jueves, 30 de septiembre de 2010

INTERNACIONALISMO Y NACIONALISMO

Por Ángel J. Cappelletti

El anarquismo es esencialmente internacionalista, como lo fue, en sus orígenes, el socialismo marxista.

En la medida en que las fronteras políticas son obvia consecuencia de la existencia de los Estados, los anarquistas no pueden menos que considerarlas también fruto de una degeneración autoritaria y violenta de la sociedad.

El cosmopolitismo de los antiguos cínicos y estoicos, fundado en la idea de la humanidad como un todo natural y moral, es acogido, a través de ciertos aspectos de la ilustración, como uno de los componentes esenciales de la filosofía social anarquista.

Mientras en el marxismo la actitud internacionalista (tantas veces minimizada y negada, inclusive antes de la neoeslavofilia de Stalin) se funda en la idea de que la clase social constituye, por encima de toda frontera política y cultural, un vínculo universal más sólido que la pertenencia a un mismo Estado o a una misma raza o nacionalidad, en el anarquismo se funda simple y absolutamente en la convicción de que no hay unidad más real (puesto que no hay ninguna más natural) que la de la especie humana.

En el marxismo, la posición internacionalista deriva de un hecho histórico; en el anarquismo, de un hecho biológico y de una exigencia ética.

La patria es rechazada en la medida en que se vincula con el Estado nacional; en la medida en que se deja representar por un gobierno y se presenta como enfrentada a las otras «patrias»; en la medida en que exige un ejército o fuerza armada para conservar su ser y su identidad. El antinacionalismo anarquista deriva de su antiestatismo y genera, a su vez, el antimilitarismo y el pacifismo del cual hablaremos más adelante.

La literatura de propaganda anarquista ha insistido mucho, sin embargo, a semejanza de la marxista, en el usufructo de la noción de «patria» por parte de la burguesía. Y lo cierto es que el nacionalismo, en la Edad Moderna, ha estado siempre vinculado a la clase burguesa y ha sido siempre ajeno, como ideología, a la clase obrera.

Si por nacionalismo se entiende la consideración de la nación y del Estado nacional como un valor supremo, podría verse al anarquismo como su más clara antítesis, esto es, como un antinacionalismo radical. Pero si, prescindiendo de lo ideológico, nos atenemos al plano de los sentimientos y los vínculos afectivos, ningún anarquista negará, por lo menos en la práctica, que el amor hacia la tierra que nos vio nacer (a su paisaje, a su lengua, a sus tradiciones, etc.) es, por lo menos, tan natural como el amor que sentimos por nuestros padres, hermanos e hijos. El nacionalismo, en este sentido, como bien lo veía Landauer, no es sin duda incompatible con el internacionalismo y con el repudio del Estado y de la guerra. Pocos pensadores hubo más rusos que Toistoi o más franceses que Proudhon; pocos españoles más españoles que los militantes de la FAI.

Extraído de La Ideología anarquista de Ángel j. Cappelletti.

Mi patria el mundo, mi familia la humanidad.

domingo, 26 de septiembre de 2010

La «Majnovchina»

[En el libro de Daniel Guèrin El anarquismo nos habla en un capítulo sobre la Revolución Rusa y los anarquistas. Hay una parte que nos habla sobre el movimiento insurgente del sudeste de Ucrania entre los años 1918-1921, la guerrilla majnovista dirigida por el anarquista Nestor Majno. También os pongo una foto del museo sobre la Revolución en la ciudad ucraniana de Zaporizhia con objetos de este movimiento revolucionario.]
Si bien la eliminación de los grupos anarquistas urbanos, pequeños núcleos impotentes, iba a ser tarea relativamente fácil, no sucedería lo mismo con los del Sur de Ucrania, donde el campesino Néstor Majno había formado una fuerte organización anarquista rural de carácter económico y militar. Hijo de campesinos ucranianos pobres, Majno contaba apenas treinta años en 1919. Participó en la Revolución de 1905 y abrazó la idea anarquista siendo muy joven. Condenado a muerte por el zarismo, su pena fue conmutada por la de ocho años de encierro, tiempo que pasó casi siempre encadenado en la cárcel de Butirki. Esta fue su única escuela, pues allí, con la ayuda de un compañero de prisión, Piotr Arshinov, llenó, siquiera parcialmente, las lagunas de su educación.

La organización autónoma de las masas campesinas que se constituyó por su iniciativa inmediatamente después del movimiento de octubre, abarcaba una región poblada por siete millones de habitantes que formaba una suerte de círculo de 280 por 250 kilómetros. La extremidad sur de esta zona llegaba al mar de Azov, incluyendo el puerto de Berdiansk. Su centro era Guliai-Polié, pueblo que tenía entre veinte y treinta mil habitantes. Esta región era tradicionalmente rebelde. En 1905, fue teatro de violentos disturbios.

Todo comenzó con el establecimiento, en suelo ucranio, de un régimen derechista impuesto por los ejércitos de ocupación alemán y austríaco. El nuevo gobierno se apresuró a devolver a sus antiguos propietarios las tierras que los campesinos revolucionarios acababan de quitarles. Los trabajadores del suelo tomaron las armas para defender sus recientes conquistas, tanto de la reacción como de la intempestiva intrusión, en la zona rural, de los comisarios bolcheviques y de sus requisas, gravosas por demás. Esta gigantesca rebelión campesina tuvo como alma Mater a un hombre justiciero, una especie de Robin Hood anarquista, a quien los campesinos llamaban «Padre» Majno. Su primer hecho de armas fue la conquista de Guliai-Polié, a mediados de septiembre de 1918. Pero el armisticio del 11 de noviembre trajo consigo la retirada de las fuerzas de ocupación germano-austríacas y brindó a Majno una ocasión única para reunir reservas de armas y materiales.

Por primera vez en la historia, en la Ucrania liberada se aplicaron los principios del comunismo libertario y, dentro de lo que la situación de guerra civil permitía, se practicó la autogestión. Los campesinos cultivaban en común las tierras disputadas a los antiguos terratenientes y se agrupaban en «comunas» o «soviets de trabajo libres», donde reinaban la fraternidad y la igualdad. Todos —hombres, mujeres y niños— debían trabajar en la medida de sus fuerzas. Los compañeros elegidos para cumplir temporalmente las funciones administrativas volvían a sus tareas habituales, junto a los demás miembros de la comuna, una vez terminada su gestión.

Cada soviet era sólo el ejecutor de la voluntad de los campesinos de la localidad que lo había elegido. Las unidades de producción estaban federadas en distritos, y éstos, en regiones. Los soviets formaban parte de un sistema económico de conjunto, basado en la igualdad social. Debían ser absolutamente independientes de cualquier partido político y no se permitía a ningún político profesional tratar de gobernarlos amparándose tras el poder soviético. Sus miembros tenían que ser trabajadores auténticos, dedicados a servir exclusivamente los intereses de las masas laboriosas.

Siempre que los guerrilleros majnovistas entraban en una localidad, fijaban carteles que rezaban: «La libertad de los campesinos y de los obreros les pertenece y no puede ni debe sufrir restricción alguna. Corresponde a los propios campesinos y obreros actuar, organizarse, entenderse en todos los dominios de la vida, siguiendo sus ideas y deseos (...). Los majnovistas sólo pueden ayudarlos dándoles consejos u opiniones (...). Pero no pueden ni quieren, en ningún caso, gobernarlos.»

Cuando, posteriormente, en el otoño de 1920, los hombres de Majno se vieron obligados a celebrar un efímero acuerdo de igual a igual con el poder bolchevique, insistieron en que se añadiera la siguiente cláusula: «En la región donde opere el ejército majnovista, la población obrera y campesina creará sus propias instituciones libres para la autoadministración económica y política; dichas instituciones serán autónomas y estarán ligadas federativamente —por pactos— con los organismos gubernamentales de las repúblicas soviéticas». Consternados, los negociadores bolcheviques decidieron remitir esta cláusula a Moscú para su estudio; ni que decir que en la capital se la juzgó «absolutamente inadmisible».

Uno de los puntos relativamente débiles del movimiento majnovista lo constituyó el escaso número de intelectuales libertarios que tuvieron participación directa en él. De todos modos, por momentos al menos, recibió ayuda exterior. Primero lo auxiliaron los anarquistas de Jarkov y de Kursk que, a fines de 1918, se fusionaron en una alianza bautizada con el nombre de Nabat (Alarma), cuyo principal animador era Volin. En abril de 1919, celebraron un congreso donde se pronunciaron «categórica y definitivamente contra toda intervención en los soviets, convertidos en organismos puramente políticos y organizados sobre bases autoritarias, centralistas y estatistas». El gobierno bolchevique consideró este manifiesto como una declaración de guerra, y el grupo Nabat tuvo que suspender sus actividades. En julio de ese año, Volin logró llegar al cuartel general de Majno y allí, de concierto con Piotr Arshinov, tomó a su cargo la sección de cultura y educación del movimiento. Fue también presidente de uno de los congresos majnovistas, que se reunió en octubre en la ciudad de Alexandrovsk, donde se adoptaron Tesis Generales que dejaban sentada la doctrina de los «soviets libres».

En las reuniones del movimiento se congregaban delegados de los campesinos y de los guerrilleros, pues la organización civil era la prolongación de un ejército campesino rebelde que practicaba la táctica de las guerrillas. Esta fuerza era notablemente móvil, capaz de recorrer hasta cien kilómetros por día, no sólo merced a su caballería sino también a su infantería, que se desplazaba en ligeros vehículos suspendidos sobre flejes y tirados por caballos. Estaba organizada con arreglo a principios específicamente libertarios, tales como el servicio voluntario, la designación electiva de todos los grados y la aceptación voluntaria de la disciplina. Es de notar que todos obedecían rigurosamente las reglas disciplinarias, que eran elaboradas por comisiones de guerrilleros y luego validadas por asambleas generales.

Los cuerpos de guerrilleros de Majno dieron mucho que hacer a los ejércitos «blancos» intervencionistas. En cuanto a las unidades de los guardias rojos bolcheviques, eran bastante ineficaces. Sólo combatían junto a las vías férreas y jamás se alejaban de sus trenes blindados; al primer fracaso, se replegaban y, muchas veces, ni siquiera daban tiempo a sus propios soldados para volver a subir. Por ello inspiraban poca confianza a los campesinos que, aislados en sus villorrios y privados de armas, habrían estado a merced de los contrarrevolucionarios. «El honor de haber aniquilado la contrarrevolución de Denikin en el otoño de 1918, corresponde principalmente a los insurrectos anarquistas», escribe Arshinov, cronista de la majnovchina.

Majno se negó en todo momento a poner su ejército bajo el mando supremo de Trotski, jefe del Ejército Rojo, después de que las unidades de los guardias rojos se fusionaron en este último. El gran revolucionario creía su deber encarnizarse contra el movimiento rebelde. El 4 de junio de 1919, dictó una orden por la cual prohibía el próximo congreso de los majnovistas, a quienes acusaba de levantarse contra el poder de los soviets en Ucrania, estigmatizaba como acto de «alta traición» cualquier participación en dicho congreso y mandaba arrestar a sus delegados. Iniciando una política imitada dieciocho años después por los estalinistas españoles en su lucha contra las brigadas anarquistas, Trotski se negó a dar armas a los guerrilleros de Majno, con lo cual eludía su deber de auxiliarlos, y luego los acusó de «traidores» y de haberse dejado vencer por las tropas blancas.

No obstante, los dos ejércitos actuaron de acuerdo en dos oportunidades, cuando la gravedad del peligro intervencionista exigió su acción conjunta. Primero, en marzo de 1919, contra Denikin, y luego, durante el verano y el otoño de 1920, momento en que las tropas blancas de Wrangel llegaron a constituir una seria amenaza, finalmente eliminada por Majno. Una vez conjurado el peligro extremo, el Ejército Rojo no tuvo reparos en reanudar las operaciones militares contra los guerrilleros de Majno, quienes le devolvían golpe por golpe.

A fines de noviembre de 1920, el gobierno, sin el menor escrúpulo, les tendió una celada. Se invitó a los oficiales del ejército majnovista de Crimea a participar en un consejo militar. Tan pronto como llegaron a la cita, fueron detenidos por la Cheka, policía política, y fusilados, previo desarme de sus guerrilleros. Simultáneamente, se lanzó una ofensiva a fondo contra Guliai-Polié. La lucha entre libertarios y «autoritarios» —lucha cada vez más desigual— duró otros nueve meses. Por último, Majno tuvo que abandonar la partida al ser puesto fuera de combate por fuerzas muy superiores en número y equipo. En agosto de 1921 logró refugiarse en Rumania, de donde pasó a París, ciudad en la que murió tiempo después, pobre y enfermo. Así terminó la epopeya de la majnovchina, que fue, según Piotr Arshinov, el prototipo de movimiento independiente de las masas laboriosas y, por ello, sería futura fuente de inspiración para los trabajadores del mundo.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Albert R. Parsons, un héroe americano

[Texto escrito por Ángel J. Cappelletti sobre uno de los «Mártires de Chicago».]
De los siete obreros condenados el 20 de agosto de 1886, en Chicago, por los sucesos de Haymarket (4 de mayo del mismo año) sólo uno era americano por ascendencia y por nacimiento: Albert R. Parsons. Junto con tres de sus compañeros fue ejecutado el 11 de noviembre de 1887. En el momento de morir pronunció estas palabras: «¡Dejad que se oíga la voz del pueblo!»

Mientras esperaba en la cárcel su sentencia primero y su ejecución después, escribió un libro, más tarde editado por su esposa, que se titula La anarquía, su filosofía y sus bases científicas.

«El juicio de los anarquistas ha sido considerado una farsa por muchos observadores imparciales que de ninguna manera estaban vinculados con el movimiento anarquista y resulta difícil leer las actuaciones del caso sin llegar a la conclusión de que fue la mayor parodia de justicia perpetrada jamás en una corte americana», dice Morris Hillquit (History of Socialism in the United States, New York, 1971, pág.227). El capitalismo y su brazo ejecutor, el Estado norteamericano, que tantos millones de víctimas habían de dejar esparcidos en el mundo, comenzaron sin duda por derramar la sangre de sus compatriotas rebeldes. Asesinaron a muchos obreros inmigrantes, pero también a no pocos de sus conciudadanos. Y entre ellos destaca, como figura por muchas razones prototípica, Albert R. Parsons, obrero, escritor, orador, mártir.

Nacido en 1844 en Montgomery, en el sureño y esclavista estado de Alabama, perdió a sus padres cuando tenía aún pocos años. Un hermano, W. R. Parsons, general del ejército de la Confederación, lo llevó consigo a Texas. En una escuela de Waco recibió alguna educación, aunque es seguro que su cultura fue sobre todo la de un autodidacta. A los quince años aprendió (como aquel gran autodidacta P. J. Proudhon) el oficio de tipógrafo. Trabajo en el Galveston News y, al estallar la guerra civil, se enroló en el ejército confederado y sirvió allí como artillero bajo el mando de su hermano. Pero pronto sus lecturas y sus experiencias posteriores a la contienda lo llevaron a abrazar con firmeza la causa antiesclavista. En 1886 publicó, con el propósito de difundir sus convicciones, un periódico desde el cual defendían los derechos de los negros. En realidad no hacía sino proclamar lo que en 1862 había dicho el presidente Lincoln: «Al dar la libertad al esclavo, aseguramos la libertad a los que son libres». Se afilió al Partido Republicano, que había sido el de Lincoln, y obtuvo posiciones importantes dentro del que era, por entonces, el partido político promotor del antiesclavismo. El Espectador , periódico que había fundado en Waco, se convirtió en tribuna de la igualdad de razas y de todas las causas liberales del momento. Llegó a ocupar varios cargos públicos en Austin y fue secretario de la cámara de senadores de Texas. Pero, sin duda, sus ideas, que no eran todavía sino las de un liberal consecuente, resultaban intolerables para sus conciudadanos (y, ante todo, para su hermano, el general esclavista). El ambiente se hizo para él irrespirable en medio de los «libres» ciudadanos del Sur. Su liberalismo honrado lo llevaba, sin esfuerzos, al socialismo y al anarquismo. Comenzaba a advertir que el sentido cabal de la frase de Lincoln iba más allá de lo que el propio Lincoln pensaba y quería, y no tenía otra interpretación honesta más que en la idea de Bakunin, para quien la libertad de cada uno no existe sino en la libertad igual de todos los demás y para quien una libertad sin igualdad es una abstracción y, más aún, una farsa. Debió huir de Texas y en Chicago pasó a integrar las filas del proletariado, al tener que ganarse la vida como tipógrafo. Desde entonces su lucha contra el esclavismo del Sur se convierte en lucha contra la explotación obrera del Norte. En ningún país del mundo los cambios sociales y económicos son tan rápidos, durante el siglo XIX, como en los Estados Unidos. Esto explica como un mismo hombre puede dedicar la primera parte de su vida a pelear contra la esclavitud y la segunda a luchar contra la explotación de proletariado industrial. (De hecho, no fueron pocos los socialistas que se enrolaron en el Ejército de la Unión. Entre ellos hay que contar a August Willich, miembro de la Liga Comunista de Londres, junto a Marx y Engels).

El 4 de julio de 1874 varias secciones desprendidas de la Internacional junto con algunos grupos obreros radicales de Nueva York y Filadelfia habían organizado el «Social Democratic Workingmen’s Party of North America». Sus fundadores provenían en buena parte, como dice Hillquit, de la escuela de LaSalle y concedían a la acción política una importancia mayor que los miembros de la Internacional. Albert R. Parsons se afilió a este Partido al año siguiente. Del viejo Partido Republicano, que representaba entonces la ideología liberal (por oposición al Partido Demócrata, conservador y, en el Sur, fuertemente esclavista), pasaba así Parsons a un Partido Socialista. Es preciso tener en cuenta, sin embargo, que se trataba de un socialismo reformista que, si bien incluía en su plataforma «la lucha y la organización de todos los trabajadores unidos» y manifestaba su «simpatía por los trabajadores de todos los países que peleaban por obtener sus mismos objetivos», aspiraba a «obtener el poder público, como prerrequisito para la solución del problema social». En 1876 Parsons, incansable luchador, organizó en Chicago la «Asamblea de los Caballeros del Trabajo». Fue nombrado «Maestro» del Distrito 24 de esta organización y presidió durante tres años las asambleas de oficio. En 1879 el Partido lo propuso como candidato a la presidencia de los Estados Unidos, pero la nominación no fue legalmente aceptada por no haber cumplido aún Parsons los treinta y cinco años exigidos por el precepto constitucional. Poco a poco, a través de la acción sindical y del estudio de los autores socialistas, se fue alejando del reformismo estatista de los lasalleanos. Su pensamiento se radicalizó.

En 1880 adhirió, entre los primeros, al Partido Social-Revolucionario. El cambio era tan importante como el que diera al pasar del Partido Republicano al Social Demócrata, o tal vez más. De hecho, los socialistas revolucionarios en Estados Unidos como en Rusia, estaban bastante cerca de los anarquistas. En el congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores realizado en Pittsburgh en 1883, Parsons fue, según parece, el principal inspirador de un programa francamente revolucionario, acorde con la línea bakuninista predominante en los congresos europeos de la Primera Internacional. En 1884 comenzó a publicar el periódico anarquista Alarm, órgano del Grupo Americano de la AIT. «Era un orador elocuente y magnético y un talentoso organizador, y entre 1875 y 1886 se dice que dirigió no menos de mil asambleas de masas y viajó a través de dieciséis estados como organizador del Partido Socialista del Trabajo y, más tarde, de la Asociación Internacional de Trabajadores, dice M. Hillquit (op. cit., pág. 226). Es indudable que «sus continuos servicios a la organización y su actividad incansable, como asimismo su palabra fluida y convincente, hicieron de Albert R. Parsons una de las más importantes figuras» del movimiento obrero en Norteamérica, comenta Ricardo Mella (La tragedia de Chicago, México, 1977, pág.92). El mismo autor transcribe párrafos del discurso que Parsons pronunció ante el tribunal que ya lo había condenado a muerte, los días 8 y 9 de octubre de 1886, hace justamente un siglo.

De este discurso, que duró en total unas ocho horas, nos parece oportuno citar aquí también algunas partes. Este fue el inicio: «Me preguntáis por qué razones no debe serme aplicada la pena de muerte, o lo que es lo mismo ¿qué fundamentos hay para concederme una nueva prueba de mi inocencia? Yo os contesto y os digo que vuestro veredicto es el veredicto de la pasión, engendrado por la pasión, alimentado por la pasión y realizado, en fin, por la pasión de la ciudad de Chicago. Por este motivo, yo reclamo la suspensión de la sentencia y una nueva prueba inmediata… No podéis negar que vuestra sentencia es el resultado del odio de la prensa burguesa, de los monopolizadores del capital, de los explotadores del trabajo… En los veinte años pasados, mi vida ha estado completamente identificada con el movimiento obrero en América, en el que tomé siempre una participación activa. Conozco, por tanto, este movimiento perfectamente, y cuanto de él diga en relación con este proceso no será más que la verdad, toda la verdad de los hechos. Hay en Estados Unidos, según el censo de 1880, dieciséis millones doscientos mil jornaleros. Éstos son los que por su industria crean toda la riqueza de este país. El jornalero es aquel que vive de un salario y no tiene otros medios de subsistencia que la venta de su trabajo hora por hora, día por día, año por año. Su trabajo es toda su propiedad; no posee más que su fuerza y sus manos… Pues bien, toda esta gente, que es la que crea la riqueza, como ya he dicho, depende de la clase adinerada, de los propietarios. Ahora bien, señores, yo, como trabajador, he expuesto los que creía justos clamores de la clase obrera, he defendido su derecho a la libertad y a disponer del trabajo y de los frutos del trabajo como les acomode. Me preguntáis por qué no debo ser ejecutado y entiendo que esta pregunta implica también que deseáis saber para qué existe en este país una clase de gente que apela a vosotros para que nos concedáis una nueva prueba. Yo creo que los representantes de los millonarios de Chicago organizados, que los representantes de la llamada “Asociación de los Ciudadanos de Chicago” os reclaman nuestra inmediata extinción por medio de una muerte ignominiosa. Ellos de una parte y vosotros de otra. Vosotros os levantáis en medio representando la justicia. ¿Y qué justicia es la vuestra que lleva a la horca a hombres a quienes no se les ha probado ningún delito? Este proceso se ha iniciado y se ha seguido contra nosotros, inspirado por los capitalistas, por los que creen que el pueblo no tiene más que un derecho y un deber, el de la obediencia. Ellos han dirigido el proceso hasta este momento, y como ha dicho muy bien Fielden (otro de los obreros condenados), se nos ha acusado ostensiblemente de asesinos y se acaba por condenarnos como anarquistas». Como diría Kropotkin en una carta dirigida al New York Herald: «Una buena dosis de venganza, pero ningún hecho concreto, es todo lo que se infiere al proceso de Chicago». No se condenó a Parsons y sus compañeros por haber arrojado una bomba (nadie pudo probar nunca que lo hicieran), sino por ser anarquistas. Y este hecho ni Parsons ni ninguno de los condenados lo ocultó jamás. «Pues bien, —dice continuando su discurso— soy anarquista.»

Y como el término se prestaba entonces (y se presta aún ahora) a muchos equívocos, provocados por la ignorancia o por la mala fe, Parsons se considera obligado a explicar su significado: «¿Qué es el socialismo o la anarquía? Brevemente definido, es el derecho de los productores al uso libre e igual de los instrumentos de trabajo y el derecho al producto de su labor. Tal es el socialismo. La historia de la humanidad es progresiva: es, al mismo tiempo, evolucionista y revolucionaria. La línea divisoria entre la evolución y la revolución jamás ha podido ser determinada. Evolución y revolución son sinónimos. La evolución es el periodo de incubación revolucionaria. El nacimiento es una revolución; su proceso de desarrollo, la evolución».

Y, a continuación, explica Parsons el surgimiento histórico del capitalismo y de la clase obrera: «Primitivamente la tierra y los demás medios de vida pertenecían en común a todos los hombres. Luego se produjo un cambio por medio de la violencia, del robo y de la guerra. Más tarde la sociedad se dividió en dos clases: amos y esclavos. Después vino el sistema feudal y la servidumbre. Con el descubrimiento de América se transformó la vida comercial de Europa, y a la abolición de la servidumbre surgió el sistema del salario. El proletariado nació en la Revolución francesa en 1789 y 1793. Entonces fue cuando por primera vez se proclamó en Europa la libertad civil y política. Con una simple hojeada a la historia se ve que e siglo XVI fue el siglo de la lucha por la libertad religiosa y de conciencia, esto es, la libertad de pensamiento; que los siglos XVII y XVIII fueron el prólogo de la gran Revolución francesa, que al proclamar la República, instituyó el derecho a la libertad política; y hoy, siguiendo las leyes eternas del proceso y de la lógica, la lucha es puramente económica e industrial y tiende a la supresión del proletariado, de la miseria, del hambre y de la ignorancia. Nosotros somos aquí los representantes de esa clase próxima a emanciparse, y no porque nos ahorquéis dejará de verificarse el inevitable progreso de la humanidad».

La naturaleza de la llamada por entonces «cuestión social» y los fundamentos del socialismo son expuestos a continuación: «¿Qué es la cuestión social? No es un asunto de sentimiento, no es una cuestión religiosa, no es un problema político; es un hecho económico externo, un hecho evidente e innegable. Tiene, sí, sus aspectos emocionales, religiosos y políticos; pero la cuestión es, en su totalidad, una cuestión de pan, de lo que diariamente necesitamos para vivir. Tiene sus bases científicas y yo voy a exponeros, según los mejores autores, los fundamentos del socialismo. El capital, capital artificial, es el sobrante acumulado del trabajo. La función del capital se reduce actualmente a apropiarse y confiscar para su uso exclusivo y su beneficio el sobrante del trabajo de los que crean toda la riqueza. El capital es el privilegio de unos cuantos y no puede existir sin una mayoría cuyo modo de vida consiste en vender su trabajo a los capitalistas. El sistema capitalista está amparado por la ley y, de hecho, la ley y el capital sin una misma cosa. ¿Y qué es el trabajo? El trabajo es un ejercicio por el cual se paga un precio llamado salario. El que lo ejecuta, el obrero, lo vende, para vivir, a los poseedores del capital. El trabajo es la expresión de la energía y del poder productor. Esta energía y este poder han de venderse a otra persona, y en esta venta consiste el único medio de existencia para el obrero. Lo único que posee y que en realidad produce para sí es el jornal. Las sedas, los palacios, las joyas, son para otros. El sobrante de su trabajo no se le paga; pasa integro a los acaparadores del capital. ¡Este es vuestro sistema capitalista!»

Tras esta exposición didáctica, clara, objetiva (aunque evidentemente elemental y esquemática), la Corte levantó la sesión. Al reiniciarse al día siguiente, Parsons se concentró en su propia defensa: «Yo no he violado ninguna ley de este país. Ni yo ni mis compañeros hemos abusado de los derechos de todo ciudadano de esta República. Nosotros hemos hecho uso del derecho constitucional a la propia defensa, nos hemos opuesto a que se arrebatara al pueblo americano aquellos derechos. Pero, los que nos procesado imaginan que nos han vencido porque se proponen ahorcar a siete hombres, siete hombres a quienes se quiere exterminar violando la ley, porque defienden sus inalienables derechos: porque apelan al derecho de la libre emisión del pensamiento y lo ejercitan, porque luchan en defensa propia. ¿Creéis, señores, que cuando nuestros cadáveres hayan sido arrojados al montón se habrá acabado todo? ¿Creéis que la guerra social se acabará estrangulándonos bárbaramente? ¡Ah no! Sobre vuestro veredicto quedará el de pueblo americano y el mundo entero para demostraros vuestra injusticia y las injusticias sociales que nos llevan al cadalso; quedará el veredicto popular Para decir que la guerra social no ha terminado por tan poca cosa».

Más adelante se dedica a demostrar, por fin (como si esto no fuera para él lo más importante), su inocencia personal, es decir, su no participación en el atentado terrorista que se le atribuía y por el cual se lo había condenado a muerte: «Ya he probado cómo fui al mitin de Haymarket sin plan previo y solicitado a última hora por mis amigos. Ya sabéis que me acompañaron mi esposa [Lucy E. Parsons], miss Holmes, otras dos señoritas más y mis dos niños. Y ahora pregunto: ¿es posible que en tales circunstancias y en tales condiciones acudiese a un lugar donde se hubiese de desarrollar la trama de un complot para arrojar bombas de dinamita? Esto es increíble; está fuera de la naturaleza humana creer en la posibilidad de un hecho tan monstruoso».


La defensa de Parsons concluye con la relación de su voluntaria comparecencia ante el tribunal, cuando ya había salido de la ciudad y podía haberse ocultado: «Cuando vi que se había fijado el día de la vista de este proceso, juzgándome inocente y sintiendo asimismo que mi deber era estar al lado de mis compañeros y subir con ellos, si era preciso, al cadalso: que mi deber era también defender los derechos de los trabajadores y la causa de la libertad y combatir la opresión, regresé sin vacilar a esta ciudad». Este rasgo heroico corona una vida al servicio de la justicia y de la libertad. La siguiente frase pone broche de oro a la apología del heroico luchador: «Aún en este momento no tengo por qué arrepentirme».

Caracas, 1986.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Magonismo

[Ya que estamos con la historia del anarquismo, me centraré en el mexicano con un texto del filósofo Abelardo Villegas sobre Ricardo Flores Magón y el magonismo —aunque interprete al anarquismo con el tópico de ser un movimiento social y político agrario y rural, fue más bien lo contrario, urbano e industrial—. Texto que forma parte del Diccionario UNESCO de Ciencias Sociales, de la edición de 1987 de Planeta-De Agostini.]

Con este nombre se puede designar el movimiento que encabezó Ricardo Flores Magón, oponiéndose primero a la dictadura de Porfirio Díaz y luego tomando parte en distintas etapas de la Revolución Mexicana que se inició en el año 1910. Flores Magón tuvo varios seguidores, fue incluso el primer político y pensador anarquista importante de México, y por eso, con razón, se puede decir que hubo una tendencia general que puede llevar su nombre.

1) Nació en Eloxochitlán, estado de Oaxaca, el año de 1874, y murió en 1922, en la prisión norteamericana de Leovenworth, Kansas. Su origen social puede ser localizado en los sectores medios; sin alcanzar un título profesional hizo estudios de abogacía. A finales del siglo XIX comenzó a escribir artículos que aparecían en los periódicos de oposición. Incorporándose a un grupo de luchadores que más tarde representarían papeles importantes en la Revolución como Juan Sarabia, Camilo Arriaga, Librado Rivera y sus hermanos Jesús y Enrique.

El año de 1900 él y Jesús fundan su propio periódico, Regeneración, que con intermitencias debidas principalmente a los frecuentes encarcelamientos a que fue sometido Ricardo, no apareció hasta el año 1918. Flores Magón hizo de este periódico el portavoz de sus propósitos y de los de su grupo, en él se puede rastrear sus transformaciones ideológicas, desde la reafirmación de un liberalismo hasta su tránsito al anarquismo. En consecuencia, es una de las fuentes más importantes para conocer su pensamiento.

Algunas obras importantes sobre el magonismo son las siguientes:

Ricardo Flores Magón, Praxedis Guerrero, Juan Sarabia, Librado Rivera, Anselmo L. Figueroa: Regeneración, Prólogo, recopilación y notas de A. Bartra, Editorial Hedise S.A., México, 1972. Ricardo Flores Magón, epistoliario y textos, Prólogo, ordenación y notas de Manuel González Ramírez, Fondo de Cultura Económica, México, 1964. Ricardo y Jesús Flores Magón: Batalla de la dictadura, Empresas Editoriales S.A., México, 1967. Ricardo Flores Magón: Antología, Introducción y selección de Gonzalo Aguirre Beltrán, Universidad Nacional de México, 1970. Samuel Kaplan: Combatimos la tirania, Institución Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1958.

En la trayectoria política de Ricardo Flores Magón puede distinguirse claramente dos etapas: una, como continuador de la política del viejo liberalismo del siglo XIX y otra, que se hace pública un poco antes del estallido de la Revolución Mexicana, en la que comienza a considerar los sucesos mexicanos a la luz de las ideas anarquistas.

Su participación en la política no fue, sin embargo, únicamente periodística; participó activamente en la organización del Partido Liberal Mexicano (PLM), cuyo programa de acción, publicado en 1906, tendría enorme influencia en los acontecimientos de la Revolución. Este partido influyó notablemente en rebeliones que ahora son consideradas como precursoras del movimiento de 1910, como las huelgas obreras de Cananea y Río Blanco. También organizó conspiraciones fallidas en Acayucan, Coahuila y otras partes de la República Mexicana. En 1911 dirigió una invasión del territorio de Baja California con el propósito de establecer allí un territorio anarquista.

2) Se puede atribuir a Ricardo Flores Magón algunas de las ideas importantes aparecidas en el manifiesto de 1906. Conscientes de que no se podían reiterar los antiguos propósitos del liberalismo, los que suscribieron el documento, si bien se preocupaban por la reanudación de la democracia, trataron de otorgar un contenido económico a sus ideas. Postularon por eso la necesidad de repartir las tierras baldías y de fraccionar aquellas haciendas cuyos terrenos no estaban suficientemente explotados. Tales ideas agrarias, aunque moderadas, puesto que ponían como requisito indispensable la indemnización previa a los afectados por el fraccionamiento y el reparto, resultaban radicales frente a una intransigente oligarquía latifundista. Asimismo, propugnaban por concederle prestaciones a la clase trabajadora: la posibilidad de reconocer los sindicatos, establecer jornada máxima de trabajo —en este caso, de 12 horas— de prohibir el trabajo infantil y de igualar el salario para los trabajadores de uno y otro sexo. Pero su principal afirmación consistía en sostener que sin un reparto adecuado de la riqueza en las clases trabajadoras sería imposible el desarrollo de la industria y el comercio. El proyecto burgués sólo resultaba así posible sobre la base de un mínimo de justicia social.

Personalmente, Ricardo Flores Magón iba mucho más allá de estos postulados neoliberales. Inspirado en las tesis de Bakunin principalmente, ya en 1910 propone la desaparición de la propiedad: «El Capital, según la economía política, es trabajo acumulado. La maquinaria, los edificios, los buques, las vías férreas son trabajo acumulado, esto es, obra de trabajadores, intelectuales y manuales de todas las épocas, hasta nuestros días, y, por lo mismo, no se ve la razón por la cual ese capital deba pertenecer a unos cuantos individuos.» Por eso, para él el salario y la esclavitud resultaban ser lo mismo y se originaban en una legislación creada por el Capital.

Sin embargo, lo más característico del pensamiento de Flores Magón es su anarquismo agrario. Incluso el hecho de que México no fuera en aquella época un país que hubiera atravesado por las etapas de la revolución industrial, sino principalmente agrario, condicionó que Flores Magón se acercara a doctrinas como el anarquismo ruso que eran más sensible a las revoluciones agrarias que, por ejemplo, el marxismo fundamentalmente proletarista e industrialista. Este carácter condicionó también que el anarquismo tuviera vigencia en otros países agrarios como España, Italia y en algunos de Sudamérica.

Sostenía Flores Magón que «ningún gobierno puede decretar la abolición de la miseria. Es el pueblo mismo, son los hambrientos, son los desheredados los que tienen que abolir la miseria, tomando, en primer lugar, posesión de la tierra que por derecho natural no puede ser acaparada por unos cuantos sino que es la propiedad de todo ser humano». Congruente con esta idea, desde las páginas de su periódico, exhortaba a los campesinos a que tomaran posesión de la tierra sin esperar el triunfo de la Revolución. Ponderando la actuación de los principales actores de la misma, creía que la causa popular sería traicionada por una burguesía que, aunque practicara una democracia, tomaría medidas para proteger la propiedad. De ahí la necesidad de proceder a su abolición en el instante mismo de la lucha, puesto que, al final de cuentas, eran los campesinos y los obreros los que constituían el grueso de los ejércitos revolucionarios. Sus esperanzas estaban puestas en el movimiento campesino encabezado por Emiliano Zapata, incluso algunos magonistas se incorporaron a los ejércitos de este caudillo que proponía una reforma agraria e hicieron que éste adoptara el lema anarquista de Tierra y Libertad.

Proponía que la tierra no fuera fraccionada sino que se trabajara colectivamente, puesto que las fracciones estimulaban el espíritu pequeño-burgués de la pequeña propiedad: «Me imagino qué feliz será el pueblo mexicano cuando sea dueño de la tierra, trabajándola todos en común como hermanos y repartiéndose los productos fraternalmente según las necesidades de cada cual. No cometáis, compañeros, la locura de cultivar cada cual un pedazo. Os matareis en el trabajo, exactamente como os matáis hoy, uníos y trabajad la tierra en común; pues todos unidos la haréis producir tanto que estaréis en actitud de alimentar al mundo entero.» En todos estos párrafos se trasluce la confianza anarquista en la espontaneidad popular. Enemigo de las organizaciones estatales, Flores Magón no pone el acento en los procedimientos concretos para la organización del trabajo colectivo. Oriundo de una comunidad indígena oaxaqueña, aunque él era mestizo, estaba impresionado por los testimonios de su padre que creía que las comunidades indígenas eran producto de una vida espontánea. Poco conocía Flores Magón la complicada y jerárquica sociedad indígena, y por ello su indigenismo utópico lo llevaba a creer en los buenos resultados de una supuesta espontaneidad.

3) Por otra parte es fácil comprender cómo no estuvo satisfecho por el desarrollo de la Revolución Mexicana. Consideró a Francisco I. Madero, a Venustiano Carranza, a Álvaro Obregón como representantes de núcleos burgueses que sólo pretendían romper el estrecho monopolio político y económico heredado del porfirismo. La represión de que fue objeto Zapata por parte de Madero y los decretos antiobreros de Carranza lo afirmaron en esta idea. Otro tanto ocurrió con la promulgación de la Constitución de 1917 que todavía rige el país. En ella no se desconocía la propiedad privada, aunque se la consideraba como una concesión revocable de la propiedad nacional. Nada de anarquista tenía esa Constitución, pues aunque el resultado era un tanto anticlerical, ponía las bases jurídicas para una vigorización del Estado. De ella surgían minuciosamente reglamentados los dos grandes enemigos de la sociedad anarquista: la Propiedad y el Estado y no se anulaba tampoco la presencia de la Iglesia.

A esta discrepancia con los principales líderes de la Revolución se unía el hecho de que, a lo largo de la primera década revolucionaria y aún después, Flores Magón se encontró prisionero muchas veces en cárceles norteamericanas. Y aunque dese los Estados Unidos trató de dirigir a sus partidarios, muchos de los que le habían seguido se incorporaron a los grupos políticos dominantes, de modo que, paulatinamente, fue perdiendo la importancia que había tenido en las etapas precursoras.

4) Su anarquismo internacionalista chocaba con el fuerte sentimiento nacionalista que caracteriza a la historia mexicana en los siglos XIX y XX. Flores Magón no comprendió que los habitantes defenderían el territorio de la Baja California ante su pretensión de realizar allí un experimento anarquista. Para él el concepto de patria era un concepto burgués y la Baja California no pertenecía a los mexicanos sino a los latifundistas norteamericanos, ingleses y franceses. Tales razonamientos, sin embargo, no hicieron mella en el sentimiento nacionalista mexicano que confundió el intento magonista con una forma de separatismo y traición que todavía provoca resentimientos.

Sus coincidencias con la ideología zapatista son superficiales, puesto que el campesinado morelense no pretendía la desaparición de la propiedad; cuando tuvo oportunidad se pronunció por propiedades colectivas de pequeños pueblos o por ejidos individuales. Cada pueblo del estado de Morelos procuraba justificar la propiedad de la tierra acudiendo a antecedentes legislativos de la época colonial, fundándose, frecuentemente, en las famosas mercedes reales. La idea anarquista en consecuencia resultaba ajena.

Sin embargo, Flores Magón comprendió de manera penetrante la principal contradicción generada por la Revolución Mexicana: las tendencias colectivistas y ejidales campesinas eran contrarias a las tendencias sindicalistas del proletariado urbano: «El campesino quiere que la tierra sea del que la cultiva, lo que tiene como resultado la independencia económica, base de todas las libertades. El obrero de la ciudad, al luchar sólo por la elevación de los salarios, tiende a dejar en pie el sistema de explotación y la tiranía.» Es decir, las tendencias colectivistas agraristas chocaron fuertemente con los intereses individualistas de la burguesía y el proletariado urbanos. Flores Magón creyó en el triunfo de campo, aunque los hechos han mostrado lo contrario.

También tuvo tiempo para pronunciarse, ya en el panorama internacional, frente al problema de la guerra. Justamente fue su pacifismo y su creencia internacional en la lucha de clases, lo que fue considerado por las autoridades norteamericanas como una agresión a la posición de ese país en el conflicto europeo, lo cual fue pretexto para el nuevo y definitivo encarcelamiento del luchador anarquista.

Flores Magón se conmovió ante el triunfo de la Revolución Rusa. Consideró tácticamente erróneo estar en contra del nuevo Estado socialista, aunque fuera un Estado marxista y aun enemigo del anarquismo internacional. No por ello dejó de formular su crítica: «… miro con simpatía los esfuerzos de los rusos para derribar el capitalismo; pero pienso que no es por medio de una dictadura como deberá alcanzarse esta aspiración. La dictadura de la burguesía o del proletariado es siempre tiranía, y la libertad no puede alcanzarse por medio de la tiranía sino por la libre cooperación de los trabajadores para producir, sin amos de ninguna especie…»

De este modo, en general, puede decirse que la posición anarquista de Ricardo Flores Magón lo excluyó de una revolución como la mexicana que resultaba ser, al final de cuentas, una revolución burguesa, aunque en circunstancias coloniales, es decir, antifeudal y antiimperialista. Por su parte, los políticos de la Revolución Mexicana no han podido aclarar su relación con Flores Magón. Lo consideran como un antecedente de un movimiento que luego él repudió de manera expresa, y más bien miran con afinidad y simpatía la primera etapa que estaba más cerca de lo que al final resultó ser la Revolución Mexicana.