domingo, 25 de febrero de 2024

La izquierda ha muerto

 

Por HELENO SAÑA

¿Es la izquierda española la 'más ultra' de Europa? Esto es exactamente lo que afirmó José María Aznar en una jornadas sobre Antonio Maura celebradas hace algunas semanas (en enero de 2008). ¿Es su enjuiciamiento correcto? La respuesta depende de lo que Ortega llamaba «perspectivismo», esto es, del punto de mira de cada respectivo observador. Desde su ubicación conservadora, es casi lógico que el expresidente del Gobierno llegue a su fulminante conclusión. Partiendo de mi personal punto de vista, me es difícil compartir su tesis, ya por el previo de que tanto en España como en los demás países europeos la izquierda ha dejado esencialmente de existir, aunque queden algunos restos de ella, como en nuestro país IU. De ahí que seguir utilizando este término es incurrir en pura fantasmagoría tanto conceptual como terminológica. Por lo demás, el señor Aznar no hace más que utilizar con fines polémicos un concepto del que sus rivales políticos se sirven para cubrirse de gloria. Lo que por inercia mental o por conveniencias logísticas sigue denominándose izquierda es una pseudo o falsa izquierda que no tiene nada o muy poco que ver con lo que esta cataloguización significó en el siglo XIX y parte del XX, que es la fase histórica en la que la izquierda adquiere carta de naturaleza e irrumpe en el escenario histórico con la decidida voluntad de plantar cara a la burguesía y sustituir el sistema capitalista por un sistema socialista, anarcosindicalista o comunista, según las preferencias ideológicas de cada bando. Y la primera prueba de que la izquierda ha pasado a mejor vida es que en Europa han terminado las luchas de clases, no porque las clases hayan desaparecido, sino porque ha desaparecido la voluntad de poner fin a ellas. Los problemas y conflictos sociales y laborales siguen estando al orden del día, pero el asalariado y sus organizaciones sindicales han dejado de defender sus intereses y derechos con el mismo ímpetu de otros tiempos. Esa tibieza reivindicativa explica la facilidad con que el capitalismo de casino ha podido imponer en las últimas décadas su hegemonía global, fenómeno que a la vez ha conducido a una reproletarización parcial de las clases trabajadoras, a la pérdida o estancamiento de su poder adquisitivo real, a un deterioro creciente de las condiciones de trabajo y a una multiplicación del empleo precario y mal retribuido. Si en España existiera la izquierda ultra a la que el ex hegemón del PP alude, es difícil creer que aceptaría con los brazos cruzados las injusticias socioeconómicas que acabo de señalar, a las que se podrían añadir otras muchas, entre ellas el misérrimo nivel millones de pensiones y salarios mínimos. Y si el PSOE fuera fiel a las siglas que todavía detenta, sería el primero en no tolerar este estado de cosas.

La despotenciación de la izquierda se inició ya en parte en el periodo de entreguerras, pues si en Rusia los bolcheviques se convertían en amos y señores de la nación, el proletariado italogermano no logró impedir el triunfo del nazifascismo. El descenso de la izquierda siguió su curso en las primeras décadas de la posguerra, y ello por dos motivos fundamentales. Primero, porque el totalitarismo brutal practicado por el estalinismo y el neoestalinismo en la Europa del Este puso fin a las ingenuas ilusiones que no pocos sectores obreros se habían hecho del marxismo-leninismo. El colapso moral (y material) de la Unión Soviética y sus satélites coincidió, además, con la rápida recuperación económica de la Europa occidental y el advenimiento de una época de relativa prosperidad y estabilidad social y laboral. Contentos y deslumbrados por lo que Galbraith llamó «sociedad de la abundancia» y Ludwig Erhard «bienestar para todos», las clases trabajadoras trocaron pronto sus antiguos sueños redencionales y revolucionarios por el consumismo y el materialismo.

La izquierda histórica ha perdido no sólo la batalla económica y política, sino también su identidad cultural, razón última de que haya renunciado a luchar por el advenimiento de un modelo de vida y de sociedad que responda a sus necesidades e ideales emancipativos. La clase dominante dicta las reglas de juego no sólo en los centros de producción, sino también a extramuros de ellos, esto es, en el ámbito del tiempo libre, del ocio y de los hábitos de vida. Con pocas excepciones, el obrero ha perdido la conciencia de sus propios valores y asumido miméticamente la ideología de 'pan y circo' difundida por los mass media; de ahí su conformismo y su escasa predisposición a liberarse de la condición subalterna y humillante a que el sistema le condena.

La Clave
Nº 363 – abril 2008