Este año no es un año de celebraciones. No es tiempo de folclore onanista y reaccionario, sea con los mitos que sean.
No es un año de celebraciones, pero si un buen momento para la memoria. La memoria de 1917 y de la mayor ofensiva que nuestra clase ha lanzado contra el capitalismo en su corta historia. El 1917 ruso inauguró una ofensiva contra el corazón del capitalismo que puso en pie durante años al proletariado organizado. Pero así como hay que ver los aciertos en las luchas que ganamos, como la caída del capitalismo en Rusia o las conquistas laborales en las Españas, hay que ver los fracasos. Hay que ver que el fracaso de la tentativa revolucionaria del Rurh de los años 18 y 19 abonó el terreno para que el proletariado abrazara la barbarie de Hitler. Lo mismo en Italia: el decepcionante final del bienio rojo puso las esperanzas en otro mesias, Mussolini.
La memoria es importante por lo que nos enseña, y es que como dijo Saint Just durante la revolución francesa de 1789: «Quién hace revoluciones a medias no hace sino cavar su propia tumba». Y esto lo estamos viendo con crudeza. Cómo tras los estallidos de 2011 y la oleada de insurrecciones, huelgas y movimientos por todo el planeta ahora viene la marea baja y la respuesta de la internacional del autoritarismo: Putin, Trump, Erdogan, Le Pen, Macri, el Califato… La decepción en nuestra gente está aupando a nuestros enemigos o allanándoles el camino.
No podemos ser tan ingenuas. Tenemos una responsabilidad con la Historia y quienes tenemos que hacer la revolución tenemos que tomárnosla en serio.
Para ello tenemos que tener claro el proyecto, que hoy no puede ser otro que PONER LA VIDA EN EL CENTRO. Necesitamos plantearnos en común el buen vivir, cómo es la vida que queremos. A partir de ahí, hay que sumar nuestros esfuerzos en una dirección: ganar este planeta para quienes lo habitamos y quitárselo a una clase dominante que explota a la mayoría de la humanidad y que está eliminando las posibilidades de que sigamos sobreviviendo en él.
La revolución hoy no es una quimera. La elección no está entre hacer la transformación social o seguir igual; la civilización en la que hemos vivido está quebrándose. La dictadura de los mercados financieros ha sido un tiempo muerto de un capitalismo que no tiene más planeta donde expandirse, que no puede hacer crecer sus beneficios al mismo ritmo. Se huele el miedo y en diez años hemos pasado del discurso machacón sobre el Progreso y el crecimiento económico a la «crisis permanente». Todo es una gran «crisis»: económica, geopolítica, militar, política, moral La crisis en los telediarios, en los consejos de ministros y en la manera en que pensamos nuestra vida:
- Ya no hay opresión por tener una orientación sexual no heterosexual: se dice que hay una crisis de identidad.
- Ya no hay opresión por tener una orientación sexual no heterosexual: se dice que hay una crisis de identidad.
- Ya no hay un conflicto laboral, sino, se dice, una crisis de la negociación.
- Ya no cumplimos años, sino que vamos superando las llamadas crisis de los 30 o los 40…
Esta es una nueva forma de gobierno con la que nos mantienen en una tensión permanente mientras la barbarie en todo el planeta se recrudece.
Por eso tenemos que plantear la revolución, no como un horizonte de utopia, allí lejos, sino como una elección determinante de nuestra época, no ya para vivir mejor, sino ya sólo para sobrevivir.
Por eso no podemos caer en su trampa, en la estafa de la crisis. No queremos gestionar las crisis con las que nos chantajean. Ni mejor ni peor, no vamos a gestionar su mundo. Si la economía está en crisis, que reviente.
Queremos un planeta donde quepan muchos mundos, mucha gente diversa y mucha naturaleza viva. Queremos vivir bien, sin miedo ni explotación. Queremos saber que mañana todo esto que merece la pena defender va a a seguir existiendo: la fiesta, la alegría, el humor, el compañerismo, el aire, el sol y el agua limpia.
Pero, ¿cómo no tener miedo a que el capitalismo reviente? ¿Cómo no tener miedo de que el salario deje de llegar, de que las pensiones desaparezcan, de que los supermercados se vacíen y el caos tome nuestros barrios? Sabiendo que detrás del espejismo de que somos dependientes de un Estado y unas empresas, está la realidad: el Estado y las empresas dependen de nosotras, y no al revés.
Quién somos: somos quienes movemos el mundo. Somos quienes hacemos que el mundo sea así. Por eso somos quienes podemos cambiar las cosas, porque somos quienes hacemos que todo siga existiendo, produciendo y cuidando.
Nuestra fuerza es nuestro trabajo, somos nuestro trabajo: nuestra capacidad de hacer.
Por desgracia, hoy nuestro trabajo es también nuestra condena, obligados a ponerlo a disposición de un sistema que nos destruye. Así nuestra capacidad de hacer una nuevo mundo se vuelve contra nosotras, nos enfrenta a unos contra otros, llena sus bolsillos de beneficios y nos destroza la salud.
Pero esta no es una condena bíblica y legendaria, la vida no es un valle de lágrimas de la que tengamos que esperar una redención si nos portamos bien y somos coherentes con nuestro credo. El trabajo es una condena que debemos resistir y que podemos recuperar. Se puede luchar hoy. Se pueden mejorar nuestras condiciones. Se pueden reducir sus beneficios y mejorar nuestras vidas. Para eso está el sindicato.
Esta es la propuesta del anarcosindicalismo. Una propuesta de la libertad. Una propuesta para enfocar las luchas en lo que tenemos en común, que no es tal o cual identidad, tal o cual idea política, tal o cual opción vital. Lo que tenemos en común es una realidad material: somos explotadas.
Esto no va de priorizar unas luchas sobre otras, sino de darle a todas el enfoque correcto:
- No vamos a construir un país digno con castillos en el aire, con sólo declararnos de tal o cual identidad, emocionarnos con tal o cual bandera. Se construye país digno luchando en el territorio, en Villar de Cañas, en Retortillo, en el Lavapiés gentrificado, en Garoña.
- No vamos a dejar de ser machistas por decir «oiga que yo no lo soy», sino destruyendo los roles para llegar a formas más igualitarias de convivencia.
- No vamos a terminar con la desigualdad en los hogares si tenemos la conciliación en el convenio, pero luego no cogemos los permisos por miedo.
- No vamos a acabar con la fragmentación y el sectarismo en el movimiento popular con un comunicado para consumo de quienes ya están convencidos.
Especialmente por esto último, tendemos la mano, abrimos nuestras puertas y queremos recordar lo mejor de nuestra historia. Queremos recordar la Unidad y la Hermandad proletaria. Queremos que suene alto: hoy como ayer,
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