viernes, 6 de junio de 2014

Aniversario en la vieja Europa

Por RAFAEL POCH

Muchos creen que John Wayne y el soldado Ryan salvaron a Europa del fascismo, que Angloamérica salvó al viejo continente, poco menos que en solitario, y que el desembarco en Normandía fue la gran acción decisiva. No fue así.

Ni el curso de la guerra, ni la derrota del fascismo, se decidieron allá. Los principales héroes no fueron John Wayne ni el soldado Ryan, sino gente de apellido eslavo que murió por un país que ya no existe. Los escenarios realmente decisivos fueron; Moscú, Leningrado (S. Petersburgo), Stalingrado (Volgogrado) y Kursk.

En el frente del Este, el Tercer Reich perdió 10 millones de soldados y oficiales muertos, heridos y desaparecidos, 48.000 blindados y vehículos de asalto, 167.000 sistemas de artillería. 607 divisiones fueron destruidas. Todo ello representa el 75% de las pérdidas totales alemanas en la Segunda Guerra Mundial.

La diferencia en la escala militar es aplastante. En Normandía se registraron 10.000 muertos aliados, 4.300 de ellos británicos y canadienses y 6.000 americanos. En las grandes batallas del este, los muertos se contaban en centenares de miles. En la batalla de Moscú participaron unos 3 millones de soldados y 2.000 tanques. La URSS utilizó allí la mitad de su ejército, Alemania una tercera parte. En El Alemein, una batalla importante del otro frente, los alemanes disponían entre 60.000 y 70.000 soldados.

La escala del sufrimiento humano también es incomparable. La geopolítica de Hitler no tenía prevista la existencia de un estado ruso en Europa y en su escala racista los eslavos estaban muy abajo. La guerra en el este era a vida o muerte, muy diferente a la del oeste. Las ciudades y los pueblos eran destruidos, frecuentemente con sus habitantes. Murieron uno de cada cuatro habitantes de Bielorrusia, uno de cada tres de Leningrado, Pskov y Smolensk.

La batalla de Stalingrado entre agosto de 1942
y febrero de 1943, supuso la primera de
las grandes derrotas del III Reich.

El esfuerzo angloamericano en el continente no empezó hasta que, en 1943, quedó claro que la URSS había parado el embate y que la derrota de Alemania era inevitable. Con otra actitud seguramente se hubieran evitado muchos muertos. Pero, ¿habría habido «segundo frente» si las cosas le hubieran ido bien a Hitler en el este?

Desde la firma del acuerdo británico-soviético sobre acciones militares comunes contra Alemania de julio de 1941, Stalin pedía la apertura de un «segundo frente» en Europa, es decir un desembarco aliado que aliviara la presión soportada por la URSS. La respuesta se demoró mucho.

El invierno de 1941, con los alemanes a las puertas de Moscú, fue crítico. Aquel año la URSS sufrió la mitad de las bajas militares de toda la guerra, 9 millones entre muertos, heridos y presos (dos terceras partes de los 27,6 millones de muertos soviéticos en la guerra fueron civiles), pero sólo recibió el 2% del total de los suministros que sus compañeros de coalición le enviaron durante toda la guerra.

Los documentos desclasificados de los archivos soviéticos están llenos de declaraciones de aliados occidentales que abundaban en la inconveniencia de apresurarse. ¿Por qué no dejar que las dos fieras se devoraran entre sí?

Visto desde Moscú, los angloamericanos desembarcaban en los lugares más alejados y menos relevantes para aliviar la presión sufrida por la URSS; primero en el norte de África (noviembre de 1942), luego en Sicilia (julio del 43), a continuación dos veces en Italia continental (en septiembre del 43 y en enero del 44), y sólo a menos de un año del fin de la guerra (en junio del 44) en Normandía.

Para entonces, el ejército soviético ya hacía 6 meses que había llegado a la frontera polaca de preguerra. Las democracias debían darse prisa si querían tomar alguna posición en Europa y evitar que «los rusos» volvieran a llegar a París, como habían hecho en el pasado.

Una manifiesta desconfianza presidió la alianza antifascista soviético-occidental desde sus mismos inicios. Sus motivos eran muchos y diversos. De parte occidental se acepta, por ejemplo, que el pacto germano-soviético de 1939 evidenció el parentesco entre nazismo y estalinismo. De las vergüenzas de las democracias, de su actitud ante el fascismo en vísperas de la guerra y de sus parentescos imperiales con Hitler y Mussolini, apenas se habla. Seguramente a causa de su manifiesta actualidad.

En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, aquellos políticos democráticos de Europa y América que luego «salvarían a Europa» mantenían un idilio con Hitler y Mussolini. Estados Unidos había apoyado al dictador italiano desde su llegada al poder en 1922. Sus desmanes se comprendían, porque conjuraban la amenaza bolchevique. Las inversiones americanas en Italia y en la Alemania fascista no disminuían, sino aumentaban, en los años treinta.

«Hitler ha prestado grandes servicios no solo a Alemania, sino a toda Europa Occidental, al cerrar el paso al comunismo (…) por eso es legítimo ver en Alemania un muro de contención occidental del bolchevismo», decía en 1938 el Secretario de exteriores británico, Lord Halifax.

Sobre la base común de aquella «contemporanización», Londres y Berlín podían llegar a un «entendimiento». Halifax estaba dispuesto a conceder a Alemania todo lo que pidiera; «Danzig, Austria y Checoslovaquia», con tal de que esas anexiones se llevaran a cabo, «de forma pacífica y evolutiva».

Los principios de aquella Europa se habían retratado igualmente en su actitud ante la República Española.

La idea de que los proyectos de Hitler eran asumibles, que todo el mundo podía integrarse en ellos, y que la amenaza estaba en otra parte, era común en los gobiernos de la Europa de finales de los 30. Con Neville Chamberlain como jefe de gobierno en Londres y Edouard Daladier en París, las democracias calificaban de «paz con honor» la entrega de Checoslovaquia al Reich practicada por la Conferencia de Munich.

El ministro de exteriores polaco, Jozef Beck, prometía apoyar la reclamación nazi sobre Austria y tener en cuenta los intereses del Reich ante un «eventual ataque (polaco) contra Lituania». El embajador polaco en París, Lukaszewicz, explicaba a sus colegas norteamericanos que lo que estaba en juego en Europa era una lucha entre el nazismo y el bolchevismo, en cuyo campo incluía a «agentes de Moscú» como el Presidente checoslovaco, Edvard Benes. «Alemania y Polonia pondrán a los rusos en fuga en tres meses», decía el embajador, en vísperas de que la agresión contra su propio país marcara el inicio «oficial» de la Segunda Guerra Mundial.

Para entonces, aquella guerra tenía ya ocho años de historia en el mundo. El mundo de los dominios imperiales de Asia y África, donde la guerra, el atropello, la invasión y el racismo, no contaban, mientras no colisionaran con los propios intereses.

En 1931 los japoneses se habían apoderado de un trozo de China mayor que Francia. En 1933 y 1935 habían expandido su invasión a otras tres provincias chinas, practicando su guerra química y bacteriológica con experimentos en la población civil.

En 1935 Italia invadía Abisinia, con el Mariscal Badoglio utilizando gas mostaza contra la población civil.

En julio de 1939 el gobierno británico declaraba, «reconocer por completo la situación actual en China».

Ni Londres ni Washington protestaron o se opusieron al ataque japonés contra Mongolia, retaguardia de la URSS, a partir de mayo de 1939 y que, en la batalla de Jaljyn Gol, produjo más muertos que toda la campaña de la invasión alemana de Francia.

No pasaba nada y el encargado de la «India Office», Leopold Amery, explicaba por qué con toda claridad, al defender la agresión japonesa contra China en la Cámara de los Comunes; «si condenamos lo que Japón ha hecho en China, tendremos que condenar igualmente lo que Inglaterra hizo en Egipto y la India».

En un libro escrito en una prisión británica entre abril y septiembre de 1944, coincidiendo con el desembarco de Normandía, Nehru, fundador de la nueva India explicaba así la situación: «Tras algunas de aquellas democracias había imperios en los que no había democracia alguna y donde reinaba el mismo tipo de autoritarismo (racista) que se asocia con el fascismo, así que era natural que aquellas democracias occidentales sintieran algún tipo de unión ideológica con el fascismo, por mucho que les disgustara algunas de sus expresiones más vulgares y brutales».

«La política británica había sido casi ininterrumpidamente profascista y pronazi», recapitulaba Nehru en su celda del Fuerte de Ahmadnagar, pero todo se acabó, cuando se vio que aquel «aliado natural», aquel pariente, se volvía contra los intereses occidentales.

«Se hizo cada vez más obvio que, pese al deseo de calmar a Hitler, éste se estaba convirtiendo en el poder dominante en Europa, desmontando por completo el antiguo equilibrio y amenazando los intereses vitales del Imperio Británico».

El resultado fue una alianza forjada sobre las circunstancias y la estupidez de Hitler, quien, si hubiera atacado primero a la URSS en lugar de atacar a Polonia, habría sido aplaudido por las democracias. Esta idea fue expresada al final de la guerra por el propio Hitler en un texto poco conocido.

En febrero de 1945, Martin Bormann recogió varios monólogos de Hitler que tienen valor de testamento político. Dos meses antes del final, Hitler coincidía en ellos, con la tónica de los políticos británicos y americanos de antes de la guerra, al reflexionar sobre los errores que habían conducido a la derrota.

La campaña contra Rusia era «inevitable», decía. Su problema era haberla desencadenado en un momento poco adecuado. La guerra en dos frentes había sido un error, reconocía, pero la responsabilidad última era de americanos y británicos, con quienes habría sido posible llegar a un acuerdo.

«La guerra contra América es una tragedia». «Ilógica y carente de todo fundamento». Sólo la «conspiración judía contra Alemania» la había hecho posible.

Cargada de delirios, su mirada al futuro, contenía un pronóstico del mundo bipolar que se avecinaba: «Con la derrota del Reich y la aparición de los nacionalismos asiáticos, africanos y puede que sudamericanos, sólo quedarán en el mundo dos potencias capaces de confrontarse; Estados Unidos y la Rusia soviética. Las leyes de la historia y de la geografía, las empujarán hacia una prueba de fuerza, sea militar o económica e ideológica».

El aparato de propaganda y relaciones públicas más formidable de la historia ha fabricado su leyenda sin apenas fisuras. Hollywood, la industria mediática en manos de magnates, los sistemas de alimentación oficial de esa industria y, por supuesto, el ejército de conformistas bien pagados encargado de transmitirla, han escrito la versión más conveniente. La historia es suya. Llegamos así al discurso de George Bush en la celebración del aniversario del desembarco.

El día 'D' (6 de junio de 1944),
el desembarco de Normandía.

Reivindicando lo único positivo que la intervención militar extranjera de Estados Unidos tiene en su haber en más de medio siglo, el Presidente vende su actual cruzada.

Obteniendo la merecida gratitud que los franceses, italianos, belgas y holandeses le deben al soldado Ryan, pretende mantener el vasallaje europeo ante la larga lista de crímenes impunes cometidos por el militarismo americano desde entonces.

El hombre que, según las encuestas, encarna la guerra y promueve la desestabilización global, para la mayoría de los europeos, habla hoy en Normandía de moral, de libertad y de principios, y recibe el tributo y el aplauso de los dirigentes de la «vieja Europa».

La generosidad y el heroísmo de los 10.000 caídos en aquellas playas francesas sirve, así, para reivindicar su «guerra contra el terrorismo», la destrucción de los frágiles rudimentos del derecho internacional y del control de armamentos, la agresión preventiva o «humanitaria», el armamentismo y la banalización del uso del arma nuclear en guerras convencionales. Es el momento de recordar quien era el máximo representante de esas mismas tendencias en el mundo de hace 60 años.

La guerra no la ganó el soldado Ryan en Normandía, pero un indigno peligroso reivindica su gloria.

DIARIO DE PEKÍN
(Blog desde 2002 a 2008)
04/06/2004

jueves, 5 de junio de 2014

Jornada de protesta en São Paulo: Mitin multitudinario y huelga de los empleados del metro


4 junio 2014

Una semana antes de que empiece la Copa del Mundo, unas 12.000 de personas del Movimiento de Trabajadores sin Techo se reúnen en un mitin en São Paulo. Mientras tanto, los trabajadores del metro iniciarán dentro de unas horas una huelga indefinida.

Cerca de 12.000 personas vinculadas al Movimiento de los Trabajadores sin Techo de Brasil (MTST, por sus siglas en portugués), de acuerdo con la Policía Militar, han salido a una manifestación pacífica en São Paulo, caminando por la zona del este de la ciudad hacia el estadio Arena Corinthians. Se reporta una congestión en la región.

Los participantes del mitin, que se manifiestan en contra de los gastos del Mundial, reclaman una política nacional contra los desahucios forzosos y quieren que la tierra ocupada por este movimiento cerca del Arena, bautizada como 'La Copa del Pueblo' ('Copa do Povo'), sea destinada a la construcción de vivienda asequible.

Mientras tanto, en torno a las 03.00 GMT empezará una huelga de los empleados del metro en São Paulo por la cuestión del aumento de salario. La decisión fue tomada la semana pasada y ratificada la noche del miércoles por el Sindicato de los Trabajadores del Metro de la ciudad. Según informa O Globo, la huelga durará un tiempo indefinido.

miércoles, 4 de junio de 2014

El régimen de Kiev bombardea a la población en el este de Ucrania

 


Las terribles imágenes del ataque del 2 de junio contra la sede de la administración regional de Lugansk ya estaban en Internet mientras Kiev afirmaba que no hubo ataque aéreo contra esa ciudad.

El régimen de Kiev, que cuenta miembros de grupos neonazis, ha optado por bombardear el este de Ucrania y castigando indiscriminadamente tanto a civiles como a los opositores que han levantado barricadas y que se armaron para exigir la federalización.

El régimen recurre a la fuerza bruta para solucionar su falta de crebilidad en el este de Ucrania. Una reconciliación se va haciendo casi imposible debido a la negativa de Kiev de apelar a la negociación.

Sólo ante las pruebas documentales, divulgadas únicamente por la televisión rusa, el régimen de Kiev ha reconocido finalmente haber bombardeado el este de Ucrania donde han muerto numerosos civiles miembros de la población que reclama la federalización del país.

Kiev ha admitido haber atacado por aire la ciudad de Lugansk, en el este de Ucrania, reconociendo que sus helicópteros y aviones de guerra «lanzaron más de 150 misiles» en la acción militar del lunes.

martes, 3 de junio de 2014

Cuestionan la honradez de Teresa de Calcuta en el manejo de fondos para los pobres


2 junio 2014

Tras llevar a cabo una investigación de los estudios biográficos sobre Teresa de Calcuta, académicos de Canadá ponen en entredicho la honradez de la 'santa' en el manejo de fondos con fines humanitarios.

Investigadores de la Universidad de Montreal llaman la atención sobre la desaparición de fondos destinados a trabajos humanitarios y asistencia médica a los pobres, informa el periódico The Independent.

«Teniendo en cuenta la administración prudente de Teresa de Calcuta en sus trabajos, surge una pregunta sobre dónde escaparon millones para los más pobres», se pregunta el investigador Serge Larivée.

El estudio cita las palabras del escritor estadounidense Christopher Hitchens, que en 2003 se expresó en contra de Teresa de Calcuta. «No era amiga de los pobres, sino amiga de la pobreza. Dijo que el sufrimiento era el regalo de Dios. Ella pasó su vida criticando la única posible curación de la pobreza, es decir el crecimiento del poder de las mujeres y su emancipación. Era amiga de los peores ricos del mundo, recibía dinero de la familia cruel de Duvalier en Haití y de Charles Keating, que jugó un rol significante en la crisis de ahorros y préstamos en EE.UU. ¿A dónde desapareció este dinero y dónde están las otras donaciones?», se pregunta.

lunes, 2 de junio de 2014

Ferias y mercados

 

MONCHO ALPUENTE

La autodenominada Unión Europea nunca pasó de ser el Mercado Común como se conocía en un principio, una simple corporación de mercaderes sin fronteras y con coartadas para sus rapiñas. Luego vino el primer eufemismo; Comunidad Económica Europea, fuera lo de mercado para borrar pìstas y cubrir huellas.

Ahora es la UE, Unión Europea, la economía desapareció de la denominación de origen cuando más presente estaba que era la economía de mercado la única razón por la que se mantenía vivo el ente, la entidad y al fin y al cabo la identidad europea. Mercado libre para las mercancías, no para las ideas, ni para las personas. Entre Bruselas y Estrasburgo, bajo la tutela de la poderosa economía alemana, la UE es un avispero de intereses encontrados, un conjunto de átomos rabiosos, unidos por el afán de lucro y el poder omnímodo.

Nadie mejor que el ministro Arias Cañete, veterano en estas lides, para representar su fingido papel de simpático bufón, generoso colega que paga las consumiciones del bar e invita a jamón ibérico a los autocomplacientes burócratas de esa lucrativa organización que paga buenos sueldos y mejores dietas por formar parte de esta comparsa nómada, de esa asamblea en la que todas las decisiones están tomadas por los que pueden tomarlas antes de que se produzcan debates amañados y consensos ya pactados.

Arias Cañete es un parásito de lujo, un ministro de alimentación sobrealimentado que desmiente con su orondo perfil que en España se esté pasando hambre, siempre que unos se conformen con los yogures caducados y otros se nutran de jamón de pata negra y jamón de Jabugo. Arias Cañete, es agricultor, ganadero, bodeguero y como hobby inconfesable (ni siquiera llegó a declararlo ante el Parlamento) vende petróleo en alta mar con una flota de buques cisterna, gracias a una graciosa concesión del Estado. Y todo esto sin perder el buen color de sus mofletes que contrastan con su nívea barba de Papá Noel, de fraile glotón y tragaldabas insaciable. En la sonrisa de Cañete se refleja la autosatisfacción de nuestros ricos, la corrupción da sus frutos y abona España con un sustrato en el que muchos se pudren para que otros, los menos, prosperen, para que los de arriba suban cada vez más alto y los de abajo se hundan cada vez más en el abismo.


domingo, 1 de junio de 2014

Pepe Ribas: «La policía introdujo la heroína para acabar con los ateneos libertarios»

Pepe Ribas en 1979.

El fundador de Ajoblanco reivindica el legado de la transgresora revista que, desde Barcelona, pretendió cambiar a la sociedad española mediante la cultura libertaria

29/05/2014

Barcelona era un mundo ajeno al país. Al menos, aquellas Ramblas donde se cruzaban editores independientes, jueces de la nova cançó, seres del underground, antifranquistas de toda ralea y escritores suramericanos que hicieron boom. En ese caldo de cultivo para que el ansia de libertad y justicia social tomase forma, no lejos de allí, en un modesto piso de la calle Aribau, se gestó una revista con la que miles de españoles se sacudirían los tabúes y la carcunda durante el tardofranquismo y la transición. Frente al clima asfixiante y represivo de Madrid, capital de la una, grande y libre, la urbe catalana respiraba cierto vacío de poder que alentó toda clase de manifestaciones de carácter alternativo y contestatario, incluida la prensa contracultural. Se llamaba Ajoblanco.

Pepe Ribas estudiaba Derecho y se sentía entre la espada del autoritarismo y las consignas políticas de las paredes de la Facultad. «Estaba tomada por la extrema izquierda, que era bastante dogmática», recuerda cuarenta años después del nacimiento de la revista. «En las asambleas copaban el poder y no te dejaban hablar». Los malditos como él, confinados en un rincón, decidieron forrar los muros de la Universidad con poesías, mientras afuera se corrían los cien metros grises. Fue la primera acción de una pandilla de libertarios que decidió fundar una publicación transgresora cuando el verano de 1973 echaba el candado.

Flora, «la mujer de un torero sin suerte», sirvió a los jovenzuelos del grupo poético Nabucco una sopa fría de almendras antes de que Ribas anunciase su intención de lanzar una cabecera alejada de los círculos universitarios. «Me miraron como si estuviese loco, pero era necesario romper el monopolio cultural imperante y aportar nueva energía». Esa misma noche recibiría el bautismo con el derramamiento del blancuzco líquido bendito que la dueña malagueña del restaurante Putxet les había servido. De ahí el nombre de pila, Ajoblanco, que pronto vería la luz en un contexto de lucha obrera, movimiento estudiantil, efervescencia cultural y rechazo a lo establecido, justo un año antes de la muerte de Franco.

La cuestión era dar un paso adelante, pero no de la mano de los partidos de la izquierda ortodoxa, de los que renegaba. «No sabíamos bien si éramos ácratas, porque no había libros donde leer qué era la acracia», rememora Ribas, entonces un libertario divino de familia burguesa con ganas de experimentar, de encontrar una voz propia y de difundirla por todos los pliegues del país «mediante una red de activistas que conectaba a profesores de instituto con universitarios, jóvenes obreros, responsables de teatros alternativos, organizadores de conciertos y libreros progresistas». Así describió en su libro Los '70 a destajo (RBA) la distribución paralela y de tapadillo de la publicación, cuyos temas, secciones y especiales nada tenían que ver con los de la prensa convencional: antipsiquiatría, anarquismo, ecología, sexualidad, cooperativismo, energías libres, naturismo, homosexualidad, educación antiautoritaria, urbanismo sostenible, presos...

«Lo bueno fue que no éramos conscientes de lo que estábamos haciendo y actuábamos de forma grotesca. Era un tiempo en el que no tenías miedo al otro», afirma el fundador de Ajoblanco, que ayer inauguró una exposición en el Centro Cultural Conde Duque de Madrid que rinde homenaje a la cabecera, cuya primera época llegó a su fin en 1980 por cansancio, tras dejar hechos los deberes: no transformó el mundo conocido, pero explicó cuáles eran las herramientas para intentarlo. «Pensamos que podíamos hacer la revolución y cambiar España. Al menos fue una válvula de escape para los jóvenes sometidos», confiesa durante una charla en el salón de actos del antiguo cuartel madrileño, pues la muestra, además de recuperar su legado, viene acompañada de debates que pretenden «revitalizar» la sociedad contemporánea.

Portadas de los números 1 y 10 de la revista.

Habla en plural porque fue una revista colectiva, ácrata, asamblearia y, por tanto, con una redacción no jerarquizada. Algunos de sus miembros están presentes entre el público, como Toni Puig y Fernando Mir, integrantes junto al propio Ribas del triunvirato embrionario. También se acercó a escucharlo Karmele Marchante, que completaba un equipo formado por Luis Racionero, Nuria Amat, Quim Monzó o Jordi Alemany. Un dream team al que se sumarían, como colaboradores, centenares de firmas emergentes (Casavella, Gopegui, Rivas, Grandes, Muñoz Molina) y consagradas (Sampedro, García Calvo, Trías, Aranguren, Vázquez Montalbán, Gimferrer), que a su vez entrevistarían a propios (Escohotado, Barceló, Goytisolo, Reixa, Vila-Matas) y extraños (Kapuściński, Cohen, Galeano, Tarantino, Cronenberg).

Si bailan los nombres y las fechas es porque Ajoblanco renacería de sus cenizas en 1987. Frente a una primera época más política, en la que promovía un cambio social a través de la doctrina libertaria, la segunda fue más cultural, aunque no dejó de combatir al PSOE y a CiU, enrocados en los gobiernos español y catalán. La estética fanzinerosa también cedió el testigo a una maqueta acorde a los nuevos tiempos, que pasaban por la profesionalización, la apertura a Latinoamérica y la reconversión «a la modernidad», como subrayó a finales de los ochenta el propio Ribas. Atrás quedaba la contracultura estadounidense, que ya había sido sustituida en la primera tentativa por el anarquismo ibérico tras el cierre temporal de cuatro meses impuesto por el Gobierno en 1976 por atentar contra las Fallas de Valencia.

«Nos fuimos a Menorca, donde vivíamos varios en una casa pequeña. Hasta allí llegó un libro sobre Durruti, que rompimos en varias partes para poder leerlo todos a la vez. ¿Para qué mirar hacia Estados Unidos si tenemos nuestro movimiento español de principios de siglo?», se preguntó la comuna, que de regreso a Barcelona organizaría las Jornadas Libertarias. Sin embargo, el apogeo de los ateneos no duraría mucho. «Estaban sustituyendo a las asociaciones vecinales, cuyos líderes pensaban en meterse en los ayuntamientos, pero entonces apareció la heroína, que fue introducida por la guardia urbana para acabar con ellos y diezmó a una generación», asegura Ribas. Luego llegó 1978, «el año del desastre», cuando «la Constitución lo domestica todo» y se intensifica la infiltración policial y la criminalización del anarquismo, cuyo culmen es el caso Scala, del que sale malparada la CNT.

«Fue un momento de decepción, desengaño y olvido», recuerda Ribas, quien afrontaría una larga travesía en el desierto de Madrid y Londres. A su vuelta de Inglaterra, el encuentro con el fotógrafo Jordi Esteva propicia una investigación sobre la explotación laboral en el barrio chino. En vez de ofrecer el reportaje a un periódico, se plantean resucitar al muerto y publicarlo en su propia revista. El ajo volvía a picar y a repetir. «Vivíamos en una falsa democracia», opina el impulsor de la cabecera, que decidió desempolvarla para desenmascar al nuevo régimen en sus páginas. El monopolio de las grandes distribuidoras, según él, la llevaría a una crisis financiera que desembocaría en su compra por la editora del diario El Mundo, hasta su cierre definitivo en 1999. Mientras desanda los pasos hasta aquellos días, un asistente al acto lanza un S.O.S. desde la platea para que vuelva a los quioscos. «Ahora es muy difícil hacer un Ajoblanco. En este país hay un problema cultural y todo está en manos de la mafia [mediática y financiera]», responde.

Otro espontáneo da en el clavo con su lamento: «Lástima que sólo estemos aquí la gerontocracia». Cierto: la media de edad es muy alta, apenas hay jóvenes y buena parte del público es coetáneo de los fundadores del mensual, que ha pasado de encarnar a la disidencia a convertirse en un paradójico y domesticado objeto de museo. Alguien, finalmente, sugiere el soporte digital como posible remolcador de una publicación perdida en el océano de las hemerotecas. Ribas, que en el pasado había lanzado algún sutil mensaje en una botella sobre el hipotético regreso, discrepa: «Internet nos ayuda, pero estoy seguro de que a través de las redes no vamos a hacer la revolución».

sábado, 31 de mayo de 2014

A 200 años del nacimiento de Bakunin

Una de las pocos fotos de Bakunin que se conservan,
la de NADAR a principios de los años 60 del siglo XIX.

LA OVEJA NEGRA
7 de mayo de 2014

Los destellos de Mijail Alexandrovich Bakunin (30 de mayo de 1814 – 1 de julio de 1876) y de la I Internacional aparecen en la región argentina desde la década de 1870. En 1874, se crea en Córdoba la primera organización comunista aunque de carácter secreto, y en 1876 aparece en Buenos Aires el Centro de Propaganda Obrera que tres años después edita el folleto Una Idea sobre los argumentos de Bakunin. Dios y El Estado será comentado en el periódico La Liberté también de Bs. As. en 1894. En las primeras décadas del siglo xx circulará una edición española a cargo de B. Fueyo con traducción de Eusebio Heras, prólogo de Carlo Cafiero y Eliseo Reclus y apéndice biográfico de Anselmo Lorenzo. En 1928 finalmente, La Protesta editará sus obras completas con traducción de Diego Abad de Santillán.

Sin embargo, para adentrarse en la obra de este revolucionario es importante tener en cuenta lo que expuso Ángel Cappelletti en su artículo La evolución del pensamiento filosófico y político de Bakunin, donde se explica que este pensador y hombre de acción sufrió una larga evolución, tanto en lo filosófico–religioso como en lo socio–político donde se pueden reconocer tres etapas bien definidas: la etapa idealista–metafísica (1834 a 1841), la etapa idealista–dialéctica (1842 a 1864) y finalmente la etapa materialista que comprende desde 1864 hasta su muerte en 1876.

Y añade: «Fácil es advertir que esta evolución de Bakunin tiene un sentido inverso a la que se suele dar en la mayoría de los pensadores y militantes sociales o políticos. Mientras la mayor parte de los que cambian y evolucionan suelen pasar de la izquierda a la derecha, del culto a la revolución (o, por lo menos, del reformismo) a la reacción y al conservadurismo, al pasar de la juventud a la edad madura y la vejez, Bakunin pasa, precisamente al revés, desde el conformismo tradicional de su adolescencia hacia el anarquismo revolucionario de sus últimos años, del idealismo metafísico al materialismo ateo o antiteo».

Fue uno de los grandes impulsores de la I Internacional, creada en 1864, de la cual expresó que «el principal objetivo era unir ante todo a las masas obreras del mundo civilizado en una acción común». Sus debates con Marx constituyen hoy uno de los grandes acerbos del proletariado para la lucha. Más allá de sus diferencias y escapando a todo ideologicismo, creemos que en su discusión hay aportes fundamentales.

A 200 años de su nacimiento leemos aún sus pensamientos y sus acciones, indivisibles entre sí, a lo largo de su vida. Leemos textos que, como Dios y el Estado, quedaron sin terminar ni ordenar. En una vida de constantes enfrentamientos con el enemigo no hay tiempo para todo… «mi vida es un fragmento» respondía a los que criticaban lo inacabado de algunas de sus obras. Su vida era un fragmento, pero un fragmento de algo enorme, un fragmento de la totalidad, de una lucha inacabada, no un ser fragmentado. Hay pocos casos en la historia en los que una obra editada en su totalidad de forma póstuma adquiere una importancia tan grande para, nada menos, la imposición de un proyecto revolucionario.

A 200 años del nacimiento de Mijail Bakunin, el gran destructor, seguimos sosteniendo que para vivir en armonía y comenzar una historia verdaderamente humana debemos destruir toda la organización social actual, sus gobiernos y sus dioses, su Estado y su dinero, sus naciones y sus leyes.

«No puede haber verdadera revolución sin una destrucción arrolladora y apasionada, una destrucción beneficiosa y fecunda, pues sólo de ella nacen y surgen mundos nuevos. Pero nadie puede proponerse destruir sin tener al menos una concepción remota —ya sea verdadera o equivocada— de un nuevo orden que suceda al existente. Cuanto más vívidamente se visualiza el futuro más poderosa es la fuerza de destrucción. Y cuanto más se aproxima esa visión a la verdad, es decir, cuanto más se adecua al desarrollo necesario del mundo social actual, más beneficiosos y útiles resultan los efectos de la acción destructiva. Pues la acción destructiva está siempre determinada —no sólo en su esencia y grado de intensidad sino también en los medios que emplea—, por el ideal concreto, que es su inspiración inicial, su alma.» (Bakunin, Tácticas revolucionarias).

Priamujino, casa natal de Bakunin
(fotografía antigua, hoy poco queda en pie).