sábado, 7 de abril de 2012

¡Viva la revolución!, aunque sea liberal

Carlos de Lorenzo
Tierra y Libertad, nº. 284, marzo de 2012


En 1784 se publicaba en Madrid el Compendio de Derecho Público y Común de España, un vademécum legislativo en el que se recogían, entre otras, las penas que recaían sobre los que blasfemaban. A nadie extrañaba que a las puertas del siglo XIX un pecado como la blasfemia fuese considerado, además, un delito; como tampoco sorprendía a nadie que el mismo crimen mereciese distintas penas para los diferentes grupos sociales, que en el caso de los que no profesasen la religión católica quedaban a la arbitrariedad del monarca.

Porque todos los españoles del siglo XVIII aceptaban que la sociedad en la que vivían se basaba en la más descarada desigualdad, una discriminación que no estaba causada por las distintas aptitudes y actitudes individuales, sino que era una desigualdad colectiva, propia de una sociedad estamental, en la que los hombres y mujeres, "así tomados de uno en uno" como diría José Agustín Goytisolo, no eran nadie, no eran nada.

Desigualdad para los de abajo, arbitrariedad de los de arriba, Iglesia y Estado en íntimo maridaje, absolutismo del monarca, desprecio para el individuo… así era España al comenzar el siglo XIX. La Revolución francesa, que estaba alterando la política europea, corría paralela a la Revolución Industrial, que estaba transformando la economía inglesa, mientras las élites españolas habían liquidado apresuradamente la Ilustración y cerrado filas con el absolutismo en cuanto llegaron a la Península los primeros vientos del cambio.

En este país en acelerada decadencia, que parecía haber perdido su pulso vital, nada hacía pensar que se pudiese desencadenar un proceso revolucionario tan intenso como el que se vivió a partir de 1808. El 2 de mayo de ese año el pueblo madrileño, entre la pasividad de los estamentos privilegiados y la traición cómplice del ejército, se lanzó a la calle a luchar contra las tropas napoleónicas: por primera vez, el pueblo salía del fondo del escenario y se convertía en protagonista de la Historia.

El catalizador de la protesta no podía ser más reaccionario, la resistencia a que abandonasen el Palacio Real madrileño los últimos miembros de la familia Borbón, pero la acción no por eso dejaba de ser revolucionaria; un contraste que se repitió a lo largo del siglo XIX, como puso en evidencia el nutrido apoyo campesino al carlismo. En cualquier caso, no puede negarse que esa irrupción del pueblo en el debate político mostraba la quiebra de las clases jornaleras y artesanales con la tutela de las élites.

Es natural que, ante el vértigo del cambio, las capas populares se moviesen por intuiciones no siempre acertadas o que se refugiasen en un pasado idealizado, pero esa incoherencia no resta validez al levantamiento madrileño, el primero de significado auténticamente popular en el que las élites no manipularon la voluntad del pueblo, como había sucedido en los recientes motines de Esquilache o de Aranjuez. Muy por el contrario, fue la inercia de las élites cortesanas —aristócratas y eclesiásticos—, incapaces de dar una respuesta a la altura de los retos políticos del momento, la que dejó desamparado al pueblo español y le permitió tomar las riendas de su destino.

Ese mismo espíritu cívico animó, a partir de esa primavera de 1808, la formación de Juntas por toda la Península y las colonias. Aunque, como advirtió Karl Marx, las clases populares elegían a la burguesía para dirigir su combate contra las tropas napoleónicas, no puede negarse que, por primera vez, se consideraba necesario su consenso. La burguesía, que se aprestó a sustituir a los inoperantes estamentos privilegiados, comprendió que sola no podía derrotar a los soldados de José I Bonaparte y derribar al Antiguo Régimen, y buscó el apoyo necesario de artesanos y campesinos, que de este modo mantuvieron un protagonismo que ya habían tenido el 2 de mayo.

Pero fue, muy especialmente, el desarrollo de la guerra lo que consolidó esta irrupción de las clases populares en el escenario político y social. La severa derrota de los militares españoles, incapaces de resistir el empuje de las tropas napoleónicas, provocó la práctica disolución del ejército regular y la resistencia armada sólo pudo encontrar acomodo en unas partidas guerrilleras nutridas, fundamentalmente, por los campesinos de los pueblos y los artesanos de las ciudades. Fueron, por lo tanto, las clases populares las que salvaron al país y las que, en justa correspondencia, reclamaron su participación en el gobierno de la nación.

La convocatoria de las Cortes en 1810 demostró sobradamente la profundidad de este cambio político. Por primera vez la representación se hizo por territorios —¡incluidos los de las colonias americanas!— y no por estamentos y, también por primera vez, todos los diputados fueron elegidos por la voluntad popular. Sólo este hecho basta para subrayar la importancia de esta convocatoria; porque, frente a interesadas ensoñaciones historicistas, las antiguas Cortes medievales nada tenían de democráticas —en Castilla sólo tenían representación dieciocho ciudades— y mucho menos de eficaces.

Frente al elitismo e inoperancia de las Cortes medievales, las de Cádiz de 1810 nacieron con un amplio respaldo popular y con una clara voluntad política, que se puso de manifiesto en su decisión de reconstruir, sobre nuevas bases, a la nación española. En contra de lo que sostenían, y aún sostienen, los defensores del Antiguo Régimen, en las Cortes de Cádiz no se fundó el Estado español, pues el Estado moderno en tierras peninsulares era una realidad política desde los Reyes Católicos, sino que se instauró la nación, es decir, que desde entonces la organización política dejaba de estar subordinada al capricho del monarca -que hasta entonces podía entregar o repartir sus dominios- y nacía de la voluntad de sus habitantes, que dejaban de ser súbditos para pasar a ser ciudadanos.

Es cierto que esta nueva nación española no dejaba margen para la libertad de los antiguos reinos que conformaron la monarquía hispánica, y mucho menos para el moderno federalismo ácrata de raíz pimargalliana, pero tampoco puede olvidarse que la formación de un Estado único y centralizado había nacido de la vengativa decisión de un monarca —Felipe V de Borbón— y que aquellos nacionalistas románticos que, ayer y hoy, critican esa configuración de la nación española tendrían que explicar qué tiene de revolucionario pretender volver al reinado de Felipe II.

El fruto principal de esas Cortes gaditanas fue, sin duda, la Constitución de 1812, que firmaba el certificado de defunción del Antiguo Régimen y de la monarquía absoluta, del Estado despótico y de los privilegios aristocráticos. No deja de resultar sorprendente que una sociedad decadente y periférica, como la española de esos años, fuese capaz de un impulso revolucionario de tan largo alcance. No fue, desde luego, una revolución social —ni podía serlo—, pero fue una transformación profunda y radical de la organización política de los españoles: soberanía nacional, división de poderes, sufragio universal, libertad de imprenta, unidad jurisdiccional…

Naturalmente, la Constitución de Cádiz tenía muchas carencias —como la confesionalidad del Estado y su opción por la monarquía—, pero todas deben atribuirse a la influencia de los estamentos privilegiados y a la necesaria transacción entre lo viejo que no acababa de morir y lo nuevo que no terminaba de nacer, por seguir a Gramsci. Las clases populares tenían el valor suficiente para defender la nación con las armas en la mano pero aún confiaban más en la inteligencia política de la burguesía para gobernarla; una falta de convicción en su propia capacidad para dirigir la revolución que, fatalmente, se repitió en otras ocasiones históricas.

Ya Piotr Kropotkin, en su obra sobre la Revolución francesa, nos advertía que "al lado opuesto [de la burguesía] se ve al pueblo, con su empuje, su entusiasmo y su generosidad, dispuesto a hacerse matar por el triunfo de la Libertad, pero al mismo tiempo pidiendo ser conducido, dejándose gobernar por los nuevos dueños instalados". Y más recientemente, si las comparamos con el proceso de Transición iniciado en 1975, las conquistas populares de las Cortes de Cádiz resisten bien el careo.

Así pues, el proceso revolucionario iniciado el 2 de mayo de 1808 y cristalizado en la Constitución de 1812 fue una auténtica revolución que derribó el carcomido edificio del Antiguo Régimen; y sólo por eso, debe de ser celebrado. Además, aun con sus dudas y titubeos, permitió la primera irrupción de las clases populares en el escenario político español, sustituyendo al Estado absolutista por la nación de todos; y por eso mismo, también debe de conmemorarse. Y, por último, inició un nuevo tiempo que, más pronto que tarde, trajo de la mano las ideas de emancipación social, libertad individual y solidaridad económica que están en la base del anarquismo. Con el triunfo del imperialismo napoleónico o del absolutismo medieval, nada de todo esto habría sido posible.

No fue nuestra revolución, pero fue una revolución. No lo olvidemos.

15 comentarios:

  1. ¡Viva la Pepa! ¡Abajo el Félix (de los Ingenios)! ¡Fuera serviles del Movimiento Libertario!

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  2. Una revolución que fue un intento de copia de la francesa... Una revolución francesa que, por ejemplo, hizo que Francia pasara de tener un ejército de 200.000 hombres a uno de 2 millones, presto y dispuesto a invadir Europa. Una revolución que oficializó el patriarcado. Pero claro, todo esto no es nada porque nos han dicho que el pasado fue peor siempre y en todo lugar... De esa manera, por muy bajo que caigamos, siempre pensaremos que estamos "progresando". Para legitimar el actual sistema de dominación (el más perfecto de la historia), cuanto más bajo caemos, más necesario para el PODER es la demonización de la edad media, así como la crítica de sus propios sistemas de dominación posteriores a aquélla, ahora obsoletos.

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    1. Una revolución que, como dice el texto, hizo que el pueblo llano participara por primera vez en política y empezara a reclamar lo que le pertenece. Cosa terrible esta para curas, aristócratas... y también para burgueses.

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  3. Sí, el pueblo empezó a participar de la siguiente manera: los que votaron tal constitución fueron 184 diputados AUTOELEGIDOS, que eran militares, eclesiásticos y clases altas.
    Impresionante que los anarquistas se crean la farsa de la democracia parlamentaria (por demás, ESTATAL).

    Y también participó el pueblo cuando el ESTADO les robó los territorios y propiedades COMUNALES.

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    1. El pueblo, antes y ahora, nunca participó en la toma de decisiones de un país. Supuso la transición de una sociedad estamental a otra clasista, y como supone toda transición, los que detentaban el poder, lo mantuvieron. Los liberales del siglo XIX, esos a los que tanto ataca FRM, para justificar el parlamentarismo son los primeros que idealizaron el pasado medieval.

      Ya me explique un poco más extensamente en otra entrada, y no voy a repetirme.

      http://grupostirner.blogspot.com.es/2012/03/sobre-los-diezmos-eclesiasticos.html

      Y la Revolución Francesa, aunque burguesa, también tuvo su componente popular.

      http://losdeabajoalaizquierda.blogspot.com.es/2007/07/el-aullido-n-16.html

      y no tuvo nada de innovador, porque muchas de sus instituciones también tienen origen medieval. Muchos de los defectos e injusticias de la Modernidad, ya existieron en la idílica Edad Media de unos. La Edad Media ni la satanizo ni la adoro.

      http://losdeabajoalaizquierda.blogspot.com.es/2011/04/libertades-castellanas-medievales.html

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  4. Pones enlaces infumables, por ejemplo el que habla de Pi y Margall (como poniéndole al lado de las ideas de Félix, o Félix al lado de las suyas), un canalla al que Félix precisamente pone a parir.
    Pero bueno, todo vale a la hora de expandir la confusión propia; así, todos confundidos, nadie sabe por donde tirar.
    Y el que ciertos nacionalismos (es decir, grupos de poder con ganas de montar su propio estado) usen el pasado medieval popular, no quita para que ese pasado exista y pueda ser usado con objetivos muchos más loables y sanos.

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    1. Lo mismo te digo con lo que todo te vale con tal de difundir la confusión. ¿Dónde he puesto las ideas de FRM al lado de las de Pi y Margall? ¿O viceversa?

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  5. Cuando enlaces un artículo, es conveniente que digas con que parte concreta estás de acuerdo de todo lo que en él se dice; si no lo haces, se entiende que es con la totalidad del mismo. Y esto no es una exigencia o regla exclusivamente mía, ojo.
    Pues bien, en ese texto concreto la referencia a Pi y Margall está muy relacionada con la creencia en cierto pasado medieval... y resulta que stamos hablando de lo que dice Félix... y tú has tenido a bien poner ese enlace. Eso sí es blanco y en botella, y no otras cosas.
    En cualquier caso, y si estoy equivocado, pido disculpas por haber malinterpretado.

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    1. Mis disculpas, pero también podrías haberlo hecho tú, yo tampoco estoy muy de acuerdo con el tal Pi Y Margall.

      http://losdeabajoalaizquierda.blogspot.com.es/2011/04/libertades-castellanas-medievales.html

      Y te vuelvo a recordar que tienes un talante muy autoritario. No me gusta recibir órdenes de nadie. Es tu problema que no te des cuenta.

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    2. De todas maneras sigo esperando... ¿dónde he puesto las ideas de FRM al lado de las de Pi y Margall?

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  6. Una digresión:
    ¿Sabéis por qué Félix ha conseguido tantos adeptos?
    Por lo dicho anteriormente: no por su análisis del pasado (que también) sino por el que hace del presente; un análisis crudo y duro, como debe ser, reconociendo la gigantesca miseria del hombre-mujer actual. Entonces, partiendo de ahí, es lógico que la gente también acepte su versión del pasado como más cierta que la de sus rivales. Por tanto, si queréis que vuestra visión del pasado tenga más aceptación que la de Félix (dejando al margen que vuestra visión es la de la oficialidad y, por tanto, vuestra corriente no es necesaria), deberíais empezar por reconocer todos vuestros errores del presente (y los de la sociedad en la que vivís).
    Lo dicho: Félix acierta mucho más que todos sus rivales. Y en lo que no acierta, sea lo que sea, se lleva su recompensa por el resto de sus aciertos... aciertos que, como dije antes, son silenciados por sus detractores; los cuales con esa actitud ponen en evidencia su egolatría, soberbia y ausencia de autocrítica.
    Félix, por ahora, y no es broma, tiene 100 adeptos por cada detractor dentro del mundillo libertario. Y los escasísimos detractores que tiene están enciscados en agarrarse como un clavo ardiendo a 3 ó 4 cositas que dice Félix, que, además, son claramente negadas en el resto del argumentario del propio Félix. Es decir, que sólo una mente perturbada (la egolatría también es un tipo de demencia)o con intereses no mostrados, puede afirmar que Félix pretende una sociedad en la que exista un poder ilegítimo, ya sea Estado o Iglesia, o burguesía o capital. Félix podrá estar todo lo equivocado que queramos, pero de ahí a llamarle criptoreaccionario, o curilla, o neocon (sí, eso le ha llegado a llamar) o que sus ideas son desmovilizadoras... van un trecho; un buen trecho que algunos no han tenido la menor vergüenza en recorrer a toda velocidad y con prisas...

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    1. ¿Por qué no hablas por tí mismo? Y dejas al amo atrás.

      No es cuestión de cuatro, cinco o más detalles, es cuestión de que pienses por tí mismo, al margen de todo filtro de otros. no existen las revelaciones. A Félix le llegará, también, el final de su tiempo de gloria, no es el primero ni el último.

      El hecho que puse de ejemplo sobre los Panteras Negras, demuestra que tu maestro, amo, filtro, también comete errores. Abandona todo seguidismo a una persona que no seas tu mismo. Porque nadie es perfecto, incluso de los que dicen hablar en nombre de una verdad o la buscan. No seas un esclavo.

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  7. No hay peor ciego que el que no quiere ver.Felix Rodrigo Moa es un reaccionario que apesta a sotana y encuentra un caldo de cultivo perfecto entre gente desorientada que desconoce el alcance de las criticas que el hace a Epicuro, al ateismo, al arte de las vanguardias al que denomina arte "facilon" y extravagante y al que poco menos que llama "arte degenerado".Felix Rodrigo Moa es un puritano que cree en "la autocensura" y que sin ella no se va a ninguna parte (esto dicho por el).Para ser un "ludita" tiene una campaña de propaganda montada en internet que no se corresponde con lo que uno esperaria de alguien que dice rechazar la tecnologia.Un tipo que recomienda leer a Juan de Mariana, que por si alguien no lo sabe, el instituto que lleva su nombre es el principal propagandista de ese engendro al que denominan "anarcocapitalismo" y que tiene a catedraticos de economia como Jesus Huerta de Soto que defiende a ultranza la propiedad privada.¿De donde han salido Felix Rodrigo Moa y la monja alferez de Prado Esteban?.No me cansare de denunciar la existencia de "caballos de Troya" en el movimiento libertario, que han venido a dividir y a captar discipulos para sus sermones dominicales

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    1. Pues, os han caido un buen, pero que muy buen problema, y no os van a soltar. Estos han entrado para quedarse, y van a cambiar el significado histórico del anarquismo, ya que lo han actualizado significamente.

      Esto pasa por querer crecer precipitadamente.

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  8. Compañer@s: no dejemos que estos intoxicadores profesionales nos paralicen. Tenemos mucho historia del anarquismo que difundir, muchos autores libertarios que citar, mucha literatura rebelde que rescatar del olvido, muchos artistas de vanguardia que dar a conocer y muchas injusticias que denunciar. Sigamos a lo nuestro y dejemos que los perros de FRM sigan ladrando. Eso significa que cabalgamos.

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