gusto.

Por lo demás, se comprende que el zapato debe hacerlo el zapatero y la casa el albañil. Pero nadie sueña en dar al zapatero y al albañil el derecho de gobernarse, administrarse ... Pero volvamos al asunto.

¿Qué han hecho a favor del pueblo los que han ido y van al parlamento y al municipio para hacer el bien general? ¿Y, aún los mismos socialistas, se han mostrado mejores que los demás? Nada, lo que te he dicho, todos son iguales.

Luis.- ¿También la emprendes con los socialistas? ¿Qué quieres que hagamos, si verdaderamente no podemos hacer nada? Somos pocos, y aunque en algún municipio tengamos mayoría, estamos completamente sitiados por las leyes y la influencia de la burguesía que nos ata de pies y manos.

Carlos.- ¿Y por qué vais entonces a votar? ¿Por qué insistís, si no podéis hacer nada? Será porque los elegidos podrán hacer algo para sí mismos, en su provecho propio.

Luis.- Dispensa un momento: ¿Eres anarquista?

Carlos.- ¿Qué te importa lo que soy? Escucha lo que digo, que si ves que mis argumentos son buenos, apruébalos, si no, combátelos y trata de convencerme. Sí, soy anarquista, ¿y qué?

Luis.- ¡Oh, nada! Yo tengo mucho gusto en discutir contigo. También yo soy socialista, pero no anarquista, porque me parece que tus ideas son demasiado avanzadas. Mas, comprendo que en muchas cosas tienes razón. Si hubiera sabido que eras anarquista, no te hubiera dicho que por medio de las elecciones y del parlamento puede obtenerse el bien deseado, porque mientras seamos pobres, serán siempre los ricos los que confeccionen las leyes, y las harán siempre en provecho propio.

Carlos.- ¡Pero tú eres, entonces, un embaucador! ¡Cómo! ¿Sabes la verdad y predicas la mentira? Cuando no sabías que yo era anarquista, decías que eligiendo buenos diputados y buenos concejales se convertiría la Tierra en un verdadero paraíso; ahora que ya sabes lo que soy y que no puede engañárseme en un dos por tres, dices que con el parlamentarismo nada se puede conseguir. ¿Por qué entonces, quebrarme la cabeza con la propaganda de las elecciones? ¿O es que te pagan para engañar a los infelices trabajadores? Sin embargo, yo sé que eres un buen obrero, que eres de los que viven a fuerza de mucho esfuerzo. ¿Por qué, entonces, engañas a tus compañeros haciéndoles que favorezcan los intereses de cualquier renegado, que con la excusa del socialismo lo que busca es darse tono de señor, de gran señor, de gran burgués?




Luis.- No, no, amigo mío. No me juzgues tan mal. Si yo procuro que lo obreros voten, es en interés de la propaganda solamente. ¿No comprendes cuántas ventajas tiene para nosotros el que haya alguno de los nuestros en el parlamento? Puede hacer la propaganda mejor que cualquier otro, porque viaja como le parece y sin que la policía le estorbe mucho; además, cuando habla en la Cámara, todo el mundo se ocupa de las ideas socialistas y las discute. ¿No es eso propaganda? ¿No vamos ganando siempre algo?

Carlos.- ¡Y para propagar te conviertes en agente electoral! ¡Bella propaganda la tuya! Anda, ve y dile a las gentes que todo han de esperarlo del parlamento, que la revolución no conduce a nada, que el obrero no tiene otra cosa que hacer más que depositar un pedazo de papel en la urna y esperar con la boca abierta a que caiga el maná del cielo. ¡Bonita, magnífica, sublime propaganda!

Luis.- Tienes razón, pero ¡qué hacer! ¿Cómo decir a los trabajadores que no se puede esperar nada del parlamento, que los diputados para nada sirven, y propagarles luego que deben votar? Dirían que los tomamos como juguetes.

Carlos.- Bien sé que se necesita algo para decidir a la gente a que vote y elija diputados. Y no sólo se necesita hacer algo, sino también prometer mucho que no se ha de poder cumplir; se necesita hacer la corte a los señores, ser benévolo con el gobierno, encender una vela a San Miguel y otra al diablo, y burlarse de todos. Si no, no se es elegido. ¿Y a qué me vienes a hablar de propaganda, si todo lo que hacéis es contrario completamente a ella?

Luis.- No digo que no tengas razón; mas, en fin, convén conmigo que es siempre ventaja tener alguno de los nuestros que pueda levantar la voz en la Cámara, y defender las ideas de emancipación del proletariado.

Carlos.- ¿Una ventaja? Para ellos y aún para alguno de sus amigos, no digo que no. Mas para la masa general del pueblo, de ningún modo. ¡Si por lo menos no fuese esto ya evidente hasta la saciedad! Allá va un año tras otro en que hemos sido bastante necios para mandar al parlamento diputados socialistas. Los hay en la Cámara francesa, los hay en la italiana, los hay en la alemana, en la española y en la argentina, en número bastante crecido y ¿qué hemos obtenido? Que los unos se hagan monárquicos, los otros se alíen con los republicanos, y nadie se ocupe de los intereses populares. ¡Pobres obreros republicanos! Creen hacer un gran bien y no reparan en que son miserablemente engañados. Volviendo a nuestro primer asunto, esto es, a lo que hemos obtenido con el nombramiento de diputados socialistas, resulta que éstos eran perseguidos y tratados como malhechores cuando decían la verdad, y hoy son muy estimados de los grandes señores, y el ministro y el consejero les tienden la mano. Y si son condenados es por cuestiones puramente burguesas que nada tienen que ver con la causa del obrero y, por tanto, no tienen excusa. Todos son perros de una misma raza, o como suele decirse, los mismos perros con distintos collares, que acaban siempre por ponerse de acuerdo para roer el hueso popular, para acabar con la sangre del pueblo. ¡No tengas cuidado, que semejantes personajes expongan sus pechos en un movimiento revolucionario!

Luis.- Eres demasiado severo. Los hombres son hombres y, necesariamente, hay que disculpar sus debilidades. Por lo demás, ¿qué se puede decir si los que hemos nombrado hasta ahora, no han sabido cumplir con su deber, o no han tenido valor suficiente para cumplirlo? ¿Quién dijo que elijamos siempre los mismos? Nombremos, pues, otros mejores.

Carlos.- ¡Ya! Y así el partido socialista vendrá a convertirse en una fábrica de embaucadores. ¿Crees tú que no hemos tenido ya bastantes traidores? ¿O es que hay que colocar a los demás en situación de que lo sean? En fin, ¿crees o no crees que el que al molino va, en la harina se le conoce? El que se mezcla con los burgueses, le toma gusto a vivir sin trabajar. Cuanta más gente pase por el poder, tanta más se corromperá. Aunque pasase alguno que tuviera bastante buen temple para no corromperse, sería lo mismo, porque amando la causa popular, no podría oponerse a la propaganda con la esperanza de ser útil más tarde.

Yo creo firmemente en la sinceridad del que, diciéndose socialista, corre todos los riesgos, se expone a perder su jornal, a ser perseguido y encarcelado. En cambio, me inspiran poca confianza los que hacen del socialismo un oficio, que nada hacen que pueda comprometerles, que buscan la popularidad huyendo del peligro, esto es, que saben nadar y guardar la ropa, como suele decirse gráficamente. Me parece que son como los curas, que predican para su santo negocio.

Luis.- Traspasas el límite de lo racional, amigo mío, porque entre los que has insultado, están los que han trabajado y sufrido por la causa común, están los que tienen un pasado ...

Carlos.- No vengas ahora a romperme la cabeza con el pasado. El mismo Crispi ha sido en otros tiempos revolucionario, ha expuesto la piel y ha sufrido como tantos otros. ¿Vamos por esto a respetarlo ahora que se ha convertido en un reaccionario, en un tiranuelo de los más repugnantes?

Esos individuos de quienes hablas son los mismos que deshonran y mancillan su propio pasado, y en nombre de ese mismo pasado podemos condenarlos porque han renegado de él. En todas partes hay ejemplos de lo que digo: la mayor parte de los prohombres republicanos de la republicana Francia han sido más o menos revolucionarios en otros tiempos, y hoy son unos doctrinarios de la peor estofa. Hay en el partido conservador inglés quien ha llegado en otras épocas hasta a aceptar el programa de la Internacional. En España, no sólo Castelar y Salmerón, sino también Sagasta y Cánovas, entre muchos republicanos y monárquicos, fueron, quien más quien menos, revolucionarios decididos, y hoy todos se avienen con las ideas y procedimientos más retrógrados, explotando al pueblo desde el poder unos, engañándole desde la oposición otros.

Luis.- Bueno, hombre, no sé como he de convencerte. Vaya enhoramala el parlamentarismo, pero has de convenir que en cuanto al municipio ya es otra cosa. Aquí es más fácil obtener mayoría y hacer el bien del pueblo.

Carlos.- ¡Pero si tú mismo has dicho que los concejales están atados de pies y manos y que al fin y a la postre, tanto en la Cámara como en el municipio, son siempre los ricos los que mandan! Por lo demás, ya hemos visto bastantes ejemplos. En la vecina ciudad lo mismo que en cualquiera, han ido los socialistas al ayuntamiento y, ¿sabes lo que han hecho? Habían prometido suprimir el impuesto de consumos y facilitar los medios para que los niños pudieran ir cómodamente a la escuela desde el pueblo a la ciudad, y nada han hecho. Y después, cuando el pueblo murmura, aquellos señores socialistas hablan en sus mismos periódicos del eterno descontento, como pudieran hacerlo los mismos representantes de la autoridad y de la burguesía. Además, cuando van al municipio, no tienen dónde caerse muertos, y luego se procuran buenas colocaciones para sí y sus parientes, de modo que puedan vivir sin trabajar, y luego dicen que quieren hacer el bien del pueblo.

Luis.- ¡Pero esas son calumnias!

Carlos.- Admitamos que hay algo de calumnioso, ¿y lo que yo he visto con mis propios ojos? Dicen que cuando el río suena agua lleva, y en esta ocasión no puede ser más cierto; lo cual perjudica en gran modo al partido socialista. El socialismo, que debiera ser la esperanza y el consuelo del pueblo, de la clase trabajadora, se hace objeto de sus maldiciones cuando se halla en el poder, en el parlamento o en el municipio. ¿Aún dirás que ésta es propaganda propiamente dicha?

Luis.- ¡No seas así! Si no estás satisfecho de los que nos representan, nombremos otros; la culpa la tienen siempre los electores, porque son los burgueses los que nombran a los que quieren.

Carlos.- ¡Y dale! ¿Hablo con una piedra o con quién hablo? Si, señor, la culpa la tienen los electores y los no electores, porque debieran prescindir de los parlamentos y de los municipios, como cosa completamente inútil para el bien del pueblo. Farsa por farsa, debemos quedarnos sin ninguna. El parlamento, las diputaciones y los municipios, son farsas que nos cuestan muy caras y que para nada sirven. Y tú, que no ignoras que aquellos de los nuestros que van al parlamento, a la diputación o al municipio, conviértanse o no en embaucadores, nada pueden hacer por la clase trabajadora, salvo echarle tierra en los ojos para mayor tranquilidad de los señores; tú debes esforzarte para destruír esa estúpida fe en el sufragío.

La causa fundamental de la miseria y de todos los males sociales es la propiedad individual (a causa de la cual el hombre no puede producir sino aceptando las condiciones que le imponga el que monopoliza la tierra y los instrumentos de trabajo) y el gobierno, el cual defiende a los explotadores y explota por su propia cuenta.

Y los burgueses, antes que dejen que se ponga la mano sobre estas dos instituciones: la propiedad y el gobierno, las defenderán a todo trance. Engañan, mistifican y pervierten todo, y cuando esto no basta, a la prisión, al destierro y hasta al cadalso apelan contra nosotros. ¡Si quieres mejor elección!

Nosotros queremos la revolución; una revolución completa que no deje la menor memoria de la infamia actual. Se necesita declararlo todo, tierra e instrumentos de trabajo, propiedad común; se necesita, es preciso que todos tengamos pan, casa y vestidos; es indispensable que los campesinos supriman al burgués y cultiven la tierra por su propia cuenta y la de sus compañeros de trabajo; que el obrero industrial prescinda también del burgués que le explota, y organice la producción en beneficio general; y, además, es muy necesario no volverse a acordar del gobierno, no dar poder a nadie y hacer cada uno todas las cosas por sí mismo. Cada cual se entenderá dentro de un municipio o pueblo con sus compañeros de oficio y con todos los que tengan necesidad de entenderse en los pueblos más cercanos. Los municipios se entenderán unos con otros; las comarcas con las comarcas, las regiones con las regiones también. Los de un mismo oficio en diferentes localidades se entenderán entre sí, y así se llegará al acuerdo general, y se llegará ciertamente porque en ello va el interés de todos. Entonces, no nos veremos como el perro y el gato, no estaremos en guerra permanente, no pereceremos en manos de una concurrencia infame. Las máquinas ya no serán de utilidad exclusiva de los burgueses ni servirán para dejar sin trabajo y sin pan a la mayor parte de los nuestros, de los que producen y están siempre condenados a la esclavitud y a la miseria; pero servirán en cambio, para hacer el trabajo menos pesado, más útil y más ventajoso para todos. No habrá ya tierras incultas, ni sucederá que el que las cultive no produzca más que la décima parte de lo que debe producir, porque se aplicarán todos los medios ya conocidos para aumentar y mejorar la producción de la tierra y de la industria, de tal modo que el hombre podrá satisfacer siempre sus necesidades espléndidamente.

Luis.- Todo lo que dices es muy bello y verlo quisiera. Yo también encuentro muy buenas vuestras aspiraciones, pero ¿cómo realizarlas? Ya sé que el único medio es la revolución, y que por muchas vueltas que se le dé, por la revolución se acabará. Mas, como por el momento la revolución no podemos hacerla, hacemos en tanto lo que podemos y no pudiendo hacer otra cosa mejor, agitamos la opinión por medio de las elecciones. Así nos movemos siempre, y siempre se hace propaganda.

Carlos.- ¡Cómo! ¿Hablas ahora de propaganda? ¿No sabes qué clase de propaganda has hecho con las elecciones? Vosotros habéis dejado a un lado el programa socialista y os mezcláis con todos esos charlatanes demócratas, que no se ocupan más que de conquistar el poder y hacer luego lo que han hecho todos sus compañeros en democracia, ocuparse ante todo de sí mismos. Vosotros habéis introducido la división y la guerra personal entre los socialistas. Vosotros habéis abandonado la propaganda de los principios por la propaganda a favor de Zutano o de Mengano.

Ya no habláis de revolución, y aunque habléis no pensáis, ni por asomo, en hacerla, en provocarla; y esto es natural, porque el camino del parlamento no es el de las barricadas. Habéis corrompido a un cierto número de compañeros que sin la tentación a que los sometisteis hubieran permanecido honrados. Habéis fomentado ciertas ilusiones que hicieron olvidar la revolución, y cuando se desvanecieron, nos hicieron desconfiar de todo y de todos. Habéis desacreditado al socialismo entre las masas que empezaron a considerarse como un partido de gobierno, y han sospechado de vosotros y os han despreciado, como hace siempre el pueblo con todos los que llegan o pretenden llegar al poder.

Luis.- Dime, entonces, ¿qué es lo que debemos hacer? ¿Qué hacéis vosotros? ¿Por qué en vez de hacernos la guerra no tratáis de hacernos mejores?

Carlos.- Yo no te he dicho que nosotros hayamos hecho y hagamos todo lo que se puede y debe hacer. Aún de esto mismo tenéis vosotros mucha culpa, porque con vuestras mistificaciones y deserciones habéis paralizado por muchos años nuestra acción, y nos habéis obligado a emplear grandes esfuerzos para combatir vuestra tendencia, que si hubiera prevalecido, no hubiera quedado del socialismo más que el nombre. Pero esto creemos que no se repetirá. Por una parte, nosotros hemos aprendido mucho y estamos en situación de aprovechar la experiencia obtenida y corregir los errores del pasado. Por otra, entre vosotros mismos la gente empieza a ver con malos ojos las malditas elecciones. La experiencia es de tantos años y vuestros representantes se han significado tan poco, que hoy todos los que aman sinceramente la causa y tienen espíritu revolucionario, tienen forzosamente que abrir los ojos.

Luis.- Y bien, haced la revolución, y estad seguros que nosotros nos encontraremos a vuestro lado, cuando hagáis las barricadas. ¿Nos tomáis acaso por cobardes?

Carlos.- Es una cosa muy cómoda, ¿no es verdad? ¡Haced la revolución, y luego, cuando esté hecha, nos veremos! Pero si vosotros sois revolucionarios, ¿por qué no ayudáis a prepararla?

Luis.- Escucha: por mi parte, te aseguro que si viera un medio práctico para poder ser útil a la revolución, enviaría al diablo elecciones y candidatos, porque, a decir verdad, comienzo a tener yo también la cabeza llena de política, y confieso también que lo que me has dicho hoy me ha hecho un poco de impresión; no te puedo decir que no tengas razón.

Carlos.- ¿No sabes lo que se puede hacer? ¡Pero si yo te digo que la práctica de la lucha electoral hace perder hasta el criterio de la buena propaganda socialista y revolucionaria! Y, sin embargo, basta saber lo que se quiere y quererlo firmemente para encontrar mil cosas útiles para hacer. Ante todo, propaguemos los verdaderos principios socialistas, y en lugar de contar mentiras y dar falsas esperanzas a los electores y a los no electores, incitemos en esas mentes el espíritu de rebelión y el desprecio al parlamentarismo. Hagamos de modo que los trabajadores no voten, y que las elecciones se las hagan ellos, gobierno y capitalistas, en medio de la indiferencia y del desprecio del pueblo; porque cuando se ha destruido la fe en las urnas, nace lógicamente la necesidad de hacer la revolución. Vayamos a los grupos y a las reuniones electorales, pero para desbaratar los planes y las mentiras de los candidatos, y para explicar siempre los principios socialistas-anárquicos, es decir, la necesidad de quitar el gobierno y desposeer a los propietarios. Entremos en todos los sindicatos obreros, hagamos otros nuevos, y siempre para hacer la propaganda y hablar de todo aquello que debemos hacer para emanciparnos. Pongámonos en la primera fila en las huelgas, provoquémoslas siempre para ahondar el abismo entre patronos y obreros y empujemos siempre las cosas cuanto más adelante mejor. Hagamos comprender a todos aquellos que mueren de hambre y de frío, que todas las mercancías que llenan los almacenes les pertenecen a ellos, porque ellos fueron los únicos constructores, e incitémosles y ayudémosles para que las tomen. Cuando suceda alguna rebelión espontánea, como varias veces ha acontecido, corramos a mezclarnos y busquemos de hacer consistente el movimiento exponiéndonos a los peligros y luchando juntos con el pueblo. Luego, en la práctica, surgen las ideas, se presentan las ocasiones. Organicemos, por ejemplo, un movimiento para no pagar los alquileres; persuadamos a los trabajadores del campo de que se lleven las cosechas para sus casas, y si podemos, ayudémoslos a llevárselas y a luchar contra dueños y guardias que no quieran permitirlo. Organicemos movimientos para obligar a los municipios a que hagan aquellas cosas grandes o chicas que el pueblo desee urgentemente, como, por ejemplo, quitar los impuestos que gravan todos los artículos de primera necesidad. Quedémonos siempre en medio de la masa popular y acostumbrémosla a tomarse aquellas libertades que con las buenas formas legales nunca le serían concedidas.

En resumen: cada cual haga lo que pueda según el lugar y el ambiente en que se encuentra, tomando como punto de partida los deseos prácticos del pueblo, y excitándole siempre nuevos deseos. Y en medio de toda esta actividad, vayamos eligiendo aquellos elementos que poco a poco van comprendiendo y aceptando con entusiasmo nuestras ideas; juntémonos en pacto mutuo, y preparemos así las fuerzas para una acción decisiva y general.

Ved, dentro de poco, por ejemplo, viene el asunto del Primero de Mayo. En todo el mundo los obreros se preparan a efectuar una grandiosa manifestación para ese día, no trabajando. Hay muchos que lo hacen simplemente para obtener la jornada de ocho horas de trabajo, pero hay también aquellos que no se conforman con esto. Y piensan quitarse de encima, de una manera radical, todas esas sanguijuelas que con el nombre de capitalistas o patronos, chupan la sangre a los trabajadores. Y bien, nosotros debemos aceptar este práctico terreno de acción que nos ofrecen las masas mismas. Trabajemos entonces desde ahora e incansablemente, para que el próximo Primero de Mayo nadie trabaje y nadie vuelva a hacerlo sino como trabajador libre, asociado a compañeros libres y en talleres de propiedad de todos. Y cuando venga ese Primero de Mayo, salgamos a la calle con la muchedumbre y hagamos aquello que la disposición del pueblo nos aconseje. No será quizás la revolución, porque los gobiemos están muy prevenidos y el pueblo aún no sabe luchar; pero, ¡quién sabe! ... si pudiéramos dar al movimiento una gran extensión, los gobiernos se verían impotentes para reprimirlo. De cualquier modo, el pueblo tendrá ocasión de ver y sentir su fuerza, y una vez que se haya dado cuenta de su fuerza y la haya visto desplegada, no tardará en servirse de ella.

Luis.- ¡Muy bien; me gusta! ¡Al diablo las elecciones y pongámonos manos a la obra! Venga esa mano. ¡Viva la anarquía y la revolución social!

Carlos.- ¡Viva!


martes, 1 de noviembre de 2011

La clase trabajadora no vota, ¡se organiza y lucha!


20-N ABSTENCIÓN ACTIVA

L@s trabajador@s somos de nuevo llamados a las urnas el próximo 20 de noviembre. En medio de la inmensa crisis en que nos encontramos, los partidos se afanan en convencernos de que un cambio de gobierno va a poder «cambiar» la situación. A pesar del paro, que se ha vuelto crónico —toda vez que no se espera una recuperación económica en varios años—, de la penosa situación de los bancos y del mantenimiento de la especulación como base del sistema, una vez más unos y otros vuelven a hablarnos de soluciones «para salir de la crisis».

Pero las eventuales salidas a la coyuntura económica en la que nos encontramos no dependerán del gobierno que se instale en Madrid el próximo 21 de noviembre. En el entorno globalizado en que nos encontramos, los gobiernos nacionales no cuentan con margen de maniobra para poder emprender acciones individuales frente a la crisis. Más aún, dentro de la Unión Europea, vemos como las decisiones que nos afectan directamente, se cuecen en el auténtico centro de poder del continente, que es Alemania y en menor medida, Francia. Unas decisiones, además, que carecen de contenido social, en las que las necesidades de la población —de los votantes, por tanto—, no son consideradas ni siquiera en último lugar. La prioridad, con carácter absoluto, es evitar una quiebra bancaria masiva ante la imposibilidad manifiesta de los estados europeos de hacer frente a la deuda contraída. Como hemos podido ver con la gestión hecha por Zapatero, los socialistas han tenido que plegarse totalmente a los designios impuestos por el Banco Central Europeo y el eje franco-alemán, llegando incluso a promover una reforma «express» de la constitución para garantizar a los prestamistas extranjeros que el pago de la deuda será una prioridad para España por encima de cualquier otro gasto. Un reconocimiento, expreso, de que los intereses de los poderes financieros estarán situados muy por encima de las necesidades de las personas, vengan como vengan las cosas en el futuro. Este hecho, por si solo, revela la posición en la que se encuentra la soberanía nacional respecto al poder del mundo financiero y da cuenta, de forma explicita, de la capacidad de movimientos con los que cuentan los gobiernos de cada país.

El dinero absorbido —y el que absorberán— los bancos va cayendo a un pozo negro del que no saldrá jamás. El dinero público que está sufragando los inmensos agujeros en el balance de las entidades financieras, no tiene visos de que sirva, ni para reactivar el crédito a personas y empresas, ni para asegurar la propia existencia de los bancos, muchos de los cuales terminarán nacionalizados o fusionados con otros. No obstante, no está en manos de ningún gobierno nacional recortar o eliminar este gigantesco trasvase de capital. La paradoja del liberalismo, por la cual se privatizan las ganancias y se socializan las pérdidas, está puesta sobre la mesa en toda su crudeza. Y ningún gobierno puede soslayar esta «obligación» de socorrer a los bancos, puesto que la baza con la que éstos juegan, es el dinero depositados por los clientes. Manos atadas de nuevo.

Los dos candidatos en liza (PSOE y PP) manifiestan que pueden emprender el gobierno sin realizar nuevos recortes sociales; de nuevo nos movemos en el terreno de la demagogia y de la falta de escrúpulos ante un electorado que necesita escuchar ese tipo de mensajes aunque sepa —a poco que reflexione sobre ello— que son completamente falsos. El PP aboga por realizar una nueva reforma laboral; sería la primera que no trajera nuevos recortes sobre los derechos de los trabajadores. También por realizar una «reestructuración» de la administración pública; dicho en plata, lo que eso significa son despidos en el sector público, los consiguientes recortes en el servicio prestado y más privatizaciones. El PSOE manifiesta que sí tiene las propuestas para salir de la crisis; es absurdo que las tenga ahora y no las tuviera hace unos meses, cuando el candidato formaba parte del gobierno que ha gestionado la situación. «Cada momento tiene su actuación», viene a decir Rubalcaba, para hacernos ver que lo que no se podía hacer hace cuatro meses, se podrá hacer dentro de dos. Pero la situación es esencialmente la misma, si no peor, por lo que ese mensaje solo puede complacer a aquellos que estén dispuestos a no hacer un examen, levemente riguroso, de lo que ha sucedido en estos tres últimos años. El resto de formaciones políticas de la izquierda institucional, parlamentaria y extraparlamentaria, aún siendo improbable que puedan acceder y alcanzar una cuota de poder en el parlamento, tampoco podrían acometer ninguna de sus propuestas político-económicas, porque ahora más que nunca, es de manifiesta nitidez lo que la CNT venimos denunciando desde décadas: la clase política y sus partidos están al dictado de los mercados, la banca y los intereses económicos.

Los años de bonanza económica del ciclo que terminó en 2007, se debieron en buena parte al uso indiscriminado del crédito por parte de todo el mundo. Individuos, familias, empresas y estados veían afluir el dinero a sus cuentas como por arte de magia, generándose una espiral de consumo —como aquella propaganda bancaria que rezaba «lo quieres, lo tienes»— que hipotecó las vidas de tantos, pensando que esa situación se iba a mantener por siempre. Ahora, que no se puede recurrir a más endeudamiento, ni tampoco fomentar el consumo, porque el dinero se ha evaporado —como números en una cuenta que eran, y no riqueza creada por el trabajo—, nuestros gobernantes tendrán que volver la vista la economía real. Pero cuando miran esa economía lo que ven son empresas mal gestionadas, que defraudan miles de millones al fisco, que quieren beneficios sin inversión —acostumbrados también al anterior escenario, era la época del pelotazo— y cuyo valor está mucho más que sobredimensionado, fruto de los tiempos felices en que la cuentas no se hacían sobre el valor real del producto, sino sobre lo que «podría valer» el producto. Y tampoco aquí tienen margen de actuación.

Con las perspectivas económicas que tenemos, el gobierno que salga elegido tendrá que imponer duros recortes en materia laboral y social, para «ajustar», como dicen ellos, las condiciones de trabajo, las pensiones, los salarios o las prestaciones públicas al nuevo nivel de «riqueza», una vez que todos los balances se han desinflado. Pero ya nadie se acuerda, o no parece acordarse, de que esta crisis la creó el mundo financiero, no la economía productiva; que no fueron esos salarios ni esas condiciones de trabajo que teníamos hace tres o cuatro años los que nos llevaron a la crisis, puesto que venían ya siendo «reajustados» por continuas y contundentes reformas laborales, y que en absoluto esas condiciones de trabajo eran ninguna maravilla; no parece recordarse ya que el paro disminuyó gracias a la introducción masiva de la precariedad laboral y eliminando costes sociales a las empresas. Así que como esto ya está olvidado, las empresas habrá que reflotarlas, de nuevo, abaratando el trabajo; más horas de trabajo, meno sueldo, despido y contratación libres, convenios colectivos que no se aplican, temporalidad total y desregulación. Esas son las exigencias de la patronal y sus secuaces, puestas ya sobre el tapete. Y el gobierno que viene no podrá ignorarlas, no por su más que segura sintonía con los empresarios, sino porque es la única manera del capitalismo de reflotarse; distribuir la pobreza entre todos los miembros de sociedad y concentrar la riqueza en aquellos que más tienen. Porque, también habría que recordarlo, los bancos siguen repartiendo dividendos mientras que son «rescatados» por el Estado, y en las bolsas, siguen haciéndose inmensas fortunas de la noche a la mañana. Ahí, siguen estando, y lo estarán con cualquier gobierno, los paraísos fiscales o la tributación infima de los grandes capitales, y al mismo tiempo, los abusivos impuestos indirectos o los que se cargan a las rentas del trabajo.

De manera que, como es seguro que el gobierno que salga de las próximas elecciones no va a abandonar el capitalismo, no hay que especular demasiado para darse cuenta de que el camino que siga vendrá dado por lo que determine el capital, en sus distintas versiones y ámbitos.

Por tanto, de nuevo nos encontramos ante unas elecciones en las que los programas vuelven a ser papel mojado, ya que menos que nunca, los que aspiran al gobierno están en condiciones de saber que van a poder hacer mañana.

Como en todas las campañas electorales, las palabras envuelven el mensaje, los lemas fagocitan a las ideas y el escenario se construye como si se pudiera partir de cero, como si se pudieran poner en marcha proyectos e iniciativas que, todo el mundo sabe que forman parte del proceso electoral, pero no de la vida real. Otra cosa es que cada uno quiera asumirlo.

Desde el inicio de la democracia, las campañas y procesos electorales han ido transformando su carácter ideológico en imagen, de manera que a estas alturas, el voto al que apelan los candidatos es plenamente emocional y subjetivo. Paralelamente, los electores han venido reclamando cada vez menos responsabilidad a sus gobernantes, entrando en un círculo vicioso que ha deteriorado la política hasta convertirla en lo que es hoy. Muchos irán a las urnas para que no gane el PP, otros para que no pierda el PSOE, otros porque necesitan creer lo que les dicen unos y otros.

En estas elecciones, el voto de la derecha se concentrará en intentar que el PP gane por mayoría absoluta. Impera la revancha, convertida en el mayor argumento electoral para cualquiera de los dos grandes partidos en liza. Se trata de desbancar al contrario y aposentarse en los dominios del enemigo a cualquier precio. El mensaje se banaliza, reduciéndose a culpabilizar al PSOE de todas las catástrofes habidas y por haber, para lo cual los socialistas han hecho suficientes méritos. Asi este mensaje cala sin tener que profundizar mucho más. No hacen falta siquiera propuestas, porque la gestión del partido en el poder ha hecho el trabajo a sus adversarios. Así, el PP puede esconder bajo el ala sus verdaderas intenciones y su conservadurismo ultramontano.

Los que abogan por votar al PP, sin ser de derechas, manejan el argumento de la necesidad de un cambio de gobierno para cortar el derroche del que han hecho gala los socialistas. Pero el gasto inútil y superfluo del estado no variará porque sea un partido u otro el que esté en el gobierno, como ha podido verse con los gastos militares, los fondos entregados a la iglesia, las rebajas de impuestos a los ricos, las obras faraónicas e inútiles o el dinero que se gasta para poner a la administración pública al servicio del gobierno de turno, sea cual sea el color del partido dominante. Las camarillas de asesores, empleados y demás corte que emplea cada partido cuando llega al gobierno sustituye a la del anterior. Sólo cambian el «amo del cortijo» y sus seguidores. Porque para que en realidad cambiara el concepto de la ética y la decencia de los políticos, sería necesario que cambiara la ética de la propia sociedad, y eso no se conseguirá por el mero hecho de sustituir un partido por otro.

Los partidarios del votar al PSOE, defienden su opción planteando que no participar en las elecciones favorece a la derecha. Es el argumento que llevamos oyendo desde los albores democráticos. Ya no se recuerda —o no se quiere recordar—, que el voto de «izquierdas», entregado a Felipe González o al mismo Zapatero, ha llevado al poder a un partido que ha ido ejecutando las más duras políticas contra l@s trabajador@s favoreciendo, en cambio, a bancos y multinacionales por encima de cualquier interés social. Para esto ha servido el voto «útil» de la izquierda.

Los que reclaman, en cambio, votar a los partidos a la «izquierda» del PSOE, defienden que ese voto servirá para «presionar», para que se realicen «auténticas» políticas de izquierdas. Pero cuando estos partidos han tenido opciones de gobierno, junto al PSOE o en solitario, desde las alcaldías a los gobiernos autonómicos, nada ha cambiado. Porque en las «tareas de gobierno», de nada sirven los brillantes programas electorales, sino la realidad de las múltiples conexiones económicas con los poderes reales establecidas en cada uno de esos ámbitos. Y llegados ahí, los colores y las banderas palidecen y los partidos entran en el «juego» con las reglas fijadas por los que de verdad lo controlan y no con las suyas propias, contando con que éstas fueran diferentes.

Después de las elecciones, por tanto, nos encontraremos en el mismo punto en el que estamos ahora. Por eso decimos que si quieres que todo siga igual, puedes votar. Pero si quieres que las cosas cambien, tendrás que luchar. Ahora se trata de acordar entre todos unas nuevas reglas de juego para que juguemos todos. De recuperar nuestra conciencia de clase, de mirar el mundo no con los ojos del individuo, sino de la colectividad; de conectar nuestros problemas y también las soluciones, mucho más allá de las siglas, los partidos y los bandos que pugnan por representarnos; estamos aquí para representarnos a nosotros mismos.

Esta lucha de la que hablamos, se desarrollará en muchos ámbitos, en el trabajo, en la calle, en los barrios; creando y tejiendo las redes de solidaridad y apoyo mutuo que siempre han caracterizado a la clase obrera y que perdimos con la modernidad y el progreso. Una solidaridad que tendremos que demostrar con nuestros compañeros de trabajo, oponiéndonos a los despidos y a la pérdida de derechos con todos los medios a nuestro alcance y no dando nunca la batalla por perdida; contra los recortes sociales, implicándonos en las distintas luchas existentes y las que se vayan creando; como consumidores, buscando formas de consumo apoyadas en la colectividad y no en las multinacionales, ejerciéndolas de forma responsable y solidaria; como personas, en fin, que nos negamos a ser espectadores del derrumbe del capitalismo y que queremos ser protagonistas de la construcción de una nueva economía y una nueva forma de relacionarnos y de gestionar nuestra vida.

Para la CNT la abstención no es sólo el mero hecho de no votar. La abstención que defendemos empieza con esa negativa a mantener el sistema, pero no termina ahí. La abstención activa es una acción continua que se construye cada día, en todos esos frentes que hemos señalado. Si no delegamos nuestras responsabilidades, es para ejercerlas y no para abandonarlas. La abstención representa, desde este punto de vista, una rebelión contra la colosal mentira de llamar al pueblo «soberano» por el mero hecho de poder designar representantes cada cuatro años; una rebelión contra un sistema político construido para garantizar los privilegios de la clase privilegiada y dominante frente a la masa de los «gobernados»; si el sistema económico que hay detrás de las urnas está basado en la desigualdad y la rapiña, ¿como pueden ser las elecciones algo distinto a eso?

Esa es la abstención que defiende la CNT. Y la promovemos, también frente al voto en blanco o el voto nulo, porque creemos que es la única opción que no legitima el sistema «democrático». El voto en blanco o nulo muestran una disconformidad que se podría resumir en la idea de que no hay ningún candidato que se merezca ser votado, pero el simple hecho de participar en las elecciones otorga un reconocimiento y una legitimación del sistema representativo. Y es precisamente contra ese sistema político contra el que se posiciona la CNT. Sean quienes sean los candidatos o los partidos, nos oponemos a la farsa de considerar que un gobierno cualesquiera pueda representar la voluntad del pueblo; que el derecho de cada persona a participar en la gestión de los intereses comunes no puede delegarse en unos cuantos, que además, nos llegan ya seleccionados previamente por los que en realidad detentan el poder real. El carácter de protesta del voto nulo o en blanco, sea éste el que sea, queda diluido en la aceptación implícita del sistema democrático que constituye el voto mismo.

El reto que tenemos por delante, no es escoger una papeleta el próximo día 20, sino el de crear una estructura social que nos permita liberarnos del sistema capitalista y éste es un trabajo que no puede afrontar ninguna clase de gobierno. Para esa tarea, la unión es nuestra única defensa y también nuestro único método de ataque. Nuestras aspiraciones no caben en sus urnas.