sábado, 19 de junio de 2010

Anselmo Lorenzo sobre el catalanismo

[Texto que forma parte del capítulo octavo de la segunda parte del libro El proletariado militante de Anselmo Lorenzo, sobre una reunión en Barcelona, para refundar la Internacional en España tras la expulsión de Bakunin, y su experiencia con el sentimiento nacional de los catalanes (incluyendo a todos los demás sentimientos nacionales populistas).]

La reunión se celebró en el salón de un café de la calle del Parlamento. Acudió numerosa representación, la mayoría simulada y falsa, puesto que se averiguó que había representantes de sociedades que no existían, y aunque no pudo celebrarse la conferencia intentada a causa de las numerosas protestas, los promovedores del acto consiguieron en parte su objeto: la división de los trabajadores en dos tendencias opuestas y la manifestación de existencia de un núcleo para la continuación de su obra, mayor que lo que habían presumido.

En los trabajos a que dio lugar aquel episodio me tocó una buena parte; y aun la circunstancia de ser castellano, como llaman generalmente los catalanes a todo español, que no ha nacido en Cataluña, sirvió para acentuar el carácter anti-internacional del regionalismo o patriotismo de campanario que animaba a aquellos trabajadores, ya que en el odio que mi contrariedad a sus propósitos les producía mi intervención, se mezclaba la antipatía que sentían por ser forastero.

Creo rendir tributo a la verdad exponiendo a este propósito un pensamiento que manifesté al director de El Liberal, de Barcelona, publicado en 13 de abril de 1905:

Hay no pocos jóvenes que valdrían mucho si no hubieran nacido en Cataluña, porque refrenando su inteligencia, habrían llegado a las cumbres del ideal, sin empequeñecerla con el idioma catalán, la frontera catalana y el odio a Castilla. Muchos de esos jóvenes son anarquistas, superhombres, necios que no sirven para nada; el catalanismo les inutiliza para la vida intelectual. Hay muchos trabajadores que se llaman anarquistas por moda; muchos desequilibrados que se lo dicen y sólo son perturbadores.

Y si entre la juventud burguesa existe esa plaga, no está enteramente exenta de ella la proletaria. De ello podría aducir pruebas presentando algún dato en demostración de que en algunos casos mis compañeros anarquistas catalanes me han manifestado que no olvidaban que yo había nacido al otro lado del Ebro.

No insistiré sobre el asunto, pero ahí queda al apunte como dato para la historia que seguramente apoyarían muchos castellanos residentes en Cataluña.

Las circunstancias excepcionales en que se hallaba el proletariado español a consecuencia de la reacción dominante por la restauración, hicieron imposible el funcionamiento de la Federación Regional tal como quedó reformada por el Congreso de 1874.

viernes, 18 de junio de 2010

Los enemigos del proletariado catalán

[Este artículo de Juan García Oliver fue publicado originariamente desde la Prisión celular, el 27 de febrero de 1932, tras la insurrección del Alto Llobregat y que en 2007 el periódico Tierra y Libertad recuperó de sus archivos.]

Hace solamente unos quince años, los trabajadores de Cataluña dieron patentes pruebas de haber superado la tradición histórica de su pueblo. Cataluña, la Cataluña auténtica, la que trabaja y piensa, había relegado al olvido, como quien se desprende de algo que por anticuado es inservible, el anhelo separatista que de una manera tan pobre e insustancial se empeñaban en sostener un puñado de sacristanes investidos de los atributos de la literatura. La Historia de Cataluña de Víctor Balaguer, ni siquiera era leída por las personas más cultas de la intelectualidad catalana. El pueblo, hacía tiempo que había dejado de leer los acaramelamientos patufetistas a lo Folch y Torres, quien solamente conseguía entretener los ocios de las estúpidas hijas de los burgueses.

El trabajador catalán pensaba y obraba por encima de sus estrechas fronteras locales. Todo lo más, recogiendo la parte sana de su espiritualidad: ofrecía a los pueblos ibéricos un tipo de organización proletaria que, como la CNT, permitía, dentro de sus amplios principios federalistas, la posibilidad de estrecha y fraternal convivencia de todas las regiones peninsulares. Cataluña se superaba ella misma, y aparecía ante el mundo revestida del más elevado sentido de universalidad.

La CNT dio un serio golpe a todos los localismos, regionalismos y separatismos de España. Por primera vez, los españoles encontraron un punto de convivencia y mutua compenetración. La espiritualidad federalista e internacionalista del anarquismo, habían obrado el milagro. Tocaba a un puñado de aventureros de la política, el ser los atentadores y destructores de este caso de simpatía y fraternidad ibérica, que ojala pueda ver restaurado y hecho extensivo a todos los pueblos del globo.

Mientras que por un lado, la CNT se dedicaba a la gigantesca labor de dar una unidad federalista a los trabajadores españoles (elemento indispensable para poder realizar sobre bases sólidas la gran revolución social que se proyectaba en nuestro país), había por otro lado en Cataluña un pequeño núcleo de tenderos, curas y ratones de sacristía que se dedicaban a hacer política separatista. Nadie les hacía caso. Vivían ahogados por la gran gesta revolucionaria que llevaban a cabo los trabajadores de Cataluña y España. Pero vino la dictadura de Primo de Rivera y, con ella, la idiota política de perseguir a esos cuatro tenderos, curas y ratones de sacristía, produciendo una leve exaltación de aquel sentimiento de catalanidad que tan acertadamente definiera el poeta José Carner, y que nada tenía de común con sentido político separatista, de los cuatro logreros de la política de cuatro barras y la estrella solitaria.

Con la persecución de los pocos separatistas, vino la desbandada hacia el extranjero y los comploteos ridículos de gentes que, inútiles para el trabajo, se pasaban el tiempo en las mesas de café diciéndose pestes unos de otros y demás tonterías por el estilo. Nada grande ni de importancia acometieron aquellos separatistas contra la dictadura primoriverista, ni por la obtención de su cacareada independencia. París, el de la holganza, la bohemia y la golfería, se les ofrecía con todos los atributos de sus reducciones ¿Quién, de aquellos vividores que se decían separatistas, pensaba sinceramente en la independencia de Cataluña? Bien claro se ha visto: ninguno.

El separatismo de los separatistas de Cataluña, la idealidad de esos hombres que hace unos meses, cuando dirigían sus peroraciones al pueblo, se llenaban la boca con aquellas expresiones de «queridos hermanos», «os quiero como a hijos míos» y demás zarandajas paternalistas, ha quedado demostrado hasta la evidencia que tanto su separatismo como su idealismo quedaba reducido a un afán de comerse a Cataluña, a San Jorge y a la misma Generalidad, antigualla carcomida que con muchas prisas y sudores extrajeron de los archivos históricos tan pronto como los gobernantes de Madrid tuvieran un poco sobre los patriarcales bigotes de Macià.

De hombres y políticos traidores ¿qué se podía esperar? El humillado por un superior gusta de humillar a sus inmediatos inferiores. Aquellos políticos hambrientos de sinecuras, arriaron la bandera del separatismo solamente porque se les tolerara el comer a dos carrillos. Por de pronto, se comieron las barras y la estrella solitaria; después, todo cuanto ha caído bajo sus fauces abiertas, hasta su propia vergüenza.

Pero había unos hombres, los anarquistas, que les estorbaban durante su cotidiano deglutir. Los anarquistas les decían a los trabajadores cuántos apetitos inconfesables esconden las melifluas palabras de los políticos, aun cuando esos políticos se denominen de «la Izquierda catalana». Y a medida que los anarquistas conseguían que el pueblo trabajador fuera dejando, despreciativamente, a los políticos que comían y a los que estaban a dieta esperando su turno, los hombres de ese partido que se denomina Izquierda Republicana de Cataluña, palidecían de ira al pensar que la propaganda anarquista, de seguir extendiéndose, amenazaba con arrancarles la pobre Cataluña que ellos se tragaban.

Fue entonces cuando los políticos agazapados en la Generalidad, se juraron el exterminio de los anarquistas. Aún retumba el eco de las palabras de amenaza pronunciadas por Lluhí y Vallescá en el Parlamento, al referirse a los dirigentes de la Federación Anarquista Ibérica. Reciente aquella expresión rufianesca de Companys, al decir después de la huelga general de septiembre, que había que apretarles los tornillos a los extremistas de Barcelona. Cálidas y de actualidad resultan todavía, aquellas declaraciones de Macià en las que decía que era de suma necesidad expurgar a Cataluña de los elementos morbosos.

Se han cumplido las amenazas de Lluhí y Vallescá, los deseos de Companys y las saludables intenciones de Macià. Los hombres de la Federación Anarquista Ibérica, los extremistas, los morbosos, ya están presos los unos, y ya marchan hacia la deportación los otros.

¿Qué más os falta, señores de la Izquierda Republicana de Cataluña? ¿Ya podéis comer y digerir bien? ¿Para cuándo ese Estatuto ridículo que no podría servir ni para regir los destinos de una sociedad de excursionistas?

Desde hace años, la CNT, organismo anarquista y revolucionario, bajo sus principios federalistas acogía a todos los trabajadores de España, dándoles al mismo tiempo una unidad espiritual. Hoy, los elementos verdaderamente sanos de la CNT, los no contaminados por el virus político y burgués, que es casi decir todos sus militantes, han reemprendido la magna tarea de refundir en una sola idealidad los sentimientos del proletariado ibérico. Frente a los militantes anarquistas de la CNT, se levantan con su política localista y regionalista, aquellos cuatro tenderos, curas y ratones de sacristía de ayer, muy bien enchufados hoy a las arterias de Cataluña, pretendiendo destruir la solidaridad del proletariado español.

Dentro del palacio de la Generalidad, elaboraron un Estatuto que decían concretaba las aspiraciones de Cataluña. Hubo una farsa de plebiscito para su aceptación. El Estatuto será o no será aprobado por las Constituyentes ¿Qué más da? Cataluña, y esta vez de una manera verdaderamente democrática, ha dicho ya cuál tiene que ser su Estatuto, su auténtica manera de vivir para el futuro... Cataluña, solidaria otra vez del resto de España, desprecia a sus políticos, y mientras que en Corral de Almoguer, Almarcha y otros pueblos hispanos izaban la enseña revolucionaria como símbolo de sus apetencias renovadoras, Fígols, Cardona, Berga, Tarrasa, en un bello amanecer, cuando las brumas se disipaban, descubrían al mundo un nuevo porvenir bajo el aleteo electrizado de sus rojos y negros. Ya pueden los enchufados enemigos del proletariado catalán, amenazar a los componentes de la Federación Anarquista Ibérica, y pedir que se aprieten los tornillos a los extremistas y propugnar exterminios de «morbosos».

No importa, Cataluña ha dicho ya, y eso de una manera que no deja lugar a dudas, que quiere vivir sin políticos, sin burgueses, sin millonarios, sin curas, ni ratones de sacristía. El obrero catalán se funde otra vez con el obrero de España y del mundo entero. Por encima de la Izquierda Catalana y de sus encubiertos corifeos.

viernes, 11 de junio de 2010

Nacionalismo y burguesía

[Continuando con el tema del «nacionalismo», el anarquista argentino Ángel J. Cappelletti nos explica, en este artículo del libro Ensayos libertarios, brevemente la relación del nacionalismo como un ideal de la burguesia, en contraposición a aquellos izquierdistas que se sienten identificados con la liberación nacional de sus pueblos, considerándolo como algo revolucionario actualmente (durante el siglo XIX lo debió ser como oposición a los defensores del Antiguo Régimen, pero luego se fue transformando en la reacción. El ideal ácrata, incluso el marxista original, es antinacionalista...) ¡A ver si se enteran estos supuestos «izquierdistas de postal!]

Los movimientos populistas se han caracterizado, en América Latina al menos, por un acentuado nacionalismo, no menos que por el policlasismo y el cesarismo o culto del líder carismático.

Ese nacionalismo, que tiene su justificación en el antiimperialismo, es decir, en la oposición a un supernacionalismo salido de madre, es, en todo caso, una ideología burguesa, fraudulentamente trasvasada a otras clases y, en particular, al proletariado. El papel del líder (desde Getulio Vargas a Juan Domingo Perón) consiste, en este caso, en forzar la participación de los trabajadores en un proyecto que interesa en realidad sólo a la burguesía nacional. Carisma mediante, se trata de persuadir a la clase obrera de que el capitalismo nacional es algo infinitamente menos hostil a sus intereses que el gran capital internacional, como si el lobo perdiera sus dientes por el solo hecho de haber nacido dentro de determinadas fronteras. No debe pasarse por alto la devota colaboración prestada en esta tarea por los partidos comunistas de observancia soviética.

Para echar un poco de luz sobre el carácter burgués de la ideología nacionalista en América Latina y en el Tercer Mundo conviene, como siempre, encarar el asunto históricamente.

Si prescindimos de la existencia de un sentimiento que podría llamarse «nacionalista» durante la Antigüedad, en Grecia y, en Israel, nos encontramos con que el nacionalismo como ideología surge y se desarrolla contemporáneamente con la Edad Moderna.

El fin del medievo, que presencia el ocaso del feudalismo y la aparición de los primeros Estados nacionales, es testigo al mismo tiempo del advenimiento del absolutismo real y del auge de una nueva clase, la burguesía, que apuntala a la monarquía contra los señores feudales y se encumbra, apuntalándose a su vez en la nueva idea de la nacionalidad.

Esta primera fase del nacionalismo, que abarca desde el siglo XIV al XVIII, está vinculada, pues, a la burguesía, aliada de los reyes contra los señores feudales. Tiene como meta la unidad de la nación dentro de las estructuras políticas del Estado centralizado, lo cual hace posible el encumbramiento de la burguesía en la corte real, por medio del gobierno, la judicatura, la administración, las finanzas, etcétera.

La segunda fase, que va desde el siglo XVIII al XX, implica un vasto reacomodamiento de las fuerzas en pugna: ya no se trata de burguesía más realeza contra señores feudales, sino de burguesía contra realeza y señores feudales transformados ahora en aristócratas cortesanos. La nacionalidad es exaltada aquí por los burgueses contra la dinastía. Se trata de lograr la igualdad jurídica y política. Nación o patria se hace sinónimo de constitución. Es la fase del nacionalismo liberal, en cuyo seno surge el movimiento independentista de la América española. La burguesía quiere desplazar del gobierno a los aristócratas y crear instituciones que le aseguren un primer rango en la sociedad. Aquí, como en la fase anterior, las clases más bajas sólo se benefician indirectamente y están casi por completo ausentes en la confrontación ideológica y en la lucha socio-política. La burguesía triunfa y llega a su apogeo. Mientras tanto, a partir de la Revolución francesa, el movimiento obrero y socialista va afirmando cada vez con más claridad su internacionalismo. Y aunque no faltan esporádicamente algunos brotes de nacionalismo inducidos por la burguesía jacobina, como en el caso de Blanqui y de la Comuna de París, las grandes masas marxistas y bakuninistas repudian como reaccionario cualquier intento de hacer resurgir la idea de nación por encima de la idea de clase. Pero, una vez triunfante la revolución bolchevique en Rusia, la nueva clase burocrática surgida con el leninismo (que desempeña allí el papel de la burguesía) resucita el nacionalismo ruso y se esfuerza por inculcarlo en los trabajadores, bajo el pretexto (paradójico si no fuera dialéctico) de que Rusia es la nación-paladín del internacionalismo.

Mientras tanto, en los países coloniales y semicoloniales se inicia la tercera fase del nacionalismo, cuyo protagonista es, una vez más, la burguesía. Se trata en este caso de la burguesía nacional, que lucha por ocupar el sitio de la burguesía imperial o metropolitana. Una vez más el nacionalismo como ideología resulta ajeno a la clase obrera y, en general, a las clases sometidas de la población. Pero como la colaboración de las grandes masas nacionales se hace imprescindible en la lucha contra las supercompañías extranjeras y contra la burguesía imperial, surgen con frecuencia los movimientos populistas, que se empeñan en identificar demagógicamente las aspiraciones de las clases dominantes vernáculas con los intereses del pueblo. En algunos casos este populismo asume inclusive un ropaje ideológico marxista y se disfraza, sin dejar de ser lo que es, de «izquierda nacional». Esto explica los caracteres larvadamente fascistas de tales izquierdistas (¿socialismo nacional es algo diferente de nacional-socialismo?) y sus flagrantes contradicciones. En Argentina hemos visto venerar en los mismos altares a Carlos Marx y a Juan Manuel de Rosas.

Madrid, 1978.

domingo, 6 de junio de 2010

Cuestionamiento de la patria

[Irenófilo Diarot fue redactor de Solidaridad Obrera por los años veinte del siglo pasado, escribió un artículo titulado «Propaganda y acción antimilitarista», en el que exponía el ideal apátrida y cosmopolita del anarquismo. Cosa que ahora muchos «neolibertarios» no lo tienen todavía bien claro. Por ejemplo, tenemos la enciclopedia Wiki que se autodenomina «anarquista» Anarcopedia y en donde nos define, en apenas una par de líneas, que «el internacionalismo es un movimiento político que aboga por una mayor cooperación política y económica entre las naciones para el beneficio mutuo». Pero saben extenderse más en algo como la identidad cultural, que como anarquistas debemos superar o sernos completamente indiferente. Una pena, que los «pseudoanarquistas» de hoy en día, no lo comprendan, y hasta se dejen infectar con tonterías identitarias de carácter étnico (aunque cambien palabras como «nación» o «patria» por «pueblo» o «cultura»).]

Nuestros ideales, nuestra vida amenazada, nuestra conciencia de hombres, nuestro honor, nuestros sentimientos de humanidad y de justicia, nos aconsejan alzarnos, salir al paso a la invasión del espíritu militarista que amenaza hundir la sociedad. Hay que deshonrar la guerra; hay que presentar ante las gentes sencillas las monstruosidades que encierra, lo inicuo que estas matanzas internacionales llevan consigo. Hay que ser antimilitarista y propagar con todas nuestras fuerzas y hacer todo lo posible para que desaparezca esa tendencia salvaje que amenaza con sangre (…).

Unida a esta propaganda debe ir la que tienda a borrar de los corazones, donde se ha asentado falsamente, el sentido patriótico. Es preciso poner ante los ojos de todo el mundo que la patria es una gran mentira y un semillero de odios y de guerras. Es preciso propagar y sostener que la patria deber ser la tierra toda.

El amor al trozo de tierra que nos vio nacer, donde pasó nuestra infancia y se encuentra familia, allegados y amigos, este sentimiento se explota por los culteranos del odio para trazar divisiones entre los seres humanos, divisiones inicuas que no deben existir.

Mi enemigo no es el que habita al otro lado de la frontera, por este solo hecho. No le es dable a ningún hombre elegir el lugar de la tierra donde debe nacer. No hay motivo, por lo tanto, para divisiones que solo trazó la ambición. La espada de los conquistadores, las conveniencias de los poderosos, el orgullo de los grandes bandoleros (tipo Julio Cesar, Alejandro el Magno, Napoleón I, Guillermo II, etcétera), la avaricia ilimitada de los gobernantes y las intrigas de los negros buitres de la diplomacia, son los elementos que han señalado las fronteras entre los pueblos y esto que representa un cúmulo inmenso de arbitrariedades, de crímenes y de injusticias perpetradas a través de la historia, es lo que con el nombre de patriotismo quiere hacérsenos respetar.

EL ANARQUISMO DEL SIGLO XX: ERRICO MALATESTA

Por Ángel J. Cappelletti

Enrique Malatesta no fue sólo, como algunos historiadores han creído, un activo militante, agitador y organizador, sino también uno de los grandes teóricos del anarquismo moderno. Su pensamiento representa una concepción post-positivista y post-materialista del socialismo antiautoritario. Gran amigo y admirador de Kropotkin, se separa de él en varias tesis importantes, tanto en la teoría como en la praxis. Así como en el sabio ruso tuvieron un papel decisivo el positivismo y el materialismo mecanicista de la segunda parte del siglo XIX, en Malatesta influyen las nuevas corrientes filosóficas que surgen a fines de dicho siglo y Comienzos del XX (neoidealismo-neokantismo, etc.).

Enrique Malatesta nació el 14 de diciembre de 1853, en Santa María Capua Vetere, provincia de Caserta, Italia, en el seno de una familia de la pequeña burguesía. Inició en Nápoles estudios de medicina, que no pudo concluir, ocupado como estuvo desde la adolescencia en la actividad revolucionaria. A los diecisiete años se puso en contacto con la Internacional y con los socialistas antiautoritarios que la representaban en Italia. En septiembre de 1872 conoció en Suiza al propio Bakunin, de quien siempre se considerará discípulo. Bajo su inspiración, promovió en 1874, junto con Costa y Cafiero, una insurrección campesina en Apulia. Viajó después a Suiza y a España, con propósitos de agitación, y hasta intentó llegar a Herzegovina para luchar allí, junto con los servios, contra los turcos. En 1876 intervino en el Octavo Congreso de la Internacional; en abril de 1877 promovió otro intento de revolución popular en Benevento. Después de una prisión de algunos meses, viajó a Egipto, donde a fines de 1878 fue detenido en Alejandría y embarcado para Italia por una supuesta complicidad en el atentado contra el rey Humberto I, pero logró escapar a Marsella y de allí otra vez a Suiza, donde conoció a Kropotkin a comienzos de 1879. De Suiza pasó a Rumania y estuvo en Braila o Galatz, pero enfermó y se dirigió a Francia, donde permaneció hasta fines de aquel año, dedicado a la propaganda revolucionaria.

Estuvo en Bélgica y en Inglaterra y de regreso a París fue condenado a seis meses de cárcel en la Santé. En Suiza, otra vez detenido el 21 de febrero de 1881, pasó una quincena preso. De allí viajó a Londres, donde permaneció hasta mediados de 1882; en agosto de ese año trató de unirse a las fuerzas de Arabi Pashá que luchaban contra los imperialistas ingleses, pero al fracasar el movimiento decidió volver a Italia, a donde entró por Liorna, en abril de 1883. En Florencia comenzó a publicar La Cuestione sociale y polemizó con Andrea Costa, entregado al reformismo y al parlamentarismo.

En marzo de 1885, para evitar una nueva condena, huyó a la Argentina, donde fundó sindicatos y promovió la organización del movimiento obrero, no sin encontrar viva oposición de parte de los anarquistas individualistas.

A mediados de 1889, de vuelta a Italia, se empeñó en reunificar los diferentes grupos anarquistas y socialistas revolucionarios, y en octubre comenzó a editar en Niza otro periódico «L'Associazione», aunque a fines de año tuvo que escapar a Londres, requerido por la policía francesa. En 1891 estuvo en el cantón de Tesino, Suiza, donde se fundó el «Partido socialista revolucionario anárquico italiano», que reunía a socialistas revolucionarios del tipo de Cipriani y anarquistas propiamente dichos; realizó después una gira de propaganda por Italia septentrional y a fines de ese año y principios de 1892 estuvo en España, visitando Barcelona, Madrid y Andalucía. En 1893 trató de convertir en huelga general revolucionaria la gran huelga que se produjo en Bélgica en favor del sufragio universal.

En 1894 recorrió la península italiana, de Milán a Sicilia, en campaña de agitación. Durante el año 1895 se dedicó con entusiasmo a la preparación del Congreso Internacional Obrero Socialista, que se realizó en Londres entre el 27 de julio y el 1 de agosto de 1896, y en el cual una ficticia mayoría marxista consiguió expulsar a los anarquistas. En el año 1897 Malatesta desarrolló una activa campaña de propaganda en la región italiana de las Marcas y publicó un combativo periódico, «L'Agitazione», en Ancona. Condenado a siete meses de cárcel y luego, ante la generalizada inquietud social, a domicilio coatto en Ustica y Lampedusa, pudo escapar a Inglaterra, desde donde pasó pronto a Estados Unidos.

En ese país fue calurosamente acogido por los militantes y por los obreros de las organizaciones revolucionarias en general, pero no dejó de tener problemas (como en la Argentina), con los individualistas y antiorganizadores, uno de los cuales atentó contra su vida.

En febrero de 1900 estuvo en La Habana, donde el 1 de marzo de ese año pronunció una recordada conferencia sobre Libertad y civilización. Desde Nueva York embarcó pocas semanas más tarde hacia Londres. En esta ciudad permaneció trece años, ganándose la vida como mecánico electricista, dando clases particulares de italiano y francés, estudiando asiduamente para mantenerse al día con el pensamiento científico y filosófico y con la producción literaria europea, pero atento siempre, por encima de todo, a los movimientos sociales.

Durante estos años de existencia relativamente tranquila, sólo interrumpida por algunos cortos viajes al continente europeo, publicó Malatesta varios periódicos, todos de efímera vida («L'Internazionale», 1901; «Lo Sciopero generale», «La Rivoluzione Sociale», 1902; «La Settimana sanguinosa», «Germinal», 1903; «L'Insurrezione», 1905).

En 1907 concurrió al Congreso internacional anarquista de Amsterdam, donde defendió contra los individualistas la necesidad de una organización anarquista. Pero en 1907 y 1908 escribió también (en «Freedom» de Londres y «Le Reveil» de Ginebra) contra la tendencia a identificar el sindicalismo con el anarquismo.

En 1912 se pronunció contra la aventura imperialista de Italia en Trípoli, apoyó activamente la gran huelga de los sastres contra el sweatingsystem y comenzó a escribir una obra teórica que debía titular La revolución social pero que, al parecer, nunca llegó a concluir.

Una nueva situación política le permitió retornar a Italia en 1913. El 8 de junio de aquel año empezó a publicar «Volontá», periódico que seguirá bajo su dirección hasta junio del año siguiente.

Fue ésta una época particularmente activa para Malatesta. En septiembre y octubre participó, junto a diferentes grupos anarquistas y socialistas, en una campaña nacional anticlerical; en abril de 1914 intervino en el Congreso organizado en Roma por el Fascio Comunista Anarchico; en junio fue actor principal de una vasta campaña insurreccional dirigida contra la monarquía de Saboya y contra el Vaticano, en la cual participaban republicanos, socialistas de diferentes tendencias y anarquistas, y que, de no haber sido por la traición de la Confederación General del Trabajo, pudo haberse transformado en huelga general revolucionaria. El fracaso del movimiento lo obligó a volverse a Londres.

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, Malatesta, consecuente con su internacionalismo proletario, se pronunció por la total abstención de la clase obrera y del pueblo en la contienda de los grandes Estados.

En esta ocasión se produjo un doloroso choque con su gran y admirado amigo Kropotkin quien, como dijimos, había tomado partido por Francia e Inglaterra, considerando el carácter imperialista del gobierno alemán y la peligrosidad de su militarismo agresivo. En la revista «Freedom», donde Kropotkin y sus amigos habían defendido el punto de vista proaliado, publicó Malatesta un notable artículo titulado Anarchists have forgotten their principles y pocos meses después, en marzo de 1915, firmó allí mismo, junto con un grupo de conocidos teóricos y militantes, un Manifiesto en el cual repudiaba toda participación en la guerra, en cualquiera de los bandos.

Una vez acabada la guerra, pensó en seguida en volver a Italia. Casi a fines de 1919 logró hacerlo. En febrero de 1920 inició en Milán la publicación de un diario, «Umanitá Nova», que fue no sólo el más importante órgano periodístico por él dirigido sino también uno de los más notables exponentes de la prensa anarquista internacional de todos los tiempos.

En 1920 se produjo la ocupación de numerosas fábricas por parte de los trabajadores. Malatesta tomó parte muy activa en este movimiento y, si no puede decirse que fue su único inspirador, resulta indudable que estuvo entre sus principales ideólogos y animadores. Se trataba, en efecto, de un movimiento eminentemente autogestionario, que respondía mejor que a nada a la concepción anarquista de la Revolución Social.

Ya anciano, Malatesta se mostró por entonces infatigable: daba conferencias, realizaba reuniones públicas, escribía, tenía encuentros secretos con enviados de diversos lugares de la península y del extranjero, etc.

El movimiento fracasó una vez más por la defección de los socialistas reformistas de la Confederación General del Trabajo, que, asustados del rumbo revolucionario del movimiento y temerosos de que se les escapara de las manos el poder burocrático, ordenaron a sus afiliados la desocupación de las fábricas.

Una lucha heroica y desesperada ocupó durante algunos meses la vida de Malatesta antes de la toma del poder por los fascistas y aún al comienzo de la dictadura de Mussolini. «Umanitá Nova» fue clausurada y el propio Malatesta procesado. Sin embargo, todavía entre 1924 y 1926 logró publicar la revista «Pensiero e Volontá» y aún después continuó colaborando, en artículos plenos de fe antifascista, en órganos del exterior, como «Studi Sociali» de Montevideo.

Prisionero en su domicilio y exiliado en su tierra, aislado de sus compatriotas, sólo pudo durante sus últimos años mantener correspondencia con amigos del extranjero, de quienes recibía cierta ayuda económica. El 22 de julio de 1932 murió en Roma.

La obra escrita de Malatesta es muy extensa pero consiste principalmente en artículos publicados en periódicos y revistas. Dejó, sin embargo, algunos folletos de carácter popular y divulgativo, que constituyen verdaderos modelos de la literatura del género por la claridad y concisión unidas a la solidez y profundidad de las ideas. Entre ellos sobresalen los diálogos Entre campesinos (Florencia, 1884), En el café (Ancona, 1887) y En tiempo de elecciones (Londres, 1890).

El pensamiento de Malatesta se diferencia del de Kropotkin (que es el más difundido y aceptado por los anarquistas desde 1890 por lo menos) en varios puntos importantes, aunque no deja de coincidir con él en las tesis esenciales de la filosofía social del anarquismo.

Malatesta no acepta, por empezar, el materialismo mecanicista y evolucionista de Kropotkin, que considera como una forma más del dogmatismo filosófico. No puede mostrarse de acuerdo con la concepción kropotkiniana de la ciencia, que hace de ella el criterio del bien y del mal y el instrumento esencial del progreso moral de la humanidad. Cree, por el contrario, que ella es un arma ambivalente, y que en sí misma no tiene nada que ver con el bien y con el mal. Desde este punto de vista sostiene, también contra Kropotkin, que el anarquismo no puede fundarse sobre la ciencia. Sabe, por lo demás, que las teorías científicas, siempre provisorias e hipotéticas, aunque constituyen un instrumento útil para la investigación no son la verdad. La idea kropotkiniana del anarquismo «científico» es, para Malatesta, un fruto caduco del cientificismo, que tiende a considerar como leyes necesarias lo que sólo es el concepto que cada uno tiene según sus intereses y aspiraciones, de la justicia, el progreso, etc.

Malatesta llega a firmar que cree tan poco en la infalibilidad de la ciencia como en la infalibilidad del Papa. Para él, el anarquismo no es ciencia ni tampoco filosofía (en el sentido de «concepción del mundo») sino un ideal ético y social, propuesto a la voluntad libre de los hombres.

En relación con este concepto surge una segunda diferencia profunda entre Malatesta y Kropotkin. Para el segundo, todo en la naturaleza y en el hombre está determinado y sujeto a las leyes universales y necesarias; para el primero, ni la ética ni la educación, ni la rebelión, ni la propaganda, ni el ideal, ni la revolución tendrían sentido alguno si la voluntad y la conducta del hombre estuvieran predeterminadas. Frente al determinismo mecanicista, la afirmación del libre albedrío se presenta en Malatesta como una exigencia ética y social; más aún, como la ineludible premisa de toda praxis revolucionaria.

Las bases de la ética y del anarquismo no se deben buscar, pues, para él, en las leyes de la naturaleza, como hacía Kropotkin, sino más bien en la lucha del hombre por sobreponerse a ellas.

En consecuencia, Malatesta se aleja también mucho del optimismo de Kropotkin y, sin caer en ningún pesimismo irracionalista, adopta lo que podría llamarse un meliorismo esto es, una fe en la posibilidad que el hombre tiene de mejorar la sociedad y de perfeccionarse a sí mismo. El hombre no es de por sí bueno ni malo, su conducta la determina parcialmente el medio, social y parcialmente queda librada a sus propias y personales decisiones.

Aunque Malatesta coincide con Kropotkin en considerar al comunismo como sistema económico ideal y aunque reconoce la necesidad de liquidar el salariado y la propiedad privada tanto de los medios de producción como del producto mismo, adopta, sin embargo, sobre todo en sus últimos años, una posición menos rígida al respecto. Opina que la revolución social debe dejar sitio para una amplia experimentación técnica y económica y que, una vez realizada, se podrán ensayar diferentes tipos de organización de la producción, desde el cooperativismo y el mutualismo hasta el comunismo.

No se conforma, por otra parte, con las más optimistas previsiones ni con la práctica de «la toma del montón», y adopta una actitud crítica, que es fruto de su larga experiencia y de su atenta observación de los hechos.

Al tratar de la abolición del Estado, Malatesta se pone en guardia frente a quienes piensan que el anarquismo no consiste sino en fragmentar el poder central en una serie de poderes locales. y lo confunden con el mero «cantonalismo». Define, por eso, la anarquía sencillamente como «la vida de un pueblo que se rige sin autoridad, sin gobierno». El gobierno, a su vez, no representa, como la metafísica política sostiene el interés general, sino, por el contrario, el interés particular de grupos y clases contra la mayoría. Sus funciones no sólo tienden a disminuir sino que crecen con el tiempo. Su esencia consiste en el uso monopólico de la violencia (física, económica, intelectual, etc.) sobre el pueblo. Según Malatesta, no hay razón suficiente alguna de su existencia: quienes lo forman no son en nada superiores a los gobernados y con frecuencia son inferiores a la mayoría de ellos. Históricamente los gobiernos surgen de un hecho de fuerza (guerra, conquista, etc.) o de la imposición por parte de un grupo social (clase, partido, etc.).

En el primer caso se trata de una simple usurpación; en el segundo, del predominio de la minoría sobre la mayoría, lo cual es también usurpación. Aun cuando surge del sufragio universal, el gobierno no representa jamás el interés de toda la sociedad, ya que el sufragio suele ser directa o indirectamente manipulado por las clases dominantes e, inclusive si no lo fuera, el mero hecho de haber sido elegido por una mayoría no garantiza en absoluto que el gobierno sea racional y justo y obre en favor de los intereses comunes. Durante mucho tiempo polemizó Malatesta con diversos sectores de la izquierda italiana (republicanos, socialistas) sobre las elecciones y el parlamentarismo. Jamás transigió con el intento de algunos anarquistas o exanarquistas, que pretendieron valerse del voto y de los cargos electivos para conseguir ciertas ventajas para el socialismo y para las clases explotadas. Veía en ello una de las más peligrosas trampas del sistema y una astucia criminal de la burguesía dominante.

Pero su más encendida polémica fue, en los últimos años de su vida, contra los bolcheviques y contra su interpretación de la revolución y del comunismo. Cuando en un mitin obrero un entusiasta de buena fe lo proclamó «el Lenin italiano», Malatesta rechazó decidida y enfáticamente el título que se le quería adjudicar. El comunismo no es, para él, un resultado fatal del desarrollo de las fuerzas económicas sino el producto de una conciencia generalizada de la solidaridad entre los hombres. La revolución que tiene por meta instaurarlo no consiste en la toma del poder por parte de la clase obrera ni en la implantación de una dictadura del proletariado, sino en la liquidación de todo gobierno y en la toma de posesión (por parte de los grupos de trabajadores) de la tierra y los medios de producción. Por otra parte, la edificación de una sociedad comunista debe concebirse como resultado de un largo proceso evolutivo (sin que ello excluya la necesidad de la revolución) y no será uniforme ni simultánea. Proceder de golpe y efectuar una serie de cambios estructurales por decreto revolucionario, contando con el predominio de un partido obrero, como han hecho Lenin y los bolcheviques en Rusia, significa equivocar el camino: en tal caso, las masas, habituadas a una secular obediencia, aceptarán la colectivización como una ley impuesta por los nuevos gobernantes, los cuales no teniendo nada que esperar de la libre creación del pueblo se verán obligados a esperarlo todo de sus propios planes y no podrán confiar sino en la burocracia y en la policía. Para Malatesta, «ningún sistema puede ser vital y liberar realmente a la humanidad de la atávica servidumbre, si no es fruto de una libre evolución». Teniendo ante sus ojos la experiencia bolchevique, ya encaminada por los rumbos del stalinismo, escribe en 1929: «Las sociedades humanas, para que sean convivencia de hombres libres que cooperan para el mayor bien de todos, y no conventos o despotismos que se mantienen por la superstición religiosa o la fuerza brutal, no deben resultar de la creación de un hombre o de una secta. Tienen que ser resultado de las necesidades y las voluntades, coincidentes o contrastantes, de todos sus miembros, que aprobando o rechazando, descubren las instituciones que en un momento dado son las mejores posibles y las desarrollan y cambian a medida que cambian las circunstancias y las voluntades.»

Frente al sindicalismo y a la organización obrera, la posición de Malatesta resume la mejor tradición anarquista a la luz de la rica y variada experiencia contemporánea. Por una parte, defiende con rigor la necesidad de que los anarquistas apoyen los sindicatos, de que los creen cuando no existan y trabajen dentro de ellos cuando ya funcionan. En defensa de este punto de vista, que no es sino un aspecto de su concepción orgánica y antiatomista del anarquismo, libra una vigorosa lucha contra los individualistas, enemigos de toda organización. Por otra parte, sin embargo, debe oponerse también a quienes pretenden identificar sindicalismo y anarquismo, reduciendo el contenido y las metas de éste a las de aquél. Malatesta tiene plena conciencia de que la actividad de los sindicatos es de por sí reivindicativa y reformista, y aunque no niega la licitud y la necesidad de la lucha por el salario, por las condiciones de trabajo, por la duración de la jornada, etc., advierte la necesaria inclinación de los puros sindicalistas al oportunismo, al conformismo social y a la constitución de círculos cerrados para la defensa de intereses particulares: «Justamente porque estoy convencido de que los sindicatos pueden y deben ejercer una función utilísima, y quizá necesaria, en el tránsito de la sociedad actual a la sociedad igualitaria, querría que se los juzgara en su justo valor y que se tuviese siempre presente su natural tendencia a transformarse en corporaciones cerradas que únicamente se proponen los intereses egoístas de la categoría o, peor aún, sólo de los agremiados; así podremos combatir mejor tal tendencia e impedir que los sindicatos se transformen en órganos conservadores.»

No disponemos de espacio para tratar de otros pensadores anarquistas del siglo XX. Baste mencionar, en Rusia, al máximo exponente del anarquismo cristiano, el gran novelista León Tolstoi; en Alemania a Rudolf Rocker, continuador de Kropotkin y autor de un monumental tratado de filosofia social: Nacionalismo y cultura, y a Gustav Landauer, que, en sus libros La revolución e Incitación al socialismo, se convierte en el teórico de la revolución permanente, concebida como lucha del Espíritu contra el Estado; en España, Ricardo Mella, más cercano a Malatesta y Landauer que a los teóricos del siglo XIX; en Francia, a Emile Armand, quien en su Iniciación individualista anarquista y en otros muchos escritos defiende puntos de vista análogos, aunque no idénticos, a los de Stirner; en Gran Bretaña, a Herbert Read, que desarrolla originales teorías estéticas y pedagógicas en La educación por el arte, Anarquismo y poesía, etc.; a los hermanos Flores Magón, en México; a Rafael Barret, en Paraguay; a González Pacheco, en Argentina; a José Oiticica, en Brasil.

Quizá no será superfluo recordar algunos nombres de pensadores y escritores contemporáneos que pueden considerarse anarquistas en el sentido tradicional del término, como Paul Goodman, Noam Chomsky, etc., o en un sentido más lato, como Rudi Dutschke, Bernd Rabehl, Daniel Cohn Bendit, etc.

Conviene, por último, hacer notar que algunos de los más importantes filósofos de nuestro siglo, desde perspectivas muy diferentes, han manifestado posiciones afines a las del anarquismo y en ciertos casos se han identificado con sus doctrinas e ideales básicos (Bertrand Rusell, Martin Buber, Albert Camus, Jean P. Sartre, Simone Weil, Krishnamurti, etc.).

Es frecuente entre los historiadores y sociólogos que se ocupan hoy del anarquismo afirmar que éste representa una ideología del pasado. Si con ello se quiere decir simplemente que tal ideología logró su máxima influencia en el pueblo y en el movimiento obrero a fines del siglo XIX y durante la primera década del XX, nada podemos objetar. Pero si ese juicio implica la idea de que el anarquismo es algo muerto y esencialmente inadecuado al mundo del presente, si pretende que él no puede interpretar ni cambiar la sociedad de hoy, creemos que constituye un notorio error. Frente a la grave crisis (teórica y práctica) del marxismo, que se debate entre un stalinismo más o menos vergonzante y una socialdemocracia que suele renegar de su pasado, el anarquismo representa, más bien, la ideología del futuro. Clases, grupos y sectores oprimidos del primero, del segundo y del tercer mundo no tienen, al parecer, ninguna otra salida revolucionaria. Aunque habrá que convenir en que este «anarquismo» del futuro (nutrido de ecologismo, de pacifismo, de feminismo, de antiburocratismo y, también, de lo más vivo del marxismo, fundado en una nueva y más profunda crítica del Estado) diferirá bastante, en la forma y aun en el fondo, del anarquismo clásico.

Extraído de la Ideología anarquista de Ángel J. Cappelletti.

domingo, 30 de mayo de 2010

Sobre la Igualdad

[En contraposición a los liberales que consideran a la Libertad y la Igualdad como dos principios opuestos: a más libertad mayores desigualdades. Los libertarios consideramos ambos principios como inseparables: sin Igualdad no hay Libertad. Por el año 1891, el ruso Kropotkin publicó el folleto La moral anarquista, en donde defendía la Igualdad como una de las condiciones para que haya moral... Éste es el retazo del texto:]

Nos hemos rebelado, y hemos invitado a otros a rebelarse, contra quienes se arrogan el derecho a tratar a sus semejantes de modo distinto a como les gustaría que les tratasen a ellos; contra los que, no deseando que les engañen, exploten, prostituyan o ultrajen a ellos, hacen sin embargo todo esto a otros. Hemos dicho que la mentira y la brutalidad son repugnantes, no porque las condenen códigos morales sino porque tal conducta repugna al sentido igualitario de todo aquel para quien igualdad no es una palabra vacía. Y sobre todo le repugna a quien es un auténtico anarquista en su modo de pensar y actuar.

Si se aplicase sólo este simple principio, natural y evidente, de forma general en la vida, el resultado sería una moral mucho más elevada; una moral que incluiría cuanto han enseñado los moralistas.

Porque el principio de igualdad resume las enseñanzas de los moralistas. Pero contiene también algo más. Este algo más es el respeto al individuo. Proclamando nuestra moral de igualdad, o anarquismo, nos negamos a asumir un derecho que los moralistas siempre se han arrogado: el de mutilar al individuo en nombre de algún ideal. Nosotros no reconocemos en absoluto este derecho, ni para nosotros mismos ni para ningún otro.

Reconocemos la libertad plena y completa del individuo; deseamos para él vida plena, libre desarrollo de todas sus facultades. No deseamos imponerle nada, volviendo así al principio que Fourier opuso a la moral religiosa cuando dijo: «Dejad a los hombres absolutamente libres. No les mutiléis como ya han hecho abundantemente las religiones. No temáis sus pasiones. En una sociedad libre, no son peligrosas».

Si no abdicas tú mismo de tu libertad; si no permites que otros te esclavicen; si a las pasiones violentas y antisociales de este individuo o aquél opones tus pasiones sociales igualmente vigorosas, nada tendrás que temer de la libertad.

Rechazamos la idea de mutilar al individuo en nombre de un ideal, sea el que sea. Lo único que reservamos para nosotros es la expresión franca de nuestras simpatías y antipatías hacia lo que nos parezca bueno o malo. Un hombre engaña a sus amigos. Son sus inclinaciones, su carácter, lo que le empuja a hacerlo. Muy bien, es nuestro carácter, nuestra inclinación, despreciar a los mentirosos. Y como éste es nuestro carácter, seamos francos. No le demos la mano cordialmente ni le acojamos como se acostumbra a hacer hoy. Opongamos vigorosamente nuestra activa pasión a la suya.

Esto es todo lo que tenemos derecho a hacer, éste es el único deber que tenemos que cumplir para mantener el principio de igualdad social. Este es el principio de igualdad en la práctica.

martes, 25 de mayo de 2010

EL MOVIMIENTO ANARQUISTA EN COREA


Extraído de: http://www.anarkismo.net/article/16111

La vitalidad del movimiento anarquista coreano se centra, esencialmente, en torno al profundo deseo de independencia en ese país. Esta fuerte influencia nacionalista en el movimiento anarquista –que data de la más pura tradición de Bakunin y Kropotkin- ha causado, y aún causa, confusiones. Al desear influir sobre un un potente movimiento nacionalista desde adentro, siempre existe el riesgo de ser influenciado de vuelta por el nacionalismo. Makhnó también enfrentó este problema y supo como resolverlo. Los anarquistas coreanos continúan la lucha en contra de una dictadura capitalista pro-EEUU en el Sur, y una dictadura pro-URSS en el Norte.

Algo de Historia

Corea ya tenía su propia cultura y lengua, unos mil años antes de Cristo, pero pronto cayó bajo la influencia de China y posteriormente –como ocurrió con la misma China- cayó bajo la influencia de Mongolia y Manchuria. Desde fines del siglo XVI, Japón comenzó a hacer sentir su influencia. El final del siglo XIX y el comienzo del siglo XX, marcaron el clímax de la influencia foránea en Corea, la que tuvo por resultado tres guerras: entre China y Japón en 1894-1895; entre Rusia y Japón en 1904-1905 y entre EEUU y China entre 1950-1953 (ésta última guerra se ha distorisonado para dar la impresión de una guerra civil entre Norte y Sur).

El carácter del Nacionalismo Coreano

Hacia fines del siglo XIX, dos tendencias emergieron: una corriente intelectual en gran medida clandestina por una parte, y una explosión popular violenta, anti-extranjera, por otra, que incluyó las revueltas campesinas al sur de Seúl entre 1863-1864 y luego, nuevamente, entre 1890-1894, durante el movimiento de independencia. Poco después, dos movimientos sociales más sacudirían a todo el país de la misma manera: en 1919, la proclamación de independencia “Mansei”, y en 1920, las innumerables manifestaciones en contra del presidente Singman Rhee.

Tal uso natural de la acción directa ocurrió dondequiera hubiera Coreanos, especialmente entre las poblaciones de emigrantes Coreanos de Japón, China y Manchuria (tres zonas vecinas). Entre 1907-1913 las fuerzas japonesas en Corea, fueron acosadas continuamente por guerrillas: en 1907, se contaron 323 acciones; en 1908, fueron 1449; en 1909, fueron 898; en 1910, fueron 147; en 1911, fueron 52; en 1912, fueron 30; en 1913, fueron 5. En la ciudad china de Harbin, Hirobumi Ito (príncipe y redactor de la Constitución japonesa, y hombre responsable de la presencia japonesa en Corea) fue asesinado por An Tchounguin en octubre de 1909.

Shin Chae Ho, padre de la historiografía coreana
moderna, fue un luchador antiimpeilista
que se pasó a las filas libertarias.


Los comienzos del Movimiento Anarquista

Pese a que las condiciones sociales en Corea eran favorables, carecemos de un recuento detallado del nacimiento del anarquismo local. En Japón y en la China, los movimientos anarquistas estaban recién comenzando. En 1920 se encuentran batallones anarquistas manchurianos luchando codo a codo con grupos nacionalistas Coreanos en contra del Ejército Japonés. Durante un desfile militar, rodearon a una columna japonesa, eliminando a más de 1.000 soldados; sus bajas, en cambio, fueron menores a 200. Tal fue la batalla de Ch’ing-Shan-Li, librada por el “General anarquista” Kim-Chwa-Jin (también llamado Kim-Joa-Jin), en octubre de 1920.

La presencia Coreana en Manchuria era tan fuerte, que Kim-Chwa-Jin (a quien llamaban el Makhno Coreano) y Choung-Shin (entre otros) inspiraron la fundación de comunas libertarias entre los refugiados Coreanos desde marzo de 1925 en adelante, hasta que un agente comunista asesinó a Kim-Chwa-Jin en enero de 1930.

El Movimiento hasta 1945

Siguiendo a la larga “Declaración de la Revolución Coreana” (en su mayor parte, concerniente al nacionalismo) la primera organización anarquista fue fundada en enero de 1924. El 2 de noviembre de 1928, en Pengouaong, la Confederación General de Anarquistas Coreanos nació en la clandestinidad.

En abril de 1930, en China, la Ligua Anarquista Oriental fue reorganizada y rebautizada como “Liga Coreana de la Juventud del Sur de China”. Su actividad fue continuada por la “Liga Juvenil Anarquista”, la “Federación Obrera Oriental” (ambas fundadas en mayo de 1930) y la “Liga de la Bandera Negra Obrera” (junio de 1930) en Japón.

No conocemos las relaciones exactas entre los nacionalistas Coreanos y los anarquistas. De 1919 en adelante, existió un gobierno republicano en el exilio, dirigido por el presidente Signman Rhee en Hawaii, residiendo el Primer Ministro y otros ministros en China. Estando China en guerra civil (entre Chiang-Kai-Shek y Mao-Tse-Tung), los exiliados Coreanos se dividieron en “liberales” y “comunistas”, entre Kim-Kou y Kim-Won-Bong. En un intento por asegurarse un creciente apoyo de Chiang-Kai-Shek, Kim-Kou lanzó una violenta campaña.

El 8 de enero de 1932, Lee-Pang-Chang (también llamado Yi-Bong-Tchan y Yi-Pong-Ch’ong) arrojó una bomba al carruaje del emperador japonés. El 15 de abril de 1932 en Shangai, Yum-Pang-Gil (también llamado Yu-Bong-Kil) mató con una bomba al general japonés Shirakawa, quien comandaba las tropas en Manchuria en ese momento, hiriendo a otros tantos, incluyendo a un ministro y un almirante.

Dejando de lado interpretaciones subjetivas, los documentos policiales japoneses nos entregan un cuadro preciso de las acciones de 1937: “Anarquistas Coreanos del grupo de Tchong-Hwa-Am están colaborando con anarquistas chinos recientemente salidos de prisión; están preparando atentados terroristas. Ya han recibido fondos considerables.

Kim-Kou envió a You-Tcha-Myong para que visitara a Tchong-Hwa-Am, llevando una carta que decía: ‘Olvidemos el pasado, ¡superemos nuestras diferencias teóricas y unámonos! Yo tengo dinero y materiales. Podemos trabajar juntos como antes. Por favor venga a verme inmediatamente, ya que deseo hablar urgentemente con usted”. Tchong-Hwa-Am dejó la ciudad de Chenchiang y se encontró con Kim-Kou.

En enero de 1934 el movimiento anarquista Coreano ayudó a la formación de una unión sindical revolucionaria y en 1935 participaban en el Partido Anarco-Comunista Japonés. También eran activos en China, mediante la Liga Revolucionaria Coreana.

Como resultado de estos esfuerzos, los anarquistas Coreanos parecen haber sido extremadamente cercanos a sus camaradas chinos y japoneses y muy cercanos a los nacionalistas de Kim-Kou.

El Movimiento después de 1945

En 1945, la Corea “liberada” cruzaba momentos muy duros, con el gobierno japonés entregando el poder a un gobierno títere, mientras las autoridades chinas dificultaban el retorno del gobierno Coreano en el exilio, cuyos miembros volvían a mediados de noviembre. Finalmente, el presidente Signman Rhee llegaba, junta a fuerzas de ocupación norteamericanas, mientras los rusos se preparaban en el norte.

Fue durante este obscuro período que los anarquistas se reorganizaron. En Anwi (Corea del Sur) Lee Sui-Ryung y Ha Ree-Rak fundaron el Comité Preparatorio para la Construcción de una Nueva Corea. Ha Ree-Rak era, además, presidente del Sindicato de Campesinos Libres, representándolos en el Congreso Nacional de Trabajadores Campesinos en octubre de 1945, el cual después resultó manipulado por el Partido Comunista.

En noviembre de 1945, los anarquistas organizaron un encuentro en Seúl, al cual asistieron 67 camaradas, fundando la Liga de los Constructores Sociales Libres (sic), cuyos fines reproducimos a continuación:

“Abandonamos nuestros camuflajes y dejamos la clandestinidad. Esta declaración rompe las cadenas del silencio y proclama nuestros fines y principios a todo el mundo.

Todos quieren ser libres. La igualdad es la condición fundamental para la vida social. El apoyo mutuo es el factor principal en la evolución. Como resultado, al faltar estos factores, hay desviaciones y la sociedad colapsa.

Hemos caído en el agujero de la ruina social. Cuando hemos perdido el interés por la libertad y la igualdad, en favor de nuestros propios intereses, mediante la ignorancia, nos olvidamos del fin del apoyo mutuo y nuestra sociedad se encamina hacia la impotencia y la corrupción.

Por cuatro siglos, desde Im Jim en adelante, la venenosa daga de la agresión japonesa punzó nuestros corazones y decimó nuestras vidas. La dignidad de 30 millones de Coreanos ha sido pisoteada, y nuestra larga historia de libertad, terminada.

Sólo con la purga de todos los elementos de la ruina nacional abandonaremos la destrucción, restauraremos la vida de nuestro pueblo, y reconstruiremos nuestra historia. No sólo debemos deshacernos del Imperialismo Japonés, sino además, de nuestros enemigos internos: la falta de libertad, la desigualdad y el antagonismo recíproco. En su lugar, debemos colocar el apoyo mutuo, en torno al cual debemos construir nuestra sociedad futura, basada en la libertad y la igualdad. Ningún otro método, ninguna otra teoría, garantizarán la felicidad y la prosperidad de nuestros 30 millones de habitantes, así como de sus hijos.

Con el apoyo del pueblo, hemos comenzado a difundir nuestras ideas y a luchar por nuestros ideales a lo largo y ancho del país. Sin embargo, no podemos luchar, incluso con el apoyo popular, en tres frentes al mismo tiempo: 1. Imperialismo Japonés. 2. Colaboradores capitalistas/feudalistas. 3. Aquellos desgraciados revolucionarios que luchan por establecer una dictadura. En estas condiciones, dejamos en claro nuestro deseo de colaborar con todos los grupos de revolucionarios nacionalistas auténticos.

Cuando evocamos estos cuatro siglos de lucha, recordamos cuántos sacrificios han hecho nuestros camaradas. Algunos murieron enfrentando al enemigo, otros en la horca. El sudor y la sangre de estos camaradas, marcados por las penurias de la vida tras las rejas, no serán jamás olvidados. Nuestro triple enemigo aún recuerda sus dudas y temores frente a nuestras bayonetas. La sangre derramada en el campo de batalla por nuestros mártires da un renovado coraje a nuestro ejército. Al ver a nuestros camaradas diseminados por todo el país, los llamamos con confianza a participar positivamente en la tarea de reconstruir una nueva Corea.

Al mismo tiempo, deseamos asumir el rol principal. ¿Habrán otros que realmente busquen controlar su sed de poder, y re-establecer la vida y la prosperidad del pueblo que ha sido engañado en el pasado?

La lucha continúa. Y pese a que el enemigo principal, el Imperialismo Japonés, ha sido desmembrado, pesadas y negras nubes aún nos amenazan.

Nuestro enemigo de dos cabezas no es como un obstáculo natural que refuerza la valentía. Al contrario, nos promete futuras batallas sangrientas y nos demanda de un esfuerzo prolongado a fin de completar la reconstrucción nacional. Entonces, por el momento, debemos dejar de lado los asuntos corrientes, y fortalecer nuestra solidaridad al prepararnos para la lucha. La sangre de nuestros mártires fluye en nuestras venas. Su experiencia nos ilumina.

Alzamos nuestra bandera sin vacilar. Una nueva Corea, completamente libre, completamente igualitaria y basada en el apoyo mutuo será creada sólo mediante la libre federación de unidades locales a lo largo y ancho del país. Para esta nueva campaña debemos unirnos con todos los ejércitos nacionalistas de izquierda, hasta que la confianza, independencia y la completa liberación sean alcanzadas.

Programa:

1. Favorecemos el colapso de todas las dictaduras y la creación de una nueva Corea.
2. Rechazamos el sistema económico de mercado y proponemos una sociedad descentralizada basada en torno a unidades locales.
3. Aspiramos a la realización del ideal de “una sola familia en todo el mundo” mediante el principio de apoyo mutuo.”

El 25 de diciembre de 1945 una Conferencia de Ministros de Asuntos Exteriores sostenida en Moscú entre los EEUU, la URSS, Gran Bretaña y China, aprobó 2 resoluciones:

1. Que Corea permanecería bajo el control conjunto de las cuatro potencias por 5 años.
2. Que un Comité Soviético-Norteamericano administrarían el norte y el sur.

Para el 27 de diciembre, todos los partidos políticos Coreanos se opusieron a estas resoluciones. En el sur, los norteamericanos suprimieron, violentamente, las protestas. En el norte, sin embargo, los comunistas las permitieron. Debido a la represión y a su voluntad a colaborar con los japoneses, los norteamericanos fueron crecientemente aborrecidos por una gran mayoría de la población.

Sólo los anarquistas se opusieron tanto a los norteamericanos como a los rusos. El 23 de abril de 1946, se sostuvo un Congreso Anarquista Nacional en Anwi, en la provincia de Kyong-Sang Nando. Los camaradas volvían a Corea desde China, Manchuria, Japón y desde sus prisiones, a atender este congreso. Había 100 delegados, incluyendo a Yu-Lim (también llamado Yu Hwa-Yong), Shin-Pimo, los hermanos Lee Eul-Kya y Lee Jung-Kyu, Pak-Sok-Hong, Bang Han-Sang, Ha Chong-Chu, Lee Shi-Yan, Han Ha-Yan, Kim Hyan-U, Yang Il-Dong, U-Han-Ryong y Choi-Yong-Chun.

El punto más controversial durante el Congreso fue la idea de un partido político anarquista, propuesta por el grupo de Yu-Lim. Anteriormente a la “liberación” de 1945, Yu-Lim era una figura sobresaliente de la Sección china de la Liga General de Anarquistas Coreanos. Había sido, al mismo tiempo, ministro del Gobierno Coreano Provisorio, organizado por diversos grupos, radicales y moderados, en Shangai en 1919. En diciembre de 1945, él retornó a Corea con el resto del Gobierno Provisorio, del cual aún era miembro. La no participación de anarquistas en el gobierno, siempre ha sido su sello en todas partes. Para Yu-Lim y sus seguidores, la situación era como sigue:

“La situación en Corea es muy especial. El pueblo Coreano no tiene ni un país libre, ni un gobierno libre. Sin la posibilidad de governarse a sí mismos –siéndoles negado este derecho- Corea ha caído bajo la tiranía de cuatro potencias extranjeras. En tales condiciones, los anarquistas deben responder al deseo del pueblo Coreano de reconstruir su país y establecer su propio gobierno. ¿Deben los anarquistas cruzarse de brazos y no hacer nada? Si esto ocurriera, Corea, ciertamente, caería, ya estando en las manos de los estalinistas en el norte y los capitalistas/imperialistas en el sur (...)”.

El Congreso decidió aceptar la propuesta de Yu-Lim y sus consecuencias. Hubo una división entre quienes apoyaron a Yu-Lim, organizando el Partido Independiente de Obreros y Campesinos, y quienes apoyaron a los hermanos Lee-Kyu, fundando la Liga de Villas Autónomas y la Liga de Obreros Autónomos.

En noviembre de 1949, sólo unos meses antes de la guerra civil, V. Karin, un delegado al Congreso Anarquista Internacional de París, declaró: “En mayo de 1946, un ‘Partido Obrero’ y un ‘Movimiento Independiente Obrero’ fueron fundados, así como una ‘Federación de Obreros Jóvenes’ y una ‘Federación de Estudiantes’. La Federación Anarquista Coreana cuenta con 3.000 miembros y unos 600.000 simpatizantes. Se publican a diario dos periódicos y se cuenta con una revista semanal. La Federación ha empezado dos escuelas nocturnas y dos escuelas más en provincias.”

Durante la guerra, la situación de los camaradas y del Movimiento Anarquista Coreano es desconocida. Los contactos con el movimiento internacional parecieran haberse re-establecido en 1973, con Japón.

En ese momento, el pueblo Coreano estaba sufriendo bajo la dictadura de Kim-il-Sung, en el norte. El movimiento anarquista se reorganizó bajo el nombre de “Federación de Gente Libre”, cuyos seis primeros objetivos reproducimos:

1. Cada uno de nosotros es un individuo, una persona libre con control sobre sus acciones. Apuntamos a construir una sociedad libre, en donde las personas libres se unan según sea su libre voluntad.
2. Todos los individuos tienen igual soberanía sobre sus acciones. Nadie puede violar este derecho. Rechazamos todos los conceptos políticos que dividen a las personas en gobernantes y gobernados.
3. Consideramos como un criminal a cualquiera que, por cualquier medio, se apropie de los frutos del trabajo ajeno, sin contribuir con su propio trabajo.
4. En esta sociedad libre, de hombres y mujeres libres, la vida económica debe ser organizada según la línea de “de cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades”
5. A tono con estos principios básicos, la sociedad libre del futuro permitirá el desarrollo de una variedad de formas de vida acorde a la naturaleza especial de cada distrito y de cada ocupación.
6. Al mismo tiempo que se transmiten las características culturales distintivas de cada nación como se ha hecho por generaciones, aspiramos al logro de la paz mundial mediante la armonización de todas esas múltiples y coloridas culturas.

Los camaradas japoneses que publicaron estos objetivos, observan que la ley marcial explica la ausencia de la palabra anarquista y la moderación en los fines, algo que debió sorprender a quienes conocieron al antiguo movimiento anarquista. Uno, además, debe comprender que los anarquistas probablemente sólo eran tolerados por su posición anti-comunista (en realidad, anti-soviética, ed.).

La Federación tiene dos tendencias: política y cooperativista.

La tendencia política tiene a Yang-Il-Dong como su presidente, a Chong-Hwa-Am como su consejero y a Ha-Kee-Rak como presidente del Comité Consultivo. Yang, como anarquista, fundó un sindicato de obreros Coreanos en Japón en 1926 y estuvo involucrado en la publicación “Bandera Negra”, que era el órgano de los anarquistas Coreanos en Japón (antes de la guerra). Chong es mencionado, frecuentemente, como el “padre” del anarquismo Coreano. Fue un activista en Corea, China y Manchuria antes de la guerra.

La tendencia cooperativista es liderada por Lee-Jung-Kyu, hermano de Lee-Eul-Kyu, un anarquista de renombre. Llamado el “Kropotkin Coreano”, Lee-Eul-Kyu fue el presidente de la afamada Universidad Confucionista de Sung Kum Kwan y, como director del Instituto Investigativo de Cultura, ejerció una considerable influencia sobre los profesores y los jóvenes de Corea del Sur.

Muchos profesores se fueron al campo a organizar “villas autónomas” –en la tradición de los “narodniki” o populistas rusos. “Correspondencia”, el órgano del Movimiento de Villas Autónomas, es coordinado por Park-Seung-Han, un anarquista que abandonó su trabajo como profesor de geografía para vivir en el campo.

Con grandes dificultades, la Federación publicó muchos libros entre 1973-74 (todos con un tiraje de 500), incluyendo el “Anarquismo” de Geroge Woodcock, “La Ciencia Moderna y la Anarquía” de Kropotkin, “La Revolución Desconocida” de Volín, una biografía de Kim-Chwa-Jin (publicada en una versión oficial en 1963) y los escritos de Lee-Jung-Kyu.

Charla en memoria de los anarquistas coreanos
organizada por anarquistas argentinos
el pasado
mes de febrero.

(Traducido de Black Flag, Londres, VII (6), primavera de 1984; tomado del periódico anarquista mexicano El Compita, enero-febrero 1982. Traducción del inglés de José Antonio Gutiérrez D.)