Por ÁNGEL J. CAPPELLETTI
Desde varios
puntos de vista puede decirse que Ricardo Rores Magón es el más representativo
de los pensadores anarquistas latinoamericanos: 1) en cuanto unió, mejor que
nadie tal vez, la razón con la vida, el pensamiento con la acción; 2) en cuanto
sintetizó una filosofía social universalista con una concepción autóctona y
ancestral de la convivencia humana; 3) en cuanto mantuvo, en una coyuntura
particularmente importante para la historia de su país (la Revolución
antíporfirista), es el ideal de una transformación radical y la aspiración a
una sociedad sin clases y sin Estado.
Igual que su
contemporáneo, el peruano González Prada, pasó Flores Magón del liberalismo
radical al anarquismo; igual que él supo remitirse a las tradiciones del
comunitarismo indígena; igual que él trajo a primer plano el problema del indio
desde la perspectiva de un socialismo libertario.
Nacido en un
pueblo comunero del estado de Oaxaca, Flores Magón tuvo desde niño la
experiencia de un régimen ancestral en el cual todo, menos las mujeres, era
común. Su padre, Teodoro, trasladada ya la familia a la Ciudad de México, se
había encargado, por otra parte, de hacerle comprender «el miserable estado del
obrero» de la capital, con una jornada de trabajo de doce horas o más y un
salario de veinticinco centavos al día, estado paralelo al del peón de campo,
que labora de sol a sol y percibe doce centavos diarios y un puñado de maíz y
frijol.
En la raíz de
todos los males encuentra Flores Magón la propiedad privada de la tierra. «La tierra es el elemento principal del cual
se extrae o se hace producir todo lo necesario para la vida. De ella se extraen
los metales útiles: carbón, piedra, arena, cal, sales. Cultivándola, produce
toda clase de frutos alimenticios y de lujo. Sus praderas proporcionan alimento
al ganado, mientras sus bosques brindan su madera y las fuentes sus linfas
generadoras de vida y de belleza. Y todo esto pertenece a unos cuantos, hace
felices a unos cuantos, cuando la naturaleza lo hizo para todos. De esta
tremenda injusticia nacen todos los males que afligen a la especie humana, al
producir la miseria. La miseria bestializa el rostro, el cuerpo y la
inteligencia» (REGENERACIÓN, 12
de octubre de 1910). Poco antes, en el mismo artículo, sentaba Flores Magón la
tesis básica: «La tierra es de todos».
Durante muchos siglos no tuvo dueño alguno. La propiedad de la tierra se
vincula con la esclavitud. «El primer
dueño apareció con el primer hombre que tuvo esclavos para labrar los campos, y
para hacerse dueño de esos esclavos y de esos campos necesitó hacer uso de las
armas y llevar la guerra a una tribu enemiga. Fue, pues, la violencia el origen
de la propiedad territorial, y por la violencia se ha sostenido desde entonces
hasta nuestros días.» No es difícil reconocer aquí ideas que pueden
encontrarse en Kropotkin y en otros anarquistas contemporáneos de Flores Magón,
pero que se remontan por lo menos hasta Proudhon, para quien la propiedad no
sólo se identifica con el robo sino también con el asesinato. Flores Magón
escribe: «La propiedad territorial se
basa en el crimen, y, por lo mismo, es una institución inmoral». Más aún,
ella es la fuente de todos los males que afligen a la humanidad: «El vicio, el crimen, la prostitución, el despotismo,
de ella nacen». Ejército, judicatura, parlamento, policía, presidio,
cadalso, Iglesia, gobierno y burocracia resultan necesarios para protegerla.
Evocando a los Gracos, a Münzer y los anabaptistas, a Babeuf, a Bakunin y por
fin a la misma Revolución Méxicana, como voces que a través de la historia
claman por la tierra, Flores Magón vaticina: «El rebaño tiembla presintiendo el ataque, y, rompiendo el silencio un
grito, que parece un trueno, rueda sobre las espaldas y llega hasta los tronos:
¡Tierral» Y «este grito, que
corresponde a una idea guardada con cariño a través de los tiempos por todos
los rebeldes del planeta, —añade con exaltación revolucionaria— este grito sagrado transportará el cielo con
que sueñan los místicos a este valle de lágrimas, cuando el ganado humano deje
de lanzar su triste mirada al infinito y la fije aquí, en este astro que se
avergüenza de arrastrar la lepra de la miseria humana entre el esplendor y la
grandeza de sus hermanos del cielo». Empeñado en la tarea de la revolución
social, exhorta a los campesinos a la acción inmediata: «Taciturnos esclavos de la Gleba, resignados peones del campo, dejad el
arado. Los clarines de Acayucan y Jiménes, de Palomas y las Vacas, de Viesca y
Valladolid, os convocan a la guerra para que toméis posesión de esa tierra, a
la que dais vuestro sudor, pero que os niega sus frutos porque habéis
consentido con vuestra sumisión que manos ociosas se apoderen de lo que os
pertenece, de lo que pertenece a la humanidad entera».
Es cierto que ya
desde 1902, según refiere Librado Rivera, Ricardo Flores Magón lee, en la
biblioteca del liberal Camilo Arriaga en San Luis Potosí, las obras de
Kropotkin, de Bakunin y quizá de Marx, pero también lo es que en la prosa
revolucionaria de REGENERACIÓN vibra,
junto a las ideas socialistas (y, más concretamente, anarquistas), la nostalgia
indígena por la tierra madre, de la cual el campesino se ve secularmente
despojado (J.D. Cockcroft, PRECURSORES
INTELECTUALES DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA, México, 1976, p. 81).
La ideología
anarco-comunista coincide, por lo demás, perfectamente con la ideología del «calpul»
y con el comunalismo agrario de los indios mexicanos, o, por lo menos, Flores
Magón así lo cree. El 18 de marzo de 1911 escribía en REGENERACIÓN: «El derecho de
propiedad es un derecho absurdo porque tuvo su origen en el crimen, el fraude,
el abuso de la fuerza. En un principio no existía el derecho de propiedad
territorial de un solo individuo. Las tierra eran trabajadas en común, los
bosques surtían de leña a los hogares de todos, las cosechas se repartían a los
miembros de la comunidad según sus necesidades. Ejemplos de esta naturaleza pueden
verse todavía en algunas tribus primitivas, y aún en México floreció esta
costumbre entre las comunidades indígenas en la época de la dominación
española, y vivió hasta relativamente pocos años, siendo causa de la guerra del
yaqui en Sonora y de los mayas en Yucatán el acto atentatorio del despotismo de
arrebatarles las tierras a esas tribus indígenas, tierras que cultivaban en
común desde hacía siglos». En la antigua comunidad indígena, que cultiva
sus tierras en común, ve Flores Magón el modelo y aun podría decirse la semilla
de un futuro México comunista. Unos quince años más tarde también Mariátegui
busca una salida hacia el Perú socialista en «la supervivencia de la comunidad y de los elementos de socialismo
práctico en la agricultura y en la vida indígena». Cree que «el comunismo... ha seguido siendo para el
indio su única defensa». Está convencido de que en las comunidades
indígenas peruanas «subsisten aún,
robustos y tenaces, hábitos de cooperación y solidaridad que son la expresión
empírica de un espíritu comunista» (citado por Adam Aderle, LA VANGUARDIA PERUANA Y AMAUTA, 'Ultimas
Noticias', Caracas, 5-4-87). Tales convicciones de Flores Magón y de Mariátegui
corresponden obviamente a la fe que de los primeros socialistas rusos del siglo
XIX, desde Herzen, habían puesto en el «mir» a la comunidad aldeana de su país.
Esta fe se corrobora y se extiende gracias a Bakunín y Kropotkin. Más aún, para
este último, la comuna aldeana no fue en modo alguno rasgo exclusivo de los eslavos
y los antiguos germanos, sino que existió en toda Europa (desde Escocia e
Irlanda hasta Italia) y en todo el mundo, también en la India (aria y no-aria),
entre los afganos, los pueblos de Abisinia, de Sudán, de África central, de
ambas Américas y de las islas del Pacífico. Se encontraba en el ulus mogol, en la thaddart cabila, en la dessa
javanesa, en la kota malaya (EL APOYO MUTUO, Bs. As. 1970, pp.
134-135). Inclusive Marx escribe en 1881 que «esta comuna agraria (el mir) es la base para el renacimiento social de
Rusia». Sin embargo, más adelante, Engels opina que el capitalismo ha
acabado ya con tal posibilidad. Y Lenin, que significativamente es quien desvía
el socialismo hacia el «capitalismo de Estado» o «capitalismo burocrático»,
trató de demostrar que la idealización del «mir» no es otra cosa más que un «cuento
de viejas» Desde luego, los neolenínistas siguen pensando lo mismo y, por eso,
al citado Anderle no se le ocurre nada mejor, para descalificar esta idea de
Mariátegui, que esgrimir el coco del idealismo y del utopismo. De un modo
análogo, refiriéndose a Flores Magón, dice Gonzalo Aguirre Beltrán que «la comunidad indígena de Flores Magón, es
una comunidad mística» (Ricardo
Flores Magón, ANTOLOGÍA, México, 1972, 'Introducción',
p. XXII). Según él, «el error fundamental
de Flores Magón y de los pensadores sociales que idealizan la comunidad
primitiva es el contemplarla como "libre y autónoma", es decir, sin
conexión permanente con la sociedad más amplia, nacional o colonial, en la cual
está incluida» (Ibid., p. XXV). Pero
lo que Flores Magón (igual que Kropotkin) «idealiza» no es la comunidad
indígena tal como existe. Sabemos muy bien que el gobierno colonial primero y
el nacional después no podían tolerar su libertad y autonomía. Lo que «idealiza»
es, en todo caso, la comunidad prehispánica y pre-azteca, de la cual se
conservan rasgos significativos hasta el presente, aun después de la
intervención estatal. Lo que Flores Magón pretende con el «calpul», y en cierta
medida Mariátegui con el «ayllu», no es otra cosa más que una restauración de
su naturaleza originaria, como punto de partida para la organización de la
sociedad sin clases del futuro. Que la concepción del «ayllu» y del «calpul»
como comunidades autónomas y, más aún, ajenas al Gobierno y al Estado
propiamente dicho, no es una mera «idealización» (como cree Aguirre Beltrán) ni
una elucubración utópica (como opina Anderle) lo demuestran los trabajos de
antropología política basados en el estudio de diversas tribus sudamericanas,
que realizó P. Clastres. Nadie puede dudar que incluidos en el Imperio incaico
o azteca o, más tarde, en el español o en la República oligárquico-militar,
dejaran de ser autónomos y libres. Todo parece indicar, al mismo tiempo, que
mientras lograron sustraerse a esas opresivas estructuras estatales lo fueron
real y efectivamente. De hecho, aquellos pueblos indígenas de Sudamérica y qué
jamás fueron conquistados por los incas o por los españoles y que, por su
aislamiento geográfico (muchas veces tenazmente defendido), no se incorporaron
a las nuevas Repúblicas, conservan hasta hoy un modelo de convivencia donde se
ignora la propiedad privada y no hay un Gobierno propiamente dicho (cfr. P.
Clastres, LA SOCIEDAD CONTRA EL ESTADO,
Caracas).

Flores Magón
tiene, por lo demás, plena conciencia de la injerencia del Estado nacional y
del Gobierno (particularmente del Gobierno dictatorial) en la destrucción de
los últimos vestigios de las comunidades indígenas. Entiende muy bien,
inclusive, el papel que desempeña en ello la voracidad imperialista. Don
Porfirio cambia los yaquis por los 'yanquis'.
Dice Flores Magón el 12 de noviembre de 1910 en REGENERACIÓN: «Porfirio Díaz
ha descubierto un excelente medio para ganarse las simpatías de la prensa
norteamericana sin necesidad de subvenciones pagadas en monedas cantantes y
sonantes. Les regala "tierritas" a sus queridos primos, los
escritores 'yanquis'. En los diarios de esta ciudad se anuncia descaradamente
la venta de las tierras que pertenecían a los yaquis y que ahora son propiedad
de varias compañías norteamericanas. Para proteger los derechos de los
extranjeros, Porfirio Díaz deporta a Yucatán a los levantiscos yaquis ¡Hay que
tener fe en la justicia!» (Cfr. C. Rama, HISTORIA DEL MOVIMIENTO OBRERO Y SOCIAL LATINOAMERICANO CONTEMPORÁNEO.
Barcelona. 1976. pp. 45-46).
Flores Magón no
propone «tomar el poder» para luego expropiar las tierras: quiere que la toma
de las tierras sea inmediata, la revolución debe iniciarse con un acto de
básica justicia que restituye la tierra a sus legítimos propietarios,
secularmente despojados por los conquistadores hispanos. El 18 de marzo de 1911
escribe en REGENERACIÓN: «La expropiación de la tierra de las manos
de los ricos debe hacerse efectiva durante la presente insurrección. Los
liberales no cometen un crimen entregando la tierra al pueblo trabajador,
porque es de él, del pueblo; es la tierra que habitaron y regaron con su sudor
sus más lejanos antecesores; la tierra que los 'gachupines' dieron por medio de
la herencia a sus descendientes, que son los que actualmente la poseen. Esta
tierra es de todos los mexicanos por derecho natural». La expropiación de
la tierra y la toma de posesión de la misma por parte de las comunidades de trabajadores
no sólo representan un acto de justicia sino que asegura también la libertad.
Escribe, en REGENERACIÓN, la víspera
del estallido revolucionario, es decir, el 19 de noviembre de 1910: «Cuando vosotros estéis en posesión de la
tierra, tendréis la libertad, tendréis la justicia, porque la libertad y la justicia
no se decretan: son el resultado de la independencia económica, esto es, de la
facultad que tiene el individuo de vivir sin depender de un amo, esto es, de
aprovechar para sí y para los suyos el producto íntegro de su trabajo». La
idea de que la libertad se levanta sobre una base económica e implica la
liquidación de la propiedad privada es común a Marx y a los pensadores
anarquistas. Pero que la inspiración de Flores Magón se encuentra en éstos
mucho más que en aquél lo demuestran ya las palabras que añade inmediatamente: «Así, pues, tomad la tierra. La ley dice que
no la toméis, que es de propiedad particular: pero la ley que tal cosa dice fue
escrita por los que os tienen en la esclavitud, y tan no responde a una
necesidad general, que necesita el apoyo de la fuerza. Si la ley fuera el resultado
del consentimiento de todos, no necesitaría el apoyo del polizonte, del
carcelero, del juez, del verdugo, del soldado y del funcionario. La ley os fue
impuesta, y contra las imposiciones arbitrarias, apoyadas por la fuerza,
debemos los hombres dignos responder con nuestra rebeldía».
Así como no
propicia el reparto o subdivisión de la tierra (para crear minifundios, según
deseaban algunos maderistas y hasta algunos presuntos 'libertarios') así
tampoco propone la «nacionalización», es decir, la «estatización» de la misma. «No hay que conformarse con repartos de
tierras; hay que tomarlo todo para hacerlo propiedad común», escribe el 13
de junio de 1914, en REGENERACIÓN,
refutando al mismo tiempo a Woodrow Wilson, presidente de los Estados Unidos, y
a Ariel, colaborador de TIERRA Y LIBERTAD
de Barcelona, para quienes la paz se aseguraría en México «subdividiendo los latifundios en pequeñas
propiedades para ser repartidas entre los peones». «Nosotros no opinamos ni como Ariel ni como Wilson —dice Flores
Magón— precisamente porque somos antiautoritarios,
esto es, anarquistas». Si se admitiera la repartición: 1) Esta tendría que
ser hecha por el Gobierno, lesionando el derecho de propiedad, cosa que no
podría hacer sin faltar a su principal compromiso, que es velar por los
intereses de la clase terrateniente; 2) la repartición, basada en la admisión
de la propiedad privada, haría que tarde o temprano se reconstituyera el
latifundio y la paz estaría otra vez amenazada. Por eso, es preciso que los
proletarios comprendan «que la solución
del problema del hombre no está en la subdivisión de la tierra en pequeñas
propiedades, sino en unir toda la tierra y trabajarla en común, sin patrones y
sin gobernantes, teniendo todos los hombres y mujeres, el mismo derecho a
trabajarla».
Este agrarismo de
Flores Magón, junto con su lema «Tierra y Libertad» (usado por primera vez por
Práxedis Guerrero) fue llevado a las filas del zapatismo por Soto y Gama, a
quien el general Palafox concedió una especie de secretaría ideológica. Soto y
Gama parece haber sido el redactor del Plan de Ayala. Blaisdell sostiene que
aunque Emiliano Zapata nunca se consideró anarquista, popularizó el plan
económico de Flores Magón y de hecho luchó por implantarlo (Lowell L Blaisdell,
THE DESERT REVOLUTIÓN, Baja
California, 1911, Madison, 1962, p. 198). J. Womack, por su parte, insiste en
la inicial moderación del programa de Zapata, pero reconoce que, obligado por
la intransigencia de hacendados y políticos conservadores, adoptó al fin el
agrarismo de Flores Magón y Soto y Gama (J. Womack, Jr. ZAPATA Y LA REVOLUCIÓN MEXICANA, México, 1974, p. 190). José Muñoz
Cota, en la revista TIERRA Y LIBERTAD
(45 p. 18), basándose en informaciones directas de Nicolás T. Bernal, asegura
que Zapata recibió un emisario de Flores Magón y que por sugerencias del mismo,
adoptó el lema «Tierra y Libertad». Carlos Rama menciona una carta de Flores
Magón donde éste dice «que el único grupo
afín a los nuestros es el de Zapata». Y Prieto Perrúa que cita a estos dos
últimos autores, concluye que entre Flores Magón y Zapata, «con emisarios o no, una comunión se produjo» (RICARDO FLORES MAGÓN EN LA REVOLUCIÓN MÉXICANA, 'Reconstruir', 73, p. 35).

De la toma de
posesión de la tierra (y medios de producción) por parte de las comunidades de
trabajadores deduce inmediatamente Flores Magón la abolición del Gobierno y del
Estado. En el MANIFIESTO DEL PARTIDO
LIBERAL MEXICANO, publicado el 23 de septiembre de 1911 y firmado, en nombre
de la Junta Organizadora, por Ricardo Flores Magón, Anselmo L Figueroa, Librado
Rivera y Enrique Flores Magón, leemos: «Sin
principio de la propiedad privada no tiene razón de ser el Gobierno, necesario
tan solo para tener a raya a los desheredados en sus querellas o en sus
rebeldías contra los detentadores de la riqueza social; ni tendrá razón de ser la
Iglesia, cuyo exclusivo objeto es estrangular en el ser humano la innata
rebeldía contra la opresión y la explotación por la prédica de la paciencia, de
la resignación y de la humildad, acallando los gritos de los instintos más
poderosos y fecundos...»
Como Bakunin, en
su libro SOCIALISMO, FEDERALISMO,
ANTITEOLOGISMO, Flores Magón y compañeros proclaman: «Capital, autoridad, clero: de ahí la trinidad sombría que hace de esta
bella tierra un paraíso para los que han logrado acaparar en sus garras por la astucia,
la violencia y el crimen, el producto del sudor, de la sangre, de las lágrimas
y del sacrificio de miles de generaciones de trabajadores, y un infierno para
los que con sus brazos y su inteligencia trabajan la tierra, mueven la
maquinaria, edifican las casas, transportan los productos, quedando de esta
manera dividida la humanidad en dos clases sociales de intereses diametralmente
opuestos: la clase capitalista y la clase trabajadora; la clase que poseen la
tierra, la maquinarla de producción y los medios de transportación de las
riquezas, y la clase que no cuenta más que con sus brazos y su inteligencia
para proporcionarse el sustento». De aquí deduce el MANIFIESTO la inevitabilidad de la lucha de clases: «Entre estas dos clases sociales no puede existir
vínculo alguno de amistad ni de fraternidad, porque la clase poseedora está
siempre dispuesta a perpetuar el sistema económico, político y social que
garantiza el tranquilo disfrute de sus rapiñas, mientras la clase trabajadora
hace esfuerzos por destruir ese sistema inicuo para instaurar un medio en el
cual la tierra, las casas, la maquinaria de producción y los medios de
transportes sean de uso común».
Este es, sin duda
un lenguaje socialista, que los seguidores de Marx podrían haber usado, pero no
los liberales de ningún país del mundo. Y, sin embargo, se trata de un MANIFIESTO DEL PARTIDO LIBERAL. ¿Cómo se
explica esta contradicción? ¿Por qué Flores Magón y sus seguidores, que eran
socialistas libertarios y anarquistas y que tenían conciencia de serlo desde
muy temprano (tal vez ya desde 1900 o antes), no se proclamaban tales y
continuaban llamándose «liberales»? Gonzalo Aguirre Beltrán dice a este
propósito: «Es bien sabido que Flores
Magón y los fundadores del Partido Liberal en 1906 participan, ya para
entonces, de una ideología anárquica y que todos sus esfuerzos los destina a
llevar la libertad propugnada por el liberalismo hasta sus consecuencias más
extremas, es decir, a una libertad sin restricciones. Esto, a juicio de ellos,
sólo puede alcanzarse mediante la negación del derecho a la propiedad privada,
la destrucción del sistema de clases sociales y la pulverización del Estado. No
obstante lo anterior, Flores Magón oculta su verdadera posición política, y ya
iniciada la lucha armada recomienda tácticas —en cuanto a la expropiación
de la tierra, a su ritmo y a las personas que primero deben ser afectadas— en cartas cifradas dirigidas a sus
correligionarios que han sido calificadas de poco éticas en un revolucionario
tan honesto como él». En una carta que se conserva en el archivo del
Departamento de Justicia de los Estados Unidos (y que el mismo Aguirre Beltrán
cita), dice Flores Magón: «Solamente los
anarquistas sabrán que somos anarquistas y les aconsejaremos que no se llamen
así para no asustar a los imbéciles». Aun contando con los innumerables y
pesados perjuicios de una sociedad cuyos valores son promulgados por la
burguesía y por el clero, podría discutirse, sin duda, la oportunidad y la
conveniencia de ocultar la propia identidad política. De ninguna manera, sin
embargo, se puede considerar esta actitud como poco ética. El EVANGELIO recomienda ser inocentes como palomas
y prudentes como serpientes. En otra carta, citada por Blaisdell, explica Flores
Magón: «Todo se reduce a una mera
cuestión de táctica. Si desde el principio nos llamamos anarquistas, muy pocos
nos escucharán. Sin llamarnos anarquistas hemos inflado sus mentes... contra la
clase poseedora... ningún partido liberal en el mundo tiene nuestras tendencias
anticapitalistas que están a punto de iniciar una revolución en México y no
podremos lograr esto si en lugar de anarquistas nos llamamos simplemente socialistas.
Todo es cuestión de táctica. Daremos tierras al pueblo durante la revolución;
así no serán engañados. También les daremos posesión de las fábricas, las minas
etcétera. Para no tener a todos contra nosotros, continuaremos la misma táctica
que nos ha dado tan buenos resultados; continuaremos llamándonos liberales
durante la revolución, pero en realidad continuaremos propagando la anarquía y
ejecutando actos anárquicos. Quitaremos la tierra a los latifundistas y se la
daremos al pueblo».
Esto resuelve sin
duda la contradicción. Pero si todavía nos preguntáramos por qué el «anarquismo»
debía esconderse precisamente bajo el nombre de «liberalismo», caben algunas
otras consideraciones. En nuestros días, cuando en Europa y en América Latina,
«liberal» equivale casi a conservador, cuando los partidos liberales
representan ante todo la defensa de la libre empresa, de la economía del
mercado y de la cultura capitalista, parecería absurdamente contradictorio que
un grupo de la extrema izquierda revolucionaria se llamara «liberal». Pero hay
que tener en cuenta que durante un siglo, desde la proclamación de la Independencia
hasta la Primera Guerra Mundial, la lucha político-social en América Latina ha
tenido como protagonista al Partido Liberal (izquierda) y al Partido Conservador
(derecha). Proclamarse «liberal» en México, durante los primeros años de este
siglo era, pues, en cierta medida, proclamarse de izquierda, es decir
partidario de cambios políticos y sociales más o menos profundos. Está claro,
en todo caso, que el PLM, se define, como dice Flores Magón, el 19 de septiembre
de 1915, en TRIBUNA ROJA, como «unión
obrera revolucionaria». Y cuando habla de «revolución no emplea ciertamente el
término en su sentido corriente y popular sino con el estricto significado que
le dan los pensadores de izquierda y, de un modo más preciso, con el
significado que le otorgan Bakunin, Kropotkin y los ideólogos del anarquismo
contemporáneo: «Debemos procurar los
libertarios que este movimiento tome la orientación que señala la ciencia. De
no hacerlo así, la revolución que se levanta no serviría más que para sustituir
un presidente por otro presidente, o lo que es lo mismo un amo por otro amo.
Debemos tener presente que lo que se necesita es que el pueblo tenga pan, tenga
albergue, tenga tierra que cultivar; tenemos que tener presente que ningún
gobierno, por honrado que sea, puede decretar la abolición de la miseria. Es el
pueblo mismo, son los hambrientos, son los desheredados los que tienen que
abolir la miseria, tomando en primer lugar, posesión de la tierra que, por
derecho natural, no puede ser acaparada por unos cuantos, sino que es la
propiedad de todo ser humano». Así escribe Flores Magón en el ya citado
artículo del 19 de noviembre de 1910.

Queda claro así
que, para él, no se trata de instaurar un gobierno revolucionario ni de imponer
una dictadura del proletariado. Queda claro que no se trata de apoderarse del
gobierno sino de suprimirlo. El 24 de febrero de 1912 escribe en REGENERACIÓN: «Hay personas que de buena fe hacen esta pregunta: ¿Cómo ha de ser
posible vivir sin Gobierno?, y concluyen diciendo que es necesario un jefe
supremo, un enjambre de funcionarios grandes y chicos, como ministros, jueces,
magistrados, legisladores, soldados, carceleros, polizontes y verdugos. Esas
buenas personas creen que, faltando la autoridad, todos nos entregaríamos a
cometer excesos, resultando de eso que el débil sería siempre la víctima del
fuerte. Eso podría suceder solamente en este caso: que los revolucionarios, por
una debilidad digna de la guillotina, dejaran en pie la desigualdad social. La
desigualdad social es la fuente de todos los actos antisociales que la ley y la
moral burguesas consideran como crímenes, siendo el robo el más común de esos
crímenes. Pues bien, cuando todo ser humano tenga la oportunidad de trabajar la
tierra o de dedicarse, sin necesidad de andar alquilando sus brazos, a
cualquier trabajo útil para poder subsistir ¿quién será aquel que haga del robo
una profesión como se ve ahora? En la sociedad que anhelamos los libertarios,
la tierra y todos los medios de producción no serán más que objeto de
especulación para un determinado número de propietarios, sino que serán la
propiedad común de los trabajadores, y como entonces no habrá más que una
clase: la de los trabajadores, con derechos todos a producir y consumir en
común, ¿Qué necesidad habrá de robar?». Fácil es ver aquí las ideas que
Kropotkin había defendido y seguía defendiendo en aquellos mismos días. En una
conferencia pronunciada en 1890 y titulada LAS
PRISIONES éste concluía: «En una
sociedad de iguales, en un medio de hombres libres, todos los cuales trabajan
para todos, todos los cuales hayan recibido una sana educación y se sostengan
mutuamente en todas las circunstancias de su vida, los actos antisociales no podrán
producirse. El gran número no tendrá razón de ser, y el resto será ahogado en
germen».
En el artículo
publicado en REGENERACIÓN el 21 de
marzo de 1914 subraya Flores Magón la vinculación entre gobierno y desigualdad
económica: «El
jefe o un Gobierno no son necesarios solamente bajo un sistema de desigualdad
económica. Si yo tengo más que Pedro, temo naturalmente, que Pedro me agarre
por el cuello y me quite lo que él necesite. En este caso necesito que un gobernante
o jefe me proteja contra los posibles ataques de Pedro; pero si Pedro y yo
somos iguales económicamente; si los dos tenemos la misma oportunidad de
aprovechar las riquezas naturales, tales como la tierra, el agua, los bosques,
las minas y demás, así como la riqueza creada por la mano del hombre, como la
maquinaría, las casas, los ferrocarriles y los mil y un objetos manufacturados,
la razón dice que sería imposible que Pedro y yo nos agarrásemos por los
cabellos para disputarnos cosas que a ambos nos aprovechan por igual, y en este
caso no hay necesidad de tener un jefe». Y, poco después, añade: «Muchos son los que dicen que es imposible vivir sin jefe o Gobierno;
si son burgueses los que tal cosa dicen, les concedo razón, porque temen que
los pobres se les echen al cuello y les arrebaten las riqueza que amasaron
haciendo sudar al trabajador; pero ¿para qué necesitan los pobres jefe o
Gobierno?». Y esta aspiración al comunismo anárquico, es decir, a una
sociedad sin clases y sin Estado, que en nada difiere de la aspiración de
Kropotkin (véase, per ejemplo, EL ESTADO:
SU ROL HISTÓRICO; EL ESTADO MODERNO,
LA CONQUISTA DEL PAN, etc.), la fundamenta
históricamente Flores Magón refiriéndose al modo de vida de los campesinos
mexicanos: «En México hemos tenido y
tenemos centenares de pruebas de que la humanidad no necesita de jefe o Gobierno
sino en los casos en que hay desigualdad económica. En los poblados o
comunidades rurales, los habitantes no han sentido la necesidad de tener un
gobierno. Las tierras los bosques, las aguas y los pastos han sido, hasta fecha
reciente, la propiedad común de los habitantes de la comarca. Cuando se habla
de Gobierno a esos sencillos habitantes, se echaban a temblar porque Gobierno,
para ellos, era lo mismo que verdugo; significaba lo mismo que tiranía. Vivían
felices en su libertad, sin saber en muchos casos ni siquiera el nombre del presidente
de la República, y solamente sabían que existía un Gobierno cuando los jefes
militares pasaban por la comarca en busca de varones que convertir en soldados,
o cuando el recaudador de rentas del Gobierno hacía sus visitas para cobrar los
impuestos. El Gobierno era, pues, para una gran parte de la población mexicana,
el tirano que arrancaba de sus hogares a los hombres laboriosos para
convertirlos en soldados, o el explotador brutal que iba a arrebatarles el
tributo en nombre del fisco».
Con su concepción
ácrata de la revolución se vincula en Flores Magón el problema de la patria y
del patriotismo.
El 'magonismo'
fue, sin duda, un movimiento antiimperialista. Ningún grupo o partido de los
que intervinieron en la Revolución mexicana denunció con tanta claridad y
vehemencia la intromisión 'yanqui' en los asuntos del país, la acción nefasta
de las autoridades y de los militares norteamericanos, siempre al servicio de
las peores causas y de los más bastardos intereses. Nadie como Flores Magón y
sus compañeros clamó tanto contra la explotación del trabajador mexicano por
parte de capitalistas extranjeros, contra el despojo de las tierras de los
indígenas por parte de compañías 'yanquis' y europeas, contra la secular
pervivencia de hacendados y comerciantes 'gachupines' que chupaban la sangre
del pueblo mexicano. Es preciso tener en cuenta, entre otros hechos, que en 1910
los extranjeros eran dueños de una séptima parte de la superficie de México y,
según algunas estimaciones, hasta de una quinta parte (Cockcroft, op. cit. p. 23). Porfirio Díaz que había
logrado su inicial prestigio político-militar en la lucha contra los invasores
franceses, movido por su mentalidad «positivista» alentó de muchas maneras las
inversiones extranjeras y acabó entregando una gran parte de México a 'yanquis',
ingleses y franceses. Si el antiimperialismo puede ser considerado como una
forma del «nacionalismo», Flores Magón y su partido eran sin duda «nacionalistas».
Pero no se puede olvidar que el «antiimperialismo» sólo es «nacionalismo» en la
medida en que es «anti-nacionalismo». Se trata de combatir un nacionalismo
expansivo y dominante que, por la fuerza del dinero o de las armas, se impone a
otros pueblos. Se trata en definitiva, de estar con los oprimidos y explotados
contra los opresores y explotadores. Pero no se trata, en modo alguno, de
exaltar la propia nacionalidad sobre los demás, de aspirar a engrandecerla para
hacerla a su vez dominante y explotadora, de querer convertir al propio país en
una «potencia"». Cuando el nacionalismo llega a ser esto, se convierte en
un nuevo (aunque a veces disimulado e hipócrita) imperialismo. En tal sentido,
todo nacionalismo es reaccionario y resulta incompatible con el anarquismo y
con cualquier forma de auténtico socialismo. He aquí por qué siempre un «socialismo
nacional» corre el peligro de llegar a ser un «nacionalsocialismo». Flores
Magón y sus amigos vieron con claridad que los extranjeros eran enemigos no por
ser extranjeros sino por ser capitalistas y terratenientes, y que, como tales,
no eran peores ni mejores que los capitalistas terratenientes mexicanos.
El concepto de «patria»
tiene un sentido legítimo y aceptable. Si ser «patriota» o amar a la patria
significa amar su tierra, su paisaje, su lengua, sus tradiciones, sus cantos,
su poesía, sus fiestas, sus vestidos y comidas, sus olores y sabores, el
recuerdo de los padres y de los hermanos, el amor de la mujer y de los hijos,
la fraternidad de los amigos y compañeros, ningún anarquista tiene por qué
dejar de ser «patriota». Y en este sentido, sin duda, Flores Magón era más
mexicano que ninguno, como eran argentinos los «payadores» gauchos o los peones
criollos de la Patagonia rebelde. En 1945 escribe Juan Prado en INQUIETUD, periódico anarquista de
Montevideo, a propósito de una visita de González Pacheco al Uruguay: «¡Ah, viejo Pacheco, hermano anarquista de
tuito el gaucho libertario del Platal; y el mesmo es tres veces gaucho: por anarquista,
por cantor y por criollo» (citado por V. Muñoz, UNA CRONOLOGÍA DE RODOLFO GONZÁLEZ PACHECO, 'Reconstruir', 90 p.
60).
Sin embargo,
cuando la idea de «patria» se vincula a la idea de Estado y, a través de ésta,
a las de Gobierno, Ejercito, capital, policía, jueces, verdugos, etc., cuando
mi «patria» se hace esencialmente antagónica a la «patria» de otros, cuando se
convierte en la excusa necia y criminal para justificar la sociedad de clases,
la propiedad privada, la represión y la guerra (real o potencial), es evidente
que no puede dejar de ser rechazada por cualquier libertario. Sus símbolos se
convierten entonces en símbolos de opresión social y política, de explotación
económica, de manipulación cultural.

Cuando en enero
de 1911 los magonistas invadieron la Baja California con el objeto de iniciar
en ese aislado territorio la revolución social que debía extenderse a todo el
resto de México, no faltaron enseguida quienes acusaron a Flores Magón de
intentos secesionistas y aún de actitudes anti-patrióticas. Este contestó en REGENERACIÓN, el 16 de junio de aquel
año, con un artículo titulado «A los
patriotas». Comienza allí por preguntar si la Baja California pertenece
realmente a México. Y responde negativamente: No pertenece a México sino a
Estados Unidos, a Inglaterra y a Francia, ya que son compañías de esas
nacionalidades las dueñas de casi toda su tierra útil. «Entonces, señores patriotas, ¿qué es lo que hacéis cuando gritáis que
estamos vendiendo la patria a los Estados Unidos? Contestad. Vosotros no tenéis
patria sencillamente porque no tenéis ni en qué caeros muertos. Y cuando el
Partido Liberal Mexicano quiere conquistar para vosotros una verdadera patria, sin
tiranos y sin explotadores, protestáis, echáis bravatas y nos insultáis. Al
entorpecer con vuestras protestas los trabajos del Partido Liberal Mexicano, no
hacéis otra cosa que impedir que los nuestros arrojen del país a todos los
burgueses y toméis posesión de cuanto existe».
La idea
fundamental que Flores Magón defiende con respecto a la patria es la siguiente:
Nadie puede decir que es su patria una tierra que no le pertenece, que debe
regar con su sudor o con la sangre para beneficiar a otros. Lo mismo había
sostenido ya Henry George. Pero Flores Magón saca de esas ideas todas las
consecuencias. Por eso, la patria es, para él, una hábil invención de la burguesía
para mantener a los trabajadores de los diversos países divididos y enfrentados
entre sí y evitar que todos unidos dirijan sus fuerzas contra la clase
explotadora. El 18 de abril de 1914 escribe en REGENERACIÓN: «La patria,
proletarios, es algo que no es nuestro, y, por lo mismo, en nada nos beneficia.
La patria es de los burgueses, y, por eso, a ellos únicamente beneficia. La
patria fue inventada por la clase parasitaria, por la clase que vive sin
trabajar, para tener divididos a los trabajadores en nacionalidades y evitar o al
menos entorpecer, por ese medio su unión en una sola organización mundial que
diera por tierra el viejo sistema que nos oprime. En los libros de las
escuelas, la burguesía fomenta el patriotismo entre la niñez, sembrando así en
los tiernos pechos el odio a los demás razas que pueblan el mundo. Las fiestas
patrióticas abundan en todas las naciones del mundo; el culto a la bandera raya
en fanatismo en todos los países; las tradiciones nacionales encuentran poetas
y literatos que las narran, ¡inflamando en los pechos de la gente soberbias
insensatas, vanos orgullo de raza, pues esos literatos burgueses se dan maña
para hacer entender que no hay raza más grande, más valiente, más inteligente
que aquella a la que se dirigen. De esta manera la burguesía divide en razas y
en nacionalidades a los habitantes de la tierra; y el trabajador ruso se considera
más valiente que su hermano el trabajador francés, mientras el proletario
inglés cree que no hay en la tierra un hombre como él; y el español, por su
parte, se jacta de ser la obra más perfecta del mundo; y el japonés, el alemán,
el italiano, el mexicano, los individuos de toda las razas, se consideran siempre
mejores que los demás de las otras razas. De esta división profunda entre el
proletariado de todas las razas se aprovecha la burguesía para dominar a sus
anchas, pues división por nacionalidades y razas impide que los trabajadores se
pongan de acuerdo para derribar el sistema que nos ahoga».
Flores Magón hace
notar así la irracionalidad del patriotismo, a través de las obvias
contradicciones que implica. Considera como sinónimos los términos «nacionalidad»
y «raza», de donde se infiere que también tiene por tales a los conceptos «nacionalismo»
y «racismo». Ve en la educación «patriótica» de la infancia la raíz de
¡numerables prejuicios racistas y nacionalistas. Pero subraya, sobre todo,
empeñado en la lucha de clases, la utilización de la patria y del patriotismo
como instrumento de dominación de la clase trabajadora, de acuerdo con el tan
antiguo como conocido principio: 'Divide
et impera'.
En el artículo
titulado «A los proletarios patriotas»,
publicado en REGENERACIÓN el 30 de
octubre de 1916, distingue tres ciases de patriotismo: 1) El que consiste en
amar, en primer término, el pedazo de tierra que nos vio nacer. Ese amor es
natural y lo sentimos sin que nadie nos lo haya inculcado. Parece como que
aquel pedazo de tierra contiene algo de nuestro ser y que formamos parte de él;
2) El que no consiste sólo en amor al terruño sino que comprende un sentimiento
de simpatía a los individuos que hablan nuestro idioma, que tienen las mismas
tradiciones y hasta los mismos prejuicios, vicios y virtudes que nosotros. Este
patriotismo es sano todavía, porque es un sentimiento espontáneo, no inculcado
y que no nos lleva a cometer villanías; 3) El patriotismo artificial y oficial,
fomentado y administrado por el Gobierno, perro obediente de ¡a burguesía. «Este patriotismo —dice— es muy distinto de los dos que os acabo de
bosquejar. Si aquellos dos consisten en sentimientos delicados de simpatía y de
amor, provocan emociones dulcísimas y embargan de ternura nuestros pechos, el
patriotismo artificial, el patriotismo oficial, el patriotismo burgués para
decirlo de una vez, no hace otra cosa que despertar, dentro de vosotros, la
bestia que dormita. Este último patriotismo es feroz, brutal, sanguinario,
cruel, inhumano, injusto, odioso. Este último patriotismo es el que pone en
vuestros ojos una venda de sangre cuando veis a un extranjero; este patriotismo
es el que os enseña a odiar a todo aquel que no haya nacido en el lugar donde
vosotros nacisteis o donde nacieron las personas que con vosotros tienen un idioma
común, tradiciones y preocupaciones idénticas, vicios y virtudes análogas y que
adolecen de los mismos prejuicios».

En otro artículo,
titulado «¿Patriotismo?» y aparecido
el 24 de febrero de 1917 en REGENERACIÓN,
después de haber mostrado una vez más cómo toda su educación, desde la primera
infancia, tiende a inculcar la idea del patriotismo oficial y artificial y cómo
nos dispone «a cometer los mayores
excesos, a matar y dejarnos matar por la patria, por ese algo que ningún beneficio
nos reporta y en cambio exige de nosotros los más grandes sacrificios»,
recuerda que «la patria es la propiedad
de unos cuantos que son los dueños de la tierra, de las minas, de las casas, de
las fábricas, de los ferrocarriles, de todo cuanto existe». Y que esto es así,
que la patria se identifica con los intereses económicos de la burguesía lo demuestra
el hecho de que ésta «no se opone a una
invasión extranjera cuando no tiene por objeto despojarla de sus propiedades y
hasta es solicitada la invasión cuando las bayonetas invasoras pueden prestar
algún apoyo al principio de la propiedad privada, cuando ese principio está en
peligro de desplomarse a las recias embestidas de la justicia popular». Tal
ha sido el caso de las dos invasiones norteamericanas que ha sufrido México en
el curso de la Revolución, las cuales tuvieron por objeto sentar a Venustiano Carranza
en la silla presidencial y consolidar un gobierno fuerte, capaz de defender a
la burguesía contra los embates de la justicia popular. «Contra esas dos invasiones —dice— no ha protestado la burguesía mexicana, como que iban encaminadas a
salvar sus bienes amenazados por la actitud viril, ansiosa de conquistar su
libertad económica». Y, afirmando su internacionalismo proletario, deja constancia
de que «si no hubiera sido porque los
trabajadores norteamericanos protestaron contra esas invasiones y se negaron a ingresar
en el Ejército para ir a sentar a Carranza en la silla presidencial, haría
largos meses que tuviéramos a éste fungiendo de presidente al abrigo de fuertes
guardias de soldados norteamericanos».
El
internacionalismo proletario de Flores Magón, tan enérgicamente expresado en el
discurso que éste pronunciara el 19 de septiembre de 1915 y que fuera publicado
en TRIBUNA ROJA con el título de «La patria burguesa y la patria universal»,
queda por lo demás, ampliamente testimoniado en sus cartas y en sus relaciones
personales.
La invasión de la
Baja California, donde Flores Magón y sus compañeros, intentaron hacer lo que
un cuarto de siglo más tarde hizo en España la CNT, concitó un movimiento
solidario en todo el mundo. Hacia allí se dirigieron los sindicalistas
norteamericanos de la IWW, anarquistas argentinos y uruguayos, como González
Pacheco y Foppa, militantes libertarios de todas las nacionalidades, españoles,
alemanes, ingleses, rusos, italianos, como Giuseppe Garibaldi, nieto de quien
liberó a Roma de la férula papal (E. Rodríguez, 'La revolución mexicana'. «Reconstruir», 84, p. 54). Conocidas
son las relaciones de Flores Magón con Emma Goldman, rusa, y Florencio Bazora,
español, y a través de ellos con Errico Malatesta, italiano. Conocida es
también la actividad de Emma Goldman y de su compañero ruso Alexander Bergman
para sacar de la cárcel a Flores Magón. Neno Vasco, anarquista portugués,
recoge fondos en Portugal y Brasil para ayudar a los revolucionarios
magonistas. La lista de estas adhesiones internacionales podrían prolongarse
muchísimo. Baste recordar que la primera y, sin duda, una de las más fervorosas
biografías de Ricardo Flores Magón la escribió el prolífico anarcosindicalista hispano-argentino,
Diego Abad de Santillán, en 1925.
Hechos y figuras del
anarquismo hispanoamericano
(1990)