Tenía 94 años. Nacido en Vizcaya en 1920, durante cinco años soportó el infierno del campo austriaco, donde Aribert Heim le inyectó benceno en el corazón.
Uno de los relatos más estremecedores del libro de Montserrat Llor, Vivos en el averno nazi, es el de Marcelino Bilbao Bilbao, un vizcaíno que durante cinco años permaneció recluido en el campo austriaco de Mauthausen, donde fue víctima de los crueles experimentos de Aribert Heim, conocido como Doctor Muerte. Bilbao, que era el último superviviente de aquellas terribles pruebas, falleció ayer en su domicilio de la localidad francesa de Poitiers, según confirmaron fuentes familiares.
Tenía 94 años, pero mantenía vivo el recuerdo de su sufrimiento en el campo de concentración. Así se lo relató a Llor. «Durante seis sábados seguidos me inocularon benceno cerca del corazón. Se me quedó un bulto azul que fue subiendo y cuando llegó a la altura del hombro no me permitía mover la cabeza. Al cabo de una semana anduve a rastras. Pasados unos 15 días el dolor fue remitiendo», confesaba. «Entonces no sabíamos lo que era aquel líquido, pero durante la semana había que evitar parecer enfermo para que no te enviaran al crematorio», explicaba hace años a unos periodistas. Fue uno de los siete supervivientes de aquella barbarie y el último que quedaba con vida.
Militante anarquista, estaba casado con Mercedes Aguirre, cuya familia le acogió en París, adonde logró llegar a pie tras liberar los aliados su campo.
Con apenas 16 años se había integrado en un batallón de la CNT, con el que participó en la ofensiva sobre Villarreal. Durante la Guerra Civil alcanzó el grado de teniente y participó en la fracasada ofensiva sobre Teruel y posteriormente en la Batalla del Ebro, donde le condecoraron con la Medalla al Valor. El 9 de febrero de 1938 cruzó la frontera por La Junquera y en ese momento comenzó su verdadera odisea. Tras pasar por varios centros de internamiento, fue hecho prisionero por los nazis y el 13 de diciembre de 1940 llegó al infierno de Mauthausen, donde fue inscrito con el número 4.628. Marcelino logró sobrevivir gracias a su picaresca, fortaleza y juventud, pero fue testigo directo del horror, las cámaras de gas y las ejecuciones. Tras la guerra, en su nueva vida, trabajó en una lechería y una fábrica petroquímica. Fijó su domicilio en Poitiers, donde ayer falleció.
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