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jueves, 22 de febrero de 2018

Capitalismo y darwinismo, el uno para el otro



Los programas televisivos sobre la naturaleza suelen mostrar a un depredador acechando la presa, luego quizá persiguiéndola hasta matarla y finalmente arrancando los pedazos de carne con los dientes ensangrentados, mientras los carroñeros esperan impacientes y a su vez disputan entre sí.

Los videos sobre la naturaleza siguen casi todos este patrón se refieran a dinosaurios, a la vida en el mar o a microbios. Se trata aparentemente de garantizar en los televidentes, por lo general desprevenidos y mal informados y con tendencia a creer en lo que ven en la pantalla —que muchas veces es su única fuente de información— que la naturaleza es un gran comedero donde se da un tópico favorito: la lucha de todos contra todos necesaria a la selección natural y a la supervivencia de los más aptos, y a la economía promovida por el liberalismo.

Es en realidad un tópico suscitado en Inglaterra en tiempos en que grupos dominantes necesitaban afirmar una ideología que justificara los desmanes que el Imperio británico estaba cometiendo en todo el mundo, en lo que algunos historiadores llamaron «aventura comercial».

Como aquel imperio tuvo sucesión, la ideología que lo sustentó también la tuvo: es el maridaje que se dio y subsiste entre la doctrina de la evolución y el capitalismo; entre Darwin y su patrocinador Thomas Huxley; entre el propio Darwin con El origen del hombre y Hitler con Mi Lucha; entre los neoliberales y la supremacía del más fuerte, trasunto transparente de la «lucha por la vida» y el triunfo de los «más aptos».

Darwin era un ser abúlico, sin grandes necesidades personales ni sociales, un ministro de la Iglesia de Inglaterra como quisieron sus padres, un aficionado al naturalismo con tendencia al racismo que aparece neta en El origen del hombre.

El titulo de su obra más conocida, El origen de las especies, está acortado intencionalmente por sus partidarios. Sigue con Preservación de las razas más favorecidas en la lucha por la vida. Razas más favorecidas y lucha por la vida, son tópicos retomados por el nazismo.

En su libro Mein Kampf (Mi lucha), Hitler plantea con total claridad el origen del hombre en términos evolucionistas, no religiosos ni míticos. Dice: «Lo que liberó al hombre del mundo animal fue su capacidad de hacer descubrimientos. Muchos de ellos se basaban en el ingenio, cuyo uso facilitó la lucha por la supervivencia y el éxito en la misma».

Menciona con todas las letras la lucha por la supervivencia darwiniana, y agrega que los artificios que ayudaron a los cazadores primitivos en la lucha por la vida, ahora sirven bajo la forma de inventos cientificos «para ayudar al hombre en la lucha por la supervivencia».

En otro punto, Hitler sostiene que los débiles físicos o mentales no deben reproducirse, para no trasladar su debilidad la prole. «Un Estado de concepción racista debe sacar al matrimonio del plano de una perpetua degradación racial y consagrarlo a crear seres a imagen del Señor y no monstruos, mitad hombres y mitad monos».

«Es deber del Estado racista reparar los daños ocasionados en este orden (racial). Debe empezar por hacer de la raza el punto central de la vida general; velar por la conservación de su pureza, consagrar al niño como el bien más preciado de su pueblo; cuidar de que solo los individuos sanos tengan descendencia. Debe inculcar que existe un oprobio único: engendrar estando enfermo o siendo defectuoso.»


Considera un honor impedir la reproducción de los defectuosos y que dignifica en esos casos renunciar a la descendencia. «Debe considerarse execrable privar a la nación de niños sanos».

«El Estado tendrá que garantizar un futuro milenario frente al que nada significa el deseo ni el egoísmo individuales. El Estado debe poner los más modernos recursos médicos al servicio de esta necesidad. Todo individuo notoriamente enfermo y efectivamente tarado, y como tal susceptible de transmitir por herencia sus defectos, debe ser declarado inepto para la procreación y sometido a tratamientos esterilizantes.»

(La necesidad de evitar la descendencia, incluso mediante la intervención estatal más cruel, está tomada de las ideas de Darwin agravada con prejuicios que en Hitler eran mucho más fuertes que en Darwin y tuvieron consecuencias desastrosas).

Darwin en El origen del hombre

El darwinismo no fue creación solo de Darwin. Él especuló sobre la variabilidad de las especies y sacó conclusiones sobre las experiencias de los ganaderos de su país, que seleccionaban cerdos gordos y vacas de patas cortas y ubres hipertróficas; expuso la posibilidad de que un proceso similar se diera en la naturaleza y por fin se aventuró a teorizar sobre el ser humano en base a conjeturas y a datos de viajeros, a veces fabulosos.

Los cerdos y las vacas de los granjeros, librados a sí mismos, no tardarían en desaparecer por inhábiles para sobrevivir en la naturaleza.

Pensemos en la relación de un jabalí con un cerdo doméstico y de una vaca actual con el uro euroasiático del que proviene por domesticación para notar la diferencia entre la obra de la naturaleza y la del hombre.

El darwinismo es una interpretación sórdida de la naturaleza y de la vida, basada en una antropología tenebrosa, como lo es el neoliberalismo en la sociedad humana. El modelo es un campo de batalla donde sobreviven los que tienen alguna ventaja, como en el libre mercado capitalista.

El evolucionismo ha terminado por describir las relaciones entre seres vivos en los mismos términos que los economistas de la escuela clásica a partir de Malthus y Spencer, como relación costo-beneficio, explotación de recursos y ventajas competitivas, así entre verduleros como entre algas.

Darwin demoró en publicar El origen de las especies hasta que tuvo noticias de que otro biólogo inglés, Alfred R. Wallace, publicaría un trabajo en que llegaba a conclusiones similares. Pero vaciló y cambió su texto. En la edición que para él debía ser final había poco espacio para la selección natural y demasiado para las características de los animales domésticos.


Los científicos que lo patrocinaban, más astutos que él, o en mejor conocimiento de sus fines, lo indujeron a cambiar el texto. Eran el botánico John Hooker, el geólogo Charles Lyell y, sobre todo, el zoólogo Thomas Henry Huxley. Todos ellos eran supremacistas blancos embanderados en la causa del Imperio, fundadores del exclusivo X Club, que veían en las doctrinas de Darwin una confirmación de las suyas, conveniente para la propaganda.

El supremacismo blanco anglosajón entendía que el Imperio, igual que los más aptos en la naturaleza, debía dominar a otros pueblos por la economía y la fuerza militar.

Estos promotores fueron los creadores del darwinismo como premio a los más aptos más allá de las opiniones del propio Darwin.

Una opinión científica

Preguntado sobre el origen del darwinismo el biólogo español Máximo Sandín contestó:

«Hay un componente muy importante en el mantenimiento de las ideas darwinistas y su expansión: el de 'adoctrinamiento social'. Hay diferentes motivos, unos más determinantes que otros. En primer lugar, Darwin estaba en el lugar oportuno en el momento oportuno: en el centro del mayor imperio mundial que ha existido y en pleno auge de la revolución industrial, con las injusticias que ambos generaban; su ocurrencia de la selección natural justificaba muchas cosas. En segundo lugar, Darwin es un icono de la cultura anglosajona y sus raíces calvinistas.

»Sus ideas reflejan a la perfección sus valores: el individualismo, el mirar por sí mismo, la predestinación (en términos darwinistas, 'determinismo genético'), la competitividad… A un científico anglosajón le resulta casi impensable que no exista la selección natural.

»Desde el principio, este darwinismo tuvo un gran apoyo por parte de los grandes magnates mundiales, como Rockefeller o Carnegie, que apoyaron las investigaciones de los científicos darwinistas. John Rockefeller afirmó que la supervivencia del más apto era una ley natural y divina, es decir, que las cosas son como son porque son leyes naturales.

»En definitiva, que el libre mercado y el darwinismo van en el mismo paquete. Por si no queda claro, repetiré una frase de Friedrich von Hayek, premio Nobel de Economía y asesor de Reagan, Thatcher y Pinochet: "Las demandas de justicia social carecen de sentido porque son sencillamente incompatibles con cualquier proceso natural de carácter evolutivo".

»Finalmente, hay un componente que yo creo fundamental para que el darwinismo se mantenga a pesar de la enorme cantidad de datos verdaderamente científicos que se están acumulando y que contradicen radicalmente sus hipótesis: el componente económico y de poder. La concepción reduccionista de los genes como 'unidad de información genética', que ya sabemos que no es cierta, es esencial para los grandes negocios y para las prácticas de manipulación genética de las grandes industrias farmacéuticas y biotecnológicas, especialmente de los cultivos transgénicos, que ya sabemos a quiénes pertenecen. Estas grandes empresas son las principales financiadoras de la investigación biológica.»

La teoría darwiniana de la evolución, obra más de supremacistas británicos que del propio Darwin, empezó justificando una política. Es reiterativo en la historia que detrás de un interés muy fuerte haya una concepción ideológica adecuada, como el catolicismo y la necesidad de divulgar el evangelio y salvar almas para la invasión de América a partir de 1492, el saqueo de sus riquezas y el genocidio de su población.

Los más aptos para la lucha por la vida eran por un corrimiento que también parecía natural y no tenía contradictores —salvo algunos dominados— los mismos que impulsaban el comercio mundial, disponían de una flota poderosa para hacer entrar en razones a los reacios y de un entrenamiento militar cuidado y exigente.

Son visibles las similitudes y a veces coincidencias hasta de detalle, entre El origen del hombre de Darwin y Mi lucha de Hitler. Darwinistas y neodarwinistas niegan la similitud y a veces se molestan cuando se la menciona, pero se ocuparon de recortar el título de la obra principal de Darwin y dejaron en la penumbra su último trabajo.

Por supuesto, Darwin no era nazi y posiblemente hubiera rechazado el racismo explícito, pero entre él y lo que padeció la humanidad el siglo siguiente hay continuidad, incluso un parentesco ideológico indudable.

Para el darwinismo, la selección natural es la fuerza creadora principal del cambio evolutivo. Darwin vacila ante el concepto de «raza» humana. En El origen del hombre dice: «Las razas o especies humanas, llámeselas como se quiera ¿se sobreponen mutuamente y se reemplazan unas a otras hasta el punto de llegar a extinguirse algunas?». Y concluye que la respuesta a esta y otras preguntas que se formula «debe ser evidentemente afirmativa». Es decir, las «razas» humanas se sobreponen y se reemplazan entre ellas al punto de extinguirse. Entendemos entonces la frase de Churchill sobre el destino de los pieles rojas y los aborígenes australianos al contacto con una «raza más fuerte y mejor dotada»(la anglosajona), y también aparece cierta luz sobre los métodos «científicos» de eliminación de seres inferiores practicados por los nazis y sus continuadores actuales.

Las semillas contenidas en el darwinismo se hicieron evidentes cuando al árbol prosperó. No cabe culpar a Darwin de todo lo que había en ellas, pero sí ver que los resultados estaban implicados en la teoría.

Algunos de estos efectos fueron formulados un siglo después con toda claridad, y salieron del ámbito científico para convertirse en doctrinas políticas, como el darwinismo social.

Solo para citar continuadores del siglo XX: De MacFarlane Burnett. biólogo premio Nobel de 1960: «Podemos calcular que, desde la evolución de los primates hasta el final del periodo de los cazadores colectores, casi 90 por ciento de los descendientes generados morían antes de alcanzar la edad de la reproducción. al contrario, en las sociedades occidentales, los niños no mueren mucho más. Apenas 5% de los niños, una verdadera miseria (!), mueren. (La miseria es más bien quejarse de escasez de niños muertos.) Esta súbita retracción de la función de trilla propia de la selección natural debe llevar a una acumulación de individuos que podemos llamar inferiores de acuerdo con las normas corrientes relativas a la salud, inteligencia y agresividad».

La ciencia de Darwin

El origen del hombre es poco citado, lo mismo que el título completo de la obra principal de Darwin, que es On the origin of species by means of natural selection, or the preservation of favoured races in the struggle for life (El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida).

Posiblemente en El origen del hombre, Darwin fue demasiado claro para los promotores de su punto de vista, que aparecerá transmutado de manera particularmente siniestra en el siglo XX.

De El origen del hombre son estas citas:

«La opinión de que existe en el hombre alguna relación íntima entre el tamaño del cerebro y el desarrollo de las facultades mentales, se fortalece por la comparación de cráneos de razas salvajes y civilizadas, de los pueblos antiguos y modernos, y por la analogía en toda la serie de los vertebrados. El doctor J. Barnard Davis ha probado con numerosas medidas exactas que el promedio de la capacidad interna del cerebro era de 92,3 pulgadas cúbicas en los europeos, 87,5 en los americanos, 87,1 en los asiáticos, y sólo de 81,9 en los indígenas de Oceanía».

(El tamaño del cerebro, según mediciones luego desacreditadas, está puesto en relación «fortalecida» con el desarrollo de las facultades mentales. En la escala primero están los europeos; luego los americanos (se refiere a los indígenas), luego los asiáticos sin distinción y últimos y menos favorecidos los australianos. Sobre el valor de estas conjeturas baste pensar que uno de los cerebros más pequeños era el de Dante Alighieri).

«Todo lo que sabemos de los salvajes, que ignoran por completo la historia de sus antepasados, y lo que podemos inferir de sus tradiciones y de sus monumentos antiguos, nos muestra que, después de las épocas más remotas, unas tribus han alcanzado á suplantar á otras. En todas las regiones civilizadas del globo, sobre las desiertas llanuras de la América, y en las islas perdidas en el océano Pacífico, han sido hallados vestigios y restos de tribus extinguidas u olvidadas.

»Hoy las naciones civilizadas reemplazan, en todas partes, a las bárbaras, exceptuando en las regiones donde el clima opone a su paso una barrera mortal; y si triunfan siempre, lo deben principal, aunque no exclusivamente, a sus artes, productos de su inteligencia. Es, pues, muy probable que las facultades intelectuales del género humano se han perfeccionado gradualmente por selección natural.»

(Resulta que la perfección por selección natural es en última instancia responsable de los genocidios modernos y de que algunas tribus «suplanten» a otras. Suplantar significa sustituir con malas artes. Es posible que Darwin no haya querido decir eso, pero es lo que ha acontecido de hecho.


La división entre naciones civilizadas y bárbaras está desestimada. Además, la afirmación de que los «salvajes» ignoran por completo su historia niega la tradición oral de que ningún pueblo carece).

«Los hombres civilizados nos esforzamos para detener la marcha de la eliminación; construimos asilos para los idiotas y los enfermos, legislamos la mendicidad, y nuestros médicos despliegan toda su sagacidad para conservar el mayor tiempo posible la vida de cada individuo. Abundan las razones para creer que la vacuna ha preservado a millares de personas que, a causa de la debilidad de su constitución, hubieran sucumbido a los ataques de la viruela.

»Aprovechando tales medios, los miembros débiles de las sociedades civilizadas propagan su especie. Todos los que se han ocupado en la reproducción de los animales domésticos, pueden calcular cuán perjudicial debe ser el último hecho a la raza humana. Sorprende el ver de qué modo la falta de cuidados, o tan sólo los cuidados mal dirigidos, pueden arrastrar a una rápida degeneración á una raza doméstica; y, exceptuando en los casos relativos al hombre mismo, nadie es bastante ignorante para permitir que se reproduzcan sus animales más defectuosos.»

(Estos argumentos fueron repetidos por Hitler, que los reformuló con racismo intransigente en Mi lucha, sin citar fuente, como parte de su programa, y los aplicó en su gobierno. En Alemania, para mantener la pureza de la raza y evitar la degeneración por vía de la reproducción de enfermos y tarados, fueron esterilizadas unas 400.000 personas durante el nazismo.

La sagacidad de los médicos llegó a eliminar pacientes en los hospitales. El método continuó en los Estados Unidos, que lo aplicó a unos 40.000 individuos pobres, negros y latinos identificados como «inferiores», hasta la década de los 70. Los que perdieron la batalla son para el darwinismo los mismos que para el neoliberalismo. Hay indicios de que algunas campañas «filantrópicas» financiadas por multimillonarios estadounidenses en el Tercer Mundo tienen la misma finalidad racista «depuradora»).

domingo, 15 de febrero de 2015

Kropotkin y la teoría evolutiva


La lucha por la supervivencia ha marcado la teoría sintética de la evolución del último siglo, pero Kropotkin, entre otros, cuestionó algunos de los principios sentados por Darwin y Wallace.

ÁLVARO GONZÁLEZ MOLINERO

«Si preguntamos a la naturaleza, ¿Quiénes son los más aptos?, ¿son aquellos que se encuentran continuamente enzarzados en guerra mutua, o son aquellos que se sostienen mutuamente?, de inmediato vemos que aquellos animales que adquiere hábitos de ayuda mutua son indudablemente los más aptos. Tienen más probabilidades de sobrevivir y alcanzar, en sus clases respectivas, el mayor desarrollo de la inteligencia y organización corporal». Así recoge Kropotkin, en su Apoyo Mutuo (1907) la idea central que compone su pensamiento evolutivo. ¿Qué valor tiene repensar hoy en día el pensamiento evolutivo de Kropotkin? Ya en 1846 Marx y Engels decían que «las ideas de la clase dominante son en cada época las ideas dominantes […], la clase que tiene los medios de producción material a su disposición tiene al mismo tiempo el control de los medios de producción mental» y que por tanto «las ideas dominantes no son más que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes». La actual teoría evolutiva denominada «teoría sintética de la evolución», perfilada en los años 30 del siglo pasado, y renovada en los años 80, no es más que la «la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes». ¿Quiere decir esto que estemos aquí desprestigiando toda la investigación llevada a cabo en este ámbito? En absoluto. Pero hay que tener una cosa muy clara: una cosa son los hechos y los datos, y otra cosa muy distinta es el análisis que se realiza de ellos y su interpretación. En otras palabras: el marco teórico o paradigma en el cual «vestimos» nuestras observaciones.

Kropotkin creció en una acomodada familia de la nobleza rusa. En un principio no se mostró interesado directamente por el estudio de la naturaleza, y tampoco había desarrollado todavía sus ideales. Ambas cosas ocurrieron paralelamente cuando fue nombrado secretario de la sección de Geografía Física de la Sociedad Imperial y enviado a Siberia. Esto ocurrió sobre 1870. En 1871 devino la Comuna de París, influenciándolo definitivamente en sus ideas, y la experiencia siberiana. Según sus palabras, la Comuna le sirvió para darse cuenta que el paradigma darwinista de la lucha de todos contra todos, simplemente no era universal: «Kessler, Severtsov, Mensbir y Brandt, cuatro zoólogos rusos muy importantes, y también, Poliakov, un poco menos conocido, y por fin, su servidor, siendo un simple viajero, nos enfrentamos a la teoría de Darwin que sobreestima la lucha dentro de la misma especie. Aquí [en Siberia] lo que vemos es un campo de ayuda mutua, mientras que Darwin y Wallace ven solamente la lucha por la supervivencia. Creo que tal hecho se puede explicar de la siguiente manera: los zoólogos rusos han investigado enormes zonas continentales en la zona de un clima templado, donde se pone de manifiesto y con mayor claridad la lucha de la especie contra las inclemencias de la naturaleza (fríos muy adelantados, tormentas de nieve, inundaciones, etc.), mientras que Wallace y Darwin investigaron mayoritariamente las costas de países tropicales donde las especies abundan mucho más».

¿Una teoría científica influida por el ambiente en el cual se produjo su advenimiento?, ¿ciencia influida por nada que no sea la razón humana? Aquí es donde radica la importancia del legado de las ideas de Piotr Kropotkin sobre la evolución. Nos ofrece una interpretación distinta. Una interpretación que rechaza justificaciones naturalistas del neoliberalismo propias de la teoría sintética de la evolución: «la fórmula biológica del territorialismo se traduce fácilmente en los rituales de la propiedad privada» o «un código ético basado en el código genético, y por tanto justo, es esperable» ambas frases del fundador de la sociobiología, Eward O. Wilson, «tratemos de enseñar la generosidad y el altruismo, porque nacemos egoístas» frase escrita por Richard Dawkins en su Gen egoísta (1976) y «los hombres están en decidida superioridad sobre las mujeres en muchos aspectos» y que por ello «las facultades mentales del hombre estarán por encima de las de la mujer» escrita por Darwin en su Origen del Hombre. Piotr Kropotkin rechaza profundamente estas interpretaciones, que su coetáneo T. H. Huxley se encargó de defender en su época.

Kropotkin en ningún momento rechazó que pudiera existir una «lucha por la supervivencia» y una «supervivencia de los más aptos». Lo que hizo fue expandir la teoría evolutiva hacia un terreno apenas desarrollado. El propio Darwin, hacia el final de su vida, fue incorporando más modos de evolución ante la constatación que la mera «lucha por la supervivencia» no podía dar cuenta de todos los fenómenos observados. Kropotkin se encargó de mejorar la teoría evolutiva de la siguiente forma. Estableció la siguiente dicotomía: I) Organismo contra organismo en el caso de recursos limitados, lo cual nos llevaría a la competencia («lucha por la supervivencia») y, II) Organismo contra ambiente, en caso de ambiente rigurosos, lo que llevaría a la cooperación. En palabras del propio Kropotkin: «la sociabilidad es una ley de la naturaleza como lo es la lucha mutua».

Todavía en la actualidad estas dos formas de ver la biología siguen enfrentadas. ¿Los grupos que cooperan entre ellos presentan ventajas frente a los que no lo hacen y prosperan mejora?, ¿Es posible que la cooperación sea un motor de la evolución como proponía Kropotkin o todo está sometido a una naturaleza intrínsecamente egoísta? La brillante, y recientemente fallecida, bióloga descubridora de la endosimbiosis como proceso vital en la evolución, Lynn Margulis, lo tenía claro: «la vida es una unión simbiótica y cooperativa que permite triunfar a los que se asocian».

(21/12/2013)

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Las razas humanas

Daniel Closa i Autet

Muy a menudo las cosas no son lo que parecen y, encima, los hábitos del lenguaje nos condicionan todavía más. Esto lo podemos notar en los libros de antropología que afirman que la división de los humanos en razas no tiene sentido. Que esto que denominamos razas no existe.

Hombre, pues quizás tienen razón, pero cuando me miro y me comparo con un oriental, un africano o un indio americano, las diferencias me parecen bastante evidentes como para decir que no pertenecemos a razas diferentes. Y en este punto se me dispara la alarma.

¿No será que se niega la existencia de las razas simplemente porque queda políticamente correcto? Barbaridades más grandes se han dicho, en nombre de esta corrección superficial.

Ciertamente, nadie confundiría un japonés con un etíope, o un peruano con un sueco. La diversidad de la especie humana se muestra de mil maneras, como por ejemplo el color de la piel, la altura, la forma de los cabellos, la anatomía de la cara o el perfil de los ojos. Pero también otros menos evidentes: el grupo sanguíneo, la sensibilidad a algunos fármacos, los niveles de expresión de diferentes genes, la sensibilidad a enfermedades…

El problema aparece a la hora de definir las categorías y marcar los límites. Hay quien es muy aficionado a las clasificaciones estrictas sin caer en enormes contradicciones o arbitrariedades. Según algunas clasificaciones, yo no estoy incluido en la raza blanca como me hicieron creer en la escuela. Soy de raza «mediterránea». Parece que la blanca se limita a pieles más blancas y cabellos más rubios. Pero, ¿cuál es el límite de blancura? Lo mismo sucede con la raza negra. Esta denominación incluye mil tonalidades de color de la piel, desde el negro más intenso de los negros nilóticos hasta tonos ligeramente oscuros de algunos americanos descendientes de varios cruces entre esclavas y esclavistas. ¿Todo se agrupa bajo una única denominación? Y, si es así, ¿por qué motivo?

Es interesante comprobar que hay divisiones que parecen evidentes, pero que en realidad no lo son tanto. Una vez tuve una conversación muy divertida con un grupo de orientales que no comprendían cómo era posible que yo confundiera los japoneses con los coreanos. Para ellos, ¡las diferencias eran clarísimas! En cambio, ellos no podían distinguir un noruego de un italiano.

Y, encima, muchos de los caracteres que nos permitirían hacer una clasificación no coinciden con otros caracteres que nos dan otras clasificaciones. De manera que, al final, la definición de raza acaba siendo completamente arbitraria. Esto explica por qué, aunque de pequeño me enseñaron que hay cinco razas, se pueden encontrar libros que describen doce, en incluso algunos más detallistas llegan a hablar de hasta treinta razas diferentes. Al no haber unos límites claros, cada cual puede ponerlos donde le plazca.

Pero una clasificación tan arbitraria simplemente no tiene ningún valor científico.

Esto no quiere decir, ¡ni mucho menos!, que no existan las diferencias. Lo que hay que tener claro es que las agrupaciones que hacemos bajo la definición de raza son simples convenciones para hacer más fácil entendernos. Unas divisiones tan arbitrarias como si estableciéramos que las personas altas y las bajas pertenecen a razas diferentes. Desgraciadamente, demasiado a menudo se han usado con finalidades mucho más turbias.

Y, por supuesto, lo que no existe ni ha existido nunca es una «raza pura». Un detalle que hace aún más inmorales todas las barbaridades que se han hecho con la excusa de la pureza de la raza. Aunque siempre hay gente dispuesta a encontrar excusas para justificar cualquier cosa.

Hace milenios que está teniendo lugar el intercambio de genes entre los humanos. Esta gran mezcla genética imposibilita hablar de cualquier otra raza que no sea la raza humana. Aunque desde un punto de vista estrictamente biológico, hay que hablar, simplemente, de la especie humana.

100 mitos de la ciencia,
Lectio Ediciones, 2012

lunes, 2 de abril de 2012

Recordando a Darwin, revitalizando a Kropotkin

José María Fernández Paniagua

Artículo publicado en Tierra y Libertad, nº.248
(marzo 2009)

2009 es el año de celebración del segundo centenario del nacimiento de Charles Darwin. Se ha comentado ya mucho sobre aquel viaje, iniciado en 1831, por América del Sur e islas del Pacífico, que le permitió recoger un impresionante caudal de datos geológicos, botánicos y zoológicos. Pasarían varios años, con la consecuente ordenación y sistematización de esa información, para que elaborara su teoría de la evolución. Durante algunos años, se pensó que Darwin llegó a sus conclusiones a partir de la lectura de Malthus y su famosa teoría sobre el crecimiento de la población humana, mayor que los recursos necesarios para la subsistencia, lo cual generaría una «lucha por la existencia». Hoy, se piensa que lo que Darwin sacó de Malthus es que el proceso de selección natural ejerce una presión que fuerza a algunos a «abandonar la partida» y a otros a «adaptarse» y a «sobreponerse». En cualquier caso, un año después de aquel famoso viaje, Darwin empezó a creer la teoría de que todas las especies podrían provenir de un tronco común. La «selección natural» se produciría por las alteraciones orgánicas engendradas por la lucha por la existencia, en el curso de las cuales sobrevivirán solo los más aptos.

Darwin dejó muy claro que la selección natural no induce a la variabilidad, sino que implica solamente la preservación de las variaciones que aparecen y que son beneficiosas para el ser en sus condiciones de vida; esas variaciones adquiridas serán transmitidas a los descendientes. Las tesis de Darwin fueron presentadas en El origen de las especies, en 1859, obra con sucesivas revisiones en los años posteriores. El darwinismo suscitó la lógica oposición entre los medios teológicos, los cuáles consideraron la teoría un ataque a sus creencias y a su interpretación literal de la Biblia (y hasta hoy llegamos con esta reacción, para comprobar lo cual, en este país, solo hay que escuchar la COPE en un momento tonto). Otros, vieron el cuerpo de doctrinas de Darwin como la expresión de un pensamiento radical y revolucionario y una importante lucha contra el tradicionalismo y el Ancien Régime. Aunque, tanto la teoría de la evolución, como la del origen del hombre, a partir de otras especies no eran originales, sí resultaban innovadores la gran cantidad de datos empíricos aportados por la obra de Darwin y los caracteres que imprimió a la noción de «selección natural». Como es lógico, existen algunas fisuras y objeciones a algunas de las teorías de Darwin, algunas admitidas por él mismo en su momento, lo cual no supone necesariamente la entrada de consideraciones teleológicas (último subterfugio empleado por las creencias religiosas, con la recurrente teoría del diseño inteligente como ejemplo). Puede decirse, pese a quien pese, que el alcance y profundidad en la revolución de las ideas originadas en Darwin (con posteriores revisiones y evoluciones) son solo comparables con los derivados de Marx, Freud y Einstein. Huxley (1825-1895), firme defensor de las teorías evolucionistas de Darwin, por considerarlas más satisfactorias que cualesquiera otras hasta esa fecha, y opuesto a toda pretensión de conocimiento absoluto, era partidario de las leyes mecanicistas como explicación de la estructura de los seres orgánicos. Al aceptar la lucha por la supervivencia del más apto, Huxley consideró que el evolucionismo no podía dar cuenta de los actos morales (y, aún menos, de los ideales morales); en honor a este autor, al que tantas veces se le ha nombrado como un intérprete extremista de las teorías evolutivas de Darwin (en cualquier caso, solo en el terreno biológico), hay que recordar que afirmó que el hombre debía oponerse a tendencias evolucionistas cuando éstas fueran inmorales o amorales. Puede decirse que el socialismo en general reconoció la teoría darwiniana de la evolución como algo liberador de prejuicios y un considerable ataque al antropocentrismo, habitualmente unido a ideas reaccionarias y al providencialismo. No obstante, el llamado «darwinismo social», apoyado en algunas de las teorías darwinistas de la evolución, supondrá ideas político-sociales opuestas al socialismo, en las cuales se considera la desigualdad y la competencia como factores determinantes para la supervivencia de los más aptos y para la «evolución» de la sociedad. Se puede afirmar que el capitalismo, sea cual fuere la fase del mismo en que nos encontramos a principios del siglo XXI, continúa recogiendo ese herencia social-darwinista en la que el factor ético queda relegado en nombre de una pervertida noción de progreso y del bienestar (o supervivencia) de únicamente una parte de la población. Paradójicamente, el norteamericano Sumner (1840-1910), principal defensor del darwinismo social, rechazó toda noción de derechos naturales (en el que podría entrar la igualdad, el humanitarismo o la democracia), ya que ello supondría aceptarlos como «verdades eternas» y los desdeñó, miserablemente, en nombre de la «evolución social».Uno de los factores decisivos para combatir esta degeneración social del evolucionismo darwinista es la llamada «ética social», tan importante en la obra de Kropotkin. Una conferencia pronunciada por el zoólogo ruso Karl F. Kessler en 1880, «Sobre la ley de ayuda mutua», inspiraría a Kropotkin para desarrollar una obra en torno al cooperativismo presente en la naturaleza. El noble anarquista ruso consideró que, junto a la ley darwiniana de lucha por la superviviencia, existía la llamada ley del «apoyo mutuo» entre los miembros de una misma especie; la competencia no sería el auténtico motor de la evolución, sino la cooperación. Al día de hoy, a pesar de que la obra de Kropotkin al respecto no ha sido lo suficientemente reconocida, continúan los estudios actuales recibiendo la influencia de ambas posturas y puede decirse que no se ha desdeñado la importancia del factor cooperativista en la evolución, siendo la sociabilidad un concepto claramente importante en la sociobiología. Habría que hacer justicia a la obra de Kropotkin, sin olvidar el tiempo que vivió y situándolo en una corriente que, sin ser mayoritaria, sí fue más amplia de lo que se deja ver en los libros de historia. Hay que insistir en que la teoría de Kropotkin no se opuso necesariamente a la de Darwin, el cual entendió la «lucha por la existencia» en un sentido mucho más amplio que las posteriores interpretaciones y tergiversaciones (las cuales llevaron a introducir el término «egoísmo» como factor evolutivo determinante, antagónico al «altruismo» que quería ver Kropotkin), y sí podía considerarse como una aportación a la misma. Reconociendo que existía la forma competitiva de lucha, se esforzó Kropotkin en equilibrar esa competencia con el factor cooperativo e, incluso, darle predominancia. Finalmente, trató el «príncipe» anarquista de hacer de la ley del «apoyo mutuo» el fundamento de toda sociedad animal, incluida la humana; esa búsqueda de beneficio para sus semejantes sería, para Kropotkin, un impulso básico para el ser humano. Porque el anarquista ruso equipara el impulso ético a «lo natural», deposita una completa confianza en la naturaleza y trata de indagar en la misma, con el fin de ajustar el comportamiento humano a una ley natural, producto de un orden cósmico en los que cabe la bondad y la belleza. Del mismo modo, considera Kropotkin que naturaleza es sinónimo de ciencia y asentará, de ese modo, una de las más poderosas señas de identidad de los libertarios de su tiempo: la plena confianza en lo científico. Una confianza en la ciencia que, a mi modo de ver las cosas, debería ampliar su horizonte de manera constante y mantenerse a salvo de un culto excesivo.

Ciertas lecturas posteriores, así como consecuentes polémicas bien planteadas al servicio de un pensamiento emancipador, han demostrado la capacidad de la tradición ácrata para huir del dogma y para revitalizar sus propuestas. Malatesta, contradiciendo en este asunto a su, para tantas otras cosas, maestro Kropotkin y tratando de salvaguardar tanto la libertad como la voluntad del hombre, rechazó el cientificismo y todo fatalismo producto de una supuesta ley natural. Para el italiano, la anarquía sería una aspiración humana al margen de una supuesta ley o necesidad natural, un programa elaborado por la voluntad del hombre (y no una especie de filosofía científica) tratando de combatir, precisamente, las desarmonías que pueden encontrarse en la naturaleza. Se resume muy bien lo que Malatesta pensaba, al respecto, en la bella frase: «La fe, en nuestro caso, no es una creencia ciega; es el resultado de una firme voluntad unida a una fuerte esperanza». Volviendo a Kropotkin, a pesar de que el trabajo del autor de El apoyo mutuo y de la inacabada Ética sea de un rigorismo científico cuestionable (sin olvidar que, del mismo modo, multitud de darwinistas concedieron excesivo crédito a la tesis opuesta), aunque no exento de datos históricos y naturales bastante impresionantes y muy útiles, su crítica a ciertos factores y circunstancias negativas para la conducta humana (como la presión del Estado y de los grupos sociales) y la mencionada confianza que depositaba en una ética social son de un interés y de una vigencia impagables. También me gustaría dejar claro que las múltiples facetas de Kropotkin, resumidas en dos vías, la sociopolítica y la científica, no tienen por qué mezclarse en una lectura fácil, que empuje a creer que sus prejuicios ideológicos le empujaron a sus tesis biológicas. De hecho, es complicado saber qué faceta del ruso influyó más en la otra; incluso, al contrario de lo que se suele pensar, es posible que la visión que tenía de la naturaleza tuviera más influencia en el desarrollo de sus tesis sociales e ideológicas que al contrario. En cualquier caso, de la obra de Kropotkin se desprende siempre honestidad, y su pensamiento contiene la suficiente brillantez para ser recuperado en muchos ámbitos del desarrollo humano.

Frente a la controversia no resuelta acerca de la naturaleza humana, egoísta o altruista, bélica o sociable, mi opinión es que nuestra afán categorizador y tendencia al maniqueísmo (y, por lo tanto y por definición, «reduccionista») nos conduce a otra suerte de fatalismo. No creo que exista una respuesta definitiva para buscar una condición inherente cercana a Caín o a Abel (por usar el mito judeo-cristiano que forma parte de nuestro acervo y, tal vez por ello, supone que caigamos constantemente en el infantilismo). La historia del movimiento libertario y de sus pensadores más notables nos demuestra tolerancia, autocrítica, una férrea ética social e individual, muy necesaria para la época en que nos encontramos tan falta de valores, y un afán indagador y enriquecedor constante. Es posible que la bondad y el optimismo que caracterizaban a Kropotkin, unido a su innegable erudición, le llevó a ese intento de sistematizar las ideas y de indagar en teorías acerca de lo que es o no «natural». Otros, no exentos de sentimiento y de voluntad, y viendo la ciencia simplemente como un instrumento emancipador útil, han aportado también grandes cosas a la tradición ácrata. Tal vez, habría que observar la naturaleza de forma objetiva, asumiendo su falta de moralidad y siendo cauto con ciertas visiones alentadoras (unidad, orden, armonía…) más cercanas a la metáfora y a la tranquilidad existencial que a una visión científica (insisto, no defiendo la ciencia como una dogma, pero tendemos a mezclar cosas dispares). Las respuestas a cuestiones morales y sociopolíticas debemos buscarlas, en mi opinión, en nosotros mismos (una especie más en la naturaleza, con mayores capacidades que otras para transformar el medio, pero sin ningún «toque» de una divinidad inexistente ni de ningún otro factor externo), huyendo de todo determinismo apriorístico y sin subterfugios de ninguna clase.

Darwinismo en el anarquismo hispano

José Antonio Canales
Acracia.org


En la mesa con Darwin.
Evolución y revolución en el movimiento libertario en España (1869-1914)

de Álvaro Girón Sierra

(CSIC, Madrid 2005). 450 páginas.

Cada vez que un estudio se acerca a la producción artística, literaria, divulgativa del movimiento libertario de finales del siglo XIX y comienzos del XX, no puede dejar de sorprendernos la riqueza creativa, de análisis, pero también ética que llegó a alcanzar una corriente ideológica que, salvo contadas excepciones, se nutre de obreros sin una formación académica. De entre todo este elenco de reflexión y divulgación, este libro hace un análisis de lo que el movimiento obrero denominaba la cuestión social, en este caso desde una perspectiva biologizante.

Álvaro Girón Sierra, científico de la Institución Milá y Fontanals de Barcelona, dependiente del CSIC, nos presenta en esta obra un detallado estudio sobre la penetración tanto del darwinismo como de las ideas de Ernst Haeckel o Herbert Spencer, de todo el entramado que podríamos denominar como evolucionismo, en el pensamiento del anarquismo español entre los años 1869 y 1914.

La asimilación del entramado darwinista lo entiende el autor en el contexto del proceso de creación cultural de la clase obrera española, considerando en el anarquismo español tanto los elementos de confluencia con el liberalismo radical (libertad individual, federalismo, anticlericalismo) como aquellos que claramente los diferencian (destrucción del Estado, abolición de la propiedad privada, etc.). En este sentido, la asimilación de los conceptos darwinistas sería paralela a la de los republicanos federales. Pero aquí se acabarían las similitudes, ya que se reconoce la existencia de una lectura específicamente libertaria del darwinismo.

El estudio abarca toda la creación literaria anarquista en prensa, libros y revistas de la multitud de autores que reflexionaron en estos años sobre lo que se conocía como la «cuestión social», utilizando para ello tanto una lectura directa de las obras de Darwin, Haeckel o Spencer, como a través de las interpretaciones que de los debates en torno al evolucionismo realizaban Piotr Kropotkin, Elisée Reclus o Jean Grave. Cita especialmente a Anselmo Lorenzo, Josep Llunas, Federico Urales, Ricardo Mella o Fernando Tarrida del Mármol.

La obra se estructura, siguiendo un enfoque temático, en dos grandes bloques. En el primero se analiza la interpretación que el movimiento libertario tiene de la nueva visión de la naturaleza: el evolucionismo. Aquí se analizan tres aspectos fundamentales: la interacción de los nuevos conceptos de evolución cósmica con una imagen providencial de la naturaleza que convierte a la evolución en un elemento progresivo que habría de conducir a la revolución como culminación del proceso. La reacción ante el cambio de la relación tradicional entre el ser humano y el orden natural que lleva consigo el origen simiesco del Homo sapiens, que sirvió a los autores libertarios para atacar la cosmovisión religiosa, para reflexionar sobre la evolución tanto física como social de los seres humanos, y para reivindicar una vuelta a la naturaleza como concepto ético. Y, por último, el confuso mundo de las analogías entre el orden natural y el orden social, que introducen diversas interpretaciones sobre los mecanismos evolutivos, como la lucha por la existencia, a la que los libertarios contraponen las ideas de Kropotkin sobre la ayuda mutua como factor de evolución, o la selección natural, el malthusianismo, etc.

En el segundo bloque se tratan las implicaciones que tiene el hecho de considerar al Homo sapiens, como un animal más. Aquí se presta especial atención a las justificaciones biológicas sobre la desigualdad y la acción de la herencia y el medio sobre los seres humanos. Es aquí donde los libertarios españoles van a combatir, unas veces de forma original, otras en la linea del pensamiento libertario francés, sobre todo, la instrumentalización que la burguesía está haciendo del darwinismo, volviendo la tortilla, tanto en la defensa del proletariado como en el ataque a una sociedad, la capitalista y burguesa, que es el origen de los males sociales. En este sentido son interesantes los argumentos que los libertarios, sobre todo Mella, dieron para rebatir la identificación de criminal y anarquista que realizó Lombroso, ya que, aunque el punto de partida era que en el ambiente sano de una sociedad anarquista el delito prácticamente desaparecería, la sociedad del porvenir tendría que dar respuestas a individuos antisociales. Estas respuestas van desde una confianza ciega en la ciencia hasta la «utopía moral» —como califica el autor a la teoría de Ricardo Mella de la coacción moral—, la existencia de un hombre nuevo cuya ética y formación intelectual le permiten tener una autonomía en el discernimiento de lo que son conductas antisociales.

El autor realiza un tratamiento temático que, partiendo de los postulados del darwinismo social, va analizando las distintas respuestas que van dando los libertarios españoles a los temas anteriormente mencionados. Es este tratamiento temático lo que convierte su lectura en un análisis más científico que sociológico, lo que lleva al autor a denunciar ciertas contradicciones en las que incurren en sus diferentes respuestas los autores que analiza. En este sentido es donde el libro se percibe más como historia de la ciencia que como historia de la creación divulgadora libertaria. El problema derivaría de contemplar los escritos que analiza de forma aislada, sin ponerlos en contacto con la realidad histórica que acompaña esos artículos, folletos, libros, etc. Aunque lo considera en el prólogo, a lo largo de la obra tampoco parece tener en cuenta que la mayoría de los autores no poseen una formación académica y que el objetivo no es tanto la elaboración de un darwinismo libertario como la fundamentación basada en el evolucionismo de la tarea de difusión cultural y de la propagación de la Idea que habrían de crear los protagonistas, intelectual y moralmente autónomos, de la revolución.

En cualquier caso, a través de sus páginas se aprecia la herencia ilustrada del movimiento libertario, su fe en el progreso y la ciencia, un progreso que, desde todas las perspectivas llevaría al triunfo inexorable de la revolución que habría de conducir a la sociedad anarquista. El evolucionismo se convierte así en la fundamentación científica que echa por tierra el relato bíblico y el creacionismo. La falsa redención que vende la Iglesia es sustituida por los libertarios por la que ofrece la revolución.


Esta recensión fue publicada por primera vez en
Germinal. Revista de Estudios Libertarios
núm.3 (abril de 2007).

Darwin-Kropotkin: Dos visiones complementarias del evolucionismo

Por José García
El ciudadano, 06/08/2010

El origen de las especies de Darwin y El apoyo mutuo de Kropotkin compiten y se apoyan mutuamente en una metáfora de las propias teorías contenidas en estas dos grandes obras del pensamiento humano.

El 12 de febrero de 2009 se cumplieron 200 años del nacimiento de Charles Darwin, padre de la teoría de la evolución. La publicación de El origen de las especies representa uno de los mayores golpes asestados por la ciencia y la razón contra la religión, el mito y la fe desde que Copérnico demostrara que la Tierra no era el centro del universo.


A Darwin corresponde el mérito de ser pionero en la construcción de una teoría evolutiva. Menos reconocida es la figura de Kropotkin, quien reinterpreta la visión meramente competitiva de Darwin y señala la colaboración como factor determinante en la evolución. El origen de las especies de Darwin y El apoyo mutuo de Kropotkin compiten y se apoyan mutuamente en una metáfora de las propias teorías contenidas en estas dos grandes obras del pensamiento humano.

La relevancia del primero sobre el segundo no sólo se debe al hecho de ser pionero en esta materia. Aunque las ciencias de la naturaleza no deberían confundirse con las ciencias humanas, es obvio que de ambas teorías se desprenden dos interpretaciones, dos visiones del mundo y del hombre. La competencia, la rivalidad y la ley del más fuerte frente al apoyo mutuo, el compañerismo y la solidaridad. No hay duda de cual de estas visiones es hoy la dominante.

Eso no siginifica que el nacimiento de Darwin no deba ser celebrado por todos los que “creemos” y tenemos “fe” en la razón. Pero precisamente el recuerdo de esta efeméride de Darwin es un buen momento para reclamar la figura del príncipe Kropotkin, quien hizo evolucionar la propia teoría evolutiva.

Rescatemos pues algunos extractos de la introducción a El apoyo mutuo: un factor de la evolución escrita por Piotr Kropotkin en 1902:

“Dos rasgos característicos de la vida animal de la Siberia Oriental y del Norte de Manchuria llamaron poderosamente mi atención durante los viajes que, en mi juventud, realicé por esas regiones del Asia Oriental.

Me llamó la atención, por una parte, la extraordinaria dureza de la lucha por la existencia que deben sostener la mayoría de las especies animales contra la naturaleza inclemente, así como la extinción de grandes cantidades de individuos, que ocurría periódicamente, en virtud de causas naturales, debido a lo cual se producía extraordinaria pobreza de vida y despoblación en la superficie de los vastos territorios donde realizaba yo mis investigaciones.

La otra particularidad era que, aun en aquellos pocos puntos aislados en donde la vida animal aparecía en abundancia, no encontré, a pesar de haber buscado empeñosamente sus rastros, aquella lucha cruel por los medios de subsistencia entre los animales pertenecientes a una misma especie que la mayoría de los darwinistas (aunque no siempre el mismo Darwin) consideraban como el rasgo predominante y característica de la lucha por la vida, y como la principal fuerza activa del desarrollo gradual en el mundo de los animales.

Por consiguiente, ya desde entonces comencé a abrigar serias dudas, que más tarde no hicieron sino confirmarse, respecto a esa terrible y supuesta lucha por el alimento y la vida dentro de los límites de una misma especie, que constituye un verdadero credo para la mayoría de los darwinistas. Exactamente del mismo modo comencé a dudar respecto a la influencia dominante que ejerce esta clase de lucha, según las suposiciones de los darwinistas, en el desarrollo de las nuevas especies.

[...] en todas estas escenas de la vida animal que se desarrollaba ante mis ojos, veía yo la ayuda y el apoyo mutuo llevado a tales proporciones que involuntariamente me hizo pensar, en la enorme importancia que debe tener en la economía de la naturaleza, para el mantenimiento de la existencia de cada especie, su conservación y su desarrollo futuro.”