viernes, 30 de noviembre de 2018

La ideología del peronismo

    En su última visita a la Argentina Pablo Iglesias reivindicaba ¡las raíces peronistas de Podemos! El peronismo es algo confuso, tiene tanto elementos izquierdistas como derechistas, pero el militar que dio nombre a tal movimiento político siempre mantuvo simpatías con el fascismo (y el franquismo) y profesaba un ferviente anticomunismo. El filósofo anarquista Cappelletti ya nos hablaba de este engendro político-populista...


Pablo Iglesias junto a la expresidenta argentina
Cristina Fernández de Kirchner en su visita al país.

Por Ángel J. Cappelleti

El fenómeno del peronismo desconcierta al observador europeo y latinoamericano. El movimiento aparece como algo contradictorio y confuso, tanto en su desarrollo histórico como en su composición social. Cuando se trata de definir su ideología, la contradictoriedad y la confusión suelen alcanzar niveles apocalípticos, al menos en el periodismo y en el hombre de la calle. Se ha llegado a sostener que ideológicamente el peronismo no es nada, puesto que lo es todo o casi todo. Esta tesis, que no deja teoría del fin de las ideologías, se basa sin embargo principalmente en el equívoco generado por los siguientes hechos:

1. El movimiento peronista, cuyo policlasismo nadie niega, acogió en su seno individuos y grupos provenientes de los más dispares rumbos ideológicos (radicales, conservadores, demócratas-cristianos, nacionalistas de diversos matices, socialistas, comunistas, trotskistas, sindicalistas, anarquistas, etc.). Cada uno de ellos vio —o quiso ver— en Perón algo de sus propios orígenes, cada uno pretendió imprimir al peronismo, consciente o inconscientemente, el sello de su anterior modo de concebir la realidad social y política.

2. El propio Perón adoptó una actitud mimética y camaleónica —que formaba parte no sólo de su arsenal táctico y estratégico sino también de su propia ideología— gracias a la cual aparecía sucesiva y, a veces, simultáneamente representando posiciones o matices de pensamientos muy diferentes. A pesar de esto, un esfuerzo por detectar históricamente la esencia de la ideología peronista no tardará en revelarnos la existencia de un proyecto originario de Perón, que hicieron suyo sus colaboradores inmediatos y que, por debajo de otros múltiples proyectos y programas, surgidos como respuestas a las variables exigencias del devenir socio-económico y político, se mantiene constante.


Perón en su última visita a la España de Franco, 1973.

Por más importante que haya sido la voluntad de poder del propio Perón y las características de su personalidad en el surgimiento del peronismo, no puede negarse la existencia de ese proyecto original, que supone una verdadera definición ideológica. Si el peronismo se comprendiera simplemente a partir de un diagnóstico caracterológico de Juan Domingo Perón, quedarían sin dudas muchas cosas inexplicables y se plantearían más problemas de los que podrían así resolverse.

Tampoco basta con decir que «el peronismo es una respuesta política a las condiciones sociales y económicas imperantes en la Argentina de 1943», o que «fue una necesidad histórica cuya misión se cumplió al facilitar el acceso del proletariado a la escena política, como etapa preparatoria de una revolución profunda» (Carlos S. Fayt, La naturaleza del peronismo, Buenos Aires, 1967, pág. 16).

Se trata precisamente de averiguar qué clase de respuesta política fue, porque obviamente esas condiciones sociales y económicas podrían haberse enfrentado de otra manera (como, por ejemplo, a través de la socialdemocracia o del sindicalismo revolucionario, que tenían ya más de medio siglo de luchas en el escenario nacional).

Decir que su misión fue facilitar el acceso del proletariado a dicho escenario, como etapa previa a la revolución, es una contra-verdad casi perfecta, ya que el análisis del proyecto originario de Perón nos indica claramente, como veremos, que su misión fue facilitar el acceso del proletariado al escenario político nacional para que sirviera de comparsa brillante a los verdaderos héroes del drama: el Estado y las clases dominantes.

Juan Domingo Perón, como capitán, había formado parte del grupo de oficiales, mayoritariamente conservadores o filo-fascistas, que bajo el mando del general Uriburu planearon y ejecutaron el golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930, contra el presidente constitucional Yrigoyen. A principios de 1939 viajó a Italia, en misión de estudios, supuestamente militares, pero en realidad como observador político. Allí permaneció hasta fines del año siguiente.

A su educación militar, a su extracción social oligárquica (descendiente de estancieros), a sus previas simpatías por el autoritarismo y el conservadourismo, el triunfante fascismo italiano le dio una definición precisa. Perón fue gran admirador de Mussolini. Más de una vez declaró: «Me propongo imitar a Mussolini en todo, menos en sus errores». Su básico anticomunismo de militar terrateniente encontró en la doctrina fascista el único antídoto frente a la marea roja y el único preservativo contra la revolución. Sólo un Estado fuerte y totalitario, que estructure la sociedad jerárquicamente y se sitúe como árbitro supremo de todas las diferencias entre trabajadores y patronos, entre obreros y capitalistas, será capaz hoy —piensa Perón en 1940— de conservar los valores tradicionales, eternos y sacrosantos, de la propiedad privada, la familia patriarcal, el ejército guardián del orden y la moralidad, etc.
 
Celebración del 1º de Mayo en Buenos Aires, 1955.

«Ideológicamente condicionado a no ver otra disyuntiva que la de "Roma o Moscú" —fascismo o comunismo—, según el conocido lema mussoliniano, Perón consideraba inevitable que la caída de Roma sólo abriría caminos a la expansión soviética» (P. Giussani, Montoneros. La soberbia armada, Buenos Aires, 1984, pág. 169).

Por otra parte, Perón es un realista y un agudo observador del devenir político-militar. Al retornar a la Argentina sospecha ya que el Eje perderá la guerra y que el fascismo será mundialmente derrotado. Los dos o tres años siguientes confirman, hasta disipar toda duda, esta sospecha.

El fascismo clásico —el de Mussolini— no podrá ser implantado, pues, en ninguna parte, ni siquiera en la Argentina. Y, sin embargo, sin fascismo no hay solución alguna. Se trata, entonces, de disfrazarlo en la medida de lo posible y en la medida de lo necesario. El genio político de Perón consiste principalmente en esto: en haber hecho aceptable y, más aún, en haber logrado que una gran parte del pueblo argentino (y, particularmente, la clase obrera) abrazara con entusiasmo y fervor una ideología desprestigiada por la derrota, universalmente repudiada, deshonrada y vilipendiada por la historia.

Del fascismo conservó la ideología peronista o «justicialista» la idea del Estado, fuente de toda razón y justicia; la idea de la sociedad organizada corporativamente, esto es, por estamentos; el nacionalismo retórico; el anticapitalismo de oropel; la noción de las fuerzas armadas como corazón de la patria; la utilización de la Iglesia como freno de las rebeldías, y de la religión como opio del pueblo; la doctrina de la tercera posición, que no era otra cosa sino la pretensión de Hitler y Mussolini de tener una oposición opuesta igualmente al capitalismo y al comunismo, y en fin, también la propuesta de un socialismo-nacional que no era sino nacional-socialismo. El disfraz, confeccionado por el propio Perón, era sin embargo, genialmente sencillo. Consistía en sustituir la cachiporra y el aceite de ricino de los escuadristas del fascio por el pan dulce y la botella de sidra de los muchachos de la unidad básica; en cambiar el terror por la sonrisa bonachona, el «domicilio coatto» por las colonias de vacaciones, la exaltación del Imperio por la ley de jubilaciones. La comunidad organizada de la cual Perón hablaba no era sino la sociedad corporativa que Mussolini había ideado, el verticalismo justicialista se llamaba igual que el fascista, pero, valido de su astucia criolla, de sus mañas de militar campechano y querido de la tropa, de su familiaridad con actrices de medio pelo, el General supo hacerlos potables y aun apetecibles para la mayoría de los trabajadores argentinos. El peronismo se convirtió en un fascismo benevolente, populista, más corruptor que violento, pero, sin duda, no por eso menos repudiable.

Caracas, 1984.

Ensayos libertarios
Ed. Madre Tierra (1994)

Buenos Aires, Primero de Mayo de 1974.

martes, 20 de noviembre de 2018

Centenario de la Revolución alemana


Por SEBASTIAN HAFFNER

Sobre ningún otro acontecimiento histórico se ha mentido tanto como sobre la Revolución alemana de 1918. En particular, hay tres leyendas que han aguantado el paso de los años y que han resultado imposibles de erradicar.

La primera de ellas se divulgó sobre todo —e incluso continúa hoy en día— entre la burguesía alemana y sencillamente consiste en la negación de la revolución. Aún se sigue oyendo a menudo que en Alemania, en 1918, no hubo una auténtica revolución. Lo más que ocurrió fue un derrumbamiento. La fragilidad momentánea de las fuerzas del orden en el instante de la derrota permitió que un amotinamiento de marineros pareciese una revolución.

La ceguera y la falsedad de todo esto pueden verse a simple vista al comparar el año 1918 con 1945. Naturalmente, en este último año sí que se produjo únicamente un derrumbamiento.

Cierto es que en 1918 un motín de marineros le proporcionó a la revolución el empujón que necesitaba; pero le proporcionó sólo eso, el empujón. Lo extraordinario fue precisamente que un mero motín de marineros durante la primera semana de noviembre de 1918 desencadenase un terremoto que sacudió toda Alemania; que hizo que se levantara todo el ejército, toda la clase obrera urbana y en Baviera además una parte de la población rural. Pero este levantamiento ya no era un simple motín, era una auténtica revolución. Ya no se trataba únicamente de un acto de insubordinación, como sucedió durante los días 29 y 30 de octubre en la Flota de Alta Mar en Schillig-Reede. Ahora se trataba del derrocamiento de la clase dirigente y de la reforma del Estado. ¿Y qué es una revolución sino exactamente esto?

Como toda revolución, ésta también derrocó el viejo orden y dio los primero pasos para instaurar uno nuevo. No sólo fue destructiva, sino también creadora: su creación fueron los consejos de trabajadores y soldados. Que no todo sucediera sin obstáculos y ordenadamente, que el nuevo orden no funcionara enseguida tan perfectamente como el derrocado, que se cometieran actos desagradables y ridículos, ¿en qué revolución hubiese sido de otra forma? Y que naturalmente la revolución pusiese de manifiesto de pronto la debilidad y los errores del viejo orden y que su victoria se debiera en parte a esta debilidad, no es más que una obviedad. En ninguna otra revolución de la Historia ha ocurrido de otro modo.

Por el contrario, debemos reconocer incluso como una hazaña de la Revolución alemana de noviembre de 1918 la autodisciplina, la bondad y la humanidad con la que se llevó a cabo, más remarcable aún si se tiene en cuenta que fue casi en todas partes la obra espontánea de las masas sin liderazgo. El verdadero héroe de esta revolución fueron las masas, el espíritu de la época ha dejado constancia de ello: no es casual que los puntos culminantes en las obras de teatro y cine alemanes de esos años muestren magníficas escenas de masas (...)


Los ríos de sangre que se vertieron durante la primera mitad de 1919 para aplastar la revolución dan fe de que ésta no fue ni una quimera ni una ilusión, sino una realidad viva y sólida.

No hay duda alguna sobre quién sofocó la revolución: la dirección del SPD, Ebert y sus hombres. Tampoco existe ninguna duda de que los líderes del SPD, para poder derrotarla, se pusieron primero a su cabeza y luego la traicionaron. En palabras del incorruptible y lúcido testigo Ernst Troeltsch, «esta revolución que los dirigentes socialdemócratas no habían hecho y que para ellos era una especie de aborto, fue adoptada para no perder su influencia sobre las masas, como si se tratase de la adopción de un niño largamente deseado».

En este punto hay que ser preciso, cada palabra resulta crucial. Es cierto que los dirigentes del SPD no habían hecho ni habían deseado la revolución. Pero Troeltsch es inexacto cuando afirma que solamente la «adoptaron». La revolución no fue únicamente «adoptada», sino que realmente fue su propio hijo, su hijo largamente esperado. La habían estado predicando y prometiendo durante cincuenta años. Aunque ahora «este hijo largamente esperado» ya no era deseado, no dejaba de ser suyo. El SPD era y siguió siendo su madre natural; y cuando lo asesinó, cometió un infanticidio.

Como cualquier infanticida, el SPD intentó excusarse ante su actuación. Y éste es el origen de la segunda gran leyenda acerca de la Revolución alemana: que no se trataba de la revolución proclamada durante los últimos cincuenta años por los socialdemócratas, sino de una revolución bolchevique, un producto de importación rusa, y que el SPD había protegido y salvado a Alemania del «caos bolchevique» (...)

Esta leyenda, inventada por los socialdemócratas, siempre ha sido apoyada, voluntaria o involuntariamente, por los comunistas, ya que otorgan todo el mérito de la revolución al KPD o a su predecesor, la Liga Espartaquista, y se vanaglorian de él, lo que los socialdemócratas utilizan para justificarse a sí mismos y para acusar a la revolución: la Revolución de noviembre de 1918 fue una revolución comunista (o «bolchevique»).

Y a pesar de que socialdemócratas y comunistas coincidan excepcionalmente en este punto, sigue siendo una falsedad. La Revolución de 1918 no fue un producto de importación rusa, fue un producto genuinamente alemán; y tampoco fue una revolución comunista, sino socialdemócrata: la misma revolución que el SPD había proclamado y exigido durante cincuenta años, para la que había preparado a sus millones de seguidores y a la que había consagrado su existencia.

Este punto resulta fácil de demostrar. La revolución no la hizo la Liga Espartaquista, un grupo con escasa capacidad organizativa y con pocos seguidores, sino millones de trabajadores y soldados socialdemócratas. El gobierno exigido por estos millones de personas —tanto en enero de 1919 como antes en noviembre de 1918— no era ni espartaquista ni comunista, sino un gobierno del partido socialdemócrata reunificado*. La constitución que anhelaban no era la de una dictadura del proletariado, sino la de una democracia proletaria: el proletariado, y no la burguesía, quería ser a partir de ahora la clase dirigente, pero quería gobernar democráticamente, no de forma dictatorial. Las clases derrocadas y sus partidos podían expresar su opinión mediante el parlamentarismo, más o menos como habían podido expresar su opinión los socialdemócratas durante el Reich guillermino.

También los métodos de la revolución eran completamente distintos a los métodos bolcheviques o leninistas, tal vez en perjuicio propio. Si observamos con atención, no eran ni siquiera marxistas, sino lassallianos: la palanca de poder decisiva que asieron trabajadores, marineros y soldados revolucionarios no fue, como hubiera correspondido a las teorías marxistas, la propiedad de los medios de producción, sino el poder estatal (...)


Y estos dirigentes, después de que la revolución les entregara el poder estatal, utilizaron dicho poder para aplastarla sangrientamente: a su propia revolución, a la revolución anhelada durante tanto tiempo y que por fin se había hecho realidad. Apuntaron los cañones y las ametralladoras hacia sus propios seguidores. Ebert también intentó desde el principio lo que el káiser había intentado inútilmente: lanzar contra los trabajadores revolucionarios al ejército que volvía del frente. Y como tampoco lo consiguió, no dudó en dar un paso más, que consistió en armar y movilizar contra sus inocentes seguidores a los adeptos más extremistas de la violenta contrarrevolución, a los enemigos de la democracia burguesa, esto es, a sus propios enemigos, a los precursores del fascismo en Alemania.

Así fueron los hechos: lo que el SPD aplastó y, si se quiere, aquello de lo que «protegió» o «salvó» a Alemania no fue una revolución comunista, sino socialdemócrata. La revolución socialdemócrata que tuvo lugar en Alemania en 1918, tal y como deseaba receloso el príncipe Max de Baden la semana anterior al 9 de noviembre, se «ahogó»; y se ahogó en su propia sangre. Pero no la ahogaron ni el príncipe ni los soberanos derrocados por ella, sino sus propios líderes, aquellos a quienes la revolución plenamente confiada había subido al poder. Fue aplastada con la violencia más extrema, más despiadada, y no mediante una lucha leal, cara a cara, sino por la espalda, a traición.

Da igual de qué parte estemos, o si lamentamos o celebramos el resultado final: se trata de un acontecimiento que asegura una inmortalidad ignominiosa a los nombres de Ebert y Noske. Dos sentencias pronunciadas en aquel entonces, marcadas por la muerte de los que las pronunciaron, siguen resonando a pesar del paso de las décadas: el veterano miembro del SPD e histórico del partido Franz Mehring dijo en enero de 1919, poco antes de morir con el corazón roto: «Ningún gobierno ha caído tan bajo»; y Gustav Landauer, antes de morir a manos —o más bien bajo las botas— de los Freikorps de Noske, escribió: «No conozco en todo el reino de la naturaleza a una criatura más repugnante que el partido socialdemócrata».

(2005)


    * Durante la guerra el partido se dividió entre los que la apoyaban, el SPD, y los que se oponían, el USPD (Nota de EL AULLIDO).

viernes, 16 de noviembre de 2018

Manifiesto por la desaparición del Valle de los Caídos


La CNT hace un llamamiento a todas las organizaciones sindicales, sociales y políticas a participar en una marcha al Valle de los Caídos el sábado 20 de abril de 2019.

En el 2019 se cumplen 60 años de su construcción. Un monumento que es lugar de peregrinación fascista y culto al bando franquista.

El Valle de los Caídos fue construido entre 1940 y 1958 durante el franquismo como homenaje a los caídos en guerra del bando franquista y exaltación del Régimen. Un monumento que construyeron prisioneros antifranquistas. En él se encuentran enterrados 33.833 cuerpos de ambos bandos, aunque sabemos que la cifra oficial se queda corta.

En este «monumento»también están enterrados José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, organización fascista que tuvo a su cargo la represión sistemática contra personas pertenecientes a organizaciones sindicales, partidos de izquierdas y sus familiares, represión ampliada a las tropas sublevadas y a sus colaboradores, civiles y eclesiásticos. Y Francisco Franco, militar golpista, jefe supremo del bando sublevado y dictador durante cuatro eternas décadas.

Es inconcebible que en un país que se llama a sí mismo democrático se permita todavía rendir culto a los que acabaron con los derechos y libertades conseguidos a fuerza de años y años de lucha. Todavía más inconcebible resulta que se esté negociando con la familia del dictador el traslado de sus restos a conveniencia de esa familia que amasó su fortuna gracias al expolio y el robo durante más de 40 años de dictadura y que sigue gozando de prebendas y privilegios inimaginables en un lugar civilizado. Proponemos la solución tomada por Alemania en el caso de otros reconocidos fascistas, tirar sus cenizas en algún lugar ignoto.

Y la Iglesia, colaboradora necesaria, según la ONU, en el exterminio efectuado por el Régimen, deja claro quien es, con su invitación a servir de lugar de enterramiento al dictador en la Catedral de la Almudena. Era de esperar.

El Valle de los Caídos representa la ignominia para las personas que murieron luchando contra el fascismo o fueron asesinadas durante la guerra y la dictadura. Una guerra que tuvo consecuencias terribles para la población civil. Más de 500.000 muertes entre víctimas civiles y combatientes, 450.000 personas obligadas a exiliarse, y miles de ellas fueron deportadas a campos de concentración y de exterminio bajo el dominio de la Alemania nazi, cientos de miles de represaliados/as durante el franquismo (España es, ACTUALMENTE; el segundo país del mundo con mayor número de desapariciones forzadas), mujeres rapadas y violadas, dejadas sin posibilidad de subsistencia, miles de bebes robados a sus madres, práctica que continuó bien entrada la democracia y tantas otras formas de humillación y destrucción de los vencidos.

Todas esas víctimas, mujeres, hombres, niñas y niños, tienen nombres y apellidos y merecen ser recordadas. Sus familias merecen ser escuchadas y disponer de un lugar digno donde llorar a sus familiares. Y sus verdugos han de ser juzgados y condenados al lugar de la historia que se merecen y fuera de un lugar donde se exaltan su memoria y sus crímenes.

Por todo ello, la Confederación Nacional del Trabajo exige :

-La retirada de los cuerpos de José Antonio Primo de Rivera y de Francisco Franco Bahamonde.

-La expulsión, previa auditoria de cuentas y bienes, de los monjes benedictinos. Y que el Estado deje de financiarlos, ni allí ni en otro lugar.

-La transformación del Valle en un lugar de memoria y recuerdo a las víctimas del franquismo, donde desparezca toda simbología franquista, y sobre todo, la cruz.

-Recuperar el verdadero término por el cual se conoce este entorno natural, «Cuelgamuros».

-Una condena pública y con consecuencias por parte del Estado español y todas las instituciones y organizaciones que son parte del mismo del golpe de estado de 1936 y del régimen franquista.

-La entrega al Estado, y al pueblo en general, de la documentación sobre las personas enterradas en el Valle, actualmente en poder del abad del monasterio, que la trata como pertenencia personal e ideológica.

-Que se exhumen los restos de las víctimas que, incluso después de muertas, fueron tratadas como vencidas y enterradas con su verdugo.

-Que la exhumación se haga llevando a cabo pruebas de ADN para la posterior judicialización de los asesinatos.

-La derogación de la Ley de Amnistía de 1977.

-Que todo este proceso sea acompañado por personas de la ONU expertas en genocidio y desapariciones forzosas.

Tras más de cuarenta años de pretendida democracia y dejadez política, leyes por la memoria histórica hechas a medias y homenajes a franquistas permitidos y muchas veces fomentados por parte de las instituciones del Estado, es hora de trabajar todas las organizaciones conjuntamente con el fin de convertir el mausoleo franquista en un lugar de memoria de todas las víctimas del genocidio franquista.

La batalla de la memoria contra el olvido es fundamental entre todas las que se están librando en favor de los derechos y libertades. De nosotros/as depende que el franquismo gane o pierda esta batalla. Nuestros familiares, y para la CNT todos los compañeros y compañeras muertos y represaliados lo son, como defendimos ante la ONU, merecen y deben ser recordados. Rehabilitar nuestro pasado también es dignificar su lucha y la nuestra.

Memoria, Dignidad y Lucha

sábado, 10 de noviembre de 2018

Ni de izquierdas, ni de derechas


Por JUAN CÁSPAR

Cuando alguien asegura no ser de izquierdas ni de derechas, ya lo dijo el clásico, ya sabemos que es de derechas. Hay que recordar que esa denominación de un lado u otro del espectro polìtico tiene su origen en la Asamblea Constituyente después de la Revolución francesa; a la derecha del presidente, se aposentaron los partidarios del Antiguo Régimen y, a su izquierda, los del nuevo. En la actualidad, con una gran cantidad de personas que se consideran «de centro», sea lo que sea lo que significa eso, esas categorías simplistas parecen en franca decadencia. Diré en primer lugar que, efectivamente, calificarse de manera tibia como centrista esconde, según mi nada modesta opinión, una actitud ambigua más bien conservadora. Ya nos advierte la Biblia acerca de esto: «Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca». Y me remito a la experiencia personal, ya que uno tiende mucho a la regurgitación política. Es cierto que se ha abusado de manera maniquea y simplista de ambos términos, aunque si echamos un vistazo al lenguaje la cosa es aún peor: lo diestro alude a algo correcto y positivo, mientras que lo siniestro evoca lo perverso y diabólico. Eso sí, si lo correcto es la mediocridad imperante, hace que uno simpatice aún más con la izquierda, qué quieren que les diga.

Vamos a ver si concretamos un poquito más y dilucidamos qué coño se encuentra detrás de estas etiquetas políticas. Al hablar de 'izquierda', podemos referirnos a actitudes progresistas, a aquellos que desean los cambios sociales. Si nos referimos por lo contrario a la 'derecha', son los partidarios del orden establecido, los que se muestran conformes con las instituciones y la sociedad actuales. Aunque de esa manera hablemos de progresistas y conservadores, seguimos cayendo en una generalización excesiva, bastante insatisfactoria, por la habrá que seguir matizando. ¡Vaya lata! La gente de derechas no siempre se considera conservadora, ya que tienen cierta concepción del progreso y no hacen una defensa pertinaz de valores periclitados. Es posible que existan personas así, pero al menos en este país no tenemos noticias. Por otra parte, personas que se consideran progresistas, cuando gobiernan «los suyos», dan muestras de un papanatismo notable y se muestran terriblemente conformistas con lo que dictan los de arriba. Por supuesto, esto ocurre con todas las ideas políticas, pero digamos que en los conservadores sorprende menos. Llegamos así a un factor verdaderamente determinante y es la permanente crítica al poder establecido, sea del pelaje que sea, y tal vez sea esa la verdadera actitud progresista y no solo una pose ideológica. Como uno es un ácrata irredento, no le termina de satisfacer del todo esta explicación.

No me queda nada claro cómo se establece esa línea que va de izquierda a derecha, con diferentes grados de extremismo a gusto del consumidor. Hay gente que, con notables dosis de estulticia, aseguran estar a la izquierda de todo hijo de vecino. Por ejemplo, un comunista a priori parece escorarse más a la izquierda que un mero socialdemócrata; sin embargo, la praxis marxista, tal y como la entendía su profeta Lenin, ¿ha traído un verdadero progreso a la humanidad? A pesar de las numerosas distorsiones en torno a ciertas ideologías, y de los desmanes que provoca este sistema basado en la acumulación capitalista, la respuesta es dudosa. ¿Cómo diablos se establece el progreso social en esta civilización nuestra con tantos altibajos, por no decir disparates? ¿Engordar el Estado, es propio de la derechas o de las izquierdas? En la práctica, cuando hablamos de poder político de uno u otro pelaje, no parece haber mucha diferencia. Tal vez, la respuesta sea unas mayores cotas de libertad respecto a permanentes sociedades de dominación. El liberal, que al menos en esta país suele ser un eufemismo que viene a significar ser bastante de derechas, estaría de acuerdo con eso. Sin embargo, la libertad no es un concepto abstracto, propio de una filosofía política de baratillo, que hable en la teoría de derechos económicos para convertirse en la práctica en un privilegio de unos pocos (ya saben, yo tengo medios y te exploto a ti que no tienes nada). El progreso puede, entonces, definirse también por la constante liberación de la explotación, además de la dominación, por lo que entraríamos en un concepción amplia de libetad que se extiende al conjunto de la sociedad. Muy serios nos hemos puesto. Sea como fuere, no es posible dar un contenido definitivo a los términos, al menos no de la manera simplista como suele hacerse. En cualquier caso, si hay que precaverse de dogmatismos de uno u otro pelaje, tampoco sabemos muy bien qué hacer con los tibios que aseguran que, ni de un lado, ni del otro.

6 noviembre 2018

jueves, 1 de noviembre de 2018

La pintada revolucionaria escondida en la ermita de Nerja


Las obras de rehabilitación del templo en honor a la Virgen de las Angustias, de 1720, sacan a la luz un texto escrito en su fachada en julio de 1936, cuando el edificio fue ocupado por los sindicalistas de CNT-FAI tras el golpe de Estado de Franco

EUGENIO CABEZAS

'Revolución'. Escrito en letras mayúsculas, de gran tamaño. Ésta es la palabra que puede leerse, no sin dificultad, en uno de los laterales de la ermita de Nuestra Señora de las Angustias de Nerja, un templo religioso levantado en 1720 que está siendo objeto de una profunda rehabilitación desde hace tres meses. Los trabajos han sacado a la luz una palabra que permanecía 'tapada' bajo centímetros de pintura. Pero, ¿qué hace ese mensaje revolucionario en las paredes exteriores de un templo religioso? La respuesta la da el doctor en Historia Francisco Capilla. Se trata de una pintada realizada en julio de 1936 por los sindicalistas de la Confederación Nacional del Trabajo y de la Federación Anarquista Ibérica (CNT-FAI).

«Unos días después de producirse la sublevación militar contra el gobierno de la República el 18 de julio de 1936, la CNT de Nerja, cuyo Sindicato Único de Campesinos y Oficios Varios se había constituido unos meses antes, el 28 de marzo en una casa de la calle Pintada, ocupó la ermita y la desacralizó, desapareciendo el retablo y las imágenes, y la convirtió en sede de la organización», cuenta el investigador, que en febrero del pasado año publicó un artículo sobre este episodio histórico en su blog personal. «El fotógrafo Pelayo Mas tomó tres fotografías del interior donde se ven pintadas con consignas del sindicato», detalla Capilla.

Según ha podido confirmar el historiador, como sede de la CNT-FAI la ermita permaneció hasta el 9 de febrero de 1937, fecha en la que entraron en Nerja las tropas italianas aliadas de las sublevadas del bando nacional. «Por tanto, la pintada aparecida en el exterior hay que entenderla en ese contexto y debió ser realizada por los mismos cenetistas, hay que tener en cuenta que por delante del muro pasaba la Carretera Nacional 340 entonces, por lo que la consigna podía ser vista por quienes transitaran por ella», argumenta.

Por su parte, la concejala de Cultura, Anabel Iranzo (IU), explicó que una vez documentada, la pintada va a ser retirada dentro de los trabajos de rehabilitación del templo, que presentaba desde hace años diversos problemas de filtraciones y humedades. El coste previsto de la actuación, que ejecuta la empresa de Ardales Hermanos Campano S. L., es de 166.094,18 euros, cofinanciados entre el Consistorio y la Junta. Los trabajos está previsto que finalicen para el mes de diciembre, devolviendo al templo a una imagen exterior lo más parecida a la que tuvo en los primeros años tras su construcción, con buena parte de los muros exteriores en ladrillo visto.

El Consistorio pretende impulsar la declaración de la ermita de la Virgen de las Angustias como Bien de Interés Cultural (BIC) por parte de la Junta de Andalucía. Mientras duren las obras de rehabilitación, las imágenes del templo han sido trasladadas a la iglesia de San Miguel, en la barriada de Las Protegidas.


Según explica Capilla, la pintada estaba muy perdida y de ella solo se pueden leer las palabras '[L]A REVOLUCIÓN'. «Del resto quedan pequeñas manchas que no aportan información alguna», puntualiza, para añadir que parece que hubo una pintada anterior en color rojo, sobre la que se realizó esta segunda reaprovechando parcialmente algunas de las letras anteriores. «Si la segunda estaba incompleta, la primera está completamente perdida, porque quedó oculta por aquella», sostiene. Según describe, las letras que han aparecido están pintadas en dos colores: la mitad superior en negro y la mitad inferior en rojo, que eran precisamente los colores de la bandera de la CNT-FAI.

La historia detrás de la ejecución de esta edificación religiosa esconde una circunstancia hasta hace muy poco desconocida: su principal impulsora fue una criptomusulmana granadina, Bernarda Alférez, que fue juzgada por la Santa Inquisición. Así lo desveló el propio doctor en Historia nerjeño, quien también ha publicado el resultado de sus investigaciones sobre estos hechos en un artículo en su blog personal, del que se hizo eco este periódico en su edición del pasado 6 de agosto en un reportaje.

28 octubre 2018