jueves, 6 de mayo de 2010

PREHISTORIA DEL ANARQUISMO: Joseph Déjacque

«El libertario no tiene más patria que la patria universal.
Es enemigo de los límites...»

JOSEPH DÉJACQUE

[Parte del Prólogo escrito por Ángel J. Cappelletti para la edición de 1990 de El Humanisferio, hecha por Ediciones Tuero y gracias a la colaboración de la Federación Libertaria Argentina. Como dice al inicio del libro el mismo Déjacque: «Este libro no es una obra literaria, es una obra infernal, es el clamor de un esclavo rebelde.»]

Figura marginal y un tanto misteriosa, poeta popular y pintor de brocha gorda, marinero, periodista en ambos mundos, Joseph Déjacque parecía predestinado a escribir la primera utopía libertaria: El Humanisferio.

Nacido en algún ignoto rincón de Francia hacia 1821, publica en 1848 sus primeros versos revolucionarios al tiempo que interviene activamente en las jornadas de junio. Por su primer libro, Les Lazaréenes, que lleva el subtítulo de Fables et Poésies Sociales, recibe como premio una condena a dos años de prisión. Sólo logra evitarla con el exilio. En Inglaterra escribe un folleto que publicará, cuatro años más tarde, en Estados Unidos: La Question Revolutionnaire. Traspuesto el Océano, vive un nuevo exilio en ese país, escenario ideal de las luchas sociales del siglo. En ninguna parte del mundo, en efecto, se planteaban éstas con toda su complejidad como en la Norteamérica de aquel momento. Por un lado, el país enfrentaba la oposición de ideales e intereses entre el norte industrial y capitalista y el sur agrario y esclavista. Tal oposición iba a convertirse pronto en guerra civil. Por otro lado, en el norte comenzaba a dejarse sentir la lucha de una naciente y super-explotada clase obrera contra el capitalismo que gozaba de toda la fuerza y la crueldad de su juventud. Déjacque trabaja primero en el gran emporio del esclavismo algodonero, la francófona Nueva Orleans. Y es precisamente allí, entre 1856 y 1858, que escribe, en francés, su novela utópica: L’Humanisphère. El título alude obviamente a las ideas cosmopolitas y universalistas de su autor; el subtítulo explica su concreto sentido político: Utopie Anarchique.

No consiguió Déjacque publicarlo en Nueva Orleans. Se dirigió por eso a Nueva York, donde emprendió la tarea (no tan ardua entonces como hoy) de publicar un periódico. Éste, que lleva el significativo nombre de Le Libertaire, salió desde junio de 1858 hasta febrero de 1861 y acogió en sus páginas el texto de la utopía. Recién en 1899 es editada ésta como libro por el infatigable luchador ácrata Jean Grave, quien la incluye en la Bibliothéque des Temps Nouveaux, de Bruselas, dirigida por el sabio geógrafo Eliseo Reclus. Su autor, vuelto a Europa en 1861, fallece oscuramente en París, tres años más tarde. La obra misma pasa casi desapercibida en los medios socialistas en los que su autor presuntamente se movía y es, desde luego, completamente ignorada por el gran público. Sin embargo, su propuesta ideológica no deja de ser reformulada por los pensadores anarquistas posteriores a Proudhon. El comunismo libertario es defendido, doce años después de la muerte de Déjacque, por su compatriota F. Dumartheray, en un opúsculo titulado Aux travalleurs manuels partisans de l’action politique.

Aunque inspirándose principalmente en Fourier, llega a una posición análoga Eliseo Reclus, en el cual parecen haberse inspirado, a su vez, tanto Dumartheray como el mismo Kropotkin. Tanto Reclus como Grave manifestaron alta estima por la utopía del olvidado Déjacque. En la medida en que ésta constituye la primera postulación explicita y sistemática del comunismo anárquico no puede dejar de ser objeto de admiración por parte de las organizaciones obreras que reconocen oficialmente tal orientación ideológica, como la CNT en España y la FORA en Argentina. Es así que, en 1927, La Protesta, diario anarquista de Buenos Aires, publica por primera vez, como número I de su colección «Los utopistas», una versión castellana de El Humanisferio, con anotaciones previas de Eliseo Reclus y de Max Netlau.

[…]

Ubicada históricamente entre el socialismo de Saint-Simon, Fourier y Owen, por una parte, y la Primera Internacional por la otra, la utopía de Déjacque constituye, en cierto modo, una síntesis que recoge, corrige y lleva a sus extremas consecuencias las ideas de aquéllos para ofrecerse como «programa» máximo a la actividad revolucionaria de la asociación mundial de los trabajadores. De hecho, el ala más avanzada dentro de la Internacional, conformada por los partidarios de Bakunin y por los federalistas y antiautoritarios, asumirá conscientemente metas muy similares y tenderá, con toda la fe revolucionaria de la época, a la construcción de una sociedad no esencialmente diferente, en ningún caso, a la que la fantasía socialista y libertaria de Déjacque había dibujado en El Humanisferio.

Ángel J. Cappelletti, enero de 1990.

miércoles, 5 de mayo de 2010

PREHISTORIA DEL ANARQUISMO: WILLIAM GODWIN

Por Ángel J. Cappelletti

William Godwin, nacido cerca de Cambridge (Inglaterra), el 3 de marzo de 1756, fue pastor en diversas iglesias disidentes en East Anglia, Suffolk, Herfordshire, etc. Del calvinismo sandemaniano pasó al unitarismo teológico y al liberalismo whig, pero no tardó mucho en abandonar toda creencia cristiana, haciéndose anarquista y ateo (aunque al final de su vida profesó un no muy preciso panteísmo). Aunque dejó una extensa y variada obra literaria (que comprende novelas, teatro, historia, panfletos políticos, teología, etc.), su libro más notable, el que le dio súbita e internacional fama, fue la Investigación acerca de la justicia política, publicada a comienzos de 1793, la cual, como anota Brailsford, hizo que se considerara «a Tom Paine como un bufón; a Paley como una vieja loca; a Edmund Burke como un sofista de relumbrón». Durante muchos años, en Inglaterra, «la expresión filosofía moderna se entendería siempre como una referencia a la obra de Godwin y sus discípulos».

Después de haber sido tan duramente atacado en los últimos años de su vida como había sido admirado cuando publicó su Investigación, murió el 7 de abril de 1836.

Nutrido con las ideas del iluminismo y habiendo abrazado como muchos de sus contemporáneos ingleses, los ideales de la Revolución Francesa, Godwin se distinguió de todos ellos por la lucidez y el coraje con que supo llevar hasta sus extremas consecuencias aquellas ideas y estos ideales.

Godwin admite, como Helvetius, el poder soberano de la razón sobre las emociones, y, aunque no cree en el libre albedrío (sino en una cierta «plasticidad» de la voluntad), confía, como el mismo Helvetius (y también como Priesttey, D'Holbach y Condorcet), en la indefinida perfectibilidad del ser humano. Todo hombre tiene, para él, la misma dignidad intrínseca y todo individuo es igual a cualquier otro. La causa principal de las injusticias y la razón de ser de su perpetuación son las instituciones humanas (en lo cual sigue tanto a Swift como a Mandeville). No se aviene, en cambio, con la idea del «contrato social» de Rousseau (sobre el origen del gobierno) y concuerda, más bien, con Price, para el cual todo Gobierno constituye un mal, y cuanto menos tengamos de él, tanto mejor.

De hecho, va más allá que Price y otros liberales radicales. Ve la historia de la humanidad, en cuanto historia del gobierno y del Estado, como una larga historia de la opresión y del crimen. Nadie, antes que él, realiza una crítica tan penetrante de las causas de la guerra y del carácter represivo (de guerra contra el propio pueblo) que ejerce todo Gobierno. Todo Estado, en cuanto concentra en sí determinado poder, tiende a conservarlo y acrecentarlo: de ahí su inevitable función bélica. Todo Estado desea conservar el orden, lo cual equivale a decir, mantener las cosas tal como están (los pobres, pobres; los ricos, ricos; los nobles, nobles; los plebeyos, plebeyos, etc.): de ahí su inevitable función opresora y represiva.

Para llegar a la sociedad ideal, donde el Estado quede reducido al mínimo, Godwin no apela todavía a la lucha de clases o a la acción directa. Confía, de acuerdo con su formación iluminista, en la difusión de las ideas a través del libro y de la escuela y en una nueva organización social, promovida por las «luces».

El carácter incipientemente anarquista de la filosofía social de Godwin se hace evidente a partir de su distinción entre sociedad y Estado (gobierno): «Los hombres se asociaron al principio por causa de la asistencia mutua. No previeron que sería necesaria ninguna restricción para regular la conducta de los miembros individuales de la sociedad entre sí o hacia el todo. La necesidad de restricción nació de los errores y maldades de unos pocos.» Como T. Paine, está convencido de que: «La sociedad y el gobierno son distintos entre sí y tienen distintos orígenes. La sociedad se produce por causa de nuestras necesidades y el gobierno por causa de nuestras maldades.

La sociedad es en toda condición una bendición; el gobierno, aun en su mejor forma, es solamente un mal necesario». Pero Godwin cree que ese mal, necesario en el pasado y aún en el presente, puede y debe ser progresivamente curado en el futuro. Y en el camino de esa curación está, para él, la progresiva descentralización y la instauración de Estados pequeños (según el ideal de Helvetius y de Rousseau) y de comunas autónomas.

(Extraído de La ideología anarquista de Ángel J. Cappelletti)

domingo, 2 de mayo de 2010

IV Congreso AIT

Documento histórico, filmación del Cuarto Congreso de la Asociación Internacional de los Trabajadores celebrada en junio de 1931 en Madrid. En él se puede ver a los españoles Angel Pestaña y Valeriano Orobón Fernández, al alemán Rudolf Rocker y al francés Augustin Souchy.

Las Castillas

Extracto del libro El movimiento obrero español. 1886-1926 de Manuel Buenacasa Tomeo.

Si a un hijo de Salamanca o de Valladolid le decís que no es castellano, en el sentido más puro del concepto, se molestara de fijo. Solo los palentinos y los leoneses se sienten un tanto desglosados de Castilla y tiran a Asturias los primeros y a Galicia los segundos. Convengamos, por tanto, en que las Castillas son tres y no dos, conjunto de dieciséis provincias. De estas y nos referimos a la geografía de la CNT, León y Palencia pertenecen a la región asturiana, Santander a la del norte y Logroño a la de Aragón. Si las tres Castillas formasen una región obrera, las cuatro provincias mencionadas no pertenecerían a ella. Los luchadores de la Rioja sienten rubor en llamarse castellanos. Al igual que el resto de sus camaradas de otras regiones españolas, tienen pésimo concepto de Castilla como entidad de lucha social. Los leoneses mineros y un pequeño núcleo industrial sienten la afinidad de sus vecinos asturianos y con ellos se entienden.

Las provincias castellanas quedan, por tanto reducidas a trece, número de los supersticiosos sindicalistas hacen ondear como una bandera de tonos amarillos, casi blancos por lo borroso. ¡El yermo social castellano! ¿Es castilla realmente un yermo? Sí lo es. Es difícil hallar en el mundo una región cuyas grandes extensiones sean tan esteparias y tan incultas, socialmente hablando. Gabriel y Galán ha encumbrado en bellas estrofas el carácter de las gentes castellanas.

Ninguna región española ha tenido tan excelso cantor. Pero nosotros disentimos del gran vate. También los hijos de la gleba rusa tuvieron sus poetas. Si las grandes llanuras de Rusia pueden asemejarse respetando las naturales proporciones a las áridas planicies castellanas, sus hijos en cambio, no se parecen en nada. En castilla no existió nunca la inquietud colectiva, en el buen sentido de transformar sus miserables condiciones de vida.

Los historiadores políticos de antaño no hablarán de los bravos comuneros; los de hogaño pretenderán escribir su historia social y política a base de los levantamientos del pueblo de Madrid y de los motines de las cigarreras. Sin negar importancia a estos hechos ni a otros muchos realizados en Castilla mantenemos nuestro criterio: Castilla permaneció colectivamente alejada de las grandes inquietudes de las de ahora. Siendo el centro, fue incapaz de irradiar, ni de percibir las irradiaciones de la periferia tumultuosa, audaz, rebelde. Y si percibió el ruido de las asonadas y su resplandor, nada asimiló ni le quedó nada.

Las minorías de la vanguardia política y social en Castilla dignas de la mejor suerte por su inteligencia y seriedad están condenadas a debatirse a borrarse en el ambiente apático, incoloro, conformista de la plebe. Socialmente hablando Castilla cuenta sólo con tres reducidos focos de rebeldía obrera e idealista: La Mancha —Don Quijote dejó algo allí a su paso—, Madrid y Valladolid.

La capital de España recibió el primer emisario de la Internacional Fanelli lo que fue un gran bien. Pero el internacionalismo no arraigó. Barcelona, cuna de más fuertes arranques revolucionarios, absorbió presto el núcleo organizador madrileño.

El traspaso de las potencias activas y organizadoras desde Castilla a Cataluña se hizo sin que allí se avergonzasen por ello. No he conocido ningún camarada madrileño que se sienta orgulloso de haber nacido en la metrópoli que albergó a Fanelli y echó los cimientos de la poderosa Asociación Internacional de los Trabajadores en España. Claro está que si alguien se enorgulleciese por ello, presto tendría replica: ¿De qué sirvió el esfuerzo de aquella abnegada y reducida falange de luchadores? ¿Qué os quedó de aquella buena floración del nuevo ideal emancipador? Ni siquiera llegasteis a colectar el fruto de aquella siembra; lo dejasteis agostar en agraz. Esto es lo cierto, y, si no, ahí está la historia de vuestro movimiento, abandonado a los arribistas del proletariado, a los gañanes de la política, a los vivos y a los pillos de oficio. La jornada de ocho horas, que tantas y tan cruentas luchas costó en otras regiones hasta que fue alcanzada, hace veinte años y más años, a vosotros os la dio un gobierno, poco ha, por real decreto.

Y es que en Madrid hasta nuestras minorías se hallan faltas de consecuencia. Mucho intelectualismo, mucho discurso en los lugares de recreo, mucho defender las bellas teorías, muy buena fe, pero la práctica, ¡oh la práctica! Echad la vista sobre el haber de vuestra influencia en la colectividad obrera y veréis que escaso es. Los hechos son más elocuentes que las palabras. Y no se diga que el pueblo madrileño es apático. Podemos decirlo del resto de los lugares de castilla, excepto Valladolid y Puertollano, pero de Madrid, no. Madrid tiene un proletariado cuya cantidad entre intelectuales y manuales no baja de 200.000; cuenta también con el núcleo anarquista más numeroso de España, actualmente, después de Barcelona, y, sin embargo...

Que la corruptela política neutraliza el esfuerzo creador de los oprimidos; que el chiste y el retruécano dominan sobre el ambiente de rebeldía de las masas y que por todo eso las minorías se ven forzadas a una lucha estéril, etc. No hay tal lucha, en serio, a cuenta de esas minorías. ¡Ah esas minorías quisieran! ¡Con qué gran ateneo obrero contaría Madrid, con qué gran periódico, con qué gran influencia, en fin! Pero repitamos la triste cantata. Ni ateneo, ni periódico, ni influencia. Y es que lo que interesa a nuestros hombres de Madrid es conquistar rápidamente la hegemonía del movimiento social, como si se ignorasen que esa hegemonía no puede conquistarse sino después de un esfuerzo perseverante y prolongado.

Valladolid difiere mucho de la capital de España. Tiempos hubo en que el anarquismo dominó el ambiente de la hermosa ciudad. Valladolid ha publicado periódicos como El Cosmopolita, ha contado con alguna buena escuela de enseñanza racionalista y ha tenido su Sindicato de Trabajadores con gran influencia sobre el pueblo. Valladolid tiene su historia, su buena historia anarquista y societaria. Yo soy joven, pero algún camarada viejo residente allí me hablo encomiásticamente de los buenos tiempos en que en Valladolid se hacía buena labor combativa y educadora. Yo mismo conozco y he conocido elementos vallisoletanos de la valía de Salgado, Orobón Fernández, Evaristo Sirvente, Sócrates Serrano, Evelio Boal, Garcés, Bernal, y otros.

Si los camaradas de Valladolid se lo propusieran los campesinos de las dos márgenes de Duero vendrían a engrosar las filas del proletariado emancipador. Del resto de las Castillas sólo conozco un pueblo adscrito a nuestros postulados: Puertollano.

Las otras diez provincias no existen en el mapa social español. Unos cuantos señores, verdaderos feudales mandan en ellas sobre los hombres y las coincidencias. El pueblo vota cuando le dicen que vota y por quien le aconsejan votar. Y lo hace automática, paciente y resignadamente. Un extranjero o un español de Levante del Sur o del Norte que visite los pueblos castellanos quedarán encantados de la hospitalidad generosa y de las buenas atenciones que le otorgarán estos lugareños. En la tertulia de la posada pueblerina hallaréis arrieros, campesinos y gente del lugar que van a charlar un rato en las noches invernales en derredor de la fogata que chisporrotea. La conversación girará sobre los temas más variados, pero nunca veréis que se ponga a debate ningún asunto de trascendencia social. De las huelgas de Barcelona se hablará por accidente, mas nadie pronunciará la exclamación: ¡Por qué no hemos de hacer como los catalanes!

Si en esto llega el señor, cuando dé las buenas noches y mande imperativo a los labriegos lo que fuere, acatarán con una reverencia y con la horrible escarcha bajo sus pies irán al trabajo. Si los mandasen a dormir obedecerían igualmente, con idéntica sumisión. Y, Sin embargo aquellas gentes son buenas, tan buenas como quien más. Ellos no han de leerme, pero les pido perdón si lo dicho les ha ofendido.

Los amigos de Valladolid, Puertollano y Madrid deberían formar un grupo compacto entre todos y arbitrar elementos y recursos para propagar entre los obreros y campesinos de las dos Castillas los grandes ideales redentores y la necesidad de organizarse para la defensa de sus intereses legítimos. Con un poco de buena voluntad se conseguiría gran provecho, y de ese gran yermo que es Castilla, por muchos tratada con desdén surgiría una federación de pueblos incorporada al movimiento social español. ¿Quién no siente deseos de conseguirlo? ¿Quién no tiene ansias de ver a los nobles castellanos luchar al lado de sus hermanos de las otras regiones?

Los muertos sin nombre de Riotinto


[Los vecinos del pueblo minero de Riotinto en Huelva fueron pioneros en una lucha que aunaba las reivindicaciones laborales y las ecológicas. Aquello ocurrió a finales del siglo XIX y por la influencia del anarquista cubano Maximiliano Tornet, que supo difundir con éxito la ideas de Piotr Kropotkin entre los vecinos de la Cuenca Minera de Huelva, hartos de respirar humos tóxicos y de trabajar en condiciones infrahumanas en las minas. La lucha tuvo incluso ribetes anticoloniales pues los recursos mineros onubenses eran expoliados por la multinacional británica Rio Tinto Company Ltd. con la complicidad de la plutocracia local y el estado, que no dudó en enviar al ejército a sofocar a sangre y fuego el levantamiento popular de 1888 (el tristemente conocido como "Año de los tiros"). Todo un ejemplo de cómo abordar el ecologismo y el antiimperialismo desde el movimiento obrero y libertario. En 2007 el director Antonio Cuadri realizó una película sobre el tema, El corazón de la tierra, basándose en la obra homónima de Juan Cobos Wilkins, escritor riotinteño descendiente de los ingleses que explotaban las minas. El film por cierto pasó sin pena ni gloria por las pantallas españolas. Un pena el desinterés del público e incluso de los libertarios en conocer su propia historia.

El texto que sigue ha sido extraído de...

http://www.memorialibertaria.org/spip.php?article313]



Planta 16 de Corta Atalaya.

La primera protesta ecologista de la historia costó más de cien vidas en 1888

Las casas victorianas de Bella Vista siguen en pie, entre caminos de césped reluciente y matas de romero en flor, pero en el barrio no se ve un alma. El viento sacude las copas de los pinos y agrupa papeles y plásticos en torno a la alambrada de las pistas de tenis del Club Inglés, que ha mantenido íntegramente las viejas normas -sólo para hombres- hasta hace cinco años. En el barrio construido por la Río Tinto Company Limited, que mantuvo un poder colonial en la zona durante 81 años, hasta mediados del siglo XX, todo sigue intacto. La iglesia presbiteriana, el cementerio melancólico y la columna funeraria -tallada en escoria romana- en homenaje a los cinco directivos muertos en la Gran Guerra.

Teleras arrojando humo tóxico a la atmósfera.

En cambio, no hay tumbas, ni epitafios, ni monumentos a la memoria de los más de cien mineros (y mujeres, y niños, y ancianos) que murieron bajo el fuego graneado de los soldados del Regimiento de Pavía el sábado 4 de febrero de 1888 ; ni siquiera está en pie la plaza del viejo pueblo de La Mina, donde fueron masacrados, cuando reclamaban mejoras salariales y el fin de los humos tóxicos que envenenaban el aire. El escenario de aquella protesta, que muchos consideran la primera de tinte ecologista de la historia, yace bajo toneladas de escoria en la mina de Cerro Colorado, abandonada en 2001.

Las crónicas de la época, en aquella España turbulenta de la regencia de María Cristina, apenas se ocuparon del tema. Hubo algún diario republicano que pidió cuentas, pero una protesta contra la empresa más poderosa del país, que salvó de la bancarrota a la I República al pagar 92 millones de pesetas, en 1873, por los derechos de explotación de los yacimientos de cobre, plata y oro de Riotinto, estaba condenada a ser aplastada y sepultada en el olvido. Las Cortes apenas discutieron el incidente. Después de todo, era un suceso incómodo, ocurrido en la remota cuenca minera de Huelva. Se dijo que los muertos no pasaban de 14. "Pero el sentido común te dice que fueron muchos más, entre 100 y 200 personas. Porque los soldados hicieron tres descargas con sus fusiles a bocajarro, y la plaza de la Constitución de Minas de Río Tinto estaba llena a rebosar. A aquella manifestación acudieron más de 12.000 personas de toda la comarca", explica el escritor y poeta Juan Cobos Wilkins, nacido en ese pueblo hace 46 años y autor de El corazón de la Tierra, una novela que rescata el episodio y que acaba de ser llevada al cine.

"Mineros" pintados por Daniel Vázquez Díaz.

Juan Cobos escuchó alguna vez el relato de aquella masacre de labios de su abuelo, Juan Wilkins, jefe de contabilidad de "la compañía", tal y como se conocía al omnipotente consorcio que explotó los yacimientos de Huelva y estableció en la zona una especie de apartheid. De un lado, los directivos y el personal británico, encerrados en su gueto de lujo, en Bella Vista ; del otro, los nativos, empleados en las minas o en las oficinas de la compañía, sin derecho a la propiedad, esclavos en su propia tierra. En aquel Riotinto dickensiano de niños obreros crecieron los antepasados de Cobos Wilkins. Y pese a la amargura generada por aquella explotación, en casi toda Huelva se mantuvo durante décadas un cierto gusto por lo británico.

Lorenzo Ramos, nacido en Riotinto en 1972, cuando la minería empezaba ya a declinar, recuerda a su abuela tomando el té de las cinco, con leche fría. Y el onubense Antonio Cuadri, director de El corazón de la Tierra, que se estrenará el 13 de abril, dice que en Huelva se aprecia todavía el sello de la organización británica, aunque él creció sin saber una palabra de aquel macabro episodio. "Teníamos la idea vaga de que había pasado algo, en aquel año de los tiros, como se le conoce. Pero creía que tenía que ver con la Guerra Civil".

Carro blindado construido por los mineros con vehículos de la RTC
durante la Guerra Civil y finalmente confiscado por fuerzas franquistas.

Se sabe que fue un anarquista misterioso, Maximiliano Tornet, el elemento catalizador de aquella protesta. El líder capaz de involucrar en ella a mineros, agricultores y ganaderos, perjudicados igualmente por los humos tóxicos. Todos sufrían por culpa de las teleras, montañas de mineral que se quemaba al aire libre. Cuentan que los días de manta, las emanaciones de dióxido de azufre llegaban a la sierra de Sevilla y a Portugal. En Riotinto, la gente huía del pueblo y de la mina en busca de aire más limpio. La situación se había hecho intolerable. "La combustión del mineral al aire libre llevaba 24 años prohibida en el Reino Unido", dice Cobos Wilkins.

Cuadri y Cobos hablan de aquellos manifestantes como de auténticos pioneros del ecologismo, que pagaron con sus vidas la osadía de reclamar aire puro y mejoras en el durísimo trabajo de la mina. ¿No resulta algo exagerado ese término en la España decimonónica, cuando poderes públicos y campesinos se dedicaban a la tala sistemática de bosques ? "Eran ecologistas salvando las distancias, obviamente", responde Cuadri. "Pero no hay que olvidar que en Zalamea la Real, otro pueblo de la comarca, se crea en aquellos años la Liga Antihumo, contra las emanaciones contaminantes de las teleras".

Ni los muertos, que nadie sabe dónde fueron enterrados, ni los heridos, curados a escondidas en las casas del pueblo, pudieron evitar entonces que la compañía siguiera explotando los yacimientos de la misma manera artesanal, y cobrando a cada minero el precio de la pala y el pico con los que arrancaba el mineral de cobre de la tierra. La explotación de nuevas vetas, bajo el pueblo antiguo de La Mina, acabó con todo. Se derribó la iglesia, y poco a poco las calles y plazas quedaron enterradas bajo montañas de escoria. También la plaza de la Constitución, donde niños, mujeres y ancianos cayeron bajo las balas o fueron atravesados por las bayonetas, yace bajo la mina de Cerro Colorado, que funcionó hasta 2001, gestionada por los propios mineros. Para entonces, el gigantesco cráter de Corta Atalaya llevaba cinco años sin actividad.

Placa de la calle dedicada a la memoria del anarquista
Maximiliano Tornet en Riotinto.

La comarca ha regresado ahora a la agricultura. "Hasta en eso la historia de Riotinto es rara", reflexiona Juan Cobos Wilkins. "Lo habitual es pasar de la agricultura a la industria. Pero aquí, donde ya los tartesios explotaban los yacimientos, hace 3.000 años, y había una industria importante, vamos al revés". Por más que la minería, omnipresente en los paisajes lunares de Zaranda, Cerro Colorado, Cerro de Salomón o Corta Atalaya, siga ofreciendo un asidero turístico de enorme potencial, ya es sólo historia. Hay una fundación minera, con su museo, y el tren minero sigue funcionando, aunque ya no transporta mineral de hierro y cobre, sino a niños de las escuelas o turistas ocasionales. Quizá la película que, después de la novela, rinde a los mineros masacrados en Riotinto el único homenaje que han tenido hasta ahora sirva además de estímulo turístico para la comarca. Los muertos del año de los tiros seguramente no tendrían nada que objetar.


La fiesta del Dos de Mayo

 

[Texto escrito por el socialista Francisco Mora Méndez en 1870, publicado en El proletariado militante de Anselmo Lorenzo.]


A LOS TRABAJADORES DE MADRID
La fiesta del Dos de Mayo

Trabajadores: No celebremos la fiesta del Dos de Mayo.

Cuando todos los obreros del mundo se tienden fraternalmente la mano a través de los continentes y los mares, pensar en fiestas patrióticas, pensar en la eterna causa de nuestra desunión, es el mayor de los crímenes.

El patriotismo es una idea que tiende a separar a los pueblos entre sí, y a mantener constantemente el odio entre hombres que, siendo hermanos, les hacen creer los tiranos y los explotadores que no lo son, porque se interpone entre ellos el profundo lecho de un río o las elevadas cumbres de una cordillera de montañas.

La idea de patria es una idea mezquina, indigna de la robusta inteligencia de la clase trabajadora. ¡La patria! La patria del obrero es el taller; el taller de los hijos del trabajo es el mundo entero.

Cuando la tierra yacía bajo la dura planta de la barbarie y la ignorancia, la idea de Patria era el astro esplendoroso que iluminaba de cuando en cuando aquella larga noche de espesísimas tinieblas. Pero hoy, en los tiempos de las ideas internacionales, la patria no tiene objeto alguno.

El patriotismo ha cumplido su misión; que descanse en paz en el panteón destinado a las ideas del pasado.

Desde que la tribu salvaje y vagabunda de la infancia de la humanidad descendió de la montaña a apoderarse de los frutos de la tribu laboriosa que habitaba la llanura, hasta la época presente, no ha cesado esa larga serie de invasiones que han producido hechos tan memorables como el paso de las Termópilas, la batalla de Roncesvalles, el Dos de Mayo y otros mil actos, en los cuales los vencedores de hoy han sido los vencidos de mañana. ¿Qué nación, qué provincia, qué pueblo, y en el pueblo, qué barrio, qué calle, y en la calle en qué casa no tendrán sus moradores que celebrar un triunfo alcanzado sobre sus vecinos, o llorar una derrota y un martirio ocasionado por los mismos?

Trabajadores: No vayáis al Dos de Mayo, porque es fácil que al lado de aquellas tumbas veneradas, cubiertas de laurel y siemprevivas, se levanten amenazadores los ensangrentados espectros de la raza americana sacrificada, destruida inhumanamente, a título de civilización, por nuestros antepasados los conquistadores del Nuevo Mundo. No vayáis al Dos de Mayo, porque es fácil que alrededor de aquellos gigantescos cipreses se encuentren vagando las víctimas que el fanatismo de nuestros padres hizo sacrificar en los Países Bajos y en la conquista de Italia. No vayáis al Dos de Mayo, adonde os impulsan a ir nuestros explotadores porque os embriagaréis de odio patriótico contra nuestros hermanos franceses, extranjeros en su patria como nosotros lo somos en la nuestra, gracias a la organización de la presente sociedad. Ellos no tienen la culpa de las víctimas causadas por los planes de un hombre ambicioso y cruel que cruzó por Europa como un meteoro de fuego, no dejando en pos de sí más que lágrimas y sangre.

Todos los habitantes de este planeta que gira en el espacio infinito en unión de un número inconmensurable de mundos, son hermanos. Todas las ideas que se opongan a la libertad, igualdad y fraternidad de los hombres, son injustas. El patriotismo, que se opone a la fraternidad de los pueblos es, pues, injusto.

Trabajadores: En nombre de la justicia, en nombre de la emancipación de la clase oprimida, en nombre de la Asociación Internacional de los Trabajadores, no celebréis la fiesta del Dos de Mayo.

Por la Sección Internacional de Madrid. – El Comité.

sábado, 1 de mayo de 2010

¡Fiesta del Trabajo!

Texto de Anselmo Lorenzo de 1912.

La Fiesta del Trabajo.

¡Fiesta del Trabajo! y en el Génesis, que la masa de ignorantes y de hipócritas acata como revelación divina, se afirma que a una humanidad nacida en un paraíso de delicias se le impuso el trabajo como una maldición, como un castigo, como una venganza, por haber cometido el pecado de vivir, porque quiso saber, porque comió el fruto prohibido del árbol de la ciencia.

¡Fiesta del Trabajo! y en una sociedad enriquecida por la inteligencia y por el esfuerzo de los trabajadores de todas las generaciones y de todos los países, que vivieron en la esclavitud y en la servidumbre y viven hoy sometidos al salario, hay un 40 por 100 de obreros sin jornal a quienes se deja morir de miseria en sus tugurios o se les acorrala a tiros o a sablazos en cuanto se mueven o se atreven a levantar la voz en la plaza pública en defensa de sus derechos.

¡Fiesta del Trabajo! y en nuestro Código Civil, para justificar la usurpación que concede al propietario el monopolio de los frutos naturales, de los frutos industriales y de los frutos civiles, se presume que todas las obras, siembras y plantaciones son hechas por el propietario.

No; los trabajadores conscientes, los que llevan la iniciativa del progreso, los que continúan la obra que se pretendió dejar paralizada en 1789, los que reivindican para todas y para todos la participación en el patrimonio universal, al ver pasar esas procesiones de obreros que llevan a la cabeza sus jefes y sus banderas rojas y pasan ante la benévola tolerancia de las autoridades, la simpatía burguesa y el elogio periodístico los señalan con el dedo diciendo:

— ¡He aquí el cuarto Estado, el fruto del adulterio cometido por la Burguesía y el Socialismo!

— ¡¡Uf, qué asco!!

Cuando los del Quinto Estado, los parias, los que no tienen ni tendrán ya jornal, los reemplazados por las máquinas, los que no tienen acciones de ninguna cooperativa, ni cotizan en ninguna Casa del Pueblo o Bolsa de Trabajo, los que con el nombre de vagabundos presenta Gorki como una vergüenza y como una acusación, aquellos a quienes solidariza la coincidencia de la privación, del hambre, de la rabia y de la sublime indignación, se decidan a echar a rodar el simbólico Banquete de la Vida y hagan mesa redonda para todo el mundo, se celebrará entonces espléndida de Verdad, de Justicia y de Belleza, la Fiesta del Trabajo.

Hasta tanto... el derecho de accesión, el pacto del hambre, el álbum policíaco, el invento mecánico casi diario, el casero, el tendero, el prestamista, la prole hambrienta y otras mil zarandajas sociales, hacen que el 1º de Mayo valga tanto como el 1º de Noviembre.