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sábado, 28 de septiembre de 2019

¿Quién puede matar a un niño? El fenómeno Greta Thunberg como un manual de dirección de las pasiones políticas


Por DANIEL BERNABÉ

En 1976, el gran Chicho Ibáñez Serrador estrenó ¿Quién puede matar a un niño?, una película de terror donde una joven pareja viaja a una isla mediterránea que ha sucumbido a un terrible mal: los niños han asesinado a los adultos. Mientras que en historias similares como El pueblo de los malditos (1960) los pequeños homicidas tienen un origen paranormal, en la producción española la furia infantil se achaca a los males del mundo y a la inacción de las personas mayores: los críos han llegado para poner orden, al precio que sea.

Viendo el airado discurso de Greta Thunberg en la Cumbre de Acción Climática de la ONU se me hizo muy difícil no pensar en la película de Ibáñez Serrador. La joven protagonista de toda esta historia ha acaparado titulares, conversaciones en red y ha eclipsado al resto de intervinientes, desde los jefes de Estado hasta otros activistas, reafirmando la narrativa de que los niños han venido a poner las cosas claras a los malvados adultos: dicotomías de cuento de los Hermanos Grimm para un momento de audiencias hambrientas de emociones fuertes.

Pero la intervención de Thunberg me ha recordado no sólo a la película por esta división, otra más, sino por un hecho que a pesar de obvio pasamos por alto. ¿Quién puede matar a un niño? toma su título de la frase que uno de los supervivientes de la isla emplea para explicar por qué los pequeños han cometido sus crímenes sin apenas oposición: ¿quién puede enfrentarse a un niño a pesar de que este venga con intenciones hostiles? Quien sea aficionado al cine de zombies sabrá de qué hablamos.

Si hoy decimos «la adolescente más famosa del mundo» gran parte del planeta pensará en Thunberg, pero no hace demasiado tiempo, en 2013, este título le fue otorgado a Malala Yousafzai por el periódico alemán Deutsche Welle. Un poco después vino Muzoon Almellehan, a la que se llamó con demasiado descaro «la Malala siria», suponemos que por ponerle las cosas fáciles al público. Niñas, adolescentes, con vidas muy duras y una historia de superación tras de sí, con mensajes sencillos y directos que apelaban a causas nobles como la educación o los derechos humanos. Niñas que fueron utilizadas desde los centros de poder mundial para sustentar intereses geoestratégicos. Pero, ya saben, ¿quién puede criticar a una niña?

En 1992, Severns Cullis-Suzuki recibió la condecoración de «la niña que silenció al mundo» por un discurso que llevó a cabo en, adivinen, la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro. Cullis-Suzuki, con trece años, pronunció un alegato ecologista tan conmovedor como vacío políticamente. Ese mismo año y en esa misma cumbre, Fidel Castro Ruz, el presidente de Cuba, pronunció otro discurso con mucha menos trascendencia mediática que señalaba con pelos y señales el culpable del desaguisado ecológico: un sistema económico que había hecho de la rapiña, el crecimiento descontrolado y el 'extractivismo' a los países más pobres su principal motor de desarrollo. Eran tiempos en los que, después de la caída del muro, nadie quería escuchar a un comunista: hoy las palabras de Castro parecen premonitorias.


El fenómeno de los niños prodigio del activismo no es nuevo, por lo que sorprende que los medios lo pasen por alto, como si Thunberg fuera única y primera en su especie. Thunberg es, sin duda, un gran producto político, uno especialmente adaptado a la infantilización sentimental de la sociedad, pero uno que también cuenta con la connivencia de un periodismo que necesita obtener visitas a toda costa y que ya no se atreve a adoptar una postura crítica, simplemente plantear una serie de dudas razonables, frente al último fenómeno extraído de una probeta.

Lo realmente desconcertante es cómo un adulto de inteligencia media puede creer que una niña decide por su cuenta iniciar una huelga escolar climática hace un año y que doce meses después sea un icono mundial recibido por Obama y Lagarde, que viaja en un velero acompañada de un príncipe monegasco y cuenta con voz en las tribunas de los organismos más importantes del mundo. Perdonen que levante una ceja en señal de desconfianza, pero rara vez quien posee los resortes de poder decide pegarse un tiro en el pie dando facilidades a quien les confronta.

Si descartamos que Thunberg tenga capacidades de control mental –cosas más raras se han visto–, hemos de deducir que, evidentemente, hay una serie de patrocinadores detrás de la niña. Y no hablamos de ninguna extraña conspiración, sino simplemente de la forma habitual en la que funcionan la cosas en nuestra época. Alguien tiene una serie de intereses y, mejor que hacer lobby, recurre a una protagonista amable para que el público acepte con entusiasmo el cuento que se les ha propuesto, eso que ahora se llaman narrativas.

¿Estamos por aquí afirmando que el cambio climático o en general los problemas ecológicos son un cuento? Ni mucho menos. Probablemente nos enfrentemos como especie a un reto global de dimensiones catastróficas. Lo que decimos es que Thunberg, al margen de sus deseos, es el enésimo fenómeno que va a permitir que los trabajadores acaben pagando los platos rotos de la transición productiva y además lo acepten de buen grado. La pretensión real puede ser una impostergable adaptación económica para paliar el cambio climático, pero exonerando al capitalismo y manteniendo las tasas de beneficio, cargando sobre los hombros de la clase trabajadora y los países empobrecidos la factura. Ya pasó en la crisis del 2008.

El fenómeno Thunberg cuenta, en primer lugar, con un discurso emocional pero desestructurado políticamente, que no señala ni los cómos ni los porqués, que evita poner el acento en corporaciones empresariales concretas y que pasa de puntillas por el gigantesco complejo industrial-militar norteamericano, pero que además fomenta una peligrosa idea de que «la clase política» es la única responsable del calentamiento global, sin asumir que la mayoría de esos políticos son el consejo de administración, en los organismos públicos, del gran capital. La diferencia de añadir apellido a la culpabilidad es que mientras que en el segundo caso protegemos la democracia, en el primero podríamos estar tentados de verla como un impedimento. De la eco-tecnocracia al eco-fascismo hay tan sólo unos ligeros matices.

De hecho, muchos líderes políticos, de forma similar a los propios medios de comunicación, intentan subirse como pueden al carro de la niña sueca, temerosos de enfrentarse a alguien obligatoriamente popular. Además, estos políticos obvian que desde hace treinta años se han aprobado protocolos para atajar la crisis climática. Que parezca que antes de Thunberg sólo existe el vacío les libra de responder por qué esos protocolos no se han aplicado con efectividad.

La respuesta no es que no se sepa lo qué hacer, ni siquiera que en último término no haya voluntad política para hacerlo, el problema es que en un entorno capitalista de una producción cada vez más desordenada esos protocolos son inasumibles: chocan frontalmente con los modelos de los mismos entes supranacionales, como el FMI, que reciben y agasajan a Thunberg. Y eso no se puede asumir delante de los focos.

Sorprende —sinceramente ya más bien poco— que el progresismo no se esté dando cuenta de la dinámica que genera la propuesta Thunberg. Se diría, escuchando a muchos activistas y líderes, sinceramente fascinados con la joven nórdica, que lo único que importa es la concienciación y el 'movimientismo', cuando la población sabe perfectamente que tenemos un problema climático, es más, cuando la mayoría hace lo que puede por paliarlo. Por otro lado que alguien se sume a una movilización hoy apenas garantiza nada más que la expresión de la preocupación de un sumatorio de individualidades respecto a un tema. Si el progresismo detesta la movilización al estilo del siglo XX no puede luego esperar resultados parejos a los del pasado.

Este progresismo happening parece conformarse con que sucedan cosas, sin preguntarse muy bien por qué suceden o cuál es el poso que van a dejar. Se desea movilizar a una gran cantidad de personas, sin saber muy bien hacia dónde conduce ese movimiento. Conceptos como organización, poder, ideología o estrategia se han vuelto pecaminosos y ya, a lo único que se aspira es a ser meros acompañantes por si, con suerte, se pega algo del charme y las simpatías se traducen en votos. ¿Que ha quedado de la indignación española del 15M? Esa es la pregunta que este progresismo happening debería responder y no seguir con su desesperada escapada hacia adelante, en muchos casos como resultado de la enésima venganza interna para acabar con tradiciones políticas realmente útiles durante décadas.

De hecho, el greenwashing, la coartada de tal producto o empresa mediante lo ecológico, no es el asunto de fondo, sino simplemente un síntoma de una política vaciada que se adquiere como un bien identitario de consumo. Estas semanas la gente se define como pro-Greta o anti-Greta, intentando situarse histéricos en un mercado donde mostrar unas paradójicas diferencias uniformizantes. En el punto más demente las discusiones giran en torno a si el producto Thunberg posee privilegios por ser blanca y europea o sufre opresiones por ser mujer, joven y padecer síndrome de Asperger, como el célebre Sheldon Cooper. ¿Cuál es el personaje de ficción y cuál el real? La misma pregunta vale para la política progresista. A Trump, cómodo, le vale con bromear sardónicamente: su electorado es lo que espera.


En el colmo de la mezquindad y la estrechez de miras, el progresismo happening acusa a cualquiera que critique al producto Thunberg de celebrar la inacción, planteando el «qué hacer» como pregunta irrebatible que apela a la moralidad individual, de una forma muy parecida a los sacerdotes señalando desde el púlpito a los malos creyentes que se plantean dudas teológicas. La respuesta a esa pregunta es bien sencilla: lo que ya se está haciendo y de hecho se lleva haciendo décadas.

En Latinoamérica, pero también en la India y África, hay una tupida red de militantes ecologistas que además suelen hacer coincidir sus acciones con lo sindical, lo comunitario y lo étnico, dando a esa palabra llamada 'interseccionalidad' un valor real, y no el maltrato identitario al que ha sido sometida por los departamentos universitarios de Europa y Estados Unidos. La diferencia es que estos militantes no tienen espacio en los medios, no son recibidos por el FMI, los príncipes no les prestan los yates y, lo peor, son asesinados a centenares cada año. Su problema es que plantean aún un tipo de política en el que los protagonismos brillan por su ausencia, que ataca los problemas sistémicamente y que organiza a las personas de modo estable elevando su nivel de conciencia. Un muy mal producto, al parecer, para un siglo donde importan más las narrativas que las acciones.

Greta Thunberg, en el mejor de los casos, acabará como Cullis-Suzuki o Malala, escribiendo ese tipo de ensayos que se venden en los aeropuertos. Mientras países como Alemania ya anuncian dinero para la transición industrial ecológica, otros hablan de Green New Deal, maneras eufemísticas de nombrar la gigantesca reestructuración productiva que se va a llevar a cabo para intentar evitar la nueva crisis que se nos avecina y que, con la excusa ecológica, destruirá miles de puestos de trabajo estables transformándolos en empleos precarios pero con la etiqueta verde.

O esta transición se lleva a cabo de forma democráticamente ordenada, planificando la economía para el beneficio de la mayoría de la población, o nos quedaremos sin derechos y sin planeta.

No digan luego que no les avisamos.

25 septiembre 2019

sábado, 5 de enero de 2019

Mercado, naturaleza y sociedad

¿Los 'genes egoístas' dominan nuestra naturaleza?

La evolución de la vida no es el resultado de una competencia permanente en la que los individuos «más aptos» se reproducen más y dejan más descendientes.

Por MÁXIMO SANDÍN

Que un biólogo se disponga a escribir sobre economía puede parecer un acto de intrusismo o, como mínimo, una temeridad, pero, créanme, no es ninguna de las dos cosas. De lo que pretendo escribir es de las raíces más profundas y arraigadas de la explicación de la vida que figura en textos científicos, escolares y medios de comunicación. De la «base teórica de la Biología moderna».

No se me ocurre una forma mejor de iniciar mi argumentación que recurrir a una cita de Richard Dawkins, considerado por muchos biólogos «el Darwin del siglo XX»:

«El planteamiento del presente libro es que nosotros, al igual que todos los demás animales, somos máquinas creadas por nuestros genes. De la misma manera que los prósperos gánsteres de Chicago, nuestros genes han sobrevivido, en algunos casos durante millones de años, en un mundo altamente competitivo. Esto nos autoriza a suponer ciertas cualidades en nuestros genes. Argumentaré que una cualidad predominante que podemos esperar que se encuentre en un gen próspero será el egoísmo despiadado. Esta cualidad egoísta del gen dará normalmente, origen al egoísmo en el comportamiento humano.»
(El gen egoísta)

Es decir, es el egoísmo del «gen» el que hace funcionar la Naturaleza. Supongo que algún avezado lector habrá encontrado en estos razonamientos, si se les puede llamar así, una semejanza más que superficial con el más que célebre enunciado sobre el funcionamiento de la sociedad de Adam Smith, el padre de la moderna economía:

«No es la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero lo que nos proporciona nuestra cena, sino el cuidado que ponen ellos en su propio beneficio. No nos dirigimos a su humanidad sino a su egoísmo, y jamás les hablamos de nuestras necesidades sino de su conveniencia. /…/ Por regla general, no intenta promover el bienestar público ni sabe cómo está contribuyendo a ello. Prefiriendo apoyar la actividad doméstica en vez de la foránea, sólo busca su propia seguridad, y dirigiendo esa actividad de forma que consiga el mayor valor, sólo busca su propia ganancia, y en este como en otros casos está conducido por una mano invisible que promueve un objetivo que no estaba en sus propósitos.»
(La riqueza de las naciones)

Posiblemente, se pueda objetar que la terrible concepción de la Naturaleza de Dawkins es una interpretación extrema del darwinismo (si me permiten, les informaré de que el darwinismo tiene hoy en día más versiones que sectas religiosas hay en Estados Unidos, y que conste que no es una comparación casual, por lo que no resulta fácil definir qué es actualmente el darwinismo) así que puede ser más razonable acudir a las fuentes, al propio Darwin:

«Mas en estos casos parecen ser igualmente hereditarios la aptitud mental y la conformación corporal. Se asegura que las manos de los menestrales ingleses son ya al nacer mayores que las de la gente elevada. /…/ Así mismo, se ha observado que la epidermis de la planta de los pies de los niños, aún mucho antes de nacer, es más gruesa que la de todas las otras partes del cuerpo; fenómeno que sin duda alguna es debido a los efectos hereditarios de una presión constante verificada por largas series de generaciones.»
(Sobre el origen del hombre)

Dejemos, ahora, hablar a Adam Smith:

«Se ha dicho que el costo del desgaste de un esclavo lo financia su amo, mientras que el costo del desgaste de un trabajador libre va por cuenta de éste mismo. Pero el desgaste del trabajador libre también es financiado por su patrono. El salario pagado a los jornaleros, servidores, etc., de toda clase, debe en efecto ser lo suficientemente elevado para permitir a la casta de los jornaleros y servidores que se reproduzca según la demanda creciente, estacionaria o decreciente de personas de este género que formula la sociedad. Pero aunque el desgaste de un trabajador libre sea igualmente financiado por el patrono, el mismo le cuesta por lo general mucho menos que el de un esclavo.»
(La riqueza de las naciones)

Aunque pueda resultar una conclusión inocente, creo que con estos razonamientos se puede comprender para qué tipo de personas se elaboró la «Teoría del libre mercado», qué tipo de personas componen para ambos, Darwin y Smith, «la sociedad».

Charles Darwin coautor de la selección natural
y Richard Dawkins de la idea del 'gen egoísta'.
Se puede argüir que la coincidencia en esta forma de pensar tiene su origen en las circunstancias vitales de ambos «pensadores». Efectivamente, compartían un entorno cultural fuertemente condicionado por ideas religiosas anglicanas y ya sabemos que Dios bendice a los que van a lo suyo. Pero esto no tiene porqué influir en la «aportación científica» de Darwin. O sí: En Sobre el origen de las especies por selección natural o el mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la supervivencia Darwin afirma sobre su «teoría» que «De aquí, que como se producen más individuos de los que es posible que sobrevivan, tiene que haber forzosamente en todos los casos una lucha por la existencia /.../ Es la doctrina de Malthus aplicada con multiplicada fuerza al conjunto de los reinos animal y vegetal; porque en este caso, no hay aumento artificial de alimento y limitación prudente de matrimonios». Thomas Malthus clérigo anglicano, discípulo de Adam Smith, también tenía una concepción de la sociedad tan poco piadosa como nuestros dos amigos:

«El hombre, si no puede lograr que los padres o parientes a quienes corresponde lo mantengan, y si la sociedad no quiere su trabajo, no tiene derecho alguno ni a la menor ración de alimentos, no tiene por qué estar donde está, en ese espléndido banquete no le han puesto cubierto. La naturaleza le ordena que se vaya y no tardará en ejecutar su propia orden, si ese hombre no logra compasión de alguno de los invitados. Si estos se levantan y le dejan sitio, acudirán enseguida otros intrusos pidiendo el mismo favor y se perturbará así el orden, la armonía de la fiesta y la abundancia que antes reinaba, se convertirá en escasez.»
(Ensayo sobre el principio de la población)

¡Vaya, nos salió otro clérigo! (Darwin era de formación clérigo de la Iglesia Anglicana). La verdad es que si nos detenemos a pensar sobre el origen de las concepciones actuales de la Naturaleza, de la sociedad, de la vida que rigen nuestra sociedad, las sociedades «avanzadas», incluso nuestra ciencia, nos encontramos con unos personajes rancios, de pensamiento egoísta y cruel con los que cualquier persona con una mínima conciencia social o unos valores éticos no soportaría el menor trato.

Pero estas son las concepciones, las ideas que subyacen a las explicaciones de la Naturaleza, de la vida con las que nos catequizan desde los libros escolares, los textos científicos, los medios de comunicación. No es necesario que sus proponentes se declaren darwinistas, ni que lo sean, ni siquiera que sepan qué es el darwinismo, es el lenguaje darwinista el que ha pasado a formar parte del lenguaje biológico, de las «descripciones objetivas de la realidad». El «coste-beneficio», la «explotación de recursos», la competencia, el «éxito»… describen, sin asomo de dudas, el comportamiento de los seres vivos en la naturaleza. De hecho, Richard Dawkins, que no tiene el menor pudor, la menor intención de disimular la aplicación de estas siniestras ideas a la Naturaleza, define a los organismos como «máquinas de supervivencia» y sentencia: «Toda máquina de supervivencia es para otra máquina de supervivencia un obstáculo que vencer o una fuente que explotar». Supongo que no es necesario un esfuerzo de la imaginación para asociar esta frase al ideario de cualquier multinacional.

También supongo que el lector está un tanto cansado de tanteas citas (¿no tendrá algo que decir que sea de cosecha propia?), pero creo que es la única forma de contrarrestar las voces de los «sabios» que, basándose en el principio de autoridad, han adornado con toda clase de virtudes intelectuales y humanas a los grandes genios que han construido las bases del mundo moderno. El mundo de la «selección natural» que rige el «libre mercado» y la «libre competencia» que, como afirmaba el Premio Nobel de Economía Milton Friedman «Todas las relaciones sociales pueden ser reducidas a la ley de la oferta y la demanda, que se rige por la libre competencia y la exclusión de los incompetentes e incapaces redundará, a largo plazo, en beneficio de la especie».
 
Adam Smith y Robert Malthus teóricos
de la Economía de Mercado o Capitalismo.
John Rockefeller, cuyas implicaciones en la investigación biológica y en la enseñanza dejo como tarea para la investigación del lector, lo vio muy claro desde el principio: «El crecimiento de un gran negocio es simplemente la supervivencia del más apto... La bella rosa estadounidense sólo puede lograr el máximo de su esplendor y perfume que nos encantan, si sacrificamos a los capullos que crecen en su alrededor. Esto no es una tendencia maligna en los negocios. Es simplemente el resultado de una combinación de una ley de la naturaleza con una ley de Dios».

No pretendo insinuar aquí (aunque hay suficientes motivos y datos para afirmarlo) que la concepción científica actual de la Biología sea una imposición de algún tipo de poder, pero no me negarán que resulta extraño que a estas alturas del siglo XXI, en que las ciencias como Matemáticas, Física y Química han experimentado verdaderas revoluciones en sus teorías y en sus aplicaciones, en una disciplina como la Biología, que pretende estudiar y comprender unos fenómenos de una complejidad posiblemente mayor que los de las disciplinas mencionadas, se sigan manteniendo unos conceptos una terminología y unas ideas basadas en una visión de la vida, una teoría de la evolución propia del siglo XIX, más concretamente, en especulaciones de tres clérigos anglicanos de la época. Discúlpenme, pero no tengo más remedio que recurrir a otra cita, en este caso de Ludwig von Bertalanffy, el más grande biólogo del siglo XX, porque sus pensamientos tienen más calidad que cualquier argumento que yo pueda aportar: «El hecho de que una teoría tan vaga, tan insuficientemente demostrable, tan ajena a los criterios que suelen aplicarse en las ciencias empíricas, se haya convertido en un dogma, no es explicable si no es con argumentos sociológicos».

Para Von Bertalanffy, autor de la Teoría general de los sistemas, entre los distintos tipos de sistemas, los seres vivos se ajustan a las características de los llamados «sistemas organísmicos u homeostáticos» (capaces de ajustarse a los cambios externos e internos) y están organizados en subsistemas que conforman un sistema de rango mayor (macrosistema). Los sistemas complejos adaptativos son muy estables y no son susceptibles a cambios en su organización, pero ante un desequilibrio suficientemente grave, su respuesta es binaria: un colapso (derrumbe) catastrófico o un salto en el nivel de complejidad (debido a su tendencia a generar patrones de comportamiento global). En definitiva, que adaptación, es decir, ajuste al ambiente, y evolución, es decir, cambio de organización, son procesos diferentes.

No voy a atosigarles con una sesuda argumentación científica (probablemente, tampoco sería capaz de hacerlo) sobre las implicaciones de la Teoría general de sistemas en la comprensión de la Naturaleza (y de la sociedad, incluso), pero creo que, para terminar, merece la pena informarles de unos descubrimientos que, aunque puedan parecer muy avanzados pueden ser fáciles de entender, si no los procesos biológicos implicados, sí su significado. Se ha comprobado experimentalmente, es decir, no mediante especulaciones o hipótesis matemáticas, que en los genomas de los seres vivos existen una gran cantidad de elementos móviles y virus endógenos (secuencias procedentes de virus que se han insertado en los cromosomas). Estos segmentos de ADN pueden cambiar de situación en el genoma o duplicar su contenido como respuesta a distintos tipos de «agresión» ambiental, como pueden ser radiaciones o exposiciones a productos químicos. También se ha comprobado experimentalmente que estas inserciones de ADN de virus, cambios de disposición o duplicaciones no son aleatorios, sino que existen los llamados «hot spots», sitios donde tienden a producirse. También se sabe que a lo largo de la historia de la vida sobre la Tierra se han producido, de un modo periódico, cataclismos de distintas magnitudes causados por caídas de meteoritos de diferentes tamaños, vulcanismo, crisis climáticas… que provocarían grandes cambios en los genomas de los seres vivos que se producirían simultáneamente en un gran número de ellos. Es decir, los cambios evolutivos serían repentinos (como, por otra parte, refleja el registro fósil) y colectivos, como respuesta a un estrés ambiental. Es decir, la evolución de la vida no es el resultado de una competencia permanente en la que los individuos «más aptos» se reproducen más y dejan más descendientes. No hay seres vivos «aptos» y «no aptos». Todos los individuos sanos, normales se reproducen. La simplista falacia de extrapolar la selección de animales anormales por los ganaderos a un supuesto poder creativo de la selección «natural», es tan fraudulenta como la de afirmar que la existencia de mercados a lo largo de la historia justifica el poder de «la mano invisible del mercado» como rector de la sociedad. No. No son descubrimientos científicos. No son leyes naturales. Son inventos interesados para justificar los atropellos de los poderosos.

3 septiembre 2018

lunes, 18 de diciembre de 2017

Las dos caras del poder


J. CARO

«La política no ha sido el arte de gobernar a la gente sino más bien de oprimirlos. Gobernar es reprimir más o menos inteligentemente, más o menos brutalmente, según el tiempo y las circunstancias» (Jeanne Deroin).

La democracia disfraza la naturaleza del poder de manera más efectiva que cuando el Estado se encuentra controlado abiertamente por la tiranía de una clase dominante. La apariencia de libertad es mayor, y sin duda lo es, pero no en el grado de independencia que la gente cree. En la práctica diaria están en una situación de dependencia y sometimiento, que muchos esclavos podrían identificar como propias de su servidumbre.

La mayor parte de la gente tiene que trabajar para vivir, en empleos alimenticios que poco o nada aportan a su humanidad. Millones de personas en el mundo viven en condiciones de pobreza extrema, y otra gran mayoría subsiste con serias dificultades. Casi todos sentimos que nuestra existencia pende de un hilo económico, frágil y endeble, que a la menor sacudida puede romperse. Y entonces quedas abocado a la miseria.

En las cosas importantes apenas se tiene en cuenta la opinión de la gente corriente. Las decisiones de gran calado, los acuerdos políticos y económicos de importancia, cuyas consecuencias recaerán sobre la sociedad, son tomados por una pequeña camarilla en todo el mundo. Una élite financiera y política que ostenta el poder, y lo hace tanto en las dictaduras, de forma violenta y opresiva, como en las democracias, usando métodos más refinados y cultos, en un ambiente de relativa libertad.

Pero la libertad se basa en la posibilidad de decidir por voluntad propia, y la posibilidades de elegir libremente para la clase trabajadora suelen ser bastantes reducidas. Se puede escoger entre un mal trabajo u otro peor, con la opción alternativa del desempleo y todas las lacras que esto acarrea y nadie desea.

Porque, hablemos claro, el trabajo condiciona nuestra vida entera, siendo determinante hasta el punto de identificarnos con él, y ya no somos fulano o mengana sino el nombre de un oficio. Hace de nosotros quienes somos, en gran medida, y dicta las acciones del día, girando a su alrededor como el Sol que nos alumbra y mantiene, lo que sucede en realidad.

Sin empleo todo, absolutamente todo, cambia a tu alrededor, desde tu propia estima personal hasta la consideración de los demás, por no hablar de los problemas económicos, psicológicos, afectivos y sociales que conlleva. Sin trabajo la gente está perdida y sin recursos. Y estamos hablando del nivel más bajo y precario, aquel que se preocupa solamente de sobrevivir y no entra a analizar la carga de sufrimiento que trabajar supone para el ser humano, en especial debido a las condiciones de explotación con que se suele llevar a cabo.

Bien, este largo preámbulo venía a cuento de tratar lo que está pasando en España, donde el poder establecido nos ha conducido a un conflicto en apariencia irresoluble. Una situación generada por los mismos que nos metieron en la crisis y luego nos hicieron responsables de pagarla. Los mismos que roban a manos llenas del erario público, aunque luego no haya recursos suficientes para la educación y la sanidad. Los mismos que nunca se ven hartos de robar y luego hacen que se destruyan las pruebas y prescriban los delitos, sin que todos los imputados, sin excepción, por mucho que pertenezcan a la familia real, sean juzgados. ¿O no somos todos iguales, como dice la Constitución? Creo que unos somos más iguales que otros. Y cometen estos atropellos ante nuestra cara de idiotas. Sin que ello suponga ningún riesgo para su persona.

Es preciso comprender que defendiendo a los demás nos estamos defendiendo a nosotros mismos. Para que, entre todos, podamos dedicarnos a luchar contra nuestros verdaderos enemigos, una clase política corrupta e inepta que sirve los intereses económicos de los ricos, sin importar el grave perjuicio que ocasiona a la mayoría de la sociedad.

Aquí radical el quid de la cuestión, siendo lo demás consecuencia de esta desigualdad social que debemos combatir y eliminar, si realmente queremos vivir en un mundo más libre y justo para todos, los presentes y los venideros.

Nº 353 - diciembre 2017

domingo, 13 de agosto de 2017

Turismofobia, tu padre


7 agosto 2017

Si denuncias que hay camareros cobrando 700 euros al mes por 12 horas de trabajo diarias, de las que sólo están dado de alta cuatro, es que odias el turismo; si denuncias que hay camareras de piso que acuden empastilladas a trabajar para poder limpiar 20 habitaciones diarias a 1,5 euros cada una, es que odias el turismo.

Si denuncias que los guiris borrachos se alojan en apartamentos ilegales y te vomitan tu patio, es que odias el turismo; si denuncias que tu alquiler ha pasado de 500 euros al mes a 900, porque al casero le es más rentable alquilar la vivienda ilegalmente por días que por meses de manera legal, es que odias el turismo. Si denuncias que los antiguos pequeños comercios y bares de toda la vida de tu barrio ahora son franquicias donde pagan 700 euros al mes a los camareros con contratos parciales que se convierten en jornadas de sol a sol, es que odias el turismo.

Si denuncias que estudiaste Turismo y estuviste viviendo en dos países varios años para perfeccionar tu nivel de idiomas y que ahora el hotel donde trabajas de recepcionista te paga 900 euros al mes, es que odias el turismo; si denuncias que estás harto de no poder salir de tu casa porque las manadas de turistas en fila india tienen bloqueado el portal de tu casa, es que odias el turismo.

Si denuncias que hay una burbuja turística que ha sustituido a la burbuja inmobiliaria, sostenida en bajos sueldos y expulsión de la población local de la ciudad, es que odias el turismo; si denuncias que es inmoral cobrar 100 euros por una habitación de hotel, mientras se le paga 1,5 euros por limpiar una habitación a una camarera de piso o 700 euros al camarero que te sirve el desayuno, es que odias el turismo. Si denuncias que los beneficios del turismo, sector que no ha conocido la crisis y que aumenta anualmente sus beneficios en más de dos dígitos, se tienen que repartir de manera equilibrada entre trabajadores, empresarios y ciudades turísticas, es que odias el turismo.


Si denuncias que el patrimonio histórico-artístico de nuestras ciudades no soporta la presión turística actual y que es posible que en unos años no podamos seguir viviendo del turismo porque nos lo habremos cargado por la avaricia capitalista, es que odias el turismo.

Si denuncias que el turismo debe ser un sector de futuro y no sólo de presente, que los turistas merecen visitar sitios auténticos, con vida real, y no parques temáticos y que los habitantes locales merecen poder conjugar vivir en su ciudad con el turismo, es que odias el turismo. Si denuncias que un trabajador del sector turístico no puede disfrutar de una semana de vacaciones al año porque el salario que recibe no se lo permite, es que odias el turismo.

Es lo mismo que ocurría cuando se denunciaba que la burbuja inmobiliaria impedía que las familias normales pudieran acceder a una vivienda digna o que la construcción estaba destruyendo el patrimonio ambiental y el litoral de nuestro país. Los que lo odian todo, menos su deseo de acumular beneficios a costa de explotar recursos naturales, históricos y humanos, han encontrado en la «turismofobia» su palabra clave para no abrir un debate sereno y serio del que no podrán salir bien parados y que podría poner freno a su ansia desmedida por la acumulación de beneficios a costa de la salud de mujeres que acuden a trabajar drogadas para poder soportar los dolores que les producen mover carros de ropa sucia y limpiar 20 habitaciones en cuatro horas. Turismofobia, tu padre.

martes, 6 de diciembre de 2016

Necesitamos buenas alforjas para el desafío de conformar un fuerte sindicalismo revolucionario


Por JULIO F.
(CNT Gráficas – Madrid)

Me agrada profundamente que se dé en estos tiempos un debate sobre el papel del sindicalismo como elemento de transformación social. Y está muy bien desearlo en estos momento cuando existe un cierto ambiente entre la izquierda que menosprecia su capacidad como elemento imprescindible y que lo relega a algo que ya le ha pasado su tiempo. Algunos resabios de esto me hicieron pensar la frase de Pepe Gutiérrez-Álvarez que dice que el sindicalismo revolucionario vendrá del ejemplo de las Mareas o de luchas concretas que convergerán en plataformas donde el sindicato estará en segundo plano. Considero que la reflexión para que esos deseos de grandes sindicatos potentes y amplios, capaces de arrancar mejoras y estar listos para controlar la economía de un país, debe pasar por analizar qué está pasando actualmente con ciertas cuestiones que en su tiempo posibilitaron su desarrollo y lo pueden volver hacer: cultura de lucha y de clase, militancia y ética, estrategia e inteligencia colectiva, economía de fuerzas y amplitud de miras.


Bases

«La emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos». Esta frase concentra el pensamiento que debe regir las bases de un sindicalismo revolucionario. Somos muy buenos en pensar cómo será la futura sociedad pero nefastos en ver las cosas que puedan formar los ritmos sociales con los que podamos estructurar una comunidad solidaria y revolucionaria.

Y el ejemplo lo tenemos reciente. ¿Cómo ha podido generar la PAH y grupos de vivienda esa cultura de lucha y ese imaginario social, con sus limitaciones, favorable en amplias capas de la sociedad que responda a unos parámetros de justicia, lucha y solidaridad? Mi respuesta no puede ser otra que cuando responde a problemas comunes, concretos y ha generado una dinámica que pasa del activismo a la militancia. En otras palabras, cuando luchar contra injusticias tuyas o ajenas forma parte de tu vida cotidiana tanto igual que ir a comprar la barra del pan, ir a tapear con tus amigos o hacer una parrillada con familiares y amistades junto a compañeros del sindicato, por poner algunos ejemplos.

Es cierto que sufrimos un constante ataque mediático para desclasarnos o perder los símbolos con los que en otros tiempo formábamos nuestra identidad como clase y como comunidad que se arropaba cuando alguien tenía un problema o se quería mejorar el barrio o las condiciones laborales. Pero precisamente por ello debemos reencontrarlos en el presente y con sus nuevas formas o palabras. Emanciparse como clase, como trabajador y trabajadora es una idea de base que conforma unas formas de actuar y hacer, pues ha de trabajarse en colectivo, tener iniciativa, aprender, participar y no querer doblegarse para en un momento dado regir sin jefes el destino de la economía y la sociedad.

Compromiso y participación

Hay una cierta lógica instalada en los mundos de la izquierda y el del anarquismo en particular, que es el que más conozco, donde pareciera que la lucha es una cuestión binominal, o se es consumista y pasota o alguien ultramilitante o supercomprometido. No existen ahí grados ni grises y considero esto un grave error que no nos permite avanzar ni evaluar en qué estamos errando con más propiedad.

Esta voluntad de participación, con distintos porcentajes, no sólo para la toma de decisiones sino en las acciones, coordinación, preparación táctica o estratégica de campañas o luchas ha de tratarse de modo inclusivo y propositivo. Y esto encaja perfectamente en parámetros democráticos y de trabajo en red, pues un sindicato no deja de ser una organizada red de solidaridad y apoyo mutuo. Siempre habrá quien participa más y quien lo hace menos y precisamente por eso hay que tener claro los mecanismos o formas para que quienes están más en todo tengan herramientas para ser más inclusivos y repartan tareas o puedan hacer que participen en pequeñas cosas a quienes no lo están tanto. Eso hace cohesión y sentido de utilidad, que las cosas sirven y uno se siente parte de ello y, por lo tanto, acaba identificándose como parte del grupo y del sindicato.

Para favorecer pues esta participación es muy importante la planificación a largo plazo, a medio y corto. Si eliges el trabajo y desarrollas unas pautas importantes generales de guía vas a eliminar tiempo improductivo y asambleas innecesarias que se pueden destinar a grupos de trabajo que desarrollan y hacen, hacen y hacen. Y ahí es donde es sencillo ir introduciendo a compañeros menos participativos o que no forman parte de los veteranos que llevan las partes más pesadas o de responsabilidad interna de un sindicato. Además también hay que tener en cuenta que hacer acción sindical en tu empresa, incluso de forma planificada, ya consume un tiempo y energía considerable de militancia. Si además añadimos cuestiones barriales definitivamente la planificación y la seriedad con lo que hacemos es una obligación. La eficiencia democrática de la organización es pues una cuestión de asambleas, reuniones y comités, de tener claro un tiempo regular de toma de acuerdos generales y de los miles acuerdos de gestión para desarrollarlos. Tener pocas asambleas y muchas reuniones es algo que se va dar natural con una masificación del sindicato.

Otro punto reside en la formación: si no contamos con cuadros militantes y gente preparada para saber los mecanismos que tenemos para defendernos y como trabajar en cada sector económico no vamos a conseguir ser una referencia para los demás trabajadores. Y sin esto no hay revolución posible. Además, deben de poder a su vez formar a más gente de tal forma que todos puedan llegar a ese mismo conocimiento, hablando de cuestiones básicas o algo complejas pero que no llegan al conocimiento que muchas veces pueda tener alguien especializado en algún área como abogados y economistas, por ejemplo.

También debemos afrontar que existen de facto liderazgos informales, personas que son más carismáticas o tienen un cierto don para ser influyentes entre los grupos de trabajadores. Traernos este perfil y que enfoque sus habilidades de forma colectiva reforzará nuestras ideas e influencia sindical en sectores y empresas. Estos compañeros tienen un rol importante de animadores e incluso dinamizadores de procesos internos de los sindicatos o colectivos de trabajadores.

Alianzas y estrategias

Una obviedad es que no contamos con la masividad ni profundidad organizativa como en los años 30 y precisamente porque el momento actual es nuestro, con sus peculiaridades, hay que tener amplitud de miras y saber aglutinar sectores que luchan. Tender a la unidad para ganar conflictos laborales y sociales es una necesidad de nuestra clase porque nos hace fuertes frente a los deseos de empresarios, banqueros y gobiernos de turno. Además nos posibilita imaginar construyendo un futuro emancipador.

Hablo de alianzas porque la fragmentación sindical en nuestro país es un hecho y porque el sindicalismo revolucionario no es hegemónico a nivel social. Por tanto se ha de buscar formas con las que trabajar con otros para conseguir objetivos que deseamos en diferentes tiempos. A nivel de empresa, a nivel de convenios colectivos, en áreas que tienen que ver con sectores públicos, en cuestiones de vivienda, etc...

Esa idea general que nos trasmitió las «Marchas de la Dignidad» de la confluencia y objetivos comunes debe dar otro paso más, conformar planes de trabajo (constructivos y concretos) más allá de las manifestaciones, ya que éstas son demostraciones de fuerza y apoyo, puntuales, de unas series de exigencias o ideas y no son parte de un trabajo diario. Para ello hay que poner sobre la mesa nuestras plataformas reivindicativas y llegar a consensos que formen un bloque frente a empresarios y gobiernos de turno. Lo considero, como mínimo, un paso necesario para revitalizar el sentido cultural de pertenencia a una misma clase popular que se organiza y apoya. Y esto es lo más cercano a la realidad actual que la creación de «Un Gran Sindicato» propuesto por J. L. Carretero.


Creando músculo

Si tenemos la idea de un sindicalismo que pueda transformar la sociedad a gran escala también debemos pensar en herramientas y redes que en conjunto posibiliten esta misma. Es por eso que comparto con compañeros como Lluís Rodríguez la necesidad de construir cajas de resistencia en los sindicatos y no creo necesario aportar más datos que los que ha enumerado él en su artículo. Tenerlas favorece que colectivos de trabajadores tengan la capacidad de afrontar un duro conflicto como es una huelga sostenida en el tiempo de forma más eficiente, además combate el miedo a verse sin el sostén económico para mantenerse a sí mismo o su familia. Sin olvidar por ello que el punto central es la iniciativa y voluntad popular para querer revertir o mejorar situaciones de injusticia o condiciones de trabajo en las empresas, es pues que la caja de resistencia usada con inteligencia favorece una cultura de avance, solidaridad y lucha, además que posibilita aglutinar mayores sectores y grupos de trabajadores por medio del ejemplo práctico.

Relacionado con lo anterior y en marco de una vuelta a ganar más poder sindical y control en la contratación de personal en las empresas, las bolsas de empleo son un elemento de exigencia en el pulso de las negociaciones colectivas sectoriales o de empresa a empresa. Con esta estrategia el sindicalismo puede volver a recuperar la confianza y simpatía de amplias capas de trabajadores que están desempleados o son temporales endémicos.

El cooperativismo obrero y de izquierdas en nuestro país ha ido haciendo buenos progresos desde una de las entidades de más referencia como es Coop57, representan una manera de aglutinar a los trabajadores para controlar parcelas de la economía dentro del marco capitalista desde un enfoque socialista. El sindicalismo revolucionario que también apuesta por fomentar las cooperativas debería ser consciente y habilitar puentes de entendimiento con ellas. Teniendo en cuenta una perspectiva de dar cobertura a las necesidades básicas y fomentar que la circulación monetaria sea acumulada preferiblemente por nuestra clase que por las multinacionales, recuperar entidades como los economatos dentro de los sindicatos es un cimiento más que necesario para volver a una cultura colectiva que entrelaza las organizaciones sindicales con otros aspectos no estrictamente laborales y preocupaciones que más se han acentuado con la llamada crisis y las políticas gubernamentales de precarización de las clase popular.

Centrar el esfuerzo

Siendo sinceros con nosotros mismos, no contamos hoy con grandes recursos económicos y multitudes de brazos para emprender todos y cada uno de los proyectos que deseamos, o para intervenir en todas y cada una de las luchas que son transversales, injustas o ponen en riesgo las condiciones de vida de nuestra clase social trabajadora (con o sin empleo).

Aunque estoy de acuerdo con Ruymán Rodríguez en darle la importancia que tienen las luchas de vivienda o aquellas que se salen de la relación laboral, no estoy de acuerdo en que el foco prioritario de los esfuerzos se salga del campo económico de las empresas. Nos enumera una serie de ejemplos históricos donde el anarcosindicalismo de los años 30 intervino con huelgas de alquileres, mutuas obreras o red de escuelas y ateneos. Pero, en el relato no evidencia que eso se pudo dar por los miles de afiliados con sus cuotas y la dinámica que ejercía su poder sindical en el entramado empresarial que se reflejaba a su vez en las comunidades obreras de los barrios. Si hoy en día muchos de los trabajadores no cuentan con sindicato alguno en su trabajo o por otro lado donde si los hay siguen o se conforman con sindicatos como CCOO o UGT no es porque «han sido fabricados a conciencia por el Sistema» sino porque no existe en sus centros de trabajo un cambio, una alternativa o unos sindicatos que representen un relato diferente en lo cotidiano y sean útiles para defenderse o ganar mejoras laborales y sociales; por lo tanto abandonarlo porque los sindicatos que quieren ser ese cambio no lo están haciendo bien no es una solución, sino el intentarlo de otras formas más eficientes con el ejemplo de otros sindicatos de otras localidades.

Quienes estamos en procesos de crecimiento e implantación de sindicatos, constatamos que hay una carga de trabajo para desarrollar tareas prácticas de acción sindical y formativas de la afiliación que consumen la capacidad de hacer más allá de los objetivos que se han acordado realizar, sin embargo, esto no elude que también tengamos fuerza, si bien no para impulsar, si para solidarizarnos o aportar recursos de infraestructura, logística, difusión y económicos para distintas luchas que compartimos. Si el sindicato aumenta en implantación sectorial y territorial lo hará también su capacidad de intervención en otros campos y entrará en contacto más seguido con nuevas realidades que ya están en marcha por fuera de esta, como son las redes de cooperativas, asociaciones barriales, colectivos de vivienda, etc…


No quiero acabar sin mencionar que estamos asistiendo en la actualidad a un aumento de la capacidad de asumir luchas sindicales [y sociales] por parte de grandes colectivos de trabajadores y de conseguir victorias desde el anarcosindicalismo de forma eficaz, lo que da muestra de una maduración de nuevas generaciones formadas y con experiencia que pueden asumir el desafío de conformar un sindicalismo revolucionario numeroso en el que todos sumamos y avanzamos, creámonoslo.

29/11/2016

lunes, 14 de noviembre de 2016

La subida salarial de los españoles en cuatro años: 84 céntimos


Por ESTELA S. MAZO

Una queja habitual entre los trabajadores es que las estadísticas oficiales no reflejan el salario que realmente figura en su nómina. El Instituto Nacional de Estadística (INE) cifra en 22.858 euros el sueldo medio bruto anual de los españoles, pero obviamente eso no significa que todos los empleados cobren ese importe. Como la propia denominación dice, se trata de una media, que queda condicionada por un colectivo no mayoritario que ingresa salarios muy elevados.

Así, para reflejar más fielmente la realidad, el INE calcula también el sueldo más habitual en España, que está situado en 16.490,80 euros. Una cifra que revela dos realidades. La primera: efectivamente hay más trabajadores con nóminas bajas que altas, pues la diferencia con la media es de 6.367 euros. Y la segunda gran verdad: la moderación salarial es más dura de lo que muestra la estadística oficial.


Así, mientras que el sueldo medio ha subido un 0,3% (68 euros) entre 2010 y 2014 (los años a los que se refieren los datos del INE), el salario más habitual se ha incrementado incluso a menor ritmo: un exiguo 0,00509401%. O, lo que es lo mismo, 84 céntimos en los mismos cuatro ejercicios en los que el IPC escaló un 8,7%.

Las cifras proceden de la Encuesta de estructura salarial que publica el INE cada cuatro años (la última corresponde a 2014). La buena noticia es que la comparación respecto a estadísticas previas es más generosa, pues el salario más habitual ha crecido un 14% desde 2006 (2.024 euros) y un 32% respecto a 2002 ( casi 4.000 euros más). En ambos casos, no obstante, la inflación golpea de nuevo al bolsillo, pues los precios han subido a mayor ritmo: un 18% entre 2006 y 2014 y un 34,7% entre 2002 y 2014.

Cae en 10 autonomías

Por comunidades autónomas, el INE solo ofrece datos de evolución del salario medio. En este caso, entre 2010 y 2014 un total de 10 autonomías registran descensos. La mayor caída corresponde a Cataluña, con una rebaja del 2,1%, hasta 23.927 euros. Le siguen Castilla y León (-2,1%, hasta 20.524 euros), Extremadura (-1,5%, a 19.181 euros) y las Islas Baleares (-1,3%, hasta 21.322 euros). Aragón, el Principado de Asturias, Murcia, Andalucía, la Comunidad Valenciana y Galicia completan este grupo de mayores perjudicados.

Por el contrario, los incrementos más pronunciados son los del País Vasco (+4,5%, hasta 27.787 euros), La Rioja (21.954 euros, un 4,4% más) y Navarra (+3,7%, hasta 24.701).

Una tercera aproximación: el salario mediano

Junto al sueldo medio el más frecuente (que agrupa a los trabajadores en grupos de retribuciones y extrae cuál tiene mayor número de personas), el INE estima también el salario mediano. Éste divide al número de trabajadores en dos partes iguales, los que tienen un salario superior y los que tienen un salario inferior y en 2014 alcanzaba los 19.623,78 euros. En este caso, el incremento respecto a hace cuatro años es más abultado, pues alcanza los 606 euros (un 3,2% más).

12/11/2016