Como complemento al texto Que ardan todas la patrias, a mediados del siglo pasado, ya después de la II Guerra Mundial y con la descolonización en el llamado Tercer Mundo, vuelve a surgir con fuerza la alianza del nacionalismo con la llamada «Izquierda».
El nacionalismo aprovechando el discurso antiimperialista se disfraza de «socialista» para hacer olvidar su pasado colaboracionista con el fascismo y ocultar, también, sus raíces ultramontanas. Los movimientos políticos y sociales post-sesentayochistas fueron fácilmente infectados de todo tipo de ideología nacionalista, algo que ha llegado, lamentablemente, hasta nuestros días.
El historiador británico marxista Eric Hobsbawm nos dice algo semejante en su libro Naciones y nacionalismo desde 1780 en el capítulo quinto: «El apogeo del nacionalismo, 1918-1950».
Por Eric Hobsbawm
Huelga decir que las relaciones entre la izquierda y el nacionalismo de los países dependientes eran más complejas de lo que podría sugerir una fórmula sencilla. Aparte de sus propias preferencias ideológicas, a los revolucionarios antiimperiales, por internacionalistas que fuesen en teoría, les preocupaba conseguir la independencia para su propio país y nada más. No prestaban atención a sugerencias de que aplazaran o modificaran su objetivo en beneficio de un objetivo mundial más amplio, como, por ejemplo, ganar la guerra contra la Alemania nazi y el Japón, los enemigos de sus imperios que (siguiendo un tradicional principio feniano) muchos de ellos consideraban como los aliados de su nación, especialmente durante los años en que pareció casi seguro que iban a ganar. Desde el punto de vista de la izquierda antifascista, alguien como Frank Ryan era difícil de entender: luchador republicano irlandés tan izquierdista, que combatió por la República española en las Brigadas Internacionales, pero que, tras ser capturado por las fuerzas del general Franco, apareció en Berlín, donde hizo cuanto pudo por ofrecer a Alemania el apoyo del IRA a cambio de la unificación del norte y el sur de Irlanda después de una victoria alemana. Desde el punto de vista del republicanismo irlandés tradicional, era posible ver a Ryan como alguien que seguía una política consecuente, aunque tal vez mal calculada. Había motivos para acusar a Subhas C. Bose («Netaji»), el héroe de las masas bengalíes y anteriormente importante figura radical del Congreso Nacional Indio, que se unió a los japoneses y organizó un ejército nacional indio, para luchar contra los britanicos, con los soldados indios que habían caído prisioneros en los primeros meses de la guerra. Con todo, la acusación no podía basarse en el hecho de que en 1942 pareciese obvio que los aliados iban a ganar la guerra en Asia: una victoriosa invasión de la India por los japoneses distaba mucho de ser improbable. Muchos líderes de movimientos antiimperialistas, más de los que nos gusta recordar, vieron en Alemania y el Japón la manera de librarse de los británicos y los franceses, especialmente hasta 1943.
A pesar de todo, el movimiento general hacia la independencia y la descolonización, en especial a partir de 1945, estuvo asociado en modo discutible con el antiimperialismo socialista/comunista, lo cual es quizá la razón de que tantos estados descolonizados y con la independencia recién adquirida, y no únicamente aquellos en que los socialistas y los comunistas habían desempeñado un papel importante en las luchas por la liberación, se declararán «socialistas» en algún sentido. La liberación nacional se había convertido en una consigna de la izquierda. Paradójicamente, los nuevos movimientos étnicos y separatistas de Europa occidental llegaron así a adoptar la fraseología social-revolucionaria y marxista-leninista que tan mal encaja en sus orígenes ideológicos en la ultraderecha de antes de 1914, y el historial pro fascista e incluso, durante la guerra, colaboracionista de algunos de sus militantes de más edad. Que jóvenes intelectuales de la izquierda radical se apresurasen a ingresar en tales movimientos cuando 1968 no produjo el milenio esperado dio más ímpetu a esta transformación de la retórica nacionalista, mediante la cual los pueblos ancestrales a los que se impedía ejercer su derecho natural a la autodeterminación fueron reclasificados como «colonias» que también se liberaban a sí mismas de la explotación antiimperialista.
Cabe argüir que desde el decenio de 1930 hasta el de 1970 el discurso dominante en la emancipación nacional se hizo eco de las teorías de la izquierda, y, en particular, de lo que ocurría en el marxismo del Komintern. Que el idioma alternativo de la aspiración nacional se hubiera desacreditado tanto a causa de su asociación con el fascismo, hasta el punto de quedar virtualmente excluido del uso público durante una generación, meramente hacía que esta hegemonía del discurso izquierdista fuese más obvia. Hitler y descolonización parecían haber restaurado la alianza del nacionalismo con la izquierda que tan natural parecían antes de 1848. Hasta el decenio de 1970 no volvieron a aparecer legitimaciones alternativas para el nacionalismo. En Occidente, las principales agitaciones nacionalistas del periodo, que iban dirigidas fundamentalmente contra regímenes comunistas, volvieron a adoptar formas más sencillas y más viscerales de afirmación nacional, incluso cuando, de hecho, no rechazaban ninguna ideología que emanase de partidos comunistas gobernantes. En el «Tercer Mundo» el auge del integrismo religioso, sobre todo bajo varias formas islámicas, pero también en otras variantes religiosas (por ejemplo, el budismo entre los ultras cingaleses de Sri Lanka), proporcionó los cimientos tanto para el nacionalismo revolucionario como para la represión nacional. Vista en retrospectiva, la hegemonía ideológica de la izquierda desde el decenio de 1930 puede aparecer como un ínterin, o incluso una ilusión
1991
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