París, 1871, la clase obrera toma las calles en lo que se conocerá como La Comuna. La población se organiza frente al ataque del ejército mediante unas barricadas que se han hecho legendarias
NEKANE BENGOA
Montada en su carro de fuego, la Revolución inicia en julio de 1789 un viaje emocionante que empieza en París. Se detendrá en Petrogrado en 1905 y en octubre de 1917, salta a Barcelona en el ‘36 y va a cerrar su ciclo en mayo del ‘68, en la misma ciudad en la que por primera vez pusiera patas arriba a la Historia contemporánea. Otra vez París. Avanza, retrocede, se simplifica, se expande y se complica en una dialéctica infernal, violenta y creativa que enfrentará a burgueses y señores feudales, a campesinos pobres y terratenientes, a proletarios frente a burgueses, a antifascistas y generales golpistas, a estudiantes y a las viejas y aburridas democracias burguesas. En su movimiento violento y permanente todo se tambalea y, como dijera el viejo Marx, lo que fuera sólido ayer se desvanecerá en el aire mañana.
¿Todo? No. Algo permanece, madura y se perfecciona. La Revolución Francesa y sus desarrapados, las sans culottes, hicieron de la insurrección popular un arte y parte de su ideario político. Dotaron a la mitología revolucionara de un icono ideal y de un elemento material imprescindible en la lucha por/contra el poder en el corazón de las ciudades burguesas: la barricada. Bien como barreras en la delimitación física de zonas urbanas liberadas, como referente simbólico de resistencia, o como elementos de contención de la tropa burguesa; la barricada, como rasgo definitivo de la insurrección armada estuvo presente en todos los movimientos revolucionarios que sacudieron las grandes urbes europeas a lo largo de los dos siglos pasados.
Más moral que material
Antes de la experiencia de la Comuna de París, Federico Engels nunca fue un entusiasta de las barricadas y la guerrilla urbana. A propósito de la insurrección europea de 1848 escribía en 1850: «Lo máximo a lo que puede llegar al insurrección en el terreno de la verdadera acción táctica es a levantar y a defender sistemáticamente una sola barricada. Ya en la época clásica de las luchas urbanas la barricada tenía un efecto más moral que material. Era un modo de minar la confianza de los militares. Si aguantaba hasta conseguirlo, se alcanzaba la victoria; si no, venía la represión».
Las barricadas de 1848 llegaron a ser 6.000 sólo en París. Surgieron como setas a lo largo de la ciudad y fueron la forma en que el movimiento insurreccional intentó tomar posesión del espacio urbano, defenderlo frente al ejército y provocar con el paso de las horas una crisis política que concluyera en toma del poder. La consigna podría ser: aguantar hasta morir. Este ataque defensivo solía partir de la más pura improvisación y precariedad material. En las calles Saint-Denis y Saint-Martin de París hubo barricadas heroicas tanto en las insurrecciones de los primeros años 30 como en las del 48: «bastaba con desadoquinar, amontonar los muebles de las casas vecinas, las cajas del tendero, en caso de necesidad un ómnibus que pasara, que era detenido ofreciendo galantemente la mano a las damas: hubiera sido preciso demoler las casas para llevarse esas Termópilas. Un puñado de insurgentes detrás de una barricada tenían en jaque a un regimiento» (Citado por Walter Benjamin en el Libro de los Pasajes).
Pero en la Comuna de París todo cambia. El 18 de marzo de 1871 la Guardia Nacional parisina no era otra cosa que la clase obrera armada. Se la había «militarizado» para defender la capital ante el avance del ejercito prusiano. La capitulación del gobierno frente al invasor da pie a un levantamiento popular armado que en pocas horas expulsa al ejército regular de la ciudad y se hace cargo de la autodefensa. La Guardia Nacional apoyada por la multitud se hace con el poder y controla físicamente la totalidad del escenario urbano. Ahora ya no hay que asaltar la ciudad, ahora hay que defenderla, fortificarla; prepararla para la contraofensiva burguesa o el ataque alemán. En muchos puntos estratégicos de la ciudad se levantan nuevamente barricadas, pero no ya las del ‘48 con sus barriles, sus canastos y algún que otro cadáver de soldado enemigo. Lo que se emprende ahora es un auténtico trabajo de fortificación a cargo de unidades de Guardias Nacionales al servicio de la Comuna de París. Ya no se improvisa ni se levantan apresurados parapetos con un carro volcado y el cuerpo de un caballo muerto. Muros de adoquines de hasta tres metros de altura reforzados en doble hilada, sacos terreros, nichos para las ametralladoras, bocas abiertas para el uso de artillería, barricadas móviles, dobles y triples lineas de defensa en la vanguardia, vías de evacuación en la retaguardia. París ya no era el del ‘48, muchas de sus callejuelas habían desaparecido en la reordenación urbana del barón Haussmann y ahora los communards se veían en la tesitura de defender amplios espacios, bulevares y edificios mastodónticos. Y lo hicieron. Y en ese escenario se dio la batalla de París, sobre todo en los últimos ocho días de combates que sobrepasaron con creces la dimensión de la guerrilla urbana para, quizá por primera vez en la historia, transformar la ciudad en un verdadero campo de batalla y llevar a la barricada a su expresión manierista.
20/05/11
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