viernes, 26 de marzo de 2021

Orwell y la Guerra Fría

Por GEORGE WOODCOK

Fue la buena y la mala fortuna de George Orwell escribir y publicar Rebelión en la granja y 1984 cuando lo hizo, la primera en 1945, la segunda en 1949.

Llegado un tiempo en que las relaciones de los aliados de tiempos de guerra estaban cambiando rápidamente, y la URSS estaba siendo transformada de un aliado querido a un rival desconfiado en el balance del juego del poder de la posguerra, sus libros se hicieron inmediatamente populares. Parecieron dar una formidable munición para el fortalecimiento de la propaganda de la «guerra fría».

Especialmente los americanos, que no sabían nada de la afiliación radical de Orwell, supusieron que era un «guerrero frío» y un antisocialista. Tuvo que escribir cartas indignadas desde su lecho de muerte para corregir esa impresión. Pero aún ahora los conservadores americanos lo reclaman como uno de los suyos. Norman Podhoretz, el derechista editor de Commentary, declaró recientemente que si Orwell hubiera vivido hasta 1984 habría sido un radical convertido en Tory, como el propio Podhoretz.

No gustándome especular sobre lo que pudo haber sido, me limitaré a mostrar por qué, mientras estuvo vivo, Orwell no era ciertamente un guerrero frío. Y que él era un conservador sólo en el sentido que la mayoría de los anarquistas comparten, el de estar horrorizados por los usos hechos de los progresos tecnológicos modernos en un mundo capitalista, y el de desear encontrar modos de preservar los factores sociales positivos que hemos heredado del pasado.

Eso, por supuesto, no está muy lejos de donde estaban Proudhon y Kropotkin, ni de los anarquistas que han subrayado la continuidad del principio de ayuda mutua en la historia humana.

La Guerra Fría emergió parcialmente del odio capitalista hacia la URSS, el cual había sido parcialmente disminuido (o tal vez sólo disimulado) durante el periodo de alianza en la Segunda Guerra Mundial. Y salió parcialmente de las rivalidades territoriales entre EEUU y la URSS, las cuales se había desarrollado cuando el mundo se preparaba para estar libre en términos de esferas de influencia. 

El anticomunismo de Orwell precede mucho a la Guerra Fría y tiene diferentes fuentes. Viene de haber aprendido, por experiencia directa en España durante la Guerra Civil, las mismas lecciones que anarquistas como Goldman, Majno, Berkman y Volín aprendieron en Rusia en los años posteriores a 1917: que el comunismo, como fue concebido por Marx, institucionalizado por Lenin y estabilizado por Stalin, se había convertido en una tiranía despiadada.

Mientras correctamente recalcaba el elemento económico en los desarrollos políticos, Marx descuidó desastrosamente el elemento psicológico en las estructuras de poder. Al recomendar que el proletariado debería tomar el poder estatal de sus derrotados predecesores, puso las bases de una nueva tiranía, más eficiente que la vieja debido a que reclutó tecnócratas dentro de su aparato.

Antes de ir a España, Orwell, como muchos intelectuales británicos de su generación, era bastante cándido acerca del comunismo. Incluso fue donde Harry Pollit, el secretario general del Partido Comunista de la Gran Bretaña, a solicitarle ayuda para cruzar la frontera española. Cuando Orwell no aceptó comprometerse a unirse a las Brigadas Internacionales —controladas por los comunistas—, Pollit lo rechazó.

Orwell terminó en Barcelona como miembro de la milicia ligada al POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista, el cual contradecía su nombre al luchar contra los otros marxistas). Fue al soñoliento frente de Aragón con la milicia del POUM, pero aún entonces confiaba en los comunistas. Cuando descendió a Barcelona con licencia, en mayo de 1937, esperó trasladarse a las Brigadas Internacionales, que estaban combatiendo en el más activo frente de Madrid.

Pero sus puntos de vista y su vida fueron cambiados completamente cuando, con los otros milicianos del POUM, se encontró a sí mismo combatiendo al lado de los anarquistas contra los comunistas. Una guerra civil más pequeña estalló en Barcelona cuando los comunistas trataron de apoderarse de la central telefónica defendida por los anarquistas como un preludio para tomar la ciudad. El incidente empezó a abrir los ojos de Orwell acerca de los comunistas. Cuando su propio partido, el POUM, había hecho de chivo expiatorio por los recientes problemas y sus miembros fueron cazados y puestos en prisiones provistas de personal por la policía secreta rusa, no tuvo que darse la vuelta por Barcelona, perseguido por los comunistas, y huyó a través de la frontera hacia Francia.

Cando Orwell regresó a Inglaterra, trató de expresar en la prensa de izquierda el modo en que los comunistas estaban intentando ganar el control de la parte leal (a la República) de España y de destruir no sólo al POUM, sino también a los anarquistas, debido a que éstos tomaron la actitud (que Orwell compartía) de que la Guerra Civil solamente sería ganada convirtiéndola en una muy radical revolución socialista. Los comunistas, dominados por las necesidades políticas extranjeras de los rusos, estaban tomando una posición reformista, la cual esperaban que gustara a Francia y a Gran Bretaña y los indujera a concluir una alianza militar con la Unión Soviética.

Orwell encontró que la prensa izquierdista británica estaba completamente dominada por simpatizantes de los comunistas, excepto el periódico New Leader y los pequeños periódicos anarquistas. Escribió su magnífico informe de experiencias en España, Homenaje a Cataluña, y tuvo dificultad en imprimirlo en 1938. Fue tan boicoteado por la izquierda autoritaria que la primera edición de 1.500 ejemplares aún no estaba vendida cuando Orwell murió doce años después.

Aunque Orwell su posición antiguerrera en 1939 y apoyó la participación británica en la Segunda Guerra Mundial, tenía bastantes reservas acerca de muchas cuestiones. Nunca aceptó la idea de que, convirtiéndose en aliados después de que Hitler atacó Rusia, los líderes comunistas se habían trasformado por un milagro en menos tiránicos. Trabajó por algún tiempo en la BBC, donde llegué a conocerlo. Aún entonces, aunque él tenía que mantener una discreción pública bastante intranquila debido a su posición semioficial, privadamente no dejaba dudas acerca de su continúa oposición al comunismo estalinista, al cual entonces consideraba como un totalitarismo no menos sediento de sangre y no menos repulsivo que el nazismo.

En 1943 dejó la BBC y se convirtió en editor literario del diario socialista de izquierda Tribune (cuyas páginas abrió a una amplia variedad de opiniones izquierdistas y pacifistas) y empezó a escribir Rebelión en la granja. Sus dificultades para publicar ese libro fueron tan grandes como las que tuvo para que viera luz Homenaje a Cataluña. Su propio editor, el correoso Victor Gollance, se había convertido en simpatizante de los comunistas, y no sólo se negó a ocuparse del libro sino que habló a otros editores para indisponerlos en contra de aquel original, como lo supe por Herbert Read.

Algunos otros editores, aunque no simpatizaban con los comunistas pensaban que podría ser antipatriótico editar un libro atacando a la URSS, que era todavía un aliado. Algunos editores de la extrema derecha podían haberlo aceptado, pero Orwell instruyó a su representante para que no negociara con ellos. Él quería que se entendiera que Rebelión en la granja era una exposición de los males del comunismo ruso escrita desde el seno mismo de la izquierda.

En algún momento pensó en publicarlo él mismo como un panfleto de dos chelines y divulgarlo en círculos izquierdistas, y una vez me sondeó acerca de la posibilidad de que se publicara por Freedom Press, la editorial anarquista de Londres, de lo que me encargué, pero desafortunadamente no se realizó la edición, por este medio. Cuando encontró un editor, fue uno con credenciales impecables de izquierdista, pero no comunista, Fred Werberg, que había editado Homenaje a Cataluña y algunos otros libros de crítica al comunismo desde un punto de vista izquierdista. 

Werberg se consolidó como editor y Orwell se convirtió de un pobre a un rico escritor con el cambio en el clima político entre los EEUU y la URSS. Rebelión en la granja —libro que cerca de dos docenas de editores británicos y americanos habían rechazado un año antes— se convirtió en un 'best-seller' de la noche a la mañana. Su éxito comercial se coronó cuando fue escogido por el Club del Libro del Mes en los EEUU. Pero nada de esto afectó la actitud de Orwell. Él no cambió, como algunos suponen, de ser un humanista libertario (lo que él llamó un «socialista democrático») a un 'cripto-Tory'. Permaneció, como él mismo recomendaba a otros escritores, luchando en una «guerrilla inoportuna», peleando su propia batalla como un hombre decente contra aquellos que han traicionado la revolución. Como es lógico, la derecha lo cortejó, y cuando la duquesa de Atholl trató de hacerlo participar en la Liga por la Libertad de Europa —de orientación Tory—, él se negó. Criticó a la Liga porque atacaba el expansionismo ruso en la Europa oriental mientras ignoraba al imperialismo británico en la India, y añadió: «Pertenezco a la izquierda y debo trabajar en su seno por mucho que odie al imperialismo ruso y su venenosa influencia en este país.»

1984 es un libro mucho más ambivalente que Rebelión en la granja, y siempre ha permitido diversas interpretaciones según el lugar donde es leído. En los países comunistas, donde circula en ediciones clandestinas («samizdat»), es considerado como una sátira sobre la URSS y sus satélites, y efectivamente satirizar a los regímenes totalitarios existentes fue uno de los propósitos de Orwell; pero hay otro aspecto del libro que no es esencialmente antisoviético, y es el modo en que él quería que lo vieran los lectores de fuera de Rusia. Es una advertencia a Occidente de que dentro de su propia estructura política están contenidos aquellos deseos de poder y aquellas corrupciones de la comunicación que podrían conducir hacia una clase especial de totalitarismo. INGSOC, la doctrina dominante de Oceanía, era casera, no importada de Moscú y, al inventarla, Orwell estaba —en sus propias palabras— ofreciendo «una muestra de las perversiones hacia las que está sujeta una economía centralizada y las cuales ya han sido parcialmente realizadas en el comunismo y en el fascismo». Continúa, en la famosa carta que escribió desde su lecho de muerte a Francis A. Henson, de la UAW: «La escena del libro es puesta en Gran Bretaña a fin de enfatizar que las razas de habla inglesa no son innatamente mejores que ninguna otra y que el totalitarismo, si no es combatido, podría triunfar en cualquier otra parte.»

Orwell nunca les dio la bienvenida a los intentos de los conservadores americanos —más que sus contrapartes británicos— para atraerlo dentro de sus filas. El hecho de que 1984 apareciera cuando lo hizo y que fuera tomado por mucha gente como buena propaganda para la «guerra fría» no significa que el miso Orwell se hubiera convertido en «guerrero frío».

Los riesgos políticos que él delineó en 1984 no estaban, desde su punto de vista, confinados a Rusia; existían, más disimulados pero tal vez por esa razón más insidiosos, también en las así llamadas «democracias». Todo lo que ha sucedido en los pasados 30 años ha tendido a corroborar sus advertencias.

La idea más importante de 1984, que él compartía con los anarquistas, la de que el deseo de poder es más durable y más peligroso que todas las ideologías, ha sido confirmada con la decadencia de la ideología en Rusia y con el incremento en el número de regímenes en el mundo moderno que dependen completamente del poder desnudo.

Los conservadores americanos que imaginaban que Orwell podría haber estado de su lado deberían considerar la reciente denominación hecha por el presidente Reagan del misil MX como «el Pacificador». Eso, por supuesto, es puro «doble pensar» orveliano. Uno de los 'slogans' dominantes del estado total en su novela es «LA GUERRA ES LA PAZ» y el Ministerio de la Paz en Oceanía se encarga de hacer la guerra.

¿Piensa seriamente Podhoretz que Orwell, que llamaba hipócrita al hipócrita y al pan pan y al vino vino, se habría puesto a sí mismo en tal compañía?

TIERRA Y LIBERTAD -MÉXICO
Nº 455 / JULIO 1985

miércoles, 10 de marzo de 2021

Matar lobos

LOBOS

Ya que se me ha invitado a pronunciarme sobre la reciente polémica generada con la protección del lobo, creo que puedo decir algo por mi parte, como amante de la naturaleza y descendiente de pastores.

El lobo ibérico estuvo casi a punto de extinguirse hace medio siglo, en los años setenta sumaban menos de un millar y durante la década siguiente aumentó poco más del doble. Desde entonces, han pasado 30 años, y se estima el mismo número, sobre los dos mil y pico ejemplares. El hecho de que se haya dispersado no quiere decir que haya crecido demográficamente, padeciendo, a su vez, una gran mortalidad. Pero, aun así exageran su impacto sobre los intereses humanos.

Es verdad que el lobo mata para comer, no tiene otra forma de sustento, y mata lo que tiene más a mano o, mejor dicho, a pata. Son cazadores sociales que se permiten el lujo de poder matar presas mayores que ellos, la unión hace la fuerza. Si puede obtener presas silvestres, lo hacen, y, si no, carroñean. No habiendo otra forma de alimentarse, roban la carne al ser humano, matan ganado doméstico. Como todo carnívoro tienen que matar para comer y no morir de hambre.

Y ¿cuál es el ganado más accesible? El que está sin proteger a la intemperie, solo en los campos sin vigilancia. Durante siglos los pastores han estado con sus rebaños —el lobo teme al hombre— y con ellos acompañados de grandes perros guardianes, que consideraban al ganado parte de su manada y que defendían. A los recentales de los rebaños se les guardaban en los corrales y apriscos. Los pastores pasaban los días y las noches junto a los rebaños, era una vida dura, pero necesaria. Hoy, con las comodidades que tenemos, se ha olvidado, y se deja sin cuidados a muchos animales al raso, son cosificados como meros productores de carne y leche para los mercados, aunque peor lo tienen los de las granjas industriales, hacinados como objetos. El mundo rural está en crisis por culpa de estos mercados, sus pobladores llevan décadas abandonando el mundo rural para ganarse el sustento en las urbes. Pero, la culpa se la echan a la vida salvaje.

A quienes sus vidas dependen de la ganadería no les gusta, y con mucha razón, que sus animales sean atacados por el lobo, aunque les indemnicen las bajas, sufren las secuelas, y la Administración no cubre todo, por eso odian al lobo, es comprensible. Pero, las cosas no pueden ser así, hay que poner remedio. Y el mejor remedio es la prevención, prevenir ataques guardando sus rebaños, no hay otra opción. Vigilar los rebaños, hacer del pastor un trabajo digno de nuestros tiempos. Criar y educar perros mastines. Hacer cercas resistentes o electrificadas. Así se reducen los riesgos al mínimo. Para ello los poderes públicos deben mojarse, y no simplemente, indemnizar y matar lobos.

Matar lobos, significa destruir manadas, los supervivientes al no poder cazar ungulados silvestres, buscan presas fáciles, y ¿cuál es la presa más fácil? ¡El ganado doméstico! Animales que por culpa de la crianza selectiva que conllevó la domesticación han perdido sus capacidades o instintos de supervivencia. Y el lobo tiene que matar para comer. Matar lobos empuja a más ataques al ganado doméstico, esa es la cuestión. Reducir la población actual lobuna conlleva, también, incrementar herbívoros silvestres que comen campos agrícolas, es matar la solución. Cuestión que algunos mandatarios y gente del sector agropecuario no logran comprender. Matar lobos para las autoridades solo sirve para calmar los ánimos, es una solución inmediata, cortoplacista, que a la larga significa trasladar el problema.

Nuestros antepasados prehistóricos se sustentaban de la caza y la recolección. Cuando pasaron a ser sedentarios añadieron la agricultura y la ganadería, la caza era complementaria. Hoy día se caza por ocio y negocio, hoy día la caza es inmoral. Los cazadores poco pueden decir sobre el lobo. El lobo nació para ser libre y no un trofeo.

Y qué decir de los medios, que solo generan confusión, cuando por ley deberían dar información veraz, y no lo hacen. Menos derecho tienen para pronunciarse.

El lobo forma parte de nuestro patrimonio natural, toda gestión que desconoce el funcionamiento de nuestra Naturaleza es inútil y, lamentablemente, todavía nos queda mucho que aprender. Mandatarios, periodistas y mercaderes nada pueden decir.

Proteger el lobo, implica recuperar nuestro monte mediterráneo, con todos sus protagonistas vivientes. Todo ser vivo importa.

 VALLADOLOR
8 marzo 2021