miércoles, 26 de abril de 2017

Los crímenes del militarismo cubano


TIERRA Y LIBERTAD
Nº 345 - abril 2017

Fidel Castro murió el 25 de noviembre de 2016 a los noventa años. Las necrológicas a su favor se desarrollaron en el seno de una izquierda y de unos círculos marxistas que no eran demasiado partidarios de enfrentarse a los crímenes del militarismo cubano.

No se trata aquí de negar la abnegación de Fidel Castro en su lucha a muerte contra la sociedad capitalista de mercado y el imperialismo estadounidense. La crítica antimilitarista que sigue a continuación se apoya en el rechazo inexorable de las tentativas de invasión de Estados Unidos a Cuba, así como en el embargo contra este país. Pero una alternativa atractiva al capitalismo de mercado deberá evitar la empresa estatista y militarista de la sociedad. Eso nos muestra de nuevo la agonía contemporánea del sistema construido por Hugo Chávez en Venezuela, gran avatar del castrismo en el continente sudamericano.

Los boat people, versión cubana

Los que se indignan hoy día ante los fugitivos de África y del Oriente Medio que se ahogan en el Mediterráneo, deberían también acordarse de los boat people cubanos. El régimen de Castro seguía la política de dejar huir a los opositores y adversarios del régimen en barcos y barcas hacia Florida o México. Esos boat people simbolizaban el fracaso del sistema, incluso aunque siguiera en el poder. Pero, ¿se puede hablar de emancipación y entusiasmo revolucionario en un sistema en el que gran parte de la población está muerta de miedo? Al día siguiente de la caída de la dictadura de Batista, el 1 de enero de 1959, cerca de ciento veinticinco mil emigrantes hombres y mujeres, vivían en Estados Unidos; de ellos ochenta y cinco mil regresaron a Cuba llenos de esperanza, y sólo se marcharon setenta mil, en su mayor parte de clases altas o esbirros del antiguo régimen. No obstante, y hasta 1962, huirán ciento noventa y seis mil personas tras la primera oleada de represión, entre ellos los anarquistas cubanos.

La primera huida en masa de ciudadanos empobrecidos, desesperados y sin responsabilidades políticas tiene lugar en 1965. En pequeños barcos o incluso en neumáticos, los refugiados trataron de atravesar el mar y encontraron la muerte en muchas ocasiones. Castro anunció entonces que quienes no quisieran participar voluntariamente en la revolución podrían embarcarse en el puerto de Camarioca. La avalancha a que dio esto resultado terminó con la firma de un tratado con el presidente Johnson de Estados Unidos, que permitía a su país acoger a los refugiados, también a los llegados en avión. Poco después, y hacia 1971, doscientas sesenta mil personas alzaron el vuelo, entre ellas muchos trabajadores especializados, que se echarían en falta en la reconstrucción posterior de Cuba. Castro tiene la costumbre de emplear criminales presos en esas operaciones.

Los hombres válidos para el Ejército no están autorizados a expatriarse. Los que abandonan el país pierden la nacionalidad cubana y todas sus posesiones. Quien se inscribe en las listas de espera pierde su trabajo, está obligado a abandonar su casa y se le moviliza a la fuerza para trabajos de agricultura. Según la correspondencia de la embajada de La Habana en Berlín oriental, en 1966 un cubano de cada cinco quería abandonar el país.

Exiliados cubanos en un barco durante 1980.

En 1980, el año de los boat people en Vietnam, tiene lugar una nueva huida en masa en Cuba: en La Habana, diez mil personas ocuparon la embajada de Perú. Finalmente, se abrió el puerto de Mariel para acoger a los barcos procedentes de Florida. Castro vio en ello la oportunidad de librarse de los opositores, a los que llamaba «gusanos», especialmente los adversarios del régimen que habían sido confinados en los centros psiquiátricos de la Isla. En este caso, podemos hablar casi de éxodo: de abril a septiembre de 1980, ciento veinticinco mil personas abandonaron la Isla, entre ellos muchos negros. A ello siguió un nuevo tratado con el enemigo jurado, esta vez bajo la égida del presidente Carter. Por otra parte, Estados Unidos tiene interés en no acoger a demasiados refugiados, aunque este fenómeno estuviera en perfecta consonancia con su propaganda ideológica durante la Guerra Fría. Las siguientes oleadas tuvieron lugar en 1990, con numerosas ocupaciones de embajadas; después, en 1994, durante la mayor crisis económica que atravesó al país tras la pérdida del apoyo de la Unión Soviética: entre julio y septiembre de 1994 tuvo lugar una nueva oleada migratoria, esta vez treinta y cinco mil personas trataron de atravesar el mar con barcos y balsas.

Se producen frecuentes incidentes: el barco «13 de Marzo» parte el 13 de julio de 1994, con setenta refugiados. Un guardacostas cubano lo detiene y lo hunde. Mueren cuarenta y una personas, el resto son conducidas a la cárcel. Las estimaciones varían, pero desde 1959 hasta el cambio de siglo se calcula en más de un millón el número de personas que abandonaron Cuba, lo que en el año 2000 suponía un diez o quince por ciento de la población total.

El aparato represivo y la redada en los montes Escambray

Desde el día siguiente a la revolución de 1959, Castro levantó un ejército regular que le obedecería únicamente a él, y no a la guerrilla, denominada «Movimiento del 26 de Julio» Funda los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), encargados de la vigilancia de los barrios. Los opositores al régimen son vigilados en cada casa; los CDR se ocupan también de renovar los sellos durante las épocas de racionamiento de los alimentos, un auténtico instrumento de control social. Además, Castro moviliza a las milicias, subordinadas a sus órdenes personales. Se añaden a ello los servicios secretos, como la Dirección General de Operaciones Especiales (DGOE) o los G2, que lograron infiltrarse entre los militantes de derecha en el exilio de Miami, lo que permitió a Castro estar al corriente de los planes de preparación de la invasión de la CIA y de los cubanos en el exilio de la bahía de Cochinos en abril de 1961.

Con esas estructuras militares, Castro perseguía a sus enemigos interiores. Desde el otoño de 1960, su blanco es su antiguo aliado en la lucha contra Batista, el Directorio Revolucionario (DR), a partir de ahora en guerrilla contra él en los montes Escambray. Los invasores de la bahía de Cochinos querían establecer lazos con esta guerrilla contrarrevolucionaria. Por tanto, Castro tenía motivos para combatir al DR, que se había hecho reaccionario. Pero la manera en que Castro y sus tropas combatieron al DR merece que nos detengamos en ello: Castro llamaba a los combatientes del DR «los bandidos»; sus tropas ejecutaron, en unos meses desde el otoño de 1960, a setecientos guerrilleros, y la mayor parte de las veces sin ninguna legalidad, como «ejecuciones extrajudiciales», igual que se diría hoy en el entorno de un tal François Hollande.

Algunos días antes de la invasión de la bahía de Cochinos, las tropas de Castro procedieron a una redada contra la guerrilla de Escambray. El objetivo oficial era separar a la guerrilla de su base local, lo que nos dice que existía una base local… De un solo golpe, siguiendo estimaciones recientes, doscientas mil personas fueron detenidas (en esa misma época, Carlos Franqui habla de cien mil detenciones en el periódico de Castro, Revolución). Muchos de ellos fueron internados en estadios, escuelas, cines y campos construidos a toda velocidad. Poco después ingresaron en cárceles recién construidas, o bien fueron expulsados por mar. El biógrafo Serge Raffy, de Le Nouvel Observateur, habla de ello como de la mayor redada de Estado en toda la historia de América Latina. Los intelectuales de izquierdas que acudieron por aquella época a rendir homenaje a la «Cuba revolucionaria» no se interesaron en absoluto por esos presos ni por las condiciones de su detención.

Los procesos espectáculo de Castro: el ejemplo de Cienfuegos y Huber Matos

La represión contra las corrientes de oposición en el seno del régimen seguía la misma mecánica que la de los bolcheviques, sobre todo con procesos espectáculo retransmitidos en la televisión cubana. Entre ellos, los más importantes fueron el proceso contra Huber Matos Benítez en 1959, y el del comandante en jefe de las tropas cubanas en Angola, y antiguo jefe militar de Castro, el general Arnaldo Ochoa, en junio de 1989.

Cuando Castro moviliza a sus nuevas milicias, pide al mismo tiempo a su amigo, el guerrillero Camilo Cienfuegos, antiguo anarquista, procedente de una familia de refugiados de la Guerra Civil española, que era muy popular, que disuelva el ejército rebelde del «Movimiento del 26 de Julio» todavía bajo el mando de Cienfuegos, porque lo sentía como rival.

Huber Matos junto a Camilo Cienfuegos.

Poco tiempo después, Cienfuegos y su piloto Luciano Farinas mueren en un pequeño bimotor, un Cessna, durante un vuelo que había partido de la base militar de Camagüey hacia La Habana, tras haber ido a visitar a Huber Matos, ya por entonces encarcelado por Castro.

Castro en persona dirige la investigación durante semanas sin resultado. Hoy se dice, con el testimonio de un pescador que vio un combate aéreo en la bahía de Masio, que el Cessna fue abatido por un interceptor «Sea Fury 530» del ejército cubano, pilotado por el capitán Torres (cercano a Raúl Castro) y Osvaldo Sánchez, número dos de los G2. La constatación es la siguiente: Cienfuegos fue eliminado por el clan Castro.

Justo después, Huber Matos sufrió su proceso espectáculo. Era cabezota e inteligente, y se le apodaba «el profesor». Sin embargo, fue acusado de traición y de conspiración con el imperialismo estadounidense.

El proceso comenzó el 11 de diciembre de 1959. Huber Matos no era de los que se quiebran por pasar tiempo en chirona, como había ocurrido a otros muchos adversarios de Castro. Al contrario, ataca abiertamente al régimen de Castro durante su proceso:

«¿Qué hemos prometido a los cubanos? Que la libertad sea un derecho absoluto, que nadie pueda ser perseguido por sus ideas, que los campesinos reciban la tierra en propiedad…»

Castro tiene la costumbre de inspeccionar los procesos espectáculo in situ, en una habitación interior con vistas a la sala de audiencia. Lanza sus testimonios y discute con los jueces durante las pausa. Primero envía a su hermano Raúl al ring. Pero Huber Matos le lanza una rápida invectiva: «¿Sabe usted cómo lo llama el pueblo cubano? ¡Pues le llama 'Señor Odio'!»

Finalmente, es el propio Fidel Castro el que acude a la sala de audiencia. Coge el micrófono y comienza uno de sus discursos célebres que suelen durar varias horas. Castro habla sin ofrecer ninguna prueba. Pero Huber Matos le corta la palabra, le corrige cuando oculta el papel desempeñado por Matos y Cienfuegos durante la revolución. Cortar la palabra al Líder Máximo es ya una alta traición en sí misma. Al final, Huber Matos obtiene veinte años de cárcel. Se le autoriza a partir al extranjero en 1979 y muere en Florida en 2014.

En los posteriores procesos espectáculo contra los intelectuales en los años sesenta y setenta, también se pone de manifiesto la homofobia de Castro. Allen Ginsberg, el beatnik que se burla de ello, sólo será expulsado. Pero el poeta oficial de Cuba, Heberto Padilla, sufrió un proceso indigno. En la cárcel, se le despertaba violentamente cada treinta minutos; encerrado en régimen de aislamiento, no distinguía entre el día y la noche, y se hundió completamente en su proceso, drogado para la ocasión, acusándose a sí mismo de crímenes contrarrevolucionarios.

Del mismo modo se desarrolló un proceso espectáculo contra el escritor disidente Reinaldo Arenas. Se lo acusó públicamente de asesinato y violación de una anciana y una joven con el fin de obtener información sobre la población. Pide «regresar» a la cárcel «Villa Marista»: entre el pueblo se llama a los agentes del servicio secreto de Castro los «maristas», según una congregación católica, y no «marxistas». En el proceso, Arenas promete no volver a escribir libros críticos, niega su homosexualidad y pide que le transfieran a los UMAP, que eran unidades militares para la producción, donde había grupos de reeducación para los homosexuales. Finalmente, Arenas pide trabajar como soplón para Castro.

En esos procesos, Castro combinaba su hostilidad contra los intelectuales con su homofobia. Hoy la situación de los homosexuales ha mejorado gracias a Mariela, la hija de Raúl Castro. Pero la prohibición de la prensa sigue siendo prácticamente total, y el último informe de Amnistía Internacional para 2015-2016 afirma que «ocho mil seiscientos militantes y opositores al régimen fueron detenidos por motivos políticos durante 2015». Recordemos que la población actual se eleva a once millones, de los que se ha detenido a cerca de sesenta mil. Amnistía Internacional coloca a Cuba en el sexto lugar… empezando por la cola.

Lou Marin

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