viernes, 31 de diciembre de 2021

¡Anarquistas contra la Libertad!

Por PAUL CUDENEC

Varias críticas bastante extrañas me han llegado durante las últimas semanas. Por el momento me voy a referir solo a una de ellos, la que me parece la más importante.

Siempre tuve la grata impresión de que la Libertad era una piedra angular intocable de la cosmovisión anarquista. ¡La palabra ciertamente aparece mucho en la literatura y la cultura anarquista! Sin embargo, resulta que a veces la Libertad no es nada bueno, según algunos camaradas con los que he estado intercambiando puntos de vista. Su problema era el concepto de libertad individual, que incluso insistieron en escribir entre comillas para dejar bastante claro su disgusto por el término.

La primera objeción que se les ocurrió fue que la libertad individual era parte del lenguaje de Donald Trump y de los 'libertarianos' armados en los Estados Unidos. Esto significaba, según la habitual antilógica que se ha puesto de moda, que cualquiera que creyera en la libertad individual estaba, por tanto, peligrosamente contaminado con las ideologías de la derecha capitalista estadounidense. Dejando a un lado este absurdo, hay un tema importante que acecha aquí, ya que es cierto que los capitalistas invocan la libertad individual en defensa de su mundo de explotación y desigualdad.

El concepto anarquista de Libertad implica necesariamente también un aspecto colectivo, reconociendo que la libertad del individuo depende de la libertad de la sociedad de la que forma parte. También está la cuestión de la responsabilidad, en el sentido de que los anarquistas no esperan que los individuos busquen su libertad a expensas de los demás, sino que tengan en cuenta su responsabilidad hacia lo que les rodea.

Como ha dicho un escritor anarquista: «La libertad real y la responsabilidad real están tan entrelazadas y son tan interdependientes en su significado que son casi inseparables». El hecho de que ese anarquista fuera yo (en mi libro Forms of Freedom de 2015) debería insinuar fuertemente que, de hecho, no estoy defendiendo el tipo de libertad del «yo primero» promocionado por los libertarianos capitalistas.

Pero esto es lo que aparentemente les pareció a mis críticos, simplemente debido a mi oposición al estado policial surgido del confinamiento global de nuestras libertades básicas impuesto a raíz del pánico generado por el coronavirus. Desde su punto de vista, es irresponsable quejarse de la pérdida de la libertad individual (perdón, «libertad individual») cuando estaba en juego el bien común de la comunidad, en este caso la necesidad de protegernos a nosotros mismos y a los demás del contagio.

No estoy de acuerdo con esto en dos niveles.

1: En el contexto específico de lo que está sucediendo hoy, no acepto que el virus sea una amenaza que justifique el despliegue actual de la represión autoritaria contra nuestras vidas, como ya he dicho. Por lo tanto, la libertad del individuo no está subordinada a una responsabilidad social basada en aceptar lo que es de hecho una sociedad sometida a una ley marcial. Además, debido a se ha exagerado masivamente la peligrosidad del virus como justificación de un acaparamiento totalitario-financiero del poder y la riqueza, la verdadera responsabilidad social está en la dirección opuesta.

Desde mi punto de vista, la libertad del individuo de buscar una vida tranquila simplemente de acuerdo con todo esto, manteniendo la cabeza agachada, queda anulada su responsabilidad de denunciar, desafiar la propaganda, y alertar a la sociedad a lo que está sucediendo e instar a la gente a resistir. Obviamente, desde los puntos de vista de mis críticos, este no es un argumento válido, porque parten del supuesto de que el virus es tan real y tan mortal como nos han dicho constantemente las autoridades y sus medios de comunicación.

Esto, en sí mismo, es profundamente problemático. ¿Qué pasó con eso de «cuestionarlo todo»? No es posible construir una crítica de la opresión sin estar preparado para desafiar las justificaciones utilizadas para justificar esa opresión. El argumento anarquista sobre la responsabilidad colectiva, si se trasplanta al suelo del engaño, crece al revés. La lógica que debería exigir que las personas actúen por el bien común se invierte y, en cambio, sirve para condenar a quienes actúan por el bien común y tratan de exponer el fraude.

2: El segundo nivel de mi desacuerdo con estos críticos se refiere a su interpretación ideológica de la responsabilidad y la libertad. Aquí, me parece que su pensamiento se aleja mucho de la perspectiva anarquista. De hecho, me ocupé de todo esto en Forms of Freedom. Ahora está disponible como pdf gratuito en la web de Winter Oak (al igual que los demás libros que he escrito) y para comprender mi posición con más profundidad, recomiendo echar un vistazo.

Este pasaje sobre la responsabilidad es particularmente relevante:

«Parte de la confusión que rodea al término responsabilidad surge de la manera en que se abusa de él para satisfacer ciertos propósitos. A menudo se confunde con la idea de conformidad u obediencia, no a los intereses de la colectividad, sino algo que se hace pasar por representante de esos intereses.»

Con esto me refería al Estado, por supuesto, como seguí explicando: la entidad que le dice a la gente que su responsabilidad de obedecer órdenes es más importante que su libertad individual. Como señalé en el libro, esta responsabilidad de obedecer la ley nunca se imagina que pueda surgir del juicio de un individuo, por los que se percibe como irresponsabilidad el 'tomar la ley en sus propias manos', sino que se considera necesaria en interés de un colectivo, claramente definido desde arriba en lugar de desde abajo.

Que esa ley sea buena o mala es irrelevante: «Lo importante es que la responsabilidad en cuestión se ve como algo que debe aceptarse independientemente de la libre conciencia de uno, y no como resultado de ella».

«Aquí hay un conflicto importante entre la responsabilidad falsa y la real, entre la responsabilidad impuesta y la libre, entre la responsabilidad dictada desde el exterior y la responsabilidad asumida desde el interior del individuo. En definitiva, quienes proponen una responsabilidad impuesta lo hacen porque temen la responsabilidad real que surge de dentro.

»Se puede invocar una responsabilidad impuesta para exigir obediencia a reglas arbitrarias construidas para defender los intereses egoístas de una minoría que mantiene el control de la riqueza robada mediante la violencia de la autoridad en todas sus formas. Una responsabilidad real bien podría llevar a individuos o comunidades a desafiar esas reglas arbitrarias y la falsa moralidad construida en torno a ellas.»

Quien defiende un deber de responsabilidad colectiva que implica la supresión de la libertad individual no está invocando una responsabilidad real, sino la impuesta.

«El individuo es parte de la colectividad y la colectividad está formada por individuos. Son el mismo ser vivo con los mismos intereses en el fondo

La libertad y la responsabilidad son dos aspectos de una misma cosa y también lo son el individuo y la colectividad. La colectividad necesita que los individuos sean libres, porque sin esa libertad el organismo social estaría muerto.

«Es importante para la colectividad que los individuos sean libres de vivir de acuerdo con las demandas más sutiles de su forma de ser, porque solo así la colectividad también puede vivir de acuerdo con las demandas más sutiles de su forma de ser.

»Una colectividad no puede ser libre a menos que los individuos que la integran sean todos libres. Un individuo no puede ser libre si no vive en una colectividad que es libre, es decir, en la que todos los individuos son libres.»

Dar la espalda a la relación simbiótica entre los intereses individuales y colectivos es darle la espalda al anarquismo. Se trata, de hecho, de adoptar una forma de pensar compartida por el liberalismo y el fascismo, que no son en absoluto los polos opuestos que podrían parecer, como explica este artículo.

Ambos sistemas de control (el primero más sutil que el segundo) se basan en mentiras. Retuercen la verdad, incluso invierten el significado de las palabras para imponer sus propios objetivos, como George Orwell nos mostró tan perfectamente en 1984.

Tanto el liberalismo como el fascismo utilizan un lenguaje que sugiere la plena participación de la población en el funcionamiento de la sociedad, que incluso parece implicar una especie de simbiosis como la antes mencionada. Los liberales etiquetan esta participación como «democracia» y, al menos hasta ahora, se han esforzado mucho para mantener esta ilusión, que es la principal justificación de la legitimidad de su sistema. Pero es solo una farsa, por supuesto. Siempre lo ha sido. El juego está manipulado de muchas maneras y en muchos niveles.

A los fascistas no les gusta el término «democracia» y prefieren hablar de «nación», que supuestamente es la incorporación de los intereses colectivos del pueblo. A veces incluso han robado el lenguaje del organismo social para dar la impresión de que hay algo natural en su sistema. Pero el organismo social, para los fascistas, nunca puede ser una entidad viva de individuos libres que actúen según sus propias conciencias, como lo es para los anarquistas. Su organismo imaginado es más como un robot, bajo el control total del Estado fascista.

La realidad detrás de la falsa democracia de los liberales y el falso organismo de los fascistas es la misma: una élite gobernante que solo pretende actuar en interés de todos. El desprecio por las «masas», por la «turba», por la «gran masa de guarros», el «infrahombre» es compartido por ambos sistemas porque son elitistas y autoritarios. Son sistemas que imponen el control de la clase dominante sobre el pueblo.

Desde la perspectiva de la clase dominante, la idea de que podríamos dirigir nuestras propias vidas y nuestras propias sociedades sin sus estructuras de control es peligrosa. Por eso hablan con miedo de «caer en la anarquía». Su peor pesadilla es que sus esclavos puedan liberarse. Es por eso que a menudo describen la naturaleza humana como egoísta, codiciosa y violenta, por lo que necesitan la mano firme del Estado liberal/fascista para mantenerla bajo control.

Es por eso que a veces prefieren decir que no existe la naturaleza humana en absoluto, rechazando así la idea anarquista empoderadora de que todos nacemos con la capacidad o tendencia natural de vivir de manera cooperativa y más o menos armoniosa.

Un pilar básico del liberalismo/fascismo es que no se puede confiar en nosotros para tomar nuestras propias decisiones, que básicamente somos unos irresponsables y que necesitamos el control y la «protección» de nuestros sabios y benevolentes líderes. Para mantenernos a salvo. De nosotros mismos.

Entonces, ¿por qué actualmente esta libertad viva surgida de la simbiosis individual-colectiva no es aceptada por todos los anarquistas? ¿Por qué vomitan la mentira liberal/fascista de que la libertad individual y el bien colectivo son incompatibles?

El problema, para mí, es que demasiados anarquistas están hoy completamente atrapados en lo que llamé «la restricción de pensamiento inherente del sistema dominante». Este asfixiante nuevo pensamiento contemporáneo niega por completo la sabiduría humana atemporal de la que surgió la filosofía anarquista. Es una forma de pensar que ve a los seres humanos como máquinas programables y maleables. La artificialidad triunfa sobre la autenticidad. Cualquier charla sobre el organismo social se considera reaccionario o próximo al fascismo (una inversión típica, como se señaló anteriormente; consulte también este artículo).

La noción de esencia se descarta de plano, la idea de lo innato puede provocar ataques de pánico, el significado se considera sin sentido, lo natural es algo reaccionario, la ética una construcción artificial, la calidad se considera una ilusión. No hay verdad ni realidad. Dos más dos pueden ser cinco si se adapta a la ideología basada en mentiras («liedology», «mentirología»).

Como escribí, «cualquier forma de pensar fuera de este marco cada vez más estrecho se vuelve imposible en un clima intelectual post-natural, post-humano, post-auténtico que efectivamente constituye una completa parálisis de la mente humana colectiva».

El nuevo pensamiento contemporáneo es binario, unidimensional. No comprende el pensamiento multidimensional y no puede abrazar la paradoja creativa. Solo puede ver la libertad individual y la responsabilidad colectiva como opuestos. Es incapaz de escuchar siquiera, y mucho menos comprender, argumentos del viejo pensamiento que se elevan por encima de sus dogmas vacíos y planos.

En resumen, se está atribuyendo la etiqueta anarquista, y una especie de parodia superficial de la ideología anarquista, a algo que no es anarquismo en absoluto. Este pensamiento pseudoanarquista no ha surgido de la filosofía anarquista y, por lo tanto, nunca puede ser otra cosa que una mala copia del anarquismo, un anarquismo zombi que parece real pero que carece de alma anarquista.

Este falso anarquismo es el enemigo jurado del verdadero anarquismo. Al robar el cuerpo del anarquismo, destierra el anarquismo real del mundo. Siempre que surge el anarquismo real, este anarquismo zombi lo señala con el dedo acusador y lo declara peligroso. Esto es antianarquismo, anarquismo al revés, anarquismo invertido.

He estado hablando de todo esto durante años. A veces me he preguntado si es tan importante como todo eso, si no podría simplemente aceptar algunas diferencias filosóficas con camaradas en aras de trabajar y hacer campaña juntos. Pero ahora que los anarquistas se están enfadando conmigo por creer en la libertad, puedo ver muy claramente aquello que me preocupaba todo el tiempo.

26 abril 2020

(Artículo traducido desde AMOR Y RABIA) 

jueves, 23 de diciembre de 2021

¿Es realmente nueva la 'nueva' normalidad?

 

JUAN DIEGO ARETA HIGUERA

Hace poco más de un año escribí, como desahogo, unas palabras que pretendían alertar sobre algunos peligros que observaba entonces en relación al afrontamiento de la pandemia. Básicamente animaba a volver a la serenidad, al debate racional y a evitar convertir la ciencia en religión. Creo que es obvio mi fracaso pero, al menos, el poema de Niemöller no se me podrá aplicar a mí. Con ese pírrico triunfo hube —y habré— de conformarme.

Tras aquello, me propuse no volver a manifestarme públicamente por varios motivos: mi aversión a los focos, la autoconciencia de mi irrelevancia y, especialmente, la evitación de los problemas que me puede traer significarme (uso esta palabra, «significarme», con pleno conocimiento de las connotaciones que tiene en España y teniendo presentes las que tiene la etiqueta «negacionista»).

Habrá quien opine que exagero, que la libertad de expresión no se ha mermado y que el debate sigue siendo abierto. A quien eso piense, le pido que recuerde los ataques y censuras sufridos por quienes han manifestado dudas u oposición a ciertos aspectos de la gestión de la pandemia (John Ioannidis, Martin Kulldorff, Peter Doshi, Juan Gérvas…).

Así, en este último año sólo me he expresado abiertamente en pequeños grupos de confianza o, en ocasiones, parapetado tras un cobarde anonimato. Y así pretendía seguir, pero ciertas noticias publicadas en los últimos días me han removido de tal manera que, desde mi humilde posición, me veo en conciencia obligado a escribir estas palabras. Me refiero a las siguientes: «PAÍS VASCO EXIGIRÁ CERTIFICADO COVID PARA ENTRAR A BARES Y RESTAURANTES»; «ALEMANIA SE PREPARA PARA CONFINAR A LOS NO VACUNADOS»; «AUSTRIA APLICA DESDE HOY EL CONFINAMIENTO PARCIAL PARA LOS NO VACUNADOS». Son noticias que, como digo, me provocan un impacto profundo y me hacen preguntarme hacia dónde vamos.

La limitación de derechos fundamentales es algo gravísimo que, en algún caso extremo de aplicación, debería fundamentarse de una manera muy potente en base a la evitación de un riesgo grave. ¿Es el caso de estas medidas?

Tenemos unas vacunas contra la Covid-19 de las que, entre otras cosas, sabemos que protegen (durante unos meses) a la persona vacunada de desarrollar síntomas graves de Covid-19, pero que no evitan que el vacunado pueda portar el virus y transmitirlo. Así, si en un mismo espacio encontramos personas vacunadas y no vacunadas, son estas últimas las que asumirán el mayor riesgo. Entonces, ¿qué sentido «científico» tiene limitar los derechos de los no vacunados?

Querría convencerme de que el autoritarismo sanitario enloquecido que padecemos tendrá aquí su límite, que no aceptaremos está aberración ética sin siquiera base científica. Pero no lo consigo, y me resulta alarmante la prácticamente nula reacción que se percibe entre la población, que incluso parece apoyar este tipo de medidas autoritarias.

Y así, sin reponerme de la desazón y la sorpresa, acabo encontrando similitudes entre nuestro tiempo y el desarrollo de los totalitarismos durante el primer tercio del siglo XX. Es común considerar que el nazismo (y otros totalitarismos) son aberraciones históricas imposibles de repetirse. A menudo no podemos concebir cómo las personas de la época pudieron permitirlo. Pero ya nos enseñó Hannah Arendt que los nazis no eran en su mayoría monstruos, aunque nos guste creer que sí; que cualquiera de nosotros, en circunstancias parecidas, hubiéramos podido hacer lo mismo.

En aquella época, el racismo y la eugenesia no eran ideologías bárbaras. No. Eran teorías basadas en la ciencia que calaron profundamente en el ámbito académico y también en el político-social. Y que (esto es vital) eran apoyadas y aplicadas por personas que no querían hacer el mal, sino que estaban plenamente convencidas de hacer el bien.

Así, en Alemania había unos «certificados arios» que habilitaban para ser ciudadano de pleno derecho. Insisto: esta y otras medidas se fundamentaban recurriendo a teorías científicas respetadas por muchos en la época. Pero las consecuencias fueron las que fueron.

Este detalle histórico nos recuerda que lo que caracteriza a la ciencia —o lo que debería caracterizarla— no son la certeza y el dogma, sino la permanente duda y puesta en cuestión de lo que creemos saber. Además, nos hace ver que el totalitarismo no llega de golpe ni necesariamente con malas intenciones, que son pequeños cambios «sin importancia» los que van haciéndonos avanzar por ese camino de forma a veces casi imperceptible.

Y yo pregunto: ¿no guardan cierto parecido las medidas que se anuncian últimamente en las noticias con el certificado ario? Respondería que sí, pero no me atrevo. Me doy cuenta de que tal vez soy un alarmista incorregible... Sí, ahora que lo pienso, lo soy. Es evidente aprendemos de la Historia, que hemos recobrado la serenidad y la razón, que el otro no es visto como riesgo y amenaza sino como semejante, que no hemos olvidado aquello que tanto nos costó aprender: que los Derechos Humanos no son un fin al que llegar, sino un principio del que partir.

LAVOZ DEL SUR
22 noviembre 2021

miércoles, 22 de diciembre de 2021

Comunicado de CGT-Valencia sobre las XXIII Jornadas Libertarias

Desde la Federación Local de CGT-Valencia queremos manifestar nuestra repulsa al uso maniqueo que desde las redes sociales se está haciendo con algunos de los extractos de una de las intervenciones de los 5 días de las XXIII Jornadas Libertàrias «Futurs Possibles vs. Utopíes emmodassades».

El objetivo de las jornadas fue el de escuchar, debatir sobre temas tan importantes como la Ley de Seguridad Ciudadana, la Ley de Seguridad Nacional, la manipulación de la prensa y el resto de medios de comunicación, el concepto de 'Hiperstición' y la configuración de la realidad, las alternativas de convivencia a los modelos actuales, la precariedad del tercer sector y las prácicas de apoyo mutuo y la lucha sindical, la recuperación de la memoria histórica y las iniciativas para mantener y difundir la tradición anarcosindicalista.

Dicho esto, es obvio que cada ponente es responsable de sus opiniones, es obvio que las Jornadas son un espacio para dar voz a otras opiniones, es obvio que es un espacio para el debate, para disentir y pensar. Por tanto, los extractos difundidos no representan ni el conjunto de la charla ni de las jornadas de la CGT.

Os invitamos a venir, a opinar y a disentir, a ejercitar el pensamiento crítico pero desde el tú a tú, no desde el anonimato y la manipulación, y por supuesto os esperamos en las calles que es donde todas hacemos falta.

SALUD Y ACIERTO

miércoles, 8 de diciembre de 2021

Políticas de exacerbación del miedo y censura en la gestión del Covid

La concentración de poder económico y mediático hace aún más apremiante la necesidad de que surjan voces que exijan con firmeza el debate público. Un debate abierto y libre con perfiles no solamente científicos, sino económicos, políticos, filosóficos y éticos.

Por ÁNGELES MAESTRO

A medida que pasa el tiempo, el necesario análisis retrospectivo de las políticas gubernamentales y de los grandes medios de comunicación va desvelando hechos que difícilmente se corresponden con objetivos de protección de la salud de las poblaciones frente a la nueva pandemia.

Los interrogantes son muchos y como veremos, salvo algunas excepciones, las líneas generales aplicadas por los gobiernos y las corporaciones mediáticas «occidentales» (leáse la Unión Europea y Estados Unidos) no difieren en lo sustancial.

1. Miedo, confusión e impotencia

La militarización del miedo, ante la irrupción de la crisis sanitaria, con la esperpéntica presencia de uniformados del Ejército, la Policía y la Guardia Civil en las ruedas de prensa para informar del Covid y la represión, a veces brutal, en las calles, se aderezó con las terribles imágenes de personas ancianas muertas en situación de total abandono, previa denegación de asistencia en la sanidad pública. Mientras tanto, los hospitales privados exhibían una situación de insultante normalidad y en ellos ingresaban personajes públicos y personas adineradas de todas las edades. Las denuncias presentadas por familiares de personas muertas por «homicidio imprudente, omisión del deber de socorro y denegación de asistencia médica», han sido archivadas por la Fiscalía.

El resultado fue la creación de una sensación de catástrofe y de riesgo de muerte general para una enfermedad con una tasa global de letalidad de 0,8% [1].

2. La autorización condicional de las vacunas para una situación de emergencia y la «inexistencia» de alternativas terapéuticas.

Con el escenario del miedo bien instalado, se impone la vacuna como única solución.

La relación entre los gobiernos de la UE y de Estados Unidos con las multinacionales farmacéuticas en relación con las circunstancias de autorización de las vacunas ha sido recientemente tratado por mí en el artículo: «La Covid, los gobiernos de la UE y las multinacionales farmacéuticas».

La culminación del proceso para la autorización de emergencia (en Estados Unidos) y condicional (en la UE) requirió de dos condiciones interconectadas: convencer a la opinión pública de que no existía tratamiento alternativo y la neutralización de la creciente información que contradecía el discurso oficial.

Uno de los cuatro criterios establecidos por la Food and Drug Administration (FDA) para autorizar el uso de emergencia de un medicamento es la «inexistencia de alternativa adecuada, aprobada, disponible».

El primer objetivo, pues, era situar la vacuna como única posibilidad terapéutica, desacreditando otras medicamentos, que sin constituir la panacea —eso en medicina no existe— estaban demostrando ser relativamente eficaces en tratamientos extrahospitalarios.

A pesar de que 56 países [2] adoptaron el tratamiento ambulatorio precoz para casos de Covid con medicamentos poco costosos, bien conocidos —la hidroxicloroquina (HQC) y la ivermectina forman parte de la lista de medicamentos esenciales de la OMS—, y con una eficacia relativamente alta, no sólo fueron denigrados o minusvalorados por los grandes medios de comunicación, sino que en EEUU llegó a prohibirse en las farmacias su dispensación para el tratamiento del Covid.

Uno de los escándalos editoriales más ilustrativos es el que tuvo lugar en la prestigiosa revista The Lancet, con la publicación el 22 de mayo de 2020 de un estudio en el que se revelaba el «peligro de muerte cardíaca» ocasionado por la HCQ en el tratamiento de la Covid. Esta publicación, ampliamente difundida en todo el mundo, llevó a la inmediata suspensión de ensayos clínicos con HCQ. El 4 de junio, The Lancet se retractaba. Tres de los cuatro firmantes del artículo se retractaron y dos de ellos reconocieron tener conflicto de intereses con la multinacional Gilead que promovía el Redemsvir, también para el tratamiento del Covid. El artículo se retiró pero el daño ya estaba hecho. Durante una reunión de expertos a puerta cerrada filtrada el 24 de mayo de 2020 en Francia, los editores de The Lancet y New England Journal of Medicine (NEJM) explicaron cómo los actores farmacéuticos económicamente poderosos estaban corrompiendo «criminalmente» la ciencia médica para promover sus intereses [3].

Ha habido que esperar hasta hace pocos días para que la OMS anuncie la puesta en marcha del ensayo llamado «Solidarity» para estudiar el tratamiento del Covid con varios de ellos, entre ellos la hidroxicloroquina, tras haber suspendido el ensayo correspondiente en mayo de 2020, «por precaución».

El desprestigio de cualquier otro tratamiento, incluida la administración de suero hiperinmune procedente de pacientes que superaron el Covid, y de los profesionales que los utilizaban, como veremos, abría la puerta —en un escenario de terror e inseguridad generalizados— a las vacunas como solución definitiva.

3. La eliminación de información que cuestiona el discurso oficial

Poco tiempo después de surgir la pandemia, empezaron a aparecer enlaces en los navegadores de internet a noticias no buscadas, precisamente cuando se trataba de encontrar opiniones de expertos que podían cuestionar el discurso dominante. En estos enlaces se califica como fake la noticia requerida y dirigían hacia informaciones oficiales. Desde hace algunos meses, para los buscadores en lengua castellana, el procedimiento se ha sofisticado. Páginas como newtral.es o maldita.es, actuando a la velocidad del rayo, califican como falsa toda información emitida por científicos de cualquier parte del mundo que cuestionen la versión imperante. Puede decirse que la rapidez a la que actúan es directamente proporcional a la categoría profesional del investigador emisor de la información.

Pero Spain no es diferente. Se trata de una estrategia general centralizada en la Trusted News Initiative-Iniciativa de Noticias de Confianza (TNI), puesta en marcha y liderada por la BBC. La TNI se crea en 2019, pero adquiere un enorme impulso dos semanas después de que la OMS declare la situación de pandemia por Covid, asumiendo como objetivo «combatir la desinformación dañina sobre vacunas» al tiempo que «anuncia un importante proyecto de investigación».

Los miembros de la TNI [4] se alertan inmediatamente de la presencia de contenido inadecuado, el cual «se revisará con prontitud para garantizar que no se vuelva a publicar la desinformación». Es decir, se eliminará.

Estas empresas son las que en cada país buscan los socios más adecuados. En el Estado español, Newtral y Maldita actúan en colaboración con Facebook/ Whatsapp y Google/Youtube. La empresa Newtral, de la periodista Ana Pastor, declara un capital social inicial, en octubre de 2017, inferior a 10.000 euros y afirma haber facturado en 2020 más de 2,5 millones de euros.

El canon, el único discurso válido, es el oficial que proviene de la OMS o de los organismos gubernamentales. Todo ello, a pesar de que, como corresponde a un proceso desconocido anteriormente, las informaciones «oficiales» se revelen como falsas o contradictorias poco tiempo después. 

Lo que no se puede ocultar, si no es con intereses espurios, es que las multinacionales farmacéuticas tienen un larguísimo historial de corrupción de políticos, expertos y médicos para lograr sus objetivos económicos, como ha denunciado magistralmente Peter C. Gotzsche [5]. Baste ahora recordar el soborno realizado por la multinacionales farmacéuticas al Comité de Expertos de la OMS para la gripe A y denunciado por la misma agencia internacional al día siguiente de declarar extinguida la pandemia. El pasado mes de julio se conoció que las tres mayores empresas distribuidoras de medicamentos y la farmacéutica Johnson & Johson habían acordado pagar 26.000 millones de dólares para hacer frente a las demandas por su responsabilidad al promover fraudulentamente el consumo de opioides. Se generó así la adición a los mismos de muchas centenares de miles de personas falleciendo cerca de 70.000 por sobredosis.

3. 1. ¿Quién mueve los hilos del engranaje?

Como corresponde al multimillonario negocio abierto con la compra por parte de los estados de cientos de millones de dosis de vacunas contra el Covid 19, las dos mayores empresas de Fondos de Inversión del mundo, Black Rock y Vanguard son las mayores accionistas de la tres grandes multinacionales farmacéuticas productoras de vacunas: Pfizer, Moderna y Astra Zeneka.

Estos dos gigantescos Fondos son inversores mayoritarios en las principales empresas del Ibex 35, incluidos los grandes bancos CaixaBank, Banco Santander y BBVA, quienes a su vez son accionistas de los principales medios de comunicación del Estado español. Entre los dos Fondos son además accionistas mayoritarios del New York Times y de cuatro de los seis grandes grupos que controlan los medios de comunicación en EEUU, y en buena parte del mundo: Time Warner, Comcast, Disney y News Corp.

En el Estado español no sólo controlan ambos fondos de inversión la producción de información y la creación de opinión a través de estos gigantes de la comunicación sino que desde noviembre de 2020, Blackrock y otro gran fondo de inversión, CVC, se convirtieron en los mayores propietarios del Grupo Prisa, incluido El País y la Cadena SER, al comprar su deuda por un valor de más de mil millones de euros.

Además, Blackrock es propietaria de parte importante del accionariado de los principales conglomerados mediáticos del Estado español. Controla directamente parte del accionariado del grupo Atresmedia, propietario de Antena 3 y La Sexta, y del grupo Mediaset, propietario de Cuatro y Telecinco.

Diferentes autores están señalando el conocimiento limitado e inestable que se posee acerca del Covid que hace que temas como la eficacia del confinamiento o de las vacunas estén en discusión, y sobre todo, se preguntan acerca de la confiabilidad atribuible a quienes deciden si una información es falsa o dañina. La investigadora de bioética sueca Emilia Niemiec analizaba en un reciente informe científico titulado «COVID-19 y desinformación: ¿Es la censura de las redes sociales un remedio para la difusión de desinformación médica?», si la censura podría servir intereses políticos, comerciales u otros. En el citado informe afirmaba: «La censura no se basa únicamente en la ciencia. Un análisis de contenido prohibido en las redes sociales sugiere que la moderación a menudo tiene un sesgo político».

En el mismo sentido, el senador australiano Malcolm Roberts preguntó en el Senado el 11 de agosto «si existía un posible 'conflicto de intereses' que le diera a Google la última palabra sobre cómo se analiza y aprueba la información sobre la vacuna Covid-19». Roberts señaló al respecto que «la empresa matriz de Google y YouTube, Alphabet, posee el 12 por ciento de Vaccitech Ltd. a través de un fondo de capital de riesgo GV (anteriormente Google Ventures). Vaccitech es una empresa de biotecnología con sede en el Reino Unido que co-inventó la vacuna AstraZeneca». La publicación citada afirma haberse dirigido a Alphabet, Vaccitech y Google para contrastar la información sin haber obtenido respuesta.

 
 
Este conglomerado de poder económico y mediático está contando con la colaboración pasiva de la mayor parte de las sociedades médicas —que subsisten en gran medida gracias a las subvenciones de la industria farmacéutica— y la muy activa de los gobiernos de todo color político como brazos ejecutores indispensables de todo este engranaje de intereses.

Hablar de la independencia de los medios de comunicación, en general, y muy especialmente en los que concierne a la epidemia Covid y a las vacunas, parece una broma de mal gusto y/o un insulto a la inteligencia.

4. ¿A quién se ha censurado?

Por si alguna persona ingenua pudiera pensar que se ha censurado a youtubers «antivacunas» o a líderes de extrema derecha negacionista, menciono a algunas de las muchas personalidades científicas de primer nivel y sin conflicto de intereses con la industria farmacéutica. Este aspecto es crucial, como bien puede comprenderse, y que está por demostrar por parte de los socios centrales y periféricos de la TNI.

Estas personas censuradas, denigradas y estigmatizadas como «negacionistas» o «antivacunas» no tienen nada en común entre sí, salvo haber emitido puntos de vista críticos con las vacunas Covid o la gestión de la pandemia, vinculados estrictamente a su ámbito profesional o científico. Todas ellas han sido denostadas por personal de medios de comunicación con una cualificación muy inferior o inexistente para estos temas y para los que, insisto, está por establecer, para ellos y para sus empresas, la ausencia de vinculación económica con las grandes corporaciones farmacéuticas.

Luc Montagnier. Virólogo francés. Premio Nóbel de Medicina en 2008.

Kary Banks Mullis. Bioquímico estadounidense. Premio Nóbel de Química, inventor de la PCR.

John Ioannidis. Médico griego-estadounidense, director del Centro de Investigación en Prevención de Stanford. Editor jefe del European Journal of Clinical Investigation.

Robert W. Malone. Virólogo, inmunólogo y biólogo molecular estadounidense. Inventor de la plataforma de tecnología ARNm.

Didier Raoult. Infectólogo y microbiólogo francés, especialista en las enfermedades infecciosas emergentes en la Universidad de Aix-Marsella AMU. Forma parte del Consejo científico independiente Covid-19 ​que asesora al gobierno de Francia en la lucha contra la pandemia de enfermedad por coronavirus

Karina Acevedo. Doctora en Inmunogenética por la Universidad de Cambridge, Posdoctorado en Epidemiología por el Instituto de Zoología de Londres. Doctora en Zoología (Ecología Molecular).

El TNI también ha censurado a personal médico de primera línea que ha salvado miles de vidas con los primeros tratamientos de Covid-19. A finales del mes de julio se conoció la noticia de que Giuseppe De Donno, exjefe de neumología del hospital Carlo Poma de Mantua, conocido por haber usado con pacientes graves el tratamiento con suero hiperinmune procedente de personas que habían padecido y sobrevivido al Covid 19, había aparecido ahorcado en su casa. A pesar de que todos los pacientes así tratados sobrevivieron a la enfermedad, De Donno fue atacado y denigrado públicamente, hasta el punto de que abandonó su puesto y se dedicó a la «medicina de base». La Fiscalía ha abierto investigaciones para esclarecer las circunstancias de su muerte y excluir un homicidio.

Sin pretender que las valoraciones de los científicos censurados concentren los análisis definitivos sobre el tema, lo que es inaceptable desde el más elemental derecho a la información es la censura como instrumento para negar cualquier debate o controversia pública entre cualificados interlocutores con posiciones diferentes. El hecho de que ésta sea la política general que se está implementando en la mayoría de los países apuntala la sospecha de que se está hurtando el debate a la sociedad, precisamente porque es la única manera de conseguir que el miedo haga su trabajo, anestesiando la reivindicación del derecho a saber, mientras los dueños de las farmacéuticas y de los medios de comunicación culminan su negocio.

Resumiendo, los propietarios de los grandes fondos de inversión del mundo son, a su vez, los dueños mayoritarios de las principales multinacionales farmacéuticas que están vendiendo sus vacunas a los Estados por valor de decenas de miles de millones de euros. Y esos mismos fondos de inversión, no sólo controlan la mayor parte de los grandes emporios mediáticos en EEUU —que a su vez controlan los medios locales «occidentales»—, sino que son propietarios mayoritarios, directa o indirectamente, de los principales grupos mediáticos del Estado español.

Es esta fase del capitalismo, con el mayor grado de concentración de capital que ha conocido la historia, la que permite el mayor grado de control social y la que, precisamente no soporta niveles de libertad de expresión que, en su momento, fueron consustanciales a las revoluciones burguesas. Máxima capacidad de control y mínima elasticidad para soportar la contradicción, indicadores de la falsa libertad que preconizan y de la decadencia del sistema.

En todo caso, el hecho de que, por ahora, la concentración de poder económico y mediático convierta en anécdota irrelevante el color político de los diferentes gobiernos que, sumisos, marcan el paso de quienes realmente tienen en sus manos el poder, hace aún más apremiante la necesidad de que surjan —y se publiquen en medios de comunicación verdaderamente independientes— voces que exijan con firmeza el debate público. Un debate abierto y libre con perfiles no solamente científicos, sino económicos, políticos, filosóficos y éticos.

Voces que, como el «Yo acuso» de Emile Zola, deben levantarse sobre la violencia que impone las acusaciones de «negacionista», «antivacunas» o sospechoso de connivencia con la extrema derecha, realizadas precisamente por quienes desde posiciones dogmáticas intentan imponer el pensamiento único, o lo que es lo mismo, el no pensamiento.

EL SALTO-DIARIO
7 septiembre 2021

 

NOTAS:

 [1] «El riesgo general de muerte por infección fue del 0,8% (19.228 de 2,3 millones de personas infectadas, intervalo de confianza del 95%: 0,8% a 0,9%) para las muertes confirmadas por covid-19 y 1,1% (24.778 de 2,3 millones de personas infectadas, 1,0% a 1,2 %) por exceso de muertes». Aunque dicha tasa, como suele ocurrir en las enfermedades respiratorias, aumentaba sensiblemente a partir de los 50 años (11,6%) y sobre todo, a partir de los 80 años: (11,4% al 23,2%) en hombres y del 4, 6 al 6,5% en mujeres». Estudio sero-epidemiológico realizado por investigadores del Instituto de Salud Carlos III y publicado en el British Medical Journal. https://www.bmj.com/content/bmj/371/bmj.m4509.full.pdf 

 [2] https://c19adoption.com/ Citado por Elizhabeth Woodworth en https://www.globalresearch.ca/covid-19-shadowy-trusted-news-initiative/5752930 

 [3] Un análisis detallado y riguroso de este proceso, realizado por la Dra. Elizabeth Woodworth puede consultarse aquí: https://off-guardian.org/2020/06/23/the-deadly-hydroxychloroquine-publishing-scandal/ 

 [4] «La BBC informó de que sus socios son: AP, AFP; BBC, CBC / Radio-Canada, Unión Europea de Radiodifusión (EBU), Facebook, Financial Times, First Draft, Google / YouTube, The Hindu, Microsoft, Reuters, Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo, Twitter, The Washington Post.» 

 [5] Gotzsche, Peter C. (2014). Medicamentos que matan y crimen organizado. 8ª edición.

 

lunes, 6 de diciembre de 2021

Una pregunta

 

 GIORGIO AGAMBEN

«La plaga marcó para la ciudad el comienzo de la corrupción…
Nadie estaba dispuesto a perseverar en lo que antes consideraba bueno,
porque creía que tal vez podría morir antes de llegar a él.»

(TUCÍDEDES, La Guerra del Peloponeso, II, 53.)

Me gustaría compartir con los que quieran una pregunta en la que no he dejado de pensar desde hace más de un mes. ¿Cómo puede ser que un país entero se haya derrumbado ética y políticamente ante una enfermedad sin darse cuenta? Las palabras que utilicé para formular esta pregunta fueron consideradas cuidadosamente una por una. La medida de la abdicación a los propios principios éticos y políticos es, de hecho, muy simple: se trata de cuál es el límite más allá del cual uno no está dispuesto a renunciar a ellos. Creo que el lector que se tome la molestia de considerar los siguientes puntos tendrá que estar de acuerdo en que -sin darse cuenta o pretender no darse cuenta- el umbral que separa a la humanidad de la barbarie ha sido cruzado.

1) El primer punto, quizás el más serio, se refiere a los cuerpos de las personas muertas. ¿Cómo podíamos aceptar, sólo en nombre de un riesgo que no se podía especificar, que nuestros seres queridos y los seres humanos en general no sólo murieran solos, sino —algo que nunca había sucedido antes en la historia, desde Antígona hasta hoy— que sus cuerpos fueran quemados sin un funeral?

2) Entonces aceptamos sin demasiados problemas, sólo en nombre de un riesgo que no se podía especificar, limitar nuestra libertad de movimiento a un grado que nunca antes había ocurrido en la historia del país, ni siquiera durante las dos guerras mundiales (el toque de queda durante la guerra estaba limitado a ciertas horas). Por lo tanto, aceptamos, sólo en nombre de un riesgo que no podía ser especificado, suspender nuestra amistad y amor, porque nuestro prójimo se había convertido en una posible fuente de contagio.

3) Esto podría suceder —y aquí tocamos la raíz del fenómeno— porque hemos dividido la unidad de nuestra experiencia vital, que es siempre inseparablemente corpórea y espiritual a la vez, en una entidad puramente biológica por un lado y una vida afectiva y cultural por el otro. Ivan Illich mostró, y David Cayley lo recordó recientemente, las responsabilidades de la medicina moderna en esta escisión, que se da por sentada y que es en cambio la mayor de las abstracciones. Soy muy consciente de que esta abstracción ha sido lograda por la ciencia moderna a través de dispositivos de reanimación, que pueden mantener un cuerpo en un estado de vida vegetativa pura.


Pero si esta condición se extiende más allá de los límites espaciales y temporales que le son propios, como se intenta hacer hoy, y se convierte en una especie de principio de comportamiento social, caemos en contradicciones de las que no hay salida.

Sé que alguien se apresurará a responder que se trata de una condición limitada de tiempo, después de la cual todo volverá como antes. Es verdaderamente singular que esto sólo pueda repetirse de mala fe, ya que las mismas autoridades que proclamaron la emergencia no dejan de recordarnos que cuando la emergencia termine, las mismas directivas deben seguir siendo observadas y que el «distanciamiento social», como se ha llamado con un eufemismo significativo, será el nuevo principio de organización de la sociedad. Y, en cualquier caso, lo que, de buena o mala fe, uno ha aceptado sufrir no podrá ser cancelado.

No puedo en este punto, ya que he acusado a las responsabilidades de cada uno de nosotros, dejar de mencionar las responsabilidades aún más graves de aquellos que habrían tenido la tarea de velar por la dignidad humana. En primer lugar, la Iglesia, que al convertirse en la sierva de la ciencia, que se ha convertido en la verdadera religión de nuestro tiempo, ha renunciado radicalmente a sus principios más esenciales. La Iglesia, bajo un Papa llamado Francisco, ha olvidado que Francisco abrazó a los leprosos. Ha olvidado que una de las obras de misericordia es visitar a los enfermos. Ha olvidado que los mártires enseñan que uno debe estar dispuesto a sacrificar su vida antes que la fe y que renunciar al prójimo significa renunciar a la fe. Otra categoría que ha fallado en sus deberes es la de los juristas. Hace tiempo que estamos acostumbrados al uso imprudente de los decretos de emergencia mediante los cuales el poder ejecutivo sustituye al legislativo, aboliendo ese principio de separación de poderes que define la democracia. Pero en este caso se han superado todos los límites y se tiene la impresión de que las palabras del Primer Ministro y del Jefe de Protección Civil se han convertido inmediatamente en ley, como se decía para las del Führer. Y no vemos cómo, habiendo agotado el plazo de validez de los decretos de emergencia, las limitaciones de la libertad pueden ser, como se anuncia, mantenidas. ¿Por qué medios legales? ¿Con un estado de excepción permanente? Es tarea de los juristas verificar que se respeten las reglas de la constitución, pero los juristas permanecen en silencio. Quare silete iuristae in munere vestro?

Sé que invariablemente habrá alguien que responda que el grave sacrificio se hizo en nombre de los principios morales. Me gustaría recordarles que Eichmann, aparentemente de buena fe, nunca se cansó de repetir que había hecho lo que había hecho según su conciencia, para obedecer lo que creía que eran los preceptos de la moralidad kantiana. Una norma que establece que hay que renunciar al bien para salvar el bien es tan falsa y contradictoria como una que, para proteger la libertad, requiere que se renuncie a ella.

13 de abril de 2020

miércoles, 1 de diciembre de 2021

Control social

En estos días he recordado el libro Del Génesis al genocidio. La sociobiología en cuestión del neurofisiólogo Stephan L. Chorover, que leí hace unos pocos años y lo tengo desde finales de la década de los ochenta, no me di cuenta de él desde entonces.

El libro en cuestión es un ataque al uso que hace el poder para controlar la conducta de sus «súbditos», demuestra que los científicos no son para nada objetivos, están condicionados por sus prejuicios personales y los de las clases dominantes.

Nos habla de Platón y Aristóteles, el creacionismo cristiano y muchas creencias dominantes del pasado que utilizaban todos los medios disponibles para manipular a la gente y justificarlo, como la esclavitud y el racismo. Con el siglo XVIII, el papel de la ciencia ocupa el lugar que tenía antes la religión, y hace que los prejuicios dominantes se conviertan en científicos. Tenemos el caso de la eugenesia de Francis Galton, que se inculcó en los EEUU mucho antes que en la Alemania nazi. Los médicos alemanes quisieron aplicar la higiene racial durante la República de Weimar, pero fue con Hitler cuando se aplicó el exterminio de los disminuidos psíquicos y las «razas inferiores». También hace una crítica al mal uso de los test de CI, para legitimar las desigualdades sociales. Habla sobre las drogas y el papel del Estado en su guerra contra ellas, o, también, del uso de psicólogos para vigilar y controlar el comportamiento de los presos.

Este libro es de la línea de otros como La falsa medida del hombre de Stephen Jay Gould y No está en los genes. Crítica del racismo biológico de Richard C. Lewontin junto a Steven Rose y Leon J. Kamin, libros que atacan al determinismo biológico.

Ya que he empezado con este interesante libro, el capítulo sexto titulado: «El abuso de las drogas: ¿una vida mejor gracias a la química?», acaba de esta manera:

 «(...) No es fácil convencer a la gente de que abandone el enfoque estructural, con sus conceptos concomitantes de control basados en "la ley y el orden", en favor del enfoque de sistemas, más sofisticado y científico, en el cual consideramos a los individuos no como unidades aisladas, sino como partes de un contexto más amplio que los configura y que es configurado por ellos. En muchas familias, por ejemplo, si un miembro muestra una conducta anormal o inesperada, los otros miembros pueden cerrar filas y acordar que la persona desviada "tiene problemas", "necesita ayuda" o "debe ser atendida". Pueden incluso recabar ayuda exterior y poner al familiar "extravagante" en manos de una persona o de una institución supuestamente competentes para ayudar a resolver el problema. No se trata de si esta ayuda hace o no volver a sus cauces a la conducta trastornada. La familia presupone demasiadas cosas cuando centra la causa del problema únicamente en el individuo afectado, ignorando la posibilidad de que se halle profundamente enraizada en el todo del sistema familiar. Con esta actitud podrá protegerse la coherencia inmediata del grupo, pero puede provocar un desastre a largo plazo, al empujar más y más a la persona identificada y etiquetada como paciente hacia el rol de desviado social.

 »Ya se trate del problema de las drogas o de los niños problemáticos, la desviación no es tanto una propiedad de la conducta misma cuanto un juicio de valor formulado sobre ciertas relaciones dentro del grupo de referencias. La desviación, considerada bajo esta luz, es un conjunto de relaciones entre los miembros del grupo y no meramente un síntoma de trastorno personal que el grupo reputa peligroso, embarazoso o irritante y que decide sancionar. Esto es importante, porque establece una base para distinguir la desviación de la enfermedad. Aunque los significados sociales y culturales que conllevan los diferentes tipos de enfermedades pueden variar con las circunstancias históricas (gota en el siglo XVIII, tuberculosis y epilepsia en el XIX), las enfermedades biológicas continúan siendo entidades definidas, mientras los tipos de desviación tienden a cambiar con la evolución de la sociedad. El desviado en un contexto social puede ser la bruja o el hereje y en otro, el esclavo huido, el delincuente juvenil, el homosexual, el judío, el yonqui o el "niño problema".

 »Tanto en las familias como en las sociedades puede servirse a los intereses prácticos y políticos adjudicando culpas, identificando los síntomas con las causas y controlando a los individuos cuyo comportamiento es definido como peligroso o molesto. Pero pretender que tales prácticas poseen justificación científica es negar el objeto mismo de la ciencia y confundir el significado con el poder.»

Lo recuerdo porque el servicio de expertos científicos y médicos actualmente está de nuevo en vigor.