sábado, 10 de noviembre de 2018

Ni de izquierdas, ni de derechas


Por JUAN CÁSPAR

Cuando alguien asegura no ser de izquierdas ni de derechas, ya lo dijo el clásico, ya sabemos que es de derechas. Hay que recordar que esa denominación de un lado u otro del espectro polìtico tiene su origen en la Asamblea Constituyente después de la Revolución francesa; a la derecha del presidente, se aposentaron los partidarios del Antiguo Régimen y, a su izquierda, los del nuevo. En la actualidad, con una gran cantidad de personas que se consideran «de centro», sea lo que sea lo que significa eso, esas categorías simplistas parecen en franca decadencia. Diré en primer lugar que, efectivamente, calificarse de manera tibia como centrista esconde, según mi nada modesta opinión, una actitud ambigua más bien conservadora. Ya nos advierte la Biblia acerca de esto: «Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca». Y me remito a la experiencia personal, ya que uno tiende mucho a la regurgitación política. Es cierto que se ha abusado de manera maniquea y simplista de ambos términos, aunque si echamos un vistazo al lenguaje la cosa es aún peor: lo diestro alude a algo correcto y positivo, mientras que lo siniestro evoca lo perverso y diabólico. Eso sí, si lo correcto es la mediocridad imperante, hace que uno simpatice aún más con la izquierda, qué quieren que les diga.

Vamos a ver si concretamos un poquito más y dilucidamos qué coño se encuentra detrás de estas etiquetas políticas. Al hablar de 'izquierda', podemos referirnos a actitudes progresistas, a aquellos que desean los cambios sociales. Si nos referimos por lo contrario a la 'derecha', son los partidarios del orden establecido, los que se muestran conformes con las instituciones y la sociedad actuales. Aunque de esa manera hablemos de progresistas y conservadores, seguimos cayendo en una generalización excesiva, bastante insatisfactoria, por la habrá que seguir matizando. ¡Vaya lata! La gente de derechas no siempre se considera conservadora, ya que tienen cierta concepción del progreso y no hacen una defensa pertinaz de valores periclitados. Es posible que existan personas así, pero al menos en este país no tenemos noticias. Por otra parte, personas que se consideran progresistas, cuando gobiernan «los suyos», dan muestras de un papanatismo notable y se muestran terriblemente conformistas con lo que dictan los de arriba. Por supuesto, esto ocurre con todas las ideas políticas, pero digamos que en los conservadores sorprende menos. Llegamos así a un factor verdaderamente determinante y es la permanente crítica al poder establecido, sea del pelaje que sea, y tal vez sea esa la verdadera actitud progresista y no solo una pose ideológica. Como uno es un ácrata irredento, no le termina de satisfacer del todo esta explicación.

No me queda nada claro cómo se establece esa línea que va de izquierda a derecha, con diferentes grados de extremismo a gusto del consumidor. Hay gente que, con notables dosis de estulticia, aseguran estar a la izquierda de todo hijo de vecino. Por ejemplo, un comunista a priori parece escorarse más a la izquierda que un mero socialdemócrata; sin embargo, la praxis marxista, tal y como la entendía su profeta Lenin, ¿ha traído un verdadero progreso a la humanidad? A pesar de las numerosas distorsiones en torno a ciertas ideologías, y de los desmanes que provoca este sistema basado en la acumulación capitalista, la respuesta es dudosa. ¿Cómo diablos se establece el progreso social en esta civilización nuestra con tantos altibajos, por no decir disparates? ¿Engordar el Estado, es propio de la derechas o de las izquierdas? En la práctica, cuando hablamos de poder político de uno u otro pelaje, no parece haber mucha diferencia. Tal vez, la respuesta sea unas mayores cotas de libertad respecto a permanentes sociedades de dominación. El liberal, que al menos en esta país suele ser un eufemismo que viene a significar ser bastante de derechas, estaría de acuerdo con eso. Sin embargo, la libertad no es un concepto abstracto, propio de una filosofía política de baratillo, que hable en la teoría de derechos económicos para convertirse en la práctica en un privilegio de unos pocos (ya saben, yo tengo medios y te exploto a ti que no tienes nada). El progreso puede, entonces, definirse también por la constante liberación de la explotación, además de la dominación, por lo que entraríamos en un concepción amplia de libetad que se extiende al conjunto de la sociedad. Muy serios nos hemos puesto. Sea como fuere, no es posible dar un contenido definitivo a los términos, al menos no de la manera simplista como suele hacerse. En cualquier caso, si hay que precaverse de dogmatismos de uno u otro pelaje, tampoco sabemos muy bien qué hacer con los tibios que aseguran que, ni de un lado, ni del otro.

6 noviembre 2018

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