Joan Peiró nos solía decir: «Cambiar de amos no es lo mismo que emanciparse de ellos». Eso mismo es lo que les pasó a las gentes de los países colonizados por las potencias europeas en el siglo XIX, que tras la independencia , en el XX, lo único que hicieron fue simplemente eso: cambiar de amos, de los ocupantes a los naturales. Y siendo los nuevos dirigentes de la misma extracción social que el de los colaboradores con el colonialismo, por no decir que fuesen la misma gente, que de ser los segundones pasaron a ser los jefes. Más o menos es lo que todo tipo de nacionalismo busca, aunque lo disfracen como «liberación nacional» o «autodeterminación», algo que, más o menos parecido, ya pusimos en el texto titulado Que ardan todas las patrias.
En este caso, como ejemplo, me valgo de algunos retazos de «Las naciones africanas», del profesor de Historia Contemporánea de la Complutense José Urbano Martínez Carreras, publicado para CUADERNOS DEL MUNDO ACTUAL, número 18, de Historia 16.
Según G. Barraclough, el nacionalismo surgió en Asia un siglo más tarde que en Europa, y en el África negra cincuenta años después que en Asia. Los fenómenos de toma de conciencia nacional en África se sitúan en un período relativamente restringido y homogéneo, y entre los objetivos de los movimientos nacionales africanos se distinguen principalmente tres: un movimiento de reforma social, el deseo de unificación del país y un movimiento hacia la independencia nacional.
El nacionalismo africano constituye una innegable fuerza en el mundo actual, habiéndose desarrollado especialmente tras la Segunda Guerra Mundial y adquirido su configuración definitiva con las independencias de los años sesenta. En todo caso, existió un sentimiento de nacionalismo africano antes de la aceleración producida durante la guerra, cuando grupos y partidos luchaban por tener un gobierno propio; y se podría afirmar que en el período de preguerra existió en algunas zonas un nacionalismo residual. El principal ingrediente del nacionalismo está constituido por la voluntad de ser una nación, por lo que a pesar de las disputas fronterizas, de la fricción interna y de la inestabilidad de los regímenes, el nacionalismo africano ha llegado a ser una realidad creciente.
En el desarrollo del nacionalismo africano al sur del Sahara se distinguen cinco fases y tipos que evolucionan entre la segunda mitad del siglo XIX y mediados del XX, y que son: 1) los movimientos de resistencia contra la invasión europea; 2) los movimientos de protesta milenaria contra el régimen colonial; 3) el período de gestación y adaptación de las nuevas estructuras locales; 4) la fase de agitación nacionalista a favor del autogobierno; y 5) la adopción por el nacionalismo de programas sociales para las masas.
Las condiciones que llevan a la destribalización y al nacionalismo son: la interrupción de la economía agrícola tradicional; la atracción del trabajo hacia las plantaciones, minas y fábricas por medio de impuestos y persuasión; las escuelas de misioneros; el liberalismo secular; los viajes al exterior de los africanos como estudiantes, trabajadores y soldados; las nuevas fronteras coloniales que atravesaban viejas divisiones tribales; y las lenguas europeas.
Sobre la composición social de los movimientos nacionalistas africanos ya en la situación colonial se encuentra una estratificación entre las elites y las masas populares; esas elites constituyen unas minorías privilegiadas, modernizadas por la acción colonial, y procedentes en gran parte de los sectores tradicionales de la sociedad, que juegan un papel determinante en los movimientos nacionales, y que refuerzan su posición dirigente durante la independencia, reivindicando el mérito de su adquisición. Los movimientos nacionales nunca se han expresado en estado puro, y el campo de acción política ha sido permeabilizado y a menudo sobrepasado por los niveles sociales, tribales y religiosos; en muchos casos, la reivindicación nacional propiamente dicha ha sido la obra de elites, sociales y tribales, y en ningún caso la participación popular ha sido verdaderamente masiva, deliberada o consciente. Las masas populares han participado a través de diversos medios de acción: rebeliones campesinas, asociaciones de carácter étnico, agrupaciones religiosas e institucionales de tipo moderno como sindicatos, organizaciones estudiantiles o partidos políticos, entre otras.
Ha sido a través del mismo movimiento nacional, animado por los grupos dirigentes, cómo los países del África negra se han constituido en naciones, por encima de rivalidades complejas que se han superado en función de una lucha común contra las potencias coloniales europeas. Cada movimiento nacional por la independencia en una situación colonial contiene dos elementos: la exigencia de libertad política y la revolución contra la pobreza y la explotación.
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Las nuevas clases sociales surgidas por la dominación colonial eran incapaces de elaborar un proyecto de sociedad contradictorio con la colonización: los obreros proletarios porque se encontraban en la mayor parte de los casos en una situación de inestabilidad, dispersos y carentes de organizaciones propias; los pequeños burgueses porque, formados en la cultura occidental y ocupando una posición relativamente favorecida en el sistema colonial, buscaron menos combatir esta situación que beneficiarse de sus privilegios. Fue solamente a partir de la Segunda Guerra Mundial cuando abrumados por su conservadurismo y por las presiones de los poderes coloniales, las burguesías nacionales resolvieron ponerse a la cabeza del movimiento de hostilidad general contra los europeos que se manifestaba en las diferentes colonias. Este viraje debía servirles para asegurarse el control de la totalidad del poder político una o dos décadas más tarde, mientras que la prolongación del régimen colonial les habría permitido solamente, en todo caso, ser asociados al ejercicio de las responsabilidades políticas.
Todos estos factores y elementos, tanto políticos como económicos y sociales, se trasmitieron como herencia colonial a las nuevas naciones del África independiente.
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En África habían existido Estados antes de la llegada del colonialismo europeo, pero el nacionalismo en su sentido moderno fue para África un fenómeno contemporáneo, alentado entre otros elementos por el liberalismo, el cristianismo y el socialismo. Por otro lado, la relación directa entre colonialismo y nacionalismo queda demostrada por el hecho de que, cuanto más progresaba el proceso de aculturación en una colonia africana, mayor era el grado de nacionalismo. El nacionalismo africano existió en el contexto de una historia que él mismo ayudó a crear, y provino del curso favorable que le infundió una energía creciente. Al principio, fue necesariamente menos político que cultural, tanto internacional como localmente. La historia del nacionalismo africano es necesariamente confusa, dado que las escalas cronológicas varían en gran medida. Debido al mayor o menor grado de desarrollo económico y a la presencia o ausencia de comunidades de colonos blancos, las naciones africanas han pasado por las diversas fases comunes de desarrollo político en momentos diferentes. Y cuanto más represiva era la situación política, más se dirigían las energías nacionalistas hacia expresiones culturales y religiosas; cuanto menos represiva era la situación, más directamente políticas eran sus manifestaciones.
Los partidos políticos nacionalistas fueron creaciones casi directas de las potencias coloniales, en el sentido de que bastó la más pequeña decisión de representación política africana para estimular su desarrollo. Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, toda África, menos el norte, carecía todavía de un movimiento nacionalista propiamente enraizado y de amplia base. Pero en los años sesenta, prácticamente toda África, salvo los países controlados por los blancos en la zona austral, se hallaba bajo los gobiernos autóctonos poscoloniales y había alcanzado su independencia.
En la época de la lucha por la independencia, los diferentes grupos comprometidos en los movimientos nacionalistas han concebido proyectos tanto sobre las formas del Estado como de gobierno. Para las elites africanas el objetivo primordial, más o menos claramente formulado, era sustituir el Estado colonial por un Estado nacional. Teniendo en cuenta el nivel de cultura política de esas elites, esta aspiración debe menos a la adopción de modelos extranjeros que a las condiciones concretas de las luchas por la independencia. Este Estado nacional era concebido como la emanación del pueblo en su totalidad, en la medida en que la visión más común representaba a las poblaciones colonizadas como habiendo sufrido de una manera indiferenciada la dominación extranjera. Debía encarnar al pueblo victorioso sobre el colonialismo, y en consecuencia revestir formas unitarias y centralizadas. Esta visión es uno de los resortes del unitarismo que caracteriza la mayor parte de los movimientos nacionalistas. Ello ha conducido a la reprobación de los proyectos más flexibles o más exigentes en cuanto a la forma del Estado, sobre todo a los que querían proyectar las diferencias étnicas o regionales en las estructuras políticas. Se ha conseguido la unanimidad en condenar el tribalismo o el regionalismo, como una manipulación del imperialismo resuelto a dominar y dividir.
Las masas populares tenían otras aspiraciones. Por un lado, se manifestaban, prácticamente, bajo la forma de boicot, de desobediencia civil o de resistencia pasiva, por el rechazo de las formas más represivas del Estado colonial. Por otro, se expresaban en la atenta impaciencia hacia las nuevas autoridades políticas. Este proyecto apuntaba hacia una forma de poder y era en definitiva indiferente hacia la forma del Estado. Diferente del proyecto específico de las elites nacionales, podía tanto armonizarse como entrar en conflicto con él.
(1993)
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