lunes, 24 de diciembre de 2018

Animales

VOX, el partido facha que defiende
los valores patrios representados
en la caza y el toreo.

Por JUAN CÁSPAR

Que en un país del sur de Europa, exista la execrable tradición cultural de torturar a un pobre bicho hasta su muerte no debería ser para estar orgulloso. A no ser, claro está, que nos refiramos a otra clase de orgullo vinculado al facherío de toda la vida de Dios. Seguro que no es casualidad, pero sí causalidad, que los defensores de las corridas de toros las emparenten con los más nobles valores patrios. Solo basta observar a ese ente animado que lidera Vox, montando gallardamente a caballo al lado de uno de esos profesionales matarifes, empecinado en la reconquista de Andalucía. No, no es una caricatura surgida de alguna mentalidad progre, esta gente se retrata a sí misma para regocijo u horror del personal mínimamente despierto. Desde que, más o menos, tengo uso de razón, las corridas de toros me han parecido una atrocidad indescriptible solo admisible para espectadores despiadados.

Las respuestas populares a mis ingenuas reivindicaciones antitaurinas, pasaban desde la más detestable indolencia, tipo «hay cosas más importantes», hasta inicuas y/o cretinas acusaciones de ignorancia sobre dicho arte españolista. Por muchas vueltas que demos a un debate, pobremente plagado de lugares comunes, la crueldad es inherente a este deleznable arte del que parecen disfrutar tantos seres humanos. Bueno, quizás, tal y como sostienen los animalistas, los espectadores ávidos de sangre se van reduciendo en número. No es que uno tenga una confianza excesiva en el progreso moral de la especie humana, pero al menos parece que, al menos con menor frecuencia, no estamos obligado a escuchar estupideces justificadoras de la tortura. Esta denuncia de la crueldad sobre los animales nos empuja, necesariamente, a una mínima reflexión sobre otras actividades que tienen a la muerte de un ser vivo como protagonista. Es el caso de, lo han adivinado, la caza que, al margen de su actividad como mera subsistencia económica, resulta también un deporte muy del gusto y alborozo de unos cuantos seres supuestamente pensantes.

La afición a la caza de los
anteriores jefes de Estado.

De nuevo, tenemos que vincular la defensa de la cultura cinegética con determinadas fuerzas políticas de triste, patética y peligrosa naturaleza reaccionaria. Vaya por delante, que no quisiera, al igual que los múltiples partícipes del circo político, caer en la inevitable demagogia de algún tipo. No obstante, no necesitamos mucho recorrido para vincular corridas y cacerías con una España casposa y reaccionaria, que asoma sin mucho esfuerzo tras este forzado revestimiento democrático e incluso con algunos ramalazos progres. Recuerden ustedes con espanto a aquel anciano monarca, ese mismo amamantado y educado por la dictadura, posando sonriente al lado de un paquidermo al que acababa de abatir. Si hay un porcentaje apreciable de seres supuestamente conscientes que no muestra la más mínima repulsa ante semejante instantanea, más que habitual en el mundo de la clase dirigente, es que efectivamente no valemos mucho como especie. Para tranquilidad de los biempensantes, hoy está al frente del reino un tipo mucho más moderno, que incluso, estoy seguro, muestra algo de sensibilidad animalista.

23 diciembre 2018

domingo, 16 de diciembre de 2018

El viaje de Kropotkin a Siberia

Mapa de Siberia oriental
cartografiado por Kropotkin
.

Por JUAN POSTIGO

Siendo muy joven, antes de haber cumplido los veinte años, el príncipe Piotr Kropotkin decidió como destino para su promoción en el ejército una lejana región en la vastísima estepa siberiana. Por aquel entonces, en el año 1862, pocos hubieran podido llegar a ver algún atractivo a esa comarca tan apartada, la del río Amur, que había sido anexionada recientemente a Rusia y que, según parecía, contaba con un clima extremadamente riguroso, con una geografía salvaje y con una población rústica literalmente desconectada del mundo. Sin embargo, para Kropotkin, que tenía en mente estudiar en la universidad y descubrir algunos de los principales misterios de la naturaleza que hasta entonces solo había leído en Humboldt y en Ritter, aquel «Misisipi del Lejano Oriente», como él mismo llamó a la zona, le ofrecía además la oportunidad de observar las conductas sencillas de una gente que, sin interesarse demasiado por las sofisticaciones de la capital, sobrevivía sin problemas al margen de toda civilización.

A pesar de ello, quien estaba destinado a ser uno de los grandes ideólogos del anarquismo, en realidad se crió rodeado de toda clase de lujos y comodidades. Según contó en sus Memorias de un revolucionario, su padre poseyó multitud de sirvientes: «mil doscientas almas en tres provincias diferentes», además de grandes extensiones de cultivos y un sinfín de lujos accesorios. En su casa trabajaban cuatro cocheros que cuidaban de una docena de caballos, había cinco cocineros, doce camareros y un número indeterminado de doncellas. Como a su padre le gustaba la música, casi todos los empleados tocaban la viola o el clarinete: el ayudante del mayordomo era al mismo tiempo afinador de pianos y flautista, el sastre tocaba la trompa, y el repostero, la trompeta.

Cuando era un niño se acostumbró por tanto a verse rodeado de gente extraña, a las visitas, los agasajos y los convites nocturnos (las fiestas se celebraban en su casa con bastante frecuencia); pero al mismo tiempo, de forma paralela, tuvo igualmente oportunidad de contemplar, muy de cerca, los últimos coletazos de la servidumbre en su país. Los tan comunes casamientos forzosos entre siervos, que causaban desconcierto entre la juventud, o los alistamientos obligados en el ejército, que conducían al soldado a una vida de penurias caracterizada por el exilio perpetuo, la vigilancia permanente o los azotes con varas de abedul («Os haré fustigar hasta que se os caiga la piel a tiras» era la amenaza más repetida entonces a los nuevos reclutas de procedencia humilde), acababan muchas veces en suicidios. De todo ello fue testigo Kropotkin. También de los esperpénticos excesos que se producían en la corte del zar. Un año antes de partir a Siberia, fue nombrado sargento del Cuerpo de Pajes, y fue allí donde definitivamente vio «lo que ocurría entre bastidores», la «inutilidad» de los espectáculos y el sinsentido de la teatralidad que envolvía las ceremonias más rutinarias. En cualquier acto oficial, todo alto funcionario, civil o militar, se esforzaba por atraer con sus excesivas reverencias la mirada del emperador, porque un mínimo movimiento de cabeza, o quizás incluso una sonrisa suya, bastaba para tranquilizar al súbdito.

Kropotkin veinteañero y dibujo suyo
sobre una de sus expediciones siberianas.

Exactamente dos décadas más tarde, el mismo zar de Rusia, Alejandro II, sería brutalmente asesinado en un atentado con bomba que le arrancó las dos piernas. No obstante, las raíces revolucionarias se habían establecido con anterioridad. En una sociedad con un 98 por 100 de campesinos (de los cuales solamente una ridícula minoría eran libres), con un número reducido de fábricas donde las jornadas laborales llegaban a las 19 horas, y ante la presencia de una nobleza terrateniente que acaparaba ignominiosamente las riquezas, muchos sectores de la población comenzaron a mostrar abiertamente su descontento. La propia ciudad de San Petersburgo, cuya primera piedra se colocó en 1703 bajo las órdenes de Pedro el Grande en aquel terreno acuático que obligaría a efectuar constantes remodelaciones, estaba llamada a ser la capital del lujo, hasta el punto de que el desorbitado número de suntuosos carruajes que llegó a albergar en sus primeros tiempos se acabó convirtiendo en un espectáculo visual conocido internacionalmente. Además de esto, en el plano intelectual, económico y social, fue siempre evidente que Rusia había vivido al margen de Occidente, prescindiendo de buena parte de los más grandes hitos culturales e históricos que caracterizaron al continente europeo, como pudieron ser el Renacimiento, la aparición de los Estados nacionales, la exploración ultramarina, o la Ilustración. Es por eso que, ya en el siglo XVIII, se despertaron en Rusia los primeros movimientos revolucionarios (la primera huelga general data allí de 1749, y el transgresor libro de Alexandr Radíschev, Viaje de San Petersburgo a Moscú, se publicó en 1790).

Fue, así pues, en Siberia donde surgieron los fundamentos reformadores de Kropotkin. En esa etapa conoció al poeta Mijáilov, condenado a trabajos forzados, que le recomendó la lectura del Sistema de las contradicciones económicas de Proudhon. Contemplando el orden pausado de la naturaleza, la conducta pacífica de aquellos pueblos desconocedores de las complejas estructuras estatales, Kropotkin comenzó a aborrecer la macrocefálica burocracia de su país y abrazó el nihilismo. Pronto abandonó la carrera militar y se enroló en el Círculo de Chaikovski, un movimiento surgido en San Petersburgo que pretendía hacer a las gentes del campo sabedoras de algunas importantes ideas expresadas en la literatura prohibida. Como el resto de los miembros de ese grupo, él también se «disfrazaba» de campesino antes de adentrarse en las aldeas rurales, tratando de mimetizarse en el entorno y de adoptar las formas de comportamiento locales. Inmediatamente después de esto, Kropotkin participó en el movimiento naródniki, similar en los propósitos al anterior, que sería eliminado por la policía en 1874 y que le llevaría a partir de entonces a padecer encarcelamientos y protagonizar fugas, exilios y escapatorias. Finalmente alcanzó universal reconocimiento como pensador y científico. Sus dos obras más importantes, La conquista del pan (1892) y El apoyo mutuo (1902), plantearon en origen al lector la posibilidad de crear sociedades más igualitarias, menos sujetas a los empeños de una minoría mediante el establecimiento de gobiernos sin Estado, tal y como él veía que se producían las interacciones naturalmente. Hoy, sin embargo, estos escritos son vistos más bien como un conjunto de interesantísimos planteamientos utópicos.

12 noviembre 2018

lunes, 10 de diciembre de 2018

¿Hombres blancos con chalecos amarillos?


Los conservadores de Les Républicains tardaron poco en sumarse al apoyo a los gilets jaunes ('chalecos amarillos'), al ver la envergadura del movimiento. A la izquierda, el Partido Socialista francés se encuentra dividido y Mélenchon y La France Insoumise, acusados de intentar recuperarlo pretenden alinearse con él, animando a las izquierdas a sumarse para superar la «ceguera» que supone no apoyarlo.

La noticia de las numerosas movilizaciones en Francia durante la última semana se ha extendido por Europa, especialmente después de los altercados del pasado sábado. Es difícil recordar protestas tan multitudinarias, continuadas en el tiempo y con tanta relevancia social en este país desde la nuit debout (movimiento de las plazas en Francia que nació a partir de la Loi Travail y que se comparó rápidamente con el 15-M español) o los disturbios de las Banlieues (iniciados en la periferia de París a causa de la muerte de dos jóvenes árabes que se extendieron por toda Francia y parte de Europa, siendo los enfrentamientos con la Policía y la quema de vehículos la expresión del descontento y la frustración de buena parte de la juventud que se sentía excluida). Pero si es difícil encontrar semejanzas entre los dos ejemplos citados, puede que sea más difícil todavía hacerlo con el movimiento de los ‘gilets jaunes’ ('chalecos amarillos').

También las organizaciones que se posicionan a la izquierda de Mélenchon y los sindicatos están desconcertados ante la relevancia de lo que está ocurriendo. Si el 16 de este mes todavía no sabían si convocar o no a la movilización, a lo largo de la semana las posiciones han ido cambiando; en algunos casos para acercarse (NPA, Lutte Ouvrière, PCF) y en otros para plantear una alternativa más verde con los ‘gilets verte’ ('chalecos verdes'), movimiento complementario y con mucho menor seguimiento que centra su protesta en la dimensión ecológica y proponen la mejora de las condiciones salariales, el transporte público y de las movilidades menos contaminantes.

Algo similar ha ocurrido con los sindicatos, con discursos contradictorios desde los diversos sectores de actividad, las direcciones y las bases sindicales. En el transcurso de uno de los conflictos laborales más importantes de los últimos años en Francia, el del sistema ferroviario de la SNCF, las centrales también se movieron en la incertidumbre con respecto a los gilets jaunes. Muchos de los movilizados en este conflicto se sentían cerca de aquéllos; como Fanny, de 31 años, militante de izquierdas con un fuerte discurso de clase y sindical, que en la concentración de Lyon del 17 decía que «mucha gente con la que hemos hablado de la SNCF nos ha dicho que irían a los bloqueos». Sin embargo, la dirección del sindicato CGT se ha movido entre declaraciones contradictorias, unas renegando del movimiento por sus vinculaciones con la extrema derecha y otras de otros dirigentes planteando que el sindicato debe sumarse porque tiene mucha aceptación entre la opinión pública. El sector de transportes de Force Ouvrière ha llamado directamente a sus afiliados y simpatizantes a participar en las protestas, lo contrario que CFDT Transports, el mayoritario en el sector.

El éxito de la convocatoria y su extensión temporal ha hecho que todos los actores políticos y sociales basculen sus posiciones con respecto a la movilización. El Gobierno y En Marche!, su partido, han combinado la contundencia con la matización. Macron les acusó de terrorismo social, pero gente de su partido ha pasado de una oposición frontal a comprender y tolerar sus demandas, aunque rechazando las formas. El propio presidente de la República, tras condenar los altercados violentos de la semana pasada, anunció una reunión para replantear el modelo francés de transición ecológica.

Los gilets jaunes nacieron con un objetivo claro: oponerse a la subida del precio de los carburantes. Se presentaron como un movimiento apolítico y enmarcaron su discurso en la pérdida de poder adquisitivo de las clases medias, centrando sus principales reivindicaciones y soluciones en el ámbito del consumo y pretendiendo, si no una bajada, al menos el mantenimiento de los precios de los carburantes. Este enfoque se nutre del ciudadanismo patriótico francés, cuya simbología (la bandera y el himno nacional) recuperaron, y en los primeros días de movilizaciones no hubo referencias al cambio climático o el ecologismo.

El crecimiento de los gilets jaunes ha tenido como consecuencia la apertura y matización de las posiciones, la incorporación del ecologismo y un mayor acento en los salarios que en la capacidad de compra. También ha hecho menos nítido el perfil de las personas movilizadas, y desde el sábado pasado se han sucedido agresiones racistas y homófobas y violencia contra personas que se quejaban por los bloqueos que han empañado su imagen. El contenido de sus discursos se ha vuelto más político, sumando a la protesta por la pérdida de poder adquisitivo la reivindicación de dimisión de Macron; siempre bajo un lema difuso («démocratie d’avenir», «una democracia de futuro»). Como señalaba en Lyon Edgar, de 42 años: «Cada día pagamos impuestos más altos por todo, así no se puede vivir (...) nos hemos dado cuenta de para quién gobierna Macron».

Justine, una militante de izquierdas de 69 años, ya jubilada, afirmaba: «Aquí hay de todo, gente como nosotros: trabajadores y autónomos y gente con pequeños negocios». Sin embargo, se ha convertido en habitual que militantes de izquierda (y Twitter) llame la atención sobre la presencia preponderante de hombres blancos y su utilización de mensajes racistas, contra los inmigrantes, anti-parlamentarios y contra «la gente que vive a costa del Estado». Como decía Justine: «He escuchado muchas tonterías racistas, pero yo no me he quedado callada».

Los discursos anti-élites, el empeoramiento de las condiciones de vida, el fuerte apego a lo nacional en la simbología y la presencia de discursos xenófobos y anti-inmigración pueden allanar el terreno a la extrema derecha, que desde un primer momento mostró su cercanía al movimiento. Buena parte de la literatura académica que ha investigado este tipo de populismo en Europa ha señalado estas condiciones como óptimas para su aparición y desarrollo. Sus líderes han mostrado su apoyo y hay una presencia frecuente de estética y simbología de extrema derecha en las movilizaciones. Le Pen ha mostrado su compromiso con los gilets jaunes, ha interpelado al Gobierno y ha aumentado el clima de tensión y crispación. Éste ha sido, precisamente, uno de los argumentos de éste para atacarlos y uno de los miedos de la izquierda.

Parece evidente que en Europa la movilización y la auto-organización ya no son terreno exclusivo de la izquierda, pero sería un error considerar a este movimiento como un artefacto de la extrema derecha. No obstante, también es evidente que ésta ha pretendido en los últimos años re-apropiarse de los repertorios de la movilización ciudadana en Europa para llenarlos de contenidos reaccionarios. De esta forma, aunque es difícil juzgar a un grupo de tal envergadura de forma conjunta y sin matices, es innegable que la oscura nube de la extrema derecha viene ensombreciéndolo desde el primer momento. Por este motivo, las diferentes izquierdas están intentando recuperarlo hacia posiciones más centradas en el aumento de los salarios y las condiciones laborales, en las mejoras de los transportes públicos (en pleno conflicto del SNCF) y en la crítica a las políticas neoliberales del Gobierno de Macron.

martes, 4 de diciembre de 2018

Lecciones griegas


Así se libraron del partido de extrema derecha en la isla de Creta

Profesores y activistas explican cómo expulsaron de la isla al partido xenófobo Amanecer Dorado. Creta se ha convertido en la primera gran región de Grecia sin presencia de la formación ultranacionalista.

Por JESSICA BATEMAN

La colada cuelga de los balcones de un modesto bloque de apartamentos en la calle Irodotou, en Heraclión, la capital de Creta. Fuera, los niños montan en bici y los mayores juegan a las cartas en una cafetería. Pero antes de mayo de este año, este edificio era diferente. Un cartel rezaba: «Amanecer Dorado, región de Heraclión». El partido griego ultranacionalista y de extrema derecha utilizaba esta calle como su sede local.

Fueron los profesores locales los que primero se dieron cuenta de su influencia. «Dos de mis estudiantes de 13 años tenían problemas familiares», recuerda Maria Oikonomaki, de 50 años. «Amanecer Dorado se acercó a ellos en cafeterías y en el gimnasio, presentándose ante ellos como familia y protectores. Les llevaban a tomar café y les daban clase de historia griega».

Entonces vino la violencia, incluido el apuñalamiento de dos trabajadores paquistaníes. «Pensé: Dios mío, ¿qué está pasando en este barrio?», recuerda Oikonomaki. A pesar de los ataques, Amanecer Dorado podría haber mantenido su posición en Heraclión —o haber echado raíces— si los residentes de la ciudad no hubiesen decidido defenderse.

Amanecer Dorado se formó en 1980 y se mantuvo como un partido marginal hasta la devastadora crisis financiera que empezó en 2009. Mientras la confianza en los principales partidos se debilitaba, la narrativa de Amanecer Dorado evocando el pasado de Grecia como una gran nación arruinada por la inmigración tocó la fibra sensible de algunos votantes desilusionados. Además de convertirse en el tercer mayor partido en el Parlamento de Grecia, también estableció un ala paramilitar callejera que atacaba regularmente a inmigrantes y opositores políticos.

«Como Amanecer Dorado es un movimiento de base, el apoyo local es fundamental para su éxito», sostiene Daphne Halikiopoulou, profesora asociada en la Universidad de Reading y experta en Amanecer Dorado. «Actuaba en zonas donde sabía que podía construir una buena presencia y expandió significativamente su organización», añadió.

La zona que eligió en la capital fue el suburbio oriental de Nea Alikarnassos. Un barrio obrero con una larga historia de inmigración desde Asia Menor y Europa del Este. Muchos de sus residentes estaban empleados en la construcción y perdieron su trabajo durante la crisis. Amanecer Dorado abrió aquí discretamente su oficina en 2011.

Inicialmente, el movimiento antifascista de Creta puso en marcha el contraataque. «Nuestra filosofía es no permitir a la extrema derecha ocupar el espacio público», señala Konstantinos (no es su nombre real), un militante antifascista de unos 20 años. «En países cálidos como Grecia, el espacio público es donde la clase obrera pasa su vida. Dondequiera que haya fascistas, también tienes que hacer sentir tu presencia.»

Así que cuando se enteraron de la nueva oficina, Konstantinos y otros activistas organizaron una asamblea vecinal. «Existía un consenso general en que la gente no quería a Amanecer Dorado en la zona, pero no vino una cantidad de personas suficiente en apoyo a la asamblea», afirma. «Nos dimos cuenta de que no podíamos tener una presencia continua en la zona. Intentamos mantenerles fichados, pero no podíamos hacer mucho más», añade.

En septiembre de 2012, todo cambió. En un crimen que impactó a todo el país, el destacado rapero antifascista Pavlos Fyssas fue asesinado bajo las órdenes de Amanecer Dorado. Estallaron grandes protestas y 69 miembros del partido, incluido su líder, Nikolaos Michaloliakos, y 18 diputados, fueron detenidos y acusados de dirigir una organización criminal. Su juicio sigue abierto.

Tomar las calles y hablar con la gente sobre fascismo

«Antes de esto, la gente no tenía esa actitud de miedo hacia Amanecer Dorado, simplemente creían que había que educarles», explica Haris Zafiropoulos, un activista de 27 años de Izquierda Nueva Actual, una coalición de grupos de izquierdas. 


Activistas como Zafiropoulos iniciaron una nueva estrategia: salir a la calle y participar en conversaciones cara a cara sobre el fascismo y por qué hay que combatirlo. «Todos los fines de semana íbamos al barrio y hablábamos con gente», señala Zafiropoulos. «Creta sufrió mucho de los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Pueblos enteros fueron incendiados. Intentamos recordar a la gente lo que ha pasado antes y lo que está pasando ahora», añade.

Mientras tanto, profesores en toda la isla se movilizaron para abordar la radicalización que estaba teniendo lugar en las escuelas. «La forma en que se movían los fascistas dentro de la comunidad de estudiantes era muy inteligente y a escondidas, al principio no nos dimos cuenta de lo que estaba ocurriendo», sostiene Fotis Bichakis, fundador de la Liga de Profesores Antifascistas de Creta. «Era fácil manipular a jóvenes estudiantes que se sentían frustrados».

Los profesores trabajaron juntos para preparar clases en las que se enseñase historia de una forma menos nacionalista y se explicasen y enfrentasen las ideologías fascistas. La primavera siguiente, 56 escuelas colaboraron en un festival antifascista.

«Celebramos la cultura de todos los grupos migrantes de la isla, compartiendo su música, tradiciones y las historias de cómo llegaron a Grecia», señala Bichakis, del que se ha convertido en un festival anual. «Adoptamos la filosofía de unir a toda la gente posible: padres, profesores y estudiantes. Intentamos hacer entender a Amanecer Dorado que sus ideas no tienen lugar en nuestra región. Y así fue como ganamos».

Los profesores optaron por no ver a los estudiantes ya captados por el partido como causas perdidas. «Siempre tuvimos fe en que podrían volver a los ideales democráticos», afirma Bichakis. «A medida que vieron a más de sus compañeros uniéndose al antifascismo, empezaron a cuestionarse si habían sido engañados», añade.

Oikonomaki cree que la estrategia frenó la radicalización de sus alumnos. «Teníamos estudiantes de Albania, Rumanía y Bulgaria», cuenta. «Yo les decía que Amanecer Dorado defiende que el resto de la gente es inferior a los griegos. ¿De verdad pensáis eso de vuestro amigo John del que os sentáis al lado todos los días?», les preguntaba.

Activistas militantes también tomaron la polémica decisión de enfrentarse violentamente al grupo. En abril de 2018, Konstantinos y en torno a otros 70 antifascistas organizaron un ataque nocturno contra la oficina de Heraclión. «Destrozamos todo lo que había de valor: los suelos, los techos, el aire acondicionado», asegura. «Creemos que eso fue para ellos la gota que colmó el vaso». De hecho, Amanecer Dorado hizo las maletas y se marchó dos semanas después.

No todo el mundo de la comunidad está de acuerdo con la violencia. «Es importante que no parezcamos dos lados de la misma moneda», cuenta Zafiropoulos.

Konstantinos, sin embargo, no está arrepentido. «¡Funcionó!», dice. «Puede que no seamos capaces de evitar que los miembros de Amanecer Dorado se conviertan en estrellas en los medios, pero podemos impedirles echar raíces en la sociedad griega. Creta es la primera gran región de Grecia en no tener presencia de Amanecer Dorado... Les hemos impedido tener un espacio para reproducirse», añade.

En el resto de Grecia, la extrema derecha parece estar en auge de nuevo. La disputa del país con Macedonia por su nombre ha llevado a un aumento del nacionalismo y se han producido ataques violentos contra políticos y solicitantes de asilo. Halikiopoulou cree que el activismo antifascista como el utilizado en Creta puede funcionar «a nivel local». «Pero la oposición no se puede ni debe confinar a la izquierda antifascista. Necesitamos algo a un nivel más organizado y popular», añade.

Oikonomaki tiene miedo de decir que la batalla ha terminado. «Podemos comunicar fácilmente qué era Amanecer Dorado y por qué era malo», señala. «Pero la crisis no ha acabado y la gente sigue queriendo culpar a alguien. El fascismo escondido es casi más peligroso».

3/12/2018

viernes, 30 de noviembre de 2018

La ideología del peronismo

    En su última visita a la Argentina Pablo Iglesias reivindicaba ¡las raíces peronistas de Podemos! El peronismo es algo confuso, tiene tanto elementos izquierdistas como derechistas, pero el militar que dio nombre a tal movimiento político siempre mantuvo simpatías con el fascismo (y el franquismo) y profesaba un ferviente anticomunismo. El filósofo anarquista Cappelletti ya nos hablaba de este engendro político-populista...


Pablo Iglesias junto a la expresidenta argentina
Cristina Fernández de Kirchner en su visita al país.

Por Ángel J. Cappelleti

El fenómeno del peronismo desconcierta al observador europeo y latinoamericano. El movimiento aparece como algo contradictorio y confuso, tanto en su desarrollo histórico como en su composición social. Cuando se trata de definir su ideología, la contradictoriedad y la confusión suelen alcanzar niveles apocalípticos, al menos en el periodismo y en el hombre de la calle. Se ha llegado a sostener que ideológicamente el peronismo no es nada, puesto que lo es todo o casi todo. Esta tesis, que no deja teoría del fin de las ideologías, se basa sin embargo principalmente en el equívoco generado por los siguientes hechos:

1. El movimiento peronista, cuyo policlasismo nadie niega, acogió en su seno individuos y grupos provenientes de los más dispares rumbos ideológicos (radicales, conservadores, demócratas-cristianos, nacionalistas de diversos matices, socialistas, comunistas, trotskistas, sindicalistas, anarquistas, etc.). Cada uno de ellos vio —o quiso ver— en Perón algo de sus propios orígenes, cada uno pretendió imprimir al peronismo, consciente o inconscientemente, el sello de su anterior modo de concebir la realidad social y política.

2. El propio Perón adoptó una actitud mimética y camaleónica —que formaba parte no sólo de su arsenal táctico y estratégico sino también de su propia ideología— gracias a la cual aparecía sucesiva y, a veces, simultáneamente representando posiciones o matices de pensamientos muy diferentes. A pesar de esto, un esfuerzo por detectar históricamente la esencia de la ideología peronista no tardará en revelarnos la existencia de un proyecto originario de Perón, que hicieron suyo sus colaboradores inmediatos y que, por debajo de otros múltiples proyectos y programas, surgidos como respuestas a las variables exigencias del devenir socio-económico y político, se mantiene constante.


Perón en su última visita a la España de Franco, 1973.

Por más importante que haya sido la voluntad de poder del propio Perón y las características de su personalidad en el surgimiento del peronismo, no puede negarse la existencia de ese proyecto original, que supone una verdadera definición ideológica. Si el peronismo se comprendiera simplemente a partir de un diagnóstico caracterológico de Juan Domingo Perón, quedarían sin dudas muchas cosas inexplicables y se plantearían más problemas de los que podrían así resolverse.

Tampoco basta con decir que «el peronismo es una respuesta política a las condiciones sociales y económicas imperantes en la Argentina de 1943», o que «fue una necesidad histórica cuya misión se cumplió al facilitar el acceso del proletariado a la escena política, como etapa preparatoria de una revolución profunda» (Carlos S. Fayt, La naturaleza del peronismo, Buenos Aires, 1967, pág. 16).

Se trata precisamente de averiguar qué clase de respuesta política fue, porque obviamente esas condiciones sociales y económicas podrían haberse enfrentado de otra manera (como, por ejemplo, a través de la socialdemocracia o del sindicalismo revolucionario, que tenían ya más de medio siglo de luchas en el escenario nacional).

Decir que su misión fue facilitar el acceso del proletariado a dicho escenario, como etapa previa a la revolución, es una contra-verdad casi perfecta, ya que el análisis del proyecto originario de Perón nos indica claramente, como veremos, que su misión fue facilitar el acceso del proletariado al escenario político nacional para que sirviera de comparsa brillante a los verdaderos héroes del drama: el Estado y las clases dominantes.

Juan Domingo Perón, como capitán, había formado parte del grupo de oficiales, mayoritariamente conservadores o filo-fascistas, que bajo el mando del general Uriburu planearon y ejecutaron el golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930, contra el presidente constitucional Yrigoyen. A principios de 1939 viajó a Italia, en misión de estudios, supuestamente militares, pero en realidad como observador político. Allí permaneció hasta fines del año siguiente.

A su educación militar, a su extracción social oligárquica (descendiente de estancieros), a sus previas simpatías por el autoritarismo y el conservadourismo, el triunfante fascismo italiano le dio una definición precisa. Perón fue gran admirador de Mussolini. Más de una vez declaró: «Me propongo imitar a Mussolini en todo, menos en sus errores». Su básico anticomunismo de militar terrateniente encontró en la doctrina fascista el único antídoto frente a la marea roja y el único preservativo contra la revolución. Sólo un Estado fuerte y totalitario, que estructure la sociedad jerárquicamente y se sitúe como árbitro supremo de todas las diferencias entre trabajadores y patronos, entre obreros y capitalistas, será capaz hoy —piensa Perón en 1940— de conservar los valores tradicionales, eternos y sacrosantos, de la propiedad privada, la familia patriarcal, el ejército guardián del orden y la moralidad, etc.
 
Celebración del 1º de Mayo en Buenos Aires, 1955.

«Ideológicamente condicionado a no ver otra disyuntiva que la de "Roma o Moscú" —fascismo o comunismo—, según el conocido lema mussoliniano, Perón consideraba inevitable que la caída de Roma sólo abriría caminos a la expansión soviética» (P. Giussani, Montoneros. La soberbia armada, Buenos Aires, 1984, pág. 169).

Por otra parte, Perón es un realista y un agudo observador del devenir político-militar. Al retornar a la Argentina sospecha ya que el Eje perderá la guerra y que el fascismo será mundialmente derrotado. Los dos o tres años siguientes confirman, hasta disipar toda duda, esta sospecha.

El fascismo clásico —el de Mussolini— no podrá ser implantado, pues, en ninguna parte, ni siquiera en la Argentina. Y, sin embargo, sin fascismo no hay solución alguna. Se trata, entonces, de disfrazarlo en la medida de lo posible y en la medida de lo necesario. El genio político de Perón consiste principalmente en esto: en haber hecho aceptable y, más aún, en haber logrado que una gran parte del pueblo argentino (y, particularmente, la clase obrera) abrazara con entusiasmo y fervor una ideología desprestigiada por la derrota, universalmente repudiada, deshonrada y vilipendiada por la historia.

Del fascismo conservó la ideología peronista o «justicialista» la idea del Estado, fuente de toda razón y justicia; la idea de la sociedad organizada corporativamente, esto es, por estamentos; el nacionalismo retórico; el anticapitalismo de oropel; la noción de las fuerzas armadas como corazón de la patria; la utilización de la Iglesia como freno de las rebeldías, y de la religión como opio del pueblo; la doctrina de la tercera posición, que no era otra cosa sino la pretensión de Hitler y Mussolini de tener una oposición opuesta igualmente al capitalismo y al comunismo, y en fin, también la propuesta de un socialismo-nacional que no era sino nacional-socialismo. El disfraz, confeccionado por el propio Perón, era sin embargo, genialmente sencillo. Consistía en sustituir la cachiporra y el aceite de ricino de los escuadristas del fascio por el pan dulce y la botella de sidra de los muchachos de la unidad básica; en cambiar el terror por la sonrisa bonachona, el «domicilio coatto» por las colonias de vacaciones, la exaltación del Imperio por la ley de jubilaciones. La comunidad organizada de la cual Perón hablaba no era sino la sociedad corporativa que Mussolini había ideado, el verticalismo justicialista se llamaba igual que el fascista, pero, valido de su astucia criolla, de sus mañas de militar campechano y querido de la tropa, de su familiaridad con actrices de medio pelo, el General supo hacerlos potables y aun apetecibles para la mayoría de los trabajadores argentinos. El peronismo se convirtió en un fascismo benevolente, populista, más corruptor que violento, pero, sin duda, no por eso menos repudiable.

Caracas, 1984.

Ensayos libertarios
Ed. Madre Tierra (1994)

Buenos Aires, Primero de Mayo de 1974.

martes, 20 de noviembre de 2018

Centenario de la Revolución alemana


Por SEBASTIAN HAFFNER

Sobre ningún otro acontecimiento histórico se ha mentido tanto como sobre la Revolución alemana de 1918. En particular, hay tres leyendas que han aguantado el paso de los años y que han resultado imposibles de erradicar.

La primera de ellas se divulgó sobre todo —e incluso continúa hoy en día— entre la burguesía alemana y sencillamente consiste en la negación de la revolución. Aún se sigue oyendo a menudo que en Alemania, en 1918, no hubo una auténtica revolución. Lo más que ocurrió fue un derrumbamiento. La fragilidad momentánea de las fuerzas del orden en el instante de la derrota permitió que un amotinamiento de marineros pareciese una revolución.

La ceguera y la falsedad de todo esto pueden verse a simple vista al comparar el año 1918 con 1945. Naturalmente, en este último año sí que se produjo únicamente un derrumbamiento.

Cierto es que en 1918 un motín de marineros le proporcionó a la revolución el empujón que necesitaba; pero le proporcionó sólo eso, el empujón. Lo extraordinario fue precisamente que un mero motín de marineros durante la primera semana de noviembre de 1918 desencadenase un terremoto que sacudió toda Alemania; que hizo que se levantara todo el ejército, toda la clase obrera urbana y en Baviera además una parte de la población rural. Pero este levantamiento ya no era un simple motín, era una auténtica revolución. Ya no se trataba únicamente de un acto de insubordinación, como sucedió durante los días 29 y 30 de octubre en la Flota de Alta Mar en Schillig-Reede. Ahora se trataba del derrocamiento de la clase dirigente y de la reforma del Estado. ¿Y qué es una revolución sino exactamente esto?

Como toda revolución, ésta también derrocó el viejo orden y dio los primero pasos para instaurar uno nuevo. No sólo fue destructiva, sino también creadora: su creación fueron los consejos de trabajadores y soldados. Que no todo sucediera sin obstáculos y ordenadamente, que el nuevo orden no funcionara enseguida tan perfectamente como el derrocado, que se cometieran actos desagradables y ridículos, ¿en qué revolución hubiese sido de otra forma? Y que naturalmente la revolución pusiese de manifiesto de pronto la debilidad y los errores del viejo orden y que su victoria se debiera en parte a esta debilidad, no es más que una obviedad. En ninguna otra revolución de la Historia ha ocurrido de otro modo.

Por el contrario, debemos reconocer incluso como una hazaña de la Revolución alemana de noviembre de 1918 la autodisciplina, la bondad y la humanidad con la que se llevó a cabo, más remarcable aún si se tiene en cuenta que fue casi en todas partes la obra espontánea de las masas sin liderazgo. El verdadero héroe de esta revolución fueron las masas, el espíritu de la época ha dejado constancia de ello: no es casual que los puntos culminantes en las obras de teatro y cine alemanes de esos años muestren magníficas escenas de masas (...)


Los ríos de sangre que se vertieron durante la primera mitad de 1919 para aplastar la revolución dan fe de que ésta no fue ni una quimera ni una ilusión, sino una realidad viva y sólida.

No hay duda alguna sobre quién sofocó la revolución: la dirección del SPD, Ebert y sus hombres. Tampoco existe ninguna duda de que los líderes del SPD, para poder derrotarla, se pusieron primero a su cabeza y luego la traicionaron. En palabras del incorruptible y lúcido testigo Ernst Troeltsch, «esta revolución que los dirigentes socialdemócratas no habían hecho y que para ellos era una especie de aborto, fue adoptada para no perder su influencia sobre las masas, como si se tratase de la adopción de un niño largamente deseado».

En este punto hay que ser preciso, cada palabra resulta crucial. Es cierto que los dirigentes del SPD no habían hecho ni habían deseado la revolución. Pero Troeltsch es inexacto cuando afirma que solamente la «adoptaron». La revolución no fue únicamente «adoptada», sino que realmente fue su propio hijo, su hijo largamente esperado. La habían estado predicando y prometiendo durante cincuenta años. Aunque ahora «este hijo largamente esperado» ya no era deseado, no dejaba de ser suyo. El SPD era y siguió siendo su madre natural; y cuando lo asesinó, cometió un infanticidio.

Como cualquier infanticida, el SPD intentó excusarse ante su actuación. Y éste es el origen de la segunda gran leyenda acerca de la Revolución alemana: que no se trataba de la revolución proclamada durante los últimos cincuenta años por los socialdemócratas, sino de una revolución bolchevique, un producto de importación rusa, y que el SPD había protegido y salvado a Alemania del «caos bolchevique» (...)

Esta leyenda, inventada por los socialdemócratas, siempre ha sido apoyada, voluntaria o involuntariamente, por los comunistas, ya que otorgan todo el mérito de la revolución al KPD o a su predecesor, la Liga Espartaquista, y se vanaglorian de él, lo que los socialdemócratas utilizan para justificarse a sí mismos y para acusar a la revolución: la Revolución de noviembre de 1918 fue una revolución comunista (o «bolchevique»).

Y a pesar de que socialdemócratas y comunistas coincidan excepcionalmente en este punto, sigue siendo una falsedad. La Revolución de 1918 no fue un producto de importación rusa, fue un producto genuinamente alemán; y tampoco fue una revolución comunista, sino socialdemócrata: la misma revolución que el SPD había proclamado y exigido durante cincuenta años, para la que había preparado a sus millones de seguidores y a la que había consagrado su existencia.

Este punto resulta fácil de demostrar. La revolución no la hizo la Liga Espartaquista, un grupo con escasa capacidad organizativa y con pocos seguidores, sino millones de trabajadores y soldados socialdemócratas. El gobierno exigido por estos millones de personas —tanto en enero de 1919 como antes en noviembre de 1918— no era ni espartaquista ni comunista, sino un gobierno del partido socialdemócrata reunificado*. La constitución que anhelaban no era la de una dictadura del proletariado, sino la de una democracia proletaria: el proletariado, y no la burguesía, quería ser a partir de ahora la clase dirigente, pero quería gobernar democráticamente, no de forma dictatorial. Las clases derrocadas y sus partidos podían expresar su opinión mediante el parlamentarismo, más o menos como habían podido expresar su opinión los socialdemócratas durante el Reich guillermino.

También los métodos de la revolución eran completamente distintos a los métodos bolcheviques o leninistas, tal vez en perjuicio propio. Si observamos con atención, no eran ni siquiera marxistas, sino lassallianos: la palanca de poder decisiva que asieron trabajadores, marineros y soldados revolucionarios no fue, como hubiera correspondido a las teorías marxistas, la propiedad de los medios de producción, sino el poder estatal (...)


Y estos dirigentes, después de que la revolución les entregara el poder estatal, utilizaron dicho poder para aplastarla sangrientamente: a su propia revolución, a la revolución anhelada durante tanto tiempo y que por fin se había hecho realidad. Apuntaron los cañones y las ametralladoras hacia sus propios seguidores. Ebert también intentó desde el principio lo que el káiser había intentado inútilmente: lanzar contra los trabajadores revolucionarios al ejército que volvía del frente. Y como tampoco lo consiguió, no dudó en dar un paso más, que consistió en armar y movilizar contra sus inocentes seguidores a los adeptos más extremistas de la violenta contrarrevolución, a los enemigos de la democracia burguesa, esto es, a sus propios enemigos, a los precursores del fascismo en Alemania.

Así fueron los hechos: lo que el SPD aplastó y, si se quiere, aquello de lo que «protegió» o «salvó» a Alemania no fue una revolución comunista, sino socialdemócrata. La revolución socialdemócrata que tuvo lugar en Alemania en 1918, tal y como deseaba receloso el príncipe Max de Baden la semana anterior al 9 de noviembre, se «ahogó»; y se ahogó en su propia sangre. Pero no la ahogaron ni el príncipe ni los soberanos derrocados por ella, sino sus propios líderes, aquellos a quienes la revolución plenamente confiada había subido al poder. Fue aplastada con la violencia más extrema, más despiadada, y no mediante una lucha leal, cara a cara, sino por la espalda, a traición.

Da igual de qué parte estemos, o si lamentamos o celebramos el resultado final: se trata de un acontecimiento que asegura una inmortalidad ignominiosa a los nombres de Ebert y Noske. Dos sentencias pronunciadas en aquel entonces, marcadas por la muerte de los que las pronunciaron, siguen resonando a pesar del paso de las décadas: el veterano miembro del SPD e histórico del partido Franz Mehring dijo en enero de 1919, poco antes de morir con el corazón roto: «Ningún gobierno ha caído tan bajo»; y Gustav Landauer, antes de morir a manos —o más bien bajo las botas— de los Freikorps de Noske, escribió: «No conozco en todo el reino de la naturaleza a una criatura más repugnante que el partido socialdemócrata».

(2005)


    * Durante la guerra el partido se dividió entre los que la apoyaban, el SPD, y los que se oponían, el USPD (Nota de EL AULLIDO).

viernes, 16 de noviembre de 2018

Manifiesto por la desaparición del Valle de los Caídos


La CNT hace un llamamiento a todas las organizaciones sindicales, sociales y políticas a participar en una marcha al Valle de los Caídos el sábado 20 de abril de 2019.

En el 2019 se cumplen 60 años de su construcción. Un monumento que es lugar de peregrinación fascista y culto al bando franquista.

El Valle de los Caídos fue construido entre 1940 y 1958 durante el franquismo como homenaje a los caídos en guerra del bando franquista y exaltación del Régimen. Un monumento que construyeron prisioneros antifranquistas. En él se encuentran enterrados 33.833 cuerpos de ambos bandos, aunque sabemos que la cifra oficial se queda corta.

En este «monumento»también están enterrados José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, organización fascista que tuvo a su cargo la represión sistemática contra personas pertenecientes a organizaciones sindicales, partidos de izquierdas y sus familiares, represión ampliada a las tropas sublevadas y a sus colaboradores, civiles y eclesiásticos. Y Francisco Franco, militar golpista, jefe supremo del bando sublevado y dictador durante cuatro eternas décadas.

Es inconcebible que en un país que se llama a sí mismo democrático se permita todavía rendir culto a los que acabaron con los derechos y libertades conseguidos a fuerza de años y años de lucha. Todavía más inconcebible resulta que se esté negociando con la familia del dictador el traslado de sus restos a conveniencia de esa familia que amasó su fortuna gracias al expolio y el robo durante más de 40 años de dictadura y que sigue gozando de prebendas y privilegios inimaginables en un lugar civilizado. Proponemos la solución tomada por Alemania en el caso de otros reconocidos fascistas, tirar sus cenizas en algún lugar ignoto.

Y la Iglesia, colaboradora necesaria, según la ONU, en el exterminio efectuado por el Régimen, deja claro quien es, con su invitación a servir de lugar de enterramiento al dictador en la Catedral de la Almudena. Era de esperar.

El Valle de los Caídos representa la ignominia para las personas que murieron luchando contra el fascismo o fueron asesinadas durante la guerra y la dictadura. Una guerra que tuvo consecuencias terribles para la población civil. Más de 500.000 muertes entre víctimas civiles y combatientes, 450.000 personas obligadas a exiliarse, y miles de ellas fueron deportadas a campos de concentración y de exterminio bajo el dominio de la Alemania nazi, cientos de miles de represaliados/as durante el franquismo (España es, ACTUALMENTE; el segundo país del mundo con mayor número de desapariciones forzadas), mujeres rapadas y violadas, dejadas sin posibilidad de subsistencia, miles de bebes robados a sus madres, práctica que continuó bien entrada la democracia y tantas otras formas de humillación y destrucción de los vencidos.

Todas esas víctimas, mujeres, hombres, niñas y niños, tienen nombres y apellidos y merecen ser recordadas. Sus familias merecen ser escuchadas y disponer de un lugar digno donde llorar a sus familiares. Y sus verdugos han de ser juzgados y condenados al lugar de la historia que se merecen y fuera de un lugar donde se exaltan su memoria y sus crímenes.

Por todo ello, la Confederación Nacional del Trabajo exige :

-La retirada de los cuerpos de José Antonio Primo de Rivera y de Francisco Franco Bahamonde.

-La expulsión, previa auditoria de cuentas y bienes, de los monjes benedictinos. Y que el Estado deje de financiarlos, ni allí ni en otro lugar.

-La transformación del Valle en un lugar de memoria y recuerdo a las víctimas del franquismo, donde desparezca toda simbología franquista, y sobre todo, la cruz.

-Recuperar el verdadero término por el cual se conoce este entorno natural, «Cuelgamuros».

-Una condena pública y con consecuencias por parte del Estado español y todas las instituciones y organizaciones que son parte del mismo del golpe de estado de 1936 y del régimen franquista.

-La entrega al Estado, y al pueblo en general, de la documentación sobre las personas enterradas en el Valle, actualmente en poder del abad del monasterio, que la trata como pertenencia personal e ideológica.

-Que se exhumen los restos de las víctimas que, incluso después de muertas, fueron tratadas como vencidas y enterradas con su verdugo.

-Que la exhumación se haga llevando a cabo pruebas de ADN para la posterior judicialización de los asesinatos.

-La derogación de la Ley de Amnistía de 1977.

-Que todo este proceso sea acompañado por personas de la ONU expertas en genocidio y desapariciones forzosas.

Tras más de cuarenta años de pretendida democracia y dejadez política, leyes por la memoria histórica hechas a medias y homenajes a franquistas permitidos y muchas veces fomentados por parte de las instituciones del Estado, es hora de trabajar todas las organizaciones conjuntamente con el fin de convertir el mausoleo franquista en un lugar de memoria de todas las víctimas del genocidio franquista.

La batalla de la memoria contra el olvido es fundamental entre todas las que se están librando en favor de los derechos y libertades. De nosotros/as depende que el franquismo gane o pierda esta batalla. Nuestros familiares, y para la CNT todos los compañeros y compañeras muertos y represaliados lo son, como defendimos ante la ONU, merecen y deben ser recordados. Rehabilitar nuestro pasado también es dignificar su lucha y la nuestra.

Memoria, Dignidad y Lucha