jueves, 18 de mayo de 2017

Competir para el mercado laboral


Por FREDY PERLMAN

A fin de localizar el origen de la plusvalía, hay que averiguar por qué el valor del trabajo es inferior al valor de las mercancías que produce. La actividad alienada de los trabajadores transforma materiales con la ayuda de instrumentos y produce una determinada cantidad de mercancías. Sin embargo, cuando estas mercancías se venden y los materiales consumidos y los instrumentos utilizados se han pagado, a los trabajadores no se les entrega el remanente del valor de sus productos como el salario, sino menos. En otras palabras, durante cada jornada de trabajo, los trabajadores realizan cierta cantidad de trabajo no pagado, de trabajo forzado, por la que no reciben equivalente alguno.

La realización de este trabajo no pagado, de este trabajo forzado, es otra «condición de supervivencia» de la sociedad capitalista. Sin embargo, y al igual que la alienación, no se trata de una condición impuesta por la naturaleza, sino por la práctica colectiva de las personas, por sus actividades cotidianas. Antes de que existieran los sindicatos, el trabajador individual aceptaba cualquier trabajo forzado disponible, ya que rechazarlo suponía que otros trabajadores aceptasen las condiciones de intercambio ofrecidas y que ese trabajador individual no recibiera salario alguno. Los obreros competían entre sí por los salarios que ofrecían los capitalistas, y si un trabajador dejaba su empleo porque el salario era inaceptablemente bajo, siempre había un obrero en paro dispuesto a sustituirle, ya que para un parado un salario reducido es más alto que ninguno. Los capitalistas llamaban «trabajo libre» a esta competencia entre trabajadores, y se desvivían por mantener la libertad de los trabajadores, ya que era precisamente esa libertad la que conservaba la plusvalía del capitalismo y le permitía acumular Capital. Ningún trabajador tenía como objetivo producir más bienes de lo que se le pagaba por fabricar, sino obtener el mayor salario posible. No obstante, la existencia de trabajadores que no recibían salario alguno, y cuya noción de un salario elevado era, por tanto, más modesta que la de un trabajador empleado, permitía al capitalista contratar trabajadores por un salario inferior. De hecho, la existencia de trabajadores parados permitía al capitalista pagar el salario más bajo por el que los trabajadores estuvieran dispuestos a trabajar. Así, el resultado de la actividad cotidiana colectiva de los trabajadores, cada uno de los cuales se esforzaba por obtener el máximo salario posible, era reducir los salarios de todos. El efecto de la competencia de todos contras todos recibían el salario más bajo posible y que el capitalista obtenía la mayor cantidad de plusvalía posible.

La práctica cotidiana de todos anula el objetivo de cada cual. Ahora bien, los obreros no sabían que su situación era el producto de su propia conducta cotidiana, ya que sus propias actividades no eran transparentes para ellos. A los trabajadores les parecía que los salarios bajos eran simplemente una faceta natural de la vida, como la enfermedad y la muerte, y que el descenso de los salarios era una catástrofe natural, como una inundación o un invierno inhóspito. Las críticas de los socialistas y los análisis de Marx, así como un mayor grado de desarrollo industrial, que les dio más tiempo para reflexionar, arrancaron algunos de estos velos y permitieron hasta cierto punto a los trabajadores ver sus propias actividades con más claridad. No obstante, en Europa occidental y en los Estados Unidos, los trabajadores no se deshicieron de la forma capitalista de la vida cotidiana: formaron sindicatos. Y en las condiciones materiales diferentes de la Unión Soviética y de Europa oriental, los trabajadores (y campesinos) reemplazaron a la clase capitalista por una burocracia estatal que compra trabajo alienado y acumula Capital en nombre de Marx.

Con sindicatos, la vida cotidiana es parecida a como era antes de que hubiera sindicatos. De hecho, es casi igual. La vida cotidiana sigue consistiendo en trabajo, en actividad alienada y en trabajo no pagado o forzado. El trabajador sindicalizado ya no negocia las condiciones de su alienación; lo hacen los funcionarios sindicales en su lugar. Las condiciones en las que se aliena la actividad del trabajador ya no las dicta la necesidad del trabajador individual de aceptar el trabajo disponible, sino la necesidad del burócrata sindical de mantener su posición de proxeneta entre vendedores y compradores de trabajo…

«La reproducción de la vida cotidiana»
(1969)

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