domingo, 23 de septiembre de 2018

Sobre las verdaderas intenciones del neolerrouxismo de «Ciudadanos» en Catalunya

 

2 septiembre 2018

Las siguientes reflexiones llegan un poco tarde pues estaban pensadas de cara a los resultados de las elecciones autonómicas de diciembre de 2017, donde la formación política naranja arrasó como un tsunami en las áreas metropolitanas de extracción obrera en Catalunya. Desde el independentismo catalán (tanto el de derechas como el de izquierdas) se ha colgado la etiqueta de «lerrouxista» al partido de Albert Rivera e Inés Arrimadas y creo que muy acertadamente, ahora bien, en lo que no estoy en absoluto de acuerdo es en la interpretación que, a posteriori, se hace de la naturaleza de este movimiento de principios del siglo XX y por ende del que se considera su heredero ideológico actual: se hace básicamente hincapié en su demagogia anticatalanista y pseudo-obrerista considerando que el principal objetivo de Alejandro Lerroux era la lucha política contra los nacionalistas catalanes del momento; discurso que, repito, reproducen incluso las versiones más «izquierdistas» del independentismo.


Pues hay que decir contundentemente que no es así. El principal objetivo del demagogo españolista conocido como el «Emperador del Paralelo» era neutralizar al anarcosindicalismo revolucionario intentando enfrentar a los trabajadores autóctonos y emigrantes que constituían su abigarrada masa social. Es decir, la estrategia burguesa-reaccionaria de siempre consistente en introducir el discurso étnico-identitario para sustituir la solidaridad de clase: estrategia que favorecía, por otra parte, al catalanismo excluyente de la 'Lliga Regionalista' en un bucle que se retroalimentaba. Así, en un inicio, el lerrouxismo tuvo cierto éxito disputándole una parte de la clase trabajadora a los libertarios convirtiéndose en un partido de masas bien estructurado con juventudes, sección femenina etc (protagonizando duros enfrentamientos con los anarquistas) si bien al final acabó perdiendo la batalla por la hegemonía en el medio obrero, derechizándose progresivamente y acabando (a través de su líder) por apoyar a los sublevados durante la Guerra Civil española.

¿Es que acaso alguien puede pensar que el principal enemigo de un nacionalismo es otro nacionalismo? Hay un dicho que dice: «Las guerras las hacen personas que no se conocen y se matan dirigidas por personas que se conocen pero no se matan». Es bien sabido, que mientras Alejandro Lerroux y la burguesía catalana de la Lliga ponían en escena su simulacro de enfrentamiento, sembrando la discordia entre los trabajadores, no tenían reparos, por otra parte, en compartir mesa en la zona alta de Barcelona. Y así, hoy en día, sus herederos ideológicos (Ciudadanos y PDeCAT) ponen en escena la misma teatralización con idénticas consecuencias: El resultado es que los apoyos que la clase obrera catalana ha dispensado históricamente a los socialistas, y quizás también a otras expresiones de la izquierda institucional, están mudando al partido naranja, desesperando a estas formaciones políticas que incluso (en ciertas ocasiones) han mirado de comprarle el discurso para frenar la fuga de votos: recordemos los movimientos, hace años, de Celestino Corbacho en el Hospitalet para separarse del PSC (que, en aquel momento, consideraba demasiado catalanista) para crear la Federació Catalana del PSOE o, años más tarde, las infortunadas palabras de Pablo Iglesias exhortando al orgullo extremeño y andaluz (que parecía presentarse como oposición a lo catalán) en un mitin en Barcelona, palabras criticadas incluso por miembros de su propio partido por dividir a la clase obrera.


Por otra parte, la otra cara de la moneda, del españolismo de raigambre obrera, que representan figuras como Gabriel Rufián, ya que algún sociólogo sitúa su liderazgo como causa del ligero aumento del independentismo en las zonas de voto a Ciudadanos, queda patente si analizamos la ideología de ERC con respecto al partido naranja: los dos provienen del radicalismo pequeñoburgués de centro e incluso, si buceamos en la historia, nos encontraremos a sectores provenientes del lerrouxismo y del republicanismo catalanista compartiendo el mismo espacio político en algunas alianzas electorales: al fin y al cabo, hoy como ayer y en ambos casos, solo se espera de la clase obrera que aporte el apoyo necesario para encumbrar a unas clases medias dispuestas a mantenerse a flote a costa de los perjudicados de siempre.

Resumiendo: Los anarquistas debemos estar alerta de no caer en este escenario de polarización identitaria sin comprarle el discurso al independentismo burgués ni tampoco a la demagogia neolerrouxista. Se trata de una tarea harto difícil debido a la actual situación política. Recordemos siempre que hay que organizar a (y organizarse con) la clase obrera independientemente de la lengua que hable o de la identidad nacional con la que se identifique.

domingo, 16 de septiembre de 2018

Canis lupus politicus


 Por LUIS MIGUEL DOMÍNGUEZ

Este no es un debate animalista.

Esta no es una cuestión ni tan siquiera ecológica.

Hablamos de decencia, de justicia y de memoria.

Asturias sin lobos no es. Sin paisaje y paisanaje tampoco.

¿Qué pasa entonces?

Las zafias manos de los trileros han metido mano en el tesoro.

Simplón pero nefasto, previsible pero contagioso.

La geografía política de Asturias cada vez se mide menos en valles y más en litros de sangre lobuna.

Insostenible es la versión de los inmovilistas. Dicen que es el lobo el que les hace la vida imposible y arremeten perpetrando con la colaboración de una prensa decimonónica, a la que le va la marcha, un crimen tras otro contra el patrimonio natural asturiano.

El Gobierno del Principado y todos los demás partidos que configuran la cartografía política, salvo tímidas excepciones, miran para otro lado y dejan que el globo se hinche mas y mas, para arañar votos baratos en los arrabales de la conciencia.

Como el Perrito Piloto, el lobo se rifa en Asturias. Con descaro y con la chulería de los matones mimados por el capo.

Algo queda claro de esta anacrónica contienda.

El daño. El desastre, la gran herida que al mundo rural asturiano se le está infiriendo en estos años, no viene de las dentelladas del cánido silvestre organizado y discreto.

Viene de ahí mismo. Del núcleo duro que dice representar a un campo medieval dónde solo impera la Ley del lloriqueo y la extorsión.

Corrupción y prevaricación, por un tubo en torno a la bestia parda.

Los datos cantan la Traviata y a efectos estadísticos la ganadería pierde el protagonismo en esta pantomima. Quién denuncia con números, valentía y rigor el hecho de que el lobo no afecta ni tan siquiera a un 1% de la ganadería, es borrado del mapa.

Idea minimalista de algunos pitus de caleya que cacarean sin parar entonando el consabido «mis vacas y yo, y lo demás me sobra».

Se equivocan y se lo va a recordar la sociedad asturiana contundentemente este domingo (16 de septiembre) en Gijón a las 12h del medio día en la concentración a favor del Lobo Ibérico, convocada por Grupo Lobo Asturias.

Cabezas de lobo en piscinas y cuerpos decapitados colgando del corazón del paisaje astur recorren ya los noticieros de medio mundo. El personal saca sus conclusiones, no lo duden, y el Paraíso Natural no pasa la prueba del algodón quedando en mera falacia publicitaria, de esas que cercanas a la estafa, se le atragantan al gran público.

Dicen que hay muchos. Que los guajes ya no pueden ir a la escuela porque el lobo les ronda y luego, cuando el Gobierno de Asturias sale al monte a matar en plan ilegal y vengativo no mata ni uno.

No saben de campo, hablan de oídas y Caperucita les asesora. Así funciona esta milonga lobera, con chascarrillos, sin conciencia y mucho menos sin ciencia.

El lobo sobrevivirá. No quepa duda alguna.

La ganadería de toda la vida, esa que se lo curra sin buscar excusas y centrándose en cuidar y cuidarse también.

Los otros, los bio-guays que andan al plato y a las tajadas, encizañando a las paisanas y paisanos contra el mito facilón, esos no, a esos les queda dos telediarios.

Al lobo hay que protegerle por una cuestión patrimonial, por su valor, por su escasez, por la calidad que aporta aquello que es único en el planeta.

Someter esta decisión al péndulo caprichoso de los que creen que todo el campo es orégano y que por el hecho de calzar unas madreñas sientan cátedra dónde no les toca es una patochada que deja a Asturias y a España a la altura del betún.

Hasta las gónadas están las gentes de bien de ellos, incluso aquellos que no llevan por bandera la defensa de los animales.

Seres humanos que observan cada día como el tocomocho electoral tira del lobo como munición oxidada.

Por eso afirmo y ya de paso aviso a navegantes: la cuestión del lobo en Asturias y por ende en España en su conjunto, no es un enfrentamiento entre ruralitas y urbanitas, entre animalistas y cazadores, entre ecologistas y tecnócratas… Esta es la gran batalla; la de ganar la dignidad, la lógica y el amor por la vida.

13/09/2018

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Kropotkin y Tolstoi

     [Ya que el pasado domingo, 9 de septiembre, fue el 190 aniversario del nacimiento de Lev Tolstoi...]


Por GEORGE WOODDCOCK e IVAN AVAKUMOVIC

… Es evidente, que, pese a sus otras varias actividades y a sus años de exilio, Kropotkin siempre encontró tiempo para proseguir de modo exhaustivo la lectura de la literatura rusa que inició en su niñez. No permitió, como tantos revolucionarios, que las preocupaciones sociales ofuscaran sus criterios literarios y artísticos: Ideales y realidades de la literatura rusa es una prueba más de que siempre conservó una cultura amplia y humana.

Ya que hablamos de literatura rusa, no está de más analizar la relación de Kropotkin con Tolstoi, que, aunque indirecta, pues jamás llegaron a verse, se caracterizó por un fuerte respeto mutuo. Sus ideas tenían mucho en común. Ambos odiaban al Estado y a cualquier género de institución que obstaculizase la libertad de conciencia y de acción del individuo, ambos atacaban la propiedad, ambos creían que el sentido moral innato del hombre bastaría para impedir todos los males por cuya cura los gobiernos intentan convencernos de que aceptemos los males aún mayores de la policía y los ejércitos, las leyes y los castigos. Pero diferían en dos cuestiones importantes. En primer lugar, Tolstoi condenaba sin reservas la violencia en cualquier circunstancia, mientras que Kropotkin, a despecho de profundos sentimientos personales, estaba dispuesto a admitir su necesidad en determinadas condiciones extremas. En segundo, Tolstoi sostenía que el cambio social debía producirse como consecuencia de un cambio moral del individuo cuando éste comprendiese que «el reino de Dios está dentro», lo que a su vez influiría en las acciones de los hombres y alteraría la norma moral y todas las relaciones sociales. Este elemento ocupaba sin duda su lugar en las enseñanzas de Kropotkin y muchos otros anarquistas, pero tendía a quedar oscurecido por una doctrina de lucha social, que Tolstoi consideraba mera perpetuación del viejo mal. En vez de una 'contraviolencia' propugnada prescindir de la cooperación del Estado y sus instituciones subsidiarias y negarse por completo a obedecer.

Tolstoi respetaba a Kropotkin considerándole hombre de integridad que había sacrificado mucho en su oposición al zarismo. Kropotkin consideraba a Tolstoi un gran escritor que había consagrado su vida y su prestigio a la causa de los oprimidos, y que había arriesgado mucho en sus valerosos ataques a la política zarista desde dentro incluso de Rusia.

Su primer contacto se produjo al parecer con la llegada a Inglaterra del principal discípulo de Tolstoi, Vladimir Chertkov. Este tolstoiano exiliado era, por extraña coincidencia, oficial de servicios en el Hospital Militar de San Petersburgo cuando Kropotkin se fugó. Se hicieron íntimos amigos, y Chertkov fue visitante regular de la casa de Kropotkin en Bromley. Poco después de conocerse, Kropotkin pidió a Chertkov que transmitiese a Tolstoi un mensaje expresándole su cordial admiración. Parece ser que hizo alguna referencia a su diferencia de opiniones en la cuestión de la violencia, pues Tolstoi escribía poco después a Chertkov:

«La carta de Kropotkin me ha complacido mucho. No me parece que sus argumentos en favor de la violencia expresen sus opiniones, sino únicamente fidelidad a la bandera bajo la que ha servido honradamente toda su vida. No me cabe duda de que tiene que darse cuenta de que la protesta contra la violencia, para ser fuerte, debe tener un fundamento sólido. Pero una protesta por la violencia no tiene fundamento y por esta misma razón, está destinada al fracaso.»

Chertkov leyó estas palabras de Kropotkin, que se alteró mucho por lo que consideró una mala interpretación de su actitud pues contestó: «Para comprender hasta qué punto simpatizo con las ideas de Tolstoi, baste decir que he escrito todo un volumen para demostrar que la vida se crea no por la lucha por la existencia, sino por el apoyo mutuo.»


Estas cordiales relaciones entre los dos grandes adversarios del Gobierno prosiguieron. Visitantes que acudieron a ver a Tolstoi a Rusia, como Mavor y Nevinson, le entregaron mensajes especiales de amistad de Kropotkin, y en enero de 1903, el viejo novelista escribía a Chertkov. «Cuando uno está enfermo tiene tiempo para reflexionar. Me ocupé especialmente de recuerdos y mis bellos recuerdos de Kropotkin tuvieron preferencia especial.» Un mes más tarde escribía de nuevo: «Transmite mis saludos a Kropotkin... He leído recientemente sus Memorias y me han encantado». En 1905 Nevinson encontró a Tolstoi muy interesado por Campos, fábricas y talleres que consideraba de gran utilidad como base para una recuperación de la agricultura rusa. (Es un dato interesante que el mayor discípulo de Tolstoi, Gandhi, fuera lector entusiasta de Kropotkin, cuya influencia puede apreciarse en el dirigente indio en su idea de una sociedad de comunas rurales.)

Puede que, así como Kropotkin veía en Tolstoi al gran escritor inspirado en un amor sin trabas a la humanidad, Tolstoi viese a Kropotkin lo que Romain Rolland ha indicado, el hombre que práctica realmente la renuncia que él sólo había logrado alcanzar en el pensamiento y en la literatura.

Al final, en noviembre de 1910, cuando trágicamente era ya demasiado tarde. Tolstoi rompió con su vieja vida como consideraba necesario hacer desde hacía mucho. Desapareció de su casa, y circuló el rumor de que había ingresado en un monasterio, superando sus antiguas objeciones a la Iglesia ortodoxa. Kropotkin salió inmediatamente en su defensa, escribiendo en The Times:

«En cuanto a la posibilidad de que Tolstoi se "retractase" de sus opiniones religiosas, puedo decir que es totalmente improbable. Casualmente llevo estudiando, durante los dos últimos años, apasionadamente, casi, y escribiendo, sobre el drama interno de la vida de Tolstoi tal como se presenta en sus novelas y en otros escritos, y según el material biográfico que él mismo ha permitido publicar a su amigo P. A. Biriukov; y estoy seguro de que, tras dedicar los últimos treinta años de su vida a la creación de una religión racionalista universal, desnuda de todos los elementos místicos del cristianismo moderno, una religión que según él resultaría igualmente aceptable a cristianos, budistas, hebreos, musulmanes, seguidores de Lao-Tsé y a todos los filósofos morales, y después de haber proclamado tan vigorosamente en sus últimas obras el derecho supremo y decisivo de la razón en cuestiones religiosas, Tolstoi no volverá, indudablemente a las enseñanzas de la Iglesia ortodoxa griega.

»No me asombra enterarme de que Tolstoi haya decidido retirarse a una casa de campo donde pueda continuar con sus enseñanzas sin tener que depender del trabajo de otros para proveerse a sí mismo o a su familia de las necesidades de la vida. Es el resultado necesario del terrible drama interno que ha vivido durante los últimos treinta años. Drama, por otra parte, de miles y miles de intelectuales de nuestra sociedad actual. Es el cumplimiento de lo que estuvo tanto tiempo deseando.»

Kropotkin terminaba expresando la esperanza de que la vida «de nuestro venerado, querido y gran escritor» no se viese emponzoñada por las autoridades eclesiásticas rusas. Al menos este deseo se cumplió, pues unos días después llegó la noticia de que Tolstoi había sido localizado enfermo de neumonía y había muerto rodeado de unos cuantos amigos, en la remota casa de un jefe de estación ferroviaria de la Rusia central. A Kropotkin le afligieron mucho esas noticias y escribió varios artículos de homenaje en los que aludía a Tolstoi como «el hombre más amado, el hombre más conmovedoramente amado del mundo».

El Principe Anarquista
Ed. Júcar (1975)

sábado, 8 de septiembre de 2018

1968, el Mayo francés


Por FRANCISCO J. CUEVAS NOA

Los acontecimientos de mayo y junio de 1968 en Francia pusieron de nuevo al anarquismo en la escena política después de un periodo durante el cual muchos habían considerado al movimiento como muerto. Esta rebelión empezó humildemente. Expulsados por las autoridades de la universidad de Nanterre en París por actividades contra la guerra en Vietnam, un grupo de anarquistas (entre los cuales estaba el conocido Daniel Cohn-Bendit, Dani el Rojo) convocaron enseguida una manifestación. La llegada de 80 policías enfadó a muchos estudiantes, que dejaron sus estudios para unirse a la lucha y expulsar a los policías de la universidad.

Inspirados por este apoyo, los anarquistas tomaron el edificio de la Administración e invocaron un debate de masas. La ocupación se extendió, Nanterre fue rodeada por la policía, y las autoridades cerraron la universidad. Al día siguiente los estudiantes de Nanterre se concentraron en la Universidad de La Sorbona, en el centro de París. La presión de la policía continuó y la detención de más de 500 personas causó el descontento que dio comienzo a cinco horas de lucha callejera.

La prohibición total de manifestaciones y el cierre de la Sorbona hizo salir a miles de estudiantes a la calle. La creciente violencia policial provocó la construcción de barricadas. El 7 de mayo una manifestación de 50 mil personas contra la policía se transformó en una batalla que duró todo el día en los callejones del Barrio Latino. El gas lacrimógeno de la policía fue contestado con cócteles molotov y con el canto de Viva la Comuna de París.


Al llegar el 10 de mayo, manifestaciones masivas y continuadas forzaron al ministro de Educación a entrar en negociaciones. Pero en las calles habían aparecido barricadas y los obreros se unían a los estudiantes. Los sindicatos condenaron la violencia policial. Manifestaciones masivas por todo el país culminaron el 13 de mayo con un millón de personas en las calles de París. Los estudiantes tomaron La Sorbona y formaron una asamblea de masas para difundir la lucha. De pronto las ocupaciones se difundieron a cada universidad de Francia. Desde La Sorbona llegaba una enorme cantidad de propaganda a los centros de enseñanza y las fábricas de toda Francia.

El 14 de mayo los obreros de Sud-Aviation encerraron con llave a la dirección en sus oficinas. Al día siguiente ocurrió lo mismo en las fábricas de Cleon-Renault, Lockhead-Beauvais y Mucel-Orleáns. Esa noche fue ocupado el Teatro Nacional en París como asamblea permanente para el debate de masas. Después, la fábrica más grande de Francia, Renault-Billancourt, fue ocupada. El fin de semana del 19 de mayo 122 fábricas estaban ocupadas. El día siguiente, la huelga y las ocupaciones se generalizaron con unos seis millones de personas comprometidas. Los impresores dijeron que no querían que hubiese un monopolio informativo en la televisión y en la radio, y decidieron publicar periódicos. Los ocupantes de La Sorbona se prepararon para juntarse enseguida a los huelguistas de Renault, y encabezados por banderas anarquistas rojas y negras se dirigieron hasta la fábrica ocupada.


El 24 de mayo, los anarquistas organizaron una gran manifestación. La policía protegió los edificios del Gobierno, pero la Bolsa no estaba protegida y fue incendiada. Algunos manifestantes intentaron la ocupación de los edificios de Finanzas y Justicia, pero fueron frenados por grupos de partidos de izquierda. Fue el momento en que el movimiento huelguista controló más centros de poder, pero la falta de información y coordinación impidió el triunfo sobre el gaullismo.

Con el crecimiento de las manifestaciones y ocupaciones, el Estado se preparó para utilizar todo su poder y controlar la rebelión. Clandestinamente, los militares más importantes prepararon a 20.000 soldados leales para desplegarlos en París. La policía ocupó centros de comunicaciones como las estaciones de televisión y correos. El lunes, 27 de mayo, el Gobierno garantizó un aumento del 35% del salario mínimo. Al llegar el 5 de junio la mayoría de las huelgas se habían terminado, y las huelgas que continuaron después de esta fecha fueron sofocadas con operaciones militares.

Aunque el Mayo del 68 francés no fue una rebelión exclusivamente de carácter anarquista, sí demostró la gran capacidad de autogestión de las masas, y muchos de los principios del anarquismo se mostraron como viables en la práctica en la época contemporánea.

domingo, 2 de septiembre de 2018

Una filósofa en la Columna de Durruti: Simone Weil


 Por NIALL BINNS

Pip Scott-Ellis escribió un diario sobre sus experiencias con el ejército franquista, donde las mujeres seguían desempeñando su papel tradicional de enfermeras. En la zona republicana, sobre todo en los primeros meses, la división de labores bélicas fue distinta. El alistamiento de milicianas antifascistas formaba parte, a su modo, de otra guerra de liberación para las mujeres. Entre las voluntarias extranjeras destaca la figura de Simone Weil (1909- 1943), una joven filósofa parisina, activista en los sindicatos de la Enseñanza en su país, que vino a España empeñada en unirse a la lucha anarquista.

Los escasos fragmentos del diario de Weil ayudan a reconstruir sus días en España. Después de pasar por la ebullición revolucionaria de Barcelona, entusiasmada como todos los que allí llegaron dispuestos a entusiasmarse, fue a Lérida para alistarse en una unidad internacional de la Columna Durruti y salió el día 14 de agosto de 1936 al pueblo de Pina de Ebro en el frente aragonés. Vestida de miliciana —mono azul, pañuelo rojinegro al cuello y con un «pequeño y hermoso mosquetón»—, insistía en no quedarse en la retaguardia, aunque intimidara más bien poco con sus gruesas gafas de intelectual miope y su conocimiento ínfimo de las armas. El día 15 los milicianos informaron a los campesinos de Pina sobre la colectivización de las tierras; el día 16 les habló Durruti; el 17 Weil recibió su fusil, experimentó su primer miedo y su primer bombardeo (se echó en el barro para disparar, aunque volaran demasiado alto los aviones) y cruzó el Ebro con sus compañeros en un reconocimiento del terreno; en la noche del 18 volvieron a cruzar el río para instalarse (y ocultarse) en un pequeño edificio agrícola, donde el delegado de la Unidad le espetó a Weil: «¡Tú, a la cocina!». La mañana siguiente ella tuvo tiempo para echarse bajo un árbol y pensar: «Me tumbo de espaldas, miro las hojas, el cielo azul. Un día muy bello. Si me toman, me matarán… Pero es merecido. Los nuestros han vertido sangre suficiente. Soy moralmente cómplice». Empieza así el cuestionamiento de su papel en la guerra pero hay, de pronto, un corte en el diario. Sabemos que ese mismo día la Unidad fue descubierta y atacada por los nacionalistas, y su edificio alcanzado por un obús. Durante o quizás antes del ataque, Weil, una reacia y obviamente inexperimentada cocinera, se hirió de gravedad al meter un pie en una olla de aceite hirviendo, y tuvo que ser evacuada del frente.

Los últimos fragmentos del diario —que no fue publicado hasta décadas después— los escribió Weil en Sitges, concentrándose sobre todo en las noticias que le llegaban de los fusilamientos y la represión en la retaguardia. Los días de convalecencia habían aumentado las dudas de la filósofa. Más tarde, en su libro póstumo La pesanteur y la grâce (La gravedad y la gracia), hablaría de la búsqueda de un método para oponerse a la ley de la gravedad, no sólo física sino moral, que aplasta al ser humano hacia lo terrestre, empujándolo hacia la maldad («si no existiera la gravedad, el bien sería natural, y el mal sería fortuito, sorprendente; en virtud de la gravedad, es al revés»), y para así aspirar a la levitación otorgada por la gracia. Fue esa búsqueda quizá, formulada años después, lo que la llevaría a España, seducida por la pureza de los ideales anarquistas. Una nota titulada «Réflexions pour déplaire» («Reflexiones para desagradar»), probablemente escrita en el mismo año de 1936, muestra con cuánta rapidez se erosionó la seducción: «Voy a sorprender, escandalizar, ya lo sé, a muchos buenos camaradas». Así comienza el texto, y afirma que la traición de Lenin —en vez de la prometida desaparición del Estado, la construcción de «la máquina burocrática, militar y policial más pesada que jamás haya existido»— se estaba repitiendo en Cataluña: «Allí también vemos, ay, que se están produciendo formas de control y casos de inhumanidad directamente contrarios al ideal libertario y humanitario de los anarquistas».

La mirada crítica más contundente está en el texto más conocido de Weil sobre la guerra, la carta que envió a Bernanos en el año 1938, expresando su simpatía y sintonía total con Los grandes cementerios bajo la luna: «Desde que he estado en España, y después de oír y leer toda clase de consideraciones sobre España, no puedo citar a nadie, con la excepción de usted, que según mis conocimientos se haya bañado en la atmósfera de la guerra española y la haya resistido. Usted es monárquico, discípulo de Drumont. ¿Qué me importa? Usted me es infinitamente más cercano que mis camaradas de las milicias de Aragón, esos camaradas que yo, sin embargo, amaba». Los puntos en común, a veces precariamente comunes, son varios: Bernanos es católico; a ella, por su parte, «nada católico, nada cristiano» jamás le ha parecido ajeno y «me he dicho a veces que si sólo se pegara en las puertas de las iglesias un cartel que anunciase que se prohíbe entrar a cualquiera que goce de ingresos superiores a tal o cual cantidad, poco elevada, me convertiría en el acto». Bernanos abandonó Mallorca, horrorizado por la traición de los ideales de la Falange; ella decidió no volver a España después de curarse, al ver que lo que le había parecido una guerra justa «de campesinos hambrientos contra los terratenientes y sus cómplices religiosos» se había convertido en «una guerra entre Rusia, Alemania e Italia». La Falange se degradó, abriendo las puertas a reclutas totalmente ajenos a su ideario; asimismo, la CNT y la FAI fueron «una mezcla increíble, donde se admitía a cualquiera». Por último, Weil también ha sentido «ese olor a guerra civil, a sangre y terror» que desprende el libro de Bernanos. Sin embargo, mientras éste dio testimonio de atrocidades que había visto o vivido, la única atrocidad que llegó a ver Weil con sus propios ojos fue el casi fusilamiento de un cura. A pesar de esto, no duda en denunciar las represalias y los fusilamientos en Barcelona (cincuenta por día, dice, frente a los quince diarios en la Mallorca de Bernanos) y narra la historia de un «pequeño héroe», un «niño» falangista de quince años que prefirió morir antes que aceptar los razonamientos anarquistas y el perdón de Durruti.


Llama la atención la entrega total de Weil a un derechista monárquico de tan vieja escuela, incluso en sus ideas sobre la Francia de la posguerra, y no es extraño que la publicación de la carta en 1950 fuese recibida con indignación por sus excompañeros del frente y condenada como una distorsión y una traición. Sin embargo, tal vez sea inevitable que en la carta a un desconocido uno evite ciertos temas, silencie dudas y opine sin matices; y en ese sentido, como ocurre tantas veces, el traidor verdadero sería el que publica póstumamente una correspondencia personal. De todos modos, lo más valioso de esta carta es la reflexión de Weil sobre cómo la guerra cambia la visión que se tiene sobre el acto de matar o «asesinar». El entusiasmo y regocijo por haber matado a un cura o un fascista tiene algo de machismo bestial, sin duda, pero hace a Weil meditar sobre la elasticidad de términos como «fascista»: porque si «as autoridades temporales y espirituales excluyen a cierta categoría de gente de la de los seres humanos cuya vida tiene valor», entonces no hay nada más natural que matarlos, sobre todo cuando se sabe que uno no corre riesgo de ser castigado ni culpado por hacerlo. El contagio de esta falta de respeto por la vida es inmenso: ella afirma haber visto hasta a franceses apacibles, que nunca habrían ido a matar ellos mismos, «bañarse con visible placer en esa atmósfera impregnada de sangre». Al final, en esas circunstancias, el sentido de la guerra desaparece por completo, porque si ésta se promueve como una lucha para el bien de los hombres, carece de validez en el mismo momento en que la vida de los hombres deja de ser vista como un bien.

De este modo, la guerra española aniquiló para Weil todo atisbo de pureza (o esperanza de gracia) que pudiera encontrar en los ideales de los anarquistas. Si se pierde la pureza de los ideales, es imposible triunfar; imposible, al menos, sustraerse de los efectos de la terrible gravedad.

24 agosto 2018

lunes, 20 de agosto de 2018

El engaño de la democracia española


Hay dos factores que demuestran que la Transición fue un proceso necesario pero fallido: la Jefatura del Estado y la Ley de Amnistía. Ambas fueron presentadas a los ciudadanos como un hecho consumado sin el cual no podría haber democracia. Ahora vivimos las consecuencias de tener un sistema político deficitario en sus esencias fundamentales

Por JOSÉ ANTONIO GÓMEZ

¿España es una democracia? Teóricamente sí. Los ciudadanos votan cada cuatro años para elegir a su primer ministro y disponen de un espacio de derechos y libertades reconocidos por la Constitución… Sin embargo, la democracia es algo más y en España la voz del pueblo se contamina con los intereses partidistas e ideológicos de los gobernantes sin que haya una figura que controle el cumplimiento de lo que los ciudadanos han determinado con su voto.

España es uno de los pocos países del hemisferio occidental —teóricamente la zona del mundo donde el desarrollo político es superior desde un punto de vista democrático— que tiene vacante la Jefatura del Estado. Es cierto que hay una figura que constitucionalmente ocupa dicho cargo pero que, en realidad, no tiene más función que el de relaciones públicas o director de desarrollo de negocio que, parece ser, cobraba, además, sus correspondientes comisiones por la intermediación con gobiernos para que las empresas españolas captaran grandes contratos, tal y como lo haría un agente comercial.

La realidad es que España sigue cumpliendo la voluntad del dictador Francisco Franco en lo referente a la Jefatura del Estado. La Monarquía fue impuesta de manera torticera a los españoles porque jamás se ha preguntado al pueblo por el modelo de democracia que quieren. En el referéndum de la Constitución, que ahora va a cumplir 40 años, se obligó a votar el texto completo en el que se imponía a un Rey sin que los ciudadanos pudieran determinar si estaban de acuerdo o no con ello. Fue un trágala en toda regla: «si queréis una Carta Magna que reconoce al pueblo derechos y libertades hay que tragar con los Borbones». Si en 1.978 los ciudadanos se hubiesen rebelado y votaran en contra de la Monarquía estaban impidiendo la aprobación de la Constitución. Por tanto, por más que los defensores de la Monarquía afirmen que Felipe VI o Juan Carlos I fueron elegidos por el pueblo, la realidad es que no es así, sino que el propio aparato del Estado determinó que los españoles debían tragar con la voluntad de Franco si deseaban que se les reconocieran los derechos y libertades de los que disponían los ciudadanos de los países democráticos.
 
Esto no es democracia y, en consecuencia, hay una deficiencia grave en nuestro sistema político que, además, está teniendo consecuencias para la ciudadanía. ¿Para qué sirve la Monarquía a los ciudadanos? Para nada más que para generar titulares vacíos que oculten la realidad podrida de una parte de nuestra clase política. ¿Qué le importa a una familia desahuciada si Letizia Ortiz se lleva mal con Sofía de Grecia? Nada. ¿La operación de rodilla de Juan Carlos de Borbón importa a un trabajador con un salario por debajo del umbral de la pobreza? No. La Monarquía es una institución inútil para el pueblo y ha llegado el momento en que el pueblo salga a la calle y diga lo que tiene que decir y reclame que, de una vez por todas, se le permita decidir si quiere seguir manteniendo esta pseudodemocracia o tener una democracia plena. 


En una democracia un Jefe de Estado sin contenido político es inútil. La pretendida parcialidad no es otra cosa que un modo de aquiescencia con todo lo que está ocurriendo y que está hundiendo a España: corrupción, utilización de los pilares democráticos del Estado de Derecho con fines partidistas, precarización del mercado laboral, destrucción del Estado del Bienestar, sumisión a las élites financieras internacionales, humillación a las víctimas del franquismo, conculcación de los derechos humanos con sus consiguientes condenas por parte de Naciones Unidas, conflictos territoriales, firma de acuerdos comerciales con países condenados por vulnerar los más mínimos derechos fundamentales, impunidad de ciertas familias respecto a la Justicia…, y más corrupción que, presuntamente, se da en la propia Familia Real.

Respecto al otro aspecto que adultera a la democracia española, la Ley de Amnistía, la Ley de Amnistía fue otro engaño al pueblo español. En aquellos años se utilizó mucho la expresión de «la superación de las dos Españas» en referencia a la necesidad de cerrar las heridas abiertas desde el golpe de Estado y el posterior genocidio impuesto por el dictador Francisco Franco Bahamonde. Se legisló una serie de medidas de perdón que el pueblo entendió que iban dirigidas a las personas que fueron represaliadas por luchar por la democracia y los derechos de los ciudadanos. Sin embargo, la Ley de Amnistía tenía una trampa que se ocultó a los españoles: este texto era una verdadera ley de punto final que exoneraba de sus delitos a los represores y torturadores franquistas. Esta ley, que fue aprobada por un gobierno elegido por la metodología franquista, es la que está impidiendo que se haga justicia con las víctimas de la dictadura genocida. Los tribunales españoles se escudan en la misma para decir que los delitos cometidos por aquellos que son responsables de la represión franquista están amnistiados, hecho por el que España ha sido condenada en varias ocasiones por la ONU por la oposición a la entrega a la Justicia de personas que han sido reclamadas o denunciadas por las víctimas del franquismo. En este país, para superar a las dos Españas, se pretendió ocultar a la que fue masacrada por el fascismo que gobernó durante casi 40 años. Ese no es el modo de cerrar las heridas porque hay más de 200.000 personas enterradas en las cunetas. Todo son excusas de mal pagador a la hora de hacer justicia con los asesinados o con los represaliados del franquismo, todo son trabas a la hora de aplicar la Ley de Memoria Histórica. ¿Cómo es posible que en una democracia haya partidos que aún no han condenado al franquismo o que, como la formación de Albert Rivera, abandonaron un parlamento para evitar condenar al régimen fascista? ¿Cómo es posible que tanto PP como Ciudadanos se opongan a cambiar un callejero que aún continúa homenajeando a asesinos?

La democracia española llegó tras un proceso de transición que fue ejemplar si se hubiese tomado como un punto de partida y no como un elemento inamovible. La democracia en España no es plena porque hubo, al menos, dos aspectos que se impusieron a los ciudadanos sin que tuvieran ni voz ni voto. Por tanto, nuestro actual sistema nació con un engaño, nuestra democracia seguirá siendo incompleta, estará adulterada, mientras la Jefatura de Estado no haya sido elegida por los españoles y la Ley de Amnistía siga vigente.

18 agosto 2018

miércoles, 15 de agosto de 2018

Fachas y lo políticamente correcto


Nos tendría que hacer pensar en qué punto está la 'democracia española' la existencia de un lugar como el Valle de los Caídos o el mantenimiento, incluso con dinero público, de una fundación que lleva el nombre de Francisco Franco.

Por MAURICIO BASTERRA

En las últimas semanas estamos asistiendo a una nueva vuelta de tuerca en relación a la exhumación de los cadáveres de Franco y de Primo de Rivera del Valle de los Caídos. Una decisión adoptada por el Ejecutivo de Pedro Sánchez que ha levantado ampollas y reacciones de todos los calibres. Desde el tan manido «no abrir heridas del pasado» o «es la historia y quieren borrarla» hasta la propia movilización de los nostálgicos del franquismo para que no se muevan los restos del dictador allí depositados.

Una decisión que llega tarde, dicho sea de paso, pues han pasado casi 43 años desde la muerte del dictador, bastantes más desde que allí están los restos del fundador de Falange Española. Es ahora cuando se aborda una cuestión que quizá debería haber estado resuelta hace ya varios lustros.

No dejan de llamar la atención las distintas reacciones. Los políticos de la derecha oponiéndose con circunloquios que no hacen sino esconder su plena oposición. Es paradójico que, en el mismo momento en que Mariano Rajoy estaba siendo reemplazado por Sánchez en la presidencia del Gobierno, un ministro del PP aprobaba la renovación del ducado de Franco en la persona de Carmen Martínez-Bordiu, lo que viene a ejemplificar el poder que aun mantiene, aunque sea a nivel de medios y de presión social, la familia Franco, que se permite el lujo de discutir las decisiones políticas del momento, que mantiene privilegios donados de la propia época dictatorial —como, por ejemplo, el uso y disfrute del Pazo de Meirás— o los honores aristocráticos concedidos por el anterior jefe de Estado a la hija del dictador y que perpetua su nieta.

Una situación atípica la que se vive en España y que constantemente está encima de la mesa con argumentos vacíos y vacuos. Nadie se plantea en otros lugares donde han existido dictaduras criminales la necesidad de dar espacio y pábulo a aquellos que aun defienden la dictadura. En algunos lugares, como Alemania, la apología del nazismo es un delito. Si nos atenemos a datos objetivos, solo en lugares con unas cuotas de cultura democrática por debajo de cero existen mausoleos que ensalzan la figura de dictadores. Quizá nos tendría que hacer pensar en qué punto está la democracia española la existencia de un lugar como el Valle de los Caídos o el mantenimiento, incluso con dinero público, de una fundación que lleva el nombre de Francisco Franco.

También cómo, en medio de dicha polémica, las televisiones se lanzan a dar espacio y opinión a los integrantes de dicha fundación, que se permiten el lujo de insultar a los presentes que tienen ideas contrarias a las suyas —es lo que han hecho siempre, por otra parte, con resultados nefastos— y llevar un discurso demencial sobre la historia de España que es insultante para todos aquellos que se dejan los ojos, las pestañas y la cabeza en archivos y bibliotecas para rescatar el pasado de este país bajo parámetros científicos, por no hablar del enorme trabajo realizado por los movimientos memorialistas que han sustituido de forma completamente altruista un papel que tenían que tener las administraciones públicas.

Bajo un paraguas de lo políticamente correcto, se habla de «respetar» a aquellos que no respetan nada o que defienden un legado de crímenes y violaciones sistemáticas de los derechos humanos. Una fundación como la Francisco Franco no tiene cabida en ningún país democrático y los papeles del dictador tendrían que estar engrosando los legajos del Archivo Histórico Nacional y a disposición de todos los investigadores.

 Sepulturero de España

«Nunca enterrador alguno conoció tan alto honor, dar sepultura a quien era sepulturero mayor». Esta es una de las estrofas de una canción de Joaquín Sabina que se titula Adivina, adivinanza, dedicada a Franco y a su muerte. No se engañaba el cantante cuando denominaba a Franco como «sepulturero mayor». Porque ¿de quién estamos hablando cuando se habla de la exhumación del Valle de los Caídos? Francisco Franco fue un dictador. Un personaje que llegó al poder tras un golpe de Estado contra la democracia vigente en España en julio de 1936 y cuya acción provocó una guerra civil y una dictadura que se extendió en el tramo de casi 40 años. Se equivocan determinados tertulianos cuando hablan de bandos en la Guerra Civil española. Bandos habría si hubiese enfrentamientos abiertos dentro del propio campo democrático. Sin embargo, lo que sucedió en España entre 1936 y 1939 fue el enfrentamiento de un régimen legal, porque así lo habían querido los españoles los años anteriores, y un grupo de militares que dan un golpe de Estado. Esos golpistas que provocaron una guerra civil no se contentaron con derribar al gobierno de turno, sino que decidieron realizar una guerra de exterminio contra sus oponentes, que eran, a la postre, todos aquellos que no pensaban como ellos. Desde los moderados republicanos hasta los revolucionarios anarquistas, pasando por los socialistas de todas las tendencias, los minoritarios comunistas, los odiados masones, etc. Ese personaje que esta enterrado en el Valle de los Caídos afirmó lo siguiente al periodista Jay Allen en una entrevista que le hizo en 1936:

Allen: ¿Durante cuánto tiempo se prolongará la situación ahora que el golpe ha fracasado?
Franco: No puede haber ningún acuerdo, ninguna tregua. Salvaré a España del marxismo a cualquier precio.
Allen: ¿Significa eso que tendrá que fusilar a media España?
Franco: He dicho a cualquier precio.

Por si fuera poco, al finalizar la Guerra Civil, Franco impuso una dictadura que pasó por distintas fases pero que coincidió en todas con una profunda represión que ha llevado a España a ser el país que más desaparecidos tiene junto a Camboya, lo que ha provocado que la ONU y sus observadores de los derechos humanos hayan llamado la atención a nuestro país por no hacerse cargo de esa búsqueda de los desaparecidos. Hoy España tiene provincias con enormes cementerios ignotos donde están sepultados miles de cadáveres ejecutados por Franco y su régimen. Inclusive el propio Valle de los Caídos se benefició de dichos cadáveres sin el consentimiento de los familiares de las víctimas, que fueron a su vez nuevas víctimas del franquismo.

Franco se mantuvo en el poder gracias
al apoyo del 'democrático' Occidente.

Lejos de quedarse solo con Franco, se defiende que no se viole la historia de personajes como Mola, ideólogo del golpe, que tuvo frases tan democráticas como las siguientes:

«En este trance de la guerra, yo ya he decidido la guerra sin cuartel (…). A los militares que no se han sumado al Movimiento, echarlos y quitarles la paga. A los que han hecho armas contra nosotros, contra el ejército, fusilarlos. Yo veo a mi padre en las filas contrarias y lo fusilo».

«Hay que sembrar el terror… hay que dejar la sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros».

Quizá es bueno seguir tolerando que la tumba de Gonzalo Queipo de Llano esté en la Macarena de Sevilla y que la Virgen cada Semana Santa porte el fajín de quien fue el dirigente del golpe de Estado en Andalucía y máximo represor en la zona. No olvidemos los pensamientos de conciliación y concordía que destilaba en aquel 1936 desde los micrófonos de Radio Sevilla:

«Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los cobardes de los rojos lo que significa ser hombre. Y, de paso, también a las mujeres. Después de todo, estas comunistas y anarquistas se lo merecen, ¿no han estado jugando al amor libre? Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricas. No se van a librar por mucho que forcejeen y pataleen».

«Ya conocerán mi sistema: por cada uno de orden que caiga, yo mataré a diez extremistas por lo menos, y a los dirigentes que huyan, no crean que se librarán con ello: les sacaré de debajo de la tierra si hace falta, y si están muertos los volveré matar».

«Sí, canalla roja de Málaga, ¡espera hasta que llegue ahí dentro de diez días! Me sentaré en un café de la calle Larios bebiendo cerveza y por cada sorbo mío caeréis diez. Fusilaré a diez… por cada uno de los nuestros que fusiléis aunque tenga que sacaros de la tumba para hacerlo».

«¡Malagueños! me dirijo en primer lugar a los milicianos engañados. Vuestra suerte está echada y habéis perdido. Un círculo de hierro os ahogará en breves horas; porque si por tierra y aire somos los más fuertes, la Escuadra leal a la dignidad de la Patria os quitara toda esperanza de huida, ya que la carretera de Motril está cortada».

«Mañana tomamos Peñaflor, así que vayan las mujeres de los rojos preparando sus mantones de luto. Estamos decididos a aplicar la ley con firmeza inexorable: Morón, Utrera, Puente Genil, ir preparando sepulturas. Yo os autorizo a matar como a perros a todo aquel que se resista a vosotros, que si lo hiciereis así, quedaréis exentos de toda culpa».

La ignominia de la dictadura no solo se fraguó con los miles de fusilados, exiliados y encarcelados, sino que el régimen amparó y apoyo toda una red de robo de niños que al principio tuvo un claro componente ideológico pero al que después se le dio un motivo económico. La familias de los derrotados en la guerra fueron sometidas a todas las penurias y, no contentos con eso, también les robaron a sus hijos para desintoxicarlos del «gen rojo», que el psiquiatra Vallejo-Nájera expresó en sus propios libros de la siguiente forma, al mejor estilo del nazismo:

«La idea de las íntimas relaciones entre marxismo e inferioridad mental ya la habíamos expuesto anteriormente en otros trabajos. La comprobación de nuestra hipótesis tiene enorme trascendencia político-social, pues si militan en el marxismo de preferencia psicópatas antisociales, como es nuestra idea, la segregación de estos sujetos desde la infancia, podría liberar a la sociedad de plaga tan terrible».

Se puede y se debe debatir de la represión. Pero el sistema que Franco montó en España tras la guerra fue el de una dictadura militar, de corte fascista en muchos puntos y en varias etapas, que se cobró la vida de miles y miles de ciudadanos españoles que hoy están esparcidos por la cunetas. Debatir si un dictador, un criminal, un personaje defensor del terror y sus acólitos, tiene el derecho a estar un lugar privilegiado es un insulto y una vergüenza, como vergüenza es que se ampare en lo políticamente correcto para permitir defender posiciones inocuas y criminales en platos de televisión. Franco es historia de España y nadie lo va a borrar de la historia. Pero Franco fue un criminal, un asesino, el sepulturero de este país que tiene que salir ya de Cuelgamuros e iniciar, aunque sea con 43 años de retraso, la verdad, la justicia y la reparación a las víctimas del franquismo.

14 agosto 2018