Por CLAUDIO STRAMBI
El 19 de julio de hace ochenta y un años, los obreros y los campesinos españoles, con las armas en la mano, y después de haber salvado la República del golpe militar franquista, se lanzaron decididos a la realización de un mundo nuevo sin explotadores ni explotados. En Cataluña, Aragón y Levante, orientados por las organizaciones anarquistas, se apoderaron de los medios de producción y distribución, tejiendo la urdimbre de una posible sociedad comunista libertaria.
Los trabajadores, organizados en milicias populares por los sindicatos CNT (libertario) y UGT (socialista), combatieron contra un ejército mucho mejor armado y apoyado por la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler. Ninguna ayuda llegó a las fuerzas progresistas por parte de las democracias francesa o británica, mientras la Rusia de Stalin enviaba ayuda con cuentagotas, retardada, haciéndola pagar a precio de oro, y solo a las fuerzas que defendían la propiedad capitalista y la democracia burguesa. El sueño de una sociedad liberada fue triturado entre las garras de acero de la guerra.
Muy pronto llegaron los compromisos: para conseguir las armas que faltaban, las organizaciones libertarias se vieron empujadas a entrar en el gobierno regional de Cataluña primero, y después en el nacional español. La partida resultó cada vez más complicada, las organizaciones libertarias parecían haber olvidado su razón de ser, mientras que la arrogancia totalitaria de los «consejeros» soviéticos se imponía cada vez más. Mucho antes que por el fascismo, el 'corto verano de la anarquía' fue suprimido por la coalición democrático-estalinista que tuvo en el PSUC (el partido comunista catalán) su Noske español (1).
Durante las jornadas de mayo de 1937 en Barcelona, cuando las fuerzas de la contrarrevolución estalinista desataron el ataque a la revolución libertaria, se entabló en las barricadas la batalla decisiva: CNT, FAI y POUM (comunistas de izquierda) por un lado, y estalinistas, republicanos y catalanistas por otro. Los segundos vencieron por el amplio apoyo de la URSS, pero también por las incertidumbres y los evidentes límites políticos del movimiento libertario español. Así, en la noche del 5 al 6 de mayo, Camillo Berneri y su amigo Francesco Barbieri fueron asesinados a sangre fría por sicarios estalinistas, añadiéndose así a las quinientas víctimas de esas jornadas.
La Revolución española representó un punto y aparte en la historia mundial: una vez derrotada la guerra social en España, el nazi-fascismo desencadenó la Segunda Guerra Mundial, mientras que para el anarquismo internacional nada fue como antes tras esa derrota: solo con el Mayo del 68 primero y, después, con los recientes movimientos internacionales, la hipótesis libertaria ha recomenzado una nueva andadura.
La figura de Berneri en este contexto es decisiva y, al mismo tiempo, simbólica: decisiva por el papel crítico que representa en esos tormentosos y dramáticos sucesos españoles; simbólica porque la supresión física de su límpida inteligencia ha coincidido con el declive temporal de una historia larga y gloriosa.
Tras la Segunda Guerra Mundial, la figura de Berneri en general y su específico pensamiento y acción en España fueron remodelados en función de una neo-ortodoxia libertaria carente de horizontes políticos. La personalidad de Berneri fue cicateramente manipulada trazando líneas rectas donde en realidad había curvas y contracurvas, contradicciones relevantes y no pocos puntos controvertidos.
Tras la caída del Muro de Berlín, cuando el anarquismo llamó otra vez la atención del gran público, también la figura de Berneri saltó a un primer plano y fue objeto de un renovado interés historiográfico. Con los años se ha ido afirmando un variado sustrato intelectual, que ha intentado de alguna forma redibujar la figura de Berneri, conduciéndolo poco a poco desde su militancia anarquista revolucionaria hasta los límites de un hombre «fuera de lugar», de un «intelectual fronterizo», de una inteligencia atormentada que se agitaba entre un anarquismo liberal, un liberal-socialismo y algo indefinido, tendenciosamente fuera de una rígida lógica de pertenencia, o en busca de un partido que nunca ha llegado a nacer.
No cabe la menor duda de que el recorrido intelectual de Camillo Berneri ha sido muy rico, fascinante, contradictorio, retorcido y controvertido: fue un hombre que llegó a sufrir las sugerencias del marxista Angelo y del reformista Prampolini, de los clásicos Malatesta y Kropotkin, pero también de Salvemini, Gobetti, De Viti de Marco, de toda la escuela liberal italiana (de la que procede su discutible convergencia hasta cierto punto teorizada entre colectivismo y liberalismo).
Un hombre, el «nuestro», en el que encontramos al mejor Bakunin, al mejor Marx y, a contraluz, a Gramsci; pero en el que encontramos también al Proudhon más arcaico, de donde deriva, en parte, la horrenda postura berneriana sobre la cuestión femenina. Por otro lado, posee la considerable fuerza «risorgimentale» de Mazzini, de Cattaneo, de Ferrari y, si continuamos, encontraremos el sólido anarquismo septentrional de Rudolf Rocker, el marxismo antideterminista del sindicalista revolucionario Enrico Leone. Si seguimos profundizando, encontramos su pasión por la democracia radical de los revolucionarios franceses de 1789 y por la tolerancia liberal de Voltaire. Encontramos también una viva simpatía política por el consejismo obrero y por Rosa Luxemburgo (2), pero también el más absoluto rechazo al determinismo marxista del que estaba empapada la comunista germano-polaca. En filosofía, encontramos sin duda a Kant, al matemático-filósofo convencionalista Poincaré e incluso a Einstein y al excura Ardigò. Por no hablar de cierta simpatías evangélicas ¡y muchas más!
De todo esto, sin embargo, este intelectual genial y controvertido, ecléctico y problemático, entusiasmante y censurable, concreto y soñador, fue esencialmente y sobre todo un militante anarquista de primera línea. Alguien que cuando pensaba que era necesario atentar contra la vida de los hombres del fascismo no ejercía de intelectual, lo intentaba él directamente, eso sí, con resultados nada brillantes (3). Berneri fue el anarquista más expulsado de Europa, no porque fuera un intelectual, sino porque era un organizador incansable, preparado para el sacrificio extremo.
Berneri consiguió el dificilísimo logro de interrelacionar el disperso anarquismo italiano del exilio y reunirlo en el importantísimo convenio de Sartrouville en octubre de 1935. También él dirigió a los anarquistas hacia una ponderada alianza con Giustizia e Libertà, hasta la formación, en agosto de 1936, de la Primera Columna Italiana de combatientes antifascistas en España.
Era sordo y enfermizo, pero quiso combatir en el frente de Aragón, participando con valor en la gloriosa batalla de Monte Pelado. Hasta que sus compañeros, amorosamente, lo «echaron» enviándolo a Barcelona, donde sería más útil con su obra de dirección política. Él fue quien denunció, sin temor a la muerte, los crímenes de Stalin que se estaban cometiendo en ese momento: se asesinaba a los mismos jerarcas bolcheviques que a su vez tenían las manos manchadas con la sangre de otros revolucionarios. Y fue él quien defendió, sin peros, al pequeño partido comunista de izquierda (POUM) de los acerados ataques moscovitas, reivindicando la alianza de los anarquistas con ese partido.
En este punto, casi un siglo después, sobre lo que habría hecho Berneri si no hubiera sido asesinado en España, se puede decir o dejar entender cuanto queramos, ya que los muertos no resucitan y el tiempo no vuelve atrás. Pero, como no se puede preguntar a la vida más que a la muerte, es evidente que la aventura española quedará para siempre como la última película sobre la vida de Camillo Berneri, una película en la que se concentran no pocas ambigüedades y descuidos.
En la estela de la oleada cultural que siguió a la caída del régimen «feudal-comunista» del Este europeo, a muchos gusta contar a Berneri entre las víctimas del comunismo. En efecto, los hechos lo confirman: materialmente lo asesinaron hombres que se declaraban comunistas a las órdenes de un partido que se consideraba comunista. Pero, por otra parte, él en España no fue adversario del comunismo, si por comunismo se entiende un sistema igualitario de reorganización de la vida económica y social. La realidad es exactamente lo contrario.
Los estalinistas en España, es decir, los asesinos de Berneri, estaban aliados con los republicanos y con los catalanistas, y eran violentamente contrarios a la colectivización de fábricas, tierras y servicios. Así, cuando tras los sucesos de mayo del 37 se impusieron a los anarquistas y al POUM, rápidamente se apresuraron a restituir a los antiguos propietarios muchas de las tierras aragonesas que habían sido expropiadas y colectivizadas por los campesinos. Berneri, como los demás anarquistas, era partidario decidido de la colectivización de fábricas, tierras y servicios.
No obstante, es cierto que él era un táctico y recomendaba cautela hacia la pequeña propiedad, en relación siempre con las exigencias de la guerra, de las que no se podía prescindir.
Pero la hoja de ruta que proponía era inequívoca. «Para nosotros, la lucha está entablada entre el fascismo y el comunismo libertario», dice en una entrevista. Y en un artículo publicado en Guerra di Classe denunciaba: «El Comité Ejecutivo del Partido Comunista de España ha declarado recientemente que en la lucha actual está por la defensa de la democracia y la salvaguardia de la propiedad privada. Se nota en el aire hedor a Noske». No pasaron ni cinco meses desde ese momento para que los Noske españoles entraran en acción e hicieran de Camillo Berneri el Rosa Luxemburgo de la Revolución española.
Pero para quien tenga dudas sobre cómo Berneri prefiguró el progreso social de España, reproducimos un fragmento de su artículo «La masacre de los intelectuales»: «En un país en el que el analfabetismo representa el sesenta por ciento del proletariado rural, solo el socialismo puede fundar escuelas en los pueblos (…). En un país en el que la industrialización está dando los primeros pasos, la cultura técnica no se puede desarrollar rápidamente más que con una condición: que toda la vida económica adquiera un ritmo acelerado, amplias miras, una modernización de los planes y de las unidades de desarrollo, condiciones estas que solo una economía colectivista puede lograr». ¡Qué extraño liberal!
Estrechamente ligada a la cuestión del comunismo está la del humanismo y el análisis de clase en el anarquismo. Desde hace décadas, hay quien intenta describir a Berneri como alguien que habría intentado extrapolar el anarquismo del recinto del movimiento obrero y socialista, hacia un terreno aclasista, interclasista y abstractamente universalista. Sobre esta vía, la componente neo-berneriana «de derechas» está constreñida a enfrentarse súbitamente con una cuestión conceptual: Berneri en España, es decir, en el último capítulo de su vida, dirige un periódico que se llamaba precisamente Guerra di Classe. Alguno, sin despeinarse, ha llegado a escribir que este es un hecho irrelevante, puramente formal, porque Berneri siempre se orientaba en sus ideas hacia otra dirección. Leamos el editorial que redactó para el primer número de Guerra di Classe en Barcelona, el 9 de octubre de 1936: «Guerra di Classe es un título de actualidad desde hace milenios, y lo seguirá siendo por muchos siglos todavía. Es una guerra de clases en la que estamos inmersos, y en ella 'vivimos' y la reconocemos y afirmamos como tal. Guerra civil y revolución social no son en España sino los dos aspectos de una realidad única: un país en marcha hacia un nuevo orden político y económico, sin dictadura y contra el espíritu dictatorial, constituirá la premisa y las condiciones de desarrollo del colectivismo libertario» (4).
Berneri no contrapone nunca la dimensión humanista a la clasista del anarquismo; al contrario, da a cada una el lugar que le corresponde. En una polémica con los bordiguistas, Berneri escribe que «el anarquismo es clasista por contingencia histórica y humanista por esencia filosófica». En una de sus obras clásicas escribe después: «El revolucionario humanista es consciente de la función evolutiva del proletariado, está con el proletariado porque es una clase oprimida, explotada, desposeída, pero no cae en la ingenuidad populista de atribuir al proletariado todas las virtudes y a la burguesía todos los vicios, e incluye a la misma burguesía en su sueño de emancipación humana. Piotr Kropotkin decía: "Trabajando para abolir la división entre amos y esclavos, trabajamos por la felicidad de unos y otros, por la felicidad de la humanidad (…) el anarquismo se ha afirmado neta y constantemente en todas partes como corriente socialista y como movimiento proletario. Pero el humanismo se ha afirmado en el anarquismo como preocupación individualista de garantizar el desarrollo de la personalidad y como comprensión, en el anhelo de emancipación social de todas las clases, de todas las categorías, es decir, de toda la humanidad. Todos los hombres necesitan ser redimidos por otros y por sí mismos. El proletariado ha sido, es y será más que nunca el factor histórico de esta emancipación universal"».
Por mucho que la prosa berneriana sea agradabilísima de leer, estamos prácticamente «descubriendo el agua caliente» del anarquismo: distinción y conexión entre aspiración ética y necesidad histórica. Evidentemente, el «agua caliente» ya estaba descubierta y para muchos todavía es un concepto difícil de comprender. Cuando se intenta diseñar un Berneri que gira hacia la dimensión universalista del anarquismo, habría que recordar que si hay un punto firme en la personalidad de Berneri, es precisamente estar imbuido constantemente de un anarquismo que sea «un gran factor de historia».
Pero en lo relativo al Berneri español, hay otro aspecto político extremadamente significativo que, no por casualidad, se tiende a olvidar. Nos referimos a la indicación de Berneri sobre la ampliación del conflicto español hacia el mundo árabe de las colonias francesas, inglesas y españolas. Con esas indicaciones apuntaba explícitamente a aflojar el dogal opresivo que fascismos, democracias y estalinismo apretaban al cuello de la revolución española. Berneri era muy consciente de que el triunfo de la revolución, de ser posible, se produciría gracias a la victoria en el plano internacional; pero, por otro lado, tenía poca confianza en la capacidad insurreccional del proletariado francés, sobre el que algunos cifraban sus esperanzas. Entonces, ¿qué hacer?
Ya el 24 de octubre de 1936 escribía: «La base de operaciones del ejército fascista es Marruecos. Es preciso intensificar la propaganda a favor de la autonomía marroquí, sobre todo en el sector de influencia panislámica. Es necesario imponer al Gobierno de Madrid declaraciones de su voluntad de abandonar Marruecos, así como proteger la autonomía marroquí. Francia ve con preocupación la posibilidad de repercusiones insurreccionales en África septentrional y en Siria, e Inglaterra ve reforzada la agitación autonómica egipcia y de los árabes de Palestina. Hay que aprovechar tales preocupaciones, con una política que amenace con desencadenar la revuelta del mundo islámico. Para tal política es necesario invertir dinero y urge enviar emisarios, agitadores y organizadores a todos los centros de la emigración árabe». Estas cosas continuó diciéndolas hasta el día en que fue asesinado.
Sí, de alguna manera se puede decir que Berneri había intuido, con mucha anticipación, el emerger de la cuestión árabe, y en particular de una cuestión palestina. Ese mismo intelectual anarquista que escribió bellísimas páginas contra el antisemitismo en «El judío antisemita» fue el mismo que, en un pionero y olvidado artículo de noviembre de 1929, «La Palestina ensangrentada», escribe sin ambages: «¿De parte de quién está la razón? De la parte de los árabes». El artículo comenta los gravísimos y sanguinarios enfrentamientos que se estaban produciendo en aquel momento entre los colonos judíos y la población palestina. Berneri denuncia los efectos desastrosos de la famosa Declaración de Balfour para una patria judía en Palestina (5) y la colonización financiada por el capital inglés, desarrollada tras la partición de Oriente Medio llevada a cabo por las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial. Esta colonización hebrea de Palestina, financiada por el capitalismo británico, se había superpuesto e incluso había sustituido a la inocua emigración de prófugos judíos en Palestina que pacíficamente se dio durante décadas, sin dar lugar al más mínimo conflicto.
Por lo demás, Berneri desde 1921 había tenido una atención particular por las luchas anticoloniales, y había estudiado sus posibles conexiones con las luchas revolucionarias del proletariado. Por ello no fue casualidad que en España identificara enseguida en las agitaciones del mundo árabe una de las palancas sobre las que se podría apoyar la revolución española.
Más que «intelectual fronterizo», Camillo Berneri fue sobre todo un combatiente revolucionario. Fue un hombre atormentado y contradictorio, pero que sabía siempre dónde estaba su lugar en la batalla. Fue un blasfemo, un hereje de la anarquía y a veces fue incluso sabihondo, presuntuoso y antipático. Pero fue un hombre que, cuando el destino lo llamó, supo usar tanto «la pluma» como «la pistola» para defender la España revolucionaria, el comunismo libertario, el futuro de anarquía. Lo conmemoraremos en Florencia, en Via Volta 13, donde vivió en su juventud.
Nº 346 – mayo 2017
NOTAS:
(1) Gustav Noske (1868-1946). Tras haber formado parte del movimiento sindical, se inscribe en el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) y en 1906 es elegido diputado para el Parlamento. Después de la revolución democrática-socialista de noviembre de 1918, con la que termina la Primera Guerra Mundial, Noske se convierte en ministro de Defensa del gobierno socialdemócrata y no se contiene a la hora de alabar la acción de los grupos paramilitares ultranacionalistas (en particular los Freikorps) para frenar la difusión de las tendencias revolucionarias y consejistas de la República de Weimar. Noske será el responsable directo de la sangrienta represión de los sucesos espartaquistas de enero de 1919 y del salvaje asesinato de Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht, Gustav Landauer y tantos otros.
(2) Véase el artículo de Berneri, «El sovietismo en la Revolución alemana», publicado en Tiempos Nuevos de Barcelona, septiembre de 1934.
(3) En 1929, Berneri atravesó la frontera entre Francia y Bélgica con la intención de ir a Bruselas, a la Sociedad de Naciones, y atentar contra Alfredo Rocco, ministro fascista, impulsor del famoso código que lleva su nombre, todavía en vigor. En realidad, apenas pasada la frontera fue detenido por la traición de un infiltrado llamado Menapace.
(4) Se puede leer el editorial completo en castellano en el libro Guerra de clases en España, 1936-1937 (Barcelona 1977) junto a una amplia selección de escritos de Berneri.
(5) Inglaterra ocupa Palestina en 1917 e impone su protectorado. Con la Declaración de Balfour, ministro británico de Asuntos Exteriores, Inglaterra comienza a apoyar y a financiar la colonización sionista, que se venía produciendo desde los años ochenta del siglo XIX. Emigración espontánea y pacífica de millares de judíos desesperados que huían de los pogromos de Rusia y Polonia, y se transforma, gracias al imperialismo británico, en una tragedia que todavía hoy está lejos de finalizar.
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