domingo, 6 de marzo de 2011

Los integrismos vasco y español

[Para reforzar el documento anterior titulado ¡Que ardan todas las patrias, os pongo un estracto de «Los integrismos» de la colección CUADERNOS DEL MUNDO ACTUAL, núm. 87, de Historia 16, escrito por el catedrático de la Complutense Antonio Elorza. Pongo a este autor para demostrar que no solamente recurrimos autores libertarios o marxistas, sino también liberales (y a este autor que le podemos, incluso, considerar como 'antianarquista' reconocido), que llegan a las mismas conclusiones: todo nacionalismo tiene raíces ultramontanas. Como bien reflejamos en el capítulo III.

Nos muestra que el nacionalismo aranista tiene bases racistas, y que coincide, en algunos aspectos (en la defensa de los fueros), con el carlismo español. Hace dos décadas uno de estos componentes de la denominada izquierda abertzale nos recordaba en el parlamento español cuando los reyes castellanos juraban sus añorados fueros vascos, y lo defendía como algo «revolucionario». Últimamente mucha gente de este país, el Estado español o España, me da completamente igual, que se define de «izquierdas» o «socialista» simpatiza con los nacionalismos separatistas o periféricos antepuestos al nacionalismo centralista del Estado español, como algo auténticamente liberador y modernizador. Cuando es lo mismo, sólo que cambian las fronteras de sus respectivas naciones-estado.]

Por Antonio Elorza

Integrismo español

El integrismo cobra carta de naturaleza en España con el Manifiesto Integrista Tradicionalista que hacen público en Madrid, el 27 de junio de 1889, aquellos seguidores del pretendiente carlista que rompieron con él un año antes por considerar que su ideología se había manchado con concesiones al liberalismo. El siglo XIX no es el siglo XVI, había llegado a decir el autoproclamado Carlos VII. Frente a semejante deslizamiento, los integristas reivindicaban un nacionalismo católico que supusiera una ruptura radical con el espíritu del siglo, con el fin de instaurar el reinado de Cristo sobre España.

Es, pues, una doctrina tendente a una sacralización ilimitada de la vida política, en nombre del dominio satánico que representa la secularización propia del liberalismo. Queremos que España —nos dice el Manifiesto— sacuda el yugo y horrible tiranía que con el nombre de derecho nuevo, soberanía nacional y liberalismo la arrancó del justísimo dominio de Dios y la sujetó a la omnipotencia contrahecha del Estado, a la codicia de los partidos, al inquieto vaivén de mudables mayorías, a la esclavitud y servidumbre del hombre al hombre, al estrago moral, desesperada lucha y espantosa libertad (sic) y desenfreno de todos los errores. Contra ese caos infernal de la política del siglo XIX, el único antídoto consistía en instaurar la soberanía social de Jesucristo. En realidad, se trataba de volver a la fórmula de supremacía del Altar sobre el Trono que se escondiera a principios del siglo bajo la fórmula de alianza entre ambos. La Iglesia debía dominar todos los ámbitos de la vida española.

Catolicismo era nacionalismo, libertad de conciencia, extranjerización. El dominio del extranjero produjo en España lluvia de errores y sangre de mártires. El programa cobra aires de sermón apocalíptico, y desemboca lógicamente en un impulso de militarización frente a todas las formas de libertinaje religioso y político. Los soldados decididos del antiliberalismo y enemigos declarados del Estado moderno deberían procurar la restauración de nuestras gloriosas tradiciones, porque en ellas Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera. Como integristas estrictamente tales, la salvación se encuentra en un momento del pasado donde habría tenido lugar ese reinado de Cristo y de la espada del arcángel san Miguel: sería la España de la Reconquista, cuyo empuje se prolonga hasta los reyes católicos y Felipe II. Quisiéramos volver a nuestro siglo de oro.

La revolución liberal había tenido en España a la Iglesia como adversario y la desamortización de las propiedades eclesiásticas fue el contenido socioeconómico del cambio de régimen. Ello explica el papel del integrismo como corriente minoritaria que en una España liberal-conservadora se cierra sobre la nostalgia de una sociedad tradicional idealizada, en la cual pudiesen imperar sin trabas el poder y los intereses católicos, tanto frente a la revolución como frente a cualquier forma de tolerancia o de pluralismo. En los años centrales del siglo, Donoso Cortés había proporcionado algunas de las claves de la construcción ideológica, con el enfrentamiento apocalíptico de los ejércitos de Dios y el pueblo revolucionario, o el llamamiento a una represión realizada por una dictadura militar, pero el cuadro del planteamiento contrarrevolucionario de Donoso era una sociedad moderna, donde precisamente el avance tecnológico hacía posible tanto la difusión del mal como su represión.

En cambio, la línea integrista era anticipada por pensadores secundarios, como Aparisi y Guijarro, con la recuperación de una sociedad cristiana de Antiguo Régimen por objetivo principal. La actitud cobra mayor fuerza en torno a la agitación del Sexenio revolucionario y a la sublevación carlista, para remansarse luego cuando los intereses conservadores parecen bien definidos por Cánovas. No obstante, esa marginación del integrismo será compatible con su eficaz actuación en algunos campos, tales como la aplicación de la doctrina social de la Iglesia, cerrando el paso a cualquier intento de modernización. En el esquema o bosquejo de programa integrista, de 1909, la salida ofrecida a la explotación del obrero no es otra que la resurrección gremial.

Autodefinido entonces como Partido Católico Nacional, el integrismo reivindica la subordinación total del poder político ante el eclesiástico (queremos que el César se humille a Dios), la afirmación de la unidad católica (en el sentido de los Concilios de tiempos visigodos, y de la Reconquista), la supresión de toda libertad individual (libertades de perdición: el liberalismo supone unir Jesús con Belial) y, en fin, la monarquía que fue en España brazo derecho de la Iglesia, azote de la herejía y civilizadora de gentes bárbaras. En suma, el integrismo inscribía su programa dentro de la tradición del isidorianismo político.

Marginal políticamente hasta los años treinta, el integrismo sobrevivía como último reducto desde el cual justificar una contrarrevolución amparada por la Iglesia. No es, pues, erróneo considerar que sus principios triunfaron transitoriamente en el régimen surgido de la sublevación militar de julio de 1936. No tanto porque el general Franco pusiera en práctica en su totalidad el proyecto integrista, cuanto porque asumía su visión de la historia y los planteamientos apocalípticos y arcaizantes que se vinculaban a la misma. La operación quirúrgica que Franco tiene diseñada desde noviembre de 1935 no es solamente una eliminación violenta de los componentes revolucionarios del sistema político español, sino un intento consciente de hacer retroceder varios siglos el reloj de la historia de España. Josep Fontana ha recordado hasta que punto Franco abominaba del siglo XIX español (que nosotros hubiéramos querido borrar de nuestra historia, decía), viendo en el pasado español un prolongado proceso de descomposición que se habría iniciado a fines del siglo XVI.

Cuando hablamos de monarquía —escribe Franco en 1942— la entroncamos con la de los Reyes Católicos, con la de Carlos y Cisneros, o con la del segundo de los Felipes. La explicación del declive español se une a la evocación de las fuerzas misteriosas del mal que actúan para perder a la patria, desde la masonería al comunismo, y la salvación, la reconquista o cruzada tiene como sujeto a una fuerza militar entregada al servicio de la fe. Frente al otro, represión sin límites legales. Quedaban satisfechas las peticiones que formulaban los integristas de la Restauración.

Es el lugarteniente de Franco, Luis Carrero Blanco, quien en los momentos cenitales del régimen desarrolla por extenso esa labor restauradora del nacionalcatolicismo integrista en España. Su libro Las modernas torres de Babel (1956) recuerda cómo el hombre incurrió en el pecado de Luzbel y desde entonces hizo de la historia un museo de horrores (entre ellos, el proceso de Nuremberg, que repugna a la moral más primaria), pudiendo ser salvado únicamente por la intervención de Dios. Todos los ismos modernos son pecaminosos, porque intentan prescindir de Dios para resolver los problemas de los hombres.

Hay, pues, que volver a los Evangelios frente a las dos grandes torres de Babel modernas, el liberalismo, con su secuela, el capitalismo, y el marxismo, estando en el origen de todo la Enciclopedia, que enseñó la citada actitud de prescindir de Dios. Todo ello indica que esas torres de Babel fueron directamente inspiradas por el Diablo. Frente a ellas se encuentra el orden nacido del levantamiento militar, que reconstruye la armonía de la monarquía tradicional española, la de los Reyes Católicos, Carlos I y Felipe II. Una visión de la historia y del mundo que tendría escaso porvenir en España a partir de los años sesenta.

El caso vasco

En su periodo de formación, el nacionalismo vasco es la corriente que dentro del sistema político español acusa de forma más evidente el peso del integrismo. El País Vasco había sido el territorio donde mayor arraigo alcanzaron las fuerzas carlistas y, en consecuencia, donde mayor calado social tuvo el rechazo de la nueva sociedad liberal. En buena medida, el nacionalismo que Sabino Arana proclama en la última década del siglo XIX no es sino una forma extrema de ese enfrentamiento a la modernidad, buscando en el pasado vasco idealizado los soportes para su proyecto político. Como en el caso del integrismo español, será muy intenso el grado de sacralización, ya que el catolicismo y la Iglesia son vistos como los principales baluartes espirituales para impedir una perdición del pueblo vasco, amenaza de la cual la crisis política, tras la pérdida de los fueros, es sólo un aspecto.

Sabino Arana formula una nacionalismo que enlaza con otras corrientes integristas y fundamentalistas por cuanto es una ideología de retroacción, en la cual la confrontación con un presente descrito en términos radicalmente negativos lleva a la reivindicación violenta de una acción heroica (militar) para restaurar un pasado idílico. El mal, en la visión sabiniana, tiene una doble raíz. La pérdida de los fueros, valorados como leyes viejas (situación de independencia) es la plataforma desde la cual tiene lugar la españolización progresiva de la sociedad vasca, a favor de las transformaciones capitalistas que experimenta Vizcaya y los cambios demográficos subsiguientes.

El núcleo vasco amenazado no es únicamente la lengua, sino sobre todo la raza. En este punto Sabino Arana enlaza con los antecedentes profundamente españoles de los estatutos de limpieza de sangre en el Antiguo Régimen. La degeneración se produce en Vizcaya por la contaminación que representa la invasión maketa, la llegada de una raza inferior, de chulos y toreros, y también de liberales y masones, en un marco de dominación política. Por contraste con el penoso espectáculo de la Vizcaya maketizada, Sabino describe la vida de los vascos que cultivan su campo, bailan el aurresku, hablan su lengua y practican su religión, generando de este modo un cúmulo de virtudes. Se trata de un racismo integrista, por cuanto propone el corte radical con la sociedad presente y la reconstrucción, política y cultural, de ese pasado mítico. Además, estamos ante una exigencia fundamentalmente religiosa: los vascos pecan al mantener su dependencia de España. Frente a ello el nacionalismo ofrece la redención: Nosotros para Euzkadi y Euzkadi para Dios.

Casi siempre, la atención al programa nacionalista ha hecho olvidar esa vertiente visceralmente antiliberal y antidemocrática de Arana. Puede servir de ejemplo el artículo que dedica el 5 de octubre de 1902 en La Patria a la muerte de Zola, un texto escrito con la pluma propia de un predicador cavernario. Para Sabino, Zola vivió contemplando con su imaginación imágenes inmundas, alimentando sus sentimientos en el cieno de las más bestiales pasiones. Murió sobre excrementos de perro. Su muerte es la de Judas: Se había hecho ricacho con la entrega de su pluma a los judíos para combatir a Cristo. Y de modo similar a lo que describían los teóricos del franquismo, la masonería ha conquistado casi toda Europa con su tenebroso mecanismo, por contraste con los felices tiempos pasados en que los poderes políticos europeos eran católicos. La masonería es presentada en este sentido como la religión del culto a Lucifer y, como tal, totalmente rechazable.

Tras la muerte del fundador, la historia del nacionalismo vasco ha supuesto una rectificación progresiva de eso planteamientos iniciales tan aristados. Poco a poco, la corriente dominante, hoy representada por el Partido Nacionalista Vasco, fue evolucionando hacia unas posiciones de democracia cristiana, aun cuando no se renunciase a los supuestos míticos ni a la reverencia personal hacia un fundador del que lógicamente se prefiere la exhibición del retrato a la lectura y exégesis de una obra tan cargada de elementos irracionalistas. Paradójicamente, quien heredó el componente integrista fue la tendencia minoritaria, sostenida bajo distintas fórmulas en el siglo por los fieles a la exigencia sabiniana de independencia.

Tanto en su versión aberriana de 1917-1936 como en la de ETA a partir de 1959, la presentación formal de la ideología se hará con una recepción superficial de planteamientos populistas, en el primer caso, y socialistas en el segundo, que permiten a sus portadores criticar, no sólo la acomodación estatutista, sino también el conservadurismo del PNV. Sin embargo, por debajo de las referencias de actualización a Irlanda, Argelia, Cuba o Nicaragua, el maniqueísmo integrista se mantiene, con la satanización de todo cuanto es español, el desprecio por la democracia y el culto a una violencia sacralizada con la meta de esa sociedad idílica, cargada de virtudes tradicionales y de euskaldunidad, que se encontraría al otro lado de la lucha por la independencia. No hace falta creer en Dios para heredar y practicar un fanatismo.

«Los integrismos»
Cuadernos del Mundo Actual, 87.
HISTORIA 16 (1995)
.

5 comentarios:

  1. Además de racista, xenófobo. Sabino Arana en el artículo «Nuestros moros» de la publicación Bizkaitarra, núm. 4 (del 17 de diciembre de 1893) nos ponía:

    «Lo que sí podemos es plagiar una celebérrima frase: "el maketo, ¡he ahí el enemigo!". Y no me refiero a una clase determinada de maketos, sino a todos en general: todos los maketos, aristócratas y plebeyos, burgueses y proletarios, sabios e ignorantes,buenos y malos, todos son enemigos encarnizados de nuestra Patria, más o menos francos, pero siempre encarnizados.»

    ¡Sí que era bastante xenófobo el tipo!

    ResponderEliminar
  2. Vicente Blasco Ibáñez en el año 1904 publicó El intruso, novela que trata de los conflictos entre patronal y proletariado en la Vizcaya industrial y minera de finales del siglo XIX y principios del XX, y en ella se ve que los antiguos carlistas se han convertido en los modernos nacionalistas vascos, apoyados por los jesuitas. En un párrafo nos presenta a los primeros peneuvistas que se hacían llamar bizkaitarras y despreciaban a todo lo ajeno, los maketos:

    —Pues ¿qué son ustedes?...

    —¿Qué hemos de ser, don Luis? ¿No lo sabe usted?... Nacionalistas, bizkaitarras; partidarios de que el señorio de Vizcaya vuelva a ser lo que fué, con sus fueros benditos y mucha religión, pero mucha. ¿Quiénes han traido a este país la mala peste de la libertad y todas sus impiedades? La gente del otro lado del Ebro, los maketos; y don Carlos no es más que un maketo, tan liberal como los que hoy reinan, y además tiene los escándalos de su vida, impropia de un católico... Lo que yo digo, don Luis: quédese la Maketania con su gente sin religión y sin virtud, y deje libre a la honrada y noble Bizkaya... con B alta, ¿eh?, con B alta y con k, pues la gente de España, para robarnos en todo, hasta mete mano en nuestro nombre, escribiéndolo de distinta manera.

    Y con el índice trazaba en el espacio grandes bes, para que constase una vez más su protesta ortográfica.

    ResponderEliminar
  3. WWW.INFOCONTINENTAL.COM

    Creo que si la gente se decide a leer blogs como este puede que la sociedad vaya cambiando poco a poco. Es la esperanza que tenemos todos los autores a la hora de escribir un articulo.

    Por cierto, buen post!

    ResponderEliminar
  4. Como ya puse anteriormente, por lo menos, De Prada nos demuestra honestamente que es un integrista reaccionario y antimaterialista:

    http://xlsemanal.finanzas.com/web/firma.php?id_edicion=6607&id_firma=14411

    «Esta propensión `materialista´ del capitalismo fue, paradójicamente, adoptada por su enemigo aparente, el marxismo, que no solo asimiló el vicio de origen del capitalismo, sino que lo convirtió en afirmación ideológica, y hasta en filosofía: si para el capitalismo el materialismo era un demonio tentador, para el marxismo se convirtió en divinidad que ordena el mundo y explica sus contradicciones.»

    Aunque no comparta, y hasta deteste, lo que dice, por lo menos respeto la fidelidad que tiene con sus creencias, y sin tapujos.

    ResponderEliminar
  5. Pues, hay que estar prevenidos, que esta gente viene con fuerza:

    http://losdeabajoalaizquierda.blogspot.com/2011/08/los-secretos-del-tea-party-espanol.html

    El Yunque es una organización paramilitar de integristas católicos o cristeros mexicanos que son muy violentos:

    http://elyunquealdescubierto.blogspot.com/2011/06/el-asesinato-de-noel-pavel-gonzalez-un.html

    ResponderEliminar