lunes, 13 de diciembre de 2010

Regreso de la conferencia

Por Pierre-Joseph Proudhon

Gustave Courbet, el artista de las violentas paradojas, acaba de realizar una obra cuyo escándalo habría borrado todos aquellos de los que se ha hecho culpable desde hace quince años, si el gobierno no se hubiese preocupado de poner orden en el asunto excluyendo pura y simplemente de la exposición (1863) esta pintura temeraria. Por disposición superior, el Regreso de la conferencia no ha figurado en el Palacio de la Industria ni entre los admitidos, ni entre los excluidos. Con este motivo, los adversarios del autor no han perdido la ocasión de manifestar que esta pequeña persecución era precisamente lo que él buscaba. «Courbet, dicen, utiliza su último truco. Después de haber irritado al público con sus rebuscadas fealdades, ha recurrido ahora a la inconveniencia de los temas. A fuerza de cinismo, no podía dejar de encontrar atractivo un golpe de Estado: único medio que le quedaba para que se siguiese hablando de él. Ahora, que los extranjeros entre los que va a difundir su obra maestra le testimonian en florines, guineas y dólares su indiscreta curiosidad, es todo lo que pide. Que sepan únicamente que este pretendido maestro pintor, fundador equivoco de una escuela sin discípulos que jamás ha sabido formular su principio, ese injuriador del arte, está juzgado; ya no tiene nada que enseñar a los papanatas; ya no le quedan más sorpresas ni más charlatanismo…». Y el público —que no entiende nada de estas querellas de artistas—, mediocre aficionado a la pintura, pero muy engolosinado con el escándalo, abre los ojos de par en par.

Imagínense, en un ancho camino, al pie de un roble bendito, frente a una santa imagen, bajo la mirada sardónica del moderno campesino, una escena de borrachos todos ellos pertenecientes a la clase más respetable de la sociedad, al sacerdocio: el sacrilegio uniéndose a la embriaguez, la blasfemia cayendo en el sacrilegio; los siete pecados capitales, la hipocresía a la cabeza, desfilando con hábito eclesiástico; un vaho libidinoso circulando a través de los grupos; finalmente, mediante un último y vigoroso contraste, toda esta pequeña orgía de la vida clerical se desarrolla en medio de un paisaje a la vez encantador y grandioso, como si el hombre, en su más elevada dignidad, sólo existiese para manchar con su indeleble corrupción a la inocente naturaleza: he aquí, en pocas líneas, lo que se ha atrevido a representar Courbet. ¡Y si solamente se hubiese contentado, para desahogar su inspiración, con algunos pies cuadrados de lienzo! Pero no; ha construido un inmenso artilugio, una vasta composición, como si se hubiese tratado de Cristo en el Calvario, de Alejandro Magno entrando en Babilonia, o del Juramento del Juego de la Pelota.

De esta forma, cuando este chiste pictórico apareció ante el jurado, se produjo un clamor justiciero; la autoridad decidió su exclusión. Pero Courbet recrimina: más que nunca, acusa a sus colegas, en masa, de desconocer el pensamiento íntimo y la elevada misión del arte, de depravarlo, de prostituirlo con su idealismo; y es preciso confesar que la decadencia señalada hoy por todos los aficionados y críticos da al proscrito al menos una apariencia de razón. ¿Quién está equivocado, el pretendido realista Courbet, o sus detractores, campeones del ideal? ¿Quién juzgará este proceso, en el que el propio arte, con todo lo que constituye y con todo lo que de él depende, está puesto sobre el tapete?

Sobre el principio del arte y su destino social (1865).

domingo, 5 de diciembre de 2010

Comunicado contra la militarización de los aeropuertos

Los delegados y delegadas al X Congreso de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) que se está celebrando en Córdoba del 4 al 8 de diciembre, queremos mostrar nuestra preocupación ante el decreto proclamado por el gobierno por el que se establece la figura jurídica constitucional del Estado de Alarma. Ésto significa suprimir determinados derechos civiles en favor de los militares y poner al servicio de éstos a los trabajadores civiles bajo bayonetas y pena de cárcel. Las formas autoritarias con que se pretende encarar un conflicto sindical, con independencia de corporativismos que se den en esta ocasión, a través de leyes franquistas que utilizan el ejército como instrumento frente a los conflictos laborales, muestran a las claras el rostro oculto de ésta Constitución burguesa y fascista.

El camino abierto para hacer frente a un problema laboral recurriendo al Ejército, pone de manifiesto la verdadera cara de un gobierno que, como todos, no duda en quitarse la máscara democrática cuando no es capaz de controlar una situación, mostrando su incapacidad e ineptitud, al tiempo que deja meridianamente claro de qué lado está el Estado y sus leyes: Del lado de la Patronal.

Para ello mostramos nuestra más rebelde repulsa contra la militarización de los servicios públicos pues supone aceptar que los conflictos laborales queden sofocados por medio del ejército y esto sólo tiene el nombre de DICTADURA.

CNT-AIT

http://www.cnt.es/noticias/comunicado-contra-la-militarizacion-de-los-aeropuertos

viernes, 3 de diciembre de 2010

Catalanistas contra libertarios

[Estando releyendo, últimamente, el libro de José Peirats titulado Los Anarquistas en la crisis política española, hay unos párrafos que nos hablan sobre las malas relaciones que el anarquismo en Cataluña siempre ha mantenido con los nacionalistas. Por ejemplo, en el capítulo quinto nos relata el intento fracasado de atraerse Companys y la ERC a los «treintistas» por el año 1931, y la actitud hostil del gobierno autonómico catalán y los separatistas hacia la CNT:]

La Esquerra (ERC) no consiguió, pues, su propósito de hacer de la disidencia su guarda de alabarderos. Fracasó también en el intento de creación de una organización obrera netamente catalana: la Federación Obrera Catalana (FOC), que trató de oponer a los «murcianos».

Como la zorra de las uvas verdes los políticos catalanes de la época motejaban de «murcianos» (procedentes de Murcia) a los componentes de las masas confederales que no podían alcanzar. Ha habido en los políticos españoles la costumbre de denostar a los titulares de doctrinas revolucionarias con el apodo de «extranjeros». El anarquismo, por ejemplo, no sería más que un producto de importación. Los nuevos políticos catalanes explotaban la xenofobia más vulgar propagando que la CNT estaba compuesta exclusivamente de muertos de hambre procedentes de las zonas paupérrimas del sur de España. En cabeza de estos inmigrantes estaban los oriundos de Murcia.

Estos procedimientos tortuosos no avanzaron mucho los propósitos de los mandones de turno, pero agravaron la guerra entre la CNT y la fuerza pública ya catalanizada por la puesta en vigor del Estatuto autónomo. Las acusaciones de Federica Montseny que siguen pueden ser interpretadas como señera de las reacciones pasionales que tal situación provocaba:
«… Por último —escribía— los compromisos contraídos con Maciá por los dirigentes del sindicalismo, con vistas a la aprobación del futuro Estatuto catalán, acaban de perfilar nuestro panorama; una vez Cataluña con el Estatuto, iniciada una política social tolerante con los "buenos chicos" de la CNT, pero que "apretará los tornillos" ¿frase de Companys? a los de la FAI, a los famosos "extremistas", siendo calificados de extremistas todos los que no están dispuestos a que la Confederación sea en Cataluña lo que es la UGT en Madrid, y en relación, respectivamente, de los gobiernos de la Generalidad y de la República…»
Más tarde, por vía de los contactos personales violentos, entraron en liza grupos de jóvenes nacionalistas de Estat Catalá (ala extremista separatista de la Esquerra) que tenían sus cuarteles en los centros o «casals» del partido. Estos grupos («escamots») se insinuaron como fascistas por sus procedimientos: secuestros, apaleamientos, asesinatos, contando con la impunidad más absoluta. Durante los primeros días de la guerra, acompañados de su fobia y resentimientos antianarquistas, estos grupos ingresaron en bloque en el Partido Socialista Unificado de Cataluña (comunista).

Este clima de terrorismo oficial se acentúa con el traspaso a la Generalidad de los servicios de orden público. Hubo entonces hasta una parodia del virreinato de Martínez Anido-Arlegui, que interpretaron el consejero de Gobernación de la Generalidad y el jefe de los servicios de orden público, José Dencás y Miguel Badía respectivamente. Con el tiempo el primero resultó un provocador, pues después de los hechos de octubre de 1934 Mussolini le franqueó la puerta de su feudo. Badía murió a tiros de pistola en vísperas del 19 de julio del 36, al parecer, a manos de vengadores anarquistas.

[Y en el capítulo 16 nos cuenta cómo los nacionalistas catalanes se aliaron con los estalinistas del PSUC para acabar con la Revolución, durante los «Sucesos de Mayo del 37»:]

En Tarragona los sucesos de mayo habían tenido el mismo desarrollo que en Barcelona, La fuerza pública había ocupado la Telefónica y seguidamente atacó con un vivo tiroteo los locales de la CNT y las Juventudes Libertarias. Los atacados se defendieron valientemente, pero las fuerzas de policía tenían allí poderosos aliados militares, tales como un batallón de defensa de costas y la guarnición de la vecina base aérea. Los libertarios fueron invitados a entregar las armas bajo garantía de que no se ejercerían represalias contra ellos. Pero una vez desarmados fueron declarados presos. Muchos de estos detenidos fueron asesinados y sus cadáveres arrojados a las afueras de la población.

Sucesos parecidos tuvieron lugar en las comarcas del norte de Cataluña. Estas comarcas eran de tradición reaccionaria debido a la influencia histórica del carlismo. Las fábricas de tejidos atrajeron mano de obra de la capital y con ella los gérmenes del sindicalismo revolucionario. Pero el clericalismo conservaba su centenaria influencia entre los campesinos, pequeños propietarios y clase media. Estos elementos retardatarios fueron reclutados por los políticos contrarrevolucionarios en la gran cruzada contra la supremacía anarquista.

En la combinación contrarrevolucionaria figuraban los extremistas de Estat Catalá, elementos que siempre batallaron por separar políticamente a Cataluña de España. La CNT había sido siempre, por sus principios internacionalistas, un serio obstáculo, tanto para los furiosos demagogos del separatismo como para los simples autonomistas no menos autoritarios. El odio de estos elementos contra la CNT creció mucho más viéndola dueña de la calle a partir del 19 de julio. No pocos catalanistas habían sido sugestionados por el estalinismo; recuérdese que entre los partidos que pasaron a formar el PSUC figuraba el Partido Proletario Catalán. En diciembre de 1936, los extremistas del separatismo catalán habían organizado un complot encaminado a conseguir la separación de Cataluña con ayuda de potencias, democráticas o fascistas. Como consecuencia de este descubrimiento fue fusilado el entonces comisario de Orden Público, un catalanista llamado Reverter. Otros acusados huyeron al extranjero. Entre ellos, el presidente del Parlamento Catalán, Juan Casanovas.

Puede que éstas fueran las razones de la rabiosa intervención de los elementos de Estat Catalá en los sucesos de mayo, al lado de los estalinistas y contra la odiada CNT-FAI.

Sólo en Barcelona, los sangrientos acontecimientos habían producido 500 muertos y mil heridos, según datos oficiales. Más que el 19 de julio.

[No puede haber ningún tipo de entendimiento entre nacionalistas y anarquistas. Son ideologías incompatibles. Se repelen mútuamente.]

jueves, 2 de diciembre de 2010

Futurismo y anarquismo

[No estoy muy versado en vanguardias artísticas, y menos del pasado, y soy de los que han creído que el llamado Futurismo estaba relacionado con el fascismo (el Partido Futurista formó parte del Partido Nacional Fascista). Pero ahora reconozco que no es así, veo que en Rusia existió unos llamados anarcofuturistas, como se pone en esta entrada del Blog Radiación Transparente. Y, también, en la misma Italia, como nos cuentan en Los de Abajo a la Izquierda, lo cual expongó completamente entero, pues... a veces nos da a reflejar lo ignorantes que podemos a llegar a ser.]

El Futurismo nació antes de la Primera Guerra Mundial en 1909, cuando aún estaba muy lejos el advenimiento del fascismo en Italia: en este período dentro del movimiento anarquista, es decir durante los primeros años del siglo XX, había tantos seguidores de Max Stirner como de Friedrich Nietzsche, los cuales —coherentes con los dictados de sus mentores ideológicos— fueron atraídos por el Futurismo. Por consiguiente, el Futurismo es un movimiento artístico en el que influyeron los dos teóricos individualistas. Por supuesto, su lucha contra el tradicionalismo (que idealiza un pasado mejor), su potencial subversivo, el gusto por la violencia, la indignación por lo «burgués» y lo «institucionalizado», estaban más cerca de los dictados ideológicos de Nietzsche y Stirner, que luego formarían la «parcela» del Movimiento Futurista denominado en lo sucesivo como «anarco-futurismo». La adhesión de una parte de los anarquistas al Futurismo fue con el objeto de oponerse al marinettismo, aunque Filippo Tommaso Marinetti intentó atraerse a los anarquistas solidarizándose con Giovanni Gobernato «Cromatico», que estaba encarcelado, con un escrito solidario que apestaba a nacionalismo (Marinetti también se solidarizó con Errico Malatesta en 1920). El movimiento anarquista vio claramente, durante el juicio de Giovanni Gobernato «Cromatico», a quienes se subordinaron Marinetti y otras importantes figuras del Futurismo (los reconocidos posteriormente por el régimen fascista. Renzo Novatore y «Cromatico», por supuesto, no lo fueron).

Volviendo a la época de la fundación del Manifiesto Futurista y, a continuación, diversos miembros destacados del movimiento como Lucini, Carlo Carrà, Buzzi, Ceccardi buscaban contactos con el mundo que había alrededor del anarquismo, lo que les unía no eran los métodos de expresión, que podían ser de los mas dispares, pero sí algunas ideas «filosóficas» de fondo. El llamado anarco-individualismo sale en la misma época que Vir, una revista anarquista publicada en Florencia en los años 1907 y 1908 y con esta ideología tienen contactos varios intelectuales entre los que se encontraban Giovanni Papini. Al pintor Umberto Boccioni, sensible al pensamiento anarquista, se le puede considerar como continuador del simbolismo de Edvard Munch y el divisionismo de Giuseppe Pellizza por Volpedo. Desde otro punto de vista, Le roi Bombance [El rey Francachela] la obra simbolista de Marinetti, está ambientada en los ambientes socialistas y anarquistas. Roi Bombance es esencialmente un drama satírico escrito por Marinetti en 1905, representado en 1909, que sería un fracaso y con críticas muy duras. Carlo Carrà tendrá con Leda Rafanelli una relación breve pero intensa en la que se basará el libro de Alberto Ciampi de 1989: Leda Rafanelli, Carlo Carrà: un romanzo, arte e politica in un incontro [Leda Rafanelli, Carlo Carra: Romance, arte y política en un encuentro] (el arquitecto Alberto Ciampi es uno de los mayores conocedores sobre la conexión del Futurismo con el anarquismo, igual que el francés Michel Antony). Pero cuando Carlo Carrà era compañero de Leda Rafanelli no sería lo suficientemente coherente con la militancia antifascista de la época, aunque durante el tiempo que estuvo cercano a la ideología anarquista contribuyó con sus diseños en varios periódicos de influencia anarquista como Sciarpa Nera [Bufanda Negra], La Rivolta [La Insurreción], La Barricata [La Barricada], entre algunos ejemplos, y también colabora con otras publicaciones anarquistas. Durante el tiempo que existe Vir habrá en sus páginas encuentros e intercambios de puntos de vista entre anarquistas y futuristas, entre ellos Monanni, Sem Benelli, Giovanni Papini. Desde sus posiciones, ¿cómo podían los anarquistas unirse al Movimiento Futurista?, para ello en 1912 se publicó claramente en La Barricata el manifiesto de Renzo Provinciali titulado Anarchia e Futurismo [Anarquía y Futurismo], La Barricata la editaban en Parma Leda Rafanelli y Carlo Carrà. En el manifiesto Anarchia e Futurismo Renzo Provinciali, y cómo era de prever, atacaba duramente a Marinetti:
«De hecho, los nacionalistas y los monárquicos comprendieron al principio que el Futurismo contrastaba estridentemente con sus ideas y por eso, aún hoy, siempre seremos adversarios. A pesar de las calurosas y fascinantes demostraciones marinettianas, que tienden a seducir y atraer admiradores, todos adocenados por su Futurismo, todos estos señores que se han quedado helados, indiferentes a los berridos de Marinetti, desde su comodidad, sin preocuparse por una miserable súplica o favor o el un muy deseado aplauso. En efecto, ¿cómo un monárquico, un burgués cualquiera, frío y cínico a lo que es la libertad, el socialismo, la anarquía, la rebelión, podrá excitar a las multitudes trabajadoras polifónicas por la revuelta? Y lo que es la escuela, ¿qué mejor forma para relacionarla con el Futurismo que con un programa de violencia y de acción, de rebeldía y de orgullo?»
La revista en la que se desarrolla y se aclara la relación entre el Futurismo y los anarquistas es La Barricata. Se informó a través del manifiesto Anarchia e Futurismo el esfuerzo de la militancia por unir al movimiento artístico con el político. En este caso tuvo gran interés un grupo significativo de universitarios futuristas de izquierda de Parma, donde se publicaba La Barricata y algo parecido en Milán hacen con Demolizione [Demolición] por el año 1910. De Ottavio Dinale que lo encontraremos escribiendo para el Popolo d’Italia [Pueblo de Italia] de Benito Mussolini en unos tiempos en que el fascismo no ha mostrado su verdadero rostro represor de la clase obrera, es decir, en la época del Manifiesto del Fascio Revolucionario de Acción Intervencionista, se unió a gente de izquierdas que tiempo después pasaran a la lucha antifascista. Otras revistas de la época, alrededor de los años diez, que nos pueden ilustrar y servir como medio de análisis y comparación entre los futuristas y los anarquistas es 'Rovente [Caliente] de Illari y Soggetti, publicado sucesivamente en Pavía (1919-1920); La Testa di Ferro [La Cabeza de Hierro] de Mario Carli, en el que escriben Renzo Novatore y Auro d'Arcola (o Tintino Rasi); en Pistoya La Tempra [Entereza] que publicó entre los años 1914 y 1916, mediante la introducción de la Dichiarazione [Declaración] estaría disponible también para los anarco-futuristas. El pintor Attilio Vella se une al movimiento futurista y al anarquista; y el ácrata Cesare Cavanna es también un conocido tipógrafo futurista. Un elemento distintivo tanto del movimiento anarquista como del futurista es que lo subversivo, en el futurismo, se convertirá en «La Subversión Lingüística», es decir, la palabra se convierte en «acción directa» o «violencia», como en la obra de Filippo Tommaso Marinetti Bellezza [Belleza]. Tal elemento «subversivo» es utilizado en Parma por el grupo encabezado por Renzo Provinciali, estudiantes de izquierda vinculados al Círculo Libertario de Estudios Sociales en 1911. Para algunos autores este elemento está bien definido como en Il canto dei reclusi [La canción de los reclusos] de Buzzi, Sette scaricatori di carbone [7 descargadores de carbón] de Cavacchioli, Monumento alla fiamma [Monumento a la llama] de Cangiullo. También en periódicos libertarios como La Folla [La Multitud], Il Proletario Anarchico [El Obrero Anarquista], Iconoclasta! [¡Iconoclasta!], Fede [Fe], Vita [Vida], Il Proletario [El Proletario], Vertice [Cima], el lenguaje utilizado propone la palabra como un «elemento subversivo» con su característica acción directa, incluso en los textos de carácter social. Las relaciones entre el Futurismo y los anarquistas fueron estrechas y ocultadas durante muchos años, ya que el fascismo fagocitó a sus figuras más significativas o percibidas como tales; cuya consecuencia lógica fue incluir a todo el Movimiento Futurista dentro del fascismo sin profundizar en su trayectoria histórica…

De gran interés son los experimentos tipográficos para la preparación de las obras teatrales del dramaturgo Virgilio Gozzoli en Pistoya, que se publicaban en artículos dedicados al único número de esta obra desde 1911 hasta 1915. Otras obras como Parole in libertà [Palabras en libertad], así como la publicación editada por Virgilio Gozzoli que repite en L'Italia Futurista [La Italia Futurista] y en La Folgore Futurista [El Rayo Futurista]. Los primeros anarquistas de la posguerra están cada vez más alejados de Marinetti, de hecho Renzo Provinciali ya había hecho un análisis de Marinetti y el marinettismo en el Manifiesto, en el que da a entender cómo este movimiento tarde o temprano terminaría esclavizado al Capital y, peor aún, a la reacción o al fascismo, aunque en la época del Manifiesto el fascismo no había surgido todavía. El «Programa Político» de Marinetti, publicado en 1923, tuvo la oposición de la izquierda libertaria, principalmente por Pietro Illari y Vinicio Paladini. El grupo de La Spezia que siempre gravitó en torno al Libertario de Pasquale Binazzi, Renzo Novatore, Tintino Persio Rasi (Auro d'Arcola), Giovanni Governato y Renzo Provinciali de Parma, seguirán un proceso «futurista» relativamente con paralelismos respecto al movimiento de Marinetti, pero sin ningun trato con él, y mucho menos con el fascismo, como hizo la mayor parte de los personajes citados, la no cooperación derivará en la militancia antifascista. Cuando el Futurismo italiano apoya a Mussolini y lo ayuda en su llegada al Poder, los anarquistas abandonarán el Movimiento definitivamente.

Fuente: Wikipedia en italiano (Traducción libre de El Aullido).

miércoles, 1 de diciembre de 2010

La ciudad como ámbito de la creación artística

Por Ángel J. Cappelletti

El nacimiento de la ciudad está vinculado a una inicial concentración del poder político y religioso. Las primeras ciudades surgen en el tercer milenio antes de Cristo, en Mesopotamia, en torno al templo y a la ciudadela donde imperan los reyes sacerdotes. La ciudad implica, pues, el Estado. Pero implica también la escritura y la aparición de las culturas del libro (en lugar de las previas culturas ágrafas), lo cual quiere decir posibilidad de acumular y transmitir conocimientos, aparición de nuevos horizontes comunicacionales y de nuevas perspectivas para el pensamiento y el arte.

Es preciso inferir, en consecuencia, que la ciudad nace bajo un doble y contradictorio signo. Si nos atuviéramos sólo al primero, es decir, a la idea de la ciudad como núcleo de concentración del poder, se podría imaginar que el mayor florecimiento de la cultura urbana corresponde al Estado absolutista o totalitario. La historia, a quien le corresponde aquí la última palabra, nos dice, sin embargo, lo contrario. La ciudad alcanzó, dentro de la cultura occidental, dos momentos culminantes: la Atenas de Pericles y las ciudades libres del Medievo. Y ambos momentos corresponden precisamente a ciudades en las cuales el poder, lejos de estar centralizado, se ha dispersado al máximo.

En la Atenas (y otras ciudades griegas) del siglo V a. C. hay una democracia no representativa sino directa, donde todo lo decid el pueblo en la Ekklesia (es decir, en la Asamblea) y donde los funcionarios no son consignatarios del poder político sino simples mandaderos de la voluntad popular expresada en el Ágora. En la ciudad libre del Medievo no existe propiamente ningún Estado. La ciudad está constituida por una confederación de gremios y guildas, los cuales son, por su parte, federaciones de maestros y aprendices o de compañeros de vida y de fortuna.

La Atenas del siglo V genera y presencia la erección de los más esplendidos monumentos públicos, vive el arte crisoelefantino de Fidias, la poesía trágica de Sófocles, la filosofía natural de Anaxágoras, la múltiple y chispeante dialéctica de los sofistas (Cfr. R. Rocker, Nacionalismo y cultura, Madrid, 1977, pág. 444 ss.) Las libres comunas medievales engendran las catedrales como síntesis de todas las artes, la poesía de los trovadores, el teatro cristiano, la cosmoteogonía de los maestros de Chartres, la lógica belicosa de Abelardo.

Puede decirse, entonces, con bastante fundamento, que la ciudad como centro de arte y de cultura florece en razón directa de la desconcentración del poder y de la activa participación del pueblo (es decir, de los ciudadanos) en la administración de la cosa pública.

Ello sugiere que la máxima creatividad artística y espiritual tiene como condición precisa, si no como causa única, la máxima libertad en el creador y, al mismo tiempo, la más intensa comunicación de éste con el pueblo. Allí donde la creación se ve coartada por el dogma o por el prejuicio, allí donde el poder político establece límites y señala metas, allí donde el Estado regula los rumbos de la creación y del pensamiento, el arte y la cultura decaen, se trivializan, se anquilosan. Ejemplos muy significativos de esto nos muestra la historia de nuestro siglo XX en la Alemania nazi y en la Rusia estalinista. En el primer caso, el mal gusto de un pintor fracasado unido a la megalomanía de un líder prepotente dio como resultado una mediocre réplica de la mitología aria. En el segundo, la degeneración autoritaria de los ideales del socialismo, consumada gracias al ansia de dominio de un ex seminarista que pretendía dictar normas a biólogos y filósofos no menos que a músicos, poetas, arquitectos y pintores, produjo el arte burdo y acartonado que se denominó «realismo socialista». En Alemania poco queda ya de las veleidades artísticas de Hitler. Rusia, en cambio, conservará durante mucho tiempo todavía en sus ciudades el recuerdo de la lamentable estética de Stalin.

No se debe creer, sin embargo, que el ámbito ideal del arte está dado en la gran urbe capitalista, donde parecen aseguradas las libertades formales, pero el pueblo no tiene sino un papel pasivo de consumidor o de elector ocasional dentro de una democracia indirecta y parlamentaria. Aquí la libertad creativa está condicionada por el mercado y la obra de arte se convierte en objeto de transacción comercial antes que en fuente de goce para el pueblo. La burguesía tiende a acaparar y sustraer del uso general lo mejor de la creación artística. Los poetas no son recitados en el ágora o en el atrio de las catedrales sino secretamente degustados en la alcoba del sibarita intelectual. Los pintores no pintan para las casas consistoriales o para los templos de los dioses donde su talento es disfrutado por el pueblo sino para la sala del banquero o para el boudoir de la querida del ministro. Inclusive en los museos o en las bibliotecas públicas las obras de arte no son accesibles para todos, porque una barrera formal, levantada por el lenguaje, las separa del gran público. Para éste se reservan los subproductos del arte y de la cultura, prodigados hoy por la televisión.

El Estado capitalista se puede dar el lujo del mecenazgo, puede aparecer como protector de las artes y aún llenar de pinturas y esculturas y móviles las plazas, los parques, los edificios públicos. Pero este arte tendrá siempre una escasa autenticidad en la medida en que no es solicitado por el pueblo. El pueblo, a su vez, no puede solicitar ningún arte propiamente tal en la medida en que está condicionado por los valores de la sociedad de consumo, a través de los medios de comunicación masiva. En Nueva York hay muchos y excelentes museos. Pero las obras que se exhiben, por ejemplo, en el de Arte Contemporáneo carecen de significado para la inmensa mayoría de los neoyorquinos, como no sea el de productos de lujo, que se cotizan a altos precios y que no están de venta.

Es cierto que obras maestras del arte y de la poesía se han producido también en la ciudad-corte, a la sombra del absolutismo monárquico. Virgilio escribió su Eneida protegido por Augusto y por su ministro Mecenas. Molière representó sus comedias para Luis XIV y su séquito. Lope de Vega, Calderón y Cervantes, Velázquez y el Greco trabajaron bajo la mirada siniestra de los Austrias, a la luz de las hogueras de la Santa Inquisición. Pero en todos estos casos el poder absoluto no interfería con la libertad creadora del artista sino de un modo negativo, fijando límites más que imponiendo pautas. Eso hizo posible que la obra de arte se convirtiera muchas veces en expresión cifrada de valores e ideales que no se podían manifestar directa y conceptualmente. Así, por ejemplo, la villa y corte de Madrid presenció la representación de Fuenteovejuna, de La vida es sueño y de El condenado por desconfiado, que son tres dramas de la libertad, durante los años en que el poder real llegó a su apogeo, gracias al más brutal militarismo colonialista y al celo inquisitorial de la Iglesia Tridentina. Lo mismo cabe decir de El Quijote, epopeya de la libertad creadora y, más crípticamente, tal vez también de la atormentada pintura del Greco. En todas estas obras se manifiestan de alguna manera los ideales de la ciudad libre, los valores de la sociedad medieval de los fueros y las autonomías locales o regionales, el espíritu federalista de los pueblos de la península (hasta poco antes defendido con las armas por los comuneros de Castilla contra el alemán Carlos V). Paralelamente el pueblo solicitaba, es decir, exigía, acogía y aplaudía esas obras en la medida ñeque aquellos ideales y valores no habían sido aún sofocados del todo por el absolutismo monárquico e inquisitorial.

El gran arte del Renacimiento tiene su indudable centro en las ciudades libres de Italia en un momento en que dichas ciudades se encuentran ya bajo el dominio (directo o indirecto) del emperador, del Papa, de las aristocracias locales, y han perdido, en buena parte, su carácter de verdaderas «comunas» o confederación de guildas y gremios. Pero es claro que el impulso creador nació en ellas cuando todavía lo eran; cuando el poder, descentralizado, favorecía la creación y la alentaba con la solicitud de un pueblo acostumbrado a apreciar y valorar por sí mismo.

Leonardo da Vinci y Miguel Ángel crearon en un ambiente político que tendía claramente al absolutismo. Como dice Giulio Carlo Argan, «las relaciones de Leonardo con el poder fueron difíciles y las de Miguel Ángel pésimas» (Historia del arte como historia de la ciudad, Barcelona, 1984, pág. 34), pero su arte se elaboró sobre el humus espiritual dejado por la ciudad libre, en el seno de comunidades donde el arte formaba aún parte esencial de la vida del pueblo.

Refiriéndose a la Edad Media, dice Kropotkin que «las ligas y las uniones entre pequeñas unidades territoriales, lo mismo que entre los hombres que se unían con fines comunes en sus guildas correspondientes, y también las federaciones entre ciudades y grupos de ciudades, constituyó la esencia misma de la vida y del pensamiento de todo este periodo». Y añade: «La nueva dirección tomada por la vida humana en la ciudad de la Edad Media tuvo enormes consecuencias en el desarrollo de toda civilización. A comienzos del siglo XI, las ciudades de Europa constituían solamente pequeños grupos de miserables chozas, que se refugiaban alrededor de iglesias bajas y deformes, cuyos constructores apenas si sabían trazar un arco. Los oficios, que se reducían principalmente a la tejeduría y a la forja, se hallaban en estado embrionario; la ciencia encontraba refugio sólo en algunos monasterios. Pero trescientos cincuenta años más tarde el aspecto mismo de Europa cambió por completo. La tierra estaba ya sembrada de ricas ciudades, y estas ciudades hallábanse rodeadas por muros dilatados y espesos que se hallaban adornados por torres y puertas ostentosas cada una de las cuales constituía una obra de arte. Catedrales concebidas en estilo grandioso y cubiertas por numerosos ornamentos decorativos elevaban a las nubes sus altos campanarios, y en su arquitectura se manifestaba tal audacia de imaginación y tal pureza de forma, que vanamente nos esforzamos en alcanzar en alcanzar en la época presente. Los oficios y las artes se elevaron a tal perfección que aún ahora apenas podemos decir que las hemos superado en mucho, si no colocamos la velocidad de la fabricación por encima del talento inventivo del trabajador y de la terminación de su trabajo. Las naves de las ciudades libres surcaban en todas las direcciones el mar Mediterráneo norte y sur: un esfuerzo más y cruzarían el océano. En vastas extensiones, el bienestar ocupó el lugar de la miseria anterior; se desarrolló y extendió la educación» (El apoyo mutuo, Madrid, 1989, págs. 210-211).

«La grandeza del arte medieval, y en particular de la arquitectura, “arte social por excelencia”, proviene de la idea que anima; brota de una “concepción de fraternidad y de unidad engendrada por la ciudad”. Sería erróneo atribuir el genio de la época a la imaginación de un solo hombre. Toda ciudad contribuyó a la construcción de los edificios públicos de la Edad Media» (André Reszler, La estética anarquista, México, 1974, págs. 58-59).

Para comprender el nexo histórico que media entre la dispersión del poder en la comunidad y el florecimiento del arte y la cultura, es preciso tener en cuenta el sentido que tuvo la génesis de las ciudades, a partir del III milenio a. C.

Cuando la ciudad antigua alcanzó su definitiva estructura, aglutinó una multitud de órganos de la vida colectiva que antes estaban desperdigados, y promovió su interacción y su fusión dentro de las murallas. «Las funciones colectivas que desempeñaba la ciudad —dice Lewis Mumford— eran importantes; pero más significativos aún fueron los objetivos comunes que surgieron a través de métodos más rápidos de comunicación y cooperación. La ciudad mediaba entre el orden cósmico, revelado por los sacerdotes astrónomos, y las empresas unificadoras de la monarquía. El primero adquirió forma dentro del templo y su espacio sagrado, las segundas dentro de la ciudadela y entre los límites de las murallas de la ciudad. Al polarizar aspiraciones humanas hasta entonces inactivas y congregarlas en un núcleo político y religioso central, la ciudad adquirió la capacidad necesaria para manipular la inmensa abundancia generadora de la cultura neolítica» (La ciudad en la historia, Buenos Aires, 1979, II, pág. 744). El aspecto positivo de este orden urbano puede resumirse en el hecho de que grandes grupos humanos disciplinados lograron dominar las fuerzas naturales en una escala impensable para las previas culturas rurales y pre-urbanas. El aspecto negativo, sin embargo, parece superar en mucho al positivo. Con la ciudad surge el Estado como poder centralizador y totalizante; se desarrolla la guerra y nace la profesión de las armas; se establece la esclavitud como institución fundante del sistema económico; la división del trabajo tiende a convertirse en ultra-especialización; se consolida la pirámide social y se tornan más rígidas las diferencias de clase (supuesto que éstas existieran en la cultura pre-urbana). «Estas instituciones y actividades, formando una “simbiosis negativa” —agrega el ya citado Mumford— han acompañado a la ciudad a través de la mayor parte de su historia y subsisten hoy mismo en forma acentuadamente brutal, sin sus sanciones religiosas originales, como la amenaza que pesa sobre el desarrollo futuro de la humanidad» (op. cit., II, págs. 744-745). Por otra parte, la ciudad representa siempre una fuente inagotable de información y un centro incomparable de comunicación. A través de sus archivos y bibliotecas, de sus escuelas y museos, logra transmitir una cultura cada vez más compleja de generación en generación, en cuanto logra ordenar los medios materiales y los agentes humanos indispensables para ello. «Este sigue siendo el don máximo de la ciudad. En comparación con el complejo orden humano de la ciudad, nuestros actuales mecanismos electrónicos, indudablemente ingeniosos, destinados a acumular y transmitir información, son rudimentarios y limitados» (op. cit., II, pág. 745).

La ciudad constituye así el ámbito privilegiado del arte y de la cultura, en cuanto es el medio más adecuado para que el humano se comunique con los humanos, tato en la dimensión temporal (religándose al arte y el pensamiento de los siglos pretéritos) como en la dimensión espacial (por la permanente convivencia en los límites definidos de la urbe). El auge y florecimiento de la vida urbana, en cuanto tal, comporta necesariamente el auge y florecimiento del arte y la cultura.

Pero he aquí que este auge y florecimiento se ve obstaculizado, a través de la historia, por el desarrollo, más o menos potente, del aspecto negativo que hemos señalado. Cuando la fuerza creadora de la sociedad, que domina las fuerzas de la naturaleza y crea ese complejo mecanismo comunicacional entre los humanos, se ve interferida y sometida a los designios del poder, se ve obligada a servir al Estado y a la guerra, se ve utilizada como soporte de la esclavitud y el absolutismo gubernamental, se degrada hasta convertirse en instrumento maestro de una pseudo-cultura de un pseudo-arte. Cuando, por el contrario, la ciudad se libera, total o parcialmente, del poder estatal, del afán de lucro, de la rígida jerarquización social, el arte y la cultura alcanzan sus más altos niveles de autenticidad y originalidad.

Esto se puede dar de dos modos distintos y aparentemente opuestos: por la acción del artista solitario o por la de una comunidad artística. El primer modo corresponde a los creadores de la Grecia clásica, potentes individualidades que conforman aquella insuperable cumbre de la Atenas de Pericles. El segundo corresponde a la ciudad libre del Medioevo, donde un gremio de anónimos artistas-artesanos construye la catedral de Chartres. (Cfr. A. Hauser, Historia social de la literatura y del arte, Barcelona, 1980-1, pág. 305 ss.) Pero ambos modos tiene en común lo siguiente:

1. Traducen en la obra una inspiración original y unitaria.

2. Responden a una solicitud social, es decir, a una exigencia de la comunidad ciudadana.

3. No están condicionados ni por el poder político ni por los valores predominantes del comercio y del lucro.

Cuando en la historia se encuentran grandes obras de arte fuera del contexto socio-cultural de la ciudad libre es porque los artistas, rebelándose contra el medio, logran satisfacer estas tres condiciones. Tal es el caso de Miguel Ángel y Leonardo da Vinci, de Shakespeare y de Cervantes.

La estructura física de las ciudades y sus pautas institucionales se han prolongado a través de los tiempos. En cualquier ciudad de nuestros días se pueden reconocer los equivalentes de elementos originarios tales como el santuario, la fortaleza y el mercado. Algunos de ellos resultan aún hoy indispensables para que la asociación de los humanos logre sus finalidades esenciales. Las normas de básica solidaridad que hacen posible la convivencia no podrían transmitirse sin la activa participación de grupos elementales como la familia y el barrio. Es preciso comprender claramente que la cultura mecánica es incapaz de sustituir al diálogo, que la televisión no es un ersatz [sucedáneo] del teatro, que el telefonema no puede sustituir a la tertulia.

En las ciudades actuales se ha producido, al parecer, un cambio cualitativo, como si funcionara aquí la ley dialéctica del paso de la cantidad a la cualidad.

Las megalópolis están preparadas para minimizar la sociabilidad, para acabar con cuanto se vincula con una trama directa de relaciones inter-humanas, mecanizando inclusive el amor y el odio, reduciéndolos a meras variables o composiciones de fuerza. La tarea del artista consiste esencialmente en evitar esos deshumanizantes efectos; en hacer de la ciudad un lugar de encuentro y en posibilitar, por encima de todo, como dice Mumford, «la unificación de la vida interior y exterior del hombre, así como la paulatina unificación de la humanidad misma». Esta tarea del artista y el papel mismo de la ciudad en el futuro no se podrá cumplir si ni se dan en alguna medida las condiciones del gran arte urbano del pasado, a saber, absoluta libertad en la creación y, simultáneamente, comunión del artista con la comunidad. Porque, según añade el mismo Mumford, «el papel activo de la ciudad, en el futuro, será el de llevar al grado máximo de desarrollo la diversidad y la individualidad de las regiones, las culturas y las personalidades». Pero no se debe creer que se trata de objetivos contrarios entre sí, sino más bien de metas complementarias. Lo verdaderamente contrario a ambas metas, esto es, al desarrollo de las culturas regionales y de la personalidad, «es la actual destrucción mecánica del paisaje y de la personalidad humana» (op. cit., pág. 746). El papel activo del arte urbano y de la ciudad, en cuanto ámbito del arte, implica al mismo tiempo una defensa de la personalidad contra los factores reificantes de la sociedad industrial y una defensa de la naturaleza circundante, sin la cual es imposible imaginar la subsistencia de la especie humana. El arte urbano está obligado, por eso, a formar parte de la ecología, si quiere cumplir sus más fundamentales cometidos. De hecho, la automatización de los procesos productivos y la expansión urbana han relegado hasta ahora dichos cometidos, en la mayor parte de los casos, al desván dorado de los buenos propósitos. La producción masiva, exigida por la sociedad de consumo, supone obviamente el predominio de la cantidad sobre la calidad. Y ella constituye hoy la finalidad esencial. Algo semejante sucede en la energía física, con el proceso educativo, con el crecimiento demográfico, donde dominan las mismas progresiones geométricas, que alejan paulatinamente al ser humano de las finalidades que le son propias. Tal vez sea el arte el medio más eficaz para reinstaurar el predomino indispensable de la cualidad sobre la cantidad en la ciudad de nuestros días. Pero el principal modo de responder a la solicitud de la sociedad actual es el de convertirse en vehículo o en colaborador de las fuerzas que luchan contra la deshumanización del hombre. Y esta lucha se libra tanto contra la concentración del poder y el peligro de un Estado omnipotente como contra la sociedad de consumo y la conversión de la ciudad en un gigantesco mercado. Tanto el poder político centralizado como el infinito afán de acumular riquezas atentan no sólo contra la esencia del hombre sino también contra su existencia. Para conjurar estas fuerzas demenciales es preciso que el ser humano asuma el control de los instrumentos necesarios para organizar su conveniencia. Es necesario evitar la concentración de poder y la expansión irracional de la técnica que amenaza con destruir el sistema ecológico. La conciencia de ambos imperativos han crecido sin duda con la última generación, pero es obvio que aún falta mucho para domeñar los interesados prejuicios del Moloch estatal y de los hijos espurios del laissez faire. Hoy, como en el momento en que nacieron, hace cuatro o cinco mil años, las primeras ciudades, el Estado centralizado confiere aún a los mayores logros un sentido destructivo. Como en la Edad del Bronce, «seguimos considerando el Poder como la principal manifestación de la divinidad o, de no ser así, como el principal agente del desarrollo humano. Pero el poder absoluto, al igual que las armas absolutas, pertenecen al mismo plano mágico-religioso que el sacrificio humano ritual. Es poder destruye la cooperación simbiótica del hombre con los demás aspectos de la naturaleza, así como la del hombre con los demás hombres», dice Lewis Mumford (op. cit., pág. 747).

Pero al peligro, siempre presente de una concentración del poder político se une en nuestros días otro no menos grave: el del absoluto predomino del espíritu mercantil, que tiende a subordinar todos los valores al lucro y a constituir una sociedad donde el trabajo, la técnica y la producción no tengan como meta la mera satisfacción de necesidades humanas sino la acumulación de riqueza por la riqueza misma. Así como el Estado totalitario hace imposible la actividad artística al cegar la fuente originaria de la libertad creadora, mediante imposiciones dogmáticas y andariveles ideológicos, así la sociedad de consumo la degrada hasta convertirla igualmente en actividad mercantil, sujeta a la luz de la oferta y la demanda.

Pero el destino del arte está unido al destino de la ciudad y aun al de la humanidad. La tarea de la ciudad es, como dice Mumford, «poner los más elevados intereses del hombre en el centro de todas sus actividades, unir los fragmentos dispersos de la personalidad humana, convirtiendo hombres artificialmente desmembrados —burócratas, especialistas, “expertos”, agentes despersonalizados— en seres humanos enteros, separando el daño que ha sido ocasionado por la segregación social, por el cultivo excesivo de una función favorecida, por sentimientos tribales y nacionalismos, por la falta de participaciones orgánicas y propósitos ideales» (op. cit., págs. 749-750). Es claro que antes de asumir el control de las fuerzas que amenazan su existencia, el hombre moderno debe reasumir el control de sí mismo. Por eso añade: «Esto señala la principal misión de la ciudad del futuro: la de crear una estructura regional y cívica visible, proyectada de modo que el hombre se sienta en armonía con su yo más profundo y con su mundo más amplio, apegado a imágenes de educación humana y de amor. Por consiguiente, ahora no debemos concebir la ciudad fundamentalmente como lugar de negocios o de gobierno, sino como un órgano esencial para la expresión y la realización de una nueva personalidad humana, esto es, las del “Hombre del Mundo Único”. La antigua separación entre el hombre y la naturaleza, ente el hombre de ciudad y el hombre de campo, entre el griego y el bárbaro, entre el ciudadano y el extranjero, ya no puede mantenerse: en materia de comunicaciones, el planeta entero se va convirtiendo en una aldea y, como consecuencia de esto, el vecindario o el distrito más pequeño debe ser proyectado como un modelo experimental del mundo más vasto. Lo que ahora debe encarnarse en la ciudad no es la voluntad de un solo gobernante deificado, sino la voluntad individual y colectiva de sus ciudadanos, orientada hacia el logro del conocimiento de sí mismo, de la realización de sí mismo. La instrucción, y no la industria, será el centro de sus actividades; y cada proceso y cada función será valorado y aprobado exactamente en la medida en que promueva el desarrollo humano, en tanto que la ciudad proporcionará un vivido teatro para los espontáneos encuentros, desafíos y abrazos de la vida cotidiana» (op. cit., pág. 750).

El arte de la ciudad futura ha de expresar esta doble unidad: las de los humanos entre sí, más allá de cualquier diferencia nacional, étnica o religiosa, y la de los seres humanos con la naturaleza. Será vehículo y encarnación de la unanimidad humana y de la comunión cósmica. Traducirá en colores, volúmenes y sonidos la aspiración de los hombres a fundar una sociedad universalmente humana, más allá del Estado y del Mercado; una sociedad integrada en la Naturaleza y abierta a la infinitud del Universo.

Caracas, 1991.

martes, 30 de noviembre de 2010

EL ANARQUISMO EN CHINA

La lucha del pueblo chino contra el despotismo y la tiranía no tiene parangón en la historia de la lucha de clases. Los chinos han padecido todas las formas de tiranía imaginables. En busca de un nuevo orden social basado en la justicia, han tenido que enfrentarse a las más duras formas de opresión conocidas por el hombre. El desprecio y la indiferencia que las sucesivas castas dominantes han profesado al pueblo, solamente podría compararse con el comportamiento de la aristocracia española, que todavía cree en el derecho divino de su poder.

Pero las diferencias nacionales se difuminan cuando el pueblo se enfrenta a sus dirigentes. Es comprensible que los métodos usados por el movimiento anarquista chino, respondiendo a las atrocidades de los jefes militares, burócratas y clases dirigentes del «Imperio Celeste», hayan sido similares a los métodos adoptados por los amantes de la libertad en cualquier lugar donde la clase dirigente actúe de forma parecida.

Trazando los orígenes de los anarquistas chinos hasta lo que a sus más modernas manifestaciones concierne, Albert Meltzer ilumina una parte de la Historia del Trabajo que no debe ser olvidada. Como la historia del movimiento español, o el de Argentina, de Ucrania o Bulgaria, está marcada con las señales de sucesivas batallas mucho más significativas para nosotros que las luchas contra el imperialismo glorificadas en los libros escolares. Pero la historia del movimiento revolucionario no se vuelve a contar por el mero hecho de conmemorar el pasado o de servir de inspiración para el futuro. No podemos escapar al hecho de que la ocasión nos obliga frecuentemente a proseguir, a reanudar viejas batallas, explorar el mismo suelo, comer la misma porquería y luchar contra viejos enemigos (a veces con nombres diferentes). No hay manuales de entrenamiento para las luchas futuras, sólo están las experiencias recogidas en el pasado.

Stuart Christie

Orígenes del Movimiento Anarquista en China
Artículo de Albert Meltzer, publicado en Historia Libertaria nº5, 1979.

Fue en los primeros años de este siglo cuando el movimiento anarquista apareció en el imperio chino. Es verdad que el pensamiento clásico chino (Lao Tse) contiene elementos de anarquismo, aunque algunos anarquistas chinos rechacen esta aseveración (dicen que siempre hay alguien que encuentra en los clásicos chinos el origen de conceptos o ideas actuales). Pero en su forma moderna, el anarquismo llegó a China en el tumultuoso período en que la nación se volcaba en lucha contra la dinastía imperial (una casta extraña impuesta a China).

Como en otros países donde los anarquistas forjaron el movimiento obrero precediendo a otras formas de pensamiento socialista, el movimiento anarquista se hizo grande, aunque, al mismo tiempo, incluyera a personas que en otras circunstancias no serían tenidos por tales. Es importante reconocer este hecho, pues hay mucha gente que en ciertas circunstancias muda su natural «lugar» ideológico. Edgar Snow afirma, en sus conversaciones con Mao Tse Tung, que el mismo Mao estuvo influenciado por los anarquistas; pero mi información es que «él era, como mucho, miembro del Movimiento Antialcohólico». Esto, que suena absurdo a nuestros oídos, no lo es tanto si se tiene en cuenta que el rechazo del alcohol estaba en China tan identificado con las tendencias revolucionarias, como en España, en el siglo XIX, el anticlericalismo con el liberalismo.

Los verdaderos fundadores del anarquismo chino fueron Li Shih-Tseng y Chang Chiang-chiang, aunque el mismo Li lo niegue, afirmando que cuando los estudiantes chinos que habían salido al extranjero retornaron a su país armados con los conocimientos que habían adquirido en Francia, encontraron a trabajadores de muchas cofradías que habían llegado por sí mismos a idénticas concepciones y que adoptaron las nuevas palabras como descriptivas de su actitud. Tanto Li como Chang provenían de familias ricas. Habían ido a París con una misión gubernamental compuesta por gran número de estudiantes, con el objeto de estudiar las ideas occidentales a fin de aplicarlas a los negocios chinos. Desde el mismo momento en que pisaron París, en 1902, Li y Chang se interesaron por la CGT, entonces en su apogeo como organización anarcosindicalista. Es lo que Emma Goldman llamó «la universidad del anarquismo». Un vivo ejemplo de organización obrera, donde los trabajadores podían aprender a ser dueños de su propio destino. La CGT fascinó a Li y Chang, que nunca habían oído hablar de lo que era un sindicato. Habían llegado al anarquismo en uno de sus momentos más dinámicos y constructivos; inmediatamente abandonaron su misión, abrazando la causa libertaria.

Para poder permanecer en Francia, Chang fundó la compañía Tung Yun, una empresa comercial especializada en importaciones de China, y abrió una casa de té (véase Apéndice III). Chang trajo jóvenes de su pueblo natal para que estudiaran las nuevas ideas. Se mantenían trabajando de cocineros y aprendían a la vez lo máximo posible para llevar consigo a China. La intención era que los estudiantes pasasen a cumplir la función de maestros entre los campesinos que afluían a las grandes ciudades para engrosar el proletariado industrial. Posteriormente, esta idea fue imitada por el gobierno chino. Chang no tenía interés personal por el poder, esperaba constituir una CGT china o, al menos, un movimiento revolucionario en China. Muchos de los que trabajaron con él llegaron a ser activos anarquistas, incluyendo a Chu Min-I.

Otro chino, un biólogo llamado Wu Chin-hui, que había ido a París a realizar estudios experimentales de química, se interesó por el anarquismo y se unió a Li y Chang. En 1906, los tres compraron una imprenta y fundaron el semanario El Nuevo Siglo. Fue el primer periódico anarquista en chino que llegó a conocerse en todo el mundo.

Los anarquistas de París, que llegaron a constituir una importante fuerza dentro del movimiento revolucionario chino, se unieron para formar una «Sociedad para el Estudio del Socialismo». El resurgimiento de la «joven» China trajo consigo la propaganda socialista, sobre todo anarquista.

Tan grande fue la influencia entre los jóvenes chinos del período prerrevolucionario y hasta 1914, que las autoridades encontraban a menudo dificultades para conseguir personas con un nivel de educación adecuado que aceptaran puestos en el Gobierno. Sin embargo, desde el principio, los anarquistas chinos se dividieron en dos categorías, bajo el calificativo de «duros» y «blandos». Los «duros» eran aquéllos que, dado su carácter militante, seguro que nunca formarían parte de un gobierno. Sólo les estaría posibilitada una militancia abierta a aquellos jóvenes que, para subsistir, rehusaran compromisos con las autoridades, dando clases privadas, haciendo periodismo o, lo que era más frecuente, abriendo un pequeño negocio. Pues para ocupar otros puestos, como el de profesor, bibliotecario u oficinista, era necesario congraciarse con altos oficiales y, literalmente, humillarse ante el mandarín, ayudando a mantener el orden del Estado del mismo modo que un policía. A la larga, la rebelión se extendió en contra de esta situación. Sin embargo, en muchos casos, los revolucionarios admitían que algunos de sus camaradas (los «blandos») transigieran con las autoridades sin considerarlos traidores, con la justificación de que necesitaban «ganarse el pan». Mientras no actuaran como delatores, podrían incluso retener el afecto de sus camaradas, como se verá más adelante.

El fin de la Emperatriz

A medida que la vida de la Emperatriz se acercaba a su fin, los pilares del Imperio comenzaban a tambalearse. En Londres, Sun Yat Sen había formado un movimiento chino a nivel mundial con el fin de derrocar a la dinastía Manchú. Los chinos, que (fuera de su país) de no ser ricos negociantes eran considerados como parias, estaban despertando. Sun Yat Sen era más proclive a las teorías de Henry George que al socialismo aunque su plan para la reforma de China se basaba en un frente popular que uniría a todas las clases contra los «usurpadores extranjeros» y en la organización militar. Su consejero militar; un gangster canadiense llamado Moishe «Dos Pistolas» Cohen, llegó a ser famoso como general chino y heredero militar de Sun, que será aceptado por los comunistas y el Kuomintang en años posteriores. Criticó a los anarquistas y se enfrentó a ellos por su defensa del asesinato (ver Apéndice II). Los anarquistas, por su parte, criticaron su militarismo y nacionalismo.

Caricatura contra el imperialismo europeo en China

Sería interesante echar una ojeada al Movimiento Anarquista Chino tal y como era antes de 1911, cuando aún existía el grupo de París como su núcleo básico, no obstante enviar de regreso a China, años tras año, a aquellos estudiantes que habían asimilado las ideas libertarias. El «Movimiento del Nuevo Siglo», como más propiamente se llamaba, era anarcocomunista. Naturalmente había algunas diferencias específicas debidas al carácter chino. Postulados anarquistas eran: no beber, no jugar, no frecuentar prostitutas, no tener concubina, etc... Por otra parte, fueron los primeros en cortarse la coleta, debiéndose a ellos el que la «cola de cerdo», símbolo de servidumbre, fuera abolida. El horror de las autoridades chinas ante este hecho sólo puede compararse al de algunos gobiernos dictatoriales al encontrar jóvenes con pelo largo. Las personas que se cortaban la «coleta» eran golpeadas y enviadas a prisión, para ser liberadas, en muchos casos, con coletas postizas. Puede uno imaginarse la indignación de la vieja generación.

Los anarquistas introdujeron las peores «costumbres modernas». Rechazaban vestir la ropa tradicional y desaprobaban el hábito de las muchachas de usar cosméticos o peinados atractivos. Esto podría dar impresión de fanatismo, pero no era ese el caso. Disfrutaban la vida y aprovechaban al máximo sus posibilidades, sólo que estaban en contra de las sofocantes tradiciones, que conducían al placer por un refinamiento tortuoso. Es verdad que las jóvenes occidentales pueden mortificarse con los tacones altos, pero las muchachas chinas estaban condenadas a mantener sus pies artificialmente pequeños desde el nacimiento, lo cual no sólo suponía un alto grado de sufrimiento físico sino también conformar sus ideas al modelo de elegancia de las clases altas. No usaban los cosméticos como la muchacha francesa, que luchaba en la Resistencia con su bolso al lado y se pintaba los labios antes de enfrentarse a la Gestapo. Las muchachas chinas de buena posición pasaban tres horas en su toilette, arreglándose el pelo y maquillándose. Esclavas de su belleza, eran menos libres que aquellas jóvenes obreras que se mantenían sobre sus pies durante la jornada de trabajo. Por eso, entre la juventud de la clase media, cundió rápidamente la idea de belleza de la campesina. Las chicas así emancipadas eran denunciadas a menudo como putas y la gente sin escrúpulos trataba de introducirlas en la prostitución. No ocurría esto, sin embargo, si las chicas eran anarquistas, pues tenían una contundente respuesta: la pistola o el cuchillo.


La emperatriz regente Ci Xi

A lo largo de los años, el «Movimiento del Nuevo Siglo» llevó a cabo una intensa campaña contra la religión: eran opuestos a toda forma de superstición religiosa. Algunos afirman que el posterior triunfo de los comunistas pudo ser debido al decidido rechazo por los anarquistas del tradicionalismo, la dominación familiar y la superstición, sin cuya desaparición los marxistas no hubieran llegado nunca al poder. Ciertos escritores comunistas han expresado su gratitud hacia los pioneros en esa lucha, anarquistas todos. Para Li y Chang había «Cinco medios para la revolución»:

1. Libros y discursos para «levantar» al pueblo y ampliar su educación.

2. Mítines y asambleas mediante los cuales se reúne al pueblo, que puede así descubrir el alcance de su fuerza.

3. Resistencia a los impuestos para debilitar al Estado.

4. Oposición al servicio militar y provocar huelgas, conceptos curiosamente unidos. La idea era que el soldado se retirara de su servicio y el obrero de su trabajo. (Ver apéndice l).

5. Asesinatos y levantamientos en masa: consideraban que los asesinatos debilitarían el sistema.

El lento progreso de la industrialización del país hizo quejarse a los anarquistas de que en su vida verían una «CG. china». Li estudió el sistema de los «tongs» (asociación o partido político chino) cuidadosamente. En muchos de los «tongs» existía un sistema de cofradías similar a la masonería, sin duda alguna original, donde se mantenían los secretos profesionales para los distintos oficios. Los «tongs» eran poderosos. El movimiento anarquista comenzó a trabajar entre las sociedades secretas, y de resultas entró en contacto con el Kuomintang. La relación entre ese sector del movimiento anarquista y el KMT no fue unívoca, por cuanto algunos de los que entraron lo hicieron con el propósito de denunciar a Sun y causar un cisma, mientras otros colaboraron con él, de modo que tras la Revolución aceptaron posiciones parlamentarias y renunciaron al anarquismo. De los restantes, algunos eran anarquistas «blandos» que, en sus sueños de vejez, querían tener la ocasión de trabajar en la profesión que habían escogido tras años de andar errando y de luchar; otros sintieron de verdad que los objetivos fundamentales habían sido conseguidos. Wu y Li se hicieron miembros del Kuomintang y hay informaciones contradictorias sobre sus últimas actividades.


Boxers luchando contra los ejércitos occidentales


El movimiento japonés

Mientras tanto, Wu y Li realizaron un enorme trabajo para introducir el anarquismo en China. Igual participación tuvo en ello el anarquismo japonés. El movimiento anarquista japonés había crecido considerablemente bajo la influencia de Kotoku. Era éste un brillante orador y escritor, editor de un diario, se convirtió al socialismo y transformó el periódico en un órgano obrero, para terminar por hacerse (bajo la influencia de Kropotkin) anarquista. Como consecuencia, fue ahorcado por afrentar al Mikado (emperador del Japón).

El primer estudiante chino conocido que fue a Japón a estudiar y volvió influenciado por el movimiento anarquista se llamaba Liu Shih-pei, cuyos escritos se mantienen celosamente guardados por los anarquistas chinos. A diferencia de muchos de sus contemporáneos, veneraba la tradición china, que consideraba libertaria, y afirmaba que en China el taoísmo y los escritos de Lao Tse habían preparado el camino. El gobierno tradicional chino era indiferente al pueblo y el pueblo a éste. Los estudiantes taoístas se distinguían por su desprecio al gobierno. El gobierno consideraba a la gente como plantas o animales; el pueblo consideraba al gobierno repulsivo o perverso. Por lo tanto, no hubo dificultad en hacer comprender el anarquismo; porque esa «indiferencia» hacia el gobierno podría convertirse en una victoria para el anarquismo.

Muchos estudiantes en Tokio y otros lugares, volvieron a su China natal para tomar parte en los movimientos anarquistas y anti-Manchúes. Ellos serían la base del movimiento que se uniría finalmente al creado por el grupo parisiense.

Liu Shih-pei


La historia de Liu Shih-pei (desconocido para el movimiento anarquista occidental) sería un material estupendo para cualquier novelista hábil, teniendo en cuenta el agitado panorama de su tiempo. Liu fue un estudiante brillante. Su veneración por los clásicos y su integración en el pensamiento anarquista era resultado del profundo conocimiento que tenía de ellos. Muchos pensaron que acabaría convirtiéndole en un anarquista «blando», aunque él siempre insistiera en su condición de militante. Tenía una bella mujer, Ho-Chen. Había mucha gente de la opinión de que no era conveniente para un revolucionario tener una mujer tan bella. Pero Ho-Chen era una militante, lo que acallaba todas las críticas. Tomó parte en un intento de asesinato y fue arrestada. La policía china y sus torturas con bambú no fueron una invención de Sax Rohmer; en el momento de aplicárselas a su mujer, Liu confesó; hizo un trato con la policía, con lo que se sospecha provocó el arresto de un miembro del grupo del que formaba parte. Liu fue nombrado profesor y, junto con su mujer, liberado por las autoridades en razón de su nivel profesional. Moriría poco más tarde de un ataque cardíaco...


Liu Shih-pei

El nuevo movimiento

El movimiento creado por El Nuevo Siglo y Liu superó fuertes represiones y persecuciones. Más tarde se fundió en un nuevo movimiento anarquista, gracias a la labor de Liu Szu-fu (conocido como Shih-fu). Fue la primera vez que el movimiento dejó de nutrir sus filas con emigrados, aunque seguía ligado a los trabajadores que salían a estudiar al extranjero y volvían con grandes conocimientos técnicos y experiencia revolucionaria.

Shih-fu editó un periódico en Hong Kong. En 1907, tomó parte en un levantamiento en Cantón. Shih-fu fue elegido para iniciar la revuelta, asesinando al comandante naval Li Chun. Por desgracia, su conocimiento de química era rudimentario y la bomba le estalló en las manos, provocándole la pérdida de los dedos de una de ellas. Sentenciado por terrorista a treinta años de prisión, fue tal la admiración que guardias y oficiales locales llegaron a profesarle, que lo liberaron al cabo de tres años, en 1909. En los seis años siguientes fue el gran inspirador del movimiento anarquista chino. Inició el famoso Ping Ming Press. Tras un intento de asesinato del Príncipe Regente, marchó a vivir a Shangai; fue el primero en comprender que dicha ciudad reunía las condiciones necesarias para convertirse en el centro de la actividad subversiva. El gobierno chino no tenía autoridad dentro de la Colonia Internacional y los europeos no diferenciaban un chino de otro —para ellos, todos eran subhombres—. La policía de la Colonia no sabía leer la prensa en chino. Sus subordinados indígenas podían hacerlo, pero nunca quisieron intervenir. No era un pasatiempo saludable.

La mayoría de los artículos de El Nuevo Siglo volvieron a imprimirse, y también artículos y panfletos de todo el mundo. Se publicaron más de setenta libros, excluyendo traducciones, ¡en seis años!

Esperanto

Hemos de hacer un inciso ahora para rendir tributo a la eficacia del esperanto, el idioma internacional, inseparable de la historia del anarquismo chino. Hubo un tiempo en que el movimiento obrero radical de todo el mundo buscó afanosamente el éxito de dicho idioma; hoy ese sueño se ha desvanecido. Pero en China, el esperanto fue utilizado desde el principio. Libros y panfletos de todo el mundo fueron traducidos por Ping Ming Press. Rusia, España, Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, México, vertieron sus ideas anarquistas en China. ¿Cómo? Gracias a los anarquistas esperantistas, ya que los chinos no hubieran podido, de otra forma, traducir de las distintas lenguas europeas.

Compárese la existencia de literatura anarquista en China hasta hace pocos años, con la de Inglaterra —donde nunca ha existido limitación gubernamental alguna—. Además de Kropotkin ¿qué otros autores extranjeros se conocen? Un fragmento de Bakunin, pocos folletos de Malatesta, los americanos... pero nada español o francés, ni de los historiadores de la Internacional —sólo un libro de Proudhon— y poco o nada en idioma no europeo. ¿Por qué? Porque el escritor chino podía recurrir a la traducción en esperanto de la literatura mundial. (Confío en que los esperantistas tomarán esto como una «recomendación no solicitada»). El inmenso trabajo de los anarquistas chinos puede apreciarse echando una mirada al año 1944, centenario de Kropotkin, un año difícil para celebrar nada. En Londres, se publicó una antología del autor ruso, editada por Herbert Read, que no admite comparación con la edición china (entre 1940 y 1945) de sus obras completas, a cargo de Li Fei-Kan (conocido como Pa Chin), de quien hablaremos más adelante.


Decapitación de un anarquista chino

La revolución de 1911

Cuando Sun Yat Sen asumió el poder, Shih-fu comenzó su famosa publicación El canto del gallo en la oscuridad, más tarde conocida como La voz del pueblo, que fue la gran animadora de las sociedades industriales, embriones de los futuros sindicatos. Shih-fu criticó a muchos de la vieja guardia por haber participado en el gobierno del Kuomintang, aunque algunos se defendieron afirmando que no habían traicionado las ideas anarquistas. Para entonces, el Partido Comunista había aparecido ya en China y su indudable carácter revolucionario y habilidad organizativa chocó prontamente con el movimiento anarquista. El Partido ridiculizó a aquellos anarquistas que se unieron al Kuomintang (aunque éste era por aquel entonces un régimen liberal, sin corromper todavía). Y el Canto del gallo en la oscuridad no intentó excusarles ni echó tierra al asunto. «Si alguien pensó alguna vez que los anarquistas le darían la libertad, resolverían sus problemas, le llevarían a la tierra prometida, es que no ha entendido nada», escribían. «No hay supremos salvadores, ni líderes, no lo son anarquistas, ni los mismísimos dioses, y si imaginasteis que los dioses y los anarquistas no eran hombres con todas sus imperfecciones, os engañasteis groseramente. ¿Hubiera entrado yo en el gobierno? No. Seguro que no. Pero para ello espero no ceder a la tortura, como el camarada X, ni a los dolorosos llantos de mis hijos hambrientos, como el camarada Y. Lo que importa es cómo continuar luchando».

La primera tarea del Canto del gallo fue organizarse en el terreno industrial: un nuevo movimiento anarquista apareció en las pocas ciudades industriales chinas. Se empezaron a formar «tongs» e incluso sindicatos del tipo occidental. Entre 1919 y 1923, numerosas huelgas demostraron el poder de los obreros industriales en general, y del transporte en particular. En 1920 el movimiento anarquista estaba establecido en Cantón (a la que Pa Chin llamó «la Barcelona del Oriente»), tras la huelga de los trabajadores textiles en Changsha, lugar que ha permanecido siempre como el baluarte del anarquismo en China. En los años 1965 y 1966, la huelga estalló en los mismos lugares, esta vez contra el control del Partido Comunista, dejando las fábricas sin dirección o control superior. La semilla se había sembrado en 1920. La vuelta a la dirección del Partido ocurrió en 1967 y no fue muy feliz: la lucha continúa allí.

Más tarde, Shih-fu fundó la «Sociedad para el Estudio del Ahorro en Francia». Una de las razones de la continua atracción hacia Francia era la total ausencia de instrucción religiosa en las escuelas galas. Por aquel entonces, el movimiento revolucionario combatía no sólo contra el clericalismo tradicional, sino también contra los misioneros. Las sociedades tradicionales, antiguas fortalezas de la riqueza, fueron un buen caldo de cultivo para los misioneros cristianos. Por otra parte, en el plano material, la adopción del cristianismo significaba la posibilidad de una carrera para el estudiante, no ligada al gobierno o los mandarines. Los «demonios extranjeros» trajeron el comercio a China, y dieron preferencia en la administración de los negocios a los cristianos. No fueron solamente las virtudes del Nuevo Testamento las que impulsaron a tanta gente a convertirse al cristianismo aquellos años... el «arroz cristiano» era lo que la Iglesia ofrecía principalmente a los conversos.

Cartel de la revolución de 1911

Los estudiantes seguían marchando a Francia. Esta vez intentaron fundar su propia universidad, en Lyon. El llamado «Movimiento de Estudio y Trabajo» tuvo un enorme éxito debido, en parte, a la gran cantidad de trabajadores chinos «importados» por el gobierno francés durante la guerra europea, como mano de obra barata. Entre ellos, docena de futuros comunista. Uno fue Ch'En T-Hsin (más tarde, miembro del Partido en el sur de China), que a su regreso tuvo un debate público con Ou Sheng-pai, miembro del grupo del Canto del gallo, que acabó siendo un duelo literario.

Dicho debate fue recopilado en un libro que aún se conserva. Es de esperar que algún estudiante chino lo traduzca. La única razón de que no se haya hecho hasta ahora fue la arrogante vanidad de Mao Tse-Tung, que insistió en publicar sus escritos una y otra vez, olvidando que hubo también otros marxistas chinos. Hay poquísimas críticas consistentes al anarquismo. (El panfleto de Stalin sobre el anarquismo es demasiado imbécil para que merezca siquiera el desprecio). El libro se titula «Discusiones sobre socialismo», y es una crítica de Ch'En al anarquismo, desde un punto de vista comunista ortodoxo, con una contundente réplica de Ou. (Publicado en Cantón en 1922).

Ch'En es ortodoxo desde el punto de vista marxista-leninista al denunciar a las asociaciones de voluntarios y a las federaciones libres. «¿Qué se saca del juicio colectivo de hombres ignorantes?». Ou, desde un punto de vista anarcosindicalista, el mismo que el movimiento chino adoptó desde entonces, respondió a Ch'En como puede esperarse. (Un resumen de los detalles aparece en el libro de Scalapino y Yu “El movimiento anarquista chino”).

Los escritos de Pa Chin

Entre los estudiantes que en los años 20 se unieron al movimiento anarquista en su etapa de éxito cara a las masas estaba Li Fei-Kan, de familia rica que abandonó para unirse al movimiento. Adoptó el nombre de «Pa Chin» —en español Ba-Kin (Bakunin-Kropotkin)—, y pasó a ser un periodista radical. Trabajó mucho para el movimiento anarquista, traduciendo las obras completas de Malatesta, algunas de Bakunin, muchos trabajos de Kropotkin que no habían sido publicados, así como otros numerosos trabajos. Más tarde fue a estudiar a París y de allí a Londres. Conoció a Tom Kell, Alexander Berkman, Max Nettlau, y mantuvo correspondencia durante un largo tiempo con Emma Goldman (de quien escribió una Biografía en chino).

Pa Chin

Pa Chin (cuyo nombre era famoso en toda China por aquel entonces) se convirtió en novelista. La profesora Olga Lang ha escrito recientemente un magnífico ensayo de introducción a sus novelas que trata de su vida y su obra (su imparcialidad es más destacable aún por haber nacido en Rusia y haber sufrido su familia las molestias del majnovismo). Las novelas de Pa Chin están muy lejos de ser imparciales: personajes tras personajes pertenecen al movimiento anarquista. Atrajo el afecto de jóvenes lectores de toda China, durante los gobiernos del Kuomintang y del P. Comunista. Sus héroes y heroínas son todos anarquistas, y si la novela no lo refleja explícitamente, se deduce por la presencia de un cuadro de Bakunin en la pared, o porque los protagonistas hacen referencias a figuras del movimiento. (Véase apéndice IV). Una y otra vez fue criticado por otros escritores por su ligazón con el anarquismo o por su pesimismo sobre el futuro de China (bajo el KMT y el PCCh).

La Comuna de Shangai


Aunque Liu (Shih-fu) murió joven, de tuberculosis, en 1915, su periódico de Shangai y la organización «la Sociedad del Corazón», Hsin-she, continuaron su apogeo durante los años 20. El movimiento estudiantil establecido por los anarquistas de Shangai en Chengtu, se extendió rápidamente, chocando en numerosas ocasiones con el ejército, sucesos que Pa Chin incluyó en sus novelas. De resultas de la fuerte agitación estudiantil, el Movimiento Comunista Juvenil salió a la palestra. Como respuesta, los anarquistas establecieron el Chun-She (Sociedad Igualitaria), que empezó a publicar Ping Ming Chih Sheng (La voz del pueblo). Éste fue el origen de la Ping Ming Press, tan conocida en círculos anarquistas internacionales y que fue dedicada a la memoria de Shih-fu.

Mientras tanto, el movimiento revolucionario, ya fuera el KMT, el comunista o el anarquista, crecía por toda China. Al período 1925/27, aquel en que el KMT tomó definitivamente el poder, se le conoce como «La Gran Revolución». En 1925 hubo una gran huelga en Shangai, precursora de otras huelgas y actos de violencia en toda China. Se creó un «Comité Unido de Trabajadores, Estudiantes y Comerciantes», que llamó a la huelga general en Shangai (bajo dominación extranjera), llamamiento seguido de huelgas y manifestaciones en todo el país.

Chiang Kai Chek

Con la victoria final del KMT, Chiang Kai Chek llegó a ser Primer Ministro. Comenzó por librarse de sus aliados comunistas, cuyo partido fue declarado ilegal, por lo que empezó a hacer llamamientos revolucionarios contra Chiang. En muchas partes de China se convirtieron en ejércitos privados. La larga lucha del PCCh por el poder había comenzado. Con el tiempo, el Kuomintang fue corrompiéndose más y más y se convirtió en la continuación del sistema del antiguo imperio. En contraste, los comunistas vivían en forma austera y extenuante. En aquel momento poseían todas las virtudes «gubernamentales». Harían cualquier cosa para que el pueblo no pudiera alcanzar el poder directamente.

Shangai se encontró envuelta en una gran huelga, por motivos principalmente económicos, pero con matices políticos y sociales. Las huelgas anteriores habían sido apoyadas por capitalistas y financieros chinos, opuestos a sus rivales económicos de Shangai. En esta ocasión, los trabajadores se volvieron también contra ellos. Tomaron el control de muchas fábricas. El movimiento anarquista chino proclamó la Comuna de Shangai. Querían tomar el control de la ciudad y transformarla en Ciudad Libre, independiente del dominio extranjero y del gobierno chino. Fue la última gran batalla del movimiento anarquista organizado como tal. Comunicó al gobierno chino que o se le permitía crear una sociedad libre en Shangai o extendería la guerra a todo el país. La Comuna de Shangai fue aplastada por las fuerzas del Kuomintang y de las potencias extranjeras, que teóricamente tenían intereses opuestos. La Comuna cayó luchando. (En un panfleto titulado «¡Qué arda Shangai! » los comunistas prometieron «ni un peso, ni una bala»).

¡Elegid!: Nacionalismo o comunismo


Los años que siguieron fueron difíciles para los anarquistas, que tuvieron que elegir entre Chiang y el Ejército Rojo. Pero no era una elección ideológica, sino práctica. Miembros de la vieja guardia se unieron al Kuomintang, y otros a los comunistas. Los que siguieron siendo anarquistas tuvieron que decidir en qué territorio permanecer. Algunos decían que en el del KMT podían al menos hacerse reuniones, aunque fuera arriesgado. ¿Compensaba esto la corrupción existente en él? Finalmente quedó un movimiento desunido y no federado, separado por la vastedad del país, las comunicaciones postales y la falta de prensa libre, ya que hasta entonces se utilizaba la Colonia Internacional de Shangai como oficina postal y cuartel general.

Aún así, cuando Pa Chin regresó de Europa y se estableció en Shangai en 1929, pudo publicar inmediatamente (el primer trabajo fue «Del capitalismo», una adaptación del «ABC del anarquismo» de Alexandr Berkman). Aunque los obreros de Cantón siguieron siendo anarquistas, se produjo un éxodo general de estudiantes. Lo mismo ocurrió con muchos jóvenes de clase media, que se apuntaron al comunismo o al nacionalismo (o al cristianismo). Pero los escritos de Pa Chin significaron mucho para el movimiento. (A partir de entonces usó su verdadero nombre, Fei-kan, para escribir sus libros anarquistas, o para traducciones, y el de Pa Chin para sus novelas). Del estudio hecho por la profesora Lang de las obras de Pa Chin, se deduce que el movimiento debió ser bastante activo durante el final de los años 20 y principios de los 30. Sería en 1935 cuando recibiera el mayor golpe: la invasión japonesa, que hizo desvanecerse todas las esperanzas libertarias.

La invasión japonesa


Como los anarquistas chinos habían mantenido siempre buenas relaciones con los obreros y campesinos japoneses, aunque, naturalmente, fueran opuestos al régimen del Mikado, fueron denunciados como pro-japoneses. (En Japón los anarquistas fueron arrestados y puestos en prisión acusándoles de pro-chinos, por su posición contraria a la guerra). El desastre cayó sobre China y los japoneses tomaron el país. Los comunistas fueron los primeros en aprovechar la situación siguiendo la recomendación de Moscú de crear frentes populares anti-fascistas para resistir a las fuerzas fascistas (Japón, Alemania e Italia) que amenazaban la seguridad del estado soviético. Los comunistas chinos secuestraron a Chiang y le forzaron al establecimiento de la Unidad, creando el Frente Popular a la fuerza. (El Comité Central llegó a incluir, en 1935, pequeños burgueses, intelectuales revolucionarios y hasta ciertos sectores del capitalismo nacionalista, junto con trabajadores y campesinos; y en el 36, a Chiang Kai Chek y al KMT).

Es imposible saber cual fue la reacción de los anarquistas en ese momento. Muchos creyeron que se trataba de una guerra de liberación nacional, aunque no tenían muchas ilusiones puestas en los grupos que estaban enfrentándose a los japoneses. Puede decirse que, en general, tomaron una actitud anti-bélica (véase Apéndice l); de hecho habían quedado reducidos a pequeños grupos, cuya mayor necesidad era preservar la identidad del movimiento.

Según la profesora Lang, Pa Chin se identificó con la lucha contra los invasores. Pero mis informaciones contradicen esa afirmación. Probablemente, como anarquista «blando» (en que, sin duda, se convirtió a partir del año 30, y por tal se le tuvo, lo que, en cualquier caso, no disminuyó la estima que se le profesaba en los círculos anarquistas) se le toleró que dijera una cosa públicamente y otra en privado. Fue ferozmente atacado por los escritores comunistas al no unirse a la Liga de Escritores de Izquierda, más tarde Asociación de Escritores Chinos, en la que se suponía debían inscribirse todos los escritores patriotas. Hsu Mou-yung lo denunció con términos durísimos, con la clara intención de que le arrestaran. Fue igualmente acusado de desviacionista (aquél era el tiempo de los «desviacionistas trotskistas fascistas» de la mitología soviética), siendo salvado por la vigorosa defensa que de su libertad de elegir hizo el venerable anciano escritor Lu Hsun.

1936: el año del resurgimiento


Una de las razones principales por las que Pa Chin no dio a conocer su postura en ese momento fue su absorbente entusiasmo por la Revolución Española. Al fin parecía que la causa anarquista iba a ganar. Pa Chin fue injuriado y denunciado por los comunistas por no unirse al coro de peticiones por la República. «Tenía que hablar sobre la solidaridad de los anarquistas chinos con los esfuerzos luchadores de la CNT-FAI», dijo. «En el campo de la literatura china, soy el único que se atreve a hablar de aquellos dos grupos».

Mientras, en Shangai, los anarquistas reorganizaban a la sombra, nuevamente, el Canto del Gallo en la Oscuridad. Se hicieron manifestaciones de apoyo a los trabajadores españoles y tuvieron lugar largas discusiones sobre la mejor manera de ayudar a la Revolución. Pero, por supuesto, no tenían medios para presionar a Franco; estaban lejos del campo de batalla. Es interesante señalar que 25 anarquistas chinos salieron de Hong Kong para tomar parte en la Guerra Civil española, siendo rechazados al entrar en Marsella y devueltos al Extremo Oriente en un barco con rumbo a Annam. Algunos miembros de este grupo formaron más tarde el núcleo primario de anarquistas vietnamitas, desconociéndose su destino final. El boletín semanal de la CNT-FAI de Barcelona fue tirado regularmente en chino desde 1936 a 1938. Los «Hijos de Shih-fu» comenzaron una campaña de propaganda intensiva en favor del movimiento libertario español, pero, naturalmente, la ayuda que podían prestar a la revolución española era muy limitada. (Véase Apéndice V). El ejemplo de España, sin embargo, congregó de nuevo a mucha gente alrededor del estandarte anarquista. En 1937, el grupo «Bandera negra», formado en Cantón, tomó la iniciativa de poner en marcha una nueva «Sociedad Igualitaria» o movimiento sindicalista, uno de cuyos principales activistas acababa de regresar de Londres.

El doctor Ch'En y el movimiento inglés


Un joven chino, Ch'En Chang, estudiante de medicina en Londres, entró en contacto con el entonces «Grupo Libertad» de Londres. Estaba profundamente interesado en las organizaciones laborales inglesas, de las que llegó a realizar un amplio estudio. Harry Jones, que ya había dado la bienvenida a Pa Chin años atrás, fue de gran ayuda para él aunque desaprobaba la posición terrorista adoptada por Ch'En y otros anarquistas chinos. Quiso ir a España como médico, pero fue persuadido por Emma Goldman de que CNT-FAI prefería que la gente como él permaneciera en su país, ayudándoles fortaleciendo sus propios movimientos (ella misma había querido ir a España de enfermera, convenciéndosela de que se quedara en Londres como propagandista de la revolución española). Volvió a China con dos grandes trabajos que había recopilado con la ayuda del «Grupo Libertad»: uno de ellos sobre los métodos de organización laboral inglesa, y el otro, un glosario de los principios anarquistas, que pasaría a ser el manual de los anarquistas chinos. Ch'En mantuvo correspondencia con Harry Jones hasta la muerte de éste, y conmigo desde entonces. Entró en la militancia al retornar a China, siendo tenido por anarquista de la línea «dura».

Hubo, por supuesto, considerables dificultades para mantener el contacto durante todos estos años, particularmente los años de la guerra mundial, hasta que dicho contacto quedó definitivamente roto. Sin embargo, el movimiento chino ha estado siempre al tanto del movimiento anarquista internacional y de las discusiones teóricas del anarquismo. «Han pasado los tiempos en que podíamos tener largas y fructíferas discusiones», escribió Ch'En. «Es muy positivo que podamos estudiar las discusiones mantenidas por otros... Nuestros principios, como cualesquiera otros, están sujetos al proceso de cambio y decadencia... pero nuestras aspiraciones y nuestras metas permanecen inalterables». Quizá merezca la pena recordar aquí un curioso episodio de esta correspondencia: pocos años atrás, un periódico comunista londinense, el Daily Worker, publicó fotografías de una reunión-manifestación de Aldermaston, en la que aparecían en primer plano, dominando la situación, banderas anarquistas. El Daily Worker, naturalmente, las borró. Las fotos fueron vendidas, presumiblemente, a un periódico comunista chino, cuyo editor desconocía con toda probabilidad el significado de aquellos rasgos latinos, imprimiéndolas tal y como estaban. Cual no sería el placer que sintieron los anarquistas chinos al ver, en un periódico comunista, a miles de personas manifestándose en Trafalgar Square detrás de pancartas como «anarquistas de Ealing» o «abajo el Estado».

La guerra mundial


Absorbida como estaba por su Gran Guerra Patriótica, la contienda mundial apenas se notó en China, aunque se convirtiera en aliada de las democracias occidentales (Rusia no declaró la guerra al Japón hasta el último momento, justo a tiempo de entrar en el Tratado de Paz). Pa Chin estuvo viviendo en la concesión francesa de Shangai hasta 1940, año en que marchó a Kunmig, en la provincia de Yunnan, importante centro cultural de China, donde había una colonia de intelectuales refugiados de todo el país. Allí creó la editorial Wen-shua Shenghuo, donde se imprimió por primera vez la "Ética" de Kropotkin y se publicaron sus obras completas. Su hermano aprendió el ruso especialmente para ese propósito, publicando más tarde las «Memorias» de Herzen.

Ch'En se vio sorprendido en territorio ocupado por el ejército japonés, siendo enviado a una villa aislada, donde practicó la quiropráctica y la acupuntura. Mientras, los más activos militantes obreros, que permanecieron resueltamente anarquistas, en tanto que otros trabajadores pasaban al Partido Comunista, comenzaron una serie de huelgas en la industria textil y del transporte. La marina comenzó a organizarse y, debido al descontento con el Partido Comunista, también dio su apoyo al movimiento anarquista. Cuando la guerra terminó, el movimiento volvió a crecer. Pasó a contar con un buen número de grupos, aproximadamente 20, de estudiantes de clase media, y con dos o tres organizaciones industriales, cada una con 500 o 600 miembros. (Oficialmente se cifraron en 10.000 miembros, incluyendo los de las cooperativas y una numerosa cantidad de simpatizantes). Pero el fin de la guerra no significó la liberación, excepto en el estricto sentido nacional. Los anarquistas reanudaron sus publicaciones y su actividad industrial, pero no pasó mucho tiempo sin que llegara el golpe siguiente: Mao Tse Tung y sus seguidores habían tomado el país.


Mao en 1935

El movimiento anarquista no sólo era ilegal ahora, sino que estaba en conflicto con un rival celoso de todos sus triunfos. Ya no se enfrentaban a un gobierno de tipo Manchú que «trataba a la gente como animales»; ni siquiera a uno nacionalista que «sujetaba el hacha del verdugo en una mano y en la otra las llaves de los ministerios del gobierno y te invitaba a escoger». El marxismo era en China un enemigo amargo e inexorable del movimiento anarquista y nunca, al contrario de otros países, habían luchado juntos en las grandes batallas obreras. Los marxistas formaron un Frente Popular al que los anarquistas no se unieron. Preferían crear sindicatos que los maoístas calificaban de «guaridas de serpientes».

En la clandestinidad


El movimiento anarquista se vio obligado a la clandestinidad, después de un breve período de comunicación con el mundo y de su demostración de resistencia en Changsa. Dentro del movimiento estaba claro que los compañeros «blandos» tendrían que transigir con el régimen. Buen número de profesores y académicos buscaron trabajos, dedicándose a menudo a la enseñanza de los clásicos, para evitar tener que alabar al régimen. Como el régimen de Mao andaba escaso de profesionales, perdonó a los que habían sostenido opiniones disidentes o que las seguían manteniendo (siempre que fuera en privado). Ningún intelectual chino marchó al exilio. Es verdad que todos ellos (no sólo los anarquistas) prefirieron quedarse antes que marchar a Formosa (tal era el odio que se tenía al sistema corrupto de Chiang Kai Chek) o a países extranjeros. Más tarde, muchos tendrían que salir, ya fuera desterrados o para evitar el encarcelamiento. Pa Chin se quedó en China y siguió escribiendo. Pero el destino último de todos estos intelectuales fue ser víctimas de la Revolución Cultural.

Antes de entrar en ello, debe decirse que los militantes anarquistas, preparados para lo peor, no fueron anulados por el régimen comunista. Ya durante el gobierno de Chiang Kai Chek habían sufrido las peores persecuciones. Sólo los más duros sobrevivieron. De esta manera, el grupo que quedó fue capaz de aguantar cualquier forma de opresión. De hecho, como organización industrial realizó mayores progresos bajo el régimen maoísta que bajo el nacionalista. En teoría, el control de los obreros existía en muchas fábricas, pero éstas estaban sujetas a la posibilidad de nacionalización. En otras palabras, aunque se suponía que los trabajadores dirigían las fábricas, el Estado nombraba a los directivos. Los obreros seguían tan oprimidos como antes. Pero había ahora una línea marcada: el militante industrial anarquista se concentró en la tarea de expulsar a los directivos. En todas las huelgas esta postura se dejaba sentir: despido de los oficiales del Partido, despido de la dirección. Expresar tales deseos es ahora un delito criminal inserto en el Código Penal.

La Revolución Cultural


Los estudiantes se levantaron en defensa de Mao, aunque su gesto no pueda compararse con el de los estudiantes de París, ni siquiera con los de Moscú. Se lanzaron a la calle para mantener el régimen y reafirmar sus propios privilegios; no salieron a protestar contra la alienación. En algunos casos, los mayores, profesores indecisos, eran (¡admitámoslo!) anarquistas «blandos» o que habían militado en movimientos radicales de uno u otro tipo. (Quizá despreciaran a los profesores por estar prestos a ayudar al régimen cuando ellos mismos «conocían todas las respuestas», aunque los trabajadores no aceptaran este punto de vista). La reacción contra la enseñanza académica comenzó y los profesores fueron humillados y ridiculizados públicamente. El profesor Hsaio, de 80 años, fue obligado a retirar cada noche el carro de la basura como parte de su «reeducación». En una carta llena de dignidad declaró que a su edad la única respuesta a la tiranía era el suicidio. No estaba además de acuerdo con sus alumnos en que la honorable labor del basurero fuera degradante; por el contrario, decía que lo degradante para el basurero sería que lo obligaran a ser profesor. Él, por su parte, había llevado la basura de un aula a otra durante mucho tiempo, y sentía que iba siendo hora ya de acabar su vida, agradeciendo así el propósito de los maoístas de humillarle. Hasta el Daily Mail de Londres, poco sospechoso de amistad con el movimiento anarquista, sino más bien de enemistad, publicó un tributo a este «Séneca chino» como Bernard Levin llamó una vez al viejo libertario. En algunos casos, los trabajadores de las fábricas actuaron con fuerza en defensa de los viejos intelectuales. El más honorable de los intelectuales anarquistas chinos, cuyo nombre se me pidió que no revelara, rechazó de plano el trabajo de profesor y vivió durante años en completa pobreza «esperando la muerte», en compañía de un puñado de amigos; su único medio de vida eran los paquetes que recibían regularmente de los obreros. Cuando su correo fue suprimido, los camioneros venían a proveerles de lo más elemental para vivir.

Éste fue, sin embargo, el destino únicamente del sector «universitario» del movimiento anarquista. La clase trabajadora se enfrentó a una experiencia completamente diferente. Para comprender la China moderna es necesario darse cuenta de que el movimiento anarquista estaba formado esencialmente por el proletariado industrial, siendo los de origen pequeño burgués una minoría. A pesar de su veneración por Kropotkin y sus enseñanzas sobre economía agrícola, el movimiento no cuajó entre el campesinado. Sólo después de la guerra de Corea llegó a introducirse entre ellos. El movimiento era muy prolífico en toda Corea, influenciado por los movimientos chino y japonés. Ahora son muchos los coreanos que viven en China; son los que han llevado las enseñanzas anarquistas a los campesinos, en un movimiento llamado «Hacia las comunas libres», cuyo grado de influencia es imposible evaluar por el momento. En el extranjero han aparecido informes exagerados, mientras que las propias fuentes chinas no se ponen de acuerdo sobre su magnitud.

El Partido Comunista, a pesar de las enseñanzas marxistas sobre la importancia del proletariado industrial, sólo se abrió paso entre el campesinado. Para los anarquistas, los comunistas no eran sino «señores de la guerra». A partir de la «Larga Marcha» de 1934, durante la cual los campesinos mostraron cualidades heroicas, los ejércitos comunistas ganaron terreno y reputación como soldados, no como obreros. No había unidad entre anarquistas y comunistas, ni siquiera en el trabajo; no trabajaban en el mismo lugar salvo en raras ocasiones. Para los maoístas, los anarquistas eran meros «agentes del capitalismo» y «agentes provocadores» que habían ocupado su lugar entre el proletariado industrial. Avergonzados como estaban de la influencia anarquista entre los obreros, consideraban al anarquismo como «un signo de atraso en China». Para los anarquistas, los marxistas eran sólo «señores de la guerra» y nunca pensaron en una alianza. Si se les diera a elegir entre vivir bajo Chiang o bajo Mao, no se mostrarían favorables a ninguno de ellos.

El cisma maoísta


Sin entrar en el tema del cisma maoísta, que constituiría un ensayo sobre el maoísmo mismo, puede decirse que una de las causas de la Revolución Cultural, por primera vez desde la llegada de Mao, fue el hecho de que los comunistas se habían introducido en los medios industriales, pasando a convertirse el marxismo en la doctrina oficial del proletariado industrial. Los anarquistas (aunque su número de afiliados no varió mucho) se convirtieron en una minoría. Los trabajadores comunistas y los miembros del Partido tenían intereses distintos. Los primeros habían adoptado muchas de las actitudes de los anarquistas. La degeneración del régimen trajo una creciente disciplina, impuesta por la máquina del Partido (en fábricas y comunas estatales), de un lado, y por el Ejército del otro. Se notaba un estado de guerra fría latente entre lo que podríamos llamar Partido de los Campesinos, Partido del Proletariado y Partido del Ejército, todos los cuales formaban el Partido Comunista.

Aún más, se habían producido enfrentamientos entre el PCCh único y los anarquistas y grupos radicales, en particular los populistas. (Estos últimos eran una coalición de elementos socialistas, sospechosos de estar dirigidos por Formosa). Como nadie controlaba los abusos del régimen, era difícil saber quién hacía las cosas. Los maoístas son estalinistas y apoyan la línea de Stalin; usaron el término «trotskistas» para denunciar a los revisionistas de la línea soviética o, indistintamente, el término revisionista contra Moscú y «trotskista» contra Tito, al menos hasta la muerte de Mao. Ciertamente que ninguno de sus ataques al trotskismo parece ir dirigido contra lo que nosotros entendemos por trotskismo, aunque también en Occidente el calificativo sea poco claro. El Ejército denunció a menudo al Partido del Proletariado como anarquista y viceversa, con lo que los anarquistas aparecían mucho más fuertes de lo que en realidad eran. Pero, ciertamente, todo movimiento que intente acabar con el control dirigente para establecer el de los trabajadores sin ninguna mediatización, o intente descentralizar las comunas, es anarquista para los maoístas y, desde luego, todas esas posturas forman parte del programa del movimiento anarquista chino. Las fuerzas con la que podía identificarse son, al igual que en otros países, mayores que ella misma.

Estos son, en pocas páginas, los orígenes del movimiento anarquista chino, que empieza a atraer ahora la atención de los historiadores. Una breve mención final cabe hacer de Pa Chin, que en 1979, tras varios años de continuas humillaciones, pudo volver a escribir, aunque no trabajos originales, sino revisiones de sus propios libros. Los trabajos escritos por Pa Chin con este nombre, están siendo reeditados, aunque ya sus personajes no son anarquistas: los retratos de Bakunin han desaparecido de las paredes, los héroes y heroínas se han convertido en seguidores de Mao y, como última degradación, los finales han tenido que ser reescritos porque eran demasiado pesimistas. Esto es lo que ha tenido que hacer Pa Chin, para poder escribir y publicar y no morirse de hambre. Los militantes de otros muchos países quizá le critiquen por haber claudicado; de hecho, en cierto momento, el profesor Hsaio decidió que, después de todo, a su edad «no era inútil arrojarse al océano». (Ver Apéndice II). Sin embargo, los militantes chinos mantuvieron un punto de vista diferente: no maldijeron a los anarquistas «blandos». Su furia se dirigió contra el régimen maoísta. La amargura y el sentimiento de frustración que les invadió al enterarse de las indignidades que abrumaron a hombres como Pa Chin, es compartida por todos aquéllos que tuvieron relación, en Londres y París, con compañeros anarquistas chinos y fueron ganados por su sentido de la dignidad personal, responsabilidad y capacidad para enfrentarse sin desazón a la enorme tarea de educar a un país tan vasto en su camino hacia la libertad.

Apéndice I

Esta octavilla satírica sobre los anarquistas chinos apareció en 1938. Fue escrita probablemente por un comunista, aunque el Kuomintang la hiciera circular profusamente. Se parece algo al llamado «Mensaje para García» (una historia corta sobre la guerra de Cuba, distribuida por la cadena Hearst y conocida más tarde en todo el mundo como un panfleto antisocialista). Esta octavilla circuló por toda China:

«¡Qué sublime es ser anarquista! Qué agradable es, mis queridos amigos, pertenecer a lo que el señor Pa Chin llama la noble banda de sacrificados idealistas: ¡los anarquistas, nada menos! El Profeta Armado nos dijo una vez que anarquismo significaba utopía, paraíso, y que se realizaría en China por vez primera. ¿No tenía razón, queridos amigos anarquistas? ¿No vivimos en una utopía ahora en China? Debéis saber que todos los hombres somos hermanos, que os amamos a todos, y que cuando hayamos acabado con quienes no estamos de acuerdo, ni un alma quedará en zozobra, ni un perro vagabundeará por las calles. Pero nuestros hermanos no son los comunistas, ni el Kuomintang y menos el invasor japonés. ¡De verdad que no! Si eres trabajador y anarquista, remolonea en el trabajo y roba los materiales; piensa sólo en mayores salarios. No importa que estés bajo el gobierno invasor o el patriótico, el comunista o el Kuomintang. Si eres campesino, esconde tu ganado y piensa sólo en tu familia. ¿Patriotismo? ¡Ya lo hemos abolido! ¿Comunismo? ¡No existe! Si eres soldado, corre con tus pistolas y municiones; te serán muy útiles cuando seas un bandido. Pero no debemos decir bandido. Nada hiere más a los anarquistas que usar tal término. ¿Roba en la vía pública? Sí, pero es un idealista. Sólo roba a los que se oponen al anarquismo. Pero como el anarquista es opuesto a cualquier gobierno, es libre de robar a todo el mundo, y si un extranjero viene a China pues también a él debe robársele. ¿Qué mejor que ser anarquista? Los deberes familiares son un engaño; el país es un mito; el patriotismo está pasado de moda; no le debes lealtad a ningún partido revolucionario. Porque vosotros, ricos mercaderes que despreciáis al anarquismo como mera retórica, con vuestras barrigas llenas de leyes, no sabéis ni la mitad de él. Estos idealistas que han renunciado a todo, no mandan a sus hijos al servicio militar; no renuncian a nada por la causa común; y no les afecta para nada el dicho de que «las leyes están para ser observadas». Uno nunca debe castigar a un anarquista por violar la ley. A otros criminales sí. Pero harán grandes manifestaciones de protesta y, probablemente, matarán al verdugo; y los intelectuales no dirán: “¡Qué horror!”. Suspirarán y dirán: “¡En China no existen ni libertad ni justicia!”»

Apéndice II

Los anarquistas chinos han creído siempre en el uso del llamado «terrorismo». Acusados de incoherentes por oponerse al militarismo pero admitir (y practicar) el asesinato, Li Shih-Tseng, sin embargo, arguyó: «El militarismo significa sacrificar vidas y dinero para que los poderosos puedan conservar su poder y el del Estado. Por tanto, es injusto y debe ser eliminado. El asesinato revolucionario, por contra, es el sacrificio de la persona para eliminar al enemigo de la humanidad, extendiendo los derechos comunes del mundo. Estos dos conceptos, militarismo y asesinato revolucionario, son completamente diferentes.» (Estas líneas están contenidas en sus famosas “Respuestas” a las objeciones puestas a los anarquistas).

Otra objeción rebatida por Li era la de quienes pensaban que la vergüenza moral alteraría al régimen Imperial. Muchos jóvenes estudiantes se suicidaron en Japón en protesta contra el gobierno (una acción similar a la de los monjes budistas en años recientes). En su trabajo titulado “Sobre la inutilidad de arrojarse al océano” Li escribe: «Si vosotros, compañeros, veis realmente en la muerte la respuesta a la situación, ¿por qué no seguís los pasos del Partido Terrorista Ruso matando a uno o dos de los ladrones de la humanidad como precio a vuestra muerte? Es igual ahogarse en el mar que morir decapitado, ambas son muertes al fin y al cabo. Pero son diferentes en su trascendencia. Mientras la primera no tiene impacto y la persona muere simplemente como un valiente, la segunda tiene gran impacto, especialmente en la clase oficial china. En suma, en este siglo XX, si hay posibilidad de eliminar, aunque sea a un solo ladrón de la humanidad y reducir así una parte del poder dictatorial, el año de la gran revolución china estará más cerca...».

Apéndice III

Como información curiosa, al margen del movimiento anarquista chino en sí, puede hablarse de la creciente popularidad de los restaurantes chinos en Europa y del creciente interés por la comida china, que tienen su primer eslabón en la casa de té abierta en París en 1902, construida para financiar la propaganda anarquista. La idea de que los estudiantes chinos fueran al extranjero a aprender sobre la industria moderna, viviendo al tiempo de su trabajo como cocineros chinos, es del anarquista Chang Ching Chiang. Pocos propietarios de restaurantes chinos lo saben.

Apéndice IV: Pa-Chin y los judíos


Un curioso aspecto de la obra de Pa-Chin, no citado por la profesora Lang, me fue dado a conocer por un amigo que visitó China en 1948. Un escritor chino le dijo que una de las mayores dificultades para traducir algunas novelas rusas y polacas era que estaban llenas de personajes judíos caricaturizados o denigrados, y que a los chinos les parecía esto increíble, debido a la imagen que Pa-Chin había dado de los judíos en sus novelas. Éste siempre había presentado al judío como heroico militante y no como burgués. Dicha imagen no era arquetípica del judío en Pa-Chin; era que los únicos judíos que conocía pertenecían a los círculos anarquistas de París. Desconocía la existencia de judíos religiosos o comerciantes. Emma Goldman aparece a menudo en sus novelas; también Berkman, en varios pasajes; y su gran héroe, en Sueños en el mar, es Shalom Schwarzbart, un anarquista judío que mató en París al general zarista Simon Petliura, en venganza por las masacres ucranianas de . Pa-Chin inventó incluso una palabra china: Hsia-t'zu-pa-te (Barba blanca, Schwarz-bart) para describir a «los judíos que no habían sido nunca esclavos».

Apéndice V


Emma Goldman era la representante en Londres de la CNT-FAI. En los años 1936 a 1939, como su agente en Londres, estuvo también en contacto con el movimiento anarquista chino. Pa Chin, que la describía como su «madre espiritual», era viejo amigo suyo. Cuando los anarquistas británicos intentaron enviar voluntarios a España, la CNT-FAI les pidió que no lo hicieran. La razón era que no querían que quedaran mermados los movimientos anarquistas del mundo. En España, su ayuda sería muy pequeña y en sus países de procedencia su ausencia se notaría mucho más. A los chinos se les hizo la misma petición. Los 25 que quisieron ir no tenían relación con el grupo de Shangai. Finalmente, creo que sólo un chino llegó a España: un químico que alcanzó una importante posición en la industria. Cuando cayó Barcelona, declaró la nacionalidad británica, siendo entregado a la marina inglesa y enviado a Hong-Kong.