domingo, 15 de febrero de 2015

Kropotkin y la teoría evolutiva


La lucha por la supervivencia ha marcado la teoría sintética de la evolución del último siglo, pero Kropotkin, entre otros, cuestionó algunos de los principios sentados por Darwin y Wallace.

ÁLVARO GONZÁLEZ MOLINERO

«Si preguntamos a la naturaleza, ¿Quiénes son los más aptos?, ¿son aquellos que se encuentran continuamente enzarzados en guerra mutua, o son aquellos que se sostienen mutuamente?, de inmediato vemos que aquellos animales que adquiere hábitos de ayuda mutua son indudablemente los más aptos. Tienen más probabilidades de sobrevivir y alcanzar, en sus clases respectivas, el mayor desarrollo de la inteligencia y organización corporal». Así recoge Kropotkin, en su Apoyo Mutuo (1907) la idea central que compone su pensamiento evolutivo. ¿Qué valor tiene repensar hoy en día el pensamiento evolutivo de Kropotkin? Ya en 1846 Marx y Engels decían que «las ideas de la clase dominante son en cada época las ideas dominantes […], la clase que tiene los medios de producción material a su disposición tiene al mismo tiempo el control de los medios de producción mental» y que por tanto «las ideas dominantes no son más que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes». La actual teoría evolutiva denominada «teoría sintética de la evolución», perfilada en los años 30 del siglo pasado, y renovada en los años 80, no es más que la «la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes». ¿Quiere decir esto que estemos aquí desprestigiando toda la investigación llevada a cabo en este ámbito? En absoluto. Pero hay que tener una cosa muy clara: una cosa son los hechos y los datos, y otra cosa muy distinta es el análisis que se realiza de ellos y su interpretación. En otras palabras: el marco teórico o paradigma en el cual «vestimos» nuestras observaciones.

Kropotkin creció en una acomodada familia de la nobleza rusa. En un principio no se mostró interesado directamente por el estudio de la naturaleza, y tampoco había desarrollado todavía sus ideales. Ambas cosas ocurrieron paralelamente cuando fue nombrado secretario de la sección de Geografía Física de la Sociedad Imperial y enviado a Siberia. Esto ocurrió sobre 1870. En 1871 devino la Comuna de París, influenciándolo definitivamente en sus ideas, y la experiencia siberiana. Según sus palabras, la Comuna le sirvió para darse cuenta que el paradigma darwinista de la lucha de todos contra todos, simplemente no era universal: «Kessler, Severtsov, Mensbir y Brandt, cuatro zoólogos rusos muy importantes, y también, Poliakov, un poco menos conocido, y por fin, su servidor, siendo un simple viajero, nos enfrentamos a la teoría de Darwin que sobreestima la lucha dentro de la misma especie. Aquí [en Siberia] lo que vemos es un campo de ayuda mutua, mientras que Darwin y Wallace ven solamente la lucha por la supervivencia. Creo que tal hecho se puede explicar de la siguiente manera: los zoólogos rusos han investigado enormes zonas continentales en la zona de un clima templado, donde se pone de manifiesto y con mayor claridad la lucha de la especie contra las inclemencias de la naturaleza (fríos muy adelantados, tormentas de nieve, inundaciones, etc.), mientras que Wallace y Darwin investigaron mayoritariamente las costas de países tropicales donde las especies abundan mucho más».

¿Una teoría científica influida por el ambiente en el cual se produjo su advenimiento?, ¿ciencia influida por nada que no sea la razón humana? Aquí es donde radica la importancia del legado de las ideas de Piotr Kropotkin sobre la evolución. Nos ofrece una interpretación distinta. Una interpretación que rechaza justificaciones naturalistas del neoliberalismo propias de la teoría sintética de la evolución: «la fórmula biológica del territorialismo se traduce fácilmente en los rituales de la propiedad privada» o «un código ético basado en el código genético, y por tanto justo, es esperable» ambas frases del fundador de la sociobiología, Eward O. Wilson, «tratemos de enseñar la generosidad y el altruismo, porque nacemos egoístas» frase escrita por Richard Dawkins en su Gen egoísta (1976) y «los hombres están en decidida superioridad sobre las mujeres en muchos aspectos» y que por ello «las facultades mentales del hombre estarán por encima de las de la mujer» escrita por Darwin en su Origen del Hombre. Piotr Kropotkin rechaza profundamente estas interpretaciones, que su coetáneo T. H. Huxley se encargó de defender en su época.

Kropotkin en ningún momento rechazó que pudiera existir una «lucha por la supervivencia» y una «supervivencia de los más aptos». Lo que hizo fue expandir la teoría evolutiva hacia un terreno apenas desarrollado. El propio Darwin, hacia el final de su vida, fue incorporando más modos de evolución ante la constatación que la mera «lucha por la supervivencia» no podía dar cuenta de todos los fenómenos observados. Kropotkin se encargó de mejorar la teoría evolutiva de la siguiente forma. Estableció la siguiente dicotomía: I) Organismo contra organismo en el caso de recursos limitados, lo cual nos llevaría a la competencia («lucha por la supervivencia») y, II) Organismo contra ambiente, en caso de ambiente rigurosos, lo que llevaría a la cooperación. En palabras del propio Kropotkin: «la sociabilidad es una ley de la naturaleza como lo es la lucha mutua».

Todavía en la actualidad estas dos formas de ver la biología siguen enfrentadas. ¿Los grupos que cooperan entre ellos presentan ventajas frente a los que no lo hacen y prosperan mejora?, ¿Es posible que la cooperación sea un motor de la evolución como proponía Kropotkin o todo está sometido a una naturaleza intrínsecamente egoísta? La brillante, y recientemente fallecida, bióloga descubridora de la endosimbiosis como proceso vital en la evolución, Lynn Margulis, lo tenía claro: «la vida es una unión simbiótica y cooperativa que permite triunfar a los que se asocian».

(21/12/2013)

martes, 3 de febrero de 2015

Toledo, 3 de febrero de 1522: el fin de los comuneros de Castilla



Aunque la fecha del 23 de abril de 1521 se conozca ampliamente como el fin de la rebelión comunera castellana del siglo XVI, en realidad fue el principio del fin. En esa fecha fueron derrotadas las tropas comuneras capitaneadas por Padilla, que tras su ejecución al día siguiente y la consiguiente rendición de los municipios de la cuenca del Duero, no implicó que todo acabase... aún permanecían las comunidades comuneras al sur del Guadarrama como Madrid, Toledo o Murcia, entre otras.

Tras la campaña del obispo Acuña por Tierra de Campos, la Junta comunera reunida en Valladolid decidió trasladarlo a Toledo, para recaudar los fondos del arzobispado de la ciudad en beneficio de la hacienda comunera. Con la muerte en enero del año 1521 de Guillermo de Croy, quien detentaba el puesto de Arzobispo de Toledo, Acuña disputó la mitra con María de Pacheco (esposa de Padilla y, posteriormente, su viuda) quien propugnaba a favor de su hermano. El obispo Acuña salió de Valladolid el 20 de febrero, recibido apoteósicamente en varias localidades al sur del Guadarrama, se enfrentó con las tropas realistas del prior de San Juan, y sufrió una derrota. Pero con su entrada en Toledo, el 29 de marzo, las masas populares lo aclamaron y sentaron en la silla arzobispal; y lo nombran jefe de la Comunidad, en sustitución de Padilla que estaba entonces en la meseta norte. A pesar de la latente rivalidad, pero no explicita, con la Pacheco y sus correligionarios, en una entrevista entre ambos acuerdan repartirse unos cargos: Acuña se hace con la administración del arzobispado y ratifica su liderazgo, a cambio Padilla sería nombrado maestre de la Orden de Santiago. A pesar de la negativa de los canónigos de la catedral a aceptarle en el cargo. Aunque obtenga parte del tesoro, Acuña aún forcejea con éstos y se acrecienta la división interna entre los comuneros toledanos.

Tras el conocimiento del desastre de Villalar y la ejecución de Padilla, se organizó un duelo colectivo popular en la ciudad del Tajo, participando el mismo obispo ante la casa de la viuda. Con la división del bando comunero, y algunos enfrentamientos y refriegas en esos días, Acuña abandona Toledo a comienzos de mayo de 1521. Dejando que la señora Pacheco se haga con el control de la Comunidad y mantenga viva la llama de la rebelión. Tras la rendición de Madrid el 7 de mayo, Toledo se queda solo como el último foco comunero, avivado por la presencia de la viuda de Padilla.

María de Pacheco (la «leona de Castilla») erigida en auténtica dueña de la ciudad se instala en el Alcazar para organizar la resistencia. El prior de San Juan se aprestó de inmediato para acabar con ella. Durante el verano hubo varios combates entre las tropas realistas (o imperiales) y las de Toledo. A primeros de septiembre da comienzo el asedio de la ciudad comunera; tras la derrota del 16 de octubre se iniciaron las negociaciones entre ambas partes, nueve días después se firma un acuerdo entre los representantes de Toledo y el prior de San Juan. El pacto además de poner fin a la guerra, reconocía los derechos y libertades de la ciudad y aseguraba una amnistía. El 19 de diciembre se rompía tal pacto, el prior ocupaba la ciudad y daba comienzo a la represión. El 3 de febrero de 1522 vuelve a estallar otra revuelta más, hasta ser sofocada en tres horas. Y esto supuso el acto final y definitivo de la rebelión comunera o Guerra de las Comunidades de Castilla, en la misma ciudad donde se inició todo dos años atrás. María de Pacheco huye de Toledo disfrazada, para terminar refugiándose en Portugal, donde murió en marzo de 1531 sin obtener el perdón del emperador Carlos V. Y en marzo 1526 sería ejecutado en Simancas el obispo Acuña, tras protagonizar un intento frustrado de fuga el mes anterior.

La semana pasada se cumplía el 490 aniversario de los sucesos que pusiéron el punto final a esta rebelión. Hecho que fue considerado por muchos como el fin de las libertades castellanas ante el absolutismo regio y la gran nobleza terrateniente. Liberales, republicanos, castellanistas y otros han abogado por ensalzar la mítica figura de los comuneros ejecutados en Villalar y, también, a los posteriormente represaliados como auténticos símbolos de la libertad y de la identidad popular castellana. Por ejemplo, tenemos a la gente de IzCa y Yesca reivindicándolos como luchadores por los derechos del «pueblo trabajador castellano» y dignos de recordar en nuestra memoria colectiva. Aunque durante esta rebelión del primer tercio del siglo XVI hubiese habido una gran participación de «la gente del común», en realidad más que popular fue una revuelta acaudillada por una parte de los sectores privilegiados de las urbes del momento, y atizada desde los pulpitos por los sermones incendiarios de curas y frailes. Fue esta pequeña nobleza, la que componía parte del patriciado urbano castellano, la que verdaderamente dirigió a las masas populares en nombre del llamado «bien común» y bajo el grito de «Comunidad».

Todo comenzaba años atrás con la llegada, en 1517, de un adolescente rey extranjero, acompañado de un séquito de cortesanos flamencos que se repartieron los mejores cargos del Reino y, a su vez, rapiñaban todo lo que podían, produciendo un gran malestar entre los autóctonos. Agravándose con el deseo del rey de recaudar más impuestos para financiar los gastos por su elección al trono imperial, cosa que gustó mucho menos a los castellanos. A pesar del enfado de varias ciudades, el joven rey convocó a Cortes para aprobar las nuevas cargas fiscales en 1520. Dos municipios (Toledo y Salamanca) se negaron a enviar sus representantes para tal farsa; y cuando algunos de los gobernantes toledanos fueron llamados ante la presencia del rey, en abril estalló un motín para impedir su salida de la ciudad. Motín encabezado por uno de sus regidores y capitán de milicias, Juan de Padilla. Rebelión que fue seguida en otros municipios, y dando inicio a la guerra. Guerra que terminó ganando el monarca, cuyo poder central salió más fortalecido, y sus aliados, los grandes señores feudales. Victoria con la que se identifica más tarde como el comienzo del declive de las libertades de Castilla… Pero con la derrota comunera no se acabaron tales libertades, porque, en contra de que se ha dicho y se ha creído, ya no existían o eran raquíticas en una población que mayoritariamente carecía de derechos.

La Guerra de las Comunidades fue una revuelta netamente urbana, aunque acompañada de algunos levantamientos antiseñoriales en el campo, lo que implicó y posibilitó un mayor acercamiento de la alta nobleza al bando real, inicialmente mantuvieron una actitud pasiva. Aunque se pueda simplificar que fuese un enfrentamiento entre el pueblo y la aristocracia, la realidad, más bien, fue heterogénea. Había componentes de los tres estamentos sociales en ambos bandos, con el predominio nobiliario, en uno, y el menesteroso, en el otro. Algo muy similar a las revueltas antiseñoriales y urbanas de siglos anteriores, lo cual de nuevo no tuvo nada.

Varios historiadores han pretendido ver en estos acontecimientos un precedente de las revoluciones modernas. (Incluso la gente de IzCa y Yesca llegan a considerar en un manifiesto reciente: «La Rebelión de las Comunidades es un referente clave, es nuestra primera revolución, nuestra primera organización en lo político, lo social, lo económico, que tiene como sujeto político a Castilla desde un proyecto que pretende dar respuestas a sus necesidades y problemas.») Revoluciones modernas que sólo supusieron el cambio de poder de unas manos a otras. Revoluciones que en nombre del pueblo, la nación, las clases oprimidas o la democracia, auparon a lo más alto a ciertos sectores sociales que tenían una posición social y política secundaria para convertirse en las nuevas élites. La Revolución Francesa dio el poder a la burguesía; las luchas de liberación nacional para sustituir el poder colonial por el de las élites nativas; etc. Algo muy parecido con las sublevaciones medievales de varias ciudades europeas, que dieron paso a mercaderes y campesinos ricos para formar parte de las oligarquías dominantes. Nada nuevo. Padilla y señora, el obispo Acuña, el conde de Salvatierra y otros líderes comuneros eran miembros de las clases dominantes, y al igual que los diputados Montañeses de la Francia revolucionaria de finales del XVIII, se apoyaban en las clases populares para adquirir más poder ante sus rivales. Los comuneros castellanos exigían al rey una mayor participación de los municipios del Reino para la toma de decisiones políticas en las Cortes. Cortes representadas por una minoría respecto a la totalidad. Si en las Cortes de principios del siglo XIV hubo 100 localidades, a finales del siglo apenas eran la mitad, y en el XVI solamente eran 18. Y, prácticamente, ninguna de las exigencias comuneras fue ampliar el número. Exigían participar en el poder político pero sin contar con la mayoría.

Otro factor supuestamente revolucionario fue el de una mayor democratización en el interior de los municipios. El mítico «concejo abierto» era inexistente (solamente existió en el pasado y en localidades pequeñas), el concejo era cerrado y restringido, estaba en manos de unas pocas familias, que conformaban la pequeña nobleza o patriciado urbano, cuyos miembros heredaban los cargos municipales; generalmente se los turnaban o se los repartían entre los linajes y banderías oligárquicas, algo muy parecido al bipartidismo actual. Los anhelos de ciertos sectores populares eran formar parte de ellos, pero no un cambio radical del sistema. Esta oligarquía urbana cuando entraba en conflicto con los grandes, recurría al apoyo de la gente del común, enarbolando el lema del «bien común». Pero otras veces, ante posibles motines populares, recurrían a los nobles. Algo parecido hacían los artesanos y campesinos más ricos respecto a sus vecinos más pobres del mismo estamento, defendían el «bien común» en unos casos y se apoyaban en los oligarcas, en otros, según sus intereses.

«Conocer la historia de aquellas leonas y leones que deben estar en nuestra memoria colectiva de pueblo trabajador castellano para llevar a cabo una nueva Rebelión Comunera» (del manifiesto de IzCa y Yesca)… ¿¡!? Decir que estos comuneros de Castilla, como Padilla y la Pacheco, sean símbolos del pueblo castellano, símbolos de la lucha por la libertad, está completamente fuera de lugar. Si hubiese triunfado su rebelión, no habrían cambiado mucho las cosas, creer en su «revolución» es algo que está fuera de la realidad.

11 febrero 2012

Fuente:

domingo, 1 de febrero de 2015

Kropotkin en España


No fue en las metrópolis del capitalismo donde se desencadenaron los más importantes procesos revolucionarios. Contrariamente a lo profetizado por Marx, como es sabido y notorio, la revolución se dio en los confines del viejo continente, en Rusia y España, países cuya adscripción a la modernidad no acaba de cuajar todavía, ni siquiera en los últimos años del siglo. Mucho menos, pues, a fines del diecinueve y comienzos del veinte, cuando las posibilidades revolucionarias estaban presentes. En ambos países el movimiento anarquista consiguió, luchando contra las fuerzas que iban a dominar la historia, impulsar formas societarias de democracia directa y poner por obra proyectos autogestionarios. No obstante, los contactos entre los movimientos libertarios ruso e hispánico no proliferaron.

Por lo que hace referencia a Mijail Bakunin, fue en tierras ibéricas donde encontró el mayor fervor popular para su entusiasmo revolucionario, pero personalmente sus contactos con el anarquismo ibérico fueron escasos. En el caso de Kropotkin, que sucedió a Bakunin como figura relevante del anarquismo, sus relaciones con el movimiento libertario ibérico, todo y con ser abundantes, no fueron lo suficientemente estrechas como hubiera sido deseable y conveniente por ambas partes. Empero, el príncipe ruso sí llegó a venir a España; contaba por entonces treinta y seis años y vivía de lleno una etapa consagrada a la agitación. Luego, interesado siempre por los problemas del país, mantuvo múltiples y diversas relaciones con los intelectuales libertarios. De todo ello daremos cuenta en las líneas siguientes.

Una anécdota recogida por Carande puede ilustrar ese carácter en tanto que pueblo —–esto es, no partícipe de los valores dominantes— propio de los habitantes del suelo ibérico. Dice así: «La réplica de Kropotkin, el príncipe anarquista, a la explicación que le daba Castillejos de que la Junta de Ampliación de Estudios enviaba tantos becarios a Londres para que llegaran a ser unos gentelmen [fue]: «¡Ah, claro está!, ahora me lo explico; me explico la impresión que me causaron, en mis viajes en vagones de tercera de los ferrocarriles españoles, lentos y sucios, los aldeanos y otros pobres castellanos que nos ofrecían sus provisiones a la hora de comer, y ayudaban a mi hija a descender del tren y la acompañaban en el andén, cuando ella quería pasearse. Yo no podía imaginar que aquellos viajeros estuvieran educados en Londres».

Puede ser que la cita no sea muy rigurosa. No se tiene constancia de que Kropotkin hiciera más viajes a España que el antes mencionado. Por entonces no estaba todavía casado ni tenía hija alguna. Pero fuese o no su hija la persona a la que colmaban de cuidado y presentes los humildes castellanos, la escena recuerda un pasaje cualquiera de las novelas rusas decimonónicas. El pueblo, al margen de la cultura oficial, y posiblemente debido a ello, poseía en Rusia como en España una cultura propia, unos modos de comportamiento y unos valores distintos y opuestos a los del poder. El anarquismo de los campesinos ucranianos y de los colectivistas hispánicos fue la expresión indómita, altiva y serena de esas formas de cultura popular ajenas a los valores de dominación.

Bakunin, el viaje que no pudo ser

Mijail A. Bakunin, considerado como el prototipo del agitador revolucionario por excelencia, contribuyó con su energía, su capacidad de acción y la fuerza de su inteligencia a cuantas revueltas populares tuvo noticias. Así, anduvo conspirando por toda Europa, y cuando cayó prisionero tras la insurrección de Dresde, los gobiernos de medio continente se disputaban al reo para infringirle los más severos castigos. Conspiró con los nacionalistas paneslavos, que ya es afición a conspirar, y con los más pintorescos exiliados rusos, desde Nechaiev a Herzen y Ogarev. Mandó misivas conspiratorias a los más remotos países, valiéndose de correos no siempre de aceptable catadura moral. Dudosa aceptabilidad, en todo caso, para todos menos para él claro, a quien bastaba con que alguien se le acercase llamándose compañero para que inmediatamente diera inicio una fabulosa conspiración, si más no, por lo menos bajo forma epistolar.

Después de su épica huida del cautiverio zarista cruzando toda Siberia para llegar a Londres vía Japón y Estados Unidos, invirtiendo el viaje de Magallanes, encontró en los círculos de los trabajadores de la Primera Internacional el suelo nutricio para sus afanes revolucionarios, y salvo a burócratas y teóricos socialistas con ínfulas de mandamases, conmovió todas las secciones de la Internacional, desde Holanda a España. Su base de operaciones fue el Jura suizo, donde sus enseñanzas y su ejemplo caló muy hondo. Años después de su muerte todavía su legado entre los relojeros del Jura estaba presente, tal y como nos cuenta Kropotkin en sus Memorias de un revolucionario. Desde su enclave en las estribaciones alpinas, fue a librar batallas revolucionarias a diestra y siniestra, esto es, a Francia e Italia. Pero todo y con el eco que en esas tierras supo despertar, a pesar del reconocimiento caluroso que halló en el Jura, a Bakunin le faltó impregnarse de sabor realmente popular. Sus huestes estaban al otro lado de los Pirineos; y allí grupos de federalistas, residuos de movimientos comuneros, profetas laicos, intelectuales narodnikis… bakuninistas avant la lettre, todos, le hubieran acogido con fervor. Pero no llegó a hacer el viaje que, posiblemente, más le hubiese satisfecho. En su lugar, como es sabido, mandó a Giuseppe Fanelli, de cuya estancia en nuestros lares nos da puntual noticia Anselmo Lorenzo.

Fanelli trajo el bakuninismo a España; fue aquí donde más y mejor se aceptaron los principios y estrategias de la acción anarquista tal y como la concebía Bakunin. Buena parte de los internacionalistas hispanos más destacados frecuentaron al anarquista ruso, pero nada podía sustituir las impresiones directas sobre el movimiento obrero español que hubiera obtenido Bakunin si su varias veces proyectado viaje a España hubiera tenido lugar. El momento más propicio para ello fue el verano de 1873, con ocasión del levantamiento cantonalista. Bakunin apoyó el movimiento, como es lógico, y se sabe, por una carta del 23 de abril de 1873, que recomendó a los jóvenes rusos exiliados, fuesen a España como forma de vincular las dos ramas, eslava y latina, del socialismo antiestatal por encima de barreras y sentimientos de «patriotismo estrecho de raza» al que eran afectos los eslavos. El mismo, llevado de su característico entusiasmo y fervor revolucionario, y alentado, según dice, por compañeros españoles, proyectó el viaje a la España del federalismo en armas, pero tampoco pudo ser. Posteriormente, en julio de 1874, explica los pormenores de su truncado viaje: «En el verano de 1873 la revolución española parecía deber adquirir un desarrollo completamente victorioso. Tuvimos al principio el pensamiento de enviar allá un amigo; después, a instancias de nuestros amigos españoles, me decidí a ir yo mismo. Pero para efectuar ese viaje teníamos necesidad de dinero y nuestra única fuente financiera era Cafiero… [que estaba en su región, en Barletta, Apulia]… Decidimos un joven amigo y yo apremiarle y como era inútil y casi imposible hacerlo por carta, el joven amigo Malatesta fue a su casa. Fue arrestado. Entonces me fue forzoso entenderme con Cafiero por correspondencia, sirviéndome de un idioma simbólico que había sido establecido entre nosotros… [Cafiero era contrario a ese proyecto]». Y Bakunin continúa: «Le demostré la urgencia [de la marcha] y le anuncié al mismo tiempo mi resolución de partir en cuanto me enviara la suma necesaria… [Cafiero respondió] por una carta llena de fraternal afecto… pero al mismo tiempo protestaba contra mi partida y… no envió el dinero…». De hacerse el viaje, tal y como señala Nettlau, habría tenido que ser por mar desde Italia, pues tenía prohibida la entrada a Francia. Ese mismo verano, desolado por no poder participar en la revolución cantonalista, escribió una larga carta, que se ha perdido, en la que «hablaba del federalismo histórico de España, que no fue nunca un estado unitario, de los comuneros, de los fueros, etc., y nada debió agradarle más que ese bello impulso, demasiado poco recordado, de tantas ciudades y distritos, tendiente a declarar su autonomía».

El joven italiano al que con cariño trató siempre Bakunin, Enrico Malatesta, será en muchos aspectos el heredero del anarquista ruso, y tiempo después pudo cumplir el propósito bakuniniano de viajar a España para unirse al afán emancipador del pueblo español.

El viaje de Kropotkin

El ambiente de compañerismo, lucha y reflexión que había encontrado Kropotkin en su visita al Jura bakuninista, en 1872, fue decisivo en su proceso hacia la consolidación de su criterio libertario. Cuatro años más tarde tras conseguir escapar de la fortaleza Pedro y Pablo de San Petersburgo: Kropotkin regresó a las montañas jurásicas para unirse a la labor dinamizadora del movimiento libertario internacional, que recibía su impulso de la federación suiza. Cuando llegó, Bakunin acababa de morir (1 de julio de 1876) y de alguna manera Kropotkin le reemplazaría como principal teórico anarquista. Por entonces inició un periodo de entrega a la elaboración y divulgación del pensamiento libertario.

El primer contacto personal del príncipe libertario ruso con el anarquismo militante hispánico fue por mediación de Severino Albarracín, internacionalista a la sazón exiliado en Suiza, de quien nos dice ser «estudiante a quien un movimiento popular puso a la cabeza de la comuna de Alcoy». Fue éste quien inició a Kropotkin «en las cosas de España». Cuando a principios de junio de 1877, Albarracín regresó a España con la intención de participar en las posibles insurrecciones a punto de estallar al sur de los Pirineos, Kropotkin, en pleno fervor como agitador revolucionario, quiso acompañarle, pero James Guillaume, que fuera dilecto ayudante de Bakunin y uno de los internacionalistas de mayor prestigio, le hizo desistir en los siguientes términos: «creo que no hablando español, sólo podrías prestar servicios como combatiente, pero no es probable que necesiten tanto un fusil más y, por eso, creo que no merece la pena. Así es que mi consejo es que no vayas».

En España, los sectores republicanos seguían conspirando para derrocar a la monarquía, y los internacionalistas libertarios confiaban en sumarse a cualquier levantamiento que se produjera. Especialmente tenían depositadas sus confianzas, en junio de 1877, en la posible sublevación de Ruiz Zorrilla. Poco tiempo después, el 10 de agosto, Albarracín escribía una carta a Kropotkin lamentando que entre los propios internacionalistas hubiesen hecho mella los métodos políticos en detrimento de los estrictamente revolucionarios.

La situación política en Francia fue, desde comienzos de 1878, especialmente dura para los anarquistas. Kropotkin, que andaba siempre camuflando su florida y pelirroja barba, pues era un evadido del presidio zarista en peligro de repatriación, vio estrechado el cerco cuando cayeron algunos de sus amigos personales, como fue el caso de Joaquín Costa, detenido en París en abril. Así es que Kropotkin decidió salir de París para refugiarse en Ginebra, y de ahí, a mediados de junio, iniciar su viaje a España.

Del viaje de Kropotkin por España poco es lo que se sabe. La imposibilidad de consultar sus archivos personales, donde es de suponer que podrían encontrarse cartas y documentos relacionados con el movimiento anarquista hispánico, no permite, por el momento, precisar ni conocer lo más elemental de su estancia de seis semanas en tierras hispánicas.

Su amigo Severino Albarracín había muerto en Barcelona, en febrero de ese mismo año, «asistido por el médico y correligionario García Viñas». Frecuentó mayormente a este último, a quien había conocido en diversas reuniones internacionales. En efecto, García Viñas, formando delegación con Tomás Soriano, había asistido al congreso de la Internacional Antiautoritaria celebrado en Berna, en octubre de 1876, y de entonces debió arrancar su amistad con Kropotkin. La ocasión de renovar esos lazos de amistad la brindaron nuevos comicios en los que ambos participaron, tales como la Asamblea de la Alianza, de fines de agosto, y el siguiente congreso de Viviers, celebrado del 6 al 8 de septiembre, y que habría de ser el último de los comicios de la Internacional libertaria. Así es que José García Viñas, a lo que parece, fue su principal contacto. Mientras estuvo en Barcelona comió en casa del doctor internacionalista y se alojó «en un pequeño hotel de la vecindad».

Posteriormente se fue a Madrid, donde se entrevistó con González Morago, al que había tenido ocasión de conocer durante el congreso de Viviers. García Viñas y Morago representaban las dos posturas encontradas que habían provocado la división de los aliancistas. Así, Termes escribe: «Cuando Kropotkin estuvo en España, en junio-julio de 1878, se había producido la ruptura entre los aliancistas de Barcelona y los de Madrid. Mientras en la capital de Cataluña existía un movimiento obrero, en Madrid predominaban algunas personas «con proyectos más o menos terroristas» (dirigidas por González Morago, probablemente) y los pocos militantes pensaban en los actos individuales». Es de suponer que Kropotkin desaprobara la actitud de Morago y de los compañeros madrileños; no obstante, al parecer, quiso desempeñar una labor conciliadora en la disputa, esforzándose por conseguir la unión de los diversos sectores, según afirman sus biógrafos Woodckok y Avakumovic.

Al margen de sus actividades políticas, sabemos que aprovechó su estancia en la capital para visitar el museo del Prado, «donde “gozó profundamente” contemplando los cuadros de Murillo, de cuyas vírgenes dice que “cada detalle…, sus manos, su pelo, los pliegues de sus vestiduras, se hallan en perfecta armonía con la idea fundamental del cuadro… El éxtasis del amor puro”». Tras lo cual comentan sus biógrafos: «El que apreciase tanto estas obras, con sus figuras femeninas un tanto sentimental izadas y adolescentes, es una interesante manifestación de esa actitud de casi reverencia de Kropotkin hacia las mujeres en sus obras y que resulta difícil creer que no adoptase también en la vida real».

Sabemos también que aprovechó la estancia en España para recoger datos sobre el movimiento insurreccional federalista de 1873. Lo cierto es que hay en la evolución del pensamiento kropotkiniano una constante preocupación por el carácter libertario de la revolución popular, lo cual le llevó al estudio de la Revolución francesa y de la Comuna de París, principalmente, pero es muy posible que las revueltas españolas marcasen también un momento de su reflexión.

Relación de Kropotkin con el anarquismo hispánico

A comienzos de agosto de 1878 Kropotkin regresó a Ginebra. Aunque el momento elegido para su estancia en España no coincidió con el auge de la Internacional, pudo ver, especialmente en Barcelona, la presencia incontrastable de un movimiento obrero antiautoritario consolidado, más allá de las constantes crisis internas y del acoso de represiones externas. A su regreso al Jura encontró que el movimiento estaba en franco declive. Escribió a Paul Robin, el pedagogo libertario: «Aquí las cosas han ido bastante mal. La mayoría de las secciones están desorganizadas, todos están cansados… […] Por lo que a mí respecta, me siento tras mi regreso de España completamente rehabilitado moral y también físicamente más fuerte». Este fortalecimiento de moral lo constata también Max Nettlau: «Volvió de España entusiasmado por lo que había visto en la organización obrera penetrada por el pensamiento libertario».

Su posterior relación con el movimiento anarquista hispánico fue a través de sus contactos personales y por vía epistolar. De esta última, poco podemos precisar, pero en algunos casos debió ser importante. Con García Viñas se hubo de interrumpir pronto, pues en 1880 se retiró del movimiento y volvió a su Málaga natal, desde donde todavía mantuvo alguna correspondencia con Kropotkin. De carácter fuerte, fue calificado por Anselmo Lorenzo de «autócrata»; Kropotkin, por su parte, lo tildó de «jacobino».

Con el resto de figuras sobresalientes del anarquismo hispánico tuvo también relación. Posiblemente fue con Anselmo Lorenzo con el que más, quien le tradujo su monumental La Gran Revolución. A su vez, Kropotkin prologó la obra de Lorenzo: El pueblo, editada por Sempere (Valencia, 1907). De hecho encontramos pocos kropotkinistas tan convencidos como A. Lorenzo, a quien llegó a llamarse el Kropotkin español.

Tuvo suerte el príncipe anarquista en los traductores de su obra al castellano, tal y como puede verse en la bibliografía del presente número. Indicar aquí un breve recuento: Gaspar Santiñón, según afirma V. Muñoz, fue el traductor anónimo de La conquista del pan. José Prat tradujo El estado, su rol histórico. Fermín Salvochea tradujo para La Revista Blanca su folleto El problema social y Memorias de un revolucionario, y, para acabar la nómina, Ricardo Mella traduce y prologa La ciencia moderna y el anarquismo. En opinión de Felipe Aláiz, el prólogo era tan sustancioso o más que el libro. Al mismo tiempo, cada una de estas obras alcanzó tiradas inusitadas en la época y asombrosas en nuestros días.

La propuesta kropotkiniana del comunismo libertario en sustitución de la noción colectivista bakuninista, que fue casi unánimemente aceptada a nivel internacional, fue en España, donde levantó más polémica, pues Llunas y Mella, entre otros, defendieron por un tiempo el colectivismo. De hecho, el debate, muy tratado en todos los estudios históricos posteriores, fue un tanto espurio. El mismo Kropotkin no lo tuvo muy en cuenta, y en una carta publicada por El Productor (10 mayo 1889), a este propósito escribió: «la discusión que se suscita entre comunistas y colectivistas españoles, fúndase las más de las veces en erróneas interpretaciones». Como es sabido el debate quedó más o menos saldado con la intervención diplomática y salomónica de F. Tarrida del Mármol, que acuñó el término «anarquismo sin adjetivos» contentando a todos, hasta al mismo Kropotkin.

Muerto Albarracín, distanciado García Viñas y reducida a la mera relación epistolar su amistad con Lorenzo, será precisamente Tarrida del Mármol quien mantuvo una relación más íntima con el anarquista ruso. En efecto, a partir de la década de los noventa y hasta la partida de Kropotkin de Londres rumbo a Rusia, en 1917, Tarrida, exiliado en la capital inglesa todos estos años, fue uno de sus amigos más allegados. Tarrida, el anarquista español sin adjetivos, ingeniero de profesión, compartía con Kropotkin también la preocupación científica.

El episodio más lamentable en la vida de Kropotkin fue, sin duda, su adhesión a la causa aliada durante la Gran Guerra. El famoso «manifiesto de los dieciséis» claudicando del antimilitarismo fue replicado por Malatesta, Rocker, E. Goldman, A. Berkman y la mayoría del movimiento anarquista internacional. Pero la actitud de Kropotkin y los firmantes del manifiesto había abierto un cisma. De entre los intelectuales anarquistas españoles, buena parte de ellos, Ricardo Mella, F. Urales, E. Quintanilla, S. Gustavo, J. Mir i Mir, siguieron al libertario ruso en el desafortunado desliz.

Al margen de sus contactos personales y de cuestiones editoriales, la preocupación de Kropotkin por «las cosas de España» no menguó con el tiempo. Desde las diversas publicaciones en las que intervenía se fue pronunciando sobre los hechos puntuales por los que atravesaba el movimiento (bomba del Liceo, proceso de Montjuic, el caso Ferrer Guardia, etc.) y alcanzó a tener noticias de la aparición y fuerza de la CNT. Poco antes de morir recibió en su casa de Dmitrov la visita de Ángel Pestaña, y el saludo que por su mediación hizo «a todos los anarquistas de España, de quienes conservo afectuosos recuerdos» constituye una cordial y emocionada despedida.

Publicado en Polémica, n.º 47-49, enero 1992.

viernes, 30 de enero de 2015

Charla sobre la Caridad en Toledo

 «La utilización de la caridad religiosa como válvula de escape a un estallido social es una opción abiertamente apoyada por los responsables de la planificación social y económica que estamos sufriendo. La destrucción de la verdadera idea de la solidaridad sustituida por un falso individualismo miope viene aparejada por la sustitución también de aquello que una vez se consideró “derecho” para caer en el campo de la caridad cristiana. De esta forma se sustrae el protagonismo de aquel que reclama algo que le pertenece para pasar a ser un sujeto pasivo sobre el que se ejerce la caridad con la condición implícita de su resignación y sumisión. Analizaremos esta idea con el ejemplo de Cáritas, Intermón-Oxfam y las Fundaciones de Bancos de Alimentos.»



jueves, 15 de enero de 2015

«Ahora hay más esclavos en el mundo que en cualquier otro momento de la historia»

 


Actualmente el mundo está sufriendo una recesión global, enorme desigualdad, hambre, deforestación, contaminación, cambio climático, amenaza de conflicto nuclear, terrorismo… Pero además de estos problemas del siglo XXI, todavía existen y prosperan atrocidades del pasado como la esclavitud.

Más de 60 años después de la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU que prohibió la esclavitud, en el mundo hay más esclavos que en cualquier momento de la historia de la humanidad: 27 millones de personas. Así lo revela el investigador Benjamin Skinner en su entrevista para el portal AlterNet.

Skinner, que se hizo pasar por un comprador de esclavos para profundizar y entender mejor el tema, considera que la esclavitud de hoy se centra en grandes ganancias y vidas baratas. No se trata de ser dueño de gente como antes, sino de utilizarla como herramienta fácil para hacer dinero. El precio de los esclavos, es decir, de las personas que están forzadas a trabajar en contra de su voluntad sin la posibilidad de escaparse, es miserable.

«En un burdel ilegal de Rumania me ofrecieron una chica joven con síndrome de Down a cambio de un automóvil de segunda mano. En una ciudad de Haití negociaron conmigo por una niña de 10 años por unos 100 dólares», comparte su experiencia el investigador. «Hasta en el año 1850 la vida se apreciaba más: 40.000 dólares actuales».

La mayoría de estos casos se dan en los países pobres de Asia y América Latina pero también en países desarrollados como EEUU. Alrededor de 14.000 a 17.000 personas se trafican anualmente al país norteamericano para trabajar dentro de sus fronteras sin ninguna remuneración bajo la amenaza de violencia.

domingo, 11 de enero de 2015

Crítica del Manifiesto Comunista


Amnauj T.

Durante la primera mitad del agitadísimo siglo XIX, con la burguesía aún luchando por la toma del poder político en toda Europa, y todavía al calor de las revoluciones Francesa y Americana, un nuevo rayo de esperanza llegaba para las clases populares del mundo occidental.

El proletariado industrial comenzaba a organizarse en sociedades de socorro mutuo, a la vez que numerosos intelectuales ideaban nuevos sistemas, tendentes a buscar formas más justas de división del trabajo y reparto de su producto, dando lugar a lo que se conoció como socialismos utópicos.

Los trabajadores industriales, pero también los campesinos y artesanos de más baja condición, empezaban a comprender la importancia de asociarse con diversos fines, tanto de apoyo mutuo y solidaridad, como de reivindicación, resistencia y confrontación con las clases poderosas, tomando así, poco a poco, conciencia de su propia realidad como grupo social productivo y por lo tanto, imprescindible en cualquier sociedad.

Surge así el movimiento obrero con sus diversas corrientes, que será uno de los motores de la historia contemporánea. Socialismo, comunismo, anarquismo, sindicalismo revolucionario, anarcosindicalismo, son términos que designan diversas cristalizaciones de esa conciencia liberadora de la clase trabajadora.

El Manifiesto Comunista es una especie de resumen de gran parte de las líneas principales que, a nivel teórico, han impulsado la marcha del movimiento obrero a lo largo de su historia. En él se esbozan algunas de las teorías que más han influido, no sólo en el comunismo, sino en el resto de corrientes obreras: El Materialismo Dialéctico, la Lucha de Clases...

No resulta difícil imaginar el sentimiento de un obrero de la época, al leer o escuchar (pues no todos leían), el Manifiesto, tomando conciencia de su situación, de su fuerza y de su importancia en el mundo que le rodeaba, y sintiéndose apelado por la consigna «Proletarios de todos los países, uníos».

A la luz de la historia, y a dos siglos de distancia, las teorías marxistas han sido criticadas desde diversas posiciones. La clase opuesta al proletariado no ha escatimado todo tipo de críticas, certeras algunas, malintencionadas y falsas la mayoría, contra las ideas del alemán. Y sin embargo, resulta curioso comprobar que las críticas más acertadas y corroboradas después por la experiencia, han surgido del propio movimiento obrero, y además se formularon en la misma época y ambiente en que se gestó el marxismo. Al calor de la Primera Internacional.

Es por ello que la presente crítica no resultará original, y de hecho se nutre de todas esas aportaciones del movimiento obrero al estudio de los aciertos y errores del marxismo


EL MATERIALISMO DIALÉCTICO

En la edición alemana de 1883, Engels dice: «La idea cardinal que inspira todo el Manifiesto, a saber: que el régimen económico de la producción y la estructuración social que de él se deriva necesariamente en cada época histórica constituye la base sobre la cual se asienta toda la historia política e intelectual de esa época, y que, por tanto, toda la historia de la sociedad (...) es una historia de luchas de clases, de luchas entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, a tono con las diferentes fases del proceso social, hasta llegar a la fase presente, en que la clase explotada y oprimida —el proletariado— no puede ya emanciparse de la clase que explota y oprime —de la burguesía— sin emancipar para siempre a la sociedad entera de la opresión, la explotación y las luchas de clases.»[1]

He aquí una formulación breve y escueta de la teoría marxista del materialismo dialéctico. Todo el primer capítulo del Manifiesto Comunista, constituye un repaso a la historia de la humanidad desde el momento en que queda «disuelto el primitivo régimen de comunidad del suelo»[2]. Así, desde la antigua Roma hasta la época capitalista, Marx va buscando en cada fase, conforme a la lógica dialéctica, las condiciones que, creadas por el propio sistema económico y político de cada fase, y en contradicción con él, darán paso a una nueva fase posterior de desarrollo. También encontramos un pequeño análisis de las características propias del actual sistema capitalista, buscando las condiciones que, siguiendo esa misma lógica dialéctica, provocarían el cambio de fase del capitalismo a otro sistema para el cual se predice el fin de la lucha de clases.

Tenemos pues, un sistema lógico —la dialéctica hegeliana— y un análisis de los hechos históricos a partir de los cuales Marx, aplicando la inducción, puede generalizar una serie de afirmaciones, (lucha de clases, preeminencia del aspecto económico sobre los aspectos políticos e ideológicos...). Y finalmente, todo este sistema conceptual permite una serie de predicciones para el futuro. De esta forma queda clara, a mi juicio, la vocación científica de Marx al erigir semejante sistema.

Podemos encontrar en el Manifiesto Comunista otra característica muy propia de la ciencia (al menos de la de su época), como es el determinismo. En efecto, más allá de las consideraciones éticas a que nos puede llevar el análisis de la historia[3], y que pueden hacer más o menos deseable el cambio de fase histórica, Marx afirma que ese cambio de fase (o sea, la revolución) es algo inevitable, porque las causas que lo provocan están ya latentes en el sistema actual y al mismo tiempo, en contradicción con él.

Este planteamiento cientifista propio del marxismo, y acorde con la idea que de la ciencia se tenía en la época en que vivió Marx, no ha sido ajeno a los cambios que, con el paso del tiempo, se han ido produciendo en la concepción que hoy día tenemos de lo que es la ciencia, y por otro lado, aunque Marx no puso fecha para las predicciones derivadas de su teoría, a día de hoy, se podría decir que ya algunas de estas predicciones (y no todas, como hipócritamente pretenden algunos defensores del capitalismo y como luego veremos) han sido falsadas, y pueden rastrearse las causas que han provocado el error.


EL CIENTIFISMO MARXISTA Y EL PASO DEL TIEMPO

Varios aspectos han cambiado en lo referente a nuestra concepción sobre lo que es la ciencia desde la época en que vivió Marx. Muchos de ellos afectan, lógicamente, al edificio de la teoría marxista. No nos vamos a parar a analizar en este breve trabajo, todos los factores que han influido en este sentido, pero al menos podremos detenernos, siquiera brevemente, sobre algunos de ellos. En concreto dos.

El primero de ellos es que el determinismo científico, si bien no ha desaparecido, resulta en nuestros días mucho más laxo (digámoslo así) que en la época en que vivió Marx. El desarrollo de las ciencias formales y físicas ha permitido comprender que, si bien no se puede desechar por las buenas la concepción determinista que siempre ha acompañado al conocimiento científico, es muy difícil, sin embargo, que podamos conocer exactamente cuál es la dirección (si la hay) en la que avanzan los fenómenos objeto de la ciencia.

En efecto, las teorías del caos surgidas en el campo de la física, nos enseñan que es tal la cantidad de variables a que está sujeto el objeto de un determinado modelo científico, que resulta imposible realizar una predicción certera sobre la evolución del sistema, pues la más mínima variable puede provocar consecuencias inesperadas en la evolución del propio sistema. Ante este fenómeno resulta ineludible un cambio en el punto de vista que nos permita, aunque sea por aproximación, hacernos una idea fiable de nuestro objeto.

Es evidente que la teoría marxista no puede eludir semejante dificultad a la hora de analizar las consecuencias de los hechos históricos. Así, por poner un ejemplo, dice Marx en el Manifiesto: «El verdadero objetivo de estas luchas no es conseguir un resultado inmediato, sino ir extendiendo y consolidando la unión obrera. Coadyuvan a ello los medios cada vez más fáciles de comunicación, creados por la gran industria y que sirven para poner en contacto a los obreros de las diversas regiones y localidades. (...) Las ciudades de la Edad Media, con sus caminos vecinales, necesitaron siglos enteros para unirse con las demás; el proletariado moderno, gracias a los ferrocarriles, ha creado su unión en unos cuantos años». Con el paso del tiempo, hemos podido comprobar cómo esa facilidad e inmediatez de que disfrutamos hoy día en las comunicaciones, si bien ha permitido asociarse a la clase trabajadora, ha permitido también una serie de consecuencias imprevistas.

El control férreo de los medios de comunicación por parte de la clase dominante, unido a la sobrecarga producida por un flujo de información tan elevado que es imposible para la mente humana el procesado de tantos datos, y unido a muchos otros factores, ha convertido los medios de comunicación, no en un elemento de liberación de la clase obrera, como pretendía Marx, sino más bien en un elemento de control que la clase dominante utiliza para subyugar a los trabajadores, que no tienen acceso, si no es de forma pasiva, a medios de información masiva como la televisión, en manos de magnates capitalistas que deciden qué información ha de llegar a los ciudadanos y qué información no ha de llegar. Se ha dado lugar así al fenómeno del pensamiento único, por el que una clase poseedora de la capacidad de transmitir mensajes masivamente extiende sus concepciones machaconamente entre toda la población que, finalmente los interioriza, aún en contra de sus propios intereses de clase.

Otro fenómeno derivado del desarrollo de la ciencia que afecta a la teoría marxista, es el postulado de la física cuántica a principios del siglo XX, según el cual la propia acción del investigador puede influir en el objeto de estudio, dando lugar a nuevos fenómenos inesperados.

Es singular de qué manera tan acusada se manifiesta este postulado en las ciencias sociales, y la teoría marxista es un ejemplo de ello. Las reflexiones del investigador pueden influir en el curso de la historia y evitar que se produzcan los fenómenos que se predicen. ¿Se puede hallar un ejemplo más paradigmático de este fenómeno que el marxismo? Las políticas económicas liberal y neoliberal posteriores a Marx, han modelado la historia a partir de una lectura en negativo del marxismo. En efecto, a veces uno tiene la sensación de que los modernos capitalistas se han dedicado al uso de la teoría marxista para evitar que se produjera la anunciada revolución, influyendo, de acuerdo con los intereses de la clase dominante, en aquellos aspectos que el marxismo señala como desencadenantes del hecho revolucionario.

Así surge, frente al marxismo, la teoría económica neoliberal, que no es otra cosa que un pastiche en el que se parchean los defectos que el marxismo señala en el sistema capitalista, con el único fin de perpetuar la dominación y el robo por parte de la clase capitalista. De esta manera, la acción investigadora del teórico comunista ha influido señaladamente en el desarrollo posterior de los hechos de una forma inesperada para el propio investigador.

Quisiera ahora poner un ejemplo de cómo los teóricos neoliberales procuran dar la vuelta a las teorías marxistas en provecho de la dominación capitalista, en muchos casos mintiendo u ocultando la realidad hipócritamente y haciendo uso de los medios de comunicación en su provecho para extender interesadamente argumentos falsos por doquier:

También en el primer apartado del Manifiesto dice Marx: «El obrero se depaupera, y el pauperismo se desarrolla en proporciones mucho mayores que la población y la riqueza. He ahí una prueba palmaria de la incapacidad de la burguesía para seguir gobernando la sociedad e imponiendo a ésta por norma las condiciones de su vida como clase». Se esboza aquí una de las más famosas predicciones que Marx realiza a la luz del estudio del proceso capitalista: la depauperación creciente de la clase obrera y la acentuación cada vez mayor de las diferencias entre ricos y pobres.

A esto responden los teóricos neoliberales que la historia demuestra lo contrario, pues hoy en día cualquier trabajador en los países capitalistas vive mucho mejor que hace un siglo, y los obreros han accedido a un nivel de vida digno. Ocultan que con el fenómeno de la globalización, el capitalismo domina ya a todo el planeta (como también predijo Marx, aunque él lo llamó mundialización). Y a escala global, hoy se puede decir que, de unos seis mil millones de habitantes, al menos cinco mil viven en condiciones de pobreza, muchos de ellos en condiciones de la miseria más absoluta, sin siquiera agua para beber. Pues ¿qué?, esos cinco mil millones ¿no forman parte de la clase trabajadora, de la clase explotada? ¿No trabajan en las minas, en las perforaciones de petróleo y gas, no cultivan la tierra?... Y los que no trabajan, ¿no forman parte acaso de un ejército de reserva de mano de obra, que será utilizado por el capitalismo tan pronto como sea necesario? Y eso sin entrar a valorar la pobreza en nuestras ciudades occidentales, que alcanza ya en España, según datos de Cáritas, al 20% de la población.

Por otra parte, es evidente que el desarrollo capitalista actual está basado en la explotación de mano de obra barata y en el robo de materias primas a los países subdesarrollados, provocando guerras e invasiones, si es necesario. Se pueden citar tristes ejemplos muy actuales y de todos conocidos. Las cifras son claras y no engañan: a despecho de que una pequeña parte de la clase trabajadora —la que vive en Occidente— viva algo mejor que en épocas anteriores, lo cierto es que, en nuestro planeta dominado por el capitalismo, la depauperación de la clase trabajadora es hoy un hecho escandaloso, silenciado y negado hipócritamente, por no utilizar términos más fuertes, por los teóricos neoliberales.


EL PROGRAMA COMUNISTA

En el segundo apartado del Manifiesto, se explican las aspiraciones de la Liga Comunista: «destacan y reivindican (...) los intereses comunes y peculiares de todo el proletariado...». Abolición del «régimen vigente de propiedad», convirtiendo «el capital en propiedad colectiva», abolición de la familia al estilo burgués, liberación de la mujer, abolición de la patria, puesto que los trabajadores son trabajadores allí donde se encuentren, y sus intereses son los mismos, independientemente de su lugar de nacimiento.

Para llevar a cabo este programa el marxismo propone la toma del poder por parte del proletariado, llevada a cabo por «la parte más decidida, el acicate siempre en tensión de todos los partidos obreros del mundo...», es decir, lo que en términos marxistas se denomina vanguardia obrera.

Además, se postula la tesis de que el cambio en el sistema económico provocará el cambio a los niveles sociales e ideológicos: «no hace falta ser un lince para ver que, al cambiar las condiciones de vida, las relaciones sociales, la existencia social del hombre, cambian también sus ideas, sus opiniones y sus conceptos, su conciencia, en una palabra».

A mi juicio, la preponderancia absoluta que el marxismo pone en el aspecto económico a la hora de provocar cambios en los demás aspectos de la sociedad, es un error. Creo que Marx subestima la capacidad de la parte ideológica para provocar cambios económicos a su vez, produciéndose más bien un fenómeno de realimentación entre los distintos aspectos de la realidad. Ésta consideración del aspecto económico como el más importante hace que Marx descuide el llevar a cabo una reflexión seria acerca de la naturaleza de otro elemento que resulta importantísimo en el tema que nos ocupa: El poder. Semejante olvido resulta, a mi juicio, poco menos que imperdonable, y es la causa del fracaso de las aplicaciones del marxismo en el mundo real.

En efecto, como acabamos de ver, para llevar a cabo el programa comunista, Marx propone la toma del poder por parte de una vanguardia, que representa los intereses del proletariado. No se da cuenta de que el poder tal y como pretende tomarlo y ejercerlo, es decir, concentrado en manos de unos pocos, no es más que otro producto de las sociedades clasistas. Al ejercer el poder un reducido número de personas —las integrantes de esa vanguardia— lo que ocurre es que se vuelve a dividir nuevamente la sociedad en clases, a saber: la clase de los que tienen el poder y la de los que no lo tienen.

Esta afirmación no es gratuita, ya que ha sido corroborada y lo está siendo aún, en los denominados «países socialistas». Esta división se va completando después poco a poco, en el resto de los aspectos de la vida social y económica. De esta manera, se da el caso de que, al cometer un error ideológico y mantener un aspecto social de la vida tal y como estaba antes, éste provoca que los demás aspectos, incluido el económico, se corrijan y vuelvan a su estado anterior, o a algo parecido. Nuevamente opresión, falta de libertad, ricos y pobres... Capitalismo de Estado, totalitarismo.

La falta de una reflexión seria acerca del poder provoca en el marxismo una confusión fundamental: se toma el poder como un medio para la transformación social, cuando en realidad la abolición del poder o si se quiere, su transformación, ha de ser una de las aspiraciones de la clase trabajadora, como en el caso de la propiedad, la familia o la patria, ya que es uno de sus principales intereses. Se confunden los medios con los fines.

El error es de bulto y sus consecuencias están a la vista de todo el mundo.


EL PODER COMO OBJETO DE REFLEXIÓN

El tema del poder, en efecto, resulta ser uno de los aspectos que con menos seriedad son tratados por la doctrina marxista.

Es cierto que se han llevado a cabo brillantes reflexiones acerca del proceso de toma del poder por la vanguardia obrera. Los grandes autores del marxismo político han abordado en numerosas ocasiones, y de forma harto exhaustiva este tema. De hecho, se puede afirmar, bajo mi punto de vista, que la doctrina marxista identifica el concepto de Revolución, con el de «Toma del poder por las clases trabajadoras».

Sin embargo, no es tan fácil encontrar, en toda la literatura marxista, una reflexión mínima acerca, no de la toma, sino de la naturaleza del poder. ¿Qué es el poder?, ¿Qué efectos provoca en el ser humano, la concentración de poder, tanto a nivel individual como a nivel social? ¿Qué diferencia hay entre el poder político, económico, religioso? ¿Se cumplen, con relación al poder, las leyes del marxismo acerca de las relaciones entre infraestructura, estructura y superestructura? ¿Es realista hablar de libertad y, a la vez, defender la concentración de poder en manos de un@s poc@s, por más que ést@s poc@s sean representantes del proletariado? El concepto de libertad ¿no implica, más bien, una disolución del poder?


CONCLUSIÓN

El resto del Manifiesto, constituye un repaso en el que se critican ciertas corrientes socialistas y se propone el debate ideológico como modelo de análisis, entendimiento y clasificación, así como una exposición de las líneas de actuación de los partidos comunistas en el solar en que se ubican y en cada nación[4]. No es objeto de este trabajo hacer una crítica de las críticas que a su vez hace Marx, con su habitual saña contra las opiniones diversas a la suya, a otras corrientes socialistas de su época.

En cuanto a la actuación de los partidos comunistas en cada país, es de señalar la esperanza que Marx depositó sobre la clase obrera alemana, por su grado de desarrollo. Es curioso que la primera revolución comunista triunfante —y la más importante, como lo fue la rusa— se produjo en un país eminentemente agrícola y fue llevada a cabo sobre todo por campesinos, creando un nuevo mapa geopolítico en Europa que, al final, truncó las expectativas de revolución que, en Alemania había puesto Marx.

El Manifiesto Comunista refleja, pues, toda una concepción ideológica, política, económica y científica. Quizá la más importante del siglo XX. Refleja también las aspiraciones de toda una clase social: la trabajadora, sin cuya consideración es imposible comprender la historia de los siglos XIX, y XX.


NOTAS:
 [1] Prólogo de Engels a la edición alemana de 1883.
 [2] Ídem.
 [3] Consideraciones éticas que Marx no elude y que se pueden encontrar a lo largo de su obra salpicando El Capital, así como en el propio lenguaje marxiano, cuando habla de explotación, de apropiación, etc.
 [4] El Manifiesto Comunista, introducción de Rogelio Blanco. Ed. Endymión, 1987, Madrid.