jueves, 30 de septiembre de 2010

INTERNACIONALISMO Y NACIONALISMO

Por Ángel J. Cappelletti

El anarquismo es esencialmente internacionalista, como lo fue, en sus orígenes, el socialismo marxista.

En la medida en que las fronteras políticas son obvia consecuencia de la existencia de los Estados, los anarquistas no pueden menos que considerarlas también fruto de una degeneración autoritaria y violenta de la sociedad.

El cosmopolitismo de los antiguos cínicos y estoicos, fundado en la idea de la humanidad como un todo natural y moral, es acogido, a través de ciertos aspectos de la ilustración, como uno de los componentes esenciales de la filosofía social anarquista.

Mientras en el marxismo la actitud internacionalista (tantas veces minimizada y negada, inclusive antes de la neoeslavofilia de Stalin) se funda en la idea de que la clase social constituye, por encima de toda frontera política y cultural, un vínculo universal más sólido que la pertenencia a un mismo Estado o a una misma raza o nacionalidad, en el anarquismo se funda simple y absolutamente en la convicción de que no hay unidad más real (puesto que no hay ninguna más natural) que la de la especie humana.

En el marxismo, la posición internacionalista deriva de un hecho histórico; en el anarquismo, de un hecho biológico y de una exigencia ética.

La patria es rechazada en la medida en que se vincula con el Estado nacional; en la medida en que se deja representar por un gobierno y se presenta como enfrentada a las otras «patrias»; en la medida en que exige un ejército o fuerza armada para conservar su ser y su identidad. El antinacionalismo anarquista deriva de su antiestatismo y genera, a su vez, el antimilitarismo y el pacifismo del cual hablaremos más adelante.

La literatura de propaganda anarquista ha insistido mucho, sin embargo, a semejanza de la marxista, en el usufructo de la noción de «patria» por parte de la burguesía. Y lo cierto es que el nacionalismo, en la Edad Moderna, ha estado siempre vinculado a la clase burguesa y ha sido siempre ajeno, como ideología, a la clase obrera.

Si por nacionalismo se entiende la consideración de la nación y del Estado nacional como un valor supremo, podría verse al anarquismo como su más clara antítesis, esto es, como un antinacionalismo radical. Pero si, prescindiendo de lo ideológico, nos atenemos al plano de los sentimientos y los vínculos afectivos, ningún anarquista negará, por lo menos en la práctica, que el amor hacia la tierra que nos vio nacer (a su paisaje, a su lengua, a sus tradiciones, etc.) es, por lo menos, tan natural como el amor que sentimos por nuestros padres, hermanos e hijos. El nacionalismo, en este sentido, como bien lo veía Landauer, no es sin duda incompatible con el internacionalismo y con el repudio del Estado y de la guerra. Pocos pensadores hubo más rusos que Toistoi o más franceses que Proudhon; pocos españoles más españoles que los militantes de la FAI.

Extraído de La Ideología anarquista de Ángel j. Cappelletti.

Mi patria el mundo, mi familia la humanidad.

domingo, 26 de septiembre de 2010

La «Majnovchina»

[En el libro de Daniel Guèrin El anarquismo nos habla en un capítulo sobre la Revolución Rusa y los anarquistas. Hay una parte que nos habla sobre el movimiento insurgente del sudeste de Ucrania entre los años 1918-1921, la guerrilla majnovista dirigida por el anarquista Nestor Majno. También os pongo una foto del museo sobre la Revolución en la ciudad ucraniana de Zaporizhia con objetos de este movimiento revolucionario.]
Si bien la eliminación de los grupos anarquistas urbanos, pequeños núcleos impotentes, iba a ser tarea relativamente fácil, no sucedería lo mismo con los del Sur de Ucrania, donde el campesino Néstor Majno había formado una fuerte organización anarquista rural de carácter económico y militar. Hijo de campesinos ucranianos pobres, Majno contaba apenas treinta años en 1919. Participó en la Revolución de 1905 y abrazó la idea anarquista siendo muy joven. Condenado a muerte por el zarismo, su pena fue conmutada por la de ocho años de encierro, tiempo que pasó casi siempre encadenado en la cárcel de Butirki. Esta fue su única escuela, pues allí, con la ayuda de un compañero de prisión, Piotr Arshinov, llenó, siquiera parcialmente, las lagunas de su educación.

La organización autónoma de las masas campesinas que se constituyó por su iniciativa inmediatamente después del movimiento de octubre, abarcaba una región poblada por siete millones de habitantes que formaba una suerte de círculo de 280 por 250 kilómetros. La extremidad sur de esta zona llegaba al mar de Azov, incluyendo el puerto de Berdiansk. Su centro era Guliai-Polié, pueblo que tenía entre veinte y treinta mil habitantes. Esta región era tradicionalmente rebelde. En 1905, fue teatro de violentos disturbios.

Todo comenzó con el establecimiento, en suelo ucranio, de un régimen derechista impuesto por los ejércitos de ocupación alemán y austríaco. El nuevo gobierno se apresuró a devolver a sus antiguos propietarios las tierras que los campesinos revolucionarios acababan de quitarles. Los trabajadores del suelo tomaron las armas para defender sus recientes conquistas, tanto de la reacción como de la intempestiva intrusión, en la zona rural, de los comisarios bolcheviques y de sus requisas, gravosas por demás. Esta gigantesca rebelión campesina tuvo como alma Mater a un hombre justiciero, una especie de Robin Hood anarquista, a quien los campesinos llamaban «Padre» Majno. Su primer hecho de armas fue la conquista de Guliai-Polié, a mediados de septiembre de 1918. Pero el armisticio del 11 de noviembre trajo consigo la retirada de las fuerzas de ocupación germano-austríacas y brindó a Majno una ocasión única para reunir reservas de armas y materiales.

Por primera vez en la historia, en la Ucrania liberada se aplicaron los principios del comunismo libertario y, dentro de lo que la situación de guerra civil permitía, se practicó la autogestión. Los campesinos cultivaban en común las tierras disputadas a los antiguos terratenientes y se agrupaban en «comunas» o «soviets de trabajo libres», donde reinaban la fraternidad y la igualdad. Todos —hombres, mujeres y niños— debían trabajar en la medida de sus fuerzas. Los compañeros elegidos para cumplir temporalmente las funciones administrativas volvían a sus tareas habituales, junto a los demás miembros de la comuna, una vez terminada su gestión.

Cada soviet era sólo el ejecutor de la voluntad de los campesinos de la localidad que lo había elegido. Las unidades de producción estaban federadas en distritos, y éstos, en regiones. Los soviets formaban parte de un sistema económico de conjunto, basado en la igualdad social. Debían ser absolutamente independientes de cualquier partido político y no se permitía a ningún político profesional tratar de gobernarlos amparándose tras el poder soviético. Sus miembros tenían que ser trabajadores auténticos, dedicados a servir exclusivamente los intereses de las masas laboriosas.

Siempre que los guerrilleros majnovistas entraban en una localidad, fijaban carteles que rezaban: «La libertad de los campesinos y de los obreros les pertenece y no puede ni debe sufrir restricción alguna. Corresponde a los propios campesinos y obreros actuar, organizarse, entenderse en todos los dominios de la vida, siguiendo sus ideas y deseos (...). Los majnovistas sólo pueden ayudarlos dándoles consejos u opiniones (...). Pero no pueden ni quieren, en ningún caso, gobernarlos.»

Cuando, posteriormente, en el otoño de 1920, los hombres de Majno se vieron obligados a celebrar un efímero acuerdo de igual a igual con el poder bolchevique, insistieron en que se añadiera la siguiente cláusula: «En la región donde opere el ejército majnovista, la población obrera y campesina creará sus propias instituciones libres para la autoadministración económica y política; dichas instituciones serán autónomas y estarán ligadas federativamente —por pactos— con los organismos gubernamentales de las repúblicas soviéticas». Consternados, los negociadores bolcheviques decidieron remitir esta cláusula a Moscú para su estudio; ni que decir que en la capital se la juzgó «absolutamente inadmisible».

Uno de los puntos relativamente débiles del movimiento majnovista lo constituyó el escaso número de intelectuales libertarios que tuvieron participación directa en él. De todos modos, por momentos al menos, recibió ayuda exterior. Primero lo auxiliaron los anarquistas de Jarkov y de Kursk que, a fines de 1918, se fusionaron en una alianza bautizada con el nombre de Nabat (Alarma), cuyo principal animador era Volin. En abril de 1919, celebraron un congreso donde se pronunciaron «categórica y definitivamente contra toda intervención en los soviets, convertidos en organismos puramente políticos y organizados sobre bases autoritarias, centralistas y estatistas». El gobierno bolchevique consideró este manifiesto como una declaración de guerra, y el grupo Nabat tuvo que suspender sus actividades. En julio de ese año, Volin logró llegar al cuartel general de Majno y allí, de concierto con Piotr Arshinov, tomó a su cargo la sección de cultura y educación del movimiento. Fue también presidente de uno de los congresos majnovistas, que se reunió en octubre en la ciudad de Alexandrovsk, donde se adoptaron Tesis Generales que dejaban sentada la doctrina de los «soviets libres».

En las reuniones del movimiento se congregaban delegados de los campesinos y de los guerrilleros, pues la organización civil era la prolongación de un ejército campesino rebelde que practicaba la táctica de las guerrillas. Esta fuerza era notablemente móvil, capaz de recorrer hasta cien kilómetros por día, no sólo merced a su caballería sino también a su infantería, que se desplazaba en ligeros vehículos suspendidos sobre flejes y tirados por caballos. Estaba organizada con arreglo a principios específicamente libertarios, tales como el servicio voluntario, la designación electiva de todos los grados y la aceptación voluntaria de la disciplina. Es de notar que todos obedecían rigurosamente las reglas disciplinarias, que eran elaboradas por comisiones de guerrilleros y luego validadas por asambleas generales.

Los cuerpos de guerrilleros de Majno dieron mucho que hacer a los ejércitos «blancos» intervencionistas. En cuanto a las unidades de los guardias rojos bolcheviques, eran bastante ineficaces. Sólo combatían junto a las vías férreas y jamás se alejaban de sus trenes blindados; al primer fracaso, se replegaban y, muchas veces, ni siquiera daban tiempo a sus propios soldados para volver a subir. Por ello inspiraban poca confianza a los campesinos que, aislados en sus villorrios y privados de armas, habrían estado a merced de los contrarrevolucionarios. «El honor de haber aniquilado la contrarrevolución de Denikin en el otoño de 1918, corresponde principalmente a los insurrectos anarquistas», escribe Arshinov, cronista de la majnovchina.

Majno se negó en todo momento a poner su ejército bajo el mando supremo de Trotski, jefe del Ejército Rojo, después de que las unidades de los guardias rojos se fusionaron en este último. El gran revolucionario creía su deber encarnizarse contra el movimiento rebelde. El 4 de junio de 1919, dictó una orden por la cual prohibía el próximo congreso de los majnovistas, a quienes acusaba de levantarse contra el poder de los soviets en Ucrania, estigmatizaba como acto de «alta traición» cualquier participación en dicho congreso y mandaba arrestar a sus delegados. Iniciando una política imitada dieciocho años después por los estalinistas españoles en su lucha contra las brigadas anarquistas, Trotski se negó a dar armas a los guerrilleros de Majno, con lo cual eludía su deber de auxiliarlos, y luego los acusó de «traidores» y de haberse dejado vencer por las tropas blancas.

No obstante, los dos ejércitos actuaron de acuerdo en dos oportunidades, cuando la gravedad del peligro intervencionista exigió su acción conjunta. Primero, en marzo de 1919, contra Denikin, y luego, durante el verano y el otoño de 1920, momento en que las tropas blancas de Wrangel llegaron a constituir una seria amenaza, finalmente eliminada por Majno. Una vez conjurado el peligro extremo, el Ejército Rojo no tuvo reparos en reanudar las operaciones militares contra los guerrilleros de Majno, quienes le devolvían golpe por golpe.

A fines de noviembre de 1920, el gobierno, sin el menor escrúpulo, les tendió una celada. Se invitó a los oficiales del ejército majnovista de Crimea a participar en un consejo militar. Tan pronto como llegaron a la cita, fueron detenidos por la Cheka, policía política, y fusilados, previo desarme de sus guerrilleros. Simultáneamente, se lanzó una ofensiva a fondo contra Guliai-Polié. La lucha entre libertarios y «autoritarios» —lucha cada vez más desigual— duró otros nueve meses. Por último, Majno tuvo que abandonar la partida al ser puesto fuera de combate por fuerzas muy superiores en número y equipo. En agosto de 1921 logró refugiarse en Rumania, de donde pasó a París, ciudad en la que murió tiempo después, pobre y enfermo. Así terminó la epopeya de la majnovchina, que fue, según Piotr Arshinov, el prototipo de movimiento independiente de las masas laboriosas y, por ello, sería futura fuente de inspiración para los trabajadores del mundo.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Albert R. Parsons, un héroe americano

[Texto escrito por Ángel J. Cappelletti sobre uno de los «Mártires de Chicago».]
De los siete obreros condenados el 20 de agosto de 1886, en Chicago, por los sucesos de Haymarket (4 de mayo del mismo año) sólo uno era americano por ascendencia y por nacimiento: Albert R. Parsons. Junto con tres de sus compañeros fue ejecutado el 11 de noviembre de 1887. En el momento de morir pronunció estas palabras: «¡Dejad que se oíga la voz del pueblo!»

Mientras esperaba en la cárcel su sentencia primero y su ejecución después, escribió un libro, más tarde editado por su esposa, que se titula La anarquía, su filosofía y sus bases científicas.

«El juicio de los anarquistas ha sido considerado una farsa por muchos observadores imparciales que de ninguna manera estaban vinculados con el movimiento anarquista y resulta difícil leer las actuaciones del caso sin llegar a la conclusión de que fue la mayor parodia de justicia perpetrada jamás en una corte americana», dice Morris Hillquit (History of Socialism in the United States, New York, 1971, pág.227). El capitalismo y su brazo ejecutor, el Estado norteamericano, que tantos millones de víctimas habían de dejar esparcidos en el mundo, comenzaron sin duda por derramar la sangre de sus compatriotas rebeldes. Asesinaron a muchos obreros inmigrantes, pero también a no pocos de sus conciudadanos. Y entre ellos destaca, como figura por muchas razones prototípica, Albert R. Parsons, obrero, escritor, orador, mártir.

Nacido en 1844 en Montgomery, en el sureño y esclavista estado de Alabama, perdió a sus padres cuando tenía aún pocos años. Un hermano, W. R. Parsons, general del ejército de la Confederación, lo llevó consigo a Texas. En una escuela de Waco recibió alguna educación, aunque es seguro que su cultura fue sobre todo la de un autodidacta. A los quince años aprendió (como aquel gran autodidacta P. J. Proudhon) el oficio de tipógrafo. Trabajo en el Galveston News y, al estallar la guerra civil, se enroló en el ejército confederado y sirvió allí como artillero bajo el mando de su hermano. Pero pronto sus lecturas y sus experiencias posteriores a la contienda lo llevaron a abrazar con firmeza la causa antiesclavista. En 1886 publicó, con el propósito de difundir sus convicciones, un periódico desde el cual defendían los derechos de los negros. En realidad no hacía sino proclamar lo que en 1862 había dicho el presidente Lincoln: «Al dar la libertad al esclavo, aseguramos la libertad a los que son libres». Se afilió al Partido Republicano, que había sido el de Lincoln, y obtuvo posiciones importantes dentro del que era, por entonces, el partido político promotor del antiesclavismo. El Espectador , periódico que había fundado en Waco, se convirtió en tribuna de la igualdad de razas y de todas las causas liberales del momento. Llegó a ocupar varios cargos públicos en Austin y fue secretario de la cámara de senadores de Texas. Pero, sin duda, sus ideas, que no eran todavía sino las de un liberal consecuente, resultaban intolerables para sus conciudadanos (y, ante todo, para su hermano, el general esclavista). El ambiente se hizo para él irrespirable en medio de los «libres» ciudadanos del Sur. Su liberalismo honrado lo llevaba, sin esfuerzos, al socialismo y al anarquismo. Comenzaba a advertir que el sentido cabal de la frase de Lincoln iba más allá de lo que el propio Lincoln pensaba y quería, y no tenía otra interpretación honesta más que en la idea de Bakunin, para quien la libertad de cada uno no existe sino en la libertad igual de todos los demás y para quien una libertad sin igualdad es una abstracción y, más aún, una farsa. Debió huir de Texas y en Chicago pasó a integrar las filas del proletariado, al tener que ganarse la vida como tipógrafo. Desde entonces su lucha contra el esclavismo del Sur se convierte en lucha contra la explotación obrera del Norte. En ningún país del mundo los cambios sociales y económicos son tan rápidos, durante el siglo XIX, como en los Estados Unidos. Esto explica como un mismo hombre puede dedicar la primera parte de su vida a pelear contra la esclavitud y la segunda a luchar contra la explotación de proletariado industrial. (De hecho, no fueron pocos los socialistas que se enrolaron en el Ejército de la Unión. Entre ellos hay que contar a August Willich, miembro de la Liga Comunista de Londres, junto a Marx y Engels).

El 4 de julio de 1874 varias secciones desprendidas de la Internacional junto con algunos grupos obreros radicales de Nueva York y Filadelfia habían organizado el «Social Democratic Workingmen’s Party of North America». Sus fundadores provenían en buena parte, como dice Hillquit, de la escuela de LaSalle y concedían a la acción política una importancia mayor que los miembros de la Internacional. Albert R. Parsons se afilió a este Partido al año siguiente. Del viejo Partido Republicano, que representaba entonces la ideología liberal (por oposición al Partido Demócrata, conservador y, en el Sur, fuertemente esclavista), pasaba así Parsons a un Partido Socialista. Es preciso tener en cuenta, sin embargo, que se trataba de un socialismo reformista que, si bien incluía en su plataforma «la lucha y la organización de todos los trabajadores unidos» y manifestaba su «simpatía por los trabajadores de todos los países que peleaban por obtener sus mismos objetivos», aspiraba a «obtener el poder público, como prerrequisito para la solución del problema social». En 1876 Parsons, incansable luchador, organizó en Chicago la «Asamblea de los Caballeros del Trabajo». Fue nombrado «Maestro» del Distrito 24 de esta organización y presidió durante tres años las asambleas de oficio. En 1879 el Partido lo propuso como candidato a la presidencia de los Estados Unidos, pero la nominación no fue legalmente aceptada por no haber cumplido aún Parsons los treinta y cinco años exigidos por el precepto constitucional. Poco a poco, a través de la acción sindical y del estudio de los autores socialistas, se fue alejando del reformismo estatista de los lasalleanos. Su pensamiento se radicalizó.

En 1880 adhirió, entre los primeros, al Partido Social-Revolucionario. El cambio era tan importante como el que diera al pasar del Partido Republicano al Social Demócrata, o tal vez más. De hecho, los socialistas revolucionarios en Estados Unidos como en Rusia, estaban bastante cerca de los anarquistas. En el congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores realizado en Pittsburgh en 1883, Parsons fue, según parece, el principal inspirador de un programa francamente revolucionario, acorde con la línea bakuninista predominante en los congresos europeos de la Primera Internacional. En 1884 comenzó a publicar el periódico anarquista Alarm, órgano del Grupo Americano de la AIT. «Era un orador elocuente y magnético y un talentoso organizador, y entre 1875 y 1886 se dice que dirigió no menos de mil asambleas de masas y viajó a través de dieciséis estados como organizador del Partido Socialista del Trabajo y, más tarde, de la Asociación Internacional de Trabajadores, dice M. Hillquit (op. cit., pág. 226). Es indudable que «sus continuos servicios a la organización y su actividad incansable, como asimismo su palabra fluida y convincente, hicieron de Albert R. Parsons una de las más importantes figuras» del movimiento obrero en Norteamérica, comenta Ricardo Mella (La tragedia de Chicago, México, 1977, pág.92). El mismo autor transcribe párrafos del discurso que Parsons pronunció ante el tribunal que ya lo había condenado a muerte, los días 8 y 9 de octubre de 1886, hace justamente un siglo.

De este discurso, que duró en total unas ocho horas, nos parece oportuno citar aquí también algunas partes. Este fue el inicio: «Me preguntáis por qué razones no debe serme aplicada la pena de muerte, o lo que es lo mismo ¿qué fundamentos hay para concederme una nueva prueba de mi inocencia? Yo os contesto y os digo que vuestro veredicto es el veredicto de la pasión, engendrado por la pasión, alimentado por la pasión y realizado, en fin, por la pasión de la ciudad de Chicago. Por este motivo, yo reclamo la suspensión de la sentencia y una nueva prueba inmediata… No podéis negar que vuestra sentencia es el resultado del odio de la prensa burguesa, de los monopolizadores del capital, de los explotadores del trabajo… En los veinte años pasados, mi vida ha estado completamente identificada con el movimiento obrero en América, en el que tomé siempre una participación activa. Conozco, por tanto, este movimiento perfectamente, y cuanto de él diga en relación con este proceso no será más que la verdad, toda la verdad de los hechos. Hay en Estados Unidos, según el censo de 1880, dieciséis millones doscientos mil jornaleros. Éstos son los que por su industria crean toda la riqueza de este país. El jornalero es aquel que vive de un salario y no tiene otros medios de subsistencia que la venta de su trabajo hora por hora, día por día, año por año. Su trabajo es toda su propiedad; no posee más que su fuerza y sus manos… Pues bien, toda esta gente, que es la que crea la riqueza, como ya he dicho, depende de la clase adinerada, de los propietarios. Ahora bien, señores, yo, como trabajador, he expuesto los que creía justos clamores de la clase obrera, he defendido su derecho a la libertad y a disponer del trabajo y de los frutos del trabajo como les acomode. Me preguntáis por qué no debo ser ejecutado y entiendo que esta pregunta implica también que deseáis saber para qué existe en este país una clase de gente que apela a vosotros para que nos concedáis una nueva prueba. Yo creo que los representantes de los millonarios de Chicago organizados, que los representantes de la llamada “Asociación de los Ciudadanos de Chicago” os reclaman nuestra inmediata extinción por medio de una muerte ignominiosa. Ellos de una parte y vosotros de otra. Vosotros os levantáis en medio representando la justicia. ¿Y qué justicia es la vuestra que lleva a la horca a hombres a quienes no se les ha probado ningún delito? Este proceso se ha iniciado y se ha seguido contra nosotros, inspirado por los capitalistas, por los que creen que el pueblo no tiene más que un derecho y un deber, el de la obediencia. Ellos han dirigido el proceso hasta este momento, y como ha dicho muy bien Fielden (otro de los obreros condenados), se nos ha acusado ostensiblemente de asesinos y se acaba por condenarnos como anarquistas». Como diría Kropotkin en una carta dirigida al New York Herald: «Una buena dosis de venganza, pero ningún hecho concreto, es todo lo que se infiere al proceso de Chicago». No se condenó a Parsons y sus compañeros por haber arrojado una bomba (nadie pudo probar nunca que lo hicieran), sino por ser anarquistas. Y este hecho ni Parsons ni ninguno de los condenados lo ocultó jamás. «Pues bien, —dice continuando su discurso— soy anarquista.»

Y como el término se prestaba entonces (y se presta aún ahora) a muchos equívocos, provocados por la ignorancia o por la mala fe, Parsons se considera obligado a explicar su significado: «¿Qué es el socialismo o la anarquía? Brevemente definido, es el derecho de los productores al uso libre e igual de los instrumentos de trabajo y el derecho al producto de su labor. Tal es el socialismo. La historia de la humanidad es progresiva: es, al mismo tiempo, evolucionista y revolucionaria. La línea divisoria entre la evolución y la revolución jamás ha podido ser determinada. Evolución y revolución son sinónimos. La evolución es el periodo de incubación revolucionaria. El nacimiento es una revolución; su proceso de desarrollo, la evolución».

Y, a continuación, explica Parsons el surgimiento histórico del capitalismo y de la clase obrera: «Primitivamente la tierra y los demás medios de vida pertenecían en común a todos los hombres. Luego se produjo un cambio por medio de la violencia, del robo y de la guerra. Más tarde la sociedad se dividió en dos clases: amos y esclavos. Después vino el sistema feudal y la servidumbre. Con el descubrimiento de América se transformó la vida comercial de Europa, y a la abolición de la servidumbre surgió el sistema del salario. El proletariado nació en la Revolución francesa en 1789 y 1793. Entonces fue cuando por primera vez se proclamó en Europa la libertad civil y política. Con una simple hojeada a la historia se ve que e siglo XVI fue el siglo de la lucha por la libertad religiosa y de conciencia, esto es, la libertad de pensamiento; que los siglos XVII y XVIII fueron el prólogo de la gran Revolución francesa, que al proclamar la República, instituyó el derecho a la libertad política; y hoy, siguiendo las leyes eternas del proceso y de la lógica, la lucha es puramente económica e industrial y tiende a la supresión del proletariado, de la miseria, del hambre y de la ignorancia. Nosotros somos aquí los representantes de esa clase próxima a emanciparse, y no porque nos ahorquéis dejará de verificarse el inevitable progreso de la humanidad».

La naturaleza de la llamada por entonces «cuestión social» y los fundamentos del socialismo son expuestos a continuación: «¿Qué es la cuestión social? No es un asunto de sentimiento, no es una cuestión religiosa, no es un problema político; es un hecho económico externo, un hecho evidente e innegable. Tiene, sí, sus aspectos emocionales, religiosos y políticos; pero la cuestión es, en su totalidad, una cuestión de pan, de lo que diariamente necesitamos para vivir. Tiene sus bases científicas y yo voy a exponeros, según los mejores autores, los fundamentos del socialismo. El capital, capital artificial, es el sobrante acumulado del trabajo. La función del capital se reduce actualmente a apropiarse y confiscar para su uso exclusivo y su beneficio el sobrante del trabajo de los que crean toda la riqueza. El capital es el privilegio de unos cuantos y no puede existir sin una mayoría cuyo modo de vida consiste en vender su trabajo a los capitalistas. El sistema capitalista está amparado por la ley y, de hecho, la ley y el capital sin una misma cosa. ¿Y qué es el trabajo? El trabajo es un ejercicio por el cual se paga un precio llamado salario. El que lo ejecuta, el obrero, lo vende, para vivir, a los poseedores del capital. El trabajo es la expresión de la energía y del poder productor. Esta energía y este poder han de venderse a otra persona, y en esta venta consiste el único medio de existencia para el obrero. Lo único que posee y que en realidad produce para sí es el jornal. Las sedas, los palacios, las joyas, son para otros. El sobrante de su trabajo no se le paga; pasa integro a los acaparadores del capital. ¡Este es vuestro sistema capitalista!»

Tras esta exposición didáctica, clara, objetiva (aunque evidentemente elemental y esquemática), la Corte levantó la sesión. Al reiniciarse al día siguiente, Parsons se concentró en su propia defensa: «Yo no he violado ninguna ley de este país. Ni yo ni mis compañeros hemos abusado de los derechos de todo ciudadano de esta República. Nosotros hemos hecho uso del derecho constitucional a la propia defensa, nos hemos opuesto a que se arrebatara al pueblo americano aquellos derechos. Pero, los que nos procesado imaginan que nos han vencido porque se proponen ahorcar a siete hombres, siete hombres a quienes se quiere exterminar violando la ley, porque defienden sus inalienables derechos: porque apelan al derecho de la libre emisión del pensamiento y lo ejercitan, porque luchan en defensa propia. ¿Creéis, señores, que cuando nuestros cadáveres hayan sido arrojados al montón se habrá acabado todo? ¿Creéis que la guerra social se acabará estrangulándonos bárbaramente? ¡Ah no! Sobre vuestro veredicto quedará el de pueblo americano y el mundo entero para demostraros vuestra injusticia y las injusticias sociales que nos llevan al cadalso; quedará el veredicto popular Para decir que la guerra social no ha terminado por tan poca cosa».

Más adelante se dedica a demostrar, por fin (como si esto no fuera para él lo más importante), su inocencia personal, es decir, su no participación en el atentado terrorista que se le atribuía y por el cual se lo había condenado a muerte: «Ya he probado cómo fui al mitin de Haymarket sin plan previo y solicitado a última hora por mis amigos. Ya sabéis que me acompañaron mi esposa [Lucy E. Parsons], miss Holmes, otras dos señoritas más y mis dos niños. Y ahora pregunto: ¿es posible que en tales circunstancias y en tales condiciones acudiese a un lugar donde se hubiese de desarrollar la trama de un complot para arrojar bombas de dinamita? Esto es increíble; está fuera de la naturaleza humana creer en la posibilidad de un hecho tan monstruoso».


La defensa de Parsons concluye con la relación de su voluntaria comparecencia ante el tribunal, cuando ya había salido de la ciudad y podía haberse ocultado: «Cuando vi que se había fijado el día de la vista de este proceso, juzgándome inocente y sintiendo asimismo que mi deber era estar al lado de mis compañeros y subir con ellos, si era preciso, al cadalso: que mi deber era también defender los derechos de los trabajadores y la causa de la libertad y combatir la opresión, regresé sin vacilar a esta ciudad». Este rasgo heroico corona una vida al servicio de la justicia y de la libertad. La siguiente frase pone broche de oro a la apología del heroico luchador: «Aún en este momento no tengo por qué arrepentirme».

Caracas, 1986.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Magonismo

[Ya que estamos con la historia del anarquismo, me centraré en el mexicano con un texto del filósofo Abelardo Villegas sobre Ricardo Flores Magón y el magonismo —aunque interprete al anarquismo con el tópico de ser un movimiento social y político agrario y rural, fue más bien lo contrario, urbano e industrial—. Texto que forma parte del Diccionario UNESCO de Ciencias Sociales, de la edición de 1987 de Planeta-De Agostini.]

Con este nombre se puede designar el movimiento que encabezó Ricardo Flores Magón, oponiéndose primero a la dictadura de Porfirio Díaz y luego tomando parte en distintas etapas de la Revolución Mexicana que se inició en el año 1910. Flores Magón tuvo varios seguidores, fue incluso el primer político y pensador anarquista importante de México, y por eso, con razón, se puede decir que hubo una tendencia general que puede llevar su nombre.

1) Nació en Eloxochitlán, estado de Oaxaca, el año de 1874, y murió en 1922, en la prisión norteamericana de Leovenworth, Kansas. Su origen social puede ser localizado en los sectores medios; sin alcanzar un título profesional hizo estudios de abogacía. A finales del siglo XIX comenzó a escribir artículos que aparecían en los periódicos de oposición. Incorporándose a un grupo de luchadores que más tarde representarían papeles importantes en la Revolución como Juan Sarabia, Camilo Arriaga, Librado Rivera y sus hermanos Jesús y Enrique.

El año de 1900 él y Jesús fundan su propio periódico, Regeneración, que con intermitencias debidas principalmente a los frecuentes encarcelamientos a que fue sometido Ricardo, no apareció hasta el año 1918. Flores Magón hizo de este periódico el portavoz de sus propósitos y de los de su grupo, en él se puede rastrear sus transformaciones ideológicas, desde la reafirmación de un liberalismo hasta su tránsito al anarquismo. En consecuencia, es una de las fuentes más importantes para conocer su pensamiento.

Algunas obras importantes sobre el magonismo son las siguientes:

Ricardo Flores Magón, Praxedis Guerrero, Juan Sarabia, Librado Rivera, Anselmo L. Figueroa: Regeneración, Prólogo, recopilación y notas de A. Bartra, Editorial Hedise S.A., México, 1972. Ricardo Flores Magón, epistoliario y textos, Prólogo, ordenación y notas de Manuel González Ramírez, Fondo de Cultura Económica, México, 1964. Ricardo y Jesús Flores Magón: Batalla de la dictadura, Empresas Editoriales S.A., México, 1967. Ricardo Flores Magón: Antología, Introducción y selección de Gonzalo Aguirre Beltrán, Universidad Nacional de México, 1970. Samuel Kaplan: Combatimos la tirania, Institución Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1958.

En la trayectoria política de Ricardo Flores Magón puede distinguirse claramente dos etapas: una, como continuador de la política del viejo liberalismo del siglo XIX y otra, que se hace pública un poco antes del estallido de la Revolución Mexicana, en la que comienza a considerar los sucesos mexicanos a la luz de las ideas anarquistas.

Su participación en la política no fue, sin embargo, únicamente periodística; participó activamente en la organización del Partido Liberal Mexicano (PLM), cuyo programa de acción, publicado en 1906, tendría enorme influencia en los acontecimientos de la Revolución. Este partido influyó notablemente en rebeliones que ahora son consideradas como precursoras del movimiento de 1910, como las huelgas obreras de Cananea y Río Blanco. También organizó conspiraciones fallidas en Acayucan, Coahuila y otras partes de la República Mexicana. En 1911 dirigió una invasión del territorio de Baja California con el propósito de establecer allí un territorio anarquista.

2) Se puede atribuir a Ricardo Flores Magón algunas de las ideas importantes aparecidas en el manifiesto de 1906. Conscientes de que no se podían reiterar los antiguos propósitos del liberalismo, los que suscribieron el documento, si bien se preocupaban por la reanudación de la democracia, trataron de otorgar un contenido económico a sus ideas. Postularon por eso la necesidad de repartir las tierras baldías y de fraccionar aquellas haciendas cuyos terrenos no estaban suficientemente explotados. Tales ideas agrarias, aunque moderadas, puesto que ponían como requisito indispensable la indemnización previa a los afectados por el fraccionamiento y el reparto, resultaban radicales frente a una intransigente oligarquía latifundista. Asimismo, propugnaban por concederle prestaciones a la clase trabajadora: la posibilidad de reconocer los sindicatos, establecer jornada máxima de trabajo —en este caso, de 12 horas— de prohibir el trabajo infantil y de igualar el salario para los trabajadores de uno y otro sexo. Pero su principal afirmación consistía en sostener que sin un reparto adecuado de la riqueza en las clases trabajadoras sería imposible el desarrollo de la industria y el comercio. El proyecto burgués sólo resultaba así posible sobre la base de un mínimo de justicia social.

Personalmente, Ricardo Flores Magón iba mucho más allá de estos postulados neoliberales. Inspirado en las tesis de Bakunin principalmente, ya en 1910 propone la desaparición de la propiedad: «El Capital, según la economía política, es trabajo acumulado. La maquinaria, los edificios, los buques, las vías férreas son trabajo acumulado, esto es, obra de trabajadores, intelectuales y manuales de todas las épocas, hasta nuestros días, y, por lo mismo, no se ve la razón por la cual ese capital deba pertenecer a unos cuantos individuos.» Por eso, para él el salario y la esclavitud resultaban ser lo mismo y se originaban en una legislación creada por el Capital.

Sin embargo, lo más característico del pensamiento de Flores Magón es su anarquismo agrario. Incluso el hecho de que México no fuera en aquella época un país que hubiera atravesado por las etapas de la revolución industrial, sino principalmente agrario, condicionó que Flores Magón se acercara a doctrinas como el anarquismo ruso que eran más sensible a las revoluciones agrarias que, por ejemplo, el marxismo fundamentalmente proletarista e industrialista. Este carácter condicionó también que el anarquismo tuviera vigencia en otros países agrarios como España, Italia y en algunos de Sudamérica.

Sostenía Flores Magón que «ningún gobierno puede decretar la abolición de la miseria. Es el pueblo mismo, son los hambrientos, son los desheredados los que tienen que abolir la miseria, tomando, en primer lugar, posesión de la tierra que por derecho natural no puede ser acaparada por unos cuantos sino que es la propiedad de todo ser humano». Congruente con esta idea, desde las páginas de su periódico, exhortaba a los campesinos a que tomaran posesión de la tierra sin esperar el triunfo de la Revolución. Ponderando la actuación de los principales actores de la misma, creía que la causa popular sería traicionada por una burguesía que, aunque practicara una democracia, tomaría medidas para proteger la propiedad. De ahí la necesidad de proceder a su abolición en el instante mismo de la lucha, puesto que, al final de cuentas, eran los campesinos y los obreros los que constituían el grueso de los ejércitos revolucionarios. Sus esperanzas estaban puestas en el movimiento campesino encabezado por Emiliano Zapata, incluso algunos magonistas se incorporaron a los ejércitos de este caudillo que proponía una reforma agraria e hicieron que éste adoptara el lema anarquista de Tierra y Libertad.

Proponía que la tierra no fuera fraccionada sino que se trabajara colectivamente, puesto que las fracciones estimulaban el espíritu pequeño-burgués de la pequeña propiedad: «Me imagino qué feliz será el pueblo mexicano cuando sea dueño de la tierra, trabajándola todos en común como hermanos y repartiéndose los productos fraternalmente según las necesidades de cada cual. No cometáis, compañeros, la locura de cultivar cada cual un pedazo. Os matareis en el trabajo, exactamente como os matáis hoy, uníos y trabajad la tierra en común; pues todos unidos la haréis producir tanto que estaréis en actitud de alimentar al mundo entero.» En todos estos párrafos se trasluce la confianza anarquista en la espontaneidad popular. Enemigo de las organizaciones estatales, Flores Magón no pone el acento en los procedimientos concretos para la organización del trabajo colectivo. Oriundo de una comunidad indígena oaxaqueña, aunque él era mestizo, estaba impresionado por los testimonios de su padre que creía que las comunidades indígenas eran producto de una vida espontánea. Poco conocía Flores Magón la complicada y jerárquica sociedad indígena, y por ello su indigenismo utópico lo llevaba a creer en los buenos resultados de una supuesta espontaneidad.

3) Por otra parte es fácil comprender cómo no estuvo satisfecho por el desarrollo de la Revolución Mexicana. Consideró a Francisco I. Madero, a Venustiano Carranza, a Álvaro Obregón como representantes de núcleos burgueses que sólo pretendían romper el estrecho monopolio político y económico heredado del porfirismo. La represión de que fue objeto Zapata por parte de Madero y los decretos antiobreros de Carranza lo afirmaron en esta idea. Otro tanto ocurrió con la promulgación de la Constitución de 1917 que todavía rige el país. En ella no se desconocía la propiedad privada, aunque se la consideraba como una concesión revocable de la propiedad nacional. Nada de anarquista tenía esa Constitución, pues aunque el resultado era un tanto anticlerical, ponía las bases jurídicas para una vigorización del Estado. De ella surgían minuciosamente reglamentados los dos grandes enemigos de la sociedad anarquista: la Propiedad y el Estado y no se anulaba tampoco la presencia de la Iglesia.

A esta discrepancia con los principales líderes de la Revolución se unía el hecho de que, a lo largo de la primera década revolucionaria y aún después, Flores Magón se encontró prisionero muchas veces en cárceles norteamericanas. Y aunque dese los Estados Unidos trató de dirigir a sus partidarios, muchos de los que le habían seguido se incorporaron a los grupos políticos dominantes, de modo que, paulatinamente, fue perdiendo la importancia que había tenido en las etapas precursoras.

4) Su anarquismo internacionalista chocaba con el fuerte sentimiento nacionalista que caracteriza a la historia mexicana en los siglos XIX y XX. Flores Magón no comprendió que los habitantes defenderían el territorio de la Baja California ante su pretensión de realizar allí un experimento anarquista. Para él el concepto de patria era un concepto burgués y la Baja California no pertenecía a los mexicanos sino a los latifundistas norteamericanos, ingleses y franceses. Tales razonamientos, sin embargo, no hicieron mella en el sentimiento nacionalista mexicano que confundió el intento magonista con una forma de separatismo y traición que todavía provoca resentimientos.

Sus coincidencias con la ideología zapatista son superficiales, puesto que el campesinado morelense no pretendía la desaparición de la propiedad; cuando tuvo oportunidad se pronunció por propiedades colectivas de pequeños pueblos o por ejidos individuales. Cada pueblo del estado de Morelos procuraba justificar la propiedad de la tierra acudiendo a antecedentes legislativos de la época colonial, fundándose, frecuentemente, en las famosas mercedes reales. La idea anarquista en consecuencia resultaba ajena.

Sin embargo, Flores Magón comprendió de manera penetrante la principal contradicción generada por la Revolución Mexicana: las tendencias colectivistas y ejidales campesinas eran contrarias a las tendencias sindicalistas del proletariado urbano: «El campesino quiere que la tierra sea del que la cultiva, lo que tiene como resultado la independencia económica, base de todas las libertades. El obrero de la ciudad, al luchar sólo por la elevación de los salarios, tiende a dejar en pie el sistema de explotación y la tiranía.» Es decir, las tendencias colectivistas agraristas chocaron fuertemente con los intereses individualistas de la burguesía y el proletariado urbanos. Flores Magón creyó en el triunfo de campo, aunque los hechos han mostrado lo contrario.

También tuvo tiempo para pronunciarse, ya en el panorama internacional, frente al problema de la guerra. Justamente fue su pacifismo y su creencia internacional en la lucha de clases, lo que fue considerado por las autoridades norteamericanas como una agresión a la posición de ese país en el conflicto europeo, lo cual fue pretexto para el nuevo y definitivo encarcelamiento del luchador anarquista.

Flores Magón se conmovió ante el triunfo de la Revolución Rusa. Consideró tácticamente erróneo estar en contra del nuevo Estado socialista, aunque fuera un Estado marxista y aun enemigo del anarquismo internacional. No por ello dejó de formular su crítica: «… miro con simpatía los esfuerzos de los rusos para derribar el capitalismo; pero pienso que no es por medio de una dictadura como deberá alcanzarse esta aspiración. La dictadura de la burguesía o del proletariado es siempre tiranía, y la libertad no puede alcanzarse por medio de la tiranía sino por la libre cooperación de los trabajadores para producir, sin amos de ninguna especie…»

De este modo, en general, puede decirse que la posición anarquista de Ricardo Flores Magón lo excluyó de una revolución como la mexicana que resultaba ser, al final de cuentas, una revolución burguesa, aunque en circunstancias coloniales, es decir, antifeudal y antiimperialista. Por su parte, los políticos de la Revolución Mexicana no han podido aclarar su relación con Flores Magón. Lo consideran como un antecedente de un movimiento que luego él repudió de manera expresa, y más bien miran con afinidad y simpatía la primera etapa que estaba más cerca de lo que al final resultó ser la Revolución Mexicana.

miércoles, 25 de agosto de 2010

HISTORIA DEL ANARQUISMO EN ARGENTINA


Extraído de Wikipedia

Inicios

Los primeros anarquistas llegaron a Argentina desde Europa a partir de 1871, prófugos de la Comuna de París, entre los que se encontraban uno apellidado Gobley. Ya en septiembre de 1872 se informaba al Congreso de La Haya miembros internacionalistas en Argentina, sección que fue fundada por obreros españoles residentes en Buenos Aires, a los que pronto se uniría una sección francesa y otra italiana, siendo su primer secretario A. Aubert. En esta sección argentina también se planteó el debate entre socialismo autoritario (marxista) y socialismo libertario (anarquista/bakuninista); los que apoyaban las ideas marxistas (y blanquistas) eran un grupo minoritario, y sus miembros eran en general de origen francés, mientras que las posturas federalistas de Bakunin y Proudhon eran defendidas por los grupos de nacionalidad italiana y española. La primera agrupación de ideas anarquistas bakuninistas en Buenos Aires de que se tenga constancia fue el "Centro de Propaganda Obrera", probablemente creada en 1876 por los obreros que participaron de la recientemente disuelta Internacional.A partir de 1876 el predominio de los anarquistas comenzó a hacerse notar.[2] A principios de 1879 surgió El Descamisado el primer periódico anarquista argentino. También ese año el "Centro de Propaganda Obrera" publica el folleto Una idea, que incluía la declaración de Saint Imier de 1872. En 1880 se funda el grupo anarquista "La Anarquía".

Durante 1884 se publica fugazmente en Buenos Aires el periódico La Lucha Obrera. Desde 1885 el anarquista V. Mariani distribuía en Buenos Aires el periódico suizo fundado por Kropotkin Le Revolté, donde se refería que el grupo anarquista porteño se reunía todos los miércoles a las ocho en el Café Turco situado en las calles Cerrito y Cuyo. En esa época llegaban libros, folletos y periódicos desde Italia, España y Francia principalmente. Entre sus militantes se destacan los nombres del belga Emile Piette, el catalán Juan Vila (traductor de La conquista del pan), A. Sadier, F. Denambride, Francisco Morales, Feliciano Rey, Marino Garbaccio, Washington Marzoratti y Miguel Fazzi.

La influencia de Malatesta

Durante los primeros años la actividad anarquista fue propulsada principalmente por inmigrantes, que muchas veces conformaban grupos de pertenencia según sus pueblos de origen, tal es el caso de un grupo de italianos oriundos de la misma región que conformó en Rosario un grupo anarquista llamado "El Miserable". El grupo de inmigrantes italiano se convertirá en el más influyente con la llegada del célebre Errico Malatesta en 1885. Se constituye un grupo de Estudios Sociales, que organiza conferencias de Malatesta y se edita en idioma italiano la revista La Questione Sociale. En 1886 Malatesta inició una expedición en busca de oro a la Patagonia, para conseguir recursos para la propaganda libertaria y la organización de los obreros; aunque la empresa resultó un fracaso económico, las actividades itinerantes de Malatesta inlfuenciaron al movimiento anarquista argentino de forma indeleble. Malatesta regresaría a Europa en 1889.En 1887 Malatesta también ayudó a conformar el sindicato de panaderos, o Sociedad Cosmopolita de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos. También ese año el anarcocomunista italiano Ettore Mattei (co-fundador del sindicato de panaderos junto a Malatesta y Francesco Momo) edita el semanario Il Socialista. Organo dei Lavoratori.

Según el historiador Osvaldo Bayer, la importancia de Malatesta se manifestó por: su internacionalismo, su predisposición a ver en los obreros y sus organizaciones el mejor medio para difundir las ideas anarquistas, y su tendencia organizacionista, que se oponía al individualismo antiorganizacionista, influenciado por el anarcocomunismo de Kropotkin. Los estatutos de los sindicatos de panaderos y zapateros organizados por Malatesta servirían como modelo para la organización de otros sindicatos. El éxito en la primera huelga de panaderos de 1888 catapultó a las organizaciones obreras de ideología anarquista.

Los marxistas locales se agrupaban en torno al periódico Vorwarts (Adelante), que era editado por alemanes y en idioma alemán, y tenía un severo aire intelectual, que despreciaba la "falta de disciplina" de los obreros de origen latino. En cambio, los anarquistas editaban sus periódicos no solo en los idiomas de las colectividades inmigrantes, sino principalmente en castellano, teniendo una influencia importante en las masas proletarias argentinas.


Errico Malatesta.

Según el historiador Osvaldo Bayer, la importancia de Malatesta se manifestó por: su internacionalismo, su predisposición a ver en los obreros y sus organizaciones el mejor medio para difundir las ideas anarquistas, y su tendencia organizacionista, que se oponía al individualismo antiorganizacionista, influenciado por el anarcocomunismo de Kropotkin. Los estatutos de los sindicatos de panaderos y zapateros organizados por Malatesta servirían como modelo para la organización de otros sindicatos. El éxito en la primera huelga de panaderos de 1888 catapultó a las organizaciones obreras de ideología anarquista.

Los marxistas locales se agrupaban en torno al periódico Vorwarts (Adelante), que era editado por alemanes y en idioma alemán, y tenía un severo aire intelectual, que despreciaba la "falta de disciplina" de los obreros de origen latino. En cambio, los anarquistas editaban sus periódicos no solo en los idiomas de las colectividades inmigrantes, sino principalmente en castellano, teniendo una influencia importante en las masas proletarias argentinas.

De 1890 a 1900

Si bien existió un cierto reflujo de la actividad anarquista a fines de la década de 1880, en la década siguiente comenzó una reorganización de los grupos de afinidad, algunos de gran combatividad. Las denominaciones de los grupos sugerían un tipo de identidad definido: "Los hambrientos", "Los desautorizados", "Ravachol", "La Miseria", etc.Uno de estos fue "Los Desheredados", que inició una febril actividad propagandística editando todo tipo de literatuta ácrata, pero además realizando varias conferencias diarias en distintos puntos de Buenos Aires.Se editaba el periódico El Perseguido, de ideas anarcocomunistas, entre 1890 y 1896. Era editado y distribuido clandestinamente, debido a la persecución policial. En Rosario Virginia Bolten editaba La Voz de la Mujer (anarcofeminista), además de Demoliamo, en italiano.

Desde 1889 aproximadamente crece en el anarquismo argentino la tendencia a la dispersión, a la formación de pequeños "grupos de afinidades" volcados a la propaganda y en teoría a la acción revolucionaria. Se definen como anarcocomunistas, como individualistas y siguen la tendencia predominante en Europa, especialmente en España. Rechazan la participación en las sociedades obreras y desean la pronta llegada de la Revolución Social. Su violencia se reduce a los escritos, aunque la policía descubra supuestos atentados y bombas, encarcele y destierre.



Órgano de expresión de los anarquistas italo-argentinos.

En estos años se produjo una agria polémica entre los anarcocomunistas antiorganizacionistas de El Perseguido, contrarios al sindicalismo y a las organizaciones que sobrepasasen a los grupos de afinidad, y los anarcocomunistas organizacionistas de La Questione Sociale y El Oprimido, que defendían las ideas malatestianas y que apoyaban la creación de sociedades de resistencia y el anarcosindicalismo. Esta tendencia a favor de la organización fue la que finalmente resultó la predominante.

Entre los militantes destacados de esta década se pueden mencionar Ettore Mattei, Virginia Bolten, Rafael Roca (destacado orador), el librero belga Emile Piette, el pintor Ragazzini, el español Victoriano San José, el francés Pierre Quiroule (editor de La Liberté), el catalán Gregorio Inglán Lafarga (dirigió La Protesta), Manuel Reguera, Fortunato Serantoni (director de La Questione Sociale), Juan Vila y el doctor Juan Creaghe (director de El Oprimido) y el doctor Arana, del grupo "Ciencia y Progreso" de Rosario.La figura de Pietro Gori, que arribó a la Argentina el 21 de junio de 1898, dio un gran impulso a las tendencias organizacionistas. Organizó y participó de numerosas conferencias, debates e investigaciones científicas y sociológicas (Gori era abogado criminalista), además de editar algunos folletos tales como Las bases morales de la anarquía, Vuestro orden y nuestro desorden, etc.

Si bien exstían en este período finisecular una gran cantidad de proyectos editoriales, es destacable la fundación del periódico La Protesta Humana, como se llamó inicialmente, el 13 de junio de 1897. El éxito editorial del periódico será casi inigualable en la historia de la prensa anarquista mundial, llegando a ser editado en su apogeo en dos ediciones (matutina y vespertina), y varios miles de ejemplares por día.

Fundación de la FORA

La mayoría de los grupos de afinidad anarcocomunistas contrarios a la organización desaparecieron paulatinamente y casi se extinguieron hacia 1905. La presencia anarquista en el movimiento obrero, por el contrario, era cada vez más influyente, con la fundación de sindicatos por oficio, intervención en conflictos gremiales, El 25 de mayo de 1901 se celebró el congreso fundacional de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), originalmente denominada Federación Obrera Argentina (FOA). Aunque la FOA estaba integrada en su mayoría de elementos anarquistas, también tenía una participación importante de militantes socialistas; esta alianza no pudo durar mucho tiempo, y los miembros del Partido Socialista fundaron la UGT, una central obrera minoritaria e independiente.

A diferencia de los socialistas, los anarquistas -que despreciaban la participación política- creían que la Federación era una organización en la que todos los trabajadores debían la misma participación, sin dirigentes con poder resolutivo, y considerando la lucha por reformas económicas como un medio para alcanzar la revolución social y el Comunismo Anárquico.

En octubre de 1901 en Rosario, se produjo el asesinato del obrero huelguista Cosme Budislavich por parte de la policía; éste fue primer mártir del Movimiento obrero argentino. En 1906 los conflictos gremiales asciendieron a 323, con un promedio permanente de 600 trabajadores en conflicto según informes del Ministerio del Interior; en 1907 se produjeron 254 huelgas. Paralelamente al incremento de huelgas y actividad gremial, fue creciendo la represión gubernamental.



Manifestantes de la FORA.

Los días 2 y 3 de agosto de 1907, la FORA declaró la huelga general en Bahía Blanca debido al asesinato de dos obreros remachadores en el puerto de Ingeniero White. En agosto de 1907, ante el aumento de los alquileres, los inquilinos se declararon en huelga y tomaron la decisión de no pagar. Se trató de un enorme movimiento en el que participaron más de 140.000 personas en 2.400 conventillos de Buenos Aires, Rosario y Bahía Blanca. La FORA logró organizar el movimiento creando comités y subcomités en todos los barrios. La huelga duró tres meses y finalmente muchos propietarios aceptaron mantener los alquileres sin aumentos.

El V Congreso

Durante los días 26 y 30 de agosto de 1905, la FORA celebró su V Congreso, al que asistieron 100 sociedades obreras, 4 federaciones locales y 1 federación de oficio. Entre otros temas tratados, se recomendaba sus asociados “no dejarse conducir presos sin causa justificada, llegando hasta la violencia trágica para poner coto a esos abusos policiales, debiendo las sociedades a que pertenecen prestarles ayuda material y moral”. El congreso estableció luego de tres horas de debate, por 54 votos a favor contra dos, la célebre declaración de principios finalista presentada por la Federación Obrera Local Rosarina, la Federación Obrera Local de Santa Fe, los Panaderos de Lincoln y la Federación Obrera Regional Uruguaya.

Los delegados del V Congreso de la F.O.R.A., a fin de que las sociedades obreras no detengan su acción emancipadora en la conquista de mejoras inmediatas, las que prontamente serán arrebatadas, si en los trabajadores no existe un conocimiento bien definido de sus derechos y deberes, hacen la siguiente declaración: El quinto Congreso Obrero Regional Argentino, consecuente con los principios filosóficos que han dado razón de ser a la organización de las federaciones obreras, declara: que aprueba y recomienda a todos sus adherentes la propaganda e ilustración más amplia, en el sentido de inculcar en los obreros los principios económicos y filosóficos del comunismo anárquico. Esta educación, impidiendo que se detengan en la conquista de las ocho horas, les llevará a su completa emancipación y por consiguiente a la evolución social que se persigue.

V Congreso de la FORA.

La FORA desde entonces fue un sindicalismo con definición ideológica y una propuesta finalista. Los sindicatos opositores a la FORA, y los partidos socialista, radical y años después los comunistas, eran críticos a su definición ideológica anarcocomunista, e "insistían con liberar a los sindicatos de cualquier definición ideológica, por ser éstas un obstáculo para la unidad de la clase trabajadora. Para ellas todo lo que atentase contra la neutralidad del sindicalismo no podía ser más que dogmático y sectario".

La masacre del 1º de mayo y la Semana Roja de 1909

El 1 de mayo de 1909 la FORA y el Partido Socialista (PS) realizan cada uno por su lado distintas manifestaciones. La manifestación socialista transurrió normalmente, sin embargo, pero el acto de la FORA fue brutalmente reprimido por la policía, a las órdenes del Coronel Ramón Falcón. Como resultado murieron una decena obreros y hubo un centenar de heridos, aproximadamente.

En respuesta, la FORA y la UGT, apoyadas por el Partido Socialista, convocaron a una huelga general por tiempo indeterminado. Las ciudades se paralizaron durante una semana; los muertos son enterrados ante una procesión de 300.000 personas. En el acto hablaron Juan Bianchi por la FORA, Luis Lotito por la UGT y Alfredo Palacios por el Partido Socialista. El 8 de mayo se produjo el histórico hecho de que el gobierno, por primera vez, aceptó negociar con un Comité de Huelga.

El 14 de noviembre de ese año, el anarquista Simón Radowitzki, un adolescente ruso de 17 años, arrojó una bomba contra el carro que trasladaba al coronel Falcón, que falleció junto con su secretario Lartigau. El atentado había sido ejecutado en venganza por la represión del 1 de mayo, dirigida por Falcón. Radowitzki fue detenido y condenado a reclusión perpetua en la cárcel de Ushuaia, convirtiéndose en mártir de los anarquistas, que encararon duarante años una serie de acciones por su liberación.

La represión del Centenario

En 1910 se cumplía el primer centenario de la Revolución de Mayo y el gobierno organizó imponentes celebraciones, cuya parafernalia nacionalista causaron el rechazo de la mayor parte del movimiento obrero anarquista y socialista. El movimiento anarquista había adquirido tales proporciones que La Protesta incorporó a su edición matutina otro periódico vespertino, que se llamó La Batalla.

En el mes de mayo socialistas y anarquistas declararon la huelga general y el gobierno decretó el Estado de sitio el día 14 de mayo, deteniendo a los directores de La Batalla y La Protesta, al Consejo Federal de la FORA y el Comité Central de la CORA (socialista). Se organizaron manifestaciones nacionalistas anti-obreras, asaltando los locales anarquistas, socialistas y gremiales, y destrozando las redacciones de La Protesta y La Vanguardia. Las barriadas obreras reaccionaron a los ataques, y se produjeron muertos y heridos en ambos bandos, y aunque existieron sabotajes que empañaron los festejos, finalmente el gobierno pudo cumplir con el programa de la celebración.

La reacción gubernamental golpeó fuerte a los anarquistas, aprobando la "Ley de Defensa Social" y se suspendieron la libertad de imprenta, el derecho de manifestación, de asociación y de reunión. Se deportó al extranjero y se detuvo a centenares de militantes, trasladandolos al Penal de Ushuaia. El periódico La Protesta pasó a editarse temporalmente en Montevideo, pero pronto se comenzó a imprimir clandestinamente en Buenos Aires a mediados de 1911.

La actividad represiva del gobierno durante el Centenario paralizó durante un tiempo al activismo sindical y anarquista, que se fue recomponiendo durante 1911 y 1912. Recién en octubre de 1913 volvió a declararse una huelga general.

División de la FORA durante el IX Congreso de 1915

Para de septiembre de 1914 la CORA luego de realizar numerosas deliberaciones y debates acuerda la disolución de la organización ingresando en bloque a la FORA. Esta incorporación de centenares de militantes y delegados no anarquistas en la FORA no iba a estar exenta de provocar conflictos al interior de la FORA. En 1915, durante el IX Congreso de la FORA un conjunto de gremios adheridos decidió eliminar de la declaración de principios la adhesión a la finalidad del "comunismo anárquico", a fin de favorecer la fusión con los gremios provenientes de la CORA. Un mes más tarde, un total de 21 gremios desconocieron el IX Congreso y eligieron un Consejo Federal. Ello produjo una ruptura y a partir de entonces funcionaron dos federaciones separadas: la del Noveno Congreso adquiriendo un carácter de "sindicalismo neutral" y la del Quinto Congreso, adoptando un carácter finalista (comunista anárquico) y anarquista.

La FORA sindicalista tuvo una política abierta a negociar con el gobierno, a diferencia de la FORA anarquista. Sin embargo, dentro de la FORA sindicalista continuaron actuando muchos gremialistas anarquistas, debido a que sus gremios habían adherido a la nueva central sindical. En este sentido, son destacables los casos del marítimo Juan Antonio Morán y del sindicalista Antonio Soto, ambos anarquistas, quienes a pesar de pertenecer sus gremios a la FORA sindicalista, tuvieron una actuación gremial muy preponderante y radicalizada, más acorde al estilo de la FORA anarquista.

Semana Trágica

El 2 de diciembre de 1918 declararon la huelga los obreros de los talleres metalúrgicos Vasena, afiliados a la FORA anarquista. El 3 de enero de 1919 se producen incidentes entre los huelguistas y las fuerzas represivas. El 7 de enero, comienza la huelga de los obreros de los Talleres Metalúrgicos Vasena, ubicados en la Ciudad de Buenos Aires. Reclamaban un aumento salarial, el descanso dominical y la reducción de la jornada laboral de 11 a 8 horas.

Le empresa trató de continuar funcionando con obreros rompehuelgas provistos por la Asociación del Trabajo, una asociación patronal. Debido a disturbios producidos por los huelguistas, la policía intervino con armas largas. Esta intervención dejó un saldo de 4 muertos y más de treinta heridos, algunos de los cuales murieron.

Por esto la FORA del V Congreso y la FORA del IX Congreso llamaron a huelga general, la cual comenzó el día 9 de enero. Durante el entierro de los obreros fallecidos, policías y bomberos armados dispararon contra la multitud, lo que hizo desfallecer entre 8 (según el diario La Prensa (Argentina)) y más de 50 (según el diario La Vanguardia)

A partir de ese momento grupos paramilitares como la Liga Patriótica -que eran claramente antisemitas, xenófobos y defensores de los valores conservadores- persiguieron y asesinaron a dirigentes obreros y anarquistas, pero también a cualquiera que pareciera extranjero. Este grupo tiene el triste record de haber sido el primero en realizar un pogrom en territorio argentino.

Debido a que los obreros, a pesar de todo, eran más que la policía y los grupos paramilitares y la prensa pronosticaba una guerra revolucionaria, el presidente Hipólito Yrigoyen deja la Ciudad de Buenos Aires a manos del General Luis Dellepiane, el que dejó a la ciudad con 1.000 ciudadanos menos.

Patagonia Trágica

La Patagonia Trágica fue un acontecimiento protagonizado por habitantes y sindicalistas de Santa Cruz en el año 1921. Una huelga propulsada por diversas sociedades obreras contra los estacieros y terratenientes locales, fue reprimida violentamente por el gobierno de Hipólito Yrigoyen, que envió al teniente coronel Héctor Benigno Varela y un batallón del ejército. El saldo de este hecho fue de 1500 obreros y líderes sindicales fusilados. El teniente coronel Varela murió ajusticiado por el anarquista alemán Kurt Gustav Wilckens en 1923, en el barrio de Palermo de la ciudad de Buenos Aires.


domingo, 8 de agosto de 2010

PREHISTORIA DEL ANARQUISMO: Ideólogos e impulsores de la Acracia

[Como añadido a las entradas que hemos puesto sobre los antecedentes del pensamiento anarquista, pongo este texto del artículo «El anarquismo», que el historiador de la UNED Javier Paniagua hizo para Historia 16, y salió, también, en el número 157 de la colección Cuadernos Historia 16.]

Desde finales del siglo XVIII hasta el primer tercio del siglo XX una serie de autores conformaron las bases del pensamiento antiautoritario sin que pueda establecerse ninguna relación de escuela entre ellos. Cada uno corresponde a un contexto diferente y sus escritos tienen motivaciones dispares, pero en mayor o menor medida fueron reivindicados por los militantes y dirigentes del movimiento libertario como fuentes de inspiración para sus justificaciones políticas.

Entre ellos un clérigo inglés, William Godwin (1756-1836), que colgó los hábitos, pasa por ser el primer teórico del anarquismo. En 1793 publicó un voluminoso libro con el título de Investigación acerca de la Justicia y su influencia en la virtud y la dicha generales. Influido por las obras de Rousseau, Helvecio y D’Holbach y por los acontecimientos de la Revolución Francesa, conecta con el optimismo de la Ilustración y defiende la educación como el verdadero camino hacia la razón, única fuente de sabiduría para el hombre. El Estado es la causa que impide la justicia absoluta y, ya tenga un origen democrático o despótico, atenta contra la razón al suponer la abdicación de nuestro propio juicio a favor del gobernante. Ha nacido de la maldad de los humanos en el pasado y sólo con el triunfo de la razón desaparecerá. Por motivos similares propone la abolición de la propiedad privada que nos convierte en esclavos de una minoría poseedora, facultada para disponer de los productos del trabajo de otros hombres.

El matrimonio es, igualmente, una institución nefasta que obliga a dos personas a vivir juntas permanentemente, sin contar con la evolución personal de cada uno, y donde los instintos y los sentimientos aplastan a la razón y hacen a uno propiedad del otro. Sin embargo su vida privada no giraría de acuerdo con sus teorías: se casó secretamente a los 41 años con Mary Wollstonecraft, de 38, una escritora conocida de su tiempo, que murió pronto, al dar a luz a su hija Mary, quien huiría de su casa por la intransigencia y el conservadurismo paternos cuando se unió al poeta Shelley. Más tarde, sería autora de la famosa novela Frankenstein, publicada en 1818.

La obra de Godwin ejerció, sobre todo, una profunda influencia entre los poetas ingleses de principios del siglo XIX, Wordsworth, Coleridge y el mismo Shelley, y tuvo escasa repercusión sobre otros autores políticos. Cuentan que el premier inglés de entonces, Mr. Pitt, no hizo mucho caso de las teorías radicales expuestas en su libro, y no ejerció censura alguna para su difusión. Un libro que cuesta tres guineas —afirmó Pitt— no origina ninguna revolución. Muchos años más tarde, Kropotkin recuperaría su obra y destacaría su aportación al pensamiento libertario.

En medio de la Revolución Francesa distintos grupos y figuras contribuyeron con sus acciones y escritos a la formación del anarquismo. Uno de los más conocidos extremistas fue otro clérigo, Jacques Roux, que encuadrado en el movimiento de los enragés destacó por sus proclamas incendiarias, en las que insistía que la libertad política sin libertad económica nada representaba. Igualmente, Jean grave luchó contra el gobierno de los jacobinos y dedujo que revolución y gobierno son términos contradictorios.

Los anarquistas también reivindicaron a Graco Babeuf y la Conspiración de los Iguales, de 1776, que consideraban la propiedad privada como fuente principal de cuantos males afligen a la sociedad. Su manifiesto afirmaba: Ha llegado el momento de fundar la República de los Iguales, este inmenso albergue abierto a todos los hombres.

Uno de los colaboradores de Babeuf, que escribiría más tarde la primera historia de la conspiración, fue Filippo Buonarroti (1761-1837), aristócrata pisano de nacimiento y francés por adopción revolucionaria. Paradigma de conspirador permanente, huyó a Ginebra y desde allí contribuyó a crear sociedades secretas, como la italiana de los Carbonari para combatir la dominación austriaca, difundir la lucha contra los gobiernos e implantar el igualitarismo. Ya viejo, regresó de nuevo a Francia con la revolución de 1830, y todavía tuvo fuerzas para fundar un comité que produjera un levantamiento en Saboya y se expandiera por toda Italia.

En una perspectiva diferente, se inscribe la obra de Charles Fourier (1772-1837), comerciante de profesión, que pertenece a esa amplia nómina de primeros socialistas, posteriores a la Revolución Francesa, calificados —con poco rigor— como utópicos, más preocupados por describir la sociedad perfecta que por la conspiración revolucionaria. Fourier partió de una crítica despiadada del Estado capitalista controlado por unos pocos y convertido en instrumento de opresión para los trabajadores. Recalcaba que la nueva economía industrial estaba regida por una libre competencia que suponía el dominio de los más fuertes, con unos comerciantes sin capacidad productiva en comparación con los agricultores y manufactureros, que con su función de intermediarios controlaban la distribución de los bienes en beneficio propio.

Su propuesta más original consistía en la construcción de los falansterios, especie de comunas autosuficientes donde hombres y mujeres vivirían en plena igualdad —fue un claro defensor de la emancipación femenina—, de forma armónica. Las actividades productivas de los individuos, realizadas en régimen cooperativo, cambiarían con el tiempo para evitar la monotonía y el aburrimiento. La base económica estaría sustentada por la agricultura, mediante una racionalización de los cultivos que proporcionaría alimentos en abundancia para todos. Por el contrario, las industrias tendrían un carácter artesanal, muy alejadas de las grandes fábricas, con la elaboración de los bienes considerados estrictamente necesarios, en clara contraposición a su contemporáneo Saint-Simon, defensor de la nueva economía industrial. En este sentido, Fourier conectará con el antiindustrialismo de determinados círculos anarquistas que también quisieron distinguir entre lo necesario y lo superfluo del consumo.

Sus críticas y propuestas tuvieron cierto eco entre los años treinta y cincuenta del siglo XIX en España y así, personajes como Joaquín Abreu, residente en una ciudad comercial en decadencia como Cádiz, y rodeado de un mundo agrario, fue un difusor que intentó fundar falansterios, mientras que en Cataluña se extendió el pensamiento industrialista de Saint-Simon.

Uno de los conocidos como jóvenes hegelianos, el alemán Max Stirner (1806-1856), en su obra El único y su propiedad publicada en 1843, reflejó uno de los aspectos presentes en mayor o menor medida en el anarquismo: la defensa del individuo frente a la colectividad, y por tanto el rechazo de instituciones preestablecidas como el Estado, la familia o las clases sociales opresoras de la personalidad individual. Sólo desde la libertad del yo pueden constituirse federaciones voluntarias de personas que siempre han de estar fijadas por la libre decisión. Cualquier programa, idea o teoría que sustente un orden social o económico son prisiones que impiden la libertad de pensamiento y la capacidad de creación del hombre. El mismo comunismo libertario formulado a finales del siglo XIX intentaría solucionar la posible contradicción entre individuo y sociedad, pensando que una buena organización económica permite la libre expansión personal.

Su libro pasó desapercibido al principio pero fue recuperado posteriormente como un claro antecedente de Nietzsche, quien también ejerció un cierto impacto en los medios libertarios por su negación de la moral tradicional. Ambos tuvieron gran aceptación en lo que ha sido denominado anarquismo individualista, que sirvió en parte como justificación teórica de muchos artistas de finales del siglo XIX y principios del XX para romper con estilos vigentes, o proponer formas expresivas nuevas. Las piezas del dramaturgo Ibsen son un claro exponente, y no en balde ejercieron fuerte impacto entre los ácratas españoles, por su crítica de los convencionalismos. Su obra Un enemigo del pueblo, por ejemplo, fue representada en muchos ateneos obreros españoles.

Autores, entre otros, como Marquina, Azorín, Julio Camba, Benavente, Maragall, Gómez de la Serna o Pío Baroja adoptaron, en mayor o menor grado, al principio de sus carreras literarias actitudes nietzschianas que los llevaron a simpatizar con el movimiento libertario y colaborar en sus publicaciones, con un anarquismo vital y estético en el que se hacía exaltación del individuo y de la rebeldía frente a la vulgaridad y el conformismo. Como se decía en Juventud, revista editada en Valencia en 1903. El principio que yo y vosotros y todos debemos proclamar es (que) sobre mi conciencia, mi corazón, mi inteligencia no puede haber una ley despojadora, ni un organismo privilegiado (…) Por eso os digo que no se trata de una cuestión de estómago, ni del odio atávico de castas siempre malditas y vencidas (…) Enrique Ibsen tiene razón: no se trata de un problema económico sino de la remoción de toda la entraña humana.

Entre los autores del siglo XIX que más influencia ejercieron en la configuración teórica del anarquismo está Pierre-Joseph Proudhon (1809-1864), que pasa por ser el fundador del socialismo libertario. Es en sus escritos donde se formulan por primera vez una opción clara por una sociedad sin gobierno, diferenciándose así de otros pensadores anteriores que pueden ser reivindicados en menor o mayor proporción tanto por socialistas marxistas como anarquistas.

Historia 16.