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domingo, 31 de octubre de 2021

Biodiversidad y enfermedades emergentes: más allá del 'clickbait'

 

MARIO GARRIDO e ISABEL ROLDÁN GÓMEZ

La relación entre el ritmo de extinción de especies y el incremento de enfermedades infecciosas emergentes ha vuelto a la agenda científica y social. La idea se remonta hasta al menos un siglo, pero en el año 2000 regresó con fuerza cuando Richard Ostfeld y Felicia Keesing definieron el marco formal de esta relación inversa. Lo denominaron «hipótesis del efecto de dilución».

Esta idea sugiere que la biodiversidad puede proteger a los seres humanos de este tipo de enfermedades, que son en su mayoría zoonóticas y transmitidas por animales salvajes. La hipótesis se vio reforzada por una serie de evidencias, en su mayoría correlacionales, obtenidas en diversos sistemas naturales, como el del virus del Nilo Occidental o el de la enfermedad de Lyme, fuente de inspiración de Ostfeld y Keesing.

En este último caso, el agente causante de la enfermedad es la bacteria Borrelia burgdorferi, transmitida a los humanos por garrapatas que se han infectado previamente al alimentarse de un animal portador, sobre todo el ratón de patas blancas. Aquí es donde la biodiversidad entra en juego. En los extensos bosques caducifolios de Estados Unidos, este roedor es más abundante donde la biodiversidad es menor y, por tanto, las posibilidades de encontrar una garrapata infectada aumentan. Dicho de otro modo, el riesgo de enfermedad se ve diluido por la biodiversidad, pues en áreas con más diversidad las garrapatas se alimentan de huéspedes que tienen menos probabilidades de infectarlas.

Con ejemplos de este tipo, el efecto dilución parecía dar una respuesta solvente y de aplicación universal a la relación entre biodiversidad y enfermedades emergentes. Sin embargo, a principios de la actual década, algunos científicos impugnaron la validez de ciertos estudios que respaldaban el efecto dilución; incluso señalaron a autores y editores de supuesta mala praxis. En suma, a pesar de la conveniencia ecológica y social de la hipótesis, su naturaleza causal y, más aún, su generalidad, siguen siendo controvertidas.

Actualmente, existen evidencias que apoyan que la relación entre biodiversidad y enfermedades infecciosas emergentes puede ser negativa (el mencionado efecto dilución), positiva (el «efecto amplificación») e incluso neutra. Hay algunos consensos. Una reciente revisión en Nature señala que el efecto dilución se relaciona con, al menos, dos parámetros:

  1. El tipo de parásito. Los patógenos especialistas y transmitidos por vectores son los que con mayor probabilidad se verán afectados por alteraciones en la biodiversidad.

  2. La escala del estudio. Una correlación negativa entre biodiversidad y enfermedades infecciosas sería más detectable a menor escala.

Sin embargo, más allá de estas variables específicas, no queda claro en qué condiciones la diversidad de especies diluye o amplifica la exposición a estos patógenos.

Y entonces llegó la covid-19

El debate científico está hoy más vivo que nunca, estimulado por la pandemia de covid-19. Los efectos sanitarios, sociales y económicos de esta crisis han puesto de manifiesto que la vulneración (y vulnerabilidad) del medio afecta a los seres humanos.

En este sentido, una hipótesis científica que aúne salud humana y protección del medio ambiente es ética y estéticamente irresistible, sobre todo cuando adopta la siguiente forma: «Si cuidamos la naturaleza, ésta –como si fuese un sujeto con voluntad propia– nos cuidará a nosotros».

Ahora bien, esta preconcepción casi romántica, que ha sido tildada de antropocéntrica, y aun de panglosiana, puede relajar los estándares de rigor científico. Si a ello le sumamos que la hipótesis del efecto dilución se cuela de vez en cuando y sin matices en los medios de comunicación, rápidos y efectistas, la cuestión científica (análisis empírico, validez, conclusiones) torna rápidamente en ideología.

Es un hecho contrastado que las agresiones al medioambiente exponen a los seres humanos a nuevas enfermedades. Los ejemplos son muchos: la deforestación nos expone a patógenos antes desconocidos; los mercados y macrogranjas son el caldo de cultivo perfecto para la recombinación y selección de cepas virulentas; la globalización acelera su expansión.

Sin embargo, aunque tentador, por el momento es ilegítimo asumir que las medidas proteccionistas tendrán siempre efectos positivos para la salud humana. Hay que ser científicamente cautos. Esto no significa negar la premisa mayor —proteger el medioambiente—, sino evitar un silogismo precipitado que tiene consecuencias no solo para la investigación básica, sino también para la aplicada.

Una gestión apresurada de la biodiversidad, basada en conclusiones erróneas, puede afectar a la salud pública: el manejo de ciertas áreas de la Amazonía constituiría un buen ejemplo.

Un estudio de 2013 halló evidencias de que tanto la cobertura forestal como la deforestación estaban relacionadas con la incidencia de la malaria. Sin embargo, y por sorprendente que parezca, los resultados sugieren que la cobertura forestal está asociada con una mayor incidencia de malaria que la propia deforestación. Así, ésta contribuiría a frenar la malaria al eliminar cobertura forestal, mientras que los esfuerzos de conservación supondrían un riesgo para la salud humana, al menos, en cuanto a malaria se refiere.

La responsabilidad de cómo abordar el efecto dilución, en sus dimensiones teóricas y prácticas, es ineludible: tanto en su investigación —que requiere de cautela y de matices—como en la progresiva divulgación del mensaje —que convoca la acción social y política y, por tanto, difumina los matices—. Ahora bien, ¿dónde y cómo dibujar la línea entre ambas tareas? ¿Debe hacerse? ¿A quién le compete?

No disponemos de las respuestas a estas preguntas, pero creemos que conducen a una reflexión sobre la producción en ciencia. Al respecto cabe plantear si, en el actual contexto de publicación —competitivo, acelerado, afectado por intereses extracientíficos—, algunos análisis se están moviendo hacia un espectro de tendencias más atractivas. Y si la razón de ese atractivo es su rigor o, más bien, el impacto mediático y los consiguientes beneficios académicos que pueden generar.

El riesgo de que los investigadores se conviertan en víctimas de las modas, del clickbait científico, está presente. Con ello, puede complicarse la posibilidad de introducir análisis más afinados y, a veces, también mensajes más complejos de divulgar por parte de la comunidad científica.

Dijo Max Weber: «Quien no es capaz de ponerse, por decirlo así, unas anteojeras y persuadirse a sí mismo de que la salvación de su alma depende de que pueda comprobar esta conjetura y no otra alguna […] está poco hecho para la ciencia».

Que la ciencia no es neutra no es una idea nueva. Sin embargo, en ocasiones el tópico impide ver los árboles: en este caso, el de la responsabilidad de los especialistas en el debate mediático del efecto dilución. ¿Serán capaces los científicos de ponerse unas anteojeras, a decir de Weber, y analizar dicha hipótesis sin verse influidos por las repercusiones ideológicas y sociales de la misma?

THE CONVERSATION
(
9 diciembre 2020)

miércoles, 10 de marzo de 2021

Matar lobos

LOBOS

Ya que se me ha invitado a pronunciarme sobre la reciente polémica generada con la protección del lobo, creo que puedo decir algo por mi parte, como amante de la naturaleza y descendiente de pastores.

El lobo ibérico estuvo casi a punto de extinguirse hace medio siglo, en los años setenta sumaban menos de un millar y durante la década siguiente aumentó poco más del doble. Desde entonces, han pasado 30 años, y se estima el mismo número, sobre los dos mil y pico ejemplares. El hecho de que se haya dispersado no quiere decir que haya crecido demográficamente, padeciendo, a su vez, una gran mortalidad. Pero, aun así exageran su impacto sobre los intereses humanos.

Es verdad que el lobo mata para comer, no tiene otra forma de sustento, y mata lo que tiene más a mano o, mejor dicho, a pata. Son cazadores sociales que se permiten el lujo de poder matar presas mayores que ellos, la unión hace la fuerza. Si puede obtener presas silvestres, lo hacen, y, si no, carroñean. No habiendo otra forma de alimentarse, roban la carne al ser humano, matan ganado doméstico. Como todo carnívoro tienen que matar para comer y no morir de hambre.

Y ¿cuál es el ganado más accesible? El que está sin proteger a la intemperie, solo en los campos sin vigilancia. Durante siglos los pastores han estado con sus rebaños —el lobo teme al hombre— y con ellos acompañados de grandes perros guardianes, que consideraban al ganado parte de su manada y que defendían. A los recentales de los rebaños se les guardaban en los corrales y apriscos. Los pastores pasaban los días y las noches junto a los rebaños, era una vida dura, pero necesaria. Hoy, con las comodidades que tenemos, se ha olvidado, y se deja sin cuidados a muchos animales al raso, son cosificados como meros productores de carne y leche para los mercados, aunque peor lo tienen los de las granjas industriales, hacinados como objetos. El mundo rural está en crisis por culpa de estos mercados, sus pobladores llevan décadas abandonando el mundo rural para ganarse el sustento en las urbes. Pero, la culpa se la echan a la vida salvaje.

A quienes sus vidas dependen de la ganadería no les gusta, y con mucha razón, que sus animales sean atacados por el lobo, aunque les indemnicen las bajas, sufren las secuelas, y la Administración no cubre todo, por eso odian al lobo, es comprensible. Pero, las cosas no pueden ser así, hay que poner remedio. Y el mejor remedio es la prevención, prevenir ataques guardando sus rebaños, no hay otra opción. Vigilar los rebaños, hacer del pastor un trabajo digno de nuestros tiempos. Criar y educar perros mastines. Hacer cercas resistentes o electrificadas. Así se reducen los riesgos al mínimo. Para ello los poderes públicos deben mojarse, y no simplemente, indemnizar y matar lobos.

Matar lobos, significa destruir manadas, los supervivientes al no poder cazar ungulados silvestres, buscan presas fáciles, y ¿cuál es la presa más fácil? ¡El ganado doméstico! Animales que por culpa de la crianza selectiva que conllevó la domesticación han perdido sus capacidades o instintos de supervivencia. Y el lobo tiene que matar para comer. Matar lobos empuja a más ataques al ganado doméstico, esa es la cuestión. Reducir la población actual lobuna conlleva, también, incrementar herbívoros silvestres que comen campos agrícolas, es matar la solución. Cuestión que algunos mandatarios y gente del sector agropecuario no logran comprender. Matar lobos para las autoridades solo sirve para calmar los ánimos, es una solución inmediata, cortoplacista, que a la larga significa trasladar el problema.

Nuestros antepasados prehistóricos se sustentaban de la caza y la recolección. Cuando pasaron a ser sedentarios añadieron la agricultura y la ganadería, la caza era complementaria. Hoy día se caza por ocio y negocio, hoy día la caza es inmoral. Los cazadores poco pueden decir sobre el lobo. El lobo nació para ser libre y no un trofeo.

Y qué decir de los medios, que solo generan confusión, cuando por ley deberían dar información veraz, y no lo hacen. Menos derecho tienen para pronunciarse.

El lobo forma parte de nuestro patrimonio natural, toda gestión que desconoce el funcionamiento de nuestra Naturaleza es inútil y, lamentablemente, todavía nos queda mucho que aprender. Mandatarios, periodistas y mercaderes nada pueden decir.

Proteger el lobo, implica recuperar nuestro monte mediterráneo, con todos sus protagonistas vivientes. Todo ser vivo importa.

 VALLADOLOR
8 marzo 2021

viernes, 1 de mayo de 2020

Bellotada del Duero y compañía


 (Texto escrito para AMOR Y RABIA en el número 17 de su DESDE EL CONFINAMIENTO)

Debido a la actividad humana que, a lo largo del tiempo, ha conllevado una mayor degradación y erosión de los suelos, la deforestación y malas prácticas agrícolas, acompañadas de la roturación y pérdida de masa vegetal silvestre, explotación irresponsable de los acuíferos y el uso de pesticidas y fertilizantes químicos, incrementado por los constantes incendios forestales, sumado a un crecimiento urbano e infraestructuras y agravado por un cambio climático que reduce las lluvias. Como consecuencia la desertificación avanza por todas partes —y, en especial, nuestra península ibérica—. Ante este panorama surgió una iniciativa el año pasado llamada la GRAN BELLOTADA IBÉRICA. Iniciativa popular con la que se pretende ayudar a recuperar nuestro bosque mediterráneo perdido, empezando simplemente con sembrar bellotas de nuestros robles, alcornoques y encinas (teniendo en cuenta las especies autóctonas de cada lugar). De momento ha superado los dos millones de bellotas sembradas.

Siendo Valladolid una de las provincias españolas con menos masa forestal, varios vecinos del medio rural se sumaron a la iniciativa y formaron sus respectivas 'células belloteras' y se echaron al monte a recolectar bellotas para sembrar. En el mes de noviembre empezaron a recoger y plantar en los municipios de Quintanilla de Arriba y Olivares de Duero. Ya, a finales del mes, se invita a la primera convocatoria bajo el nombre de BELLOTADA DEL DUERO en Traspinedo, seguida en diciembre en Sardón de Duero y Quintanilla de Abajo (Onésimo); y otra más se sumó en Santibáñez de Valcorba en el mes de febrero del presente año. En estos eventos se unieron gentes del resto de los pueblos de la comarca, como los de Piñel de Abajo, el pueblo puntero en repoblación forestal de este país. Paralelo a esto, en los Montes Torozos también se movían en el mismo sentido, como la plataforma sin ánimo de lucro Ecoopera, quienes en enero convocaban a otra siembra en San Pelayo (previamente recolectadas en Villalba de los Alcores el mes anterior), y, ya unidos con la gente del valle duriense, hacen otra «bellotada» en Mucientes. Y pretenden seguir adelante cuando pase el confinamiento que estamos sufriendo. También habría que incluir los casos aislados de «belloteros» que se han movido por los cerros y laderas que rodean la capital.

Ante el avance de la desertificación, con esta iniciativa popular se pretende intentar la recuperación de nuestro bosque mixto mediterráneo de frondosas y coníferas por estos montes vallisoletanos, que está muy fragmentado. Y, por lo menos, para amortiguar las consecuencias de la crisis medioambiental que estamos padeciendo, que no sean tan duras como nos auguran.

No es necesario que ningún «experto» les dicte lo que tienen que sembrar o no, ya que los nombres vernáculos de muchos lugares de la zona hacen referencia a los robledales, encinares o dehesas, bien se sabe de su abundancia territorial en el pasado. En la provincia tenemos dos especies arbóreas del género Quercus, como la encina (Quercus ilex), «carrascas» o «matas» a los ejemplares en fase arbustiva, y el quejigo o roble carrasqueño (Quercus faginea), «rebollos» se denomina a los pequeños; así la presencia de la coscoja o acebillo (Quercus coccifera) que es un arbusto. Como, por ejemplo, el «Carrascal» un espigón en el páramo calcáreo del sudeste provincial, entre los valles del río Duero y el arroyo Valimón; el nombre hace referencia al arbusto o mata de nuestro tótem ibérico, la encina, consecuencia de la degradación del encinar. Monte que durante siglos fue comunal y compartido entre los concejos de Cuellar y Peñafiel, en el que abundaba este bosque. Nuestros robles carrasqueños o quejigos tenían una mayor presencia que hoy, compartían el terreno junto a las encinas, por otra parte también tenemos coníferas como las sabinas y pinos con las que no estaban reñidos. Aunque aún tengamos una importante masa forestal en la zona, todavía queda mucho por regenerar y madurar. Sin olvidarnos de otros ecosistemas como los humedales y, también, del bosque de galería de nuestras campiñas, vegas y fondos de valle, o de los matorrales nativos de nuestras laderas. La Tierra de Pinares no solo fue un «mar de pinos», hubo variedad botánica también.

La encina, tótem de Iberia.

Bosque adaptado al calor estival y la falta de agua, como a las puntuales heladas invernales. Bosque mixto con gran variedad de seres vivos. Recordemos que uno de los «puntos calientes» de biodiversidad de este planeta lo representa este bioma terrestre. Su regeneración es vital. Porque en el caso de un supuesto colapso de esta civilización urbana—como predicen los malos augurios— podremos volver a la naturaleza. Volver a la naturaleza no es nuevo, a lo largo de historia de la humanidad ya ha ocurrido varias veces, y para ello tenemos que no solo conservarla, sino también ayudar a expandirla y recuperarse, de lo contrario no nos quedaría nada. Debido a la degradación y fragmentación de este tipo de bosque hay que ayudarle a que se desplace más al norte del continente, como ya ocurrió en la Edad Media, entonces estaba mejor su situación. Recordemos que durante siglos la bellota fue también alimento humano.

Recuperar el bosque que sería nuestro recurso futuro, si lo conocemos y respetamos. Bosque que esta gente del entorno rural está intentando recuperar. Medio rural abandonado por los gobernantes, desacreditado por los «urbanitas» y manipulado por intereses partidistas de políticos. No solo en los pueblos hay vino, toros y caza (manoseado como señal de identidad rural por algunos impresentables), sino respeto por la Madre Tierra. En vez de salir a protestar a las calles a la espera de que cambien las autoridades, es mejor entrar en acción.

Lo repito, no es la primera vez que ha ocurrido a lo largo de la historia de la humanidad. Tampoco es cuestión de ser pesimistas, pero mejor estar prevenidos. ¿Por si acaso?


sábado, 14 de septiembre de 2019

El problema no es el clima… el problema es el capitalismo


  En nombre del «progreso» y el crecimiento sin límites, se ha instaurado en todo el planeta, de manera global, un modo de vida incompatible con la vida misma, ya que no respeta ni los límites físicos ni los equilibrios naturales.


Las grandes corporaciones globales que el capitalismo constituyó desde hace muchas décadas: OMC, OCDE, BM, FMI, G-8, G-20, etc., sirvieron y sirven exclusivamente para asegurar un modelo de comercio, un modelo de explotación y un modelo de producción y distribución de mercancías, que aseguren una tasa de ganancia para las personas poderosas y ricas de este planeta y jamás para satisfacer las necesidades humanas de la inmensa mayoría de la población mundial.

Interrumpir la lógica del movimiento «progresista», se hace necesario —no solamente urgente por la denominada «emergencia climática»—, si lo que queremos es poner en valor la vida, el cuerpo y el territorio y dejar de buscar alternativas falsas (capitalismo verde, transiciones justas las cuales no va a permitir el capitalismo...) como las que representa el ecofascismo: se garantiza la continuidad de la vida de ciertos sectores, pero se expulsa a otros.

Las personas tenemos que cambiar la lógica del «progreso» que no es sino la lógica del capitalismo y para recomponer el metabolismo social, hay que redistribuir de manera radical la riqueza, decrecer en nuestros modos de producir y de consumir y poner las obligaciones que tenemos como cuerpo humano y como especie, en los cuidados de todo el cuerpo social y la especie.

Se trata de algo más que la «lucha contra el cambio climático», que se lleva desde la cumbre de París o más recientemente desde el G8, por parte de los gobiernos del mundo, sea solo palabrería y retórica vacía de humanidad.

Terminar de manera radical con la acumulación y con la explotación, a la vez que ésta debe ser global y colectiva, es la única garantía de que la Vida pueda tener algún significado positivo.

CGT se encuentra en primera línea conjuntamente con millones de personas que este 27 de Septiembre saldrán a las calles del mundo para gritar y exigir a quienes son los responsables del desastre global en que nos encontramos, que basta, que el capitalismo y su modelo civilizatorio, tienen que desaparecer.

El futuro es ahora y es responsabilidad individual y colectiva que exista un mañana, donde las miles de millones de seres humanos y especies que habitamos este planeta, podamos vivir en equilibrio y tener una vida digna de ser vivida.

domingo, 1 de septiembre de 2019

Gaia y la vida en la Tierra

La idea de que la Tierra se comporta como un gran
ser vivo (o un macroecosistema) no es estravagante.

Por LYNN MARGULIS y DORION SAGAN

Para James E. Lovelock, químico atmosférico independiente, la mejor representación de la vida es un sistema ambiental que se automantiene y que se llama Gaia.

Gaia [o Gea] —nombre dado por el novelista inglés William Golding, respondiendo a solicitud de Lovelock y tomado de la antigua diosa griega de la Tierra— trabaja de manera muy misteriosa. Gaia, el superorganismo constituido por todo el conjunto de la vida en la Tierra, mantiene hipotéticamente la composición del aire y la temperatura de la superficie del planeta, regulando las condiciones para la permanencia de la vida. A pesar de que no se conoce bien la complicada red de relaciones biológicas que la vida utiliza para ello, el hecho de que la biota controle porciones de la superficie del planeta está tan bien establecido como el hecho de que nuestro cuerpo se mantiene a temperatura constante. Gaia, por tanto, se preocupa de que el nitrógeno y el oxígeno de la atmósfera, tan importantes para la vida, no se degraden en nitratos y óxidos de nitrógeno, en sales y gas hilarante, que podrían frenar todo el sistema. Si no hubiera una regeneración del oxígeno, por parte de los organismos fotosintéticos, constante y extendida por todo el planeta, si no se produjera también una liberación de nitrógeno gaseoso por parte de las bacterias respiradoras de nitratos y amoníaco, en poco tiempo nuestra atmósfera se haría inerte y venenosa. Bajo la influencia reactiva de una lluvia de rayos cósmicos que cayeran constantemente sobre ella, la Tierra no sería más acogedora para la vida de lo que pueda serlo el ácido planeta Venus. El medio ambiente de nuestro planeta es producto de la vida y es controlado por ella, en la misma proporción que la vida es producto del medio ambiente y está influenciada por él.

Lo que sorprende de nuestro planeta azul con salpicaduras blancas es que se haya mantenido en él la idiosincrasia de la vida, con su increíble diversidad y su peculiar unidad bioquímica. A los humanos, que estamos obligados a comunicarnos por medio de lenguas estándar, nos resulta difícil captar la idea que define la vida como un sistema autopoyético reproductivo. Sin embargo, según la idea de Lovelock, que él denomina teoría de Gaia, la biota terrestre, en la cual está incluida la especie Homo sapiens, es autopoyética: reconoce, regula y crea las condiciones necesarias para su continua supervivencia.

El registro fósil confirma la idea de que la superficie de la Tierra ha estado regulada continuamente desde el primer momento en que la vida microbiana apareció y empezó a extenderse. La hipótesis de Gaia, según la cual la temperatura y la composición de los gases reactivos de la atmósfera terrestre están regulados activamente por la biota, fue desarrollada por Lovelock cuando trabajaba para la NASA sobre la manera de detectar la existencia de vida en Marte. Vio que en la atmósfera terrestre coexistían gases que, cuando se trabaja con ellos en sistemas químicos sencillos, reaccionan con rapidez, con facilidad y en su totalidad para formar compuestos estables. Esos gases parece que actúen por su cuenta, sin observar aparentemente las leyes que rigen el equilibrio químico estándar. Lovelock observó que el comportamiento químico de la atmósfera terrestre era tan extraño que únicamente podría deberse a las propiedades colectivas de los organismos, es decir, de la biota. Y es que dicha biota, especialmente sus componentes microscópicos, produce constantemente cantidades asombrosas de aquellos gases reactivos. Lovelock creyó que, si buscaba aquellas improbables mezclas de gases en las atmósferas de otros planetas con espectroscopios montados en telescopios, podría detectar biosferas extraterrestres sin moverse de la Tierra. Al dirigir su atención a Marte, descubrió que allí había un equilibrio totalmente comprensible a partir únicamente de la física y la química. Aseguró la ausencia de vida en Marte al observar que allí no se daba el fenómeno de Gaia. Pero en 1975, la NASA, preparada para aterrizar en el planeta rojo, no quiso difundir la sencilla solución que Lovelock había hallado al antiquísimo problema de la existencia de vida en Marte.

Pero la batalla no estaba perdida. La nave espacial Viking se lanzó en 1975 y llegó a Marte en 1976, donde realizó dos vuelos orbitales y dos aterrizajes. Los experimentos bilógicos que se llevaron a cabo a bordo y en el suave aterrizaje en la superficie de aquel planeta tuvieron un éxito espectacular, mostrando en definitiva que no existen pruebas de la existencia de vida en el planeta rojo. El trabajo de Lovelock proporcionó la base para la comprensión de los resultados. Además, el análisis que hizo condujo a una nueva visión de la biosfera. Tan grande como el misterio de la vida en la Tierra. ¿Por qué tiene nuestro planeta una atmósfera que dista tanto de lo que cabría esperar basándose en la química? Dado que el oxígeno gaseoso constituye el 20 por ciento de la composición de la atmósfera, el relativo desequilibrio de metano, amoníaco, gases sulfurados, cloruro de metilo y yoduro de metilo entre otros, es enorme. A partir de los cálculos químicos, las cantidades de todos esos gases, que tan fácilmente reaccionan con el oxígeno, deberían ser mínimas e imposibles de detectar. Pero ahí están y se las encuentra en cualquier parte que se busque. Lo cierto es que la cantidad de gas metano presente en la atmósfera terrestre supera en 1035 (¡un uno seguido de 35 ceros!) veces la que cabría esperar si se considera la cantidad de oxígeno disponible para reaccionar con dicho gas. Otros gases tales como el nitrógeno, el monóxido de carbono y el óxido nitroso sólo son diez mil millones, diez y diez billones de veces, respectivamente, más abundantes de lo que deberían ser si se tiene en cuenta sólo la química.

Lovelock hace 50 años tuvo esta genial idea,
aunque con el tiempo haya reculado hacía el dogma
neodarwinista imperante en las ciencias biológicas.

Otro enigma está relacionado con la temperatura de la Tierra. A partir de las leyes de la física parece ineludible que la luminosidad total del Sol, es decir, su producción de energía en forma de luz, ha aumentado en los últimos 4.000 millones de años tal vez hasta un cincuenta por ciento. Sin embargo, las pruebas que se han obtenido a partir del registro fósil indican que la temperatura de la Tierra ha permanecido relativamente estable, manteniéndose el valor medio alrededor de los 22 grados centígrados (como la temperatura normal de una habitación), a pesar de las bajas temperaturas extremas que cabría esperar con aquel endeble Sol primitivo. Parece como sí, además de la regulación que la vida ejerce en la composición de los gases a escala planetaria, existiera también un control continuo de la temperatura de la Tierra. ¿Cuál es ese termostato oculto?

Rechazando soluciones místicas, Lovelock lanzó la teoría de que la biota, y especialmente el microcosmos bacteriano, debe de haber regulado el medio ambiente a escala planetaria desde su aparición en la Tierra. Las formas de vida reaccionan para perturbar las crisis geológicas y cósmicas; resisten los ataques a su integridad individual tanto como les es posible; y aquellas acciones individuales llevan a un mantenimiento general de las condiciones que son favorables para la supervivencia colectiva. (Esto no significa que no se hayan dado nunca fluctuaciones, porque las hubo. Por ejemplo, a juzgar por la amplia extensión de los bosques tropicales fósiles del Cretácico, el planeta era sensiblemente más cálido en tiempos de los dinosaurios y, antes y después de aquel periodo, extensas capas de hielo cubrieron parte del planeta. Pero entre estas fluctuaciones periódicas y después de ellas, el planeta se estabilizó y nunca llegó a las altas temperaturas de venus o a las bajísimas de Marte.)

Si la biota no hubiera respondido a importantes perturbaciones externas tales como el aumento de la luminosidad solar o los impactos de meteoritos, tan devastadores como las bombas nucleares, nosotros no estaríamos aquí ahora. Lovelock llegó a la conclusión de que la vida no está rodeada por un medio esencialmente pasivo al cual se ha adaptado, sino que se va construyendo una y otra vez su propio ambiente. La atmósfera, como una colmena o el nido de un pájaro, forma parte de la biosfera. Puesto que el dióxido de carbono se transforma dentro de las células y puede ser utilizado para controlar la temperatura del aire, parece probable que una de las maneras en que la vida regula la temperatura del planeta consista en modular el nivel atmosférico de dióxido de carbono.

Microcosmos
(1995)

sábado, 5 de enero de 2019

Mercado, naturaleza y sociedad

¿Los 'genes egoístas' dominan nuestra naturaleza?

La evolución de la vida no es el resultado de una competencia permanente en la que los individuos «más aptos» se reproducen más y dejan más descendientes.

Por MÁXIMO SANDÍN

Que un biólogo se disponga a escribir sobre economía puede parecer un acto de intrusismo o, como mínimo, una temeridad, pero, créanme, no es ninguna de las dos cosas. De lo que pretendo escribir es de las raíces más profundas y arraigadas de la explicación de la vida que figura en textos científicos, escolares y medios de comunicación. De la «base teórica de la Biología moderna».

No se me ocurre una forma mejor de iniciar mi argumentación que recurrir a una cita de Richard Dawkins, considerado por muchos biólogos «el Darwin del siglo XX»:

«El planteamiento del presente libro es que nosotros, al igual que todos los demás animales, somos máquinas creadas por nuestros genes. De la misma manera que los prósperos gánsteres de Chicago, nuestros genes han sobrevivido, en algunos casos durante millones de años, en un mundo altamente competitivo. Esto nos autoriza a suponer ciertas cualidades en nuestros genes. Argumentaré que una cualidad predominante que podemos esperar que se encuentre en un gen próspero será el egoísmo despiadado. Esta cualidad egoísta del gen dará normalmente, origen al egoísmo en el comportamiento humano.»
(El gen egoísta)

Es decir, es el egoísmo del «gen» el que hace funcionar la Naturaleza. Supongo que algún avezado lector habrá encontrado en estos razonamientos, si se les puede llamar así, una semejanza más que superficial con el más que célebre enunciado sobre el funcionamiento de la sociedad de Adam Smith, el padre de la moderna economía:

«No es la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero lo que nos proporciona nuestra cena, sino el cuidado que ponen ellos en su propio beneficio. No nos dirigimos a su humanidad sino a su egoísmo, y jamás les hablamos de nuestras necesidades sino de su conveniencia. /…/ Por regla general, no intenta promover el bienestar público ni sabe cómo está contribuyendo a ello. Prefiriendo apoyar la actividad doméstica en vez de la foránea, sólo busca su propia seguridad, y dirigiendo esa actividad de forma que consiga el mayor valor, sólo busca su propia ganancia, y en este como en otros casos está conducido por una mano invisible que promueve un objetivo que no estaba en sus propósitos.»
(La riqueza de las naciones)

Posiblemente, se pueda objetar que la terrible concepción de la Naturaleza de Dawkins es una interpretación extrema del darwinismo (si me permiten, les informaré de que el darwinismo tiene hoy en día más versiones que sectas religiosas hay en Estados Unidos, y que conste que no es una comparación casual, por lo que no resulta fácil definir qué es actualmente el darwinismo) así que puede ser más razonable acudir a las fuentes, al propio Darwin:

«Mas en estos casos parecen ser igualmente hereditarios la aptitud mental y la conformación corporal. Se asegura que las manos de los menestrales ingleses son ya al nacer mayores que las de la gente elevada. /…/ Así mismo, se ha observado que la epidermis de la planta de los pies de los niños, aún mucho antes de nacer, es más gruesa que la de todas las otras partes del cuerpo; fenómeno que sin duda alguna es debido a los efectos hereditarios de una presión constante verificada por largas series de generaciones.»
(Sobre el origen del hombre)

Dejemos, ahora, hablar a Adam Smith:

«Se ha dicho que el costo del desgaste de un esclavo lo financia su amo, mientras que el costo del desgaste de un trabajador libre va por cuenta de éste mismo. Pero el desgaste del trabajador libre también es financiado por su patrono. El salario pagado a los jornaleros, servidores, etc., de toda clase, debe en efecto ser lo suficientemente elevado para permitir a la casta de los jornaleros y servidores que se reproduzca según la demanda creciente, estacionaria o decreciente de personas de este género que formula la sociedad. Pero aunque el desgaste de un trabajador libre sea igualmente financiado por el patrono, el mismo le cuesta por lo general mucho menos que el de un esclavo.»
(La riqueza de las naciones)

Aunque pueda resultar una conclusión inocente, creo que con estos razonamientos se puede comprender para qué tipo de personas se elaboró la «Teoría del libre mercado», qué tipo de personas componen para ambos, Darwin y Smith, «la sociedad».

Charles Darwin coautor de la selección natural
y Richard Dawkins de la idea del 'gen egoísta'.
Se puede argüir que la coincidencia en esta forma de pensar tiene su origen en las circunstancias vitales de ambos «pensadores». Efectivamente, compartían un entorno cultural fuertemente condicionado por ideas religiosas anglicanas y ya sabemos que Dios bendice a los que van a lo suyo. Pero esto no tiene porqué influir en la «aportación científica» de Darwin. O sí: En Sobre el origen de las especies por selección natural o el mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la supervivencia Darwin afirma sobre su «teoría» que «De aquí, que como se producen más individuos de los que es posible que sobrevivan, tiene que haber forzosamente en todos los casos una lucha por la existencia /.../ Es la doctrina de Malthus aplicada con multiplicada fuerza al conjunto de los reinos animal y vegetal; porque en este caso, no hay aumento artificial de alimento y limitación prudente de matrimonios». Thomas Malthus clérigo anglicano, discípulo de Adam Smith, también tenía una concepción de la sociedad tan poco piadosa como nuestros dos amigos:

«El hombre, si no puede lograr que los padres o parientes a quienes corresponde lo mantengan, y si la sociedad no quiere su trabajo, no tiene derecho alguno ni a la menor ración de alimentos, no tiene por qué estar donde está, en ese espléndido banquete no le han puesto cubierto. La naturaleza le ordena que se vaya y no tardará en ejecutar su propia orden, si ese hombre no logra compasión de alguno de los invitados. Si estos se levantan y le dejan sitio, acudirán enseguida otros intrusos pidiendo el mismo favor y se perturbará así el orden, la armonía de la fiesta y la abundancia que antes reinaba, se convertirá en escasez.»
(Ensayo sobre el principio de la población)

¡Vaya, nos salió otro clérigo! (Darwin era de formación clérigo de la Iglesia Anglicana). La verdad es que si nos detenemos a pensar sobre el origen de las concepciones actuales de la Naturaleza, de la sociedad, de la vida que rigen nuestra sociedad, las sociedades «avanzadas», incluso nuestra ciencia, nos encontramos con unos personajes rancios, de pensamiento egoísta y cruel con los que cualquier persona con una mínima conciencia social o unos valores éticos no soportaría el menor trato.

Pero estas son las concepciones, las ideas que subyacen a las explicaciones de la Naturaleza, de la vida con las que nos catequizan desde los libros escolares, los textos científicos, los medios de comunicación. No es necesario que sus proponentes se declaren darwinistas, ni que lo sean, ni siquiera que sepan qué es el darwinismo, es el lenguaje darwinista el que ha pasado a formar parte del lenguaje biológico, de las «descripciones objetivas de la realidad». El «coste-beneficio», la «explotación de recursos», la competencia, el «éxito»… describen, sin asomo de dudas, el comportamiento de los seres vivos en la naturaleza. De hecho, Richard Dawkins, que no tiene el menor pudor, la menor intención de disimular la aplicación de estas siniestras ideas a la Naturaleza, define a los organismos como «máquinas de supervivencia» y sentencia: «Toda máquina de supervivencia es para otra máquina de supervivencia un obstáculo que vencer o una fuente que explotar». Supongo que no es necesario un esfuerzo de la imaginación para asociar esta frase al ideario de cualquier multinacional.

También supongo que el lector está un tanto cansado de tanteas citas (¿no tendrá algo que decir que sea de cosecha propia?), pero creo que es la única forma de contrarrestar las voces de los «sabios» que, basándose en el principio de autoridad, han adornado con toda clase de virtudes intelectuales y humanas a los grandes genios que han construido las bases del mundo moderno. El mundo de la «selección natural» que rige el «libre mercado» y la «libre competencia» que, como afirmaba el Premio Nobel de Economía Milton Friedman «Todas las relaciones sociales pueden ser reducidas a la ley de la oferta y la demanda, que se rige por la libre competencia y la exclusión de los incompetentes e incapaces redundará, a largo plazo, en beneficio de la especie».
 
Adam Smith y Robert Malthus teóricos
de la Economía de Mercado o Capitalismo.
John Rockefeller, cuyas implicaciones en la investigación biológica y en la enseñanza dejo como tarea para la investigación del lector, lo vio muy claro desde el principio: «El crecimiento de un gran negocio es simplemente la supervivencia del más apto... La bella rosa estadounidense sólo puede lograr el máximo de su esplendor y perfume que nos encantan, si sacrificamos a los capullos que crecen en su alrededor. Esto no es una tendencia maligna en los negocios. Es simplemente el resultado de una combinación de una ley de la naturaleza con una ley de Dios».

No pretendo insinuar aquí (aunque hay suficientes motivos y datos para afirmarlo) que la concepción científica actual de la Biología sea una imposición de algún tipo de poder, pero no me negarán que resulta extraño que a estas alturas del siglo XXI, en que las ciencias como Matemáticas, Física y Química han experimentado verdaderas revoluciones en sus teorías y en sus aplicaciones, en una disciplina como la Biología, que pretende estudiar y comprender unos fenómenos de una complejidad posiblemente mayor que los de las disciplinas mencionadas, se sigan manteniendo unos conceptos una terminología y unas ideas basadas en una visión de la vida, una teoría de la evolución propia del siglo XIX, más concretamente, en especulaciones de tres clérigos anglicanos de la época. Discúlpenme, pero no tengo más remedio que recurrir a otra cita, en este caso de Ludwig von Bertalanffy, el más grande biólogo del siglo XX, porque sus pensamientos tienen más calidad que cualquier argumento que yo pueda aportar: «El hecho de que una teoría tan vaga, tan insuficientemente demostrable, tan ajena a los criterios que suelen aplicarse en las ciencias empíricas, se haya convertido en un dogma, no es explicable si no es con argumentos sociológicos».

Para Von Bertalanffy, autor de la Teoría general de los sistemas, entre los distintos tipos de sistemas, los seres vivos se ajustan a las características de los llamados «sistemas organísmicos u homeostáticos» (capaces de ajustarse a los cambios externos e internos) y están organizados en subsistemas que conforman un sistema de rango mayor (macrosistema). Los sistemas complejos adaptativos son muy estables y no son susceptibles a cambios en su organización, pero ante un desequilibrio suficientemente grave, su respuesta es binaria: un colapso (derrumbe) catastrófico o un salto en el nivel de complejidad (debido a su tendencia a generar patrones de comportamiento global). En definitiva, que adaptación, es decir, ajuste al ambiente, y evolución, es decir, cambio de organización, son procesos diferentes.

No voy a atosigarles con una sesuda argumentación científica (probablemente, tampoco sería capaz de hacerlo) sobre las implicaciones de la Teoría general de sistemas en la comprensión de la Naturaleza (y de la sociedad, incluso), pero creo que, para terminar, merece la pena informarles de unos descubrimientos que, aunque puedan parecer muy avanzados pueden ser fáciles de entender, si no los procesos biológicos implicados, sí su significado. Se ha comprobado experimentalmente, es decir, no mediante especulaciones o hipótesis matemáticas, que en los genomas de los seres vivos existen una gran cantidad de elementos móviles y virus endógenos (secuencias procedentes de virus que se han insertado en los cromosomas). Estos segmentos de ADN pueden cambiar de situación en el genoma o duplicar su contenido como respuesta a distintos tipos de «agresión» ambiental, como pueden ser radiaciones o exposiciones a productos químicos. También se ha comprobado experimentalmente que estas inserciones de ADN de virus, cambios de disposición o duplicaciones no son aleatorios, sino que existen los llamados «hot spots», sitios donde tienden a producirse. También se sabe que a lo largo de la historia de la vida sobre la Tierra se han producido, de un modo periódico, cataclismos de distintas magnitudes causados por caídas de meteoritos de diferentes tamaños, vulcanismo, crisis climáticas… que provocarían grandes cambios en los genomas de los seres vivos que se producirían simultáneamente en un gran número de ellos. Es decir, los cambios evolutivos serían repentinos (como, por otra parte, refleja el registro fósil) y colectivos, como respuesta a un estrés ambiental. Es decir, la evolución de la vida no es el resultado de una competencia permanente en la que los individuos «más aptos» se reproducen más y dejan más descendientes. No hay seres vivos «aptos» y «no aptos». Todos los individuos sanos, normales se reproducen. La simplista falacia de extrapolar la selección de animales anormales por los ganaderos a un supuesto poder creativo de la selección «natural», es tan fraudulenta como la de afirmar que la existencia de mercados a lo largo de la historia justifica el poder de «la mano invisible del mercado» como rector de la sociedad. No. No son descubrimientos científicos. No son leyes naturales. Son inventos interesados para justificar los atropellos de los poderosos.

3 septiembre 2018

lunes, 24 de diciembre de 2018

Animales

VOX, el partido facha que defiende
los valores patrios representados
en la caza y el toreo.

Por JUAN CÁSPAR

Que en un país del sur de Europa, exista la execrable tradición cultural de torturar a un pobre bicho hasta su muerte no debería ser para estar orgulloso. A no ser, claro está, que nos refiramos a otra clase de orgullo vinculado al facherío de toda la vida de Dios. Seguro que no es casualidad, pero sí causalidad, que los defensores de las corridas de toros las emparenten con los más nobles valores patrios. Solo basta observar a ese ente animado que lidera Vox, montando gallardamente a caballo al lado de uno de esos profesionales matarifes, empecinado en la reconquista de Andalucía. No, no es una caricatura surgida de alguna mentalidad progre, esta gente se retrata a sí misma para regocijo u horror del personal mínimamente despierto. Desde que, más o menos, tengo uso de razón, las corridas de toros me han parecido una atrocidad indescriptible solo admisible para espectadores despiadados.

Las respuestas populares a mis ingenuas reivindicaciones antitaurinas, pasaban desde la más detestable indolencia, tipo «hay cosas más importantes», hasta inicuas y/o cretinas acusaciones de ignorancia sobre dicho arte españolista. Por muchas vueltas que demos a un debate, pobremente plagado de lugares comunes, la crueldad es inherente a este deleznable arte del que parecen disfrutar tantos seres humanos. Bueno, quizás, tal y como sostienen los animalistas, los espectadores ávidos de sangre se van reduciendo en número. No es que uno tenga una confianza excesiva en el progreso moral de la especie humana, pero al menos parece que, al menos con menor frecuencia, no estamos obligado a escuchar estupideces justificadoras de la tortura. Esta denuncia de la crueldad sobre los animales nos empuja, necesariamente, a una mínima reflexión sobre otras actividades que tienen a la muerte de un ser vivo como protagonista. Es el caso de, lo han adivinado, la caza que, al margen de su actividad como mera subsistencia económica, resulta también un deporte muy del gusto y alborozo de unos cuantos seres supuestamente pensantes.

La afición a la caza de los
anteriores jefes de Estado.

De nuevo, tenemos que vincular la defensa de la cultura cinegética con determinadas fuerzas políticas de triste, patética y peligrosa naturaleza reaccionaria. Vaya por delante, que no quisiera, al igual que los múltiples partícipes del circo político, caer en la inevitable demagogia de algún tipo. No obstante, no necesitamos mucho recorrido para vincular corridas y cacerías con una España casposa y reaccionaria, que asoma sin mucho esfuerzo tras este forzado revestimiento democrático e incluso con algunos ramalazos progres. Recuerden ustedes con espanto a aquel anciano monarca, ese mismo amamantado y educado por la dictadura, posando sonriente al lado de un paquidermo al que acababa de abatir. Si hay un porcentaje apreciable de seres supuestamente conscientes que no muestra la más mínima repulsa ante semejante instantanea, más que habitual en el mundo de la clase dirigente, es que efectivamente no valemos mucho como especie. Para tranquilidad de los biempensantes, hoy está al frente del reino un tipo mucho más moderno, que incluso, estoy seguro, muestra algo de sensibilidad animalista.

23 diciembre 2018

domingo, 16 de septiembre de 2018

Canis lupus politicus


 Por LUIS MIGUEL DOMÍNGUEZ

Este no es un debate animalista.

Esta no es una cuestión ni tan siquiera ecológica.

Hablamos de decencia, de justicia y de memoria.

Asturias sin lobos no es. Sin paisaje y paisanaje tampoco.

¿Qué pasa entonces?

Las zafias manos de los trileros han metido mano en el tesoro.

Simplón pero nefasto, previsible pero contagioso.

La geografía política de Asturias cada vez se mide menos en valles y más en litros de sangre lobuna.

Insostenible es la versión de los inmovilistas. Dicen que es el lobo el que les hace la vida imposible y arremeten perpetrando con la colaboración de una prensa decimonónica, a la que le va la marcha, un crimen tras otro contra el patrimonio natural asturiano.

El Gobierno del Principado y todos los demás partidos que configuran la cartografía política, salvo tímidas excepciones, miran para otro lado y dejan que el globo se hinche mas y mas, para arañar votos baratos en los arrabales de la conciencia.

Como el Perrito Piloto, el lobo se rifa en Asturias. Con descaro y con la chulería de los matones mimados por el capo.

Algo queda claro de esta anacrónica contienda.

El daño. El desastre, la gran herida que al mundo rural asturiano se le está infiriendo en estos años, no viene de las dentelladas del cánido silvestre organizado y discreto.

Viene de ahí mismo. Del núcleo duro que dice representar a un campo medieval dónde solo impera la Ley del lloriqueo y la extorsión.

Corrupción y prevaricación, por un tubo en torno a la bestia parda.

Los datos cantan la Traviata y a efectos estadísticos la ganadería pierde el protagonismo en esta pantomima. Quién denuncia con números, valentía y rigor el hecho de que el lobo no afecta ni tan siquiera a un 1% de la ganadería, es borrado del mapa.

Idea minimalista de algunos pitus de caleya que cacarean sin parar entonando el consabido «mis vacas y yo, y lo demás me sobra».

Se equivocan y se lo va a recordar la sociedad asturiana contundentemente este domingo (16 de septiembre) en Gijón a las 12h del medio día en la concentración a favor del Lobo Ibérico, convocada por Grupo Lobo Asturias.

Cabezas de lobo en piscinas y cuerpos decapitados colgando del corazón del paisaje astur recorren ya los noticieros de medio mundo. El personal saca sus conclusiones, no lo duden, y el Paraíso Natural no pasa la prueba del algodón quedando en mera falacia publicitaria, de esas que cercanas a la estafa, se le atragantan al gran público.

Dicen que hay muchos. Que los guajes ya no pueden ir a la escuela porque el lobo les ronda y luego, cuando el Gobierno de Asturias sale al monte a matar en plan ilegal y vengativo no mata ni uno.

No saben de campo, hablan de oídas y Caperucita les asesora. Así funciona esta milonga lobera, con chascarrillos, sin conciencia y mucho menos sin ciencia.

El lobo sobrevivirá. No quepa duda alguna.

La ganadería de toda la vida, esa que se lo curra sin buscar excusas y centrándose en cuidar y cuidarse también.

Los otros, los bio-guays que andan al plato y a las tajadas, encizañando a las paisanas y paisanos contra el mito facilón, esos no, a esos les queda dos telediarios.

Al lobo hay que protegerle por una cuestión patrimonial, por su valor, por su escasez, por la calidad que aporta aquello que es único en el planeta.

Someter esta decisión al péndulo caprichoso de los que creen que todo el campo es orégano y que por el hecho de calzar unas madreñas sientan cátedra dónde no les toca es una patochada que deja a Asturias y a España a la altura del betún.

Hasta las gónadas están las gentes de bien de ellos, incluso aquellos que no llevan por bandera la defensa de los animales.

Seres humanos que observan cada día como el tocomocho electoral tira del lobo como munición oxidada.

Por eso afirmo y ya de paso aviso a navegantes: la cuestión del lobo en Asturias y por ende en España en su conjunto, no es un enfrentamiento entre ruralitas y urbanitas, entre animalistas y cazadores, entre ecologistas y tecnócratas… Esta es la gran batalla; la de ganar la dignidad, la lógica y el amor por la vida.

13/09/2018