jueves, 28 de febrero de 2013

La hoguera



De tanto poner la mano en el fuego los unos por los otros andan todos quemados y el olor de chamusquina de los políticos a la brasa contamina el aire y provoca la huida de los ciudadanos cada vez más alejados de sus presuntos representantes electos.

La hoguera de las iniquidades del PP eleva sus llamas por encima de las otras, el partido está que arde y no hay cortafuegos que valgan. Las llamas afectan, en mayor o menor medida, a los otros partidos del espectro político, muchas veces en la medida de sus escaños y sus puestos de mando.

La corrupción es inherente al sistema político y económico o viceversa. La corrupción es un ingrediente imprescindible de lo que se llama, inmerecidamente, democracia. Sin corrupción y sin corruptos los parlamentos se quedarían vacíos, sin alicientes económicos los políticos profesionales desertarían y darían paso a los aficionados y solo los aficionados con rentas altas y tiempo libre podrían dedicarse con libertad a la política.

En el brumoso horizonte de las instituciones europeas solo se vislumbran los mercados. Los mercados siempre prevalecieron sobre los parlamentos, sin el apoyo de los bancos y de las empresas, los grandes partidos no hubieran alcanzado su grandeza, solo la mezquindad de sus tejemanejes con el Capital explican su éxito, solo con créditos, donaciones y patrocinios de banqueros y financieros llegaron a ser lo que son. Entrampados y cautivos, los políticos en el poder devuelven con creces los favores recibidos.

El soborno, el cohecho y la prevaricación son herramientas de uso común y los políticos que saben utilizarlas, tras un período de servicio en el hemiciclo correspondiente, serán premiados con relevantes puestos en la empresa privada a la que favorecieron directa o indirectamente en sus años como políticos. Suculentas remuneraciones y mínimas obligaciones les aguardan como consejeros o asesores. El círculo se cierra y los engranajes de la rueda giran bien engrasados por el unto del dinero, material altamente infamable. Huele a chamusquina y vertedero.

Periódico cnt nº 397 - Febrero 2013

miércoles, 27 de febrero de 2013

Precarios sin derechos laborales captan socios para ONGs


Lucía nos ha enviado este relato donde nos cuenta sus desafortunadas experiencias trabajando como captadora de socios en la calle para varias ONGs, entre ellas Intermón Oxfam. 

ABUSOS PATRONALES
ENERO 2013

Hace ya un par de años que, caminando por la ciudad de Granada, un joven ataviado con chaleco verde logró detener mi camino unos minutos para enumerarme toda una serie de desgracias ambientales y humanas, concluyendo que la solución era hacerme socia de su ONG. Tengo que decir que el chaval lo hizo muy bien, supo llegar exactamente a aquello que en aquel momento me iba a tocar el corazón: la Asturias que entonces yo echaba tanto de menos. Así que, aun estando en paro, y haciendo más caso a mis emociones que a mi sentido común, me hice socia para decirme a los cinco minutos: «¡Mierda! ¿Y por qué acabo de hacer esta estupidez cuando no creo en esto desde hace años?».

Tanta crisis y tantas dificultades para encontrar trabajo me hicieron aceptar hacer lo mismo que este chico en dos ciudades: Lérida y Oviedo. Lo que llegué a escuchar y ver dentro de este mercadillo de las ONG´s pone, cuanto menos, los pelos de punta. Las ONG´s, conscientes del juego sucio en el que están inmersas, suelen contratar a los captadores a través de agencias de marketing, a excepción de Acnur y Greenpeace que, aunque también cuentan con unos contratos basura y en base a objetivos, al menos no llegan a los extremos de precariedad de otras en las que, simplemente, no se cobra. Pero vamos por partes. Unas primeras nociones básicas para no caer en el remolino emocional que te puede provocar uno de estos chavales que te encantarían para novio o novia de tus hijos.

En primer lugar, seamos conscientes de que estas personas están haciendo un trabajo, a cambio de una miseria pero una miseria que necesitan. Ni tan siquiera son socios de la ONG para la que trabajan aunque te digan que sí, a muchos incluso les da bastante igual lo que pasa al otro lado de su felpudo de IKEA. Van a decir aquello que saben que, a poco sensible que seas, va a hacerte sentir culpable para venderte después la consiguiente purificación de conciencia.

El responsable de turno del equipo de captadores, se ocupa de provocar la presión necesaria para que cada uno saque lo mejor o lo peor de sí mismo, según se mire (yo me quedo con lo segundo). Es así que, al darse cuenta mi jefe de que no presionaba a las personas lo que debiera, sufrí un continuo de comentarios ridículos que más que hacerme presionar a la gente, acabaron por cabrearme hasta el extremo. Algunos de ellos fueron: «La gente que te dice que está en el paro seguramente pueda pagar la cuota. Tienes que insistir más. Dile que seguro que para tomarse unas cañas o unos cafés sí que lo tiene». «Si tiene niños, ataca por ahí, sácales el Pumply Nut (alimento contra la desnutrición infantil)». «Vamos a ver, tú que has estado en África, ¿de qué lado estás? ¿De los que están en paro o de los africanos?». De verdad. Solo se me venían dos palabras a la cabeza: ERES SUBNORMAL.

¿Vamos a arreglar el mundo tomando una caña a la semana menos y haciéndonos socios de una ONG? Evidentemente, no. Pero su ONG, agencia de Naciones Unidas, coloca las tiritas de las guerras montadas por ellos mismos. Su ONG no interviene en el Sáhara para no quedar mal con Marruecos. Y su ONG, se cambia el nombre en Palestina para no enemistarse con Israel. Su ONG es la Judas en esta cena y nos quiere lanzar a nosotros la responsabilidad de hambrunas y guerras provocadas por el orden criminal impuesto por aquellos con los que se dan palmaditas en la espalda.

Quiero aclarar que no es mi intención señalar a los captadores como responsables, señalo a las ONG´s. Hace pocos días, acudí a una entrevista para Intermón Oxfam. La captación la llevaba una agencia externa y se trataba de una jornada intensiva de mañana y tarde. No se cobraba más que la comisión y había personas que, trabajando toda la semana, se habían ido a casa con 20 euros en el bolsillo. Pero lo peor estaba por llegar. Empecé a hablar con mis compañeros y me cuentan que, una de las captadoras, con 34 años, se murió trabajando en la calle. La razón: una neumonía por la que no había ido al médico. Lo que hay detrás: la falta de derechos laborales que no te permiten que tengas una baja, la imposibilidad de llevarte algo de dinero si te quedas en casa. Vergüenza y rabia. Intermón trabaja apelando al comercio justo. ¿Les parece esto de justicia?

Al día siguiente, mensaje del responsable: ¿Por qué no has venido a trabajar?. Mi respuesta: «Porque sois unos explotadores. Lo siento». Siguientes sms de este responsable de la captación de Intermón: «Será que no vales porque Intermón no explota y mi empresa no quiere caras duras, porque de gente así hay mucha, y agradecidos como tú también, que estás espiando». «Y si no te gusta, arreando y a la oficina de empleo con los 6 millones de parados, pero ojo con lo que dices… agradecida de los cojones».

Y así estamos, haciéndole compañía a 6 millones en la cola del INEM, con una diplomatura y un máster en cooperación al desarrollo, mientras esta gente tan competente es contratada por las ONG´s. Pero feliz, al menos, de no formar parte de este gran circo solidario.

sábado, 23 de febrero de 2013

[23-F] La ampliación de la OTAN a España como fondo


JOAN E. GARCÉS

El golpe del 23 de febrero marcaba una etapa. De un modo u otro en la conspiración estaban implicados núcleos del espectro político, financiero, militar, diplomático. Las contradicciones internas en ocasiones los neutralizaban entre sí, como ocurrió con Tejero y Armada en la noche del 23 al 24 de febrero. Los centros del proceso conspirativo continuaron operativos, pocas ramificaciones salieron a la luz. Las consecuencias del golpe, sin embargo, sí se vieron. ¿Para qué una intervención militar en 1981? No habrá en la realidad interna española razones aparentes que atrajeran la intervención activa o pasiva de los servicios secretos de EEUU. La situación en el País Vasco era más pretexto que causa. ¿Para qué fue entonces manipulado el integrismo y obsecuencia de algunos sectores militares españoles? Hay indicios de que ello pudo responder a un diseño global que sobrepasaba el marco de la Península Ibérica. Y era quizás la preparación de Europa para un plan estratégico en el inicio de la Administración Reagan, en un momento en que Europa occidental era presionada para que aumentara los gastos militares convencionales y aceptara la instalación de las armas nucleares llamadas del «teatro de batalla europeo» ―misiles Cruise y Pershing II, bomba de neutrones—, que parecían corresponder a un supuesto contrapuesto al de la disuasión: evitar la «batalla». Eran tiempos en que los dirigentes de EEUU escuchaban con displicencia y parsimonia las peticiones de quienes apremiaban el inicio de negociaciones con la URSS para disminuir la densidad de armamento atómico en el continente. Parecía que asumían el riesgo de una guerra real que se preparaba en todos los terrenos, desde el psicológico al organizativo, del político al armamentístico, del económico al social. Años después trascendería que los planes militares de comienzos de la Administración Reagan asumían la inminente entrada de tropas soviéticas en Irán, seguida de una guerra en Europa entre la OTAN y el Pacto de Varsovia. El presidente Reagan declararía públicamente el 16 de octubre de 1981: «Se puede considerar la posibilidad de utilizar armas tácticas nucleares contra tropas en el campo de batalla europeo, sin que ello conduzca a las grandes potencias a apretar el botón».

Todo el Mediterráneo reflejaba la misma onda de fondo. En septiembre de 1980, con el previo beneplácito de la OTAN y el aplauso o silencio de los gobiernos de la Coalición —a excepción del belga―, Turquía fue militarizada tras ser derrotado su Gobierno (liberal). En noviembre siguiente Grecia era llevada a reintegrar sus FFAA en el Mando Militar de la OTAN, del que salió en 1974 —tras caer la dictadura militar, auspiciada desde la OTAN en 1966—. A fines de enero de 1981 Reagan autorizaba la venta a Marruecos de 108 blindados M-60, 20 cazas F-5 y seis aviones de reconocimiento OV-10, dejando sin efecto la condición del gobierno Carter de exigir a Rabat «progresar previamente hacia un acuerdo negociado en el conflicto del Sáhara occidental». Dos meses después Marruecos estimulaba un golpe militar en Mauritania contra la política de Argelia y del Frente Polisario. En abril siguiente el general Haig, secretario de Estado, se desplazaba a Medio Oriente a impulsar una coalición de gobiernos árabes conservadores con su epicentro en Egipto —donde Sadat ya había autorizado el estacionamiento de tropas norteamericanas―, susceptible de orientarse contra los regímenes no alineados del Mediterráneo meridional ―Argelia, Libia—, y contra el Irán en revolución islámica. En mayo de 1981 se descubría en Italia la trama golpista de la Logia Propaganda-2, mientras un mercenario atentaba contra la vida del papa Juan Pablo II (Wojtyla, polaco de nación) —la propaganda norteamericana apuntó hacia los soviéticos, el proceso judicial no lo probó, y el general Ambrogio Viviani, ex jefe del contraespionaje italiano, señalaría más tarde la participación de la Logia Propaganda-2 en el atentado, lo que tampoco fue probado, aunque «el asunto del la Logia P-2 tuvo una influencia en la decisión última de los cardenales no italianos en 1978 a favor de un polaco como Papa».

La militarización del Mediterráneo era, pues, una línea de fuerza a finales de 1980 y comienzos de 1981. El trasfondo que daba sentido a puntos dispersos que emergían aquí y allá, en un proceso vasto, múltiple y, lógicamente, coordinado, era la política de EEUU en Europa, la voluntad de quebrar la estructura de la Organización de Países Exportadores de Petróleo y las revueltas en países islámicos. […]

En cualquier caso, del empujón militar de febrero de 1981 hizo una muy específica interpretación el nuevo presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo. A grandes zancadas, con premura, hizo aprobar la entrada en la OTAN de España por el mismo Congreso al que Tejero había tenido secuestrado a punta de pistola. A Adolfo Suárez se le reprochaba que durante sus cuatro años al frente del Gobierno hubiera dado largas a algo tan capital para la estrategia de EEUU en Europa. También el sucesor de Calvo Sotelo al frente del Gobierno, Felipe González, confirmó y ratificó a la OTAN (de nuevo, sin contar para ello con el respaldo de Suárez). ¿De la OTAN se trataba en 1981? A responder la interrogante aporta cierta luz la semblanza que de Suárez Presidente haría Leopoldo Calvo Sotelo:
Para mí estaba claro desde 1977 que había que incorporar a España a la Comunidad Europea y la Alianza Atlántica. ¿Lo veía tan claro Adolfo Suárez en los años de su Presidencia? Probablemente no, […] volvía insensiblemente a las coordinadas árabes e hispanoamericanas de la política internacional, y descuidaba la transición exterior. En cuanto a la Alianza, apuntaba en Suárez un cierto antiamericanismo. Corregir y precisar ese rumbo fue uno de mis primeros propósitos como Presidente del Gobierno. (Memoria viva de la transición, 1990).
Pero si para lograr la ampliación de la OTAN a España había que quitar de en medio a Suárez, ¿cómo se integraba en la trama hacia un «gobierno de concentración presidido por un militar» la oposición que por entonces publicitaba F. González a la Alianza Atlántica? La contradicción era sólo aparente. Calvo Sotelo se presenta a sí mismo en su Memoria viva… como adalid de la OTAN, y para enfatizar su papel en franquearle la entrada en España dibuja a un F. González cicateramente adverso a ello, hasta que «aprendió la cuestión» a fines de 1985 y en 1986. La realidad fue otra, y estaba en la penumbra. Que externamente González no posará como adalid de la OTAN antes de 1982 obedecía a razones de necesidad electoral: no quería enfrentarse al electorado cuando requería de sus votos para alcanzar el Gobierno —la mayoría rechazaba que España entrara en la Coalición bélica―. Una vez instalado en aquél (fines de 1982), en el subsiguiente Congreso de su Partido (1984) hizo borrar del Programa la oposición al ingreso en la OTAN que los socialistas sostuvieron desde la muerte de Franco, mientras se aplicaba pacientemente a cambiar la mentalidad de una fracción de electores e invertir el signo de la mayoría —lo que no logro hasta 1986, momento en que convocó el referéndum para plebiscitar la entrada en la OTAN de España—. ¿Calvo Sotelo no captó el porqué del doble juego y lenguaje de González? Si fuera así, debe haber sido uno de los pocos gobernantes de Europa y EEUU que desconocía el compromiso de González —contraído con quien correspondía— de alistar España en la OTAN cuando aun en público hacía campaña en sentido opuesto. 

Soberanos e intervenidos. 
Estrategias globales, americanos y españoles
Ed. Siglo XXI, 1996.

martes, 19 de febrero de 2013

El Yo, sin fe ni ley


Por LIONEL RICHARD*

    En su obra El Único y su propiedad, manual de rebelión contra todo Estado, toda sociedad y toda forma de autoridad, Max Stirner hace del Yo la medida de todas las cosas, un Único superior a todos los ideales.

Suponiendo que se pueda denominar nihilista a quien no tan solamente afirma no tener ni dios ni amo, sino que se consagra a la destrucción de todos los sistemas sociales que según presume aniquilan al individuo, y ello fundando su acción en la constatación de que toda la existencia humana está cercenada por el no ser, la nada, Max Stirner, filósofo del individualismo anarquista, merece entonces tal calificación aunque nunca la hubiese reclamado.

¿Pero, de quién se trata? De un hombre, un alemán, que tenía una frente inmensa, muy alta. Y como la palabra «frente» se dice en alemán Stirn, sus condiscípulos le pusieron en plan de chanza el sobrenombre de Stirner. Rápidamente lo reivindicó, publicando con ese nombre, en 1844, la obra que debió tener un éxito efímero en su momento, pero que no siempre fue bien comprendida y que la valdría, medio siglo más tarde, una fama universal: El Único y su propiedad. En el silencio y la miseria, estaba desaparecido desde 1856, a los 50 años, y ya no podía, pues, responder a quienes basan ahora en sus escritos «el individualismo anarquista.»

La formación de Johann Kaspar Schmidt, nacido en Bayreuth, en Baviera, está lejos de ser la de un filósofo clásico. Después de haber perdido muy pronto a su padre, un fabricante de flautas, tiene una infancia solitaria, abandonado por su madre que se había vuelto a casar. Sin embargo logra acceder a la Universidad. Sigue en Berlín los cursos de Hegel, logra superar el examen que le permite dedicarse a la docencia en las escuelas prusianas, pero fracasa en el Doctorado. Frecuenta los círculos intelectuales socializantes en la propiedad de una lechería-vaquería, que se arruina, pasando por el cargo de profesor en una escuela de señoritas, de donde fue despedido al cabo de cinco años, un primer matrimonio del que enviudó y un segundo que lo llevó al divorcio, su vida delicada y burguesa fue muy desahogada.

Una sublevación del Yo

¿Cómo la rebeldía antisocial no era de su naturaleza? El Único y su propiedad es un manual de revuelta contra todo Estado, contra toda sociedad. Revuelta, y no revolución: derribar las instituciones para crear otras nuevas. La revuelta, en cambio, no es más que la sublevación del Yo y desvinculación del orden social. El Yo siempre es sacrificado a las necesidades de la colectividad organizada. Es, pues, necesario, regresar al Yo en su originalidad más extrema, en lo que le es propio: «Es verdad lo que es Único, es falso lo que no me pertenece y son falsos la sociedad y el Estado, a quienes das tu fuerza y que te explotan.»

A cada doctrina (religiosa, política o filosófica) en situación de fuerza en la sociedad alemana de la época, opone Stirner una crítica radical. Se enfrenta al cristianismo y a su sistema jerárquico, en la medida que el catolicismo desarrolla la obediencia a los dogmas, a la moral, y que el protestantismo hace lo propio con la servidumbre interior. Denuncia el liberalismo burgués que no propone la libre expansión de la personalidad, sino su sumisión a la soberanía de la razón. La libertad política de la cual se reclama ese liberalismo no es más, en su opinión, que la sujeción del individuo al Estado y a las leyes del Estado. Rechaza el universalismo de Hegel, el materialismo de Feuerbach, el comunismo de Weitling, el anarquismo de Proudhon. Es hostil a todo partido y a todo espíritu de partido.

En definitiva, ningún ideal es aceptable para Stirner, porque una gran idea, un sistema, una causa para defender, generan obligatoriamente sus maestros de escuela y sus curas. Consecuencia: el Yo y sus intereses egoístas, en el sentido en que corresponden auténticamente a las fuerzas que dirigen la personalidad, se ven forzados a desaparecer. Pero la causa del individuo no es la de Dios o la de lo humano, ni la de lo Verdadero, ni la de lo Justo ni la del Bien; su única causa es la de su Yo, su particularidad, el Único en él. ¿Plantea Stirner otra organización social que preservase al individuo de los vastos planes de doma a la que se ve sometido desde su nacimiento? Con seguridad condena al Estado burgués y su explotación de la clase obrera, ese «enemigo», del cual se pretende arrancar un «botín.» Indica incluso que bastaría que la clase obrera dejase de trabajar en provecho del Estado burgués y que considerase el producto de su trabajo como suyo para que el Estado burgués se viese perdido. Sugiere también que la asociación, o reunión, es la mejor forma de vida social, la particularidad del individuo debe ser preferida antes que su libertad. Pero, en el fondo, explica cómo ve las cosas, no recomienda nada, no apela a ninguna militancia. Único principio: «Para Mi nada existe por debajo de Mi.»

El Egoísmo mal comprendido, con el infundado parecido al «superhombre» de Nietzsche, han conducido las ideas de Stirner hacia una especie de aristocratismo anarquista, aunque él se había afirmado antes que nada como un negador y no había acumulado, al derribar todas las verdades instituidas, sino un amasijo de ruinas. El Único y su propiedad, escribió Victor Basch, es «la Biblia del Anarquismo individualista o del individualismo anarquista.» En 1930, en El movimiento libertario bajo la III República, Jean Grave, viejo militante de la Anarquía, apunta correctamente la perversión surgida con las ideas de Stirner: «Afirmar que el individuo sólo debe buscar su propio bien y no ocuparse más que de su propio desarrollo —tanto peor para quienes en su camino le sean un obstáculo— significa introducir, bajo el disfraz de la anarquía la teoría más ferozmente burguesa...»


Le nihilisme.
La tentation du néant de Diogène à Michel Houellebecq

LES COLLECTIONS DU MAGAZINE LITTERAIRE
Octubre - Noviembre 2006, HORS-SÉRIE, N°10

 

  * Lionel Richard, profesor emérito de la Universidad de Picardía Julio Verne (Amiens).

domingo, 17 de febrero de 2013

El iberismo


GERMÁN RUEDA*

La implantación del liberalismo entre 1833 y 1868 presenta numerosas semejanzas en España y Portugal. En ambos países los conflictos dinásticos se complican con los ideológicos. Portugal sufre una guerra civil entre 1832 y 1834 y España la atraviesa entre 1833 y 1839. María da Gloria, 1826, e Isabel II, 1833, reinas menores de edad, buscarán apoyo en los liberales frente a dos príncipes legitimistas (Don Miguel y Don Carlos), hermanos de los reyes fallecidos.

Los sistemas liberales español y portugués tienen un funcionamiento y evolución semejantes tanto en hechos como en el origen común de la ordenación política liberal otorgada por la corona, ambas basadas en la Carta francesa de 1814 (Carta Constitucional de 1826 en Portugal y Estatuto Real de 1834 en España), el sistema censitario, la expulsión de las órdenes religiosas, la desamortización, el posterior acuerdo con la Santa Sede y las revueltas de 1868.

Es evidente que el paralelismo no es fortuito y se torna comprensible si se integra la historia ibérica en la coyuntura internacional y se tiene en cuenta una estructura social semejante en sus diversas regiones. Además, los acontecimientos de un país tienen repercusiones en el otro.

Creo que se puede afirmar que, tomada como un todo, Iberia tenía una evolución coherente y diferenciada si la comparamos con el resto de Europa. El sistema liberal puesto en marcha en el siglo XIX había hecho evolucionar de manera semejante las diversas zonas de la Península Ibérica.

En las décadas centrales del siglo XIX se constata, con más fuerza en Portugal que en España, una tendencia iberista. Aparecen diversas corrientes convergentes en la idea de lograr una unión, más o menos estrecha, para constituir Iberia o la Federación Ibérica, nombres, entre otros, que se propusieron para tal fusión.

La pregunta implícita común a todos los que se plantearon el iberismo es si, ahora que España y Portugal podían unirse, era ventajoso y conveniente hacerlo. Muchos técnicos en comunicaciones e ingenieros dieron una respuesta positiva y aportaron a los políticos argumentos de mejora económica. Desde entonces, todos los iberistas coinciden en la potenciación de la Península con unas comunicaciones e instrumentos económicos comunes: Telégrafo eléctrico, tendido del ferrocarril, carreteras, navegación de los ríos, conexión del Duero y el Ebro, unión del Mediterráneo y el Atlántico, aprovechamiento de los puertos de Lisboa y Porto, supresión de aduanas, moneda única, adopción de un sistema de pesos y medidas, correo común, unión de flotas, política colonial concertada, aprovechamiento de la energía hidrográfica.

En algunas personas, se generó una conciencia de la necesidad de unión para una mayor eficacia y el fortalecimiento de ambos países frente a las potencias europeas. Para los iberistas la integración de la Península mejoraría la economía del conjunto. Los argumentos de los técnicos de que la unidad de España y Portugal facilitaría los progresos económicos y materiales no fueron privativos de ellos, pero su peso específico fue mayor en sus escritos que en los de políticos que, por lo demás, los repitieron profusamente.

Entre los políticos y publicistas, los argumentos anteriores se sumaron a la conveniencia política. La reacción de Fernando VII, en 1823, llevó a destacados liberales españoles a plantear la Unión Peninsular en la persona de Don Pedro IV de Portugal. En el Oporto liberal de 1832 se difundieron proyectos de unidad ibérica, monárquica o republicana federal.

Restaurado el sistema liberal moderado en España en los años de la minoridad de Isabel II, ciertos sectores liberales de España y Portugal defendieron la unión ibérica. Algunos, como Mendizábal, presionaron para que se nombrara a Don Pedro IV como regente de España, otros quisieron forzar demasiado la naturaleza y acortar el camino a través del matrimonio de Isabel II y Don Pedro V. El gran problema era que el príncipe heredero Don Pedro era casi un bebé. Nacido en 1837, tenía siete años menos que Isabel II que ya era excesivamente niña. Andrés Borrego propuso unos esponsales y posponer el matrimonio. En 1846 el matrimonio de Isabel II con Francisco de Asís de Borbón terminó con las especulaciones.

Posteriormente, en España, muchos liberales asumieron el iberismo, especialmente miembros del Partido Progresista. En las filas moderadas, políticas o de pensamiento, el iberismo fue ganando terreno frente a una hostilidad inicial. En su versión republicana, nos encontramos casos ya en los años cuarenta entre escritores y publicistas. Más tarde llegó a formar parte del programa del Partido Republicano Federal.

En Portugal, el iberismo fue tomando cuerpo en ambientes liberales, especialmente setembristas (equivalentes a los progresistas españoles) y en el medio estudiantil con motivo de la Revolución de 1848. Es sintomático, como ha señalado María Manuela T. Ribeiro, que la Comisión, presidida por el entonces estudiante José María Casal Ribeiro, que protagonizó los sucesos de Coimbra en 1848, saludase el triunfo de la revolución en algunos países europeos con un manifiesto que terminaba ¡Viva la Península! ¡Viva la libertad de todos los pueblos! y que había sido firmado por 406 universitarios. Eran momentos propicios para el ideal ibérico que se sustentaba en los principios de la Revolución de 1848: liberalismo democrático y nacionalismo independentista o federalista. Esta segunda versión de unión de pueblos es la que caló en los ambientes portugueses antes señalados y entre los emigrados ibéricos en París. El terreno quedó abonado.


Fue a comienzos de la década de 1850 cuando la idea tuvo mayor difusión. Coincide con el avance de las unificaciones, especialmente en Alemania e Italia, que se extendieron por Europa y el ejemplo del federalismo de países como Estados Unidos y Suiza. La idea de federalismo circulaba con profusión entonces por todo el mundo occidental y para muchos era la panacea que resolvería todos los males. En este contexto hay que estudiar el Club Democrático Ibérico, fundado en París después de la Revolución de 1848, y la Liga iberista que se creó en Madrid en 1854. Sixto Cámara fue uno de los pocos ejemplos de iberistas españoles que llegó a conocer bien Portugal. Propuso un sistema federal basado en la unión de las localidades de la Península, cada una de ellas libre e independiente.

Si bien la mayoría de los federalistas fueron republicanos, antes de esta solución se planteó la unidad ibérica bajo una sola monarquía y un solo parlamento. El trabajo de Sinibaldo de Mas, La Iberia, se publicó en español en 1852 y el mismo año se tradujo al portugués, prologado por Jose María Latino Coelho, con una amplia difusión. Se concebía la Unión Ibérica dentro de la lógica geográfica que llevaba a una economía (basada en el librecambio) y un sistema de comunicaciones comunes, lo que exigía la unión política que haría surgir una nueva realidad nacional: Iberia. Desde el punto de vista dinástico hubo una trama en el progresismo español, iberista por entonces, para sustituir a la reina Isabel II por Don Pedro V, todavía menor de edad en 1854 cuando el progresismo llega al poder en España. El conjunto de fuerzas, progresistas y lo que posteriormente serán unionistas, terminó en un equilibrio que, de momento, llevó a la renuncia de la unión ibérica basada en la fórmula del cambio de dinastía. La salida del gobierno de los progresistas en 1856 entibió aún más esta posibilidad.

En Portugal, a la altura de 1853 y 1854 la idea de unión ibérica se extendía y gozaba de muchas simpatías entre buena parte de políticos e intelectuales de Lisboa y Oporto, si bien no se había generalizado en la mayoría de los portugueses. Para J.A. Rocamora, es justamente la falta de decisión de los iberistas españoles, tras la favorable situación de la Revolución de 1854, la que probablemente llevó a una recesión del iberismo portugués. Sin embargo, aún no asistiremos en Portugal a una reacción contra el iberismo que tendrá su momento álgido en la década de 1860. De hecho, en 1855, la oposición al iberismo en la prensa portuguesa sólo provenía de los miguelistas.

En 1865, con ocasión del tránsito hacia Europa del Rey de Portugal, una manifestación de unas dos mil personas se expresó en la estación de ferrocarril de Madrid a favor de Don Luis I, que aglutinaba, según ellos, a los monárquicos partidarios del iberismo y contrarios a Isabel II. Un sector del progresismo propugnaba esta solución para unir España y Portugal. Don Luis publicó una carta en la que oficialmente se manifestó como portugués y en la que daba a entender que rechazaba esa posibilidad.

La Revolución de 1868 estimuló en Portugal la unión ibérica. La actitud de Antero de Quental, que entendía que ambos países estaban obligados a superar la decadencia ibérica y dar paso a una república federada para extender la democracia a toda la Península, fue una opinión relativamente extendida entre las minorías político-intelectuales de Lisboa y Oporto. Otros preferían la unión dentro del constitucionalismo monárquico. Este sector, que tuvo cierta actividad en los años cincuenta y sesenta, como acabamos de ver, vio una nueva oportunidad de unión política en 1869, al tiempo que se planteaba el cambio dinástico del trono español.

En este momento (entre 1868 y 1870) es cuando hay que situar las principales manifestaciones escritas y populares del anti-iberismo en Portugal, como enseguida veremos.

Fueron varias las causas por las que los iberistas no tuvieron eco popular y, en definitiva, llevaron a que el iberismo no tuviese éxito.

El idioma y la historia de España y Portugal habían sido semejantes. Pero esa semejanza no implicaba identidad. Les separaban relativamente la lengua y, por parte portuguesa la historia, especialmente desde el siglo XVII, que en la imaginación colectiva de parte de los que constituían la opinión pública portuguesa se resumía en la idea de una potencia vecina que estaba al acecho para llevar a cabo la anexión. La diplomacia y la política españolas cometieron graves errores que, lejos de eliminar las suspicacias históricas, las aumentaron. Su disposición a intervenir en Portugal a lo largo del siglo XIX, casi siempre sin afanes de dominio territorial (salvo el intento de Godoy en ingenuo acuerdo con Napoleón), daba argumentos para pensar en un vecino prepotente que más que una unión podría llevar a cabo una anexión.

Sobre todo, faltaba un elemento subjetivo, el sentimiento popular de nación. Los iberistas no lograron que esta sensación se hiciera propia de los potenciales ibéricos y que tuviera la suficiente fuerza para superar los problemas descritos. Una de las claves del fracaso del iberismo fue el escaso arraigo popular. Fue algo de minorías elitistas, especialmente de Lisboa y Madrid.


Por otra parte, el sentimiento anticastellanista lejos de desaparecer creció en los años sesenta con la polémica iberista. De hecho, al agitar la amenaza española, ésta fue un revulsivo para fomentar el nacionalismo que se institucionalizó en lo que Fernando Catroga ha denominado El culto del Primero de Diciembre.

Los iberistas de los años cuarenta, cincuenta y sesenta hicieron mal los cálculos sobre la posibilidad de que se olvidara la idea de una España anexionista de Portugal por los beneficios que la unión reportaría y el surgimiento de un ideal ibérico con un nuevo papel en el mundo.

Por el contrario, se reavivó una reinterpretación histórica: la presentación de la separación de Portugal y España de 1640 con una naturaleza nacionalista y de soberanía popular, trasponiendo anacrónicamente las ideas colectivas del siglo XIX al XVII. Todos los géneros fueron utilizados para cantar la gesta de la formación de la nación portuguesa. Tuvo éxito. Lo que no había logrado el iberismo lo consiguió su opuesto: difundirse entre amplias capas de la población.

«El reinado de Isabel II. La España liberal».
Historia de España, 22.
HISTORIA 16, 1996.


*Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Cantabria, Santander.

lunes, 11 de febrero de 2013

La Acción Directa


La táctica de la CNT es la Acción Directa, que significa que la solución de los conflictos que surjan, ha de ser lograda por los individuos afectados sin intermediarios. Consideramos que esta forma de actuar nos permite aprender a actuar sobre lo que nos afecta y así asumir responsabilidades. Ser anarcosindicalista significa tomar decisiones, y decidir es algo muy difícil: significa tener problemas. Porque una vez que acuerdes algo y vayas a ponerlo en práctica, vas a encontrar que se te van a oponer tus enemig@s naturales: los empresari@s. Ell@s están interesados en hacerte trabajar lo máximo posible por el menor salario pagable. Tu interés es contrapuesto al de «ell@s». Tú quieres trabajar menos, vivir mejor, y eso choca frontalmente con sus planes.

domingo, 10 de febrero de 2013

La bomba 'anarquista' de Mateo Morral

El atentado contra Alfonso XIII.
El 31 de mayo de 1906, Madrid celebra en medio del regocijo y la fastuosidad la unión entre dos grandes familias reinantes en Europa. Alfonso XIII, rey de España, acaba de desposar a Victoria de Battenberg, nieta de la reina Victoria. La ceremonia se verá impregnada de sangre. Estalla una bomba en la Calle Mayor. Mueren veintiséis personas y ciento siete son heridas.

Este atentado no lleva la firma anarquista, pero traerá graves consecuencias para el movimiento. Su autor es Mateo Morral. Acaba de llegar procedente de Barcelona. Ninguna organización obrera le ha dado la idea, ninguna le ha concedido su patrocinio, ni siquiera su apoyo. Morral ha actuado solo. Su acto es, a la vez, feroz, romántico y desesperado. Y aunque después del atentado acude a refugiarse en casa de unos amigos de extrema izquierda, éstos pertenecen a medios anticlericales y no a medios anarquistas. Gracias a su protección puede escapar por unos días del alcance de la policía, pero al final es descubierto; mas, viéndose acorralado, se suicida.

Este suicidio no detiene la acción de la justicia. Se inicia un proceso que va a sacar a la luz la figura de un hombre destinado a hacerse muy pronto célebre por toda Europa: se trata de Francisco Ferrer. La razón de su arresto se debe a que Ferrer dirige en Barcelona una escuela bastante singular: la Escuela Moderna, cuyo bibliotecario era precisamente Mateo Morral. 

[…]

Morral, el terrorista de la calle Mayor, estaba empleado en esta escuela. Otra coincidencia es que una mujer está íntimamente ligada a este episodio: Morral sostenía unos sentimientos muy vivos por Soledad Villafranca, colaboradora y amiga de Ferrer. Y tenemos razones suficientes para pensar que Morral cometió su atentado simplemente por desesperación, cuando comprendió claramente que Soledad no respondería a su amor.

Durante el juicio, Ferrer es absuelto por falta de pruebas; sin embargo, el atentado no quedará impune; estos hechos anteriormente citados contribuyeron a agravar la represión antianarquista, aunque el anarquismo nada tuvo que ver con este acto demencial, más romántico que político. El gobierno quiso limitar severamente el derecho de asociación, así como la libertad de prensa, mas ante la oposición de numerosos sectores de la opinión pública, tuvo que suspender su proyecto.

En Barcelona, la tradición terrorista estaba más arraigada que en Madrid. Durante los años 1906 y 1907, la ciudad catalana permanece fiel a sus costumbres: se desencadena una verdadera epidemia de atentados. Las organizaciones obreras proclaman densamente su inocencia: afirman que nada tienen que ver con tales violencias. Hay que creerles.

En esta época, la mayor parte de bombas son arrojadas por un tal Juan Rull, persona decididamente sospechosa. Pertenece a los medios izquierdistas, pero no a la izquierda anarquista. Juan Rull abandona toda justificación ideológica. Ha comprendido que puede aprovechar el terrorismo en beneficio propio y emprende un siniestro proyecto de chantaje. Se trata de arrancar cierta suma de dinero a la policía bajo una amenaza: si no lo obtiene, hará estallar una bomba en la ciudad. La situación se mantiene hasta que un día se nombra un nuevo gobernador que rehúsa acceder a los deseos de Rull. Éste no tiene escrúpulos: cuatro bombas estallan en las Ramblas. El gobernador pierde los estribos y toma e nuevo contacto con Rull, quien exige una cantidad tan considerable que la policía no tiene más remedio que terminar de una vez por todas con este juego tan atroz e insensato. Después de una importante operación, Rull y sus cómplices son arrestados y condenados a muerte. Son ejecutados en Montjuich en agosto de 1908. El episodio nos demuestra cuán fácil resulta culpar al anarquismo de aquellos crímenes de cuya inocencia no hay ninguna duda, y hasta qué punto los métodos de la policía eran discutibles.

Por el contrario, los métodos seguidos por el anarquismo durante este periodo muestran claramente su intención de eliminar todas estas iniciativas individuales. El movimiento busca amoldarse a unas estructuras: en agosto de 1907 se constituye una nueva organización a través de una federación de sociedades obreras, implantadas ya a nivel local, se trata de Solidaridad Obrera. Ésta constituirá la célula inicial, el núcleo, de donde más adelante surgirá la CNT, es decir la central sindical anarquista que, partiendo de Barcelona, se extenderá por toda España.

Gilles Lapouge y Jean Bécarud
Los anarquistas españoles
 
ANAGRAMA, 1972,

sábado, 9 de febrero de 2013

¿Necesidad de una violencia revolucionaria anarquista?

Detención de Ravachol
RODERICK KEDWARD

¿Era la cooperación la mejor arma para luchar contra esta imagen de la explotación? Este remedio parecía a muchos anarquistas demasiado intelectual y utópico; encontraban una solución más adecuada cuando, en contradicción con su natural moderado, clamaban por «la revolución permanente por medio de la palabra hablada y escrita; el puñal, el rifle, la dinamita… Todo medio ilegal es bueno para nosotros». Kropotkin no era en absoluto violento, pero no pudo apartarse de la tradición revolucionaria del anarquismo por mucho que prefiriera una solución más pacífica. Su pregón para la revolución fue, sin embargo, más celebrado que su llamada a la cooperación.

En Europa y América los anarquistas habían descubierto las posibilidades de la violencia, sin necesidad de que se lo indicara Kropotkin, ni cualquier otro teórico. La violencia se convirtió, a finales del siglo XIX, en la más espontánea y dramática de las respuestas anarquistas: la sociedad tenía que transformarse con asesinatos, bombas y acciones terroristas individuales. Para la opinión pública, anarquía se convirtió rápidamente en sinónimo de violencia y las palabras del presidente Theodore Roosevelt en 1901 resumen la reputación ganada por los anarquistas en dos décadas de terror: «El anarquismo es un crimen contra la Humanidad y todos los hombres deberían formar un frente común contra los anarquistas».

Tanto en estas palabras como en la opinión pública, los anarquistas que mataron al presidente de Francia, Carnot, a la emperatriz Isabel de Austria, a policías de todos los países, al presidente de Estados Unidos, McKinley, a espectadores de teatro, clientes de café y otros, fueron los responsables de iniciar una era de violencia. Los anarquistas replicaron a esta imputación acusando al gobierno, a la iglesia, al capital y a la propiedad privada de gobernar por medio de la violencia, e insistieron en que su violencia no era más que ejercer el derecho a la autodefensa. La historia, replicaban, era una sucesión ostentosa de violencias sancionadas por la autoridad. Cantaban en son de burla:

¡Adelante soldados cristianos! Vuestro deber es claro.
Asesinad a vuestros vecinos cristianos o sed asesinados por ellos.
De los púlpitos brotan líquidos fuertes y efervescentes.
Dios desde lo alto os incita a robar, violar y matar.
Vuestros actos son bendecidos por el Cordero de las alturas.
Amad al Espíritu Santo, y asesinad, rezad y morid.

El tono agresivo de esta parodia tipificaba un clima de violencia. No hay duda de que un anarquista como Ravachol, cuyas bombas aterrorizaban París en 1892, creía que sus acciones eran defensivas, pero se unieron a una espiral de violencia pública y privada que dio mayor poder a la policía, al ejército y al gobierno y que no minó en absoluto la autoridad. Como medios para alcanzar la sociedad ideal fueron discutidos acaloradamente por los propios anarquistas, y los terroristas fueron considerados figuras marginales, aisladas, en la frontera de los movimientos anarquistas.

Pero no sorprende que la violencia ocupara continuamente los titulares de los periódicos y, como consecuencia, no se hizo justicia a las demás posiciones anarquistas surgidas en el curso del siglo…

Los anarquistas:
Asombro del mundo de su tiempo

Ediciones Nauta, Barcelona, 1970.

viernes, 8 de febrero de 2013

Oportuno lavado de cara de la Monarquía y la Iglesia gracias a un misterioso grupo anarquista


La prensa  «burguesa» de la época refleja
el montaje paraestatal conocido como Caso Scala.

Por Tomasso della Macchina

Qué casualidad. Ahora que la Iglesia (por el caso de la monja roba-niños) y la Monarquía (por las corruptelas de tan ínclita familia) están en sus horas más bajas de popularidad aparece un misterioso grupo anarquista insurreccionalista y pone una bomba (que, también casualmente, no explota) en la Catedral de la Almudena de Madrid, bomba, que según el Comando Insurreccionalista Mateo Morral (¡qué original nombre!), estaba destinada a combatir a estas dos sacrosantas instituciones.

Pero el asunto del insurreccionalismo es tan viejo como oscuro: ya en los 90 ciertas acciones armadas descerebradas convenientemente difundidas por los medios contribuyeron a dar mala imagen al grueso del anarquismo organizado (especialmente de la CNT). Por suerte, la mayor parte del Movimiento Libertario se desmarcó de dichas acciones y expresó su sospecha de que pudieran ser obra de la infiltración y la manipulación de gente poco formada o sencillamente desquiciada. Si no nos falla la memoria, la USI, la sección italiana de la AIT, ya en aquel tiempo expresó sus dudas sobre la verdadera naturaleza de estos grupos, muy abundantes en Italia. De hecho, los observadores más avispados y de mayor edad recordarán cómo en los 70 había grupos «comunistas» que, como las Brigadas Rojas, actuaban con inusitada violencia porque dentro había agentes del servicio secreto y de las fuerzas del orden de la República Italiana (curiosamente según los informes de la USI, los integrantes de estos grupos insurreccionalistas de los 90 ya habían militado en bandas armadas «marxistas-leninistas» en los 80). Era parte de lo que se llamó la Operación Gladio y su cometido era fabricar una excusa para que el orden imperante pudiera aplastar toda forma de disidencia tildándola de «terrorista». Quien sea tan ingenuo para creer que estas cosas no las hace un Estado que se autocalifica de «democrático» puede leer el texto Sobre el terrorismo y el Estado del situacionista Gianfranco Sanguinetti aquí:


Ahora que ya no hay ETA y que Al-Qaeda está muy entretenida en hacer el salvaje en zonas estratégicas (petróleo, gas, uranio...) del planeta (Siria, Mali, Nigeria, el Cáucaso, etc.) hay que tener un enemigo a mano para lavar la cara a la injusticia social y seguir con el expolio capitalista. Y todo ello con el conveniente apoyo de la prensa que sin duda sabe de estos montajes y publica sin cambiar una sola coma de la versión policial (¿es éste el cuarto poder crítico con los abusos de los estados?). En fin, nada nuevo bajo el sol.

jueves, 7 de febrero de 2013

¿Es la agresividad causa de las guerras?


Kirsti M. J. Lagerspetz
Departamento de Psicología, Universidad Abo Akademi

1. Una creencia generalizada es la de que las guerras son inevitables, pues se deben a la agresividad de nuestra especie.

2. La agresividad es una emoción que se tiene que estudiar por la psicología de la personalidad y por la psicoterapia.

3. Las personas involucradas en las guerras no son particularmente agresivas, los soldados, los civiles, etc.

4. La propaganda más bien pinta al enemigo como agresivo y despierta el sentimiento del MIEDO mismo que prevalece en los involucrados en un conflicto, más que la agresión.

5. Los soldados van al frente por obedecer. La obediencia y la sugestionabilidad son rasgos de personalidad, más necesarios para la guerra que la agresividad. Importantes prerrequisitos son, desde luego, el idealismo y el altruismo, incluso para sacrificarse en beneficio de otros.

6. Cierto grado de inteligencia es también necesario para planear y ejecutar la guerra. Se necesita de un sistema de comunicación y un lenguaje para ponerse de acuerdo.

7. Cuando se entrevista a los trabajadores de las fábricas de armas, éstos dicen que ellos son trabajadores que necesitan su empleo y que no deciden acerca del uso que se les dé a las armas.

8. Sólo por mencionar algunos factores, la autoaserción y el miedo al rechazo por sus representados, son dos variables psicológicas involucradas como motivaciones en los líderes bélicos.

9. Así pues, la agresividad no es suficiente explicación psicológica de la guerra. Hemos mencionado otros factores como el miedo, la sugestionabilidad, la obediencia, la socialización, el altruismo, el cumplimiento del deber, la ambición, la autoaserción, la inteligencia, el lenguaje, el temor al rechazo, el deseo de ganar, la búsqueda de seguridad (miedo al desempleo).

sábado, 2 de febrero de 2013

Mali una guerra que lleva a la otra


Es preocupante el apoyo y la indiferencia que el intervencionismo militar en países lejanos encuentra hoy en Europa.

 Rafael Poch

Una guerra lleva a la otra. La integridad territorial de Mali quedó definitivamente destruida por la intervención militar occidental en Libia. Activó una reacción en cadena fácilmente previsible. La Unión Africana reunida en Mauritania advirtió en marzo de 2011, al día siguiente del inicio de la intervención francesa contra Gadafi, de que el cambio de régimen en Libia desestabilizaría la situación en toda la región. Se alertó expresamente de que los arsenales libios iban a alimentar otras guerras en la región. Eso es lo que ha pasado.

«El cuerpo de mercenarios tuaregs del caudillo libio estaba formado por casi toda la juventud de Gao, Tombuctú y Kidal, atraída a Libia por el dinero y la droga», explica Christof Wackernagel, un alemán con nueve años de residencia en Bamako. Tras la caída de Gadafi ese ejército regresó al país armado hasta los dientes. «Mientras Mauritania, Níger o Burkina Faso cerraron sus fronteras a ese arsenal, que incluye misiles tierra-aire, el presidente de Mali, Amadú Tumaní Touré, permitió su ingreso», explica Wackernagel, según el cual los dirigentes del secesionismo tuareg (MNLA), que viven en Francia o Marruecos, carecían de base de apoyo en el país para crear su estado tuareg, el Azawad.

Los tuareg no son lo mismo que los salafistas. Si con los primeros se puede dialogar, con los segundos no hay más relación que la guerra, se dice. Pero resulta que estos mismos salafistas, a cuyas manos llegaron algunas de las armas que los occidentales lanzaron sobre Libia en paracaídas para los adversarios de Gadafi, son nuestros amigos de toda la vida en el Golfo Pérsico. Los adversarios del satánico Irán, cuyo régimen es infinitamente más liberal y civilizado que el de esas monarquías de cabreros alineadas con nuestra geopolítica energética.

Nuestros amigos del Golfo son los grandes inspiradores y financiadores del integrismo militante en todo el mundo. Precisamente ellos, desde Qatar y Arabia Saudí, financian ahora mismo a los adversarios de Al-Assad en Siria. Éste los denuncia como «terroristas», de la misma forma en que se hace con los de Mali ahora, pero los de Siria son honestos luchadores contra la tiranía, y a diferencia de los otros reciben toda la ayuda logística, militar y política de las potencias occidentales, porque el régimen de Assad no está en la órbita occidental.

Las consecuencias del cambio de régimen en Libia se repetirán con creces en Siria. Lo de Mali puede ser bien poca cosa al lado del gran incendio entre sunnitas y chiítas que Occidente apoya en Siria y que potencialmente extiende el conflicto en una amplia región que va desde Líbano hasta Irak, pasando por Turquía y Jordania, con Irán como traca final. Las armas de Gadafi son poca cosa al lado de las del régimen sirio. La indecente gestión de un conflicto nos lleva al siguiente.


Hay un nexo que une el Afganistán de la Guerra Fría con el 11-S neoyorkino. La coalición de occidente con lo que hoy se llama salafismo duró mucho en el Hindu-Kush hasta que algunos de sus sujetos radicalizados se revolvieron treinta años después y mordieron la mano de su socio en Nueva York. También aquella matanza neoyorkina sirvió para justificar otras intervenciones bélicas de mayor envergadura con centenares de miles de muertos, un resultado peor que el inicial y un total desprecio de la legalidad internacional.

Esta vez hay una petición expresa de intervención a Francia por parte del gobierno de Malí, se dice. Pero, ¿qué es el gobierno de Malí?, se pregunta el experto alemán Uli Cremer. Desde luego mucho menos de lo que era el gobierno afgano pro-soviético que pidió ayuda a la URSS y que en gran parte enredó a Moscú para que enviara tropas allá en 1979.

En marzo de 2012 el Presidente Amadou Toumani Touré sufrió un golpe militar. Los golpistas no fueron reconocidos y quedaron aislados internacionalmente. El jefe de los golpistas era el oficial Amadou Sanogo, con tres años de formación militar en Estados Unidos. Pese al aislamiento sigue mandando. En el lugar de Touré se colocó a Dioncounda Traoré como presidente y a Cheick Modibo Diarra, ex jefe de Microsoft en África, como primer ministro, ambos sin apoyo popular. Traoré tuvo que ser llevado a Francia a principios de año después de que sufriera una paliza en la que resultó herido. Diarra fue detenido por los militares a mediados de diciembre y obligado a dimitir con su gobierno. Traoré fue forzado a nombrar como nuevo primer ministro a Django Sissoko, funcionario del Fondo Monetario Internacional. Así pues, concluye Cremer, este es el gobierno de Mali que ha solicitado la intervención militar francesa: «un país sin estado y una nación sin gobierno». Para gran satisfacción de Areva, el gran consorcio nuclear francés que extrae su uranio en la región, con perspectivas en el norte de Mali.

Todo eso es ahora secundario, se dice. Los intereses inconfesables existen, pero lo que está en primera línea es otra cosa. Gadafi, decían, iba a pasar a cuchillo a la población de Bengasi. Ahora se trataba de salvar Bamako, la capital de Mali, y a la población del norte del país.


«Quienes están contra la intervención militar en Mali deben aclarar si les trae sin cuidado la suerte de esas mujeres a las que cortan las manos por salir solas de casa, las lapidaciones por infidelidad matrimonial, el hostigamiento por fumar y todo el catálogo de esos islamistas de la edad de piedra financiados por la droga y el secuestro que si se hacen con el control del estado serán un peligro para toda África occidental y también para Europa», observa un viejo colega de la prensa berlinesa. Estos días estas cosas se leen por doquier en los periódicos de Berlín y París. Forman parte del sentido común en las redacciones de los medios de comunicación europeos. En todas ellas tenemos hoy un Bernard-Henri Lévy colectivo: un cretino belicista. «La integridad de Mali es decisiva para la seguridad de Europa», dice el ministro francés de Defensa, Jean-Yves Le Drian, parafraseando la inmortal frase de su colega alemán Peter Struck, «la libertad de Alemania se defiende en el Hindu-Kush».

Siempre un «deprisa, deprisa», una extrema e inmediata premura, una causa justa y un peligro inminente para nuestra civilización que impiden toda disidencia. Sucede en cada intervención militar: Afganistán, santuario del 11-S; Irak, armas de destrucción masiva; Pakistán, el estado fallido y a la vez nuclear; Yemen, potencial base operacional; Somalia, la piratería en una vital ruta marítima; Libia, Siria y ahora Mali. Y siempre con los medios de comunicación llamando a la sagrada cruzada belicista. Al final de la batalla, miles de muertos una situación estancada y que manifiestamente no ha mejorado (Afganistán, Irak, son casos de manual), y condiciones para nuevos conflictos: guerras que llevan a otras.

En Alemania, donde el gobierno mantiene una actitud prudente mitad por recelo a la cooperación militar franco-británica —vista como reacción al arrogante dominio económico de Berlín en Europa— mitad por prevención electoralista ante una ciudadanía aún poco entusiasta con las guerras, el papel de acicate de la prensa es particularmente remarcable. En un cuarto de siglo, políticos y medios de comunicación han logrado que una nación mayoritariamente pacifista y alérgica al militarismo, se comiera cada vez con mayor silencio la transformación del ejército alemán en una máquina de intervención mundial. ¿Hay ahora en Berlín un deseo malsano de sangrar a Francia, dejándola sola en Mali para disciplinar más el frente de la contrarrevolución neoliberal liderada por Merkel? La prensa y la oposición socialdemócrata y verde de Alemania están, en cualquier caso, más bien llamando con entusiasmo a sumarse a la batalla. No hay tiempo ni espacio para valorar todas las circunstancias y consideraciones que impiden sumarse a la alegría de esos tambores de guerra. Deprisa, deprisa.

En primer lugar, la política europea en el mundo no debería contribuir a incrementar los conflictos y las guerras con sus intervenciones militares, sino practicar la diplomacia y el compromiso. Su norma rectora debería ser el principio hipocrático de no dañar aún más al enfermo, aunque vistas las responsabilidades de los grandes incendios bélicos que se declaran en el mundo hay que preguntarse quien es aquí el principal pirómano.


En segundo lugar, las alianzas y los apoyos de esa política deberían venir determinados por la salvaguardia de la estabilidad y de la paz, no por bastardos intereses políticos, energéticos, empresariales o del complejo militar. En tercer lugar, la defensa de los derechos civiles y humanos universales debería tener más peso en la proyección internacional y no ser constantemente violada y pervertida por la política de derechos humanos occidental, es decir: por la utilización hipócrita y selectiva de los derechos humanos para justificar la agresiva tradición militar imperialista europea.

El apoyo social y la indiferencia que el intervencionismo militar y la guerra en países lejanos encuentra hoy en la población europea, es un problema central de la actual crisis europea.

DIARIO DE BERLÍN
20/01/2013